AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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¡Mujer tenías que ser! || Filippa Tumminelli
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¡Mujer tenías que ser! || Filippa Tumminelli
Las personas se conglomeran alrededor de la Torre Eiffel, son las fiestas de primavera y durante largos instantes te preguntas cómo no pudieron hacerlas otro día. ¿Por qué ahora mismo que estás tras ese vampiro que está causándote problemas al resbalarse entre tus dedos como granos de arena? Te detienes un momento mirando a tu alrededor, por un instante la multitud se ha convertido en una pantalla en la cual él se ha desvanecido.
Resoplas con impaciencia subiendo con rapidez por las escaleras de incendios de uno de los edificios hasta la azotea colocando un pie sobre el batiente de la pared de la fachada principal. Observas a tu alrededor con inquietud, esperas que no se haya largado y desaparecido, sería el colmo cuando llevas tanto tiempo tras su pista. De reojo miras algo y tu cabeza gira en automático para verlo escabullirse. Lo tienes por fin. Corres con rapidez por las azoteas, así al menos puedes evitar que una persona termine en el suelo y los consabidos reclamos por ello.
No lo pierdes, no puedes darte ese lujo otra vez. Tus pasos se vuelven más presurosos, te apuras con toda la intención de no dejar atrás nada, ni siquiera dudas un instante. Tus pies se impulsan para dar un salto hacia la otra acera, es sólo cuestión de poner la fuerza suficiente y estás llegando al otro lado cayendo sobre tu hombro para dar una maroma y volver estar en pie para continuar el camino.
La ropa que usas está diseñada para perseguir sobrenaturales. Pantalones oscuros, botas pesadas para que con una patada se queden estáticos por segundos, guantes, una gabardina larga y de la que cuelgan tu xiphos, un arco en la espalda con un carcaj oculto bajo la tela del abrigo largo y un par de pistolas para sólo son de adorno la mayor parte de las veces porque casi no las utilizas, pero que ahora mismo estás sacando una para detenerte, apuntar y disparar.
Las personas ni siquiera se dan cuenta de lo sucedido, están pensando que quizá el sonido del balazo fue en realidad unos cohetes por lo que aprovechas y te bajas de varios saltos en los bordes de un par de paredes para caer al piso y acercarte al otro. Le observas desde tu altura, pero no te confías del todo, introduces la mano dentro de la gabardina - Joseph, me parece que estuviste jugando mucho tiempo al gato y al ratón... es hora de decir adiós - te preparas para asestarle el golpe y terminas con un dolor en los costados. No entiendes qué está pasando, volteas un poco a la derecha y observas al otro vampiro que te ha introducido algo al cuerpo.
La sensación es desgarradora y mientras intentas mantenerte en pie, los dos te rodean dispuestos a aprovecharse de la situación y cambiar las tornas. Quizá si no tuvieras el entrenamiento de joven... quizá si no tuvieras las ideas tan fijas... tus piernas son las primeras en reaccionar, tus brazos después, el callejón en el que te encuentras se llena pronto de gritos de sorpresa y luego, dolor. Cuando emerges de él, sólo acomodas el cuello de tu gabardina esperando que la herida pronto cure, caminas en total silencio habiendo dejado tras de tí a lo que antes eran dos vampiros y ahora no son nada.
Tus pasos te llevan a la zona residencial cuando te quedas quieto, recargado contra la pared, el dolor de la espalda escoce como nunca, te preguntas qué ha pasado, pero seguro que no es nada bueno. Sangre, es lo que necesitas. Aspiras profundo para encontrar una fuente que seguir y tus pies avanzan con celeridad intentando llegar a ésta antes de que colapses. Te introduces en la enorme casa y buscas con los sentidos aguzados las presencias en el hogar, pero sobre todo la que te dará la suficiente fuerza y te permitirá sobrevivir. Llegas hasta una recámara y la abres con cuidado, la figura en el lecho es visible y te acercas con tranquilidad esperando que no se despierte.
- Shhh - susurras bajo tomando su mentón, aprestándote para detenerla en caso de ser necesario. Necesitas beber de ella, te urge su vitae.
Resoplas con impaciencia subiendo con rapidez por las escaleras de incendios de uno de los edificios hasta la azotea colocando un pie sobre el batiente de la pared de la fachada principal. Observas a tu alrededor con inquietud, esperas que no se haya largado y desaparecido, sería el colmo cuando llevas tanto tiempo tras su pista. De reojo miras algo y tu cabeza gira en automático para verlo escabullirse. Lo tienes por fin. Corres con rapidez por las azoteas, así al menos puedes evitar que una persona termine en el suelo y los consabidos reclamos por ello.
No lo pierdes, no puedes darte ese lujo otra vez. Tus pasos se vuelven más presurosos, te apuras con toda la intención de no dejar atrás nada, ni siquiera dudas un instante. Tus pies se impulsan para dar un salto hacia la otra acera, es sólo cuestión de poner la fuerza suficiente y estás llegando al otro lado cayendo sobre tu hombro para dar una maroma y volver estar en pie para continuar el camino.
La ropa que usas está diseñada para perseguir sobrenaturales. Pantalones oscuros, botas pesadas para que con una patada se queden estáticos por segundos, guantes, una gabardina larga y de la que cuelgan tu xiphos, un arco en la espalda con un carcaj oculto bajo la tela del abrigo largo y un par de pistolas para sólo son de adorno la mayor parte de las veces porque casi no las utilizas, pero que ahora mismo estás sacando una para detenerte, apuntar y disparar.
Las personas ni siquiera se dan cuenta de lo sucedido, están pensando que quizá el sonido del balazo fue en realidad unos cohetes por lo que aprovechas y te bajas de varios saltos en los bordes de un par de paredes para caer al piso y acercarte al otro. Le observas desde tu altura, pero no te confías del todo, introduces la mano dentro de la gabardina - Joseph, me parece que estuviste jugando mucho tiempo al gato y al ratón... es hora de decir adiós - te preparas para asestarle el golpe y terminas con un dolor en los costados. No entiendes qué está pasando, volteas un poco a la derecha y observas al otro vampiro que te ha introducido algo al cuerpo.
La sensación es desgarradora y mientras intentas mantenerte en pie, los dos te rodean dispuestos a aprovecharse de la situación y cambiar las tornas. Quizá si no tuvieras el entrenamiento de joven... quizá si no tuvieras las ideas tan fijas... tus piernas son las primeras en reaccionar, tus brazos después, el callejón en el que te encuentras se llena pronto de gritos de sorpresa y luego, dolor. Cuando emerges de él, sólo acomodas el cuello de tu gabardina esperando que la herida pronto cure, caminas en total silencio habiendo dejado tras de tí a lo que antes eran dos vampiros y ahora no son nada.
Tus pasos te llevan a la zona residencial cuando te quedas quieto, recargado contra la pared, el dolor de la espalda escoce como nunca, te preguntas qué ha pasado, pero seguro que no es nada bueno. Sangre, es lo que necesitas. Aspiras profundo para encontrar una fuente que seguir y tus pies avanzan con celeridad intentando llegar a ésta antes de que colapses. Te introduces en la enorme casa y buscas con los sentidos aguzados las presencias en el hogar, pero sobre todo la que te dará la suficiente fuerza y te permitirá sobrevivir. Llegas hasta una recámara y la abres con cuidado, la figura en el lecho es visible y te acercas con tranquilidad esperando que no se despierte.
- Shhh - susurras bajo tomando su mentón, aprestándote para detenerla en caso de ser necesario. Necesitas beber de ella, te urge su vitae.
Jophiel Rothschild- Condenado/Vampiro/Clase Alta
- Mensajes : 28
Fecha de inscripción : 18/05/2014
Re: ¡Mujer tenías que ser! || Filippa Tumminelli
"En un platillo de la balanza coloco mis odios; en el otro, mis amores.
Y he llegado a la conclusión de que si las cicatrices enseñan; las caricias, también". - MB
Y he llegado a la conclusión de que si las cicatrices enseñan; las caricias, también". - MB
Sólo dos días habían pasado desde su partida y aún le dolía. Filippa tenía una herida a la altura de sus caderas en el costado izquierdo de su cuerpo. Todo había ocurrido cuando dejó que Christos conociera a su pequeño Freddy. El vampiro había reconocido a su hijo, el pequeño identificó a su padre, y aunque todo marchaba mejor de lo planeado, la caída del infante ocasionó que la bomba explotara. Rudd no pudo resistirse y por poco muerde a la criatura, para detenerlo la mujer se interpuso y dejó que la mordiera a ella. Le quitó una gran cantidad de sangre, tanta que se desvaneció y al respetar al miedo de la perdida de sus pequeños la apoderó. Para su buena suerte todo salió bien, la criatura había logrado tomar el control de su mismo. Mantuvo con vida a los niños, buscó la manera de ver por la buena salud de la mujer y después se marchó con el espíritu de su ex mujer para no volver.
Esos dos días habían servido para que la mujer descansara. Retomara fuerzas y decidiera que era momento de seguir con su vida. Su mente hasta ese día se encontraba limpia, libre de amenaza alguna. Aquella bruja que le atormentaba los pensamientos parecía lejana, debía disfrutar de su paz mental. Fue así como decidió pasear por las calles principales de la ciudad, dejar que los niños corrieran por las tiendas y compraran a su antojo. Ella bien sabía que no existía economía que compensara el dolor de dos pequeños, pero al menos los mantenía distraídos, y eso era ganancia para no verlos mal. Filippa podría ser una mujer no muy cuerda, pero su amor de madre la transformaba, la hacía una buena persona, y con ello ganarse reconocimientos no sólo de las personas, sino también de sus hijos, los que en realidad eran los únicos que importaban.
Filippa salió de aquella gran habitación resguardada al final de la mansión hasta que se quedaron dormidos. No era muy pasada la noche, en realidad seguramente apenas y serían las nueve, el tiempo que había programado para que llegara su medico de cabecera, ese que cómo ella sabía de la existencia de las criaturas de la noche, de los vampiros, de los hombres lobos. Dante era el nombre de su sanador, quien le había logrado sacar parte del veneno de la criatura de la noche, quien le regresó a la vida. La mujer había decidido que era momento de probar alternativas más fuertes, experimentar para no correr riesgos, si todo salía como ella planeaba, la cura contra sus males estaría lista para esa noche, y ella junto con sus hijos jamás volverían a padecer por el ataque de un vampiro.
La noche ya entrada enviaba a Filippa a la cama, su compañera la luna le adornaba el camino directo a su habitación. No tardó en cambiarse, tampoco en recostarse, y al poco tiempo ya se encontraba abraza a ese Dios que se hacía llamar Morfeo, pocos creían en él, pero ella que tanto conocía sobre otras criaturas ya lo creía todo, se permitía afirmar que alguien la acompañaba entre sueños, en su velada, y que jamás estaba sola entre sabanas. Ideas locas pero que a ella le funcionaban tener. La noche parecía tranquila, la sensación de seguridad la embriagaba, la realidad era otra, porque la criatura cerca se encontraba y ella lo sabía, lo sentía.
— No, no, no — Empujó las manos del vampiro al sentirlas sobre su cuello. Su rostro perfecto, su piel nívea se habían arrugado por aquello, que fastidio que tuviera una criatura que llegar tan pronto, y ella no estaba muy segura del efecto de aquella inyección. Filippa se sentó con rapidez en la orilla de la cama, achicó los ojos intentando reconocer la figura masculina, la carencia de luz no ayudaba — ¿No tienes educación? Ustedes criaturas nocturnas se creen con el derecho de entrometerse en casa ajena ¿no les fastidia? — Refunfuñó antes de cruzarse de brazos y mirarlo de forma inquisitiva. — Ustedes no me agradan, creyéndose los todos poderosos, pero venga, muérdeme, me han inyectado sangre de licántropo, estoy segura que ni siquiera podrás sorber más de dos veces porque estarás muerto — Le afirmó con aquella mirada llena de triunfo.
— ¿Qué lugar prefieres? ¿Muñeca, cuello, alguna pierna o el brazo? — Mientras iba diciendo las zonas de su cuerpo las estaba exponiendo. Filippa hablaba con fuerza, casi como si se tratara de una desequilibrada mental, le ponía de malas tener que lidiar con esas situaciones, saber que sus hijos se encontraban en peligro a no muchas habitaciones de distancia — ¿Quién saldría perdiendo ahora, vampiro? — Y aunque la criatura estaba a punto de quitarle de su sangre, no le gustaba decirle de esa manera, debía tener un nombre ¿No? — ¿Y eres? Mínimo preséntate — No le pidió, le exigió que lo hiciera, a fin de cuentas él estaba en propiedad ajena. De algo debía contar eso ¿No?
Esos dos días habían servido para que la mujer descansara. Retomara fuerzas y decidiera que era momento de seguir con su vida. Su mente hasta ese día se encontraba limpia, libre de amenaza alguna. Aquella bruja que le atormentaba los pensamientos parecía lejana, debía disfrutar de su paz mental. Fue así como decidió pasear por las calles principales de la ciudad, dejar que los niños corrieran por las tiendas y compraran a su antojo. Ella bien sabía que no existía economía que compensara el dolor de dos pequeños, pero al menos los mantenía distraídos, y eso era ganancia para no verlos mal. Filippa podría ser una mujer no muy cuerda, pero su amor de madre la transformaba, la hacía una buena persona, y con ello ganarse reconocimientos no sólo de las personas, sino también de sus hijos, los que en realidad eran los únicos que importaban.
Filippa salió de aquella gran habitación resguardada al final de la mansión hasta que se quedaron dormidos. No era muy pasada la noche, en realidad seguramente apenas y serían las nueve, el tiempo que había programado para que llegara su medico de cabecera, ese que cómo ella sabía de la existencia de las criaturas de la noche, de los vampiros, de los hombres lobos. Dante era el nombre de su sanador, quien le había logrado sacar parte del veneno de la criatura de la noche, quien le regresó a la vida. La mujer había decidido que era momento de probar alternativas más fuertes, experimentar para no correr riesgos, si todo salía como ella planeaba, la cura contra sus males estaría lista para esa noche, y ella junto con sus hijos jamás volverían a padecer por el ataque de un vampiro.
La noche ya entrada enviaba a Filippa a la cama, su compañera la luna le adornaba el camino directo a su habitación. No tardó en cambiarse, tampoco en recostarse, y al poco tiempo ya se encontraba abraza a ese Dios que se hacía llamar Morfeo, pocos creían en él, pero ella que tanto conocía sobre otras criaturas ya lo creía todo, se permitía afirmar que alguien la acompañaba entre sueños, en su velada, y que jamás estaba sola entre sabanas. Ideas locas pero que a ella le funcionaban tener. La noche parecía tranquila, la sensación de seguridad la embriagaba, la realidad era otra, porque la criatura cerca se encontraba y ella lo sabía, lo sentía.
— No, no, no — Empujó las manos del vampiro al sentirlas sobre su cuello. Su rostro perfecto, su piel nívea se habían arrugado por aquello, que fastidio que tuviera una criatura que llegar tan pronto, y ella no estaba muy segura del efecto de aquella inyección. Filippa se sentó con rapidez en la orilla de la cama, achicó los ojos intentando reconocer la figura masculina, la carencia de luz no ayudaba — ¿No tienes educación? Ustedes criaturas nocturnas se creen con el derecho de entrometerse en casa ajena ¿no les fastidia? — Refunfuñó antes de cruzarse de brazos y mirarlo de forma inquisitiva. — Ustedes no me agradan, creyéndose los todos poderosos, pero venga, muérdeme, me han inyectado sangre de licántropo, estoy segura que ni siquiera podrás sorber más de dos veces porque estarás muerto — Le afirmó con aquella mirada llena de triunfo.
— ¿Qué lugar prefieres? ¿Muñeca, cuello, alguna pierna o el brazo? — Mientras iba diciendo las zonas de su cuerpo las estaba exponiendo. Filippa hablaba con fuerza, casi como si se tratara de una desequilibrada mental, le ponía de malas tener que lidiar con esas situaciones, saber que sus hijos se encontraban en peligro a no muchas habitaciones de distancia — ¿Quién saldría perdiendo ahora, vampiro? — Y aunque la criatura estaba a punto de quitarle de su sangre, no le gustaba decirle de esa manera, debía tener un nombre ¿No? — ¿Y eres? Mínimo preséntate — No le pidió, le exigió que lo hiciera, a fin de cuentas él estaba en propiedad ajena. De algo debía contar eso ¿No?
Filippa Tumminelli- Humano Clase Alta
- Mensajes : 35
Fecha de inscripción : 05/11/2012
Re: ¡Mujer tenías que ser! || Filippa Tumminelli
Las sombras lo revisten todo con un manto de oscuridad y negras vísperas, la habitación está en una quietud propia del letargo de su ocupante, entre sábanas y frazadas descansa a tu vista, el resquicio de su piel entre sus manos al tomarla del mentón te hace notar una piel lozana, que significa una persona bien alimentada, que puede darte bastantes nutrientes para sobrevivir. Bajas la cabeza intentando tomar lo que por derecho es tuyo cuando ella despierta negándose.
Te alejas un par de pasos volteando con rapidez hacia atrás, esperando que esos sonidos impropios de su garganta no hayan despertado a nadie más. No te preocupa en lo más mínimo que alguien te descubra, pero si es así, no puedes dejar huellas, ni testigos. Deberás hacer lo que hace años prometiste, ante la Inquisición, no reincidir: matar. Beber de su líquido caliente y rojo hasta saciarte por completo y luego, prender fuego a la propiedad para no dejar testigos.
Recorres con las mirada a la damisela en el lecho ya sentada, colocas tus manos en las caderas en tanto la analizas con curiosidad. ¿Qué tipo de mujer es para saber de la existencia de los tuyos? - Si guardas silencio y te mantienes tranquila, quizá pueda resolver tus interrogantes, en caso contrario pudiera ser que no tengas tan buena suerte - ¿Hablas de matarla? Por supuesto, no te gustan las mujeres parlantes, las que abren la boca sólo porque sí y, muy en lo profundo, te acuerdas de Agatha. Te sonríes muy corto pensando que esta nueva mujer no le envidia nada a la espartana. No, sí, por lo que ves de su cuerpo, un poco más de tono muscular, piernas más largas y de paso...
Te atreves a tomarle la mano y ponerla en pie para saciar tu curiosidad. Sí, le falta trasero. De todas formas tus orbes vuelven a ella haciendo de éstos pequeñas rendijas. ¿Sangre de licántropo? - ¿De verdad? ¿Y a quién se le ocurrió la fantástica idea? ¿Sabías que es contraproducente para los humanos? ¿Que incita a la locura y a la constante pérdida de la conciencia de lo que es real y lo que no? - resoplas negando con la cabeza, tienes que investigar qué clase de sujeto está haciendo eso. Y para qué. Lo consultará con sus compañeros de las otras facciones, eso puede dar lugar a una búsqueda jugosa.
Tu instinto prima en el instante en que se ha puesto tozuda, no estás acostumbrado a que se te niegue nada, pero sobre todo, a que te encaren con tal desfachatez, por lo que le tomas de las muñecas, la echas a la cama contigo encima y le abres los brazos colocando las manos por encima de su cabeza dejando abierta la guardia. Tus colmillos se asoman por sobre tus labios, bajas la nariz hasta llegar a su cuello aspirando y descubriendo que el olor de ella te incita. Mantienes tu cuerpo encima del suyo para que no pueda moverse demasiado. Tomas ambas manos con una de las tuyas bajando con la otra por su brazo, acariciándolo, su contorno y en las caderas se mantiene.
- όμορφη σαν τα πιο γλυκά και εκδικητικός θεές - recitas parte de la historia que alguna vez escuchaste a un ateniense. Te sientas a horcajadas sobre ella disfrutando de sentir la tibieza de su cuerpo bajo el tuyo. Tu lengua pasa sibilina por tus labios humedeciéndolos, se te antoja tomar más que su sangre. - Jophiel... ese es mi nombre, mortal imprudente - vas a bajar a tomar sus labios cuando el pinchazo de la espalda se empieza a volver insoportable. Tragas un poco de saliva con dificultad, sintiendo las paredes de la garganta como pinchos. Toses una y otra vez por lo que te bajas de la cama reculando hasta que tus espaldas sienten la firme pared.
Aspiras y sueltas aire innecesario, vuelves a toser, esta vez te llevas una mano a la boca de forma instintiva. Al abrir los ojos te quedas mirando la palma. Sangre. ¿Qué fue lo que te hizo ese otro vampiro? Te llevas la mano a la espalda sin pensarlo, descubriendo tu punto débil a la mujer, pero no te preocupa, al menos no por ahora. El enemigo puede ser otra persona, una que incluso te haya seguido. Maldices por lo bajo al contemplar la posibilidad. Te asomas por la ventana con cuidado observando a tu alrededor. Un movimiento llama tu atención, un hombre parece estar revisando con cuidado su reloj, muy atento a ello. Quizá esté contando los minutos que te falten para caer en sus garras.
Te alejas un par de pasos volteando con rapidez hacia atrás, esperando que esos sonidos impropios de su garganta no hayan despertado a nadie más. No te preocupa en lo más mínimo que alguien te descubra, pero si es así, no puedes dejar huellas, ni testigos. Deberás hacer lo que hace años prometiste, ante la Inquisición, no reincidir: matar. Beber de su líquido caliente y rojo hasta saciarte por completo y luego, prender fuego a la propiedad para no dejar testigos.
Recorres con las mirada a la damisela en el lecho ya sentada, colocas tus manos en las caderas en tanto la analizas con curiosidad. ¿Qué tipo de mujer es para saber de la existencia de los tuyos? - Si guardas silencio y te mantienes tranquila, quizá pueda resolver tus interrogantes, en caso contrario pudiera ser que no tengas tan buena suerte - ¿Hablas de matarla? Por supuesto, no te gustan las mujeres parlantes, las que abren la boca sólo porque sí y, muy en lo profundo, te acuerdas de Agatha. Te sonríes muy corto pensando que esta nueva mujer no le envidia nada a la espartana. No, sí, por lo que ves de su cuerpo, un poco más de tono muscular, piernas más largas y de paso...
Te atreves a tomarle la mano y ponerla en pie para saciar tu curiosidad. Sí, le falta trasero. De todas formas tus orbes vuelven a ella haciendo de éstos pequeñas rendijas. ¿Sangre de licántropo? - ¿De verdad? ¿Y a quién se le ocurrió la fantástica idea? ¿Sabías que es contraproducente para los humanos? ¿Que incita a la locura y a la constante pérdida de la conciencia de lo que es real y lo que no? - resoplas negando con la cabeza, tienes que investigar qué clase de sujeto está haciendo eso. Y para qué. Lo consultará con sus compañeros de las otras facciones, eso puede dar lugar a una búsqueda jugosa.
Tu instinto prima en el instante en que se ha puesto tozuda, no estás acostumbrado a que se te niegue nada, pero sobre todo, a que te encaren con tal desfachatez, por lo que le tomas de las muñecas, la echas a la cama contigo encima y le abres los brazos colocando las manos por encima de su cabeza dejando abierta la guardia. Tus colmillos se asoman por sobre tus labios, bajas la nariz hasta llegar a su cuello aspirando y descubriendo que el olor de ella te incita. Mantienes tu cuerpo encima del suyo para que no pueda moverse demasiado. Tomas ambas manos con una de las tuyas bajando con la otra por su brazo, acariciándolo, su contorno y en las caderas se mantiene.
- όμορφη σαν τα πιο γλυκά και εκδικητικός θεές - recitas parte de la historia que alguna vez escuchaste a un ateniense. Te sientas a horcajadas sobre ella disfrutando de sentir la tibieza de su cuerpo bajo el tuyo. Tu lengua pasa sibilina por tus labios humedeciéndolos, se te antoja tomar más que su sangre. - Jophiel... ese es mi nombre, mortal imprudente - vas a bajar a tomar sus labios cuando el pinchazo de la espalda se empieza a volver insoportable. Tragas un poco de saliva con dificultad, sintiendo las paredes de la garganta como pinchos. Toses una y otra vez por lo que te bajas de la cama reculando hasta que tus espaldas sienten la firme pared.
Aspiras y sueltas aire innecesario, vuelves a toser, esta vez te llevas una mano a la boca de forma instintiva. Al abrir los ojos te quedas mirando la palma. Sangre. ¿Qué fue lo que te hizo ese otro vampiro? Te llevas la mano a la espalda sin pensarlo, descubriendo tu punto débil a la mujer, pero no te preocupa, al menos no por ahora. El enemigo puede ser otra persona, una que incluso te haya seguido. Maldices por lo bajo al contemplar la posibilidad. Te asomas por la ventana con cuidado observando a tu alrededor. Un movimiento llama tu atención, un hombre parece estar revisando con cuidado su reloj, muy atento a ello. Quizá esté contando los minutos que te falten para caer en sus garras.
Jophiel Rothschild- Condenado/Vampiro/Clase Alta
- Mensajes : 28
Fecha de inscripción : 18/05/2014
Re: ¡Mujer tenías que ser! || Filippa Tumminelli
Aunque resultara extraño, la humana no tenía ni siquiera una pizca de miedo. Consciente estaba que en cualquier instante podría perder la vida. Eso poco le importaba, si tenía que dar hasta la última gota de su sangre eso estaba bien, todo con tal de dejar a sus hijos a salvo. Si la mujer llegaba a faltar, existían instrucciones que marcaban en claro quienes se quedaban con su fortuna, y también quienes serían los tutores de sus pequeños. Se lo daría todo, todo lo que el intruso quisiera, sin embargo le daría guerra, batalla, lo pondré al borde de la desesperación al ser tan fastidiosa, porque sobrenatural o no, ella tendría sus dones, su manera de al menos asestar un buen golpe antes de cerrar los ojos para no volver a abrirlos. Así de claro era todo. ¿Un par de mordidas? ¿Qué de malo tenía eso? Además, la sangre de licántropo debía causarle algún daño ¿no? Lo debilitaría, ella tendría una buena ventaja. O al menos eso esperaba.
Filippa se sintió expuesta por la forma en que el hombre la observó. La manera en que recorrió su cuerpo, nadie había sido tan descarado con ella, o quizás si pero ella no lo había notado, o al menos no le había importado. Se trataba de una criatura que se encontraba en su propiedad, a alguien que ni siquiera conocía y que por supuesto era más fuerte, lo cual le hacía sentir incluso más débil de lo que era. Obviamente si se hablaba de fuerza, porque de temperamento, bueno, en eso aún no la llegaba a intimidar, porque con las palabras ella podía jugar demasiado, y siempre sacaba provecho al respecto. Una mujer inteligente que sabía lo que poseía y podría causar resultaba corrosiva para la sociedad en la que vivían. ¿A él le molestaría ver a una dama sin pizca de sumisión? Sonrió por su pregunta, esa que era parte de sus pensamientos. Le divertía llenar de cólera a esos hombres tan machistas.
Se asustó al sentir aquel cuerpo pesado sobre su figura. ¿Por qué actuaba esa criatura así? Ella tenía entendido que los vampiros actuaban según sus impulsos, sus instintos, era normal que de un momento a otro actuara de cierta manera, sin embargo tanto contacto, tanto acercamiento no le resultaba nada bueno. A Filippa no le gustaba que invadieran más de la cuenta su espacio personal, evidentemente le gustaban las caricias, entre otras cosas, pero todo era a través de su consentimiento, sino, no le gustaba, lo llevaba a aborrecer. Para su mala suerte parecía que al vampiro le gustaba tanta cercanía, y que sin importar sus advertencias se encontraba dispuesto a tomar de ella lo que no le correspondía. Su vitalidad. Su sangre.
— No creo que a ti deba importarte las ideas fantásticas que llegue a tener mi gente, sin embargo en este momento estoy sintiendo un deseo enfermizo porque me muerdas y tomes un poco de mi sangre, sería agradable ver cómo te debilitas ante mis ojos, tengo otras armas cerca para poder usar contigo — Su lengua viperina quizás le costaría más de la cuenta en un futuro próximo, pero ¿Qué importaba? Filippa estaba para vivir al limite, su conciencia estaba siendo propia, la bruja que ella dominaba le había dejado mucho rato libre así que iba a aprovecharlo sin importar que tan atrevida e imprudente podría ser. — ¿Entonces? — Preguntó como queriendo retar a su intruso. La simple idea de ser mordida la incitaba.
La joven no contaba con aquella herida de guerra que el inquisidor llevaba consigo. Cuando bajó de su cuerpo aprovechó para hacer lo mismo pero de la cama. Se aproximó a llegar a una esquina que llevaba a una puerta, y estaba a punto de girarla pero la sangre ajena la detuvo, incluso la mareó. Uno de los secretos más grandes de Filippa era su odio a la sangre, lo mal y nerviosa que la ponía; tragó saliva con fuerza y respiró desviando su mirada, sin embargo no se quedó así, en su interior la curiosidad era tan grande que deseaba saber con exactitud que le ocurría a su ahora invitado.
— Tal parece que juegan contigo y por eso tu vienes a jugar conmigo — Mencionó con el tono de voz altanero y el mentón ligeramente alto, una pose clara que necesitaba mostrar superioridad. Se mordió si labio inferior intentando distraer sus pensamientos, de esa forma su dolor personal la alejaría de la visión rojiza. La mujer le tomó el brazo y sin avisar si quiera lo movió, lo hizo girar para poder tener una clara visión de su herida. Inevitablemente hizo una mueca, eso se veía mal. — ¿Cuánto tardas más o menos en sanar? — Preguntó ya con un tono de voz más tranquilo. — Eso no se ve muy bien, de hecho hasta me han dado ganas de vomitar — Y no, no era burla, era la realidad. ¿El vampiro se sanaría? Sabía de esas criaturas gracias a Christos, pero no había preguntado lo suficiente.
— ¿Quieres que te cure? — Pero ella misma se dio cuenta de lo que había hecho. Estaba cediendo ante él, buscando ayudarlo, y es que en realidad Filippa podía ser muy altanera porque era una especie de escudo para ella, porque no era una mujer mala, por el contrario.
Filippa se sintió expuesta por la forma en que el hombre la observó. La manera en que recorrió su cuerpo, nadie había sido tan descarado con ella, o quizás si pero ella no lo había notado, o al menos no le había importado. Se trataba de una criatura que se encontraba en su propiedad, a alguien que ni siquiera conocía y que por supuesto era más fuerte, lo cual le hacía sentir incluso más débil de lo que era. Obviamente si se hablaba de fuerza, porque de temperamento, bueno, en eso aún no la llegaba a intimidar, porque con las palabras ella podía jugar demasiado, y siempre sacaba provecho al respecto. Una mujer inteligente que sabía lo que poseía y podría causar resultaba corrosiva para la sociedad en la que vivían. ¿A él le molestaría ver a una dama sin pizca de sumisión? Sonrió por su pregunta, esa que era parte de sus pensamientos. Le divertía llenar de cólera a esos hombres tan machistas.
Se asustó al sentir aquel cuerpo pesado sobre su figura. ¿Por qué actuaba esa criatura así? Ella tenía entendido que los vampiros actuaban según sus impulsos, sus instintos, era normal que de un momento a otro actuara de cierta manera, sin embargo tanto contacto, tanto acercamiento no le resultaba nada bueno. A Filippa no le gustaba que invadieran más de la cuenta su espacio personal, evidentemente le gustaban las caricias, entre otras cosas, pero todo era a través de su consentimiento, sino, no le gustaba, lo llevaba a aborrecer. Para su mala suerte parecía que al vampiro le gustaba tanta cercanía, y que sin importar sus advertencias se encontraba dispuesto a tomar de ella lo que no le correspondía. Su vitalidad. Su sangre.
— No creo que a ti deba importarte las ideas fantásticas que llegue a tener mi gente, sin embargo en este momento estoy sintiendo un deseo enfermizo porque me muerdas y tomes un poco de mi sangre, sería agradable ver cómo te debilitas ante mis ojos, tengo otras armas cerca para poder usar contigo — Su lengua viperina quizás le costaría más de la cuenta en un futuro próximo, pero ¿Qué importaba? Filippa estaba para vivir al limite, su conciencia estaba siendo propia, la bruja que ella dominaba le había dejado mucho rato libre así que iba a aprovecharlo sin importar que tan atrevida e imprudente podría ser. — ¿Entonces? — Preguntó como queriendo retar a su intruso. La simple idea de ser mordida la incitaba.
La joven no contaba con aquella herida de guerra que el inquisidor llevaba consigo. Cuando bajó de su cuerpo aprovechó para hacer lo mismo pero de la cama. Se aproximó a llegar a una esquina que llevaba a una puerta, y estaba a punto de girarla pero la sangre ajena la detuvo, incluso la mareó. Uno de los secretos más grandes de Filippa era su odio a la sangre, lo mal y nerviosa que la ponía; tragó saliva con fuerza y respiró desviando su mirada, sin embargo no se quedó así, en su interior la curiosidad era tan grande que deseaba saber con exactitud que le ocurría a su ahora invitado.
— Tal parece que juegan contigo y por eso tu vienes a jugar conmigo — Mencionó con el tono de voz altanero y el mentón ligeramente alto, una pose clara que necesitaba mostrar superioridad. Se mordió si labio inferior intentando distraer sus pensamientos, de esa forma su dolor personal la alejaría de la visión rojiza. La mujer le tomó el brazo y sin avisar si quiera lo movió, lo hizo girar para poder tener una clara visión de su herida. Inevitablemente hizo una mueca, eso se veía mal. — ¿Cuánto tardas más o menos en sanar? — Preguntó ya con un tono de voz más tranquilo. — Eso no se ve muy bien, de hecho hasta me han dado ganas de vomitar — Y no, no era burla, era la realidad. ¿El vampiro se sanaría? Sabía de esas criaturas gracias a Christos, pero no había preguntado lo suficiente.
— ¿Quieres que te cure? — Pero ella misma se dio cuenta de lo que había hecho. Estaba cediendo ante él, buscando ayudarlo, y es que en realidad Filippa podía ser muy altanera porque era una especie de escudo para ella, porque no era una mujer mala, por el contrario.
Filippa Tumminelli- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 05/11/2012
Re: ¡Mujer tenías que ser! || Filippa Tumminelli
No puedes saber que están rodeados, que el sujeto en la puerta de enfrente sólo es el que está midiendo en tiempo, asegurándose de que no salgas de ahí. Los otros, se apresuran a tomar sus posiciones para observar en la negra noche y atacarte en el momento más preciso. La casa se ha convertido en tu ratonera, por más que intentes salir por la puerta trasera, descubrirás a un par de lobos que se transforman en hombre a la menor provocación. O quizá es al revés, pero el orden no altera el resultado: te atacarán sin la menor consideración.
¿Por qué? Es una pregunta muy fácil de enunciar y difícil de contestar si no tuvieras a la mano los datos, para tu desgracia, así es. No tienes nada que pueda ayudarte a comprender hasta qué punto es personal. Tus ojos aún seguían viendo afuera a esa figura que no te da un buen presentimiento cuando la mujer te voltea de golpe hacia ella. ¿Débil? ¿Pensaste que lo era? Ahora descubres que no. Puede que sea la sangre licántropa en sus venas, pero no quieres equivocarte. Entornas los ojos agudizando un poco los sentidos para evitar alguna sorpresa, es tu instinto el que está primando ahora mismo.
- Puede que intente jugar conmigo, pero también está el hecho de que tengo muchos ases bajo la manga - quizá para otro pudiera ser un farol, una forma arrogante de demostrar lo que no se es, pero no en tí. Has estado en peores situaciones, al punto de la muerte y has salido avante. Ésta, no será la noche en la que caigas y menos ante los ojos de una mujer. Eso sería indigno. Te piensas en contestarle respecto a tu recuperación. Ese interés puede ser sano o bien, como lo ha demostrado al incitarte a morderla, una consecuencia más del afán de castigarte por haberte atrevido a tanto.
Otra mirada hacia abajo, una señal con la cabeza del sujeto que sigue ahí afuera y de inmediato lo sabes: tiene compañeros. Por lo menos uno más. - Éste no es un buen lugar para tí. No ahora, así que te recomiendo, en lugar de curarme, ve a esconderte. Se pondrá feo, hay mínimo dos sujetos afuera. Mínimo. Necesito saber cuántos son en total y contigo parloteando no podré hacerlo - sacas la Xiphos de detrás de la puerta donde la habías dejado desde que entraste. La observas con detenimiento, la maniobras un poco comprobando los reflejos de tu mano derecha.
De momento, todo parece en orden, pero sabes que sólo es una apreciación superficial. Si tomas en cuenta las palabras de la mujer, deberías haber sanado ya a pesar de la pérdida de sangre. Vuelves a mirar afuera, pero sigue el sujeto quieto, viendo su reloj. Aprovechas y te quitas la gabardina, el chaleco con compartimientos y luego, la camisola. La llevas a tu nariz exactamente en el orificio para olfatearla un poco y saber qué es lo que te introdujeron. Un ligero aroma te hace pensar con rapidez y resoplas. Bien, llevas las de perder de momento, pero esperas que ataquen lo más pronto posible, pero al dar otro vistazo notas que no es la intención.
El sujeto de afuera espera con paciencia a que el líquido inyectado al vampiro haga su efecto, así no podrá defenderse y será reducido con rapidez. Alrededor, la calle está vaciándose producto de las altas horas de la noche. El reloj sólo necesita avanzar unos 4 minutos más y entonces podrán entrar y hacerse cargo del Inquisidor. Así pagará lo de Venecia y Escocia. Lamenta mucho las personas que pueda haber dentro de la casa, pero tendrán también que caer con él. Son las consecuencias de haber aceptado a ese vampiro bajo su techo.
- No hay tiempo, ¿Qué esperas para esconderte? Por más ruido que escuches, no salgas ¿Entendiste? - vuelves a ponerte la camisola sabiendo los efectos que esa sustancia tiene en tí. El chaleco y la gabardina le siguen. Con la Xiphos en la mano, le tomas el brazo a la mujer llevándola hacia afuera de la habitación. Necesitas el espacio suficiente para defenderte, pero sobre todo, para mantener ocupados a tus enemigos y que ella pueda escapar.
¿Por qué? Es una pregunta muy fácil de enunciar y difícil de contestar si no tuvieras a la mano los datos, para tu desgracia, así es. No tienes nada que pueda ayudarte a comprender hasta qué punto es personal. Tus ojos aún seguían viendo afuera a esa figura que no te da un buen presentimiento cuando la mujer te voltea de golpe hacia ella. ¿Débil? ¿Pensaste que lo era? Ahora descubres que no. Puede que sea la sangre licántropa en sus venas, pero no quieres equivocarte. Entornas los ojos agudizando un poco los sentidos para evitar alguna sorpresa, es tu instinto el que está primando ahora mismo.
- Puede que intente jugar conmigo, pero también está el hecho de que tengo muchos ases bajo la manga - quizá para otro pudiera ser un farol, una forma arrogante de demostrar lo que no se es, pero no en tí. Has estado en peores situaciones, al punto de la muerte y has salido avante. Ésta, no será la noche en la que caigas y menos ante los ojos de una mujer. Eso sería indigno. Te piensas en contestarle respecto a tu recuperación. Ese interés puede ser sano o bien, como lo ha demostrado al incitarte a morderla, una consecuencia más del afán de castigarte por haberte atrevido a tanto.
Otra mirada hacia abajo, una señal con la cabeza del sujeto que sigue ahí afuera y de inmediato lo sabes: tiene compañeros. Por lo menos uno más. - Éste no es un buen lugar para tí. No ahora, así que te recomiendo, en lugar de curarme, ve a esconderte. Se pondrá feo, hay mínimo dos sujetos afuera. Mínimo. Necesito saber cuántos son en total y contigo parloteando no podré hacerlo - sacas la Xiphos de detrás de la puerta donde la habías dejado desde que entraste. La observas con detenimiento, la maniobras un poco comprobando los reflejos de tu mano derecha.
De momento, todo parece en orden, pero sabes que sólo es una apreciación superficial. Si tomas en cuenta las palabras de la mujer, deberías haber sanado ya a pesar de la pérdida de sangre. Vuelves a mirar afuera, pero sigue el sujeto quieto, viendo su reloj. Aprovechas y te quitas la gabardina, el chaleco con compartimientos y luego, la camisola. La llevas a tu nariz exactamente en el orificio para olfatearla un poco y saber qué es lo que te introdujeron. Un ligero aroma te hace pensar con rapidez y resoplas. Bien, llevas las de perder de momento, pero esperas que ataquen lo más pronto posible, pero al dar otro vistazo notas que no es la intención.
El sujeto de afuera espera con paciencia a que el líquido inyectado al vampiro haga su efecto, así no podrá defenderse y será reducido con rapidez. Alrededor, la calle está vaciándose producto de las altas horas de la noche. El reloj sólo necesita avanzar unos 4 minutos más y entonces podrán entrar y hacerse cargo del Inquisidor. Así pagará lo de Venecia y Escocia. Lamenta mucho las personas que pueda haber dentro de la casa, pero tendrán también que caer con él. Son las consecuencias de haber aceptado a ese vampiro bajo su techo.
- No hay tiempo, ¿Qué esperas para esconderte? Por más ruido que escuches, no salgas ¿Entendiste? - vuelves a ponerte la camisola sabiendo los efectos que esa sustancia tiene en tí. El chaleco y la gabardina le siguen. Con la Xiphos en la mano, le tomas el brazo a la mujer llevándola hacia afuera de la habitación. Necesitas el espacio suficiente para defenderte, pero sobre todo, para mantener ocupados a tus enemigos y que ella pueda escapar.
Jophiel Rothschild- Condenado/Vampiro/Clase Alta
- Mensajes : 28
Fecha de inscripción : 18/05/2014
Re: ¡Mujer tenías que ser! || Filippa Tumminelli
Su rostro sereno muestra que la situación no le llega a afectar en nada. Recuerda porque se había alejado de aquel vampiro, esas criaturas llegan a ser nocivas, peligrosas, y detesta tener que encontrarse en medio cuando lo único que quiere es su tranquilidad, la de su familia, sus hijos principalmente, porque de ahí en fuera no hay nadie más. Hace una mueca evidente ante las indicaciones de la criatura, detesta que le ordenen, prefiere dar ordenes, está acostumbrada a espetarlas, así que se queda frente a él con los brazos cruzados y negando con la cabeza. No es débil, no tanto como parece, aunque está consiente que por más que quiera hacer, no tiene la fuerza o la habilidad para vencer al que sea que se encuentre a fuera, o los que se encuentren. Se siente atrapada en su propio hogar, lo cual le resulta repulsivo, se suponía que ese era el lugar más seguro en el que se podría encontrar. No al revés. Inevitablemente maldice el momento en que él llegó.
— Lo más molesto de esta situación es que hayas llegado, si tan sólo los hubieras acabado antes de importunar una casa, hasta los vampiros deberían aprender un poco, tener educación, criaturas impulsivas — Lo regaña sin siquiera detenerse a pensar si eso es o no lo correcto. Le de igual, de todos modos parece que va a morir esa noche, porque prefiere dar su sangre, su cuerpo, antes que puedan hacerle algo a sus pequeños. — Si llego a morir será por tú culpa, aunque estoy más que segura que eso no te importa, lo que te haré pagar incluso después de la muerte será si mis niños se van de aquel lado conmigo, es más, espero que no pases la noche si a nosotros nos ocurre algo — Sus palabras son sinceras, venenosas. Para la mujer no hay peor cosa que le puedan hacer que el exponer a su familia de tal manera. Lo detesta por sobre todas las cosas, más incluso que aquella bruja que llega a meterse y controlar su cabeza.
Filippa comenzó a caminar a paso decidido. El pasillo le quedaba demasiado grande, necesitaba llegar a toca costa a la habitación de sus pequeños, pero no, no lo hace, siente que se le va la respiración y se detiene en seco. ¿Hay más de uno allá a fuera? Sin duda eso es su declaración de muerte, de todos ene se lugar, inclusive sus sirvientes, lo cual lamente, ellos a pesar de sus crisis se muestran leales, no precisamente por el dinero, existen quienes de verdad la aprecian, y tener que acarrearlos a ese destino por un imprudente le hace sentir un vacío en el pecho. La mujer se da la vuelta y vuelve a colocarse frente al vampiro. Lo mira con desprecio y después sin previo aviso le da una fuerte cachetada en el rostro. Se sorprende a sí misma porque no la detuvo, porque pudo dársela.
— Eso es por mis hijos y las personas inocentes que pueden morir esta noche. Sólo por un poco de sangre — Masculla, su lengua viperina no se iba a controlar, menos con tanto veneno que quiere escupir en ese momento. Quisiera poder terminar ella misma con la vida de esa criatura, arrojarla por la ventana y de esa forma entregar el cuerpo que les garantizaría la vida. Lamentablemente sabe que eso no es posible, así que sigo con la mirada fija en él. La mujer siente cómo su mano (con la que le dio tremenda cachetada), comienza a palpitar a causa del golpe, le arde, ni siquiera supo si controló un poco su fuerza o se la dejó ir por completo. Tampoco es que le vaya a pedir disculpas, pero una idea se le venía a la cabeza, una idea y un recuerdo.
— La inyección que me dieron de aquella sangre tiene demasiadas horas, según el doctor el efecto sólo dura un par de horas — Se encogió de hombros — Si, tenía que decir que aún la tenía para que no me mordieras, no me gustan para nada las marcas — Guardó silencio y volvió a enfocarse — Así que mi sangre volvió a la normalidad… ¿Si tomarás un poco mejorarías? Es decir, te repondrías y podrías acabar con ellos? — Dio varios pasos hacía atrás para tener un espacio personal decente — Estoy dispuesta a darte cada gota de mi cuerpo si logras que mis hijos salgan con vida — Y de nuevo hablaba con tanta seguridad que cuestionarla sería de brutos.
Antes de que pudiera decir la criatura algo. Filippa salió corriendo al cuarto de los niños, era evidente que incluso en esos momentos y con esos ropajes la humana no perdía su elegancia y sensualidad; cuando llegó con sus pequeños el mayor despertó al instante y Freddy no se quería despertar, por lo que lo cargó dejando caer el peso de su hijo en su cadera y tomando la mano del otro. Avanzó bajando las escaleras y llamó a un par de empleados para entregárselos. Los demás también acudieron. Les ordenó encerrarse en el sótano, mismo que no tenía ventanas. Era el lugar más seguro de la casa. Christos, el vampiro que los había condenado en una etapa de su vida, la mandó a hacer a la inquisición, claro, todo sin que supieran los de puestos más altos, era impenetrable incluso para los vampiros; cuando todos entraron regresó a la planta de arriba y buscó al intruso.
— ¿Dónde estás? - Gritó desesperada, sin importar que sus pequeños estuvieran "a salvo", lo mejor sería ser extremista. Cuando por fin encontró al vampiro volvió a colocarse frente a él — Bebe de mi, hazlo, necesito que los protejas — Le entregó su muñeca al aire, esperando a que la tomara.
— Lo más molesto de esta situación es que hayas llegado, si tan sólo los hubieras acabado antes de importunar una casa, hasta los vampiros deberían aprender un poco, tener educación, criaturas impulsivas — Lo regaña sin siquiera detenerse a pensar si eso es o no lo correcto. Le de igual, de todos modos parece que va a morir esa noche, porque prefiere dar su sangre, su cuerpo, antes que puedan hacerle algo a sus pequeños. — Si llego a morir será por tú culpa, aunque estoy más que segura que eso no te importa, lo que te haré pagar incluso después de la muerte será si mis niños se van de aquel lado conmigo, es más, espero que no pases la noche si a nosotros nos ocurre algo — Sus palabras son sinceras, venenosas. Para la mujer no hay peor cosa que le puedan hacer que el exponer a su familia de tal manera. Lo detesta por sobre todas las cosas, más incluso que aquella bruja que llega a meterse y controlar su cabeza.
Filippa comenzó a caminar a paso decidido. El pasillo le quedaba demasiado grande, necesitaba llegar a toca costa a la habitación de sus pequeños, pero no, no lo hace, siente que se le va la respiración y se detiene en seco. ¿Hay más de uno allá a fuera? Sin duda eso es su declaración de muerte, de todos ene se lugar, inclusive sus sirvientes, lo cual lamente, ellos a pesar de sus crisis se muestran leales, no precisamente por el dinero, existen quienes de verdad la aprecian, y tener que acarrearlos a ese destino por un imprudente le hace sentir un vacío en el pecho. La mujer se da la vuelta y vuelve a colocarse frente al vampiro. Lo mira con desprecio y después sin previo aviso le da una fuerte cachetada en el rostro. Se sorprende a sí misma porque no la detuvo, porque pudo dársela.
— Eso es por mis hijos y las personas inocentes que pueden morir esta noche. Sólo por un poco de sangre — Masculla, su lengua viperina no se iba a controlar, menos con tanto veneno que quiere escupir en ese momento. Quisiera poder terminar ella misma con la vida de esa criatura, arrojarla por la ventana y de esa forma entregar el cuerpo que les garantizaría la vida. Lamentablemente sabe que eso no es posible, así que sigo con la mirada fija en él. La mujer siente cómo su mano (con la que le dio tremenda cachetada), comienza a palpitar a causa del golpe, le arde, ni siquiera supo si controló un poco su fuerza o se la dejó ir por completo. Tampoco es que le vaya a pedir disculpas, pero una idea se le venía a la cabeza, una idea y un recuerdo.
— La inyección que me dieron de aquella sangre tiene demasiadas horas, según el doctor el efecto sólo dura un par de horas — Se encogió de hombros — Si, tenía que decir que aún la tenía para que no me mordieras, no me gustan para nada las marcas — Guardó silencio y volvió a enfocarse — Así que mi sangre volvió a la normalidad… ¿Si tomarás un poco mejorarías? Es decir, te repondrías y podrías acabar con ellos? — Dio varios pasos hacía atrás para tener un espacio personal decente — Estoy dispuesta a darte cada gota de mi cuerpo si logras que mis hijos salgan con vida — Y de nuevo hablaba con tanta seguridad que cuestionarla sería de brutos.
Antes de que pudiera decir la criatura algo. Filippa salió corriendo al cuarto de los niños, era evidente que incluso en esos momentos y con esos ropajes la humana no perdía su elegancia y sensualidad; cuando llegó con sus pequeños el mayor despertó al instante y Freddy no se quería despertar, por lo que lo cargó dejando caer el peso de su hijo en su cadera y tomando la mano del otro. Avanzó bajando las escaleras y llamó a un par de empleados para entregárselos. Los demás también acudieron. Les ordenó encerrarse en el sótano, mismo que no tenía ventanas. Era el lugar más seguro de la casa. Christos, el vampiro que los había condenado en una etapa de su vida, la mandó a hacer a la inquisición, claro, todo sin que supieran los de puestos más altos, era impenetrable incluso para los vampiros; cuando todos entraron regresó a la planta de arriba y buscó al intruso.
— ¿Dónde estás? - Gritó desesperada, sin importar que sus pequeños estuvieran "a salvo", lo mejor sería ser extremista. Cuando por fin encontró al vampiro volvió a colocarse frente a él — Bebe de mi, hazlo, necesito que los protejas — Le entregó su muñeca al aire, esperando a que la tomara.
Filippa Tumminelli- Humano Clase Alta
- Mensajes : 35
Fecha de inscripción : 05/11/2012
Re: ¡Mujer tenías que ser! || Filippa Tumminelli
Palabrerías insulsas, que hastían tus oídos y tu mente, que te impiden pensar en todo lo que te está rodeando, lo que tienes que planear y sobre todo, hacer para evitar que nadie salga herido de ninguna manera más que aquéllos que se han atrevido a seguirte hasta acá. Piensan que pueden contra tí, ilusos. Te relames los labios como en los viejos tiempos, donde el sol de Esparta caía en tus espaldas con violencia y el sudor recorría tu cuerpo semidesnudo en tanto estabas luchando con tus camaradas para simple y llanamente entrenar. Te truenas el cuello en un acto reflejo, tantas veces lo hiciste antes de entrar en combate que es una costumbre que no te quitarás jamás. - Guarda tu lengua viperina para un instante en el que me importen tus palabras, te dije que te fueras a esconder y todavía estoy tropezando contigo, mujer inconsciente, deberías tomar tu par de piernas y moverlas en lugar de estar aquí mostrándomelas - no te importa ni un poco si la ofendes, de hecho es el móvil que te está incitando a decirle toda esa sarta de tonterías.
Por fin hace algo más que sólo soltar veneno por la boca, de pronto agradeces no haber tomado ni un ápice de esa sangre que puede estar podrida. Aún a pesar de eso, te preguntas si tienes la suficiente para hacerles frente, pero ni por eso te amilanas. No está en un espartano dar un paso atrás cuando el combate le llama y si es el momento para morir, gustoso entregarás la vida por lo que consideras correcto: salvar a esta aberrante mujer y sus hijos. Sólo es por los pequeños, te dices, pero aún el aroma de la hembra está en el lugar y te preguntas a qué sabría su piel en tus labios, su vital líquido en tu boca. Descartas con rapidez esa idea en tanto vuelves a observar por la ventana recorriendo un poco la cortina. Ahí sigue el tipo que los vigila, revisando de nuevo el reloj. Seguro que lo que te colocó tiene un tiempo para surtir sus efectos, así que mejor apresurarse antes de que tus sentidos se pierdan por completo.
Y la miras regresar, tus cejas se unen hasta formar una delgada línea en tanto tu rostro denota la pregunta que en tu mente se formula ¿Y ahora qué...? La respuesta en forma de un golpe en tu rostro te hace apretar los dientes con fuerza. No es el momento para matarla ahora mismo, por más que tus manos estén crispadas y que tu Xiphos exija su sangre recorrerla. No, porque es perder fuerzas con algo inútil. Volteas a mirarla puesto que ha logrado que tu rostro se vuelva a la derecha. Te pasas la lengua por los labios evitando que los colmillos se alarguen y le den la tarascada que se merece la tipa que ahora te habla de alimentarte. ¡Lo que te faltaba! Te pasas una mano por la nuca frunciendo los labios conteniendo toda la ira que tienes dentro. Es mejor así, con esa adrenalina lograrás combatir y destrozar a tus enemigos. Sí, más vale que la contengas y la saques con quienes lo merecen porque si ahora mismo la dejas salir...
La ves salir de nuevo y miras al cielo pidiendo paciencia - Padre Ares, quítala de mi vista porque juro que olvidaré los muslos que me dieron la vida y la haré morir antes que los demás y dame la fuerza, la determinación y la gloria para morir con dignidad - bajas la cabeza terminando la oración y aspiras profundo. Tus pasos son rápidos, exploras con rapidez la casa escuchando sólo los sonidos propios de las pisadas que ya reconoces: ella y algunos más encerrados. Eso está bien. Logras detectar a un par de enemigos en el techo y el patio trasero, así que están rodeándote. Dejas algunos obsequios en el piso de la cocina que da al jardín para escuchar en caso de que ellos entren: vidrios. De paso, te aseguras que el del techo las tenga canutas para ingresar a la casa de forma silenciosa, así que aseguras todas las ventanas.
Avanzas con rapidez por los lugares para asegurarte de que nadie sabe tu posición, pero el grito de la señora de la casa te deja inmóvil - ya sabes, avísale a todos dónde estoy - dices con cinismo mirando cómo se acerca y ahora te ofrece la muñeca. ¡La muñeca! - Oh, no querida, si voy a hacerlo, será como Ares ordena - la tomas de la nuca y la acercas con bravura, tus colmillos atraviesan la suave piel perforándola y dándote un banquete de su sangre fuerte, iracunda, llena de un aroma que te hace estremecer y, de paso, te excita hasta la médula. Quizá cuando termine todo ésto vuelvas a por tu premio: ella. Sigues bebiendo hasta soltarla sabiendo que un poco más y perderá la conciencia. Tienes la boca manchada de sangre, pero aún así lames la herida para sanarla y le miras a los ojos con una sonrisa de lado. Tu lengua lleva a tu boca los restos del sanguinolente líquido sintiendo cómo vas recuperando tus fuerzas.
Justo a tiempo, escuchas abajo que han entrado, los vidrios te alertan y de inmediato das un salto abajo por el barandal sin importarte que la distancia sea de más de 3 metros, caes acuclillándote con la xiphos en la mano, entornando los ojos para acostumbrarte a la oscuridad y hacer de ella tu aliada. Te preparas antes de ver cómo el otro llega con la plena intención de subir las escaleras, pero eres más rápido. Le tomas del cabello de la nuca posicionándote a su espalda y le cercenas el cuello tan profundo que la sangre brota incontrolable. No te quedas con eso, le decapitas antes de alzar la cabeza con los oídos más listos para detectar al siguiente. Esperas que ella se haya refugiado, pero en caso contrario, al menos salvarás a los chiquillos.
Alguien entra por la puerta principal, pero no es uno, son dos sujetos con ballestas. De inmediato ruedas por el piso haciendo que las flechas no lleguen a tu cuerpo, hasta que logras ponerte en pie en tanto ellos intentan recargar. Te lanzas contra ellos y la lucha es como en antaño, son demasiado buenos con las espadas a pesar de haber demostrado ser mejores con las flechas. El sonido del metal chocando ensordece en la quietud del lugar. Tu xiphos es como un apéndice de tu brazo y pareciera moverse sola sin la intervención de tu mente, pero es la consecuencia de tantos años en combate. Sientes cómo perforan tus ropajes a la altura de la espalda, pero no hay dolor, así que aprovechas el estupor del agresor para hundirle la xiphos en el abdomen y con fuerza, subirla hasta partirlo en dos. Una técnica que tienes más que aprendida desde la vieja escuela.
Bufas con los colmillos expuestos antes de tomar al otro azorado de la nuca y acercarlo para darle una mordida tremenda en la yugular y jalar arrancando el pedazo dejando que la sangre sea la protagonista. No bebes ni una poca, escupes la piel con aire despectivo hundiendo la espada en su espalda sin consideraciones en el punto exacto donde el corazón deja de latir. Te truenas el cuello tomando un par de segundos para concentrarte de nuevo y seguir el combate. Falta al menos el del techo y de paso, no has visto al sujeto que estaba controlando el tiempo.
Por lo menos.
Esperas que alguno de ellos valga la pena, porque lo que es éstos tres, no han servido de nada. Por si las dudas, los decapitas asegurándote que no vuelvan a levantarse. No importa si son o no sobrenaturales, sólo que dejen de atacarte.
Por fin hace algo más que sólo soltar veneno por la boca, de pronto agradeces no haber tomado ni un ápice de esa sangre que puede estar podrida. Aún a pesar de eso, te preguntas si tienes la suficiente para hacerles frente, pero ni por eso te amilanas. No está en un espartano dar un paso atrás cuando el combate le llama y si es el momento para morir, gustoso entregarás la vida por lo que consideras correcto: salvar a esta aberrante mujer y sus hijos. Sólo es por los pequeños, te dices, pero aún el aroma de la hembra está en el lugar y te preguntas a qué sabría su piel en tus labios, su vital líquido en tu boca. Descartas con rapidez esa idea en tanto vuelves a observar por la ventana recorriendo un poco la cortina. Ahí sigue el tipo que los vigila, revisando de nuevo el reloj. Seguro que lo que te colocó tiene un tiempo para surtir sus efectos, así que mejor apresurarse antes de que tus sentidos se pierdan por completo.
Y la miras regresar, tus cejas se unen hasta formar una delgada línea en tanto tu rostro denota la pregunta que en tu mente se formula ¿Y ahora qué...? La respuesta en forma de un golpe en tu rostro te hace apretar los dientes con fuerza. No es el momento para matarla ahora mismo, por más que tus manos estén crispadas y que tu Xiphos exija su sangre recorrerla. No, porque es perder fuerzas con algo inútil. Volteas a mirarla puesto que ha logrado que tu rostro se vuelva a la derecha. Te pasas la lengua por los labios evitando que los colmillos se alarguen y le den la tarascada que se merece la tipa que ahora te habla de alimentarte. ¡Lo que te faltaba! Te pasas una mano por la nuca frunciendo los labios conteniendo toda la ira que tienes dentro. Es mejor así, con esa adrenalina lograrás combatir y destrozar a tus enemigos. Sí, más vale que la contengas y la saques con quienes lo merecen porque si ahora mismo la dejas salir...
La ves salir de nuevo y miras al cielo pidiendo paciencia - Padre Ares, quítala de mi vista porque juro que olvidaré los muslos que me dieron la vida y la haré morir antes que los demás y dame la fuerza, la determinación y la gloria para morir con dignidad - bajas la cabeza terminando la oración y aspiras profundo. Tus pasos son rápidos, exploras con rapidez la casa escuchando sólo los sonidos propios de las pisadas que ya reconoces: ella y algunos más encerrados. Eso está bien. Logras detectar a un par de enemigos en el techo y el patio trasero, así que están rodeándote. Dejas algunos obsequios en el piso de la cocina que da al jardín para escuchar en caso de que ellos entren: vidrios. De paso, te aseguras que el del techo las tenga canutas para ingresar a la casa de forma silenciosa, así que aseguras todas las ventanas.
Avanzas con rapidez por los lugares para asegurarte de que nadie sabe tu posición, pero el grito de la señora de la casa te deja inmóvil - ya sabes, avísale a todos dónde estoy - dices con cinismo mirando cómo se acerca y ahora te ofrece la muñeca. ¡La muñeca! - Oh, no querida, si voy a hacerlo, será como Ares ordena - la tomas de la nuca y la acercas con bravura, tus colmillos atraviesan la suave piel perforándola y dándote un banquete de su sangre fuerte, iracunda, llena de un aroma que te hace estremecer y, de paso, te excita hasta la médula. Quizá cuando termine todo ésto vuelvas a por tu premio: ella. Sigues bebiendo hasta soltarla sabiendo que un poco más y perderá la conciencia. Tienes la boca manchada de sangre, pero aún así lames la herida para sanarla y le miras a los ojos con una sonrisa de lado. Tu lengua lleva a tu boca los restos del sanguinolente líquido sintiendo cómo vas recuperando tus fuerzas.
Justo a tiempo, escuchas abajo que han entrado, los vidrios te alertan y de inmediato das un salto abajo por el barandal sin importarte que la distancia sea de más de 3 metros, caes acuclillándote con la xiphos en la mano, entornando los ojos para acostumbrarte a la oscuridad y hacer de ella tu aliada. Te preparas antes de ver cómo el otro llega con la plena intención de subir las escaleras, pero eres más rápido. Le tomas del cabello de la nuca posicionándote a su espalda y le cercenas el cuello tan profundo que la sangre brota incontrolable. No te quedas con eso, le decapitas antes de alzar la cabeza con los oídos más listos para detectar al siguiente. Esperas que ella se haya refugiado, pero en caso contrario, al menos salvarás a los chiquillos.
Alguien entra por la puerta principal, pero no es uno, son dos sujetos con ballestas. De inmediato ruedas por el piso haciendo que las flechas no lleguen a tu cuerpo, hasta que logras ponerte en pie en tanto ellos intentan recargar. Te lanzas contra ellos y la lucha es como en antaño, son demasiado buenos con las espadas a pesar de haber demostrado ser mejores con las flechas. El sonido del metal chocando ensordece en la quietud del lugar. Tu xiphos es como un apéndice de tu brazo y pareciera moverse sola sin la intervención de tu mente, pero es la consecuencia de tantos años en combate. Sientes cómo perforan tus ropajes a la altura de la espalda, pero no hay dolor, así que aprovechas el estupor del agresor para hundirle la xiphos en el abdomen y con fuerza, subirla hasta partirlo en dos. Una técnica que tienes más que aprendida desde la vieja escuela.
Bufas con los colmillos expuestos antes de tomar al otro azorado de la nuca y acercarlo para darle una mordida tremenda en la yugular y jalar arrancando el pedazo dejando que la sangre sea la protagonista. No bebes ni una poca, escupes la piel con aire despectivo hundiendo la espada en su espalda sin consideraciones en el punto exacto donde el corazón deja de latir. Te truenas el cuello tomando un par de segundos para concentrarte de nuevo y seguir el combate. Falta al menos el del techo y de paso, no has visto al sujeto que estaba controlando el tiempo.
Por lo menos.
Esperas que alguno de ellos valga la pena, porque lo que es éstos tres, no han servido de nada. Por si las dudas, los decapitas asegurándote que no vuelvan a levantarse. No importa si son o no sobrenaturales, sólo que dejen de atacarte.
Jophiel Rothschild- Condenado/Vampiro/Clase Alta
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Fecha de inscripción : 18/05/2014
Re: ¡Mujer tenías que ser! || Filippa Tumminelli
El cuerpo femenino se erizó notablemente con el simple roce de sus labios sobre su piel, aunque aquel estremecimiento se cortó a causa de la incrustación de los colmillos. Le resultó demasiado doloroso, tanto que se mordió el labio inferior con fuerza evitando quejarse, Filippa no es una mujer que se doblegue con facilidad, no le gusta mostrar dolor, mucho menos indicar a los demás cómo poder joderla, aunque claro que ella ofreció su sangre a la criatura, todo se había ofrecido para obtener un beneficio. Nada lo hacía sin salir victoriosa en algo de por medio. Seguramente el vampiro se había dado cuenta; no sólo se mordió el labio inferior, también cerró los ojos y sus manos se formaron en puños pequeños y delicados, incluso la piel se notaba rojiza por la fuerza que ejercía para mantenerse silenciosa. No sólo el dolor la invadía, sino un placer extraño que le molestaba sentir, porque deseo por aquella criatura era lo que menos imaginaba experimentar, aunque claro, en su momento Christos le había explicado del porqué de esas sensaciones, así que se tranquilizó.
Una eternidad fue lo que sintió había durado ese beso de la muerte, aunque evidentemente sólo habían sido escasos segundos. La mujer ni siquiera prestó atención si se había ido o permanecía a su lado. Sólo recargó su espalda en una pared, sintió el frío atravesar la ligera prenda de dormir que se había puesto. Necesitaba descansar porque no se sentía bien, aunque no se quejaba, si ese era el precio porque sus niños se mantuvieran vivos le habría dado hasta la última gota a la criatura, con eso no hay duda; tomó bocanas de aire repetitivas, el mareó comenzaba a ceder, porque poco a poco se estaba disolviendo. Un punto a su favor. Agradecía silenciosa e internamente al hombre que cuidaba de su salud física, le pagaría después un poco más por la buena salud que le había otorgado, de encontrarse en contra situación seguramente ya habría desvanecido.
Su casa parecía que estaba siendo destruida. No importo. Lo cierto es que tenía la posibilidad económica para hacer las reparaciones que quisiera. O incluso podría trasladarse a la propiedad a las afueras que le pertenecía. Sin embargo le daba curiosidad el qué estaba pasando, evidentemente era una pelea, una que desencadenaba la muerte ¿cuántos estarían luchando? Y de estar luchando ¿todos serían de la misma condición que él? Seguramente si, ella no creía que fueran tan tontos cómo para entregarse a los brazos de la muerte con tanta facilidad. Filippa no quería pensar en ese momento, su cabeza daba vueltas así que lo mejor que pudo hacer fue abrir los ojos y buscar el equilibrio en su cuerpo, sobre sus piernas.
Avanzó un poco por el pasillo intentando alejarse del estruendo que estaba ocurriendo abajo. Caminó en dirección contraría a donde se encontraban sus hijos, ella seguramente ya estaba dentro de los habitantes de la casa que podrían ser amenaza, no por que fuera a dar combate, si porque le acababa de dar su sangre, de su vitalidad y con eso fuerza a Jophiel. Suspiró, debía hacer algo por él más que darle sangre, aunque para su mala suerte el destino le tenía otra cosa, una un tanto más complicada, una que le dejaba en claro que con vida, no iba a salir.
El cuerpo de Filippa chocó con fuerza contra una de las gabelas de cristal. Esta misma a su vez del impacto se hizo pedazos, y algunos de ellos cayeron en su nuca, en sus hombros, en sus piernas y algunas zonas de sus brazos. Aquello la hizo chillar de dolor. Apenas pudo abrir los ojos cuando notó un perfil ligeramente tallado en mármol. Lo comparaba de esa manera por la blancura de su rostro, pero también por la falta de imperfecciones en el mismo. Por un momento creyó que la criatura era igual a la primera que había invadido su casa, pero la respiración acelerada que dejaba entrever lo descartaron; ni siquiera hizo el intento por querer golpear al hombre para librarse, su debilidad, y ahora el dolor que le producían los cristales la hizo temblar, y por poco caer al suelo sino es porque el hombre la cargó sobre su hombro cual saco de papas. En un abrir y cerrar de ojos se encontraban en la primera planta, y para su mala suerte, ella arrojada al suelo, la mirada se le nubló porque su cabeza chocó contra la madera. Le dolía y sólo se tomó la cabeza para intentar con la presión aminorar las punzadas.
— Estúpida criatura — Musitó con rabia — ¿Acaso crees que a él le importa lo que me pase? Lo único que lograste es perder la concentración, y estoy segura eso te acabará más rápido que tarde — Filippa tosió, ni siquiera estaba segura si el vampiro-inquisidor ganaría la batalla, pero la rabia que experimentaba intentaba poner toda su fe en él. Aunque claro, no debía tener fe a alguien que parecía ni siquiera la soportaba. Se sentó cómo pudo y recibió el primer golpe en las costillas, lo que provocó que gritara con fuerza delatando donde se encontraban con precisión. Se encontraba mareada, no era su noche.
Una eternidad fue lo que sintió había durado ese beso de la muerte, aunque evidentemente sólo habían sido escasos segundos. La mujer ni siquiera prestó atención si se había ido o permanecía a su lado. Sólo recargó su espalda en una pared, sintió el frío atravesar la ligera prenda de dormir que se había puesto. Necesitaba descansar porque no se sentía bien, aunque no se quejaba, si ese era el precio porque sus niños se mantuvieran vivos le habría dado hasta la última gota a la criatura, con eso no hay duda; tomó bocanas de aire repetitivas, el mareó comenzaba a ceder, porque poco a poco se estaba disolviendo. Un punto a su favor. Agradecía silenciosa e internamente al hombre que cuidaba de su salud física, le pagaría después un poco más por la buena salud que le había otorgado, de encontrarse en contra situación seguramente ya habría desvanecido.
Su casa parecía que estaba siendo destruida. No importo. Lo cierto es que tenía la posibilidad económica para hacer las reparaciones que quisiera. O incluso podría trasladarse a la propiedad a las afueras que le pertenecía. Sin embargo le daba curiosidad el qué estaba pasando, evidentemente era una pelea, una que desencadenaba la muerte ¿cuántos estarían luchando? Y de estar luchando ¿todos serían de la misma condición que él? Seguramente si, ella no creía que fueran tan tontos cómo para entregarse a los brazos de la muerte con tanta facilidad. Filippa no quería pensar en ese momento, su cabeza daba vueltas así que lo mejor que pudo hacer fue abrir los ojos y buscar el equilibrio en su cuerpo, sobre sus piernas.
Avanzó un poco por el pasillo intentando alejarse del estruendo que estaba ocurriendo abajo. Caminó en dirección contraría a donde se encontraban sus hijos, ella seguramente ya estaba dentro de los habitantes de la casa que podrían ser amenaza, no por que fuera a dar combate, si porque le acababa de dar su sangre, de su vitalidad y con eso fuerza a Jophiel. Suspiró, debía hacer algo por él más que darle sangre, aunque para su mala suerte el destino le tenía otra cosa, una un tanto más complicada, una que le dejaba en claro que con vida, no iba a salir.
El cuerpo de Filippa chocó con fuerza contra una de las gabelas de cristal. Esta misma a su vez del impacto se hizo pedazos, y algunos de ellos cayeron en su nuca, en sus hombros, en sus piernas y algunas zonas de sus brazos. Aquello la hizo chillar de dolor. Apenas pudo abrir los ojos cuando notó un perfil ligeramente tallado en mármol. Lo comparaba de esa manera por la blancura de su rostro, pero también por la falta de imperfecciones en el mismo. Por un momento creyó que la criatura era igual a la primera que había invadido su casa, pero la respiración acelerada que dejaba entrever lo descartaron; ni siquiera hizo el intento por querer golpear al hombre para librarse, su debilidad, y ahora el dolor que le producían los cristales la hizo temblar, y por poco caer al suelo sino es porque el hombre la cargó sobre su hombro cual saco de papas. En un abrir y cerrar de ojos se encontraban en la primera planta, y para su mala suerte, ella arrojada al suelo, la mirada se le nubló porque su cabeza chocó contra la madera. Le dolía y sólo se tomó la cabeza para intentar con la presión aminorar las punzadas.
— Estúpida criatura — Musitó con rabia — ¿Acaso crees que a él le importa lo que me pase? Lo único que lograste es perder la concentración, y estoy segura eso te acabará más rápido que tarde — Filippa tosió, ni siquiera estaba segura si el vampiro-inquisidor ganaría la batalla, pero la rabia que experimentaba intentaba poner toda su fe en él. Aunque claro, no debía tener fe a alguien que parecía ni siquiera la soportaba. Se sentó cómo pudo y recibió el primer golpe en las costillas, lo que provocó que gritara con fuerza delatando donde se encontraban con precisión. Se encontraba mareada, no era su noche.
Filippa Tumminelli- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 05/11/2012
Re: ¡Mujer tenías que ser! || Filippa Tumminelli
Si te vieras ante el espejo notarías tu total desarreglo que te recordaría a la batalla de las Termópilas: ensangrentado con el vital líquido de tus enemigos tanto en las ropas como el rostro, sobre todo los vellos de la barba y la mandíbula. Tus ojos refulgen con un brillo que promete dolor y muerte. Tus músculos se tensan al escuchar sonidos en la parte de arriba, vidrios rotos, la más obvia razón es que un nuevo enemigo se acerca. Te truenas el cuello, te preparas de espaldas a la puerta principal, te agazapas cual felino para atacar, quisieras tener tu hoplón, pero no tienes ese gusto.
Tu mano se torna rígida alrededor de la empuñadura de la xiphos. Dos enemigos nuevos asoman de entre la oscuridad, el sonido de las espadas golpear es mítico.
Es glorioso...
Te desenvuelves con la facilidad propia de tu estirpe, evades y atacas de forma sincronizada, como si leyeras la mente de tus contrarios, pero no es necesario, tu propio cuerpo es el que conoce de antemano los movimientos del otro con sólo verlos y reacciona en consecuencia. Continúas en esa danza macabra, donde sólo habrá un vencedor y los dioses parecen otorgarte la victoria cuando el filo de tu arma traspasa la fina piel de uno de ellos, no tienes piedad alguna, con su propia espada la utilizas colocándolo hábilmente frente a tí, para que reciba la estocada de su compañero. Así muere a tus pies, dejando un rastro de sangre que no dudas en pisar.
Te elongas en toda tu altura con una sonrisa de lado, tus sentidos te alertan de otro más, pero no te preocupa, en tanto él no se digne a atacarte, tienes toda tu atención a tu rival aún en pie. La lucha continúa hasta que de reojo observas cómo el recién llegado golpea a alguien. La mujer. Eso hace que la sangre te hierva cuando hace mucho que no tienes semejantes arrebatos. Es normal, no aceptas que una fémina entre a la guerra si no está preparada, aunque debiera estarlo. Todas son capaces de una voluntad de hierro y aún así, sabes que no es la misma mentalidad de tu Esparta comparada a esta tibieza del mundo actual.
Tu espada se hunde en consecuencia en las tripas del rival, le cortas haciendo que éstas salgan de su abdomen y caigan sobre el piso sin control. No obstante con eso, das la tajada para quitarle la cabeza. Avanzas un par de pasos hacia el otro para repetir el proceso de decapitación. Entonces, volteas al recién llegado - es fácil medirse con una fémina. Es deshonorable cuando ésta no está preparada para la batalla. Me pregunto si es que eres tan valiente enfrentándote a un hombre o sólo es una ilusión dicha temeridad - encajas tu xiphos en el piso para que se mantenga en pie en tanto te desprendes de tus ropas.
Quisieras traer tu armadura, pero con la gabardina fuera, te es suficiente. Te quita movilidad. Echas los hombros atrás haciendo que las articulaciones suenen. Alzas la cabeza y luego, una ceja para sonreír de lado. El otro acepta tu reto y toma la espada en el suelo esperando que le traiga mejor suerte que a su anterior -y ya muerto- propietario.
Empiezan a dar círculos esperando que el otro descubra un franco para atacar, pero las guardias están bien alzadas cuales murallas protegiendo el acantilado en aquélla mítica batalla. Siguen unos pasos más y las espadas chocan contra la otra, te manejas rápido, sin pensarlo, dejando que sean tus instintos los que primen. Te mantienes tranquilo en todo momento, aún cuando el otro alcanza a desgarrar tu costado izquierdo. Sólo es un rasguño, pero hace sonreír a tu rival. El combate continúa, le reconoces su superioridad, es mucho más divertido pelear con un experimentado que con novatos como todos los anteriores.
La contienda continúa hasta que logras desarmarlo y ahora sí, no dudas. Le hundes la espada en el abdomen con violencia, sin piedad. Logrando lacerar el estómago y esperando que con ello, el otro pierda un poco de coordinación, pero no esperabas lo que aconteció.
De reojo observas el movimiento de alguien, directo a la mujer que aún sigue en el suelo, quizá hipnotizada por los movimientos. Buscas algo con rapidez y lo encuentras. El atizador sale volando con una velocidad inusitada, producto de la fuerza que ahora tienes como vampiro y la habilidad que como espartano lograste con las lanzas. Lo atraviesas directo en el pecho, haciéndolo vomitar sangre. Es el sujeto que controlaba el tiempo, el que viste afuera de la casa. Bien, uno menos. Ya sólo te queda...
Escuchas cómo la ropa se desgarra, luego viene un bramido que podría helarte la sangre de no haber combatido con tantos como él durante todo este tiempo. Cuando diriges tu mirada observas la luna reflejarse en el pelaje plateado, lo ves crecer y tornarse en la bestia mítica que puede destrozarte y aún así sientes el placer inundar cada célula de tu cuerpo, cada parte de tí.
Glorioso...
El hombre lobo se muestra ante tí y no puedes más que sonreír de lado - Hades, prepara el festín pues esta noche cenaré contigo - tus colmillos se barren mostrándose sin tapujos, tu cuerpo se ensancha mucho más producto de la sangre que lo potencia. La de ella, que te llena de bríos. Por un instante lo piensas, si todo sale bien... "Afrodita, concédeme la gracia de tenerla como amante y prometo que nadie la tocará jamás" tu rugido suena en todo el recibidor, tu xiphos se mantiene más unida a tí que nunca. El otro realiza una carga contra tí y...
Lo único que puede verse desde afuera es el choque de gigantes, uno tan violento que terminas echado atrás unos cuatro metros sin saber qué pasó. El otro te cae encima, golpeas y sientes cómo tu cuerpo resuma sangre en respuesta a las atenciones de tu rival, pero consideras que es suficiente. Te mueves con rapidez, sobre todo cuando sientes que ha metido la mano en el costado donde te había ya abierto con la espada. Tu cuerpo no está regenerándose como acostumbra. Eso era lo que te habían suministrado.
La xiphos atraviesa en tres ocasiones el cuerpo del rival con la velocidad que la sangre te da, logras sentir cómo el otro se va desvaneciendo y lo aprovechas, sueltas tu arma de forma inconsciente y tomas las mandíbulas del otro abriéndolas con todas tus fuerzas. Ni siquiera los rasguños en tus brazos te convencen de lo contrario. Pones ahínco, incluso ruges de satisfacción al sentir que cede y el crujir de las mandíbulas es suficiente. El otro se te desvanece entre las manos, con las mandíbulas completamente desencajadas, muerto. Lo echas a un lado y te levantas abriendo y cerrando las manos olvidándote del dolor. Tomas la xiphos y no dudas, le revientas el cuello desprendiendo la cabeza de sus hombros. Rechinas los dientes ante las heridas. Aspiras y sueltas aire mirando el espectáculo, disfrutando de él con satisfacción.
Sí, ésto es digno de tus hermanos muertos. Un tributo a ellos.
Tu mano se torna rígida alrededor de la empuñadura de la xiphos. Dos enemigos nuevos asoman de entre la oscuridad, el sonido de las espadas golpear es mítico.
Es glorioso...
Te desenvuelves con la facilidad propia de tu estirpe, evades y atacas de forma sincronizada, como si leyeras la mente de tus contrarios, pero no es necesario, tu propio cuerpo es el que conoce de antemano los movimientos del otro con sólo verlos y reacciona en consecuencia. Continúas en esa danza macabra, donde sólo habrá un vencedor y los dioses parecen otorgarte la victoria cuando el filo de tu arma traspasa la fina piel de uno de ellos, no tienes piedad alguna, con su propia espada la utilizas colocándolo hábilmente frente a tí, para que reciba la estocada de su compañero. Así muere a tus pies, dejando un rastro de sangre que no dudas en pisar.
Te elongas en toda tu altura con una sonrisa de lado, tus sentidos te alertan de otro más, pero no te preocupa, en tanto él no se digne a atacarte, tienes toda tu atención a tu rival aún en pie. La lucha continúa hasta que de reojo observas cómo el recién llegado golpea a alguien. La mujer. Eso hace que la sangre te hierva cuando hace mucho que no tienes semejantes arrebatos. Es normal, no aceptas que una fémina entre a la guerra si no está preparada, aunque debiera estarlo. Todas son capaces de una voluntad de hierro y aún así, sabes que no es la misma mentalidad de tu Esparta comparada a esta tibieza del mundo actual.
Tu espada se hunde en consecuencia en las tripas del rival, le cortas haciendo que éstas salgan de su abdomen y caigan sobre el piso sin control. No obstante con eso, das la tajada para quitarle la cabeza. Avanzas un par de pasos hacia el otro para repetir el proceso de decapitación. Entonces, volteas al recién llegado - es fácil medirse con una fémina. Es deshonorable cuando ésta no está preparada para la batalla. Me pregunto si es que eres tan valiente enfrentándote a un hombre o sólo es una ilusión dicha temeridad - encajas tu xiphos en el piso para que se mantenga en pie en tanto te desprendes de tus ropas.
Quisieras traer tu armadura, pero con la gabardina fuera, te es suficiente. Te quita movilidad. Echas los hombros atrás haciendo que las articulaciones suenen. Alzas la cabeza y luego, una ceja para sonreír de lado. El otro acepta tu reto y toma la espada en el suelo esperando que le traiga mejor suerte que a su anterior -y ya muerto- propietario.
Empiezan a dar círculos esperando que el otro descubra un franco para atacar, pero las guardias están bien alzadas cuales murallas protegiendo el acantilado en aquélla mítica batalla. Siguen unos pasos más y las espadas chocan contra la otra, te manejas rápido, sin pensarlo, dejando que sean tus instintos los que primen. Te mantienes tranquilo en todo momento, aún cuando el otro alcanza a desgarrar tu costado izquierdo. Sólo es un rasguño, pero hace sonreír a tu rival. El combate continúa, le reconoces su superioridad, es mucho más divertido pelear con un experimentado que con novatos como todos los anteriores.
La contienda continúa hasta que logras desarmarlo y ahora sí, no dudas. Le hundes la espada en el abdomen con violencia, sin piedad. Logrando lacerar el estómago y esperando que con ello, el otro pierda un poco de coordinación, pero no esperabas lo que aconteció.
De reojo observas el movimiento de alguien, directo a la mujer que aún sigue en el suelo, quizá hipnotizada por los movimientos. Buscas algo con rapidez y lo encuentras. El atizador sale volando con una velocidad inusitada, producto de la fuerza que ahora tienes como vampiro y la habilidad que como espartano lograste con las lanzas. Lo atraviesas directo en el pecho, haciéndolo vomitar sangre. Es el sujeto que controlaba el tiempo, el que viste afuera de la casa. Bien, uno menos. Ya sólo te queda...
Escuchas cómo la ropa se desgarra, luego viene un bramido que podría helarte la sangre de no haber combatido con tantos como él durante todo este tiempo. Cuando diriges tu mirada observas la luna reflejarse en el pelaje plateado, lo ves crecer y tornarse en la bestia mítica que puede destrozarte y aún así sientes el placer inundar cada célula de tu cuerpo, cada parte de tí.
Glorioso...
El hombre lobo se muestra ante tí y no puedes más que sonreír de lado - Hades, prepara el festín pues esta noche cenaré contigo - tus colmillos se barren mostrándose sin tapujos, tu cuerpo se ensancha mucho más producto de la sangre que lo potencia. La de ella, que te llena de bríos. Por un instante lo piensas, si todo sale bien... "Afrodita, concédeme la gracia de tenerla como amante y prometo que nadie la tocará jamás" tu rugido suena en todo el recibidor, tu xiphos se mantiene más unida a tí que nunca. El otro realiza una carga contra tí y...
Lo único que puede verse desde afuera es el choque de gigantes, uno tan violento que terminas echado atrás unos cuatro metros sin saber qué pasó. El otro te cae encima, golpeas y sientes cómo tu cuerpo resuma sangre en respuesta a las atenciones de tu rival, pero consideras que es suficiente. Te mueves con rapidez, sobre todo cuando sientes que ha metido la mano en el costado donde te había ya abierto con la espada. Tu cuerpo no está regenerándose como acostumbra. Eso era lo que te habían suministrado.
La xiphos atraviesa en tres ocasiones el cuerpo del rival con la velocidad que la sangre te da, logras sentir cómo el otro se va desvaneciendo y lo aprovechas, sueltas tu arma de forma inconsciente y tomas las mandíbulas del otro abriéndolas con todas tus fuerzas. Ni siquiera los rasguños en tus brazos te convencen de lo contrario. Pones ahínco, incluso ruges de satisfacción al sentir que cede y el crujir de las mandíbulas es suficiente. El otro se te desvanece entre las manos, con las mandíbulas completamente desencajadas, muerto. Lo echas a un lado y te levantas abriendo y cerrando las manos olvidándote del dolor. Tomas la xiphos y no dudas, le revientas el cuello desprendiendo la cabeza de sus hombros. Rechinas los dientes ante las heridas. Aspiras y sueltas aire mirando el espectáculo, disfrutando de él con satisfacción.
Sí, ésto es digno de tus hermanos muertos. Un tributo a ellos.
Jophiel Rothschild- Condenado/Vampiro/Clase Alta
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Fecha de inscripción : 18/05/2014
Re: ¡Mujer tenías que ser! || Filippa Tumminelli
El dolor se sentía y, conforme pasaba el tiempo, le era más profundo, más insoportable, sin embargo se mantenía tranquila, ahí, tirada en medio de su sala, buscando la manera de tranquilizar su respiración. Lo cierto es que escuchaba como un par de cuerpos luchaban, aunque la elegancia con que lo hacían parecía un danza, una elegante e incluso provocadora. ¿No era gracioso? Si lo era, sin embargo aquellas criaturas de la noche tenían más que estilo, y eso no se discutía con nada. Muchas veces se cuestionó si pedirle a Christos que le diera el don o no, sin embargo el miedo a no poder controlarse, el poder hacerle daño a sus hijos por sus nuevos instintos le frenaron, y por eso seguía siendo una humana con muchas debilidades, aunque esa desventaja no le importaba, porque su carácter fuerte le daba ventajas, tales que algunas criaturas de la noche incluso se intimidaban, lo cual daba gracias, porqué de lo contrarío estaría más que muerta.
Esta vez no iba a intervenir, se quedaría tirada en medio de la nada hasta que la cosa terminara. O al menos eso deseaba, sin embargo el quedarse en un mismo lugar le había llevado problemas con anterioridad, esa misma noche, hace pocos instantes, las consecuencias era el dolor que experimentaba, así que como pudo se puso de pie. Intentó poder visualizar frente a ella, la oscuridad nunca es buena amiga, al menos no para una humana, así que con la ayuda del tacto se fue guiando, recordando un poco de la estructura de la casa, encontrando en medio del camino un mueble, en el cual pudo sacar una lampara de parafina y poder encenderla. Grave error. No debió hacerlo, hay cosas que no se pueden soportar por más cosas crueles que se han vivido. Las piernas le temblaron por poco caía de nuevo al suelo.
Jophiel estaba acabando con rapidez a una criatura, aquello le hizo sentir pena, pero al mismo tiempo mucha tranquilidad, así nadie podría molestarlos. El problema no era ese, sino más bien la frialdad y la indiferencia con que lo hacía. Aquello la tensó, la asustó, lo que hizo que la lampara cayera casi a sus pies, se llevó una mano al pecho y la otra a los labios para no proferir sonido alguno. Tragó saliva, y por un momento quiso no haber retado a ese vampiro, porque por su imprudencia su familia pudo correr peligro, aunque sino le hizo nada en su momento no podía ser tan malo ¿verdad? Pensarlo simplemente le causaba escalofríos, decidió dejar de pensar, era preferible solo vivir el momento y buscar salir viva para que sus hijos tuvieran buena suerte.
La mujer observó a detalle los movimientos del vampiro, "su" vampiro. Se sentía intimidada, pero al mismo tiempo fascinada. A Filippa siempre le había gusto la fuerza, el poder, la victoria por encima de otros, jamás lo conoció como aquel guerrero, incluso Christos, el vampiro que había conocido, el padre de Freddy, siempre se comportó con tranquilidad, como un caballero humano que no se dejaba llevar para nada por sus instintos naturales. ¿Por qué los vampiros eran tan poco predecibles? Ella detestaba eso, sin duda lo hacía.
— Lejos — Le pidió alzando sus manos ensangrentadas para que no se acercara, no más de lo que creía era permitido — No te vayas a acercar — Le pidió de nuevo con el claro miedo en los ojos — Eso fue demasiado… demasiado para mi — Y era sincera, Filippa podría ser una mujer que no medía su lengua, que se ponía a pelear con quien se le pusiera enfrente, eso era un hecho, sin embargo sabía poner los pies en la tierra, aceptar cuando se encontraba en una gran desventaja, y ese momento era claro. — Por favor sólo llévatelos, vete… — Le pidió en un ruego ¿Acaso no podía tener un día normal? Ni siquiera llevaba mucho sin que aquella bruja la dejara pensar por si sola, sin que se metiera en sus pensamientos ¿por qué no tenía una noche tranquila? Se estaba comenzando a desesperar.
Se quejó, en los hombros, en el cuerpo entero los cristales seguían. Inclinó un poco su cuerpo hacía adelante y los quitó de a poco, buscando así concentrarse, evitar verlo; se encontraba haciendo tiempo en lo que él decidía irse ¿Lo haría?
Esta vez no iba a intervenir, se quedaría tirada en medio de la nada hasta que la cosa terminara. O al menos eso deseaba, sin embargo el quedarse en un mismo lugar le había llevado problemas con anterioridad, esa misma noche, hace pocos instantes, las consecuencias era el dolor que experimentaba, así que como pudo se puso de pie. Intentó poder visualizar frente a ella, la oscuridad nunca es buena amiga, al menos no para una humana, así que con la ayuda del tacto se fue guiando, recordando un poco de la estructura de la casa, encontrando en medio del camino un mueble, en el cual pudo sacar una lampara de parafina y poder encenderla. Grave error. No debió hacerlo, hay cosas que no se pueden soportar por más cosas crueles que se han vivido. Las piernas le temblaron por poco caía de nuevo al suelo.
Jophiel estaba acabando con rapidez a una criatura, aquello le hizo sentir pena, pero al mismo tiempo mucha tranquilidad, así nadie podría molestarlos. El problema no era ese, sino más bien la frialdad y la indiferencia con que lo hacía. Aquello la tensó, la asustó, lo que hizo que la lampara cayera casi a sus pies, se llevó una mano al pecho y la otra a los labios para no proferir sonido alguno. Tragó saliva, y por un momento quiso no haber retado a ese vampiro, porque por su imprudencia su familia pudo correr peligro, aunque sino le hizo nada en su momento no podía ser tan malo ¿verdad? Pensarlo simplemente le causaba escalofríos, decidió dejar de pensar, era preferible solo vivir el momento y buscar salir viva para que sus hijos tuvieran buena suerte.
La mujer observó a detalle los movimientos del vampiro, "su" vampiro. Se sentía intimidada, pero al mismo tiempo fascinada. A Filippa siempre le había gusto la fuerza, el poder, la victoria por encima de otros, jamás lo conoció como aquel guerrero, incluso Christos, el vampiro que había conocido, el padre de Freddy, siempre se comportó con tranquilidad, como un caballero humano que no se dejaba llevar para nada por sus instintos naturales. ¿Por qué los vampiros eran tan poco predecibles? Ella detestaba eso, sin duda lo hacía.
— Lejos — Le pidió alzando sus manos ensangrentadas para que no se acercara, no más de lo que creía era permitido — No te vayas a acercar — Le pidió de nuevo con el claro miedo en los ojos — Eso fue demasiado… demasiado para mi — Y era sincera, Filippa podría ser una mujer que no medía su lengua, que se ponía a pelear con quien se le pusiera enfrente, eso era un hecho, sin embargo sabía poner los pies en la tierra, aceptar cuando se encontraba en una gran desventaja, y ese momento era claro. — Por favor sólo llévatelos, vete… — Le pidió en un ruego ¿Acaso no podía tener un día normal? Ni siquiera llevaba mucho sin que aquella bruja la dejara pensar por si sola, sin que se metiera en sus pensamientos ¿por qué no tenía una noche tranquila? Se estaba comenzando a desesperar.
Se quejó, en los hombros, en el cuerpo entero los cristales seguían. Inclinó un poco su cuerpo hacía adelante y los quitó de a poco, buscando así concentrarse, evitar verlo; se encontraba haciendo tiempo en lo que él decidía irse ¿Lo haría?
Filippa Tumminelli- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 05/11/2012
Re: ¡Mujer tenías que ser! || Filippa Tumminelli
No hay nadie más en pie, eso te tiene satisfecho en cierta forma, pero aún sigues en posición de combate, tensos los músculos, los sentidos abiertos a cualquier otro ruido que no sea los que produce la fémina. Por un instante viste la luz, pero no le diste importancia. A oscuras o con luminosidad, eres capaz de acabar con tus rivales con la misma eficiencia con la que lo hacías en la agogé. Te truenas el cuello cambiando bruscamente la cabeza de un lado a otro hasta que sonríes de lado. Te sientes mucho mejor. Miras tus heridas, pero sólo son recuerdos de guerra, sanarán desgraciadamente. No tendrás el placer de lucirlas a tus congéneres para que sepan lo que hiciste. Incluso las manos ya están en el proceso. Muy lento, pero con el tiempo, sanarás por completo.
Terminas de asegurarte que, por lo menos, en el living no hay nadie más que pueda acercárseles, así que caminas hacia la mujer, pero sus intentos de alejarte te llaman la atención. ¿Por qué ahora de pronto te tiene miedo? Y así parece. Haces una mueca, no tiene el temple que creíste poseía cuando se te encaraba, cuando te enfrentaba de esa manera tan deliciosa que te recordaba a las mujeres espartanas. Te colocas las manos en las caderas tras guardar la xiphos en su correspondiente lugar. La observas ensangrentada, tienes algo de apetito, pero puedes contenerte. Beber ahora mismo de ella puede hacer que te aleje por completo y por un instante reniegas de ello.
- De verdad pensaba que eras alguien con una capacidad de soportar la realidad que podría compararse a las mujeres de mi época - tu voz resuena un poco decepcionada, pero no te desistes de lo que piensas. Miras los cuerpos y te encoges de hombros. Deshacerte de ellos será lo divertido. Tendrás que hacer una pira y quemarlos o bien, cortar todos sus miembros y meterlos a una bolsa y llevártelos. Ambas opciones te dan flojera. En el campo de batalla no tienes más que utilizar los cuerpos para crear algunas barreras o dejarlos a la intemperie como ejemplo de sus compañeros, para que entiendan a quiénes se enfrentan cuando siguen por la misma vereda.
Para que conozcan su posible destino.
- De acuerdo, me iré - subes las escaleras empezando a arrastrar todos y cada uno de los cuerpos de tus rivales observando el cielo, esperas que no amanezca antes de que termines de hacerlo. Y si no, tendrás que enviar a alguien a un allegado de la Inquisición para que mande a su vez una comitiva para deshacerse de ellos en lo que buscas un refugio. Es lo que odias de todo ésto, de tu condición vampírica. Dejas todos y cada uno de los restos humanos en una pira observándola al final, recordando los buenos momentos durante las batallas con ellos. Fueron buenos rivales, pero no lo suficientemente hábiles para matarte. Tu deceso llegará próximamente, pero no hoy.
Te colocas la gabardina quitándole la sangre lo mejor que puedes, sales a buscar a alguien, un mensajero y encuentras a un hombre. Le das unas monedas prometiéndole el resto en cuanto dé el mensaje, seguro que Patrick, a quien estás llamando, se las entrega sin protesta. Es el rito que utilizan. Volteas entonces para buscar a la mujer y en cuanto la encuentras la observas tomándole del mentón revisando sus heridas con un pase de ojos por su cuerpo - vendrán por ellos, pero el lugar ya es seguro. Puedes descansar tranquila, ya me retiro - aseguras, pero algo se queda en tu sangre, en tus ímpetus y deseos y no dudas en tomarla por la cintura y tomar su boca con tus labios besándola apasionado, vibrante, saboreando cada parte de su boca, introduciendo tu lengua para buscar la suya, paladeándola, incitándola. Disfrutando de tu premio por tus actos.
Terminas de asegurarte que, por lo menos, en el living no hay nadie más que pueda acercárseles, así que caminas hacia la mujer, pero sus intentos de alejarte te llaman la atención. ¿Por qué ahora de pronto te tiene miedo? Y así parece. Haces una mueca, no tiene el temple que creíste poseía cuando se te encaraba, cuando te enfrentaba de esa manera tan deliciosa que te recordaba a las mujeres espartanas. Te colocas las manos en las caderas tras guardar la xiphos en su correspondiente lugar. La observas ensangrentada, tienes algo de apetito, pero puedes contenerte. Beber ahora mismo de ella puede hacer que te aleje por completo y por un instante reniegas de ello.
- De verdad pensaba que eras alguien con una capacidad de soportar la realidad que podría compararse a las mujeres de mi época - tu voz resuena un poco decepcionada, pero no te desistes de lo que piensas. Miras los cuerpos y te encoges de hombros. Deshacerte de ellos será lo divertido. Tendrás que hacer una pira y quemarlos o bien, cortar todos sus miembros y meterlos a una bolsa y llevártelos. Ambas opciones te dan flojera. En el campo de batalla no tienes más que utilizar los cuerpos para crear algunas barreras o dejarlos a la intemperie como ejemplo de sus compañeros, para que entiendan a quiénes se enfrentan cuando siguen por la misma vereda.
Para que conozcan su posible destino.
- De acuerdo, me iré - subes las escaleras empezando a arrastrar todos y cada uno de los cuerpos de tus rivales observando el cielo, esperas que no amanezca antes de que termines de hacerlo. Y si no, tendrás que enviar a alguien a un allegado de la Inquisición para que mande a su vez una comitiva para deshacerse de ellos en lo que buscas un refugio. Es lo que odias de todo ésto, de tu condición vampírica. Dejas todos y cada uno de los restos humanos en una pira observándola al final, recordando los buenos momentos durante las batallas con ellos. Fueron buenos rivales, pero no lo suficientemente hábiles para matarte. Tu deceso llegará próximamente, pero no hoy.
Te colocas la gabardina quitándole la sangre lo mejor que puedes, sales a buscar a alguien, un mensajero y encuentras a un hombre. Le das unas monedas prometiéndole el resto en cuanto dé el mensaje, seguro que Patrick, a quien estás llamando, se las entrega sin protesta. Es el rito que utilizan. Volteas entonces para buscar a la mujer y en cuanto la encuentras la observas tomándole del mentón revisando sus heridas con un pase de ojos por su cuerpo - vendrán por ellos, pero el lugar ya es seguro. Puedes descansar tranquila, ya me retiro - aseguras, pero algo se queda en tu sangre, en tus ímpetus y deseos y no dudas en tomarla por la cintura y tomar su boca con tus labios besándola apasionado, vibrante, saboreando cada parte de su boca, introduciendo tu lengua para buscar la suya, paladeándola, incitándola. Disfrutando de tu premio por tus actos.
Jophiel Rothschild- Condenado/Vampiro/Clase Alta
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Fecha de inscripción : 18/05/2014
Re: ¡Mujer tenías que ser! || Filippa Tumminelli
El temor se apoderó del cuerpo de Filippa por un momento, eso ocasionó que no pensara con claridad. No se necesitaba pensar demasiado, su instinto materno era el que estaba trabajando. Claramente una criatura que aparte de sobrenatural, resultaba ser peligrosa, un asesino sin escrúpulos podría acabarlos a ellos por mero placer en un abrir y cerrar de ojos. Toda aquella noche había sido caótica, llena de emociones que le llenaron de confusión, pero con el paso del tiempo, con el calmo de su respiración pudo ir poco a poco pensando con más claridad. Ella no era una mujer miedosa, con casi nada se intimidaba, pero todos llegaban a tener un talón de Aquiles, y ella no sería la excepción. No es arrogante, acepta la situación que se le presta, acepta sus debilidades tanto como sus fortalezas. Quien no sabe diferenciar aquello era muy probable que ya tuviera la fiesta perdida.
Lo que hizo a la mujer sentir verdadera confusión fue que el hombre no buscó discutir el irse. Estaba aceptando marcharse sin molestar más, dejando el terreno seguro. Inevitablemente arqueó una ceja, no dejó de observarlo por si tenía una sorpresa que darle, debía permanecer un rato más a la defensiva. Lo peor de todo es que estaba segura que no podría dormir, que el momento que habían vivido la tendría intranquila. Si había visto un par de muertes con anterioridad, pero todas y cada una de ellas habían sido por una especie de necesidad implícita. ¿Por qué iban siguiendo al vampiro? ¿A cuántos había asesinado en total? Porqué contando con que se había quedado un rato escaleras arriba no dudaba que fueran más de los que había visto. Así que si, claramente se sentía abrumada. ¿No era tan malo entonces?
— ¿Mandarás a alguien a limpiar todo? — Se atrevió a romper el silencio por unos momentos, su voz ya salía clara, firme como siempre, había retomado la compostura. — Él que debería limpiar esto eres tú — Hizo una mueca clara. Lo siguiente no lo había visto venir. La boca fría del vampiro importunando la calidez característica de la raza humana. Primero mantuvo los ojos abiertos, sin poder mover los labios debido a la impresión que estaba experimentando. Tragó saliva con fuerza y se preguntó porqué la criatura lo hacía. Aquello no era común, de hecho ni siquiera en sus mejores sueños lo llegaría a ver, sin embargo estaba pasando, y la idea de sentirse deseada por un hombre la llenaba de pudor. ¿Qué se supone que debía hacer? ¿Seguir o parar? Optó por la segunda, ¿Qué de malo ocurriría con eso?
La idea de Filippa es que probablemente después de ese beso, de ese acercamiento quizás la criatura se iría. Siempre se debía sacar provecho de las situaciones, ¿no? nada de malo había en eso, y por esa razón se abrazó a su cuello y correspondió con exigencia, en ese terreno si podía hacerle a la guerra, y fue por eso que su boca se hundió en la ajena, que su lengua bailó con rudeza enredándose con la masculina, el contraste entre ambas temperaturas era delicioso, adictivo, llamativo. La humana se separó sólo por la necesidad de aire, sin embargo no se alejó de él, se mantuvo con el cuerpo recostado casi sobre el musculoso. Sus manos bajaron por los brazos ajenos sintiendo la rigidez de ellos. ¿Eso era por el ejercicio o por la inmortalidad? Se mordió el labio inferior con fuerza, al final decidió que era mejor mirarlo a los ojos.
— ¿Buscabas un pago o algo en especial? — Preguntó con la ceja arqueada. — Deberías haber dicho de un inicio que deseabas un beso como recompensa, de esa manera hubiera podido ofrecerte más si mantenías con vida a mis hijos — No era una broma, y tampoco se trataba de una ofrecida, a esas alturas de la noche él ya debía de imaginar lo que era capaz ella de hacer por esos dos pequeños que se encontraban escondidos en el sótano; lo soltó solo unos momentos para poder pensar con tranquilidad, tenerlo tan cerca sólo empeoraba las cosas, aquel beso la había hecho sentir deseosa y seguramente él lo había notado por como se aceleró su respiración, sus palpitaciones y su piel se erizó.
— Quiero que te quedes — Contradijo sus palabras, pero lo siguiente que estaba por decir era cierto — Me sentiré más segura contigo, y si temes del sol puedes quedarte en el sótano, no pasará ni un rayo de luz — Aclaró con tranquilidad, se encogió de hombros. — ¿Necesitas que te consiga un poco más de sangre? Podría hacerlo… — Estaba cediendo, quizás más de la cuenta, pero más valía que el vampiro no se lo tomara tan en serio, Filippa cambiaba, se mostraba fiera, guerrera, humana si, pero eso no importaba.
Lo que hizo a la mujer sentir verdadera confusión fue que el hombre no buscó discutir el irse. Estaba aceptando marcharse sin molestar más, dejando el terreno seguro. Inevitablemente arqueó una ceja, no dejó de observarlo por si tenía una sorpresa que darle, debía permanecer un rato más a la defensiva. Lo peor de todo es que estaba segura que no podría dormir, que el momento que habían vivido la tendría intranquila. Si había visto un par de muertes con anterioridad, pero todas y cada una de ellas habían sido por una especie de necesidad implícita. ¿Por qué iban siguiendo al vampiro? ¿A cuántos había asesinado en total? Porqué contando con que se había quedado un rato escaleras arriba no dudaba que fueran más de los que había visto. Así que si, claramente se sentía abrumada. ¿No era tan malo entonces?
— ¿Mandarás a alguien a limpiar todo? — Se atrevió a romper el silencio por unos momentos, su voz ya salía clara, firme como siempre, había retomado la compostura. — Él que debería limpiar esto eres tú — Hizo una mueca clara. Lo siguiente no lo había visto venir. La boca fría del vampiro importunando la calidez característica de la raza humana. Primero mantuvo los ojos abiertos, sin poder mover los labios debido a la impresión que estaba experimentando. Tragó saliva con fuerza y se preguntó porqué la criatura lo hacía. Aquello no era común, de hecho ni siquiera en sus mejores sueños lo llegaría a ver, sin embargo estaba pasando, y la idea de sentirse deseada por un hombre la llenaba de pudor. ¿Qué se supone que debía hacer? ¿Seguir o parar? Optó por la segunda, ¿Qué de malo ocurriría con eso?
La idea de Filippa es que probablemente después de ese beso, de ese acercamiento quizás la criatura se iría. Siempre se debía sacar provecho de las situaciones, ¿no? nada de malo había en eso, y por esa razón se abrazó a su cuello y correspondió con exigencia, en ese terreno si podía hacerle a la guerra, y fue por eso que su boca se hundió en la ajena, que su lengua bailó con rudeza enredándose con la masculina, el contraste entre ambas temperaturas era delicioso, adictivo, llamativo. La humana se separó sólo por la necesidad de aire, sin embargo no se alejó de él, se mantuvo con el cuerpo recostado casi sobre el musculoso. Sus manos bajaron por los brazos ajenos sintiendo la rigidez de ellos. ¿Eso era por el ejercicio o por la inmortalidad? Se mordió el labio inferior con fuerza, al final decidió que era mejor mirarlo a los ojos.
— ¿Buscabas un pago o algo en especial? — Preguntó con la ceja arqueada. — Deberías haber dicho de un inicio que deseabas un beso como recompensa, de esa manera hubiera podido ofrecerte más si mantenías con vida a mis hijos — No era una broma, y tampoco se trataba de una ofrecida, a esas alturas de la noche él ya debía de imaginar lo que era capaz ella de hacer por esos dos pequeños que se encontraban escondidos en el sótano; lo soltó solo unos momentos para poder pensar con tranquilidad, tenerlo tan cerca sólo empeoraba las cosas, aquel beso la había hecho sentir deseosa y seguramente él lo había notado por como se aceleró su respiración, sus palpitaciones y su piel se erizó.
— Quiero que te quedes — Contradijo sus palabras, pero lo siguiente que estaba por decir era cierto — Me sentiré más segura contigo, y si temes del sol puedes quedarte en el sótano, no pasará ni un rayo de luz — Aclaró con tranquilidad, se encogió de hombros. — ¿Necesitas que te consiga un poco más de sangre? Podría hacerlo… — Estaba cediendo, quizás más de la cuenta, pero más valía que el vampiro no se lo tomara tan en serio, Filippa cambiaba, se mostraba fiera, guerrera, humana si, pero eso no importaba.
Filippa Tumminelli- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 05/11/2012
Re: ¡Mujer tenías que ser! || Filippa Tumminelli
¿Limpiarlo tú? Sí, lo harías de no estar tan cerca el amanecer, pero tienes prioridades, entre éstas, tu propia existencia, así que desechas la misma sugerencia en cuanto la escuchas. En otro lugar y momento, tus hermanos te habrían ayudado. Es raro estar sin ellos y a pesar de los milenios recorridos, no logras sacarlos de tu mente y sentir que te faltan en todo momento y lugar. Quizá tenga razón aquél hombre que te dijo que la medida no era una fórmula matemática, si no que lo único indemne era el tiempo. Fórmula inamovible y que es el inicio y final de todo. Perenne, auténtico y destructivo. No hay nada más efectivo que dejarlo pasar. Entrega respuestas, venganzas y esperanzas. Resuelve dolores, los alivia y los mantiene lejos de tí.
O acerca tentaciones. En el momento en que ella corresponde el beso, nada más importa. Ni los pequeños que esperan a su madre, ni el sol a punto de aparecer, ni que alguien llegará pronto, sólo sus labios, el sabor de éstos que hace demasiado has olvidado, la vibrante candidez con que te rodea el cuello y te exige una respuesta que no dudas en entregarle. Su lengua se une con la tuya, se acarician y exploran el interior de la otra boca. Uno primero, el otro después, el orden no importa, ni siquiera darle el control sobre ésto. Sólo interesa cuánto te gusta, cómo te incita a probar de nuevo su sangre, tenerla sobre un lecho poniendo especial cuidado en sus partes más sensibles y atacarlas sin piedad, como se hace en la guerra. Hasta dejarla rendida y...
Todo termina tan rápido como empezó, de forma insuficiente a tu parecer, pero comprendes que no es el lugar, no es el momento. La miras jalar aire con cierta urgencia y no escondes la sonrisa de lado que te provoca. Es una humana y hace mucho que no tienes intimidad con una. Te preguntas qué tan intensa puede ser con esta mujer. Tus ojos siguen hipnotizados el movimiento de los dientes apresando entre su dureza la fragilidad de la piel de sus labios. Quisieras tomarla con los tuyos, succionarla hasta dejarle una marca al haber roto los vasos capilares.
El sonido de su corazón tiene un ritmo irresistible, anuncia el preludio del sexo, de una habitación en la que los cuerpos se unan y luego de ello, sólo quede la satisfacción. Porque claro que la harás gemir y disfrutarlo al máximo, eres muy bueno en ello, al menos ninguna mujer espartana se sintió defraudada de tenerte entre sus mantas - no, no era lo que me había propuesto, fue mero impulso, aunque me parece que usted no tiene ninguna queja al respecto - susurras con cierta mofa observando cómo poco a poco las respiraciones de la mujer dejan de ser tan frenéticas, logra controlarse y eso sólo hace que le sumes puntos a su favor.
- ¿Que me quede? ¿Quién la entiende? Si lo hago no será en el sótano, no será en el ático, si no en su recámara, con usted en la cama. Sí, eso quiero y si va a querer protección, estamos en un dilema. Como la casa no sea completamente cerrada a la luz solar, no puedo ayudarla en lo más mínimo. Sólo seré una carga por más experiencia que tenga - sólo de pensar en la vitae, siente que el cuerpo se tensa. No quiere cualquier líquido rojo, quiere su sangre. La que se le resbalará por la garganta y le causará estragos en los labios.
Se separa un par de pasos mirando hacia afuera un poco, queriendo negar las imágenes de su mente que son demasiado vívidas: el cuerpo femenino ondulándose con las embestidas, la piel sonrojada y perlada en sudor y un rastro sanguinolento en el cuello, finas líneas que indiquen quién la ha poseído y de qué manera. Tú. Sólo tú. Y ese instinto de posesividad te sorprende. Ni con tu esposa fuiste así. Esta mujer está tomando un lugar que no le corresponde, pero es uno que, entiendes, tú mismo le estás otorgando. Es peligroso.
- Considero mejor mandarle a alguien de los inquisidores a custodiar su casa por afuera, así estará más segura y créame, no me quiere aquí. Ya le dije qué me incita, no me provoque más - caminas hacia la salida, es mejor cortar por lo sano, cuando un miembro se envenena, hay que amputarlo. Y sin embargo, te preguntas cuánto ha logrado esta mujer emponzoñarte con la ansiedad de su cuerpo, de su piel, de sus gemidos y sobre todo, de su sangre.
O acerca tentaciones. En el momento en que ella corresponde el beso, nada más importa. Ni los pequeños que esperan a su madre, ni el sol a punto de aparecer, ni que alguien llegará pronto, sólo sus labios, el sabor de éstos que hace demasiado has olvidado, la vibrante candidez con que te rodea el cuello y te exige una respuesta que no dudas en entregarle. Su lengua se une con la tuya, se acarician y exploran el interior de la otra boca. Uno primero, el otro después, el orden no importa, ni siquiera darle el control sobre ésto. Sólo interesa cuánto te gusta, cómo te incita a probar de nuevo su sangre, tenerla sobre un lecho poniendo especial cuidado en sus partes más sensibles y atacarlas sin piedad, como se hace en la guerra. Hasta dejarla rendida y...
Todo termina tan rápido como empezó, de forma insuficiente a tu parecer, pero comprendes que no es el lugar, no es el momento. La miras jalar aire con cierta urgencia y no escondes la sonrisa de lado que te provoca. Es una humana y hace mucho que no tienes intimidad con una. Te preguntas qué tan intensa puede ser con esta mujer. Tus ojos siguen hipnotizados el movimiento de los dientes apresando entre su dureza la fragilidad de la piel de sus labios. Quisieras tomarla con los tuyos, succionarla hasta dejarle una marca al haber roto los vasos capilares.
El sonido de su corazón tiene un ritmo irresistible, anuncia el preludio del sexo, de una habitación en la que los cuerpos se unan y luego de ello, sólo quede la satisfacción. Porque claro que la harás gemir y disfrutarlo al máximo, eres muy bueno en ello, al menos ninguna mujer espartana se sintió defraudada de tenerte entre sus mantas - no, no era lo que me había propuesto, fue mero impulso, aunque me parece que usted no tiene ninguna queja al respecto - susurras con cierta mofa observando cómo poco a poco las respiraciones de la mujer dejan de ser tan frenéticas, logra controlarse y eso sólo hace que le sumes puntos a su favor.
- ¿Que me quede? ¿Quién la entiende? Si lo hago no será en el sótano, no será en el ático, si no en su recámara, con usted en la cama. Sí, eso quiero y si va a querer protección, estamos en un dilema. Como la casa no sea completamente cerrada a la luz solar, no puedo ayudarla en lo más mínimo. Sólo seré una carga por más experiencia que tenga - sólo de pensar en la vitae, siente que el cuerpo se tensa. No quiere cualquier líquido rojo, quiere su sangre. La que se le resbalará por la garganta y le causará estragos en los labios.
Se separa un par de pasos mirando hacia afuera un poco, queriendo negar las imágenes de su mente que son demasiado vívidas: el cuerpo femenino ondulándose con las embestidas, la piel sonrojada y perlada en sudor y un rastro sanguinolento en el cuello, finas líneas que indiquen quién la ha poseído y de qué manera. Tú. Sólo tú. Y ese instinto de posesividad te sorprende. Ni con tu esposa fuiste así. Esta mujer está tomando un lugar que no le corresponde, pero es uno que, entiendes, tú mismo le estás otorgando. Es peligroso.
- Considero mejor mandarle a alguien de los inquisidores a custodiar su casa por afuera, así estará más segura y créame, no me quiere aquí. Ya le dije qué me incita, no me provoque más - caminas hacia la salida, es mejor cortar por lo sano, cuando un miembro se envenena, hay que amputarlo. Y sin embargo, te preguntas cuánto ha logrado esta mujer emponzoñarte con la ansiedad de su cuerpo, de su piel, de sus gemidos y sobre todo, de su sangre.
Jophiel Rothschild- Condenado/Vampiro/Clase Alta
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Fecha de inscripción : 18/05/2014
Re: ¡Mujer tenías que ser! || Filippa Tumminelli
Nunca se había tratado de una mujer impulsiva, para nada, de hecho, la mayor parte del tiempo resultaba cautelosa, analítica, precavida. Lo que más le puso a la defensiva fue el hecho de tener a sus hijos en riesgo, para ella, no había peor tormento que tener a sus pequeños de esa manera, porque no había nada más valioso que esos dos ángeles en su vida. Sin embargo con él la cosa cambiaba, la situación era distinta, y se dejaba llevar por el mero deseo de sentirse deseada por una criatura fuerte, varonil y atrayente. Podría sonar un poco superficial, y de cierta manera lo era, pero para ella no importaba, de alguna forma se sentía atraída, atrapada por las sensaciones delirantes que el vampiro podría proporcionarle. ¿Por qué se dejaba llevar? No lo comprendía, y quizás no debía hacerlo, quizás sólo necesitaba dejarse llevar.
Su boca sentía urgencia por la contraría, y por eso se dejaba envolver en los besos atrevidos de la criatura. Su cuerpo se tensó, pero ya no se encontraba a la defensiva, sino que deseaba sentir más del ser que tenía enfrente. Podía notar la violencia que estaba ejerciendo el vampiro, y también como se contenía de hacer una imprudencia, lo cual le agradecía de sobremanera. Filippa quería más, necesitaba más, se sentía ardiente y sensual, y su sexualidad estaba despierta, no importaba que se tratara de un desconocido, lo necesitaba ahí, en ese momento, que le ayudara a relajar las tensiones que había generado, porque a fin de cuentas ¡había sido su culpa! el había entrado a su propiedad, se lo debía, pero no, parecía que la cosa no saldría de esa manera. Tomó aire; se tranquilizó.
— Si, tiene razón — Carraspeó un poco para que sus palabras salieran con naturalidad — No es bueno que se quede, puede pulverizarse si el sol aparece — Asintió sintiendo una especie de punzada fuerte dada en el ego. La había rechazo, le había negado el compartir, se habían negado el privilegio de volverse uno solo. Hizo una mueca evidente por su molestia, aunque no le dejaría para nada notar que se encontraba así por él. — Lo más prudente es que se marche, y yo veré a mi gente — Se movió con suavidad, pero podía sentir su intimidad palpitante, esa criatura le había provocado demasiado, sin duda. — No se preocupe por la protección, no tiene que enviar a nadie, yo me encargaré de eso — Ella que había conocido más de las criaturas de la noche, contaba con algunos de ellos de aliados.
Cuando Filippa se acercó a Christos, y el vampiro se dio cuenta que ella cuidaba a su hijo como el propio, se mostró muy agradecido con ella, incluso parte de su fortuna también se la dio para que a Freddy no le faltara nada, y no sólo lo material le dieron, sino también el privilegio de ser protegida por los más importantes vampiros, no sólo importantes, también temidos. Así que ella sabía como resguardar a su familia, su propiedad. Sin embargo en un principio se había descuidado porque nunca imaginó que algo así llegara a ocurrir. ¿Y quién lo pensaría? París es muy hipócrita, las criaturas de la noche se vuelven precavidas.
— Bueno, márchese ya — Indicó cruzándose de brazos, cruzándolos a la altura de su pecho que ya se mostraba de forma tranquila; su respiración había vuelto a la normalidad. Sin embargo ella deseaba que se quedara ¿contradictorio? Si, por supuesto; la mujer caminó en dirección contraria del vampiro, ni siquiera le miró más ¿para qué? él había decidido marcharse, entonces que se fuera, ella se había abrazado a su orgullo, y no le pediría lo que ya había hecho con anterioridad, que se quedara.
— No se preocupe por los gastos — Musitó en voz alta — Aquí para el anochecer de mañana estará todo como si nada — Porque sí, si ella quería y deseaba, contrataría a los que fueran necesarios para cubrir y esconder lo que había ocurrido esa noche.
Su boca sentía urgencia por la contraría, y por eso se dejaba envolver en los besos atrevidos de la criatura. Su cuerpo se tensó, pero ya no se encontraba a la defensiva, sino que deseaba sentir más del ser que tenía enfrente. Podía notar la violencia que estaba ejerciendo el vampiro, y también como se contenía de hacer una imprudencia, lo cual le agradecía de sobremanera. Filippa quería más, necesitaba más, se sentía ardiente y sensual, y su sexualidad estaba despierta, no importaba que se tratara de un desconocido, lo necesitaba ahí, en ese momento, que le ayudara a relajar las tensiones que había generado, porque a fin de cuentas ¡había sido su culpa! el había entrado a su propiedad, se lo debía, pero no, parecía que la cosa no saldría de esa manera. Tomó aire; se tranquilizó.
— Si, tiene razón — Carraspeó un poco para que sus palabras salieran con naturalidad — No es bueno que se quede, puede pulverizarse si el sol aparece — Asintió sintiendo una especie de punzada fuerte dada en el ego. La había rechazo, le había negado el compartir, se habían negado el privilegio de volverse uno solo. Hizo una mueca evidente por su molestia, aunque no le dejaría para nada notar que se encontraba así por él. — Lo más prudente es que se marche, y yo veré a mi gente — Se movió con suavidad, pero podía sentir su intimidad palpitante, esa criatura le había provocado demasiado, sin duda. — No se preocupe por la protección, no tiene que enviar a nadie, yo me encargaré de eso — Ella que había conocido más de las criaturas de la noche, contaba con algunos de ellos de aliados.
Cuando Filippa se acercó a Christos, y el vampiro se dio cuenta que ella cuidaba a su hijo como el propio, se mostró muy agradecido con ella, incluso parte de su fortuna también se la dio para que a Freddy no le faltara nada, y no sólo lo material le dieron, sino también el privilegio de ser protegida por los más importantes vampiros, no sólo importantes, también temidos. Así que ella sabía como resguardar a su familia, su propiedad. Sin embargo en un principio se había descuidado porque nunca imaginó que algo así llegara a ocurrir. ¿Y quién lo pensaría? París es muy hipócrita, las criaturas de la noche se vuelven precavidas.
— Bueno, márchese ya — Indicó cruzándose de brazos, cruzándolos a la altura de su pecho que ya se mostraba de forma tranquila; su respiración había vuelto a la normalidad. Sin embargo ella deseaba que se quedara ¿contradictorio? Si, por supuesto; la mujer caminó en dirección contraria del vampiro, ni siquiera le miró más ¿para qué? él había decidido marcharse, entonces que se fuera, ella se había abrazado a su orgullo, y no le pediría lo que ya había hecho con anterioridad, que se quedara.
— No se preocupe por los gastos — Musitó en voz alta — Aquí para el anochecer de mañana estará todo como si nada — Porque sí, si ella quería y deseaba, contrataría a los que fueran necesarios para cubrir y esconder lo que había ocurrido esa noche.
Filippa Tumminelli- Humano Clase Alta
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