AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Black Rain {Privado}
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Black Rain {Privado}
Su cuerpo se desplomó, hacia un costado, rendido, empapado en sudor y satisfecho. Se apoyó en el respaldar del sillón de cuatro cuerpos que ostentaba la suite del hotel; su cabello revoloteado caía sobre sus hombros desnudos, el carmín de los labios se había esparcido por su rostro y el de su amante, infundiéndole una tonalidad entre anaranjada y roja a ambas pieles. Bronwen exhaló un suspiro, una sonrisa licenciosa se asomó en sus labios antes de incorporarse y darle un beso fugaz al caballero que la acompañaba. Estiró su brazo para tomar de la mesa de vidrio, que descansaba al lado con un pequeño racimo de flores acomodado dentro de un florero, un cigarro. Lo encendió con lentitud, y el humo salió de sus labios formando anillos en el aire. Observaba de reojo a Clyde, que se encontraba en el otro extremo, aún desnudo, con su piel brillante y los párpados bajos, con aquella mueca de placer que tanto le complacía dibujar. Se sentía plena de saber que ese hombre encontraba saciar sus instintos entre sus piernas, en su cuerpo, y que luego se acicalaban y se convertían en completos desconocidos. Su relación se basaba en aquel encanto que otorga la ausencia de compromiso, la emoción de nunca saber del otro hasta que a uno de los dos la lujuria toca a su puerta y lo invita a aquellos encuentros planeados en pocos instantes, con escasos días de anticipación. Allí radicaba la magia, en el nunca saber cuándo se verían.
Aquel affaire con Dunne había comenzado hacía poco más de un año, de la forma más tradicional, con los típicos clichés, con la pasión encendida de los romances fugaces carentes de emociones que trascendieran lo corporal. Un evento nocturno, miradas que se cruzaron, lacayos fieles que colaboraron con el contacto y a los pocos días consumaron la pasión encendida. Bronwen creía que sería una más de sus conquistas efímeras, que se apagaban como la llama de una vela, en tan sólo una noche. Sin embargo, el escocés logró encadenarla a su cintura y a fuerza de la exquisitez de la fusión, allí estaban, una vez más, henchidos de complacencia, repletos el uno del otro. Aún la piel le ardía del contacto con el hombre, aún su intimidad latía a carne viva. En los brazos de Clyde volvía a ser mujer, dejaba de ser la madre de Elizabeth y su pequeño niño muerto, dejaba de ser la viuda que debía aparentar congoja y a pesar del tiempo, seguir aceptando con cordialidad e hipocresía las condolencias por sus trágicas y repentinas pérdidas; dejaba de ser la respetable hija de los Wynn, la dama de la alta sociedad, la cómplice de su padre, la pieza fundamental de la sociedad secreta que integraba, para ser, simplemente, una humana que se entregaba a sus instintos, sin más remilgos que el preocuparse por satisfacer al otro.
A pesar de lo retorcida que podía llegar a ser, de los pecados que le circundaban el alma, Bronwen no dejaba de ser una persona que necesitaba sentirse viva más allá de la utilidad que podía significar en el tablero de ajedrez de su querido padre. Tampoco se había convertido en una mujer liviana, en contadas ocasiones había tenido algún que otro amante, pero con Dunne la partida era diferente. Él no quería más que eso que tenían, ni la morena pedía más de lo que recibía. Había un acuerdo tácito entre ambos, un contrato jamás firmados, pero sellado a base de silencio y lealtad. Uno no nombraba al otro, y cuando traspasaban el umbral del cuarto que los acogía, se convertían en los mismos de siempre. Entre aquellas paredes existía entre ellos una química explosiva, pero nada más. La bruja era demasiado reservada para abrirle su alma, por ello, su labor de escucha la hacía a la perfección. Así se había enterado del amor que Clyde profesaba por su esposa, de la culpa que le atosigaba y de la dureza que era tener a una señora como Bethany. La había escuchado nombrar tantas veces, que su fantasma los rondaba sin generar peligro, sin provocar separación. La enfermedad de la mujer sólo era una excusa para seguir perpetrando la adúltera relación.
— ¿Whisky? —preguntó mientras se ponía de pie, sin hacer si quiera el amague de colocarse una bata. Se paseó desnuda por la habitación, cruzó hacia el otro extremo, donde las bebidas brillaban en sus envases. Sirvió un vaso para él y otro para ella, regresó junto a al escocés. —Pareces cansado —observó. Se sentó en sus rodillas, y le convidó una pitada de su cigarrillo, luego Bronwen le dio otra. Bebió un trago del líquido ambarino. —A pesar de que estuviste maravilloso, te noto distraído —lo conocía lo suficiente para saber cuándo un problema lo aquejaba. — ¿Quieres hablar? —se inclinó para dejar la colilla en el cenicero. Con su mano, comenzó a acariciar el cabello de Clyde, para ayudarlo a relajar la tensión que su pregunta le había generado. —No es necesario que me cuentes —lo tranquilizó.
Aquel affaire con Dunne había comenzado hacía poco más de un año, de la forma más tradicional, con los típicos clichés, con la pasión encendida de los romances fugaces carentes de emociones que trascendieran lo corporal. Un evento nocturno, miradas que se cruzaron, lacayos fieles que colaboraron con el contacto y a los pocos días consumaron la pasión encendida. Bronwen creía que sería una más de sus conquistas efímeras, que se apagaban como la llama de una vela, en tan sólo una noche. Sin embargo, el escocés logró encadenarla a su cintura y a fuerza de la exquisitez de la fusión, allí estaban, una vez más, henchidos de complacencia, repletos el uno del otro. Aún la piel le ardía del contacto con el hombre, aún su intimidad latía a carne viva. En los brazos de Clyde volvía a ser mujer, dejaba de ser la madre de Elizabeth y su pequeño niño muerto, dejaba de ser la viuda que debía aparentar congoja y a pesar del tiempo, seguir aceptando con cordialidad e hipocresía las condolencias por sus trágicas y repentinas pérdidas; dejaba de ser la respetable hija de los Wynn, la dama de la alta sociedad, la cómplice de su padre, la pieza fundamental de la sociedad secreta que integraba, para ser, simplemente, una humana que se entregaba a sus instintos, sin más remilgos que el preocuparse por satisfacer al otro.
A pesar de lo retorcida que podía llegar a ser, de los pecados que le circundaban el alma, Bronwen no dejaba de ser una persona que necesitaba sentirse viva más allá de la utilidad que podía significar en el tablero de ajedrez de su querido padre. Tampoco se había convertido en una mujer liviana, en contadas ocasiones había tenido algún que otro amante, pero con Dunne la partida era diferente. Él no quería más que eso que tenían, ni la morena pedía más de lo que recibía. Había un acuerdo tácito entre ambos, un contrato jamás firmados, pero sellado a base de silencio y lealtad. Uno no nombraba al otro, y cuando traspasaban el umbral del cuarto que los acogía, se convertían en los mismos de siempre. Entre aquellas paredes existía entre ellos una química explosiva, pero nada más. La bruja era demasiado reservada para abrirle su alma, por ello, su labor de escucha la hacía a la perfección. Así se había enterado del amor que Clyde profesaba por su esposa, de la culpa que le atosigaba y de la dureza que era tener a una señora como Bethany. La había escuchado nombrar tantas veces, que su fantasma los rondaba sin generar peligro, sin provocar separación. La enfermedad de la mujer sólo era una excusa para seguir perpetrando la adúltera relación.
— ¿Whisky? —preguntó mientras se ponía de pie, sin hacer si quiera el amague de colocarse una bata. Se paseó desnuda por la habitación, cruzó hacia el otro extremo, donde las bebidas brillaban en sus envases. Sirvió un vaso para él y otro para ella, regresó junto a al escocés. —Pareces cansado —observó. Se sentó en sus rodillas, y le convidó una pitada de su cigarrillo, luego Bronwen le dio otra. Bebió un trago del líquido ambarino. —A pesar de que estuviste maravilloso, te noto distraído —lo conocía lo suficiente para saber cuándo un problema lo aquejaba. — ¿Quieres hablar? —se inclinó para dejar la colilla en el cenicero. Con su mano, comenzó a acariciar el cabello de Clyde, para ayudarlo a relajar la tensión que su pregunta le había generado. —No es necesario que me cuentes —lo tranquilizó.
Magdala Đurić- Gitano
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Re: Black Rain {Privado}
No era hasta que ambos cuerpos se rendían cuando los pensamientos de las desgracias ocurridas en su familia atacaban su mente. Unicamente con Bronwen había sido capaz de encontrar el equilibrio perfecto entre placer y cero ataduras. Una mujer que le regalaba el olvido de todos los pesares con sus caricias y sus movimientos acompasados, sin pedir nada a cambio solo la discreción que ambos sabían necesaria y los momentos placenteros. Decir que era una simple relación de amantes era la verdad a medias, porque ella conocía sobre su vida y sus negocios al igual que él tenía conocimiento sobre algunos puntos de la vida de ella. Toda su relación estaba basada en un contrato que jamás fue firmado pero en el que ambos creían firmemente y eso era lo que mantenía la relación. Estaban más allá del bien o del mal en la manera en que se trataban, para ellos todo eso era funcional y seguirían juntos por el tiempo que las cosas siguieran así.
Aquella habitación de hotel era testigo único de la pasión que ambos desbordaban, fuera de aquellas cuatro paredes eran únicamente conocidos ocasionales, nada de celos, nada de comportamientos obvios, todo reservado. Una vez que el cuerpo femenino abandono el suyo una sonrisa de satisfacción apareció en el rostro del brujo; su amante era hermosa, la más hermosa de las mujeres que pudo llegar a su vida aparte de su amada Beth quien ni siquiera en momentos como aquel dejaba de pasar por la mente del escocés. No había dejado de amar a su esposa, no planeaba dejarla ni mantener la relación con Bronwen para siempre, sino que era una manera de aún mantenerle cuerdo y con la posibilidad de ser el cuidador de su esposa; ¿Cómo abandonarla? Ella había dado todo por él y él siempre le amo, pero necesitaba ser algo más que él esposo de una mujer perdida en sus pensamientos, no podía esperarla siempre por más que la esperanza de que ella regresaría se mantuviera en su corazón. Con quien compartía sus pasionales noches no estaba desligada de sus propios problemas y dificultades pero eran únicamente ambos cuando sus cuerpos se fusionaban entre besos y caricias.
Clyde paso su mano por parte de su mejilla, notando como el color rojo que antes estaba en los labios de su acompañante ahora se encontraba esparcido por el rostro de ambos y después le miro. Por alguna razón que aún no alcanzaba a comprender le encantaba verla mientras fumaba, le tranquilizaba de una manera asombrosa y si pensaba detenidamente en Bronwen, toda ella tenía ese efecto. La manera en que caminaba, le miraba o le hablaba le daba una seguridad que necesitaba y a la cual se aferraba como un naufrago a la única madera que le mantendrá a flote. Sus ojos siguieron la figura femenina cuando fue en busca de las bebidas, se deleito como siempre con la desnudez de la fémina y suspiro al tenerla nuevamente cerca; no se negó al cigarrillo y trato de relajarse gracias al tacto ajeno.
– No es nada importante o más bien no es nada nuevo. Beth tuvo una recaída eso es todo – Esos eran los peores momentos, cuando parecía haber avances respecto a su esposa y de un instante a otro, era de nuevo una mujer insegura, que se dejaba llevar por sus demonios internos e ignoraba a Clyde – Eso suele distraerme, sé que no es necesario que te lo diga – miro el rostro de Bronwen y sonrió – Perdona si estoy algo ausente, cuando estoy contigo quiero dedicarte toda mi atención – bebió un trago al whisky sin apartar la mirada de ella – ¿Te ha pasado algo interesante? Ya teníamos algo de tiempo sin estar juntos y siempre que pasa eso siento que es una eternidad. – Se centro por completo en la mujer a su lado, quien merecía toda su atención y más; su mano rodeo la fina cintura acercandole más a su cuerpo. Cada vez que la veía encontraba algo nuevo, algo más atrayente; él también quería saber un poco más de ella y sus misterios.
Aquella habitación de hotel era testigo único de la pasión que ambos desbordaban, fuera de aquellas cuatro paredes eran únicamente conocidos ocasionales, nada de celos, nada de comportamientos obvios, todo reservado. Una vez que el cuerpo femenino abandono el suyo una sonrisa de satisfacción apareció en el rostro del brujo; su amante era hermosa, la más hermosa de las mujeres que pudo llegar a su vida aparte de su amada Beth quien ni siquiera en momentos como aquel dejaba de pasar por la mente del escocés. No había dejado de amar a su esposa, no planeaba dejarla ni mantener la relación con Bronwen para siempre, sino que era una manera de aún mantenerle cuerdo y con la posibilidad de ser el cuidador de su esposa; ¿Cómo abandonarla? Ella había dado todo por él y él siempre le amo, pero necesitaba ser algo más que él esposo de una mujer perdida en sus pensamientos, no podía esperarla siempre por más que la esperanza de que ella regresaría se mantuviera en su corazón. Con quien compartía sus pasionales noches no estaba desligada de sus propios problemas y dificultades pero eran únicamente ambos cuando sus cuerpos se fusionaban entre besos y caricias.
Clyde paso su mano por parte de su mejilla, notando como el color rojo que antes estaba en los labios de su acompañante ahora se encontraba esparcido por el rostro de ambos y después le miro. Por alguna razón que aún no alcanzaba a comprender le encantaba verla mientras fumaba, le tranquilizaba de una manera asombrosa y si pensaba detenidamente en Bronwen, toda ella tenía ese efecto. La manera en que caminaba, le miraba o le hablaba le daba una seguridad que necesitaba y a la cual se aferraba como un naufrago a la única madera que le mantendrá a flote. Sus ojos siguieron la figura femenina cuando fue en busca de las bebidas, se deleito como siempre con la desnudez de la fémina y suspiro al tenerla nuevamente cerca; no se negó al cigarrillo y trato de relajarse gracias al tacto ajeno.
– No es nada importante o más bien no es nada nuevo. Beth tuvo una recaída eso es todo – Esos eran los peores momentos, cuando parecía haber avances respecto a su esposa y de un instante a otro, era de nuevo una mujer insegura, que se dejaba llevar por sus demonios internos e ignoraba a Clyde – Eso suele distraerme, sé que no es necesario que te lo diga – miro el rostro de Bronwen y sonrió – Perdona si estoy algo ausente, cuando estoy contigo quiero dedicarte toda mi atención – bebió un trago al whisky sin apartar la mirada de ella – ¿Te ha pasado algo interesante? Ya teníamos algo de tiempo sin estar juntos y siempre que pasa eso siento que es una eternidad. – Se centro por completo en la mujer a su lado, quien merecía toda su atención y más; su mano rodeo la fina cintura acercandole más a su cuerpo. Cada vez que la veía encontraba algo nuevo, algo más atrayente; él también quería saber un poco más de ella y sus misterios.
Terry Ludlow- Cambiante Clase Alta
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Re: Black Rain {Privado}
Beth. Siempre Beth. Lamentaba profundamente que alguien tan especial como Clyde estuviera encadenado de aquella forma casi irracional a un ser humano, o a lo que quedaba de él. La única atadura que Bronwen poseía era su pequeña hija Elizabeth, ella representaba todo lo amado, adorado y venerado. Su pureza, su alegría, su inocencia y su corta edad, realmente hacían valer la pena querer vivir en una tierra tan llena de desgracias. Sin embargo, creía que la cordura de su amante pendía de un hilo acompañando el proceso de su esposa. No sería extraño que el hechicero se arrojara a la locura en la que estaba envuelto. Y si bien ella no lo deseaba, tampoco podía impedírselo. No estaban involucrados, y si bien en muy pocas ocasiones se había atrevido a emitir una opinión, generalmente se callaba y lo dejaba distenderse. No era parámetro para nada. Se había deshecho de un marido y de un hijo, sólo para proteger una causa mucho más grande que el amor de una familia. Bronwen superponía el interés de su empresa, pero el tiempo que compartía con Lizzie, y el hecho de haber perdido a su pequeño, le habían hecho tambalear los ideales. Claro que, eso era algo que Clyde no tenía por qué saber. Él tenía un buen corazón, y no lo veía capaz de aceptar que una mujer asesinase a su hijo sólo para resguardar su buen nombre y el de su padre.
—Oh, cielo, ya sabes cómo es tu esposa, deberías estar acostumbrado —le acarició la barbilla con el dedo índice y se inclinó para rozarle los labios con los suyos. —Sé que es difícil, que la quieres, y no hay nada más doloroso que ver a las personas que queremos sufrir, pero es la cruz que ambos deben cargar —le sonrió. Giró levemente para colocar sus piernas sobre las del brujo, y con sus largas uñas comenzó a trazar caminos incongruentes en el pecho y el abdomen de su amante. Le gustaba el vello que lo cubría, y no disimulaba la fascinación que le provocaba tirar suavemente de él. —A mi no debes pedirme perdón jamás. Comprendo a la perfección tu situación, sé de la vida que llevas, nada de lo que hagas podría molestarme —era una gran verdad. De todas las personas que conocía, muy pocas le merecían aquella clase de confianza, muy pocas le ofrecían la tranquilidad de saber que nunca harían algo que implicase provocarle al otro cierto malestar, del tipo que fuera. Bronwen, más allá de sus capacidades como bruja, era una mujer muy vivida, que podía ver en las personas sus bondades y maldades, y sabía que dentro de Dunne, había mucho más de lo primero que de lo segundo. Y, quizá por eso, es que con él sentía aquella paz inconmensurable, que no se parecía en nada a la de sus amantes anteriores.
—Siento lo mismo que tú. Pero he estado muy ocupada, Elizabeth crece a pasos agigantados y, además, estoy haciendo algunas averiguaciones privadas sobre un sueño extraño que tengo hace unos meses —se preguntó si sería correcto confesarle aquello. Lo miró a los ojos una fracción de segundos, y supo que tenía la necesidad de hablar de eso que estaba carcomiéndola hace un tiempo. —Dirás que estoy loca, pero no estoy segura de si algún muerto de mi familia quiere comunicarse conmigo, o alguien que está vivo está intentando darme un mensaje —no se había percatado, hasta ese instante en que convertía en palabras lo que sentía, de lo extremadamente ansiosa que estaba por descubrir aquel misterio. —He podido averiguar que mi padre tiene una bastarda, claro que él no está enterado de que yo lo sé, pero me pregunto si es ella la que se mete en mi cabeza y me provoca esto… —Clyde sabía de las habilidades sobrenaturales que poseía Bronwen, por ello se sentía cómoda explicándole sus controvertidos sentires. —Los sueños son demasiado reales, pero ella no me habla, ni siquiera puedo acercarme. En cuanto lo hago, se desvanece —su voz estaba notablemente afectada por lo lamentable que le resultaba no poder desenmarañar aquel misterio. —He decidido hacer un viaje, me iré a la casa de mi abuela paterna, quizá allí, entre sus cosas, encuentre algo interesante —reflexionó, más para sí misma que para él. — ¡Estoy aburriéndote! —exclamó con una sonrisa. —Disculpa, no era mi intención abrumarte con ésta historia, que tan sólo puede ser un sueño.
—Oh, cielo, ya sabes cómo es tu esposa, deberías estar acostumbrado —le acarició la barbilla con el dedo índice y se inclinó para rozarle los labios con los suyos. —Sé que es difícil, que la quieres, y no hay nada más doloroso que ver a las personas que queremos sufrir, pero es la cruz que ambos deben cargar —le sonrió. Giró levemente para colocar sus piernas sobre las del brujo, y con sus largas uñas comenzó a trazar caminos incongruentes en el pecho y el abdomen de su amante. Le gustaba el vello que lo cubría, y no disimulaba la fascinación que le provocaba tirar suavemente de él. —A mi no debes pedirme perdón jamás. Comprendo a la perfección tu situación, sé de la vida que llevas, nada de lo que hagas podría molestarme —era una gran verdad. De todas las personas que conocía, muy pocas le merecían aquella clase de confianza, muy pocas le ofrecían la tranquilidad de saber que nunca harían algo que implicase provocarle al otro cierto malestar, del tipo que fuera. Bronwen, más allá de sus capacidades como bruja, era una mujer muy vivida, que podía ver en las personas sus bondades y maldades, y sabía que dentro de Dunne, había mucho más de lo primero que de lo segundo. Y, quizá por eso, es que con él sentía aquella paz inconmensurable, que no se parecía en nada a la de sus amantes anteriores.
—Siento lo mismo que tú. Pero he estado muy ocupada, Elizabeth crece a pasos agigantados y, además, estoy haciendo algunas averiguaciones privadas sobre un sueño extraño que tengo hace unos meses —se preguntó si sería correcto confesarle aquello. Lo miró a los ojos una fracción de segundos, y supo que tenía la necesidad de hablar de eso que estaba carcomiéndola hace un tiempo. —Dirás que estoy loca, pero no estoy segura de si algún muerto de mi familia quiere comunicarse conmigo, o alguien que está vivo está intentando darme un mensaje —no se había percatado, hasta ese instante en que convertía en palabras lo que sentía, de lo extremadamente ansiosa que estaba por descubrir aquel misterio. —He podido averiguar que mi padre tiene una bastarda, claro que él no está enterado de que yo lo sé, pero me pregunto si es ella la que se mete en mi cabeza y me provoca esto… —Clyde sabía de las habilidades sobrenaturales que poseía Bronwen, por ello se sentía cómoda explicándole sus controvertidos sentires. —Los sueños son demasiado reales, pero ella no me habla, ni siquiera puedo acercarme. En cuanto lo hago, se desvanece —su voz estaba notablemente afectada por lo lamentable que le resultaba no poder desenmarañar aquel misterio. —He decidido hacer un viaje, me iré a la casa de mi abuela paterna, quizá allí, entre sus cosas, encuentre algo interesante —reflexionó, más para sí misma que para él. — ¡Estoy aburriéndote! —exclamó con una sonrisa. —Disculpa, no era mi intención abrumarte con ésta historia, que tan sólo puede ser un sueño.
Magdala Đurić- Gitano
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Re: Black Rain {Privado}
Acostumbrarse a ver a Beth de esa manera era algo que le resultaba imposible, más sabiendo que es que le sucedía era enteramente por su culpa, por mantener un secreto que en primer lugar jamás debió contarle a su esposa. Lo mejor hubiese sido que se quedara en un secreto para siempre, había sido lo suficientemente estúpido como para creer que no le dañaría saberlo y que era lo mejor porque “los buenos esposos compartían todo con quien amaban” esa ridícula idea le costo la cordura de su amada y el hijo de ambos. Si bien ahora tenían una nueva oportunidad de rehacer su vida, su esposa estaba demasiado sumida en sus propios problemas mentales como para realmente estar disfrutando del embarazo actual, para ella todo aquello significaba agotamiento. Desde la mirada de la esposa del brujo, aquella criatura estaba buscando alimentarse de ella hasta matarla. No podía decir que Bronwen no tuviera razón respecto a que era la cruz que ambos debían cargar.
– Tienes razón, es mi cruz. Ya debería estarme acostumbrando a ella – le miro fascinado por la belleza que irradiaba, era una mujer de lo más especial. Guapa, inteligente, excelente en la cama y jamás se metía de más en los asuntos de los demás. Bronwen era perfecta – Nada podría molestarte, vaya, eso parece un reto que estoy dispuesto a tomar. Siempre he tenido ganas de verte molesta después del sexo – sus manos descansaron en las caderas de su amante, aquellas que recorría una y otra vez solo para descubrir que nunca se cansaba de tenerla desnuda en una cama, únicamente para él.
Cada uno tenía sus propias cosas en las cuales pensar, pero estando con el otro era un momento en que se compartía lo que se deseaba y la vida exterior era como parte de un sueño; la realidad eran ambos.
– No puedo comprender aún como es ver crecer a un hijo o hija, pero creo que pronto tendré esa capacidad de comprenderte y – enarco la ceja con curiosidad – ¿Averiguaciones? pues ¿Qué clase de sueño has tenido? – no era la curiosidad morbosa de los que buscan saber algo nuevo para después espolvorearlo por todos lados, sino la sincera preocupación de alguien que compartía tanto con una mujer como Bronwen. ¿Quién mejor para darle el diagnostico de loca que él? Sonrió, animándola a continuar porque notaba en los ojos de su amante que era lo que deseaba. Se mantuvo en silencio, escuchando con atención y sin perder ni por un instante alguno de movimientos corporales de Bronwen; él mismo se quedo analizando las palabras que ella mencionaba en búsqueda de alguna explicación, algo que pudiera ayudarle quizás a darle una pista de lo que era necesario hacer. Paso los dedos de manera despreocupada por los cabellos femeninos que le caían al frente – No me aburres nunca lo harías, es solo que me he quedado pensando en lo que dices en busca de algo que pudiera ser relevante.
Se mantuvo en silencio unos momentos más, enfrascado en acariciarle los cabellos y en que la mano que aún mantenía sobre su cadera se situara firme.
– Tengo una buena noticia para ti de hecho – sonrió – Si te tranquiliza un poco el saberlo, no estas locas y respecto al sueño. Es bastante probable que si es la bastarda de tu padre es a quien ves en tus sueños, no sepa como es que lo hace y de hecho no quiera hablar contigo porque no le interesa hacerlo. Sus encuentros pueden llegar a ser simples accidentes que ninguna de las dos es capaz de evitar – suspiro – Claro que es solo una hipótesis, no tengo como comprobarlo pero si piensas ir con tu abuela entonces quizás encuentres algo de información que sea útil – se detuvo a pensar en eso – Espero que tu ausencia no sea larga, porque no tendré con quien pasar el tiempo. Te extrañare pero si es necesario que vayas a descubrir esos misterios, lo soportare – rió ante la idea de que se fuera y regresara o con una hermanastra o contándole que le conoció y la odiaba. Cualquier cosa podía ser probable con ella – Por cierto ¿Cómo te enteraste de la existencia de la bastarda? – las habilidades de Bronwen siempre lo sorprendían, ella sabía tanto como se planteaba.
– Tienes razón, es mi cruz. Ya debería estarme acostumbrando a ella – le miro fascinado por la belleza que irradiaba, era una mujer de lo más especial. Guapa, inteligente, excelente en la cama y jamás se metía de más en los asuntos de los demás. Bronwen era perfecta – Nada podría molestarte, vaya, eso parece un reto que estoy dispuesto a tomar. Siempre he tenido ganas de verte molesta después del sexo – sus manos descansaron en las caderas de su amante, aquellas que recorría una y otra vez solo para descubrir que nunca se cansaba de tenerla desnuda en una cama, únicamente para él.
Cada uno tenía sus propias cosas en las cuales pensar, pero estando con el otro era un momento en que se compartía lo que se deseaba y la vida exterior era como parte de un sueño; la realidad eran ambos.
– No puedo comprender aún como es ver crecer a un hijo o hija, pero creo que pronto tendré esa capacidad de comprenderte y – enarco la ceja con curiosidad – ¿Averiguaciones? pues ¿Qué clase de sueño has tenido? – no era la curiosidad morbosa de los que buscan saber algo nuevo para después espolvorearlo por todos lados, sino la sincera preocupación de alguien que compartía tanto con una mujer como Bronwen. ¿Quién mejor para darle el diagnostico de loca que él? Sonrió, animándola a continuar porque notaba en los ojos de su amante que era lo que deseaba. Se mantuvo en silencio, escuchando con atención y sin perder ni por un instante alguno de movimientos corporales de Bronwen; él mismo se quedo analizando las palabras que ella mencionaba en búsqueda de alguna explicación, algo que pudiera ayudarle quizás a darle una pista de lo que era necesario hacer. Paso los dedos de manera despreocupada por los cabellos femeninos que le caían al frente – No me aburres nunca lo harías, es solo que me he quedado pensando en lo que dices en busca de algo que pudiera ser relevante.
Se mantuvo en silencio unos momentos más, enfrascado en acariciarle los cabellos y en que la mano que aún mantenía sobre su cadera se situara firme.
– Tengo una buena noticia para ti de hecho – sonrió – Si te tranquiliza un poco el saberlo, no estas locas y respecto al sueño. Es bastante probable que si es la bastarda de tu padre es a quien ves en tus sueños, no sepa como es que lo hace y de hecho no quiera hablar contigo porque no le interesa hacerlo. Sus encuentros pueden llegar a ser simples accidentes que ninguna de las dos es capaz de evitar – suspiro – Claro que es solo una hipótesis, no tengo como comprobarlo pero si piensas ir con tu abuela entonces quizás encuentres algo de información que sea útil – se detuvo a pensar en eso – Espero que tu ausencia no sea larga, porque no tendré con quien pasar el tiempo. Te extrañare pero si es necesario que vayas a descubrir esos misterios, lo soportare – rió ante la idea de que se fuera y regresara o con una hermanastra o contándole que le conoció y la odiaba. Cualquier cosa podía ser probable con ella – Por cierto ¿Cómo te enteraste de la existencia de la bastarda? – las habilidades de Bronwen siempre lo sorprendían, ella sabía tanto como se planteaba.
Terry Ludlow- Cambiante Clase Alta
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Re: Black Rain {Privado}
Muchas mujeres podían sentirse incómodas con su cuerpo, a la gran mayoría, en sus mentes cerradas y religiosas, jamás se les ocurriría la libertad de la desnudez junto a su amante. Sin embargo, Bronwen junto a Clyde no tenía pruritos. Con su difunto marido, que Dios lo tuviese en su santa gloria, jamás había poseído esa tranquilidad, más que nada porque él era un remilgado de la high society, que fuera del lecho era el marido perfecto, y dentro de el sólo cumplía sus deberes por una cuestión social. La pasión desbordante de la hechicera se había mantenido contenida hasta que llegó la viudez, pues ella lo respetaba por ser el padre de sus hijos, y también sentía afecto por él; no era un mal hombre, y era un padre excelente. A pesar de que acabar con su vida había sido necesario, respondiendo a una causa que él jamás comprendería, a veces extrañaba su compañía. Solían sentarse juntos en la galería la casa de Londres, durante el desayuno; ella leía alguna correspondencia, mientras su marido le relataba alguno de sus tantos emprendimientos que jamás llevaría a cabo. Pedía su aprobación, y Bronwen lo alentaba, era lo que le correspondía como esposa. Luego, su hijo se levantaba y les contaba las actividades que tenía en el día, las cuales tenía la obligación de saberse de memoria, para nunca llegar tarde a una clase.
—Deberás hacer mucho mérito para molestarme, eres verdaderamente maravilloso —pasó el dedo índice por el filo de su mandíbula. —Los hijos son lo más maravilloso que podemos tener. Serás un padre excelente, no tengo dudas de ello.
Bronwen sabía a la perfección que el brujo cumpliría ese nuevo rol de la mejor manera. Él ansiaba con corazón materno la llegada de un heredero; era difícil y raro ver a los hombres con aquel brillo en los ojos al hablar sobre la paternidad. Se alegraría mucho por él el día que al fin tuviese en sus brazos a la sangre de su sangre. Clyde la había escuchado con tanta atención que, de haber tenido un alma no tan endurecida, la mujer se habría emocionado. Siempre tenía aquella disposición para escucharla, a pesar de los ribetes irreales que poseía la historia que había compartido. Sin embargo, sentía un peso menos sobre sus hombros al haber hablado de ella. Sólo en su diario era capaz de relatar los acontecimientos que sucedían en sus sueños, con nadie había logrado abrirse de esa manera; en aquellos pequeños detalles era que apreciaba la compañía de Clyde más que nunca. En la intimidad era un amante eximio y dedicado, pero luego de ella, cuando conversaban y se miraban a los ojos, Bronwen sentía que él seguía dentro suyo, aunque de otra manera, no palpable. Ellos se devoraban, aún cuando sus cuerpos no se tocaban o a penas se rozaban; y quizá allí radicaba el secreto de tan duradera relación clandestina.
—Encontrarás alguna otra mujercita con la cual saciarte —bromeó. Se sentó a horcajadas sobre él y apoyó las manos en su pecho desnudo. —Tengo mis métodos para averiguar lo que quiero, jamás se me habría ocurrido utilizarlos con mi padre, pero algo que le pertenece está invadiéndome. Dudo que la muchacha sepa quién la engendró, ya habría aparecido reclamando algo, tiene edad suficiente para ello. Y si es la de mis sueños, puedo asegurarte que pasa hambre y penurias —ladeó levemente la cabeza. —Concuerdo con que es inevitable para ambas. Quizá ella también tiene alguna clase de poder y eso provoca que estemos tan íntimamente conectadas. Pocas veces algo me ha obsesionado tanto como esto, ¡y me molesta decirlo! —exclamó, y si bien en su tono había simpatía, el asunto estaba comenzando a acaparar demasiado su atención y le provocaba un profundo deseo de acabarlo de una vez.
—Pero basta de hablar de mí, cariño. Cuéntame de ti, hemos pasado demasiado tiempo sin vernos, y no tuvimos tiempo de hablar cuando llegamos —sonrió con picardía, antes de arrastrar sus manos hacia la nuca de Dunne y entrelazar sus dedos. Le encantaba su abundante cabello rubio, era suave, totalmente diferente a las empolvadas pelucas que utilizaban los hombres en ese tiempo. —Cuando encuentre a la bastardita o descubra quién es la bromista que irrumpe en mi descanso, volveré a ser el centro de atención; pero sabés que mi mayor objeto de deseo, en ésta habitación, eres tú y nadie más que tu.
—Deberás hacer mucho mérito para molestarme, eres verdaderamente maravilloso —pasó el dedo índice por el filo de su mandíbula. —Los hijos son lo más maravilloso que podemos tener. Serás un padre excelente, no tengo dudas de ello.
Bronwen sabía a la perfección que el brujo cumpliría ese nuevo rol de la mejor manera. Él ansiaba con corazón materno la llegada de un heredero; era difícil y raro ver a los hombres con aquel brillo en los ojos al hablar sobre la paternidad. Se alegraría mucho por él el día que al fin tuviese en sus brazos a la sangre de su sangre. Clyde la había escuchado con tanta atención que, de haber tenido un alma no tan endurecida, la mujer se habría emocionado. Siempre tenía aquella disposición para escucharla, a pesar de los ribetes irreales que poseía la historia que había compartido. Sin embargo, sentía un peso menos sobre sus hombros al haber hablado de ella. Sólo en su diario era capaz de relatar los acontecimientos que sucedían en sus sueños, con nadie había logrado abrirse de esa manera; en aquellos pequeños detalles era que apreciaba la compañía de Clyde más que nunca. En la intimidad era un amante eximio y dedicado, pero luego de ella, cuando conversaban y se miraban a los ojos, Bronwen sentía que él seguía dentro suyo, aunque de otra manera, no palpable. Ellos se devoraban, aún cuando sus cuerpos no se tocaban o a penas se rozaban; y quizá allí radicaba el secreto de tan duradera relación clandestina.
—Encontrarás alguna otra mujercita con la cual saciarte —bromeó. Se sentó a horcajadas sobre él y apoyó las manos en su pecho desnudo. —Tengo mis métodos para averiguar lo que quiero, jamás se me habría ocurrido utilizarlos con mi padre, pero algo que le pertenece está invadiéndome. Dudo que la muchacha sepa quién la engendró, ya habría aparecido reclamando algo, tiene edad suficiente para ello. Y si es la de mis sueños, puedo asegurarte que pasa hambre y penurias —ladeó levemente la cabeza. —Concuerdo con que es inevitable para ambas. Quizá ella también tiene alguna clase de poder y eso provoca que estemos tan íntimamente conectadas. Pocas veces algo me ha obsesionado tanto como esto, ¡y me molesta decirlo! —exclamó, y si bien en su tono había simpatía, el asunto estaba comenzando a acaparar demasiado su atención y le provocaba un profundo deseo de acabarlo de una vez.
—Pero basta de hablar de mí, cariño. Cuéntame de ti, hemos pasado demasiado tiempo sin vernos, y no tuvimos tiempo de hablar cuando llegamos —sonrió con picardía, antes de arrastrar sus manos hacia la nuca de Dunne y entrelazar sus dedos. Le encantaba su abundante cabello rubio, era suave, totalmente diferente a las empolvadas pelucas que utilizaban los hombres en ese tiempo. —Cuando encuentre a la bastardita o descubra quién es la bromista que irrumpe en mi descanso, volveré a ser el centro de atención; pero sabés que mi mayor objeto de deseo, en ésta habitación, eres tú y nadie más que tu.
Magdala Đurić- Gitano
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Re: Black Rain {Privado}
– No entiendo tu perspectiva sobre lo que tengo de maravilloso – la miro, sintiendo aquel dedo delinear su mandíbula – Debe ser el hecho de que nuestros cuerpos se acoplan bastante bien al igual que ciertas ideas, de ahí en fuera, no sé; igual puedo tratar de hacerte molestar si es que lo deseas. El sexo después de una pelea se dice que es el mejor, deberíamos probar alguna vez – Verla molesta por algún motivo le agradaba, sería algo novedoso quizás y algo que se grabaría en su mente al igual que aquel cuerpo que tenía la dicha de contemplar cada cierto tiempo y del cual no se cansaría. Una sonrisa apareció en su rostro al escuchar el cumplido que ella tenía para ofrecerle. No creía que fuera el mejor esposo del mundo, defraudo la confianza que su esposa pusiera en él y de cierta manera, al estar al lado de Bronwen continuaba haciendolo. Con todo y eso tenía la verdadera esperanza de que algún día no muy lejano fuera el hombre que en un inicio de su matrimonio espero ser, justo como mantenía viva la esperanza de que Beth regresaría a él y al hijo de ambos que cargaba en el vientre pese a que ella deseara deshacerse de la “criatura” que le robaba la energía y la comía por dentro. Agradeció con el corazón que su amante le creyera un buen hombre – Eso solo se vera con certeza en el momento en que pase, no podemos garantizar eso antes pero igual me da gusto saber que confías en mi de esa manera. Claro que no se me podría comparara con la madre tan devota que eres tu – se notaba que la hechicera amaba a su hija y que era algo que la impulsaba a continuar. De cierta manera, Clyde ponía esperanzas en la semilla que crecía en Beth, esperaba que si su esposa no se curaba, al menos el hijo o hija de ambos le diera la fuerza para continuar.
Hasta cierto punto le preocupaba el hecho de que su amante estuviese lanzandose a una búsqueda en la que nada estaba seguro. Nadie sabía más que él, que la inquisición tenía contactos y formas de llegar a los sobre naturales que pocos esperarían. Pensaba un poco en que aquello que Bronwen veía en sueños bien podía ser una ilusión para llevarla hasta donde plañeran y después deshacerse de ella; sin embargo sabía que no sería sencillo engañar a alguien como su amante, trataba por ese mismo pensamiento de tranquilizarse. Bronwen no haría ningún movimiento que la pusiera en peligro porque pensaría en su hija, así que se guardo las dudas para él mismo.
Una risa fue lo que obtuvo de primera respuesta la hechicera. Las manos masculinas se aferraban a sus muslos mientras se mantenía a horcajadas sobre él.
– Sabes bien que no soy de esa clase de hombres. Prefiero mil veces esperarte que buscar alguna jovencita que sea imprudente, tonta y que en algún momento crea que lo nuestro podrá llegar verdaderamente a algo más serio – suspiro – ese sería un gran problema y tu lo sabes muy bien – terminaron estando juntos porque pensaban de una manera similar, sabían a la perfección que lo suyo no llegaría más allá de lo que plantearon en un inicio y encontrar eso en otra persona era una misión imposible que al parecer, ni Clyde ni Bronwen estaban dispuestos a emprender.
– Es perfectamente comprensible tu obsesión. Verla aparecer en tus sueños y que ninguna pueda evitarlos además de que podría llegar a reclamar algo – frunció el ceño – Bueno, es necesario que aclares todas las interrogantes y veas todos los posibles caminos que ella podría seguir y como entrar en su mente por los sueños no es garantía de que descubras las cosas como imagino que deseas, solo asegurate de tener cuidado – era apenas una sugerencia y aún así la dejaba cargada con la preocupación que sentía por ella y por el desconocido desenlace de todo lo que pudiera traer un encuentro con la bastarda del padre de ella – Vaya, finalmente te veré molesta – sonrió y la acerco más a él para besarle el hombro desnudo – al menos este tema ha servido para algo – trato de hacerla relajarse, si bien había buscado verla molesta no quería que fuera por un tema como ese – exacto, dejemos de pensar en esa mujer que interrumpe tus sueños y centremos en nosotros.
Tanto sin verse y las palabras habían quedado en segundo plano desde el instante en que la vio y una oleada de deseo le recorrió el cuero entero. Ese era el efecto que le provocaba siempre Bronwen en la privacidad. En Clyde afloraba una necesidad inminente de poseerla a la que no se negaba en lo absoluto y era gracias a eso que ambos habían terminado desnudos sobre la cama antes de siquiera haberse dado la bienvenida de manera apropiada.
– Me ha pasado algo bastante curioso de hecho. He tenido varios encuentros con otros brujos pero todos son encuentros tan extraños que me parecen un tanto irreales – por las ultimas semanas se encontró con un chico en los bosques y otra joven en la estación del tren. Ninguno de los dos había parecido estar en excelentes condiciones mentales así que antes de proseguir rió – Comienzo a creer, gracias a esos encuentros que eres la única persona cuerda con quien me relaciono ¿Tendré algo mal? – las manos que permanecían en los muslos femeninos fueron a acariciar arriba y abajo la espalda de su amante, calmándose al instante al sentir la calidez del cuerpo femenino y la suavidad de su piel.
Hasta cierto punto le preocupaba el hecho de que su amante estuviese lanzandose a una búsqueda en la que nada estaba seguro. Nadie sabía más que él, que la inquisición tenía contactos y formas de llegar a los sobre naturales que pocos esperarían. Pensaba un poco en que aquello que Bronwen veía en sueños bien podía ser una ilusión para llevarla hasta donde plañeran y después deshacerse de ella; sin embargo sabía que no sería sencillo engañar a alguien como su amante, trataba por ese mismo pensamiento de tranquilizarse. Bronwen no haría ningún movimiento que la pusiera en peligro porque pensaría en su hija, así que se guardo las dudas para él mismo.
Una risa fue lo que obtuvo de primera respuesta la hechicera. Las manos masculinas se aferraban a sus muslos mientras se mantenía a horcajadas sobre él.
– Sabes bien que no soy de esa clase de hombres. Prefiero mil veces esperarte que buscar alguna jovencita que sea imprudente, tonta y que en algún momento crea que lo nuestro podrá llegar verdaderamente a algo más serio – suspiro – ese sería un gran problema y tu lo sabes muy bien – terminaron estando juntos porque pensaban de una manera similar, sabían a la perfección que lo suyo no llegaría más allá de lo que plantearon en un inicio y encontrar eso en otra persona era una misión imposible que al parecer, ni Clyde ni Bronwen estaban dispuestos a emprender.
– Es perfectamente comprensible tu obsesión. Verla aparecer en tus sueños y que ninguna pueda evitarlos además de que podría llegar a reclamar algo – frunció el ceño – Bueno, es necesario que aclares todas las interrogantes y veas todos los posibles caminos que ella podría seguir y como entrar en su mente por los sueños no es garantía de que descubras las cosas como imagino que deseas, solo asegurate de tener cuidado – era apenas una sugerencia y aún así la dejaba cargada con la preocupación que sentía por ella y por el desconocido desenlace de todo lo que pudiera traer un encuentro con la bastarda del padre de ella – Vaya, finalmente te veré molesta – sonrió y la acerco más a él para besarle el hombro desnudo – al menos este tema ha servido para algo – trato de hacerla relajarse, si bien había buscado verla molesta no quería que fuera por un tema como ese – exacto, dejemos de pensar en esa mujer que interrumpe tus sueños y centremos en nosotros.
Tanto sin verse y las palabras habían quedado en segundo plano desde el instante en que la vio y una oleada de deseo le recorrió el cuero entero. Ese era el efecto que le provocaba siempre Bronwen en la privacidad. En Clyde afloraba una necesidad inminente de poseerla a la que no se negaba en lo absoluto y era gracias a eso que ambos habían terminado desnudos sobre la cama antes de siquiera haberse dado la bienvenida de manera apropiada.
– Me ha pasado algo bastante curioso de hecho. He tenido varios encuentros con otros brujos pero todos son encuentros tan extraños que me parecen un tanto irreales – por las ultimas semanas se encontró con un chico en los bosques y otra joven en la estación del tren. Ninguno de los dos había parecido estar en excelentes condiciones mentales así que antes de proseguir rió – Comienzo a creer, gracias a esos encuentros que eres la única persona cuerda con quien me relaciono ¿Tendré algo mal? – las manos que permanecían en los muslos femeninos fueron a acariciar arriba y abajo la espalda de su amante, calmándose al instante al sentir la calidez del cuerpo femenino y la suavidad de su piel.
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Re: Black Rain {Privado}
Bronwen se preguntó cuándo fue la última vez que estuvo enojada, realmente enojada. Si bien era una mujer de temperamento firme y carácter fuerte, jamás algo lograba sacarla de sus casillas. Sólo una vez estuvo fastidiada, y fue con su difunto marido. Recordaba perfectamente aquella sensación de irritación que le corría por las venas. Él, con su hocico entrometido, la había obligado a mancharse las manos con su vida y con la de su hijo. Ambos eran inocentes, y la estupidez del ahora occiso, la había llevado hasta un extremo del cual no había retorno. Si bien no fue ni la primera ni la última ocasión en que cometió un hecho atroz, no era algo que hubiera adoptado como oficio, y menos con alguien de su familia. Tenía perfectamente grabadas en la memoria las últimas palabras de su esposo, su mirada de espanto ante lo inevitable, ante el destino que se había forjado por su propia estupidez; sin embargo, lo que se repetía casi a diario, en las largas noches de soledad, en las cuales ansiaba secretamente tener un cuerpo contra el cual acurrucarse y un rostro al cual besar al amanecer, eran las palabras que ella le había dicho antes de sellar su destino: <<Cariño, las cosas son como son. Siempre sobrevive el más fuerte. >> Segundos después, el hombre había dejado de respirar ayudado por las delicadas manos de la bruja, que invocaron a la muerte, que se cernió como un espíritu aventurero, y arrasó con todo a su paso. Luego, también tocó con su varita al pequeño hijo del matrimonio, que tuvo la mala idea de espiarlos. Bronwen no se enojó con el desafortunado niño, pero sí con su padre, que le había heredado aquel defecto que era la curiosidad acompañada de la mala ubicación en momentos clave. La bruja, en ocasiones, pensaba que jamás debería haberse casado con alguien tan débil, pero lo había amado; de una forma particular, pero lo había hecho.
—Me idealizas —comentó divertida. —En todos los sentidos —aseguró a continuación. No podía disimular que le encantaba el hecho de que, primero, reconociera sus aptitudes como madre de Lizzie; y, segundo, que no tuviera pensado reemplazarla por alguien más joven. No por una cuestión de celos, sino de orgullo. Aunque la esposa de Clyde era una mujer mucho menor, sabía que la conexión física que existía entre ambos hechiceros, no era una cuestión de edad. —Yo sí me buscaré un muchacho menor, cuando me canse de ti —sonrió con picardía. Si bien tenía otros amantes, el placer que había experimentado acompañada de Dunne, no era algo que pudiera dejar de lado por un don nadie, y él lo sabía perfectamente, por ello, tenía la total libertad de bromear con aquellas cuestiones que, con otro tipo de personas, podría ser un punto de conflicto, pero no con él.
Lo escuchó detenidamente, analizando la situación, pero recorriéndole el cuello con cortos y castos besos, un sutil roce de sus labios; sonrió cuando consiguió erizarle la piel. Apenas murmuraba contestaciones, instándolo a continuar con su relato, pero su boca ya había comenzado a trazar caminos irregulares por su pecho, y hacia el fin de la historia, se había liberado de sus manos y se había colocado de rodillas, entre sus piernas. Le sonrió con una mueca de malicia, estiró el brazo derecho, lo tomó de la nuca y lo atrajo, para besarlo, ya sin la inocencia de las caricias previas. Había cierta ingenuidad en el rostro de Clyde, que conseguía excitarla más que cualquier juego sensual que hicieran. Su rostro tenía, aún, ciertos rasgos infantiles, ¿o era su voz? ¿Tal vez ya se sentía vieja, y comenzaba a ver a todos demasiado jóvenes, a pesar de que su amante era unos años mayor? Seguramente. El peso de la vida había comenzado a jugarle una mala pasada, quizá porque veía que día a día Elizabeth crecía, ¿o fueron esas tempranas hebras plateadas que había descubierto en su cabello hacía tan sólo una semana? Recordaba su cara de espanto frente al espejo. No había tardado ni una hora en hacer una mezcla de hierbas que las oscurecieron inmediatamente.
—No tienes nada mal —le aseguró, separando sus labios. Tomó el miembro de Dunne con ambas manos, y sonrió al notar que reaccionaba prontamente al tacto. — ¿Ves? Eres perfecto —dio inicio al ritual de movimientos suaves, ascendentes y descendentes, provocándolo, sintiéndolo crecer bajo sus dedos y sus palmas. —No creo en la cordura, cariño. Tú, como profesional, debes saber que nadie tiene la vida perfecta y que arrastramos el pasado —le fascinaba filosofar, teniéndolo en su poder. —Tarde o temprano, aquello que traemos, termina condicionándonos. Somos lo que hacemos, ¿no lo crees? —aumentó el ritmo, sin quitarle la mirada del rostro. —Y los brujos…los brujos somos los menos coherentes de éste mundo. Simples mortales, con poderes que son dignos de las bestias, una combinación anti natural, una verdadera herejía. Algo que no elegimos, pero que nos maldice… —finalizó, antes de tomar entre sus labios el falo de su amante, y danzar con su lengua alrededor de él.
—Me idealizas —comentó divertida. —En todos los sentidos —aseguró a continuación. No podía disimular que le encantaba el hecho de que, primero, reconociera sus aptitudes como madre de Lizzie; y, segundo, que no tuviera pensado reemplazarla por alguien más joven. No por una cuestión de celos, sino de orgullo. Aunque la esposa de Clyde era una mujer mucho menor, sabía que la conexión física que existía entre ambos hechiceros, no era una cuestión de edad. —Yo sí me buscaré un muchacho menor, cuando me canse de ti —sonrió con picardía. Si bien tenía otros amantes, el placer que había experimentado acompañada de Dunne, no era algo que pudiera dejar de lado por un don nadie, y él lo sabía perfectamente, por ello, tenía la total libertad de bromear con aquellas cuestiones que, con otro tipo de personas, podría ser un punto de conflicto, pero no con él.
Lo escuchó detenidamente, analizando la situación, pero recorriéndole el cuello con cortos y castos besos, un sutil roce de sus labios; sonrió cuando consiguió erizarle la piel. Apenas murmuraba contestaciones, instándolo a continuar con su relato, pero su boca ya había comenzado a trazar caminos irregulares por su pecho, y hacia el fin de la historia, se había liberado de sus manos y se había colocado de rodillas, entre sus piernas. Le sonrió con una mueca de malicia, estiró el brazo derecho, lo tomó de la nuca y lo atrajo, para besarlo, ya sin la inocencia de las caricias previas. Había cierta ingenuidad en el rostro de Clyde, que conseguía excitarla más que cualquier juego sensual que hicieran. Su rostro tenía, aún, ciertos rasgos infantiles, ¿o era su voz? ¿Tal vez ya se sentía vieja, y comenzaba a ver a todos demasiado jóvenes, a pesar de que su amante era unos años mayor? Seguramente. El peso de la vida había comenzado a jugarle una mala pasada, quizá porque veía que día a día Elizabeth crecía, ¿o fueron esas tempranas hebras plateadas que había descubierto en su cabello hacía tan sólo una semana? Recordaba su cara de espanto frente al espejo. No había tardado ni una hora en hacer una mezcla de hierbas que las oscurecieron inmediatamente.
—No tienes nada mal —le aseguró, separando sus labios. Tomó el miembro de Dunne con ambas manos, y sonrió al notar que reaccionaba prontamente al tacto. — ¿Ves? Eres perfecto —dio inicio al ritual de movimientos suaves, ascendentes y descendentes, provocándolo, sintiéndolo crecer bajo sus dedos y sus palmas. —No creo en la cordura, cariño. Tú, como profesional, debes saber que nadie tiene la vida perfecta y que arrastramos el pasado —le fascinaba filosofar, teniéndolo en su poder. —Tarde o temprano, aquello que traemos, termina condicionándonos. Somos lo que hacemos, ¿no lo crees? —aumentó el ritmo, sin quitarle la mirada del rostro. —Y los brujos…los brujos somos los menos coherentes de éste mundo. Simples mortales, con poderes que son dignos de las bestias, una combinación anti natural, una verdadera herejía. Algo que no elegimos, pero que nos maldice… —finalizó, antes de tomar entre sus labios el falo de su amante, y danzar con su lengua alrededor de él.
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Re: Black Rain {Privado}
– Ese es mi trabajo en nuestra relación – le guiño el ojo de manera divertida, pareciendo un complice de los secretos que ella guardaba. Justo era de esa manera, ambos eran cómplices además de amantes y nada iba a cambiar hasta que alguno de los dos se diera cuenta de que las cosas terminaban entre ellos y que lo mejor, era separarse. Incluso si llegaban a ese punto, Clyde se sentía seguro de que se guardarían un cariño especial. Eran compañeros de un trayecto de vida del otro y eso nunca iba a desaparecer – Así que no me prohibas hacerlo; porque responde ¿Qué clase de amante no adora al punto de la ceguera? – le sonrió – Sería yo un fracaso como tu acompañante de no hacerlo de esa manera – amaba a Bronwen a su modo. No era un amor que pudiera igualar al que sentía por su esposa, pero decir que no la amaba por todo lo que hacía por él y compartía, sería un terrible error. Gracias a ella era que su matrimonio parecía encontrarse más estable que en otros momentos y sus necesidades físicas como hombre no le llevaban a enfurecer porque Beth fuera incapaz de darle lo que necesitaba.
Solo una carcajada cuando le escucho hablar de un amante menor. Le miro de manera divertida y negó un par de veces.
– Podrás buscar tantos amantes jóvenes como te sea posible, no dudo ni por un segundo que más de un hombre moriría por encontrarse entre tus piernas pero ambos sabemos muy bien que como el otro jamás habrá alguien e incluso cuando decidas cambiarme – le beso el cuello pausadamente – tarde o temprano regresaras a mi y yo estaré esperándote con los brazos abiertos para recordarte porque es que seguimos haciendo esto.
Hablaba de manera libre. Podían mencionar aspectos verdaderamente preocupantes de sus vidas o cambiar a cualquier frivolidad y aún así, tomaban con seriedad cada una de las palabras ajenas. Lo que era cada vez más complicado para Clyde, era mantener un discurso coherente mientras que Bronwen descendía por su cuerpo entre besos y caricias con sus labios. Aquello era algo que no creía poder volver a tener con Beth y que disfrutaba notoriamente de sus encuentros con su amante. Esa manera en que su cuerpo reaccionaba al contacto de una mujer, pero sobre todo, la manera en que ella le hacía sentir y jugaba tan perfectamente sus cartas, llevando al psiquiatra a necesitarla con una fiereza unica, que solo despertaba en los momentos donde se encontraban juntos. Su mirada le siguió en el momento en que ella terminaba de rodillas.
– Bronwen eres increíble – menciono con una sonrisa antes de que ella terminara por acercarlo a ella y le besara. Se notaba cuando las cosas eran más relajadas y cuando el deseo comenzaba a invadir ambos cuerpos, pues la dulzura de segundos atrás era suplida por una necesidad física que iba en aumento con cada segundo que las bocas de ambos se mantenían en aquella fusión.
Se sentó justo de la manera en que se encontraba antes, sin dejar de mirar a su amante.
– Eso lo dices porque me aprecias, sino fuera así podrías ver lo mal que estoy – aseguro, mientras que su cuerpo reaccionaba ante el tacto tan deseado de Bronwen – Aquí la perfecta es otra, mi cuerpo no reaccionaría de esa manera a nadie más – tomo aire pesadamente, su cuerpo reaccionaba de una manera sin igual al simple contacto con aquella bruja; la química entre ambos era simplemente perfecta e innegable. Tal era la capacidad de Bronwen de hacer que se perdiera únicamente en el placer que ella le brindaba, que hasta le costaba pensar claramente mientras que ella le hablaba – Nadie esta cuerdo, lo sé y… creo que me tienes condicionado a ti, aprovechando que lo mencionas – una de las manos de Clyde fue a acariciar la mejilla femenina – Los brujos somos una peculiaridad como pocas, por eso somos tan magníficos, creo yo – respondió antes de que le fuera más complicado seguir hablando y de manera automática su mano se paseo por los cabellos femeninos, siempre había existido algo sumamente sensual y tentador en el cabellos de una mujer, algo que no podía pasar como desapercibido por él en una situación como en la que ahora se encontraban – Siempre sabes la manera de ponerme de humor para ti – susurro, su voz se escuchaba cada vez más llena del deseo que ella despertaba. Le encantaba Bronwen y esa era la realidad.
Solo una carcajada cuando le escucho hablar de un amante menor. Le miro de manera divertida y negó un par de veces.
– Podrás buscar tantos amantes jóvenes como te sea posible, no dudo ni por un segundo que más de un hombre moriría por encontrarse entre tus piernas pero ambos sabemos muy bien que como el otro jamás habrá alguien e incluso cuando decidas cambiarme – le beso el cuello pausadamente – tarde o temprano regresaras a mi y yo estaré esperándote con los brazos abiertos para recordarte porque es que seguimos haciendo esto.
Hablaba de manera libre. Podían mencionar aspectos verdaderamente preocupantes de sus vidas o cambiar a cualquier frivolidad y aún así, tomaban con seriedad cada una de las palabras ajenas. Lo que era cada vez más complicado para Clyde, era mantener un discurso coherente mientras que Bronwen descendía por su cuerpo entre besos y caricias con sus labios. Aquello era algo que no creía poder volver a tener con Beth y que disfrutaba notoriamente de sus encuentros con su amante. Esa manera en que su cuerpo reaccionaba al contacto de una mujer, pero sobre todo, la manera en que ella le hacía sentir y jugaba tan perfectamente sus cartas, llevando al psiquiatra a necesitarla con una fiereza unica, que solo despertaba en los momentos donde se encontraban juntos. Su mirada le siguió en el momento en que ella terminaba de rodillas.
– Bronwen eres increíble – menciono con una sonrisa antes de que ella terminara por acercarlo a ella y le besara. Se notaba cuando las cosas eran más relajadas y cuando el deseo comenzaba a invadir ambos cuerpos, pues la dulzura de segundos atrás era suplida por una necesidad física que iba en aumento con cada segundo que las bocas de ambos se mantenían en aquella fusión.
Se sentó justo de la manera en que se encontraba antes, sin dejar de mirar a su amante.
– Eso lo dices porque me aprecias, sino fuera así podrías ver lo mal que estoy – aseguro, mientras que su cuerpo reaccionaba ante el tacto tan deseado de Bronwen – Aquí la perfecta es otra, mi cuerpo no reaccionaría de esa manera a nadie más – tomo aire pesadamente, su cuerpo reaccionaba de una manera sin igual al simple contacto con aquella bruja; la química entre ambos era simplemente perfecta e innegable. Tal era la capacidad de Bronwen de hacer que se perdiera únicamente en el placer que ella le brindaba, que hasta le costaba pensar claramente mientras que ella le hablaba – Nadie esta cuerdo, lo sé y… creo que me tienes condicionado a ti, aprovechando que lo mencionas – una de las manos de Clyde fue a acariciar la mejilla femenina – Los brujos somos una peculiaridad como pocas, por eso somos tan magníficos, creo yo – respondió antes de que le fuera más complicado seguir hablando y de manera automática su mano se paseo por los cabellos femeninos, siempre había existido algo sumamente sensual y tentador en el cabellos de una mujer, algo que no podía pasar como desapercibido por él en una situación como en la que ahora se encontraban – Siempre sabes la manera de ponerme de humor para ti – susurro, su voz se escuchaba cada vez más llena del deseo que ella despertaba. Le encantaba Bronwen y esa era la realidad.
Terry Ludlow- Cambiante Clase Alta
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Re: Black Rain {Privado}
Bronwen, una mujer egoísta y que sólo pensaba en su hija y en sí misma, había descubierto lo maravilloso que resultaba complacer a otro, en los brazos de Clyde. Hasta el día que se había entregado a él, con sus otros amantes disfrutaba del poder; en cambio, con el brujo, esperaba el momento indicado para satisfacer cada uno de sus deseos, que al cruzar el umbral tras la despedida, él se fuese con un recuerdo grato, que ayudara a mitigar el tiempo hasta el próximo encuentro. La bruja gozaba de su excitación, de los jadeos varoniles que emitía, de la caricia casi desesperada de sus manos retorciendo sus cabellos, mientras lo poseía con su boca; por ello, cuando el clímax llegó para Dunne, ella lo recibió entre sus labios y bebió de él hasta que él suspiró forzosamente. Había observado cada cambio en su rostro, pero al momento del orgasmo, había algo extremadamente excitante en sus facciones que lo convertían en una imagen que solía evocar con frecuencia. Lo sentía más suyo que nunca, quizá era el único instante en el que sabía que le pertenecía por completo, el único en el que se despertaba aquella posesión que tanto la caracterizaba. El juego previo, las caricias, incluso el acto amatorio en sí, no le hacían desear que fuese suyo; sin embargo, en la cima del placer, sí, lo quería todo para ella, porque Bronwen, cuando alcanzaba la propia, le pertenecía como nunca.
Se puso de pie limpiándose la comisura de los labios y lo observó desde la altura, completamente relajado en el sillón. Había en su mueca algo de ternura que le arrancó una sonrisa triunfal. Se inclinó para tomar el vaso de whisky y el sabor de la bebida se mezcló con el de Clyde. En ese momento, se escuchó que tocaron la puerta, y seguramente era el servicio que traía la comida. No les vendría nada mal… Lo dejó allí, tranquilo, y se colocó la bata para recibir al empleado del hotel, que sólo dejaría la bandeja en el vestíbulo del cuarto y se retiraría sin dirigir su mirada a quien lo recibiera. Por ello tenía tanta confianza en aquel lugar, porque sabía de la discreción con la que se manejaban. Tal como se esperaba, el muchacho hizo lo propio y recibió la propina que Bronwen dejó en su mano y se retiró sin alzar su rostro. La bruja llevó, por sus propios medios, la bandeja hacia la mesa. En el cuarto contiguo, donde había dejado a Clyde, no se escuchaba sonido alguno, y temió que se hubiera dormido, lo cual no sería extraño.
Descorchó el vino con pericia, como si se tratase del hombre más diestro. A veces se descubría haciendo tareas que realizaba el sexo opuesto, pero había aprendido a valerse por sí misma, pues el haberse radicado en París significaba que ya no contaba ni con la atención constante de su padre ni su difunto esposo. Tampoco solía contar ni con el tiempo ni con la paciencia de esperar que un empleado se dignase a asistirla, por lo que en más de una ocasión se había visto obligada a realizar, por ejemplo, tareas de jardinería que no le correspondían; pero era extremadamente perfeccionista, y ver que una de sus plantas se encontraba en no muy buenas condiciones, era superior a sí misma. Sirvió en ambas copas, tomó la suya, la movió de forma circular, la olisqueó y, tras aprobar el aroma dulzón de la bebida, se mojó los labios con ésta. Un excelente vino para acompañar el pescado que había solicitado en la recepción al llegar.
—Imaginé que te habías quedado dormido —comentó al escucharlo caminar. Depositó la copa en la mesa y giró. Lo encontró bajo el umbral. Se acercó a él y le apoyó las manos en el pecho. —Comeremos desnudos —y le impregnó cierto tono imperativo a su voz. Se desató la bata y la dejó caer a sus pies. Lo tomó de la mano y lo guió hasta su sitio en la mesa. —Espero que disfrutes de la comida —comentó, al tiempo que le servía el consomé que constituía la entrada. Luego, hizo lo mismo para sí, y se sentó frente a él. —No recuerdo cuándo fue la última vez que comimos juntos. Realmente me tenías abandonada —se quejó risueña. —Creo que voy a comenzar a evaluar la posibilidad concreta de buscarme un amante más joven y que no me descuide —alzó la copa. —¿Brindamos por los amantes jóvenes?
Se puso de pie limpiándose la comisura de los labios y lo observó desde la altura, completamente relajado en el sillón. Había en su mueca algo de ternura que le arrancó una sonrisa triunfal. Se inclinó para tomar el vaso de whisky y el sabor de la bebida se mezcló con el de Clyde. En ese momento, se escuchó que tocaron la puerta, y seguramente era el servicio que traía la comida. No les vendría nada mal… Lo dejó allí, tranquilo, y se colocó la bata para recibir al empleado del hotel, que sólo dejaría la bandeja en el vestíbulo del cuarto y se retiraría sin dirigir su mirada a quien lo recibiera. Por ello tenía tanta confianza en aquel lugar, porque sabía de la discreción con la que se manejaban. Tal como se esperaba, el muchacho hizo lo propio y recibió la propina que Bronwen dejó en su mano y se retiró sin alzar su rostro. La bruja llevó, por sus propios medios, la bandeja hacia la mesa. En el cuarto contiguo, donde había dejado a Clyde, no se escuchaba sonido alguno, y temió que se hubiera dormido, lo cual no sería extraño.
Descorchó el vino con pericia, como si se tratase del hombre más diestro. A veces se descubría haciendo tareas que realizaba el sexo opuesto, pero había aprendido a valerse por sí misma, pues el haberse radicado en París significaba que ya no contaba ni con la atención constante de su padre ni su difunto esposo. Tampoco solía contar ni con el tiempo ni con la paciencia de esperar que un empleado se dignase a asistirla, por lo que en más de una ocasión se había visto obligada a realizar, por ejemplo, tareas de jardinería que no le correspondían; pero era extremadamente perfeccionista, y ver que una de sus plantas se encontraba en no muy buenas condiciones, era superior a sí misma. Sirvió en ambas copas, tomó la suya, la movió de forma circular, la olisqueó y, tras aprobar el aroma dulzón de la bebida, se mojó los labios con ésta. Un excelente vino para acompañar el pescado que había solicitado en la recepción al llegar.
—Imaginé que te habías quedado dormido —comentó al escucharlo caminar. Depositó la copa en la mesa y giró. Lo encontró bajo el umbral. Se acercó a él y le apoyó las manos en el pecho. —Comeremos desnudos —y le impregnó cierto tono imperativo a su voz. Se desató la bata y la dejó caer a sus pies. Lo tomó de la mano y lo guió hasta su sitio en la mesa. —Espero que disfrutes de la comida —comentó, al tiempo que le servía el consomé que constituía la entrada. Luego, hizo lo mismo para sí, y se sentó frente a él. —No recuerdo cuándo fue la última vez que comimos juntos. Realmente me tenías abandonada —se quejó risueña. —Creo que voy a comenzar a evaluar la posibilidad concreta de buscarme un amante más joven y que no me descuide —alzó la copa. —¿Brindamos por los amantes jóvenes?
Magdala Đurić- Gitano
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