El café más caro de París (Giselle)

por **Émile Ampère** Mar Mayo 20, 2014 4:11 pm

El mediodía comenzaba a morir estrellándose con su luz brillante y alegre contra los vértices de los geométricos y cuidados tejados parisinos, desangrándose en una luz rojiza que, si bien todavía no tapaba todo el azul celeste, si empezaba a ascender desde la línea de tierra con gradual intensidad. Y yo lo miraba desde mi mesa habitual en el café, la mejor ubicada y con las mejores vistas. Una taza de café todavía demasiado caliente como para llevárselo a la boca reposa sobre un plato de porcelana con grabados florales mientras mi parpadeo lento y plomizo, aburrido, desgranando el tiempo y viviendo en él hasta que llegue la hora exacta de mi cita con Giselle, cae y se alza en un ciclo imposible de detener.

Introduzco la mano en el bolsillo interior y extraigo con sumo cuidado y ceremonia un elegantísimo y muy valioso reloj hecho artesanalmente en oro con mis iniciales grabadas. Era un regalo de un célebre joyero de la Confederación Helvética como muestra de aprecio a mi familia y a mí mismo, y yo se lo agradecía y premiaba comerciando con sus joyas y piedras preciosas soterrándole en oro. El reloj tiene incrustaciones de minerales brillantes como rubís o zafiros y un diseño muy cuidado y personal que le otorga un valor prácticamente incalculable.
Faltan exactamente cinco minutos y veintitrés segundos para que alcancemos las seis y media, la hora a la que mi cita con Giselle ha sido acordada en este café, el más caro de París. Mientras guardo con pulcritud mi reloj en su lugar, me planteo el interrogante de si Giselle se sentiría cohibida en un lugar como este, rodeada de la élite francesa y con tazas que son auténticas obras de arte que podrían valer más que todas sus pertenencias. Pero ya era demasiado tarde para concretar otra hora y el tiempo corría inexorablemente hacia mi posición, hacia la silla vacía que se sitúa frente a mí con otro plato de porcelana justo delante preparado para soportar una taza que obligaré a pedir a mi acompañante.

Espero, recto, pulcro, guardando las formas y sin atender demasiado al resto de nobles que frecuentan el lugar, a mi pobre compañera, que, espero, se muestre tan fluida y suelta como siempre a pesar de este entorno presumiblemente hostil para ella.

por **Ragna Dárkova** Miér Mayo 21, 2014 1:35 pm

Me encontraba cansada. Tanto, que en una ocasión antes de salir finalmente de donde temporalmente servía comidas a los clientes, llegué a volcar un plato sobre uno de ellos. Quien obviamente no se abstuvo de groserías y chillidos. Me disculpé, le ayude a limpiarse y sin embargo de nada sirvió. Justo en mi mala suerte, había dado con el primo del dueño de aquel restaurante de mala muerte, así que en apenas solo un movimiento imperativo del dedo hacia la puerta, sin apenas pagarme lo que me debían de este día, me echaron como cual perro sin dueño a la calle.

Suspiré tristemente viendo el sol en lo más álgido del día. El día era caluroso, muy caluroso para estar en la temporada que nos encontrábamos y aún así yo sentía frío, siempre lo sentía. Desde la huida de Escocia, tras haber conocido a dos brujos enemigos de mi familia y por ende deseosos de terminar conmigo, me había encontrado en cada instante inquieta y siempre pensando en él. Vishous .Su nombre siempre acude a mi mente sin desearlo. El brujo que a su extraña y retorcida forma me protegió de su hermano y quien juró encontrarme algún día y vengarse definitivamente de mí. Así había sido mi huida precipitada de Escocia hasta Francia, esperando poder encontrar algún lugar donde invisible para él y sus extrañas almas. No obstante en cada despertar un presentimiento me helaba, como si él, estuviese donde estuviese pudiera verme, vigilarme esperando por atraparme.

Por ello mismo es que ahora el haberme quedado sin empleo era favorable y desfavorable a la vez. Si quería que no me encontrara no podía quedarme quieta mucho tiempo en un solo lugar, si no que debía moverme, y por el otro lado había perdido el único empleo que había encontrado estas semanas, lo único que me daba de comer. ¿Podía estar peor? Me mordí el labio nerviosa y tras respirar hondo varias veces me encaminé hacia donde temporalmente dormía. Un pequeño hostal donde por unas pocas monedas tenías una cama y un techo bajo el que dormir. Por suerte esperaba que jamás se le ocurriera a aquel brujo buscarme en un lugar así, todo y que pensándolo bien, seguro se le ocurría buscarme en los lugares menos concurridos como aquel.

Con un paso apresurado, llegué rápido y me escondí en mi habitación, tumbándome en la cama esperando que pasara el día y llegara mi cita de la tarde con Émile, al que tenía muchas ganas de ver, tras no verle en meses. Inmediatamente al tumbarme en la cama me quedé dormida, despertando tras unas horas, justo a la hora del encuentro. — ¡Oh no!…llegaré tarde. —musite alterada levantándome y abriendo el viejo armario que contenía mis sencillos vestidos, tomé uno de mis mejores vestidos del mismo color que mis ojos, o por lo menos, era el mejor que yo podía permitirme. Me peiné, dejando el cabello que ondulado cayera a mi espalda y salí sin nada más que lo puesto y una sonrisa por volverlo a ver. Con él las pocas veces que habíamos coincidido, me había sentido feliz, alegre, en paz. Sentimientos que hacía tiempo ya no sentía.

Acordándome de donde me había citado, me dirigí calle arriba. Pasé por el centro de Francia y esperando no llegar demasiado tarde con una sonrisa en forma de disculpa y de ver el lugar en el que me había citado en el que no me encontraba segura de ser aceptada, casi con timidez entré, encontrándome de frente con la mesa en donde me esperaba. Suspiré, haciendo caso omiso a las miradas ajenas, y centrándome en él le sonreí. —Siento llegar tarde… no pude llegar antes. —Una pequeña mentira, pero no podía decirle que simplemente me había dormido exhausta tras perder la faena. Se preocuparía mucho más por mí de lo que ya hacía y tampoco le deseaba más preocupaciones. — ¡Émile!¡Me alegro tanto de verte!… Lo que ¿este lugar? No estoy segura de que me dejen entrar... —Dije con una triste sonrisa al ver como uno de los responsables se acercaba a mí. Le miré esperando ver que hacía mientras dudaba en sentarme o esperar que aquel señor se acercara y me echará de aquel lugar. Al final mi mejor vestido, no había sido el adecuado a ese lugar.

por **Émile Ampère** Miér Mayo 21, 2014 2:08 pm

Con la mirada absorta en un algún punto indeterminado justo encima de un tejado renacentista donde las gárgolas parecen morder la luz reculante que todavía se percibe, reparo en que es probable que ya hayan pasado los cinco minutos y veintitrés segundos que faltaban para que se cumplieran las seis y media. Vuelvo a sacar mi reloj y, en efecto, había pasado con creces. En concreto eran las seis y cuarenta y dos minutos y cincuenta segundos. Con una gesto de decepción guardo ceremoniosamente mi helvético reloj en su legítimo lugar y espero, esta vez más hastiado y con un inevitable mohín, a que Giselle haga acto de presencia y tome lugar junto a mí. Llega tan tarde, incluso, que mi café ya está a una temperatura normal y me veo obligado a tomar un sorbo recatado y frugal para no tener que beberlo frío debido a su falta de puntualidad. Puntualidad. La puntualidad es importante. Es síntoma de responsabilidad y su ausencia lo es de desidia y falta de orden. En mi entorno la puntualidad es intolerable: un baile de máscaras no te espera, el oro no se detiene a que llegues y si el cañón de una pistola de apunta no esperará a que salgas corriendo para disparar.

Por fin hace acto de presencia Giselle, con un vestido elegante pero que arrancaría sonrojos y risas entre las damas que habitan el café si se les sugiriera ponérselo, pues no tiene pinta de haber sido diseñado por un famoso sastre y tampoco parece tener hilos de oro en las costuras - Buenas tardes, Giselle, un placer verte de nuevo - saludo con una amplísima sonrisa y con mi habitual educación y pulcritud, conservando las formas que acostumbran a la gente de mi clase, reminiscencia de lo que se me exigió en mi niñez y hoy me pido yo, al menos de cara a la galería. Me levanto de mi asiento con agilidad y extiendo mi mano hasta alcanzar la suya, para después alzarla y depositar un breve beso en su piel, soltando su mano después e invitándola con un gesto a tomar asiento en la silla que estaba guardando para ella - . Por favor, Giselle, nadie va a echarte de aquí, vienes conmigo - era evidente que si se le hubiera ocurrido venir a un lugar como este sin compañía no habría alcanzado a posar ni la punta de sus zapatos dentro sin que el encargado la hubiera invitado amistosamente o no a abandonar el local. Me siento de nuevo en la silla y doy otro trago a mi suculento café, en exceso frío, porque estaba diseñado para sorberse a las seis y media y son las seis y cuarenta y cinco minutos. Pero la presencia de Giselle calmaba incluso mi exigente paladar - Yo también me alegro mucho de verte, Giselle, ¿qué tal te va? - inquiero con atención y la dosis justa de preocupación por su situación. Quiero protegerla pero no ser demasiado cargante o pesado, yo solo soy un miembro de apoyo en su trayecto.

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