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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Yulia Leuenberger Ferrec Jue Ago 30, 2018 2:31 am

Estamos al borde de la cornisa, casi a punto de caer.
No sientes miedo, sigues sonriendo.
Sé que te excita pensar hasta dónde llegaré.

Gustavo Cerati




Habían pasado dos meses desde que Eliot le había pedido ser su mano derecha y las cosas en la facción no podían estar mejor. Todo estaba ordenado, las tareas habían sido reasignadas y todo era por méritos, nada de acomodos especiales. Eliot se había propuesto terminar con aquello y al parecer las cosas habían empezado bien. Yulia era feliz, cada vez que él la consultaba, cada vez que se necesitaba de su aprobación para que un proyecto iniciase o no, ella sentía que estaba en el mejor lugar en el que podría estar.

Habían pasado dos meses desde que Eliot le había pedido matrimonio y las cosas no podían ser más extrañas entre ellos. Los planes para la boda -que sería dentro de un mes- iban bien, no era eso lo que le preocupaba pues por fortuna Anna y Maureen estaban muy dispuestas a ayudar en todo siempre. Lo que la inquietaba era otra cosa... Lo que había comenzado como una forma de sellar el pacto que tenían se había transformado en algo más que Yulia no sabía cómo denominar. ¿Un juego? Tal vez, uno que se había vuelto cotidiano ya… pero ellos nunca hablaban de eso, lo cual era raro pues si algo definía a Yulia era su necesidad de hablar siempre de todo. En silencio, Eliot y Yulia siempre encontraban algún momento robado y fugaz para besarse, para acariciarse y reírse en complicidad. En más de una oportunidad Yulia había deseado preguntarle a él por qué era que compartían aquello, ¿se querían? No estaba segura… pero temía arruinarlo con palabras, prefería disfrutarlo.

Lo que había comenzado como besos tímidos y dulces se estaba volviendo osado y Yulia no podía soslayarlo, esa misma tarde mientras trabajaban a solas en el laboratorio –ese que se negaban a delegar todavía-, Yulia se estiró para alcanzar uno de los libros, ubicado justo detrás de donde Eliot estaba sentado. Cuando se volvió, con el tomo entre las manos, descubrió que el hombre la observaba con ese brillo especial en los ojos que la conmovía y hacía sonrojar a la vez. Sin pronunciar palabra, Leuenberguer hizo lo que jamás había hecho con nadie: se sentó en el regazo de él y lo abrazó, dejando olvidado el libro sobre la mesilla. Besó su mejilla rasposa, acarició con la nariz los labios de Eliot antes de besarlo en la boca como ya había hecho infinita cantidad de veces en esos dos meses. Sus manos masajearon su cuello y luego sus hombros, adivinaba el cuerpo de Ferrec como duro y atlético debajo de las ropas y se descubrió a sí misma deseando poder verlo desnudo alguna vez.

El recuerdo de lo vivido hacía solo unas horas le provocó calor y una repentina puntada en su intimidad. Yulia estaba en su dormitorio privado en la base, ya vestida con la ropa de cama y cepillando su cabello… pero su mente solo pensaba en Eliot. Se decía que todo eso estaba mal, que no era sano disfrutar así si no estaban casados ante la ley de Dios, pero a la vez no podía creerlo, ¿algo tan placentero, tan hermoso como las caricias de Ferrec, era pecado? No podía ser.

Le daba miedo abrir la ventana, los insectos del jardín siempre se colaban por allí, por lo que se incorporó y fue hasta la puerta para dejarla entreabierta. Era tarde ya, de seguro nadie pasaría por allí, pero ella necesitaba un poco de aire fresco. Regresó a sentarse en la punta de la cama y volvió a cepillarse, pero el roce suave del cabello le recordaba a los besos que Eliot le daba en el cuello y la oleada de calor volvía a ella. Acabó recogiéndose el pelo en lo alto de la cabeza y encerrándolo con su redecilla de noche.


-Ferrec –murmuró y se removió todavía incómoda por lo que los recuerdos le provocaban en el cuerpo.


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Mensaje por Eliot Ferrec Jue Ago 30, 2018 10:04 am

Dos meses. Dos meses habían pasado desde el anuncio oficial en el que él se convirtió en líder de la facción, y dos meses desde que se prometiera con Yulia. Ambos hechos fueron inesperados para él, pero los dos estaban proporcionándole una gran felicidad. El liderazgo estaba siendo duro, pero todavía le quedaba mucho para terminar de habituarse, o con eso se consolaba él. Recordaba el trabajo de Benedetti —el único líder que él había conocido— y lo fácil que ese hombre hacía que pareciera su trabajo. Luego recordaba la cantidad de años que había pasado al mando y se repetía a sí mismo que su caso no tendría por qué ser distinto. Tiempo, eso era lo que le hacía falta. Además, contaba con la mejor ayuda de todas: Yulia Leuenberger.

Pensar en ella le producía un cosquilleo en todo el cuerpo y una sonrisa tonta en el rostro, como si estuviera viviendo una segunda adolescencia en la que no hacía más que girar la cabeza en cuanto sentía movimiento a su alrededor esperando verla a ella. Cada mañana, nada más llegar a las instalaciones de la base, lo primero que hacía era buscarla para darle los buenos días; si no la hallaba, esperaba impacientemente en su despacho a que llegara, mirando la puerta cada tanto deseando verla cruzar el umbral. La presencia de la inquisidora había mutado de la indiferencia más absoluta al más exquisito de los placeres, sobre todo los momentos que conseguían robarle al día en los que se dedicaban a saborearse el uno al otro. ¡Quién los había visto y quién los veía ahora!

Con el paso de los días —y, a veces, sólo de las horas— sus caricias se iban volviendo más osadas y más intensas. Los baños de agua fría se convirtieron en una constante en la vida de Eliot porque no encontraba otra manera de calmar el calor que le producía tocar a Yulia de esa manera. La pensaba constantemente, incluso cuando la tenía delante y podía, simplemente, disfrutar con ella. No podía decir si eso que le hacía sentir era amor, porque él sólo estaba seguro de amar a su familia. ¿Qué sería, entonces? ¿Cómo podía llamar a esa necesidad de tenerla siempre cerca?

Aquella tarde, sus caricias traspasaron una línea que hasta entonces no se habían atrevido a cruzar. Solos en el laboratorio, Eliot dejó que ella se sentara en su regazo y lo besara con dedicación. Él disfrutaba de todo lo que estuviera relacionado con Yulia, desde el tacto de su piel hasta el olor de su pelo, siempre recogido, dejando el cuello a la vista. Aún estando en su despacho, algunas horas después de aquello, podía sentir de nuevo la suavidad de su piel sobre sus labios. Leuenberger lo estaba volviendo loco.

Los últimos días había estado demorando la vuelta a casa con la intención de pasar más tiempo junto a ella, pero no aquel día. Sobre su mesa se habían acumulado varias carpetas y cartas que debía revisar, junto a un paquete que Thomas, el muchacho que hacía de secretario personal, le había llevado a media tarde. Con todo el ajetreo ni siquiera había tenido ocasión de abrirlo, así que, viendo la hora que era y sabiendo que no podría adelantar mucho más trabajo, se estiró para alcanzarlo y lo abrió: eran las invitaciones para la boda. Eliot sonrió ampliamente. Faltaba tan poco… Yulia no las había visto, ¿estaría despierta todavía?

Las devolvió al sobre, que guardó en el bolsillo de su chaqueta, y se apresuró hacia las habitaciones de los miembros de la Inquisición. No debería estar allí, en el pasillo de las mujeres, pero tampoco debería andar besando a Yulia de esa manera y nada le impedía hacerlo, así que, ¿qué importaba? Caminó sigiloso por el pasillo hasta que llegó a la habitación de su prometida. Se asustó al ver la puerta abierta, pero todos sus miedos se esfumaron cuando se asomó y la vio sentada, atándose el pelo para irse a dormir. Se coló en la habitación y se acercó a ella sin hacer ni un solo ruido.

Soy yo —susurró en su oído mientras la abrazaba desde la espalda—. ¿Qué haces despierta a estas horas, Leuenberger? Deberías estar durmiendo ya.

Hundió el rostro en su cuello y aspiró profundamente, disfrutando de su perfume. Era demasiado adictivo.

Me iba ya, pero quería volver a despedirme de ti, y también enseñarte algo.

La besó con deleite antes de soltarla para poder sacar el sobre con las invitaciones, que le tendió para que fuera ella quien las sacara.

Ya es un hecho, Yulia —dijo sonriente cuando las volvió a ver—. ¿Te gustan?


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Mensaje por Yulia Leuenberger Ferrec Jue Ago 30, 2018 12:49 pm

Como si se tratase de un presentimiento, Yulia pensó en Jean Vaguè cuando sintió que brazos fuertes la envolvían allí, en la intimidad de su habitación, y el miedo la invadió provocándole un hueco en el estómago. Se sobresaltó y soltó el cepillo -que se disponía a guardar ya- para apretar los brazos que la tomaban por detrás, hasta que sintió el inconfundible perfume de Ferrec en el aire y el fantasma amenazante del otro inquisidor se desvaneció. Estaba a salvo, nadie la dañaría.

Desde que Jean había lanzado contra ella las habladurías y desde que ella lo hubo amenazado, Yulia esperaba represalias, se había descuidado al dejar la puerta entornada, pero podía culpar de eso al mismo Ferrec pues por él era que sufría su cuerpo, por extrañarlo aunque nunca reconocería tal cosa en voz alta.


-¡Me has asustado! –le recriminó, aunque con una amplia sonrisa, mientras inclinaba a un lado la cabeza para exponer su cuello a los mimos de él-. Estaba aprontándome ya para meterme en la cama, ¿qué haces tú en la base todavía? Has estado trabajando tan arduamente… Creí que te habías ido a tu casa en la tarde, cuando nos despedimos.

Lo había dicho sin pensar, pero la evocación los remitía inmediatamente a lo compartido hacía unas horas y eso era algo de lo que, claro, jamás hablarían porque en esos momentos que compartían a solas ellos se comunicaban de otras formas, sin necesidad de las palabras.

Se puso en pie y giró hacia lo que él le enseñaba. Con mano temblorosa sostuvo el sobre primero y luego lo abrió para descubrir unas hermosas tarjetas de boda. Su nombre estaba allí, pero no el de sus padres –tal como le había pedido a Eliot-, eran perfectas… pero letales. La visión de tan maravillosas invitaciones la herían porque no tenía con quien compartirlas, no había nadie que se alegrase genuinamente por lo que estaba viviendo.


-Son perfectas, Ferrec –dijo, sin mirarlo-. Me gustaría quedarme con una, por si alguna vez encontramos a… bueno, ya sabes.

No quería hablar de su madre, no podía, pero sí que la pensaba y creía que a Lorraine le gustaría tener al menos un recuerdo de papel del día en el que su hija se había casado con un buen hombre. Eso era Ferrec para Yulia Leuenberger. No era el amor de su vida, tampoco el partido que sus padres habían elegido para ella. Eliot Ferrec era un buen hombre, uno confiable. Y, por sobre todas las cosas, Eliot era fácil de admirar.

Tomó una de las tarjetas y se dirigió a su secretaire, confiaba en él y por eso abrió con la llave, de la que nunca se separaba, el cajoncito secreto delante de Eliot, para guardar la tarjeta. ¿Qué podría robarle de allí Ferrec? ¿Su diario personal? ¿Las cartas de su niñez? No lo creía capaz, tampoco creía ser tan importante para él como para que decidiese perder tiempo husmeando en sus cosas, eso lo tenía claro.


-Ferrec, he sabido que a veces los prometidos suelen pasear por la laguna al atardecer. Es más bien un evento social, como una presentación ante las demás parejas y me preguntaba si… si te gustaría que fuésemos mañana –tomaba el valor de pedirle algo estúpidamente romántico como aquello porque lo hacía de espaldas, sin tener que ver el gesto que Ferrec de seguro le estaba poniendo-. Sé que tenemos muchas cosas que hacer, pero realmente me ilusiona la idea de un paseo, nunca hemos hecho nada como eso, no vamos al teatro, tampoco a la ópera… y está bien, nuestra unión tiene objetivos para los que no importa todo eso, pero... es solo que me gustaría mucho ir a caminar allí y que nos vieran juntos.

Cuando regresó a dónde él estaba pudo verlo de frente y descubrió que Eliot la observaba fijamente, solo así fue consciente del motivo: estaba en camisón. Afortunadamente era su favorito, el más bonito que tenía, de gasa blanca, largo hasta los tobillos, sin mangas y de escote cuadrado. Yulia le había pedido especialmente eso último a la modista que le confeccionaba la ropa pues odiaba sentirse encerrada cuando dormía y los camisones de cuello cerrado la ahogaban.

-Lo siento, no quise incomodarte –dijo y se inclinó para rebuscar en el baúl una capa con la que cubrirse pese a que tenía calor, uno que solo la presencia de Eliot Ferrec le provocaba.


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Mensaje por Eliot Ferrec Jue Ago 30, 2018 2:54 pm

Era mi intención, pero al llegar al despacho me he encontrado un montón de carpetas sobre la mesa y me he quedado para adelantar algo de trabajo.

Quiso decirle que era ella la que le robaba el tiempo durante el día, pero, en realidad, no hacía falta porque era algo que ambos sabían. La observó mientras sacaba las invitaciones y, aunque sonrió al verlas en sus manos, también notó el tono triste de su voz. Había ido allí con la única intención de enseñárselas y disfrutar con ella de lo que significaban, pero no había tenido en cuenta que su madre todavía no había aparecido y que, por tanto, a ella no podrían enviársela.

Claro —dijo, observando cómo se acercaba hacia su escritorio.

Desde que había entrado no había tenido un momento para observarla con detenimiento, pero ahora, al verla junto a la mesa y alumbrada por las velas, pudo apreciar las formas de su cuerpo que se entreveían a través de la fina tela del camisón. La escuchó, pero no sin esfuerzo. ¿De verdad le estaba pidiendo ir a dar un paseo por la laguna? Eliot no tenía problema alguno en ello, es más, se lo habría propuesto él mismo de no pensar que a Yulia no le interesaban todas esas convenciones sociales, mucho menos si eran románticas como aquella. Tuvo que admitir que la propuesta le sorprendió y le gustó a partes iguales; sí, quería ir a pasear con su prometida —todavía había veces en las que se le hacía raro mirarla y pensar en ella como tal—, quería llevarla al teatro, a la ópera o a ver los conciertos en vivo que se daban en la plaza frente a l’Académie.

Su silencio no se debía a otra cosa que no fuera la indumentaria de Yulia, a la que él estaba tan poco acostumbrado. Ella debió darse cuenta, porque enseguida se agachó a buscar algo en su baúl. Eliot tuvo que tragar saliva mientras un sudor frío le recorría el cuerpo al darse cuenta de que, en realidad, buscaba algo con lo que taparse, un hecho que él no deseaba que ocurriera.

Se acercó a ella y la tomó del brazo con suavidad para obligarla a que se incorporara.

No me incomodas —aseguró, dirigiendo sus ojos hacia el escote de Yulia—, en absoluto. Ven.

No le dejó otra opción. Tiró de ella y la pegó a su cuerpo envolviéndola con un brazo. La mano que quedaba libre acarició el costado del cuerpo femenino con bastante decoro —teniendo en cuenta que la mente de Eliot no estaba en condiciones de controlarse— y la subió hasta el rostro de Yulia. Acarició la mandíbula con las yemas de los dedos, los labios y los pómulos una y otra vez. ¿En qué momento había pasado a parecerle la mujer más hermosa de todo París?

Iremos donde quieras. Mañana, cuando salgamos de aquí, le diré a Colombe que nos lleve a la laguna —le prometió, sellándolo con un beso—. Y el próximo día iremos al teatro, o a la ópera, o a dónde tú quieras. Si no te he invitado antes era porque no creía que quisieras ir, pero, si no es así, no tienes más que pedírmelo.

Volvió a mirar su senos, mucho más voluminosos de lo que él había pensado que serían —¿de verdad le había mirado los senos y calculado su tamaño alguna vez?— y sintió un deseo repentino de acariciarlos. Esa mujer era una tentación para todos sus sentidos, puesto que quería todo de ella, al mismo tiempo y a todas horas. La besó con profundidad, sin soltarla, mientras le acariciaba la espalda con la mano. Después, dibujó la forma de su cintura con toda la palma y la subió hasta llegar a su pecho, cuyo contorno delineó con el pulgar. Lamentó no tener un baño de agua fría en ese momento, así que, simplemente, esperó —y deseó— que Yulia no estuviera notando los efectos que ese acercamiento estaban obrando en su cuerpo. Si lo notaba o no era algo que ya no tenía remedio, así que decidió ir más allá y acariciar el pezón con el pulgar, notando cómo éste se endurecía con el contacto.

Déjame verte sin la redecilla del pelo, por favor —le rogó sobre sus labios, bajando después por su cuello y llenándolo de pequeños besos—. Quiero verte, Yulia.

Cuando llegó a la clavícula volvió a subir hasta quedar a la altura de sus labios, mismos que atrapó con los suyos casi sin darse tiempo a respirar.


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Mensaje por Yulia Leuenberger Ferrec Jue Ago 30, 2018 4:48 pm

Mentiría si dijese que la actitud de Eliot la había sorprendido, porque en verdad él hizo exactamente lo que ella deseaba que hiciera… Se sentía poderosa cuando él le demostraba que la necesitaba cerca, muy cerca, suyo. Se sentía hermosa cuando sus manos, que sabían crear, la acariciaban con delicadeza. Nunca hubiese pensado que estar cerca de él la haría así de feliz. Yulia, la inteligente y conservadora Yulia, no se reconocía. ¿Qué había hecho ese hombre para tenerla así?

Le costó unos segundos habituarse a la situación, pero rápidamente lo hizo. Elevó los brazos para apoyarlos en sus hombros y cerrar sus manos detrás de la cabeza de él. Acarició su nuca con suavidad mientras buscaba que el perfume de Eliot se le quedase impregnado en la ropa de cama, tal vez así pudiera soñar con él esa noche.


-Yo no sé pedir, Ferrec. ¿No me conoces? –para ella eso era símbolo de debilidad, pues se pedía aquello que no se podía tener por propios medios y Yulia había vivido toda la vida demostrando que no necesitaba de nadie más, que podía sola con todo-. ¿De verdad iremos? Gracias, me encanta la idea y hace tiempo que quería decírtelo pero no quería sumarte algo más, tenemos tantos proyectos… pero es por eso que necesitamos despejar nuestras mentes, creo que si nos tomásemos pequeños descansos volveríamos con nuevas ideas.

Que estúpido le pareció hablar de los proyectos de la facción en un momento así, pero no sabía qué más decir. Gracias al Cielo, su líder le buscó la boca y ella no pudo hacer menos que abrir para él sus labios y permitirle entrar mientras sus manos descendían y se reacomodaban para acariciarle la espalda. Parecía no poder controlar su cuerpo que con solo una mirada de Ferrec se alteraba. Los senos le dolían y las caricias de Eliot no le parecieron desubicadas o incómodas, sino que deseó con todas sus fuerzas que el contacto no terminase nunca, que Ferrec masajease sus pechos durante lo que restaba de la noche, para aliviarlos así del dolor que su cercanía le provocaba. Se tragó un suspiro cuando él rozó su pezón y no pudo evitar presionar su cuerpo contra esa mano.

-Creo que nadie ha visto mi cabello suelto, no desde que era una niña –le confesó y escondió el rostro en el cuerpo de Ferrec, desde allí le fue casi una tentación arrastrar sus labios hasta hallar la nuez que se movía en su cuello y que tanto la atraía-. Está bien, lo haré. –Si se hubiera animado, Yulia le habría pedido a cambio que le besase el cuello porque desde el principio habían sido esos sus besos favoritos, pero ya se lo había dicho: ella no sabía pedir.

Muy a su pesar se separó de él, caminó unos pasos hasta la pared y allí se quitó la redecilla que dejó sobre el escritorio. Suavemente sacudió la cabeza para que su cabello se acomodase, largo y perfumado por el aceite de almendras que se había puesto hacía solo media hora, para poder peinarlo mejor. Se ubicó algunos largos mechones a los costados del rostro, ambos le cubrieron parte del escote que ahora sabía que a Ferrec le gustaba.

Con un gesto le pidió que se acercase a ella, sin poder creer que le estaba mostrando su cabello a Ferrec, y cuando lo tuvo cerca tiró de su mano para pegarlo otra vez a su cuerpo que estaba entre el frío de la pared y la calidez del hombre. Quería tocarlo, esa noche parecía no bastarle con besos –ni siquiera los que él le daba en el cuello-, necesitaba un poco más y no se demoró en pensar demasiado sus actos, pues no quería darle a su mente la oportunidad de poner reparos. Ella misma tiró de la camisa de él para sacarla de dentro de su pantalón, quería tocarlo, tocar su piel. Deslizó su mano pequeña entre la tela para apoyar la palma en el abdomen de Eliot y lo descubrió ardiendo.


-Tu piel arde tanto como la mía –le susurró y cerró los ojos para besarlo en los labios, para jugar con su lengua-. ¿Qué me haces, Eliot? ¿Qué le haces a mi cuerpo? –le preguntó, pero de inmediato se arrepintió porque no sabía si estaba preparada para oír cualquier cosa que él tuviera para decir.


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Mensaje por Eliot Ferrec Vie Ago 31, 2018 11:33 am

Podía haber seguido acariciando sus senos el resto de la noche, y todas las demás noches después de esa. Eran generosos y tersos, como a él le gustaban; simplemente perfectos, como ella entera. Parecía que sus caricias convencieron a Yulia para que le mostrara su pelo suelto, algo que jamás había visto y que se le antojaba exótico. Quizá lo correcto hubiera sido esperar a la noche de bodas para verla en su plenitud, pero había tantas cosas que no deberían haber hecho que una más no iba a marcar la diferencia.

La vio alejarse y, a pesar de que la tenía ahí delante, su cuerpo la añoraba. No obstante, no se movió de su sitio, sino que se quedó admirando cómo se quitaba la redecilla. Su cabello cayó a ambos lados de su rostro con ayuda del movimiento de cabeza y Eliot se quedó pasmado de lo bonita que estaba así, salvaje y sin arreglar.

Se acercó cuando ella se lo pidió y se dejó llevar por el suave tirón de su mano. Subió las manos hasta ambos lados del rostro femenino y acarició los mechones que caían a los costados de éste, sintiendo la suavidad de un cabello cuidado con mimo. Echó toda la melena hacia un costado, dejando uno de los lados del cuello a la vista, y hundió su rostro en él. Eliot no era tonto y se había dado cuenta de que a Yulia le gustaba que la besara ahí más que en cualquier otro lugar. Siempre que lo hacía sentía que el cuerpo de ella se tensaba de una manera distinta, lo que le ayudaba a ir descubriendo cosas en las que hasta entonces no se había parado a pensar.

La piel de todo su cuerpo se erizó al sentir la suave mano sobre su abdomen. Separó el rostro del cuerpo de ella y miró hacia abajo un momento antes de levantar los ojos en busca de los ajenos.

¿Que qué te hago? —repitió—. Desearte —contestó en un susurro, tan cerca de sus labios que podría notar su aliento contra la piel—. ¿Y tú? ¿Qué me haces tú a mí que me enloquece de esta manera? ¿Qué tienes que me convierte en un hombre constantemente sediento, Leuenberger?

Apretó los senos con más fuerza y necesidad que antes, levantándolos desde abajo. Teniéndolos así, no tuvo más que agachar un poco la cabeza para poder besarlos, ejecutando, así, una condena para ambos. ¿Cómo podrían soportar la existencia del otro con simples besos robados en una esquina después de esa noche? Estaban cruzando unos límites a los que no podrían siquiera acercarse de nuevo, porque la próxima vez no habría pecado capaz de detener lo que en ese momento se esforzaban por no alcanzar.

Eliot soltó los senos y llevó las manos hacia los glúteos, apretándola contra su propio cuerpo sin dejar de besarla. Bajó las manos acariciando sus muslos y comenzó a subir el camisón. A pesar de que la tela no era gruesa, él también necesitaba tocar su piel. En cuando sintió que tocaba el dobladillo del bajo del vestido, coló su mano por debajo y acarició sus piernas, igual de suaves que el resto de su cuerpo —o, al menos, el que él había tenido ocasión de tocar—. Tuvo que separar sus labios para tomar aire profundamente y soltar un jadeo desesperado. Debería marcharse, pero, simplemente, no podía dejarla.

Yulia —la llamó con voz ronca, como si estuviera pidiendo auxilio.

Fue a besarla de nuevo cuando, de pronto, un ruido proveniente del pasillo lo alertó. Soltó sus manos —haciendo que el camisón cayera— y cubrió a Yulia con su cuerpo, un acto completamente instintivo e inútil, puesto que el intruso en aquella habitación era él, no ella. Miró hacia la puerta, pero allí no había nadie.

Voy a mirar, espera aquí.

Se asomó al pasillo, pero todo estaba en la misma calma que cuando él había llegado. Miró a su prometida y negó con la cabeza, entornando la puerta ligeramente, por lo que pudiera pasar.


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Mensaje por Yulia Leuenberger Ferrec Vie Ago 31, 2018 3:26 pm

¿Podía ser posible que Eliot Ferrec ya la conociera? Sabía lo que quería sin que ella se lo dijese y Yulia no pensaba que eso fuese casualidad, prefería convencerse de que Eliot ya conocía sus deseos. A pesar de las muchas caricias compartidas en esos dos meses, ninguna era tan íntima como la de Ferrec jugando con su cabello. Parecía gustarle mucho y eso a Yulia la llenó de placer porque -ahora lo sabía bien- quería que Ferrec disfrutase tanto como ella. La próxima vez que se peinara lo haría pensando en él, se pondría aceite de almendras por él, para gustarle.

-¿Me deseas? –preguntó sorprendida y coló su otra palma para tocar con las dos manos el cuerpo de Ferrec, los botones de la camisa gruesa se iban abriendo, incluso uno de ellos saltó y repiqueteó en el piso de madera.

Vaguè le había susurrado eso mismo una vez, hacía mucho tiempo, y le había provocado rechazo y aprensión. Contrariamente, la confesión de Ferrec la llenaba de orgullo, Yulia sonreía victoriosa en esos momentos.


-Me gusta mucho esto –le confesó y besó su mejilla, rodeó con sus manos el cuerpo de Ferrec para apretarlo contra ella. Lo sintió palpitar contra su vientre y eso la sorprendió y paralizó-. Me gusta cuando te muestras enloquecido –respondió al adjetivo con el que él mismo se había denominado antes.

Los límites ya estaban saltados, pero Yulia no había pensado que pudiese haber algo más –no antes de la boda-, por eso la actitud avasallante de Eliot la sorprendió y agradó a la vez. Descubría nuevas sensaciones, ese cuerpo era suyo pero ella no lo conocía del todo hasta ese momento. No sabía que los besos de Ferrec en su pecho podían hacer que las piernas le fallasen, que no pudieran sostenerla. Se los ofreció -¿cómo no hacerlo?-, pero le fue imperioso sujetarse de él, de su hombro, temiendo caer.

La pasmaba su anulada capacidad de indignarse, de incomodarse. Cualquier mujer de bien se espantaría al sentir las manos de su prometido ascendiendo por sus piernas, apretando sus nalgas, pero evidente era que Yulia no era una mujer de bien sino una amoral. Estaba demasiado a gusto con aquello… de hecho se creía capaz de rogarle que volviera la noche siguiente para repetirlo.


-No me dejes caer, Eliot –le pidió con ojos cerrados, entregada a sus manos. Pero un ruido extraño cortó el momento-. ¿Qué ha sido eso?

Eliot primero la cubrió, como si temiese que alguien hubiera ingresado, pero luego se alejó veloz hacia la puerta y Yulia se quedó apoyada contra la pared con el corazón latiendo tan fuerte que podía oírlo. Su cuerpo estaba hipersensible y le tomó un momento seguir a Eliot pese a que él le había pedido que esperase.

-¿Qué ocurre? –le preguntó susurrando, pero no llegó a asomarse porque él ya había cerrado la puerta-. A veces Florence se levanta en la noche y camina por los pasillos –se refería a otra de las mujeres que vivía allí, una bibliotecaria-. Seguro ha sido ella.

Lo observó. Iba despeinado, con la camisa abierta y el rostro enrojecido. Le acomodó con mimo el cabello, abotonó sus ropas y, finalmente, le acarició las mejillas para luego atraerlo a su boca y así besarlo de un modo que podía juzgarse casi inocente en comparación a todo lo que habían compartido hacía unos momentos.

-No quiero que te vayas, Ferrec –le confesó, pero sabía que esa ya era la despedida. La noche acababa de terminar para ellos.


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Mensaje por Eliot Ferrec Vie Ago 31, 2018 4:55 pm

¿Que si la deseaba? Aquella pregunta se contestaba por sí sola: no sólo la deseaba, sino que la necesitaba. No veía el momento de poder tener ese cuerpo desnudo entre sus brazos, de disfrutar con ella y de abrazarla hasta que los dos cayeran en un profundo y placentero sueño. Un matrimonio que había comenzado para frenar unos rumores terribles y ofensivos había terminado con una necesidad que no tenía claro cómo iba a soportar. Además, el hecho de que ella se mostrara tan receptiva —cuando siempre creyó que no lo era, en absoluto— lo sorprendió tanto que era el combustible que le impedía parar.

Nunca la dejaría caer, de hecho, la estaba sujetando con tanta fuerza que parecían un único cuerpo, pero el ruido del pasillo los alarmó a ambos, rompiendo el hechizo —y salvándolos, sin saberlo, de un precipicio al que habían estado a punto de tirarse de cabeza—.

En el pasillo no hay nadie —contestó, también en susurros. Si oían su voz allí estarían perdidos—. Supongo que habrá sido ella. Sea quién sea, se ha metido en su habitación.

Dijo eso convencido de que sus palabras eran ciertas, porque, de haber alguien espiándolos, podrían llegar a tener serios problemas en la Inquisición. Eliot, como líder, debía dar ejemplo de buena conducta a la gente de su facción. ¿Qué opinión les merecería si lo encontraran besándose así con su prometida antes de la boda? ¿Y de ella, qué pensarían? Un escalofrío le recorrió la espalda al darse cuenta de los problemas que su estúpida actuación le podía haber causado a Yulia. ¿Por qué no podía haber esperado a la mañana siguiente a enseñarle las malditas tarjetas? ¿Por qué se había tenido que colar en su habitación y dejarse llevar de ese modo tan moralmente deplorable?

Se odió a sí mismo y quiso marcharse de allí de inmediato, pero las dulces manos de Yulia Leuenberger volvieron a retenerlo junto a ella. Dejó que lo peinara y vistiera sin apartarse, sabiendo que esas serían las últimas caricias de aquel día. ¡Cómo si no hubiera tenido suficiente!

Yo tampoco me quiero ir —confesó a su vez, abrazándola con ternura y enterrando el rostro en su pelo—, pero creo que será lo mejor. He sido un inconsciente al venir aquí, no quiero ni pensar en el lío en el que nos podía haber metido. —Le dio un beso en la sien y acercó sus labios hasta su oído—. Aunque no me arrepiento de nada.

Se separó ligeramente y la miró a los ojos. Todavía se la notaba alterada, y pensar que había sido él quién le había provocado todo eso le produjo una puntada de placer en el vientre. Pasó un mechón de su largo cabello por detrás de su oreja y sonrió.

Te peinaría yo a ti, pero no sé cómo hacer eso que llevabas en la cabeza —dijo—. Le pediré a Anna que me enseñe, por si lo necesito alguna otra vez.

La besó sin entretenerse demasiado —porque corría el riesgo de volver a caer preso de su cuerpo— y se separó de ella.

Te veré mañana. No me olvido de la laguna. —La miró una última vez—. Descansa.

Se acercó a la puerta y la abrió para salir, pero un impulso repentino hizo que volviera atrás y se asomara de nuevo hacia el interior de la habitación.

Yulia —la llamó bajito y abrió los labios para decir algo más, pero las palabras se le quedaron trabadas en la garganta—. Hasta mañana.

Decidió que volvería caminando. El recorrido hasta su casa era lo suficientemente largo como para que toda la tensión acumulada se fuera diluyendo poco a poco, ayudada por el frescor de la noche. Cuando salió del edificio se frotó las manos para combatir la diferencia de temperatura y echó a andar. Al llegar a la altura de la habitación de Yulia, vio que su vela seguía encendida, pero la ventana estaba cerrada. Seguramente se estaría peinando otra vez —todo por su culpa—, y ese hecho le hizo sonreír.

Te quiero, Yulia —susurró a la noche antes de continuar el camino hacia su casa.




FIN DEL TEMA


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