AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Gabrielle de Lioncourt
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Gabrielle de Lioncourt
por Gabrielle De Lioncourt2 Lun Mayo 12, 2014 5:39 pm
▲NOMBRE DEL PERSONAJE▲
Gabrielle de Lioncourt.▲EDAD▲
Aparente 45. Real 136▲ESPECIE▲
Vampiro▲TIPO, CLASE SOCIAL O CARGO▲
Clase alta.▲ORIENTACIÓN SEXUAL▲
Asexual▲LUGAR DE ORIGEN▲
Nápoles▲HABILIDADES/PODERES▲
Telepatía, Clarividencia y PersuaciónDentro de lo perceptible, Gabrielle es una mujer poco expresiva y reservada. Su poco interés y empeño en demostrar lo que pasa por su mente han logrado crear una barrera que impide ver más allá de sus ojos, siendo sus penetrantes orbes azules lo más lejos que podrás contemplar al mirarla. Es una mujer de pocas palabras, pues odia desperdiciar su tiempo tratando de explicar algo que el entendimiento promedio jamás comprenderá. Si en algún momento abre su boca, no esperes palabras vanas, pues sólo te dedicará algún consejo o palabras cálidas si considera que vales la pena.
Es asocial, por supuesto. No tolera ni siquiera a su propia especie, mucho menos la estupidez de los humanos. Prefiere, por mucho, perderse en el campo abierto o en los espesos bosques, pues tienen más que ofrecer en sus hojas muertas que los humanos en sus palabras vacías. Sus largos años como mortal le dejaron una profunda aversión por todo lo que implique a la humanidad, incluso por los libros que leía tan constantemente durante su vida como marquesa. Por esta razón explotará cada don que el vampirismo le otorgue, convirtiéndose cada vez más en un ser completamente independiente, capaz de vivir en completa soledad durante meses, bebiendo sangre animal si es necesario, con nada más que guíe sus pasos sino su propia curiosidad.
Es una mujer misteriosa, salvaje, fría y sumamente directa, sin embargo es bien sabido que las mujeres fuertes son las más impredecibles. En un momento puede estar mirándote con suma seriedad y en el otro abrazarte y besarte. Claro, debes tener algo que ofrecerle, algo que la cautive y que llame su atención.
Es asocial, por supuesto. No tolera ni siquiera a su propia especie, mucho menos la estupidez de los humanos. Prefiere, por mucho, perderse en el campo abierto o en los espesos bosques, pues tienen más que ofrecer en sus hojas muertas que los humanos en sus palabras vacías. Sus largos años como mortal le dejaron una profunda aversión por todo lo que implique a la humanidad, incluso por los libros que leía tan constantemente durante su vida como marquesa. Por esta razón explotará cada don que el vampirismo le otorgue, convirtiéndose cada vez más en un ser completamente independiente, capaz de vivir en completa soledad durante meses, bebiendo sangre animal si es necesario, con nada más que guíe sus pasos sino su propia curiosidad.
Es una mujer misteriosa, salvaje, fría y sumamente directa, sin embargo es bien sabido que las mujeres fuertes son las más impredecibles. En un momento puede estar mirándote con suma seriedad y en el otro abrazarte y besarte. Claro, debes tener algo que ofrecerle, algo que la cautive y que llame su atención.
¿Cómo iniciar? Gabrielle siempre fue una mujer curiosa, amante innata de los viajes y descubrimiento, llena de vitalidad y una gran habilidad para meterse en problemas. Una joven aristócrata proveniente de Nápoles y criada en el seno de una familia de renombre y gran posición social. De niña tenía la mala costumbre de salirse con la suya, de evitar siempre que le fuese posible sus responsabilidades femeninas dentro de la sociedad, aquellas tediosas lecciones que la preparaban para una aburrida y miserable vida como esposa de un hombre que posiblemente no amará. Nunca supo encajar en las reuniones de té o en esos constantes bailes que celebraban incluso la caída de un pétalo, pues le resultaba imposible comprender la necesidad de un humano de convivir tan superficialmente con los demás. Y tal indiferencia fue acrecentándose a medida que fueron pasando los años, así como las reprimendas se volvían constantes que le arrebataron aquella naturaleza vivaz, dejando en su lugar silencio y frialdad, una vacía y obligada amabilidad hacia terceros.
A sus 17 años se vio finalmente comprometida con el Marqués d'Auvergne, un hombre de escazas riquezas que sólo podría ofrecerle una vida digna de un bárbaro en su castillo en pésimas condiciones. ¿Dejar los lujosos edificios de Nápoles y sus exquisitos jardines para vivir entre la humedad y el insoportable frío de aquellas propiedades del marqués? Lo único que sabía era que su matrimonio con ese hombre no tendría nada de ventajoso, y no lo tuvo en ningún sentido. Gabrielle sabía que su único papel en Auvergne sería parir; embarazarse y dar a luz a criaturas que repudiaría.
De los ocho embarazos que tuvo a lo largo de su vida, y aunque en todos consiguió concebir vivos a sus hijos, sólo tres de ellos consiguieron sobrevivir hasta la edad adulta. El parto en aquella mujer dejó un profundo odio hacia su esposo y a sus hijos, pues había caído en cuenta que, sin importar lo que sucediera, ninguno de ellos podría comprenderla, ninguno podría entender su dolor ni mucho menos su soledad. Y en su penúltimo parto, en el momento de tener en sus brazos a la pequeña y arrugada criatura que llevaría por nombre Lestat, vio en esos ojos pequeños y redondos que él no sería igual al resto de los Liouncourt, que el llevar en su cabecita rastros de una rubia cabellera le haría un ser similar a Gabrielle, un chico soñador, irritado y protestón. Pero a él también le repudió. Aquellas visiones se desvanecieron tan pronto lo apartaron de su seno y no volvió a pensar en ello durante sus primeros años de vida.
La fría personalidad de la napolitana se endureció conforme el tiempo pasaba y su silencio se agravó hasta el punto de aislarse, dejando de lado sus responsabilidades maternas. Pasaba los días con la vista clavada en sus lecturas, en ocasiones respondía cartas y las enviaba a su familia en Nápoles, otras veces daba paseos solitarios lejos de la vista de cualquiera, así fuese dentro de las gélidas y ásperas paredes de la morada o entre los altos árboles del bosque. Pero jamás se preocupó por educar a sus hijos, ni al mayor de ellos, Augustin, de manera que los tres permanecieron analfabetas, sin saber leer o escribir, sin ser capaces de poseer los mismos conocimientos que Gabrielle o recibir una tierna caricia ni reprimenda de su parte.
La excepción fue, por supuesto, el menor de ellos. Lestat consiguió el favor de Gabrielle en muchas ocasiones y su apoyo incondicional, la intimidad que ni su padre tendría con ella, amándole de tal forma que ni ella misma era capaz de creer. Por él, la italiana vendió sus más preciadas posesiones para alentarlo en diversas situaciones, recordando las visiones que había recibido en cuanto éste naciera y viéndose a sí misma siempre que lo contemplaba. Sin embargo, la edad y los inviernos en la Auvernia le trajeron la tisis. No era la muerte en sí a lo que temía, sino al hecho que había tenido una vida terrible y que moriría patéticamente rodeada de quienes más odiaba. Sabía también que no podría dejar a Lestat ahí, obligarlo a llevar la misma miserable vida que ella sin darle la oportunidad de ser libre, de manera que, luego de haber alentado la amistad entre él y Nicolas, un joven de edad similar que él, envió a ambos a París con la ayuda de las últimas joyas de familia que poseía.
Aunque todo sucedía a distancia, el lazo que unía madre a hijo se afianzó gracias a las constantes cartas que se enviaban mutuamente, en las que Lestat solía contarle de sus aventuras y pasiones en las calles parisinas, hasta que, de súbito, las palabras de su hijo comenzaron a llenarse de secretos que revivieron la curiosidad e intriga de la rubia. Intrigada por el súbito cambio de fortuna que Lestat sufrió al paso de unos años, Gabrielle y Nicolas se convirtieron en confidentes. Sin lograr obtener mayor respuesta que el que Lestat se casara con una mujer de vasta riqueza y decidiendo pasar sus últimos días cerca de su hijo, decidió viajar a París, algo de lo que sólo Nicolas estaba informado, aunque no por mucho. Lestat acudió a verla a la segunda noche e intentó ocultarle la verdad de su nuevo estado, pero ella enseguida descubrió que había cambiado y se había convertido en vampiro. Cuando Gabrielle comenzó a morirse ante sus ojos, Lestat, movido por la desesperación, la convirtió en una vampiresa. A partir de entonces comenzaron a vivir juntos, sólo ellos dos en el Jardín Salvaje que era el mundo.
Los problemas con los de su propia especie los llevó a ambos a tomar la decisión de abandonar Francia de manera definitiva, de viajar por el mundo explotando las nuevas habilidades que tenían gracias a su naturaleza vampírica. Al principio ambos permanecieron juntos en todo momento, pero a medida que viajaban, Gabrielle comenzó a ausentarse, primero días, después semanas e incluso meses, regresando únicamente para ver a Lestat y moverse a otra ciudad. La diferencia entre ambas criaturas era evidente y aunque la italiana luchó por ignorarlo, llegó el momento en el que apartarse era inminente. Deseaba que su hijo fuese enteramente como ella, que dejase de lado las preocupaciones y lazos de su antigua vida, para que viajara junto a ella, pero no fue así y finalmente se separaron en El Cairo, ella tomando rumbo hacia las selvas Africanas y él a Nueva Orleans, donde el marqués d'Auvergne pasaría sus últimos días.
Tras haber concluido con sus viajes en África decidió regresar a Europa y explorar los países eslavos con mayor detenimiento, encontrando la misma cantidad de criaturas que en Europa central, aunque sin duda aquellas eran más siniestras. Poco después llegó a territorio nórdico, dejando que la profunda nieve de Suecia la conquistara por un largo tiempo, en donde además conoció a una cambiaformas que con el tiempo se convertiría en una amiga. Una relación bastante extraña sin duda. La maternidad de aquella mujer le recordó el profundo afecto que le tenía a Lestat y que, a pesar de la manera en la que ambos se dijeron adiós, no podría pasar una eternidad sin tenerle cerca, o al menos saber la ubicación de éste.
Treinta años después de aquel encuentro con la mujer sueca, decidió que era tiempo de regresar a París, donde muy seguramente estaría Lestat, y así lo hizo. Habiendo saciado su curiosidad, consideró que no había ninguna otra cosa que deseara más que vivir largos años a su lado, pues era él al único a quien había logrado amar.
A sus 17 años se vio finalmente comprometida con el Marqués d'Auvergne, un hombre de escazas riquezas que sólo podría ofrecerle una vida digna de un bárbaro en su castillo en pésimas condiciones. ¿Dejar los lujosos edificios de Nápoles y sus exquisitos jardines para vivir entre la humedad y el insoportable frío de aquellas propiedades del marqués? Lo único que sabía era que su matrimonio con ese hombre no tendría nada de ventajoso, y no lo tuvo en ningún sentido. Gabrielle sabía que su único papel en Auvergne sería parir; embarazarse y dar a luz a criaturas que repudiaría.
De los ocho embarazos que tuvo a lo largo de su vida, y aunque en todos consiguió concebir vivos a sus hijos, sólo tres de ellos consiguieron sobrevivir hasta la edad adulta. El parto en aquella mujer dejó un profundo odio hacia su esposo y a sus hijos, pues había caído en cuenta que, sin importar lo que sucediera, ninguno de ellos podría comprenderla, ninguno podría entender su dolor ni mucho menos su soledad. Y en su penúltimo parto, en el momento de tener en sus brazos a la pequeña y arrugada criatura que llevaría por nombre Lestat, vio en esos ojos pequeños y redondos que él no sería igual al resto de los Liouncourt, que el llevar en su cabecita rastros de una rubia cabellera le haría un ser similar a Gabrielle, un chico soñador, irritado y protestón. Pero a él también le repudió. Aquellas visiones se desvanecieron tan pronto lo apartaron de su seno y no volvió a pensar en ello durante sus primeros años de vida.
La fría personalidad de la napolitana se endureció conforme el tiempo pasaba y su silencio se agravó hasta el punto de aislarse, dejando de lado sus responsabilidades maternas. Pasaba los días con la vista clavada en sus lecturas, en ocasiones respondía cartas y las enviaba a su familia en Nápoles, otras veces daba paseos solitarios lejos de la vista de cualquiera, así fuese dentro de las gélidas y ásperas paredes de la morada o entre los altos árboles del bosque. Pero jamás se preocupó por educar a sus hijos, ni al mayor de ellos, Augustin, de manera que los tres permanecieron analfabetas, sin saber leer o escribir, sin ser capaces de poseer los mismos conocimientos que Gabrielle o recibir una tierna caricia ni reprimenda de su parte.
La excepción fue, por supuesto, el menor de ellos. Lestat consiguió el favor de Gabrielle en muchas ocasiones y su apoyo incondicional, la intimidad que ni su padre tendría con ella, amándole de tal forma que ni ella misma era capaz de creer. Por él, la italiana vendió sus más preciadas posesiones para alentarlo en diversas situaciones, recordando las visiones que había recibido en cuanto éste naciera y viéndose a sí misma siempre que lo contemplaba. Sin embargo, la edad y los inviernos en la Auvernia le trajeron la tisis. No era la muerte en sí a lo que temía, sino al hecho que había tenido una vida terrible y que moriría patéticamente rodeada de quienes más odiaba. Sabía también que no podría dejar a Lestat ahí, obligarlo a llevar la misma miserable vida que ella sin darle la oportunidad de ser libre, de manera que, luego de haber alentado la amistad entre él y Nicolas, un joven de edad similar que él, envió a ambos a París con la ayuda de las últimas joyas de familia que poseía.
Aunque todo sucedía a distancia, el lazo que unía madre a hijo se afianzó gracias a las constantes cartas que se enviaban mutuamente, en las que Lestat solía contarle de sus aventuras y pasiones en las calles parisinas, hasta que, de súbito, las palabras de su hijo comenzaron a llenarse de secretos que revivieron la curiosidad e intriga de la rubia. Intrigada por el súbito cambio de fortuna que Lestat sufrió al paso de unos años, Gabrielle y Nicolas se convirtieron en confidentes. Sin lograr obtener mayor respuesta que el que Lestat se casara con una mujer de vasta riqueza y decidiendo pasar sus últimos días cerca de su hijo, decidió viajar a París, algo de lo que sólo Nicolas estaba informado, aunque no por mucho. Lestat acudió a verla a la segunda noche e intentó ocultarle la verdad de su nuevo estado, pero ella enseguida descubrió que había cambiado y se había convertido en vampiro. Cuando Gabrielle comenzó a morirse ante sus ojos, Lestat, movido por la desesperación, la convirtió en una vampiresa. A partir de entonces comenzaron a vivir juntos, sólo ellos dos en el Jardín Salvaje que era el mundo.
Los problemas con los de su propia especie los llevó a ambos a tomar la decisión de abandonar Francia de manera definitiva, de viajar por el mundo explotando las nuevas habilidades que tenían gracias a su naturaleza vampírica. Al principio ambos permanecieron juntos en todo momento, pero a medida que viajaban, Gabrielle comenzó a ausentarse, primero días, después semanas e incluso meses, regresando únicamente para ver a Lestat y moverse a otra ciudad. La diferencia entre ambas criaturas era evidente y aunque la italiana luchó por ignorarlo, llegó el momento en el que apartarse era inminente. Deseaba que su hijo fuese enteramente como ella, que dejase de lado las preocupaciones y lazos de su antigua vida, para que viajara junto a ella, pero no fue así y finalmente se separaron en El Cairo, ella tomando rumbo hacia las selvas Africanas y él a Nueva Orleans, donde el marqués d'Auvergne pasaría sus últimos días.
Tras haber concluido con sus viajes en África decidió regresar a Europa y explorar los países eslavos con mayor detenimiento, encontrando la misma cantidad de criaturas que en Europa central, aunque sin duda aquellas eran más siniestras. Poco después llegó a territorio nórdico, dejando que la profunda nieve de Suecia la conquistara por un largo tiempo, en donde además conoció a una cambiaformas que con el tiempo se convertiría en una amiga. Una relación bastante extraña sin duda. La maternidad de aquella mujer le recordó el profundo afecto que le tenía a Lestat y que, a pesar de la manera en la que ambos se dijeron adiós, no podría pasar una eternidad sin tenerle cerca, o al menos saber la ubicación de éste.
Treinta años después de aquel encuentro con la mujer sueca, decidió que era tiempo de regresar a París, donde muy seguramente estaría Lestat, y así lo hizo. Habiendo saciado su curiosidad, consideró que no había ninguna otra cosa que deseara más que vivir largos años a su lado, pues era él al único a quien había logrado amar.
× Ni siquiera en sus comienzos como vampira tuvo respeto alguno por la vida humana y muy escazamente la tuvo cuando humana. Es una asesina a sangre fría y, a diferencia de muchos otros vampiros, no juega con sus víctimas, sino simplemente consigue lo que necesita de ellos y vuelve su atención hacia sus propios asuntos.
× Prefiere escarbar en la tierra y dormir en ahí, en lugar de hacerlo en un ataúd, ya que, además de considerarlo más seguro, le resulta mucho más cómodo.
× Durante sus viajes aprendió que era posible alimentarse de animales, de manera que no era necesario tener que entrar a una ciudad o pueblo para conseguir una buena cena.
× A pesar de que en sus años como humana leer era lo único que hacía, cuando se convirtió en vampiro se volvió una labor bastante tediosa y una completa pérdida de tiempo al poseer la libertad que se le había negado entonces.
× Prefiere escarbar en la tierra y dormir en ahí, en lugar de hacerlo en un ataúd, ya que, además de considerarlo más seguro, le resulta mucho más cómodo.
× Durante sus viajes aprendió que era posible alimentarse de animales, de manera que no era necesario tener que entrar a una ciudad o pueblo para conseguir una buena cena.
× A pesar de que en sus años como humana leer era lo único que hacía, cuando se convirtió en vampiro se volvió una labor bastante tediosa y una completa pérdida de tiempo al poseer la libertad que se le había negado entonces.
Última edición por Elle De Lioncourt el Sáb Jun 28, 2014 3:59 pm, editado 2 veces
Gabrielle De Lioncourt2- Vampiro Clase Alta
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Asagi Dunkelheit- Vampiro Clase Alta
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Re: Gabrielle de Lioncourt
por Asagi Dunkelheit Lun Mayo 12, 2014 7:15 pm
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BIENVENIDA A VICTORIAN VAMPIRES.
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Asagi Dunkelheit- Vampiro Clase Alta
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