AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Duro y dulce (joshua)
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Duro y dulce (joshua)
“ La vida no es ningún pasillo recto y fácil que recorremos libres y sin obstáculos, sino un laberinto de pasadizos, en el que debemos encontrar nuestro camino.”
Todo su cuerpo se movía con tranquilidad, meneándose de un lado al otro con una mirada escrutadora en su rostro. Sus ojos recorrían cada uno de los puestos con lentitud, asegurándose de no pasar por alto la hierba que necesitaba para calmar el dolor de su hombro recién curado.
Había tenido una pelea unas noches atrás, una en la que pensó jamás salir de aquel bosque. Enfrentarse a un licántropo nunca era tarea sencilla, mucho menos cuando estaba la luna llena en todo su apogeo. No quería reconocer que si no hubiese sido por la ayuda extra, habría perdido algo más que su brazo; su humanidad. Para alguien tan interesado en exterminar seres sobrenaturales por su naturaleza impía, aquello era la peor de las muertes. El último castigo que aseguraba la pérdida de su alma. Si llegase algún día a enfrentarse a una conversión, seguramente no se suicidase porque aquello aseguraría su entrada al infierno. Pero se aseguraría de que lo matasen. No pensaba ser una criatura del mal, pasase lo que pasase.
Justo cuando pensó que no hallaría nada que lo ayudase a librarse del dolor, encontró un pequeño puesto, pero muy concurrido, de hierbas medicinales. Por las vestimentas de las mujeres que se aseguraban de gritar el contenido de su mercancía, podía asegurar que eran un grupo de gitanas. Sonrió y sacudió la cabeza con diversión, aquel pueblo siempre le había gustado. Eran inteligentes, divertidos y libres. Reunían tres características que él deseaba tener algún día. Aunque en lo referente a la diversión, si consideraba sus incursiones nocturnas en busca de criaturas del mal, seguramente sería calificado de “divertido” para algunos de los inquisidores, que como él, salían a exterminar seres.
- ¿Tienes algo para el dolor?- Le preguntó a una de las ancianas que se encontraban sentadas en la esquina del pequeño puesto. Había tenido que empujar a varias personas para poder conseguir llegar allí, aunque había pedido disculpas a todas ellas. Era un joven educado. Asesino, pero con modales. Su madre jamás le hubiese perdonado el haber actuado de forma incorrecta, de estar aún con vida, seguramente le hubiese hecho volver al puesto para pedir perdón.
- El romero y la lavanda son perfectas para eso, muchacho .- La anciana le ofreció una sonrisa arrugada y desdentada, mientras se levantaba con dificultad para atenderlo. Sus piernas dobladas se movieron con lentitud, mientras sus manos trabajaban con una pericia digna de cualquier boticario. Cortaba las hojas y las mezclaba con aceite, revolviendo todo para crear sus ungüentos y remedios caseros. Cuando volvió a él, sus dedos aún mantenían la leve coloración verdusca de las hojas que había machacado y el tenue aroma de la lavanda en ellos. – Debes frotar el aceite de lavanda encima de la piel. El romero sólo te ayudará si lo usas en tu baño- Le ofreció un pequeño sobre marrón de papel con una mano temblorosa.
La añoranza de su madre y su amor por la amabilidad que sólo encontraba inherente en los suaves cuerpos femeninos, le hizo tomar una de las manos de la mujer entre las suyas y depositarle un beso en el dorso de la misma. Escuchó los gemidos asombrados de los compradores y risas de las mujeres que vendían las plantas. Aunque nada de ello le importó realmente. Cuando se irguió, sus ojos chocaron con los de la anciana.
- Cuidad vuestras manos, anciana. La historia de vuestra vida está en ellas. – Cuando calló, percibió el brillo en los ojos de aquella mujer. Supo que ella entendía lo que él le transmitía y sin más, se dio la vuelta y comenzó a alejarse del puesto.
Lo cierto es que no tenía intención de seducir a una mujer tan mayor, ni siquiera lo pretendía. Era un mero acto nacido del más puro amor y respeto hacia la labor que aquella mujer había realizado durante todo aquel tiempo. A pesar de que su familia tuviese riquezas, sabía que jamás podrían ascender a la clase alta, de la misma forma en que aquella mujer sabía que a pesar de ser inteligente y, probablemente, una gran conocedora de las artes de la curación, jamás sería médico. Era algo más profundo y doloroso que una cognición de su posición en la escala social que ocupaban. Era el discernimiento de que, a pesar de todos sus esfuerzos y sus aptitudes, jamás serían nada para nadie.
Cuando se vivía de aquella forma, lo único que tenían para poder continuar, era el que nuestras aptitudes fueran necesarias y valoradas por alguien más. Hoy, él había hecho eso mismo con la anciana. Había besado sus manos, sus herramientas de trabajo, ajadas y encallecidas por el trabajo y la había mirado a los ojos con admiración por todos los años que había realizado aquella tarea sin rechistar. Quizás algún día, esperaba no muy lejano, alguien lo viera y entendiera que sin ser nada, era algo.
Athan Avramidis- Inquisidor Clase Media
- Mensajes : 56
Fecha de inscripción : 19/03/2014
Re: Duro y dulce (joshua)
-¡Manzanas! Manzanas grandes rojas y jugosas. ¡No las hay mejores en todo París! Venga, acérquese. Pruebe y compruebe.
Con la promesa de probar algo rico, jugoso y delicioso, me acerco a la joven merendera, que tiene su tendido en una esquina cercana a la callejuela principal, por la que fluyen decenas de compradores dispuestos a surtirse de la canasta básica para sus respectivas familias. ¡Hay demasiada gente pululando en ambas direcciones! Algarabía por doquier y deliciosos olores mezclándose unos con otros, abriendo mi apetito. ¡Cuán simple puede ser mi vida, que con pequeños detalles me siento feliz! Sonrío mientras me aventuro a cruzar el río de gente frente a mí. Entre empujones, pisotones, malas caras y un sin fin de obstáculos, logro colocarme en un lugar estratégico donde no pueda ser arrollado por la multitud.
-¿Cuánto cuesta la pieza señorita? -.Tomo una pieza llevándola a mi nariz para percibir su dulce aroma. Huele exquisitamente delicioso.
-Tres centavos, joven. -Ella se apresura a cortar una mazana, regalándome un pequeño trozo para probarla. Tal y como percibí, su sabor es riquísimo. Dulce y jugosa. Sin embargo no puedo darme el lujo de comprar más que un par, que serán suficientes para los tres días restantes.
-¡Muchas gracias! - Le devuelvo la sonrisa al entregar la paga, dando la media vuelta para retirarme con la bolsa en brazos. Aún tengo muchos quehaceres por realizar en casa, y si no he de apurarme, se volverá a acumular todo; vivir solo no es tan emocionante como imaginé... Limpio el sudor de mi frente con un pañuelo. ¡Hace un día demasiado soleado para mi gusto! No soy muy afecto al sol, siento que me derrito como vela.
Apenas he dado un par de pasos, cuando percibo gritos a mis espaldas. La muchedumbre se abre en canal, dejando pasar a un grupo nutrido de sujetos que persiguen a otro, que va corriendo desesperadamente. El pequeño y andrajoso hombrecillo, llega hacia a mí como si tuviese imán, dándome cuenta de que se trata de un cambiante como yo. Lo sé por su aura.
-¡Ayúdame! - Me sujeta por los hombros, moviéndome con fuerza. En sus ojos se refleja el temor, la desesperación. ¿Pero qué espera que haga? ¿Cómo podría ayudarlo? inmediatamente después de su súplica, se escuchan varias detonaciones. La gente asustada comienza a correr en todas direcciones, volviéndose aquello un completo caos. El cambiaformas profiere un chillido de dolor, se dobla, pero sigue corriendo tratando de salvar la vida.
Y yo... Trato de dar un paso al frente, pero no puedo. Un punzante dolor en mi abdomen, me obliga a bajar la mirada, dándome cuenta de que estoy sangrando. ¡Sangre! ¿Cómo puede estar ocurriendo ésto? Llevo la mano a la herida, que sangraba profusamente. La bolsa con manzanas cayó al piso y éstas rodaron por el suelo. Logro sostenerme de una pared cercana, pues mis piernas parecen querer echarme abajo. Estoy desconcertado, asustado, muerto de miedo.
Con la promesa de probar algo rico, jugoso y delicioso, me acerco a la joven merendera, que tiene su tendido en una esquina cercana a la callejuela principal, por la que fluyen decenas de compradores dispuestos a surtirse de la canasta básica para sus respectivas familias. ¡Hay demasiada gente pululando en ambas direcciones! Algarabía por doquier y deliciosos olores mezclándose unos con otros, abriendo mi apetito. ¡Cuán simple puede ser mi vida, que con pequeños detalles me siento feliz! Sonrío mientras me aventuro a cruzar el río de gente frente a mí. Entre empujones, pisotones, malas caras y un sin fin de obstáculos, logro colocarme en un lugar estratégico donde no pueda ser arrollado por la multitud.
-¿Cuánto cuesta la pieza señorita? -.Tomo una pieza llevándola a mi nariz para percibir su dulce aroma. Huele exquisitamente delicioso.
-Tres centavos, joven. -Ella se apresura a cortar una mazana, regalándome un pequeño trozo para probarla. Tal y como percibí, su sabor es riquísimo. Dulce y jugosa. Sin embargo no puedo darme el lujo de comprar más que un par, que serán suficientes para los tres días restantes.
-¡Muchas gracias! - Le devuelvo la sonrisa al entregar la paga, dando la media vuelta para retirarme con la bolsa en brazos. Aún tengo muchos quehaceres por realizar en casa, y si no he de apurarme, se volverá a acumular todo; vivir solo no es tan emocionante como imaginé... Limpio el sudor de mi frente con un pañuelo. ¡Hace un día demasiado soleado para mi gusto! No soy muy afecto al sol, siento que me derrito como vela.
Apenas he dado un par de pasos, cuando percibo gritos a mis espaldas. La muchedumbre se abre en canal, dejando pasar a un grupo nutrido de sujetos que persiguen a otro, que va corriendo desesperadamente. El pequeño y andrajoso hombrecillo, llega hacia a mí como si tuviese imán, dándome cuenta de que se trata de un cambiante como yo. Lo sé por su aura.
-¡Ayúdame! - Me sujeta por los hombros, moviéndome con fuerza. En sus ojos se refleja el temor, la desesperación. ¿Pero qué espera que haga? ¿Cómo podría ayudarlo? inmediatamente después de su súplica, se escuchan varias detonaciones. La gente asustada comienza a correr en todas direcciones, volviéndose aquello un completo caos. El cambiaformas profiere un chillido de dolor, se dobla, pero sigue corriendo tratando de salvar la vida.
Y yo... Trato de dar un paso al frente, pero no puedo. Un punzante dolor en mi abdomen, me obliga a bajar la mirada, dándome cuenta de que estoy sangrando. ¡Sangre! ¿Cómo puede estar ocurriendo ésto? Llevo la mano a la herida, que sangraba profusamente. La bolsa con manzanas cayó al piso y éstas rodaron por el suelo. Logro sostenerme de una pared cercana, pues mis piernas parecen querer echarme abajo. Estoy desconcertado, asustado, muerto de miedo.
Joshua Maloney- Cambiante Clase Baja
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Fecha de inscripción : 12/08/2013
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Re: Duro y dulce (joshua)
"Desde el cielo, el Señor sonríe de contento, porque era esto lo que Él quería, que cada uno tuviese en sus manos la responsabilidad de su propia vida. Al fin y al cabo, había dado a sus hijos el mayor de todos los dones: la capacidad de escoger y decidir sus actos."
Paulo Cohelo.
Centrado en sus pensamientos, siguió caminando con la muchedumbre, perdiéndose entre ella como si fuera una parte integrante de aquel todo tan diferente. No caminaba centrado en analizar quién había a su lado, sencillamente estaba demasiado cansado como para tener tal grado de concentración. Sólo quería llegar al final, marcharse a casa en una larga caminata, ya que las personas como él sólo pisaban un carruaje cuando había demasiado dinero de por medio, y dormir.
Su cuerpo entumecido fue golpeado por un hombre que había sido empujado a su vez por un niño. Pudo afirmar eso por la estrechez de los hombros de aquel joven que corría, incluso la forma en la que sus piernas parecían volar por el suelo, era algo torpe y propio de la edad. Al mismo tiempo que percibía eso, observó cómo varios hombres lo perseguían con ímpetu. El resuelle de sus respiraciones sólo hizo que, a pesar de estar cansado y dolorido, todo su instinto de cazador se elevara. Ya no era un simple humano, era un hombre lleno por la fe de Dios, destinado a luchar en su nombre para la salvaguarda del mundo. Así que decidió seguir su instinto y corrió tras ellos.
Sus piernas se encogieron y estiraron, golpeando el suelo con fuerza y determinación, acercándose al grupo con rapidez. Con sorpresa observó cómo uno de los hombres sacaba un arma del interior de sus ropajes, por la habilidad y firmeza con la que la sostenía, supo que debía ser un profesional en la materia. ¿Asesino, cazador o simplemente inquisidor?.
Varios disparos crearon un caos de personas dispersándose, creando un círculo perfecto, del terreno en el que el sonido había tenido lugar. Como si una piedra hubiera sido lanzada a un estanque, una oleada de personas lo golpearon, arrastrándolo hacia atrás, obligándolo a luchar por avanzar. Así que sólo le quedó la opción de subirse a una de las mesas en las que se exponían unos alimentos y miró, desde aquella altura, todo lo que se perdía al estar tan rodeado de personas en estado de pánico.
Hay veces en las que dicen que el destino nos crea un momento en el que todo a nuestro alrededor parece acallarse, dejándonos escuchar sólo el latido de nuestro corazón para guiarnos así por él. De no ser así, él jamás habría hecho lo que hizo cuando vio la figura de un hombre de pie en medio de la nada, acariciándose el abdomen para ver la sangre que manchaba sus dedos. Fue ahí, mientras veía las manzanas caer de su regazo para rodar por el suelo, cuando todo perdió sentido para él. Y entre toda aquella locura, entre los gritos, empujones y miradas curiosas, cuando los principios se sobrepusieron a cualquier otra cosa.
Saltó de un puesto a otro, buscando el lugar por el que llegar antes a aquel hombre que había visto. Siguió cada latido de su corazón, saltando sin miedo entre las personas, abriéndose paso entre codazos y patadas, hasta aquella persona que había detenido el tiempo para él. No se detuvo hasta que sus ojos quedaron delante de otros verdes, acariciando aquel rostro lleno de pánico con su aliento desbocado por el esfuerzo. Y sin más, le sonrió.
Sus manos trabajaron con rapidez y experiencia, le quitaron el pañuelo que aferraba en una de sus manos y se lo apretó contra la herida, moviéndose entre las personas para alejarse del lugar. Lo arrastró contra su pecho, manteniendo una mano en su estómago y otra sobre sus hombros, llegando a veces a ejercer fuerza sobre él para impulsarlo a caminar hasta el puesto de la anciana.
- Vamos, chico. Saldrás de esta. – Lo animó mientras aprovechaba la muchedumbre para ocultar el hecho de que llevaba con él a alguien tan pálido como el mármol. ¡Dios, no dejes que se muera!, suplicó al señor para el que trabajaba, luchando noche tras noche para entregarle las vidas de aquellos que lo merecían.
Cuando vio a la anciana, aterrada y aferrada a sus hijas, guiándola entre la muchedumbre, caminó con más fuerza. Terminando por coger a Joshua entre sus brazos para correr con él hacia ellas y llegar antes. Las heridas de balas eran traicioneras. Gritó a la mujer y la anciana, por suerte o gracia divina, giró su rostro. Cuando ambos ojos se miraron, la anciana sólo asintió y abrió un de las puertas cercanas.
Después de entrar en la casa, todas las mujeres se llevaron a Joshua, dejando solo a Athan, quien prácticamente desgastaba la suela de sus zapatos paseándose por la pequeña estancia, preguntándose cuál era la gravedad del chico.
Athan Avramidis- Inquisidor Clase Media
- Mensajes : 56
Fecha de inscripción : 19/03/2014
Re: Duro y dulce (joshua)
No sé cómo, ni por qué, pero dentro de mis súplicas, mis desvaríos e incertidumbre, ruego mentalmente a Dios por ayuda. Rezo esperando que la ayuda venga de cualquier sitio, que se compadezcan de mí, porque... Yo no quiero morir, no así, ¡no tan pronto! sin embargo la gente corre a mi lado despavorida tratando de buscar refugio, nadie repara en mi débil figura arrastrándose por una pared tratando de llegar a un sitio seguro. A nadie le importa lo que a un muchacho como yo pueda sucederle. << ¡Por favor Dios, por favor! >> Es en aquellos instantes en que toda mi vida pasa delante de mí de manera vertiginosa, cuadro tras cuadro. Si, definitivamente estoy muriendo... ¿Así debe sentirse el ir abandonando éste mundo?
Doy un último paso, ya sin fuerzas para más, es entonces que siento una mano extraña oprimiendo la herida. Es inevitable no exclamar un grito de dolor. Es un dolor punzante, tremendo, doloroso e insoportable. Un dolor que me quema las entrañas. Por instinto trato de apartar a aquel extraño que me brinda auxilio, pero no puedo, he pedido y rogado por ayuda celestial y ahora mi testarudez o mi instinto de supervivencia luchan una pequeña batalla contra mí. Pero mientras ésto ocurre, ya mi cuerpo está siendo arrastrado por aquel mar de gente. Mis pies más que caminar se arrastran por el suelo. No soy dueño de mis acciones, simplemente un títere dejando que manos extrañas manejen los hilos. Más nada puedo hacer, soy una presa fácil.
Escucho el ruido de puertas abrirse y cerrarse por todas partes, sombras yendo y viniendo, voces alteradas de hombres y mujeres... De pronto algo frío corriendo por mi espalda. Es una superficie plana, dura...
-No, no... ¡Déjenme en paz!-Doy manotazos al aire e inclusive intento en vano ponerme de pie.
-¡Tranquilízate o tendremos que amarrarte! -Siento un par de manos más, sujetándome de las muñecas colocando mis brazos a los costados. Lo mismo ocurre con mis piernas. Estoy maniatado. -Esto va a dolerte chico, pero es necesario... -. Me han colocado un trozo de algo duro dentro de mi boca-. ¡Muérdelo! vamos, no te resistas, debemos sacarte esa bala de plata del cuerpo cuanto antes.
<< ¿Plata? ¡Qué cosa, de qué habla! >>
La herida parece abrirse por segunda vez. Mi espalda se arquea involuntariamente... Después todo se vuelve negro, parece que estoy siendo arrastrado por un remolino a las profundidades del mar.
Doy un último paso, ya sin fuerzas para más, es entonces que siento una mano extraña oprimiendo la herida. Es inevitable no exclamar un grito de dolor. Es un dolor punzante, tremendo, doloroso e insoportable. Un dolor que me quema las entrañas. Por instinto trato de apartar a aquel extraño que me brinda auxilio, pero no puedo, he pedido y rogado por ayuda celestial y ahora mi testarudez o mi instinto de supervivencia luchan una pequeña batalla contra mí. Pero mientras ésto ocurre, ya mi cuerpo está siendo arrastrado por aquel mar de gente. Mis pies más que caminar se arrastran por el suelo. No soy dueño de mis acciones, simplemente un títere dejando que manos extrañas manejen los hilos. Más nada puedo hacer, soy una presa fácil.
Escucho el ruido de puertas abrirse y cerrarse por todas partes, sombras yendo y viniendo, voces alteradas de hombres y mujeres... De pronto algo frío corriendo por mi espalda. Es una superficie plana, dura...
-No, no... ¡Déjenme en paz!-Doy manotazos al aire e inclusive intento en vano ponerme de pie.
-¡Tranquilízate o tendremos que amarrarte! -Siento un par de manos más, sujetándome de las muñecas colocando mis brazos a los costados. Lo mismo ocurre con mis piernas. Estoy maniatado. -Esto va a dolerte chico, pero es necesario... -. Me han colocado un trozo de algo duro dentro de mi boca-. ¡Muérdelo! vamos, no te resistas, debemos sacarte esa bala de plata del cuerpo cuanto antes.
<< ¿Plata? ¡Qué cosa, de qué habla! >>
La herida parece abrirse por segunda vez. Mi espalda se arquea involuntariamente... Después todo se vuelve negro, parece que estoy siendo arrastrado por un remolino a las profundidades del mar.
Joshua Maloney- Cambiante Clase Baja
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Fecha de inscripción : 12/08/2013
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Re: Duro y dulce (joshua)
Y equivocada o no, lo imagino de sombras, descolgándose sobre mi piel, que se hace humo, en aquel desencuentro.
El eco de las voces femeninas que trataban al chico herido eran como un zumbido incómodo para él, una amalgama de voces entre las cuales no podía entender siquiera una mera palabra. Aquellas gitanas insistían en hablar en romaní, incluso cuando alguna de ellas salía de aquella sala en la cual sólo podía imaginar qué ocurría, mantenían sus ojos firmemente lejos de su figura. Lo ignoraban por algún motivo, aunque si lo pensaba bien, era lo más lógico. Él no solo era un desconocido del que no sabían nada, sino que le había llevado a un hombre herido de bala a su casa. No muchos harían lo que ellas, lo más seguro era que incluso sus amigos le hubieran cerrado la puerta en la cara. Nadie quería tener que explicar qué hacía un joven herido en su hogar, ni mucho menos por qué no habían avisado a las autoridades.
Siendo el único hombre entre aquel grupo de mujeres que entraban y salían del cuarto con paños manchados de sangre o hierbas, hablando entre ellas con susurros tras los cuales le dirigían miradas de reojo capaces de hacer estremecer a cualquiera, se sentía como si estuviera en el mismísimo infierno. Era una situación que no sabía cómo manejar, ya que él jamás se había criado con mujeres a su alrededor, no sabía si quiera cómo hablar con ellas sin enfadarlas o hacerlas llorar. Era incómodo, siempre parecía tener la habilidad necesaria para quedar mal ante ellas. Las únicas capaces de comprender sus toscos y torpes comportamientos eran aquellas que al igual que él se habían criado como soldados de la Iglesia. Quizás sólo fuera que a ellas las veía más como soldados o compañeros de batalla y no como criaturas frágiles de las que huir antes de que se rompieran por su culpa.
La tensión del ambiente llegó a una cima totalmente absurda cuando una de ellas se acercó para menear un manojo de hierbas a su alrededor, ganándose una mirada fría de sus ojos azules. Aunque eso no impidió que siguiera haciendo lo quiera que creía que fuera necesario realizar. Como si fueran llamadas, todas acudieron a su alrededor, tomándose de las manos y creando un círculo para dejarlo a él y a la mujer de las hierbas en el centro. Todas comenzaron a girar a su alrededor, siguiendo el camino de las agujas del reloj, elevando sus voces en un cántico que le hizo estremecer. Sentía sus ojos sobre él, recorriéndolo, quemándolo con aquellos iris oscuros.
Por alguna razón, sus pies no pudieron moverse del suelo. Se sentía incapaz de romper aquel hechizo que ellas creaban a su alrededor. Por mucho que quisiera darle una edad a cada una de ellas, parecía incapaz de fijar una edad exacta, todas parecían rondar el mismo parámetro de edad, entre los 18 y los 50. Sabía que no era lógico. Imposible. Pero todas ellas compartían rasgos similares, el cabello largo y oscuro. Ojos salvajes y negros, llenos de ese misticismo propio de la madurez que da la edad. Labios jóvenes, marcados por las arrugas que causaban largas jornadas de trabajo. Y sus voces… Eran como susurros salidos del alma. Algunas hermosas, alegres, tristes, un eco que creaba una melodía desgarradora.
La mujer de las hierbas le dejó un cuenco de madera, tan tosco que sólo podía haber sido tallado por algún hombre . El miedo le recorrió las entrañas cuando el líquido fue colocado bajo su rostro. El propio reflejo que le devolvía, una versión mucho más vieja de sí mismo, lo hizo retroceder.
- No…- Susurró mientras volvía a retroceder de nuevo. Solo entonces la canción tomó un crescendo importante, parecía haber tambores acompañando el cántico, lo cual lo aterraba ya que estaban en medio de una habitación, en medio de París. Pero todo parecía desaparecer, tornarse algo salvaje, místico y tan natural como el tiempo mismo.
- Bebe asesino. – Dijo la mujer mientras volvía a tenderle el té con una sonrisa espeluznante. Dientes blancos manchados por las caries inminentes que la condenarían a quedarse sin ellos pronto. Cuando negó con la cabeza, ella lo agarró del pelo y lo instó a beber. Así que se tomó el contenido con rapidez, mareándose de inmediato por la fuerza que tenían las hierbas que habían creado aquel té extraño.
Sus rodillas se aflojaron, dejándolo caer sobre el suelo, mientras a su alrededor las paredes parecían estremecerse , como membranas sensibles a las voces de esas mujeres. Los ojos marrones parecían brillar a su alredor con maldad, como si ellas supieran todo lo malo que había hecho. Pecador. Sucio. Asesino. Las palabras hicieron eco en su cabeza mientras sus ojos lloraban al ver cómo la sangre se derraba por las paredes. Parecía estar en medio del círculo de alguna escena sacada del infierno. Como si satanás le hubiera llevado a un aquelarre de brujas para volverle loco.
El frío del agua golpeándolo, lo hizo despertar de golpe, gritando al ver cómo la anciana que lo había llevado hasta allí colocaba el cubo, ahora vacío, a su lado.
- El chico se curará. – No dijo nada más, sólo se agarró un manto que le cubría los hombros contra el frío antes de abrir la puerta de la salida de aquella casa. A su alrededor, toda la casa parecía vacía. El silencio se adueñaba de aquella estancia antes tan terrorífica. Se agarró la cabeza con una evidente expresión confundida, al menos hasta que vio que algo faltaba en él. No tenía chaqueta, ni la bolsa de las monedas que llevaba consigo, así como la daga que mantenía siempre a su lado. Lo habían drogado, robado y abandonado. Comenzó a reír y suspiró con alivio, sacudiendo su cabello mojado antes de levantarse para ir a ver al joven que había sido curado gracias a todas sus posesiones. Afortunadamente no le habían dejado descalzo, eso hubiera sido un verdadero problema.
Athan Avramidis- Inquisidor Clase Media
- Mensajes : 56
Fecha de inscripción : 19/03/2014
Re: Duro y dulce (joshua)
Lentamente abro mis ojos con pesadez, me siento mareado, débil, aturdido, somnoliento... Giro mi cabeza hacia el costado izquierdo, donde percibo una luz que parpadea, no logro identificar de qué se trata exactamente porque todo está borroso, sin forma. ¡La cabeza me duele como nunca en la vida! como si de un momento a otra pudiera estallar << Dios... >> Trato de incorporarme, sin embargo un terrible dolor punzante en el abdomen me lo hace pensar dos veces. Gemí dolorido volviendo a recostarme con mucha dificultad, cerrando los ojos, respirando con dificultad.
-¡No debes moverte!, estás delicado.
La voz de una chica me obliga a abrir mis ojos nuevamente. Necio como soy, presintiendo que estoy en un lugar que no conozco, por instinto, me levanto sin tener precaución-. ¡Con cuidado! Está bien, tú ganas, al parecer no vas a estarte quieto. Te ayudaré-. Me sujetó por un brazo, logrando con esto el que yo pudiera sentarme, situación que no aminoró el dolor, por el contrario lo agudizó. -No debes hacer esfuerzos o la herida podría volver a abrirse, sé paciente.
¿Herida?
Titubeo.
Comienzo a recordar algunas cosas, sin embargo mi mente sigue manteniendo un velo de aturdimiento. Imágenes van y vienen sin un orden específico: El mercadillo, el olor a comida, las flores, las manzanas y... << ¡Oh Dios! >>
-¿Dónde me encuentro? ¿Dónde estoy?- Logro hilar un par de preguntas. Hasta el simple hecho de respirar me produce dolor.
-Estás en casa de la anciana curandera. Ella te ha salvado la vida. Te libraste de la muerte por muy poco. Si no hubiera retirado la bala de plata a tiempo...
<< ¿Bala de plata? >> Miro fijamente y con suma curiosidad a la chiquilla. No parece tener más allá de dieciséis años, pero hay tanta seguridad en sus palabras, que parece toda una experta.
-Creo que no tienes la menor idea de lo que ha ocurrido ¿no es cierto? - me sonríe, observándome de manera suspicaz. Obviamente niego con un movimiento de cabeza, no podía darle una respuesta satisfactoria-. Está haciendo frío, déjame abrigarte -. No hago el menor esfuerzo por poner resistencia, sólo me dejo cubrir con una chaqueta que me ha calzado a la perfección-. Tu ropa está completamente manchada de sangre. La hemos guardado en una bolsa, podrás llevártela en cuanto te sientas mejor - señala con un dedo hacia un rincón-. Aquí no tenemos ropa de tu talla, mucho menos de hombre - se encoge de hombros-. Bien, es hora de llamar a la abuela, le diré que haz recobrado el conocimiento, no te muevas de aquí.
No pensaba ir a ningún lado por el momento, me preocupa el hecho de que no pueda recordar exactamente lo ocurrido, sólo me limito a observar mi abdomen vendado, "adornado" con una mota roja: Mi sangre. Me estremezco, porque al observar al rededor , me doy cuenta de que el lugar es bastante peculiar, bien podría pasar por la guarida de algún hechicero, o un sanatorio clandestino, o... Qué se yo. No me gusta para nada la pinta que tiene éste lugar, ni tampoco es agradable ver encima de un viejo mueble, una daga completamente cubierta de sangre, que ha dejado escapar un hilillo de líquido malva por un costado, permitiendo que la gota vaya a descansar en el piso. No hay que ser demasiado inteligente para darse cuenta de que la han utilizado en mí. << Quiero salir de aquí cuanto antes >>
Salir, pero imagino que el dar ese pequeño salto de la mesa al suelo, va a ser toda una tarea titánica. Más no quiero, ni suelo ser un inútil, ni depender de nadie. Me armo de valor conteniendo el aire, moviendo mis pies hacia abajo, lentamente... Muy lentamente. Aún tomando las precauciones necesarias, el dolor es prácticamente insoportable. No pude hacer otra cosa más que sostenerme del borde de la improvisada mesa de operaciones, temblando. A nada estoy de llamarle a alguien para que venga en mi auxilio, no me siento bien, nada bien...
-¡No debes moverte!, estás delicado.
La voz de una chica me obliga a abrir mis ojos nuevamente. Necio como soy, presintiendo que estoy en un lugar que no conozco, por instinto, me levanto sin tener precaución-. ¡Con cuidado! Está bien, tú ganas, al parecer no vas a estarte quieto. Te ayudaré-. Me sujetó por un brazo, logrando con esto el que yo pudiera sentarme, situación que no aminoró el dolor, por el contrario lo agudizó. -No debes hacer esfuerzos o la herida podría volver a abrirse, sé paciente.
¿Herida?
Titubeo.
Comienzo a recordar algunas cosas, sin embargo mi mente sigue manteniendo un velo de aturdimiento. Imágenes van y vienen sin un orden específico: El mercadillo, el olor a comida, las flores, las manzanas y... << ¡Oh Dios! >>
-¿Dónde me encuentro? ¿Dónde estoy?- Logro hilar un par de preguntas. Hasta el simple hecho de respirar me produce dolor.
-Estás en casa de la anciana curandera. Ella te ha salvado la vida. Te libraste de la muerte por muy poco. Si no hubiera retirado la bala de plata a tiempo...
<< ¿Bala de plata? >> Miro fijamente y con suma curiosidad a la chiquilla. No parece tener más allá de dieciséis años, pero hay tanta seguridad en sus palabras, que parece toda una experta.
-Creo que no tienes la menor idea de lo que ha ocurrido ¿no es cierto? - me sonríe, observándome de manera suspicaz. Obviamente niego con un movimiento de cabeza, no podía darle una respuesta satisfactoria-. Está haciendo frío, déjame abrigarte -. No hago el menor esfuerzo por poner resistencia, sólo me dejo cubrir con una chaqueta que me ha calzado a la perfección-. Tu ropa está completamente manchada de sangre. La hemos guardado en una bolsa, podrás llevártela en cuanto te sientas mejor - señala con un dedo hacia un rincón-. Aquí no tenemos ropa de tu talla, mucho menos de hombre - se encoge de hombros-. Bien, es hora de llamar a la abuela, le diré que haz recobrado el conocimiento, no te muevas de aquí.
No pensaba ir a ningún lado por el momento, me preocupa el hecho de que no pueda recordar exactamente lo ocurrido, sólo me limito a observar mi abdomen vendado, "adornado" con una mota roja: Mi sangre. Me estremezco, porque al observar al rededor , me doy cuenta de que el lugar es bastante peculiar, bien podría pasar por la guarida de algún hechicero, o un sanatorio clandestino, o... Qué se yo. No me gusta para nada la pinta que tiene éste lugar, ni tampoco es agradable ver encima de un viejo mueble, una daga completamente cubierta de sangre, que ha dejado escapar un hilillo de líquido malva por un costado, permitiendo que la gota vaya a descansar en el piso. No hay que ser demasiado inteligente para darse cuenta de que la han utilizado en mí. << Quiero salir de aquí cuanto antes >>
Salir, pero imagino que el dar ese pequeño salto de la mesa al suelo, va a ser toda una tarea titánica. Más no quiero, ni suelo ser un inútil, ni depender de nadie. Me armo de valor conteniendo el aire, moviendo mis pies hacia abajo, lentamente... Muy lentamente. Aún tomando las precauciones necesarias, el dolor es prácticamente insoportable. No pude hacer otra cosa más que sostenerme del borde de la improvisada mesa de operaciones, temblando. A nada estoy de llamarle a alguien para que venga en mi auxilio, no me siento bien, nada bien...
Joshua Maloney- Cambiante Clase Baja
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Re: Duro y dulce (joshua)
“Por la séptima puerta, sidéreo peregrino,
volé y fui a sentarme de Saturno en el trono:
Muchos cerrados nudos desaté en mi camino,
mas no el nudo maestro del humano destino.”
volé y fui a sentarme de Saturno en el trono:
Muchos cerrados nudos desaté en mi camino,
mas no el nudo maestro del humano destino.”
Caminó con tranquilidad hacia la habitación de la que había salido la anciana, sus piernas se deslizaban por el suelo con seguridad, aunque un poco tambaleante por el eco que había dejado en su cuerpo la droga que le habían dado para poder irse con todas sus pertenencias sin que él opusiera resistencia.
Realmente no le molestaba el hecho de haber sido asaltado de aquella forma, podría haber sido mucho peor. Pero no podía evitar el sentirse incómodo por haber llegado en algún momento a pensar que realmente Dios lo había abandonado. La mera idea de volver a encontrarse en medio de aquella pesadilla que había creado su propia mente sobrecargada de droga, le hacía estremecer hasta el punto de convertir sus dedos en una garra tensa en la que no podía moverlos a su antojo. Paralizados en una curva tan atroz como la imagen espeluznante de las paredes vomitando sangre, manchándolo todo al ritmo de una sonata sangrienta.
Dobló el cuello hacia la derecha, dejando que su oído descansara sobre su hombro antes de volver a girarla hacia la izquierda, repitiendo el mismo movimiento, obligándose a relajarse para no sentir el profundo pánico que se agitaba en la boca del estómago. Las drogas habían sacado algo que él jamás había querido ver; la realidad de que era un soldado. Un hombre que salía noche tras noche cumpliendo con su misión, con unas órdenes que había jurado realizar sin cuestionarlas.
Pero en el fondo de su mente, algo se estremecía. El eco de la criatura inocente que había sido alguna vez lloraba por el hombre que era ahora, un joven obligado a mantener sus ojos abiertos ante los rostros agonizantes de sus víctimas. Aquellos demonios que merecían morir pero que eran, así como advertían los santos escritos, tan hermosos e inocentes en apariencia, que solo le arañaban el alma cuando sus gritos de dolor penetraban profundamente en su interior.
Su mano tomó el pomo de la puerta, apoyando su frente contra la superficie lisa de la madera, tomando aliento para alejar todos aquellos pensamientos de él. Necesitaba centrarse. Era un cristiano devoto, lo que facilitaba su trabajo como inquisidor. Un fiel protector de la humanidad, sintiendo que había bondad tras cada uno de sus horrendos asesinatos. Así debía ser. Si cayese bajo la sugestión que había abierto la droga en sí, solo demostraría cuán frágil era su fe en Dios. Solo debía continuar adelante, paso a paso. Sin arrepentimientos.
- No deberías estar de pie- Dijo después de que abriese la puerta con una expresión calmada manchada por el brillo preocupado de sus ojos, nada en él detonaba la crisis que se había levantado tan solo minutos atrás.
Caminó hacia él y se agachó para ver el vendaje de su estómago. Sus dedos recorrieron con total suavidad los bordes de aquella venda blanquecina, asegurándose de que estuviese bien atada y que no se cayese mientras se movía. Él sabía perfectamente la diferencia entre una cura profesional y otra que no lo era, sobretodo por la facilidad con la que solía sufrir daños en su cuerpo. Se alegró al ver que, a pesar de ser asaltado por un grupo de mujeres, había conseguido que el chico estuviera en buenas manos.
- Al parecer no era tan profunda como creí.- Levantó sus ojos hacia los del muchacho, mientras sus rodillas seguían aún en el suelo, haciendo que fuera el herido mucho más alto que él. – Es un milagro, estuviste prácticamente muerto entre mis brazos.- Su voz era un susurro reverencial hacia aquel que miraba, ya que a pesar de la esbelta forma de su cuerpo delgado, había visto lo más frágil de él al sentir cómo su vida se extinguía, quedando su temperatura corporal más fríoa de lo normal.
No dio muestras de que le incomodase la falta de ropas del otro, ya que en ningún momento sus ojos descendieron más allá de su herida. Su preocupación por él era completamente genuina, aunque cuando sonrió, sus labios temblaron con la preocupación de que el herido cayese al suelo y no pudiera resistir su propio peso. Así que se levantó para rodearle con sus brazos y volverlo a sentar sobre la mesa en la que debió de haber sido tratado.
Le tocó la frente para asegurarse de que no tuviera fiebre y le dedicó una sonrisa ligera para tranquilizarlo. – Me llamo Athan, ¿ recuerdas cómo te llamas?.- Lo trataba con la misma suavidad con la que lo haría con un animal herido, como si pudiese escapar en cualquier momento presa del pánico. – No te preocupes, solo quiero asegurarme de que estés bien
Athan Avramidis- Inquisidor Clase Media
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Re: Duro y dulce (joshua)
La puerta se abre para rebelar a un hombre alto y rubio. No sé quién pueda ser, aunque si apelo a mi buena memoria, creo saber de quién pueda tratarse, aún mi memoria es difusa, pero no puede ser otro más que la misma persona que me ayudó a venir hasta aquí.
-Yo necesitaba estar de pie, simplemente porque – Quiero encontrar una buena excusa. Me siento como un crío regañado el cuál ha cometido una falta grave, sumado a que ahora aquél hombre se acerca hasta mí con naturalidad, se acuclilla revisando mi vendaje y yo me quedo estático, frío. No estoy acostumbrado a ser el centro de atención de nadie, mucho menos en tales circunstancias. Desvío la mirada hacia otra parte, nervioso y apenado. Ya puedo sentir como el enrojecimiento quiere hacerme presa de él << No hoy, no ahora ¡por favor! >> Finalmente siento su mirada sobre mi persona, es inevitable no hacer el contacto visual, y bueno al final lo que tanto temo hace aparición: Un subido color rojo en mis mejillas; o eso creo, siento el rostro demasiado caliente para mi gusto. ¡Qué remedio!
Lo que dice a continuación despeja mis dudas, “es él” es quien me sujetó en la calle, trayéndome hasta aquí para recibir los primeros auxilios << Dios, si no hubiera sido por él, ahora mismo estaría… Estaría muerto >> Quiero decir muchas cosas, darle las gracias infinitas, pero es como si mi boca estuviera cosida con hilos invisibles, es eso o lo débil que me siento. Nunca de los nunca había tenido ésta sensación de abandono, fragilidad. Me siento expuesto e indefenso. Como un ratón atrapado en la ratonera.
Vuelvo a sujetarme de la mesa. Repito: No me siento bien, es poca la fuerza que me mantiene en pie, o es el orgullo mismo. Debo tener un semblante horrible. Pudiera compararme a un muñequito de trapo. Mi joven salvador, llamado Athan, me ha vuelto a sentar sobre aquella superficie plana con mucha facilidad, tomándome la temperatura con una de sus manos.
-Joshua, Joshua Maloney – Susurro sin fuerzas cuando pregunta por mi nombre.
Me ha entrado una especie de estupor; como si no hubiera dormido en meses; quizás lo más conveniente sea que me apresure a regresar a mi casa antes de que la luz del día se apague, todavía quedan algunos trémulos rayos de sol colándose por la única ventana de la habitación.
-Yo, pagaré hasta el último centavo, lo juro, sólo necesito tiempo. No tengo un ingreso fijo. Estoy quebrado, y las deudas se acumulan. Dios mío ¿qué voy a hacer? –Llevo ambas manos hasta a mi rostro, desesperado. Desuda tras deuda y yo sin un solo centavo en los bolsillos, acabaré en la calle-. Gracias, muchas gracias por haberme traído hasta aquí, te debo la vida-. Es la es la honesta y cruel verdad, le debo mi vida al hombre aquí presente. No sé por qué me siento tan miserable, derrotado tan… << Ni se te ocurra llorar delante de Athan, no seas lloricas >>
-Quiero irme a casa – Un sentimiento de tristeza, El nudo en mi garganta. Estoy confundido ¿No se supone que los cambiantes no pueden resultar heridos? ¿Por qué la bala se enterró en mi cuerpo ocasionándome tal dolor? ¿Habría sobrevivido si hubiera sido un simple humano? ¿Athan estará enterado de “mi secreto”? Quiero echarme en mi cama y llorar hasta saciarme. ¡Necesito salir de aquí cuánto antes! pero no creo poder irme por cuenta propia.
Me apena, me avergüenza, pero finalmente se me escapan un par de lágrimas de los ojos que apresuro a retirar: “Los hombres no lloran” decía mi padre - que en paz descanse- cada que caía al suelo raspándome las rodillas, o haciéndome toda clase de heridas por inquieto.
-Lo siento-. Me disculpo sinceramente – Es sólo que no me siento bien, y la herida duele mucho – Me encojo de hombros sin nada más relevante qué decir- Lo siento mucho señor, en verdad, no es mi intención dar tantas molestias.- Ya la mirada la he clavado nuevamente en el piso, no puedo verlo a la cara. No soporto estar ni un minuto más aquí. Estoy incómodo, cansado… ¡Quiero despertar de ésta pesadilla!
-Yo necesitaba estar de pie, simplemente porque – Quiero encontrar una buena excusa. Me siento como un crío regañado el cuál ha cometido una falta grave, sumado a que ahora aquél hombre se acerca hasta mí con naturalidad, se acuclilla revisando mi vendaje y yo me quedo estático, frío. No estoy acostumbrado a ser el centro de atención de nadie, mucho menos en tales circunstancias. Desvío la mirada hacia otra parte, nervioso y apenado. Ya puedo sentir como el enrojecimiento quiere hacerme presa de él << No hoy, no ahora ¡por favor! >> Finalmente siento su mirada sobre mi persona, es inevitable no hacer el contacto visual, y bueno al final lo que tanto temo hace aparición: Un subido color rojo en mis mejillas; o eso creo, siento el rostro demasiado caliente para mi gusto. ¡Qué remedio!
Lo que dice a continuación despeja mis dudas, “es él” es quien me sujetó en la calle, trayéndome hasta aquí para recibir los primeros auxilios << Dios, si no hubiera sido por él, ahora mismo estaría… Estaría muerto >> Quiero decir muchas cosas, darle las gracias infinitas, pero es como si mi boca estuviera cosida con hilos invisibles, es eso o lo débil que me siento. Nunca de los nunca había tenido ésta sensación de abandono, fragilidad. Me siento expuesto e indefenso. Como un ratón atrapado en la ratonera.
Vuelvo a sujetarme de la mesa. Repito: No me siento bien, es poca la fuerza que me mantiene en pie, o es el orgullo mismo. Debo tener un semblante horrible. Pudiera compararme a un muñequito de trapo. Mi joven salvador, llamado Athan, me ha vuelto a sentar sobre aquella superficie plana con mucha facilidad, tomándome la temperatura con una de sus manos.
-Joshua, Joshua Maloney – Susurro sin fuerzas cuando pregunta por mi nombre.
Me ha entrado una especie de estupor; como si no hubiera dormido en meses; quizás lo más conveniente sea que me apresure a regresar a mi casa antes de que la luz del día se apague, todavía quedan algunos trémulos rayos de sol colándose por la única ventana de la habitación.
-Yo, pagaré hasta el último centavo, lo juro, sólo necesito tiempo. No tengo un ingreso fijo. Estoy quebrado, y las deudas se acumulan. Dios mío ¿qué voy a hacer? –Llevo ambas manos hasta a mi rostro, desesperado. Desuda tras deuda y yo sin un solo centavo en los bolsillos, acabaré en la calle-. Gracias, muchas gracias por haberme traído hasta aquí, te debo la vida-. Es la es la honesta y cruel verdad, le debo mi vida al hombre aquí presente. No sé por qué me siento tan miserable, derrotado tan… << Ni se te ocurra llorar delante de Athan, no seas lloricas >>
-Quiero irme a casa – Un sentimiento de tristeza, El nudo en mi garganta. Estoy confundido ¿No se supone que los cambiantes no pueden resultar heridos? ¿Por qué la bala se enterró en mi cuerpo ocasionándome tal dolor? ¿Habría sobrevivido si hubiera sido un simple humano? ¿Athan estará enterado de “mi secreto”? Quiero echarme en mi cama y llorar hasta saciarme. ¡Necesito salir de aquí cuánto antes! pero no creo poder irme por cuenta propia.
Me apena, me avergüenza, pero finalmente se me escapan un par de lágrimas de los ojos que apresuro a retirar: “Los hombres no lloran” decía mi padre - que en paz descanse- cada que caía al suelo raspándome las rodillas, o haciéndome toda clase de heridas por inquieto.
-Lo siento-. Me disculpo sinceramente – Es sólo que no me siento bien, y la herida duele mucho – Me encojo de hombros sin nada más relevante qué decir- Lo siento mucho señor, en verdad, no es mi intención dar tantas molestias.- Ya la mirada la he clavado nuevamente en el piso, no puedo verlo a la cara. No soporto estar ni un minuto más aquí. Estoy incómodo, cansado… ¡Quiero despertar de ésta pesadilla!
Joshua Maloney- Cambiante Clase Baja
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Re: Duro y dulce (joshua)
Esa nube fue y se fue.
¡Qué limpio ha dejado el aire
la pureza de ese ser
que existió para negarse!
¡Qué limpio ha dejado el aire
la pureza de ese ser
que existió para negarse!
La rojez de su rostro le obligó a revisar de nuevo su temperatura, llegando incluso a juntar su frente con la del extraño herido, no quería que se enfermara y no pudiera atenderlo antes de que fuera tarde. Aunque no creía que aquellas mujeres realmente se hubieran marchado si hubiesen dejado al muchacho aún incapaz de sobrevivir por su cuenta. Si viese su herida sería mejor, ya que dejaría de sentir esa opresión en el pecho cada vez que lo miraba, como si fuera alguien al que conocía y no un extraño al que había recogido en medio de una muchedumbre enloquecida por varios hombres que habían corrido, imprudentemente, dando tiros a diestro y siniestro. Pero no quería arriesgarse a quebrar el vendaje cuando no tenía otro con el que volver a tapar su herida.
- Creo que no hay fiebre, Señor Maloney. – Lo miró a los ojos, sorprendiéndose al ver lo que había en ellos. Dolor, tristeza y desesperación. Tres cosas que podía comprender, pero ¿Por qué brillaba en él algo similar a la vergüenza?
Él era un cazador, podía seguir el rastro de cualquier criatura con naturalidad, aunque no era el mejor de su grupo. Sabía que debía mejorar muchas cosas si quería llegar a ser un buen soldado del Señor. Podía usar varios tipos de armas con facilidad e incluso leer o escribir en varios idiomas, solo porque eso le ayudaba cuando tenía que viajar por alguna petición de la Iglesia, para ayudar al resto de sus hermanos cuando una criatura del mal causaba un gran impacto en una comunidad. Pero, ¿ Tratar con los sentimientos de los demás?. Era terriblemente malo con ello. Así que cuando notó que el joven comenzaba a hablar de dinero y a balbucear porque iba a romper a llorar, se movió con incomodidad.
Cambió el peso de su cuerpo de una pierna a la otra, una y otra vez, causando un crujido con la suela de sus zapatos en el suelo. El sonido le causaba una sensación de alivio, como si cada vez que el crujido tenía lugar, eso causase una liberación de aquel nudo que tenía en su interior.
- No te preocupes por el dinero, no quiero que me lo devuelvas.- Levantó su mano para tocarlo, pero dudó de si debía o no tocarlo, ya que no quería hacerle sentir mal. ¿ Cómo se confortaba a alguien?. Él era de esos hombres que se ponía nervioso cuando alguien mostraba sentimientos que no entendía. Lo habían criado en una familia de inquisidores en la que, la presencia de mujeres, escaseaba. Así que lo único que había visto como forma de consolar a alguien, es dar palmaditas en la cabeza o en un hombro, como muestra de apoyo. Así que simplemente dejó caer su mano sobre la cabeza y le acarició el pelo como si fuera un niño, con una expresión avergonzada de sí mismo. Se sentía torpe y estúpido.
- Cuando estaba en el mercado, buscaba hierbas para aliviar el dolor.– Comenzó a contarle mientras, con lentitud, le quitaba las manos de su rostro para que pudiera verle y entender que no había ningún rastro de molestia por él. Incluso, con movimientos torpes, le limpió las lágrimas, actuando como un hombre que mostraba su poca experiencia en consolar, pero que lo intentaba lo mejor que podía.
- Realmente llegué a comprarlas cuando ocurrió todo. Fue sorprendente, pero entre todas las personas que comenzaron a correr cuando se escuchó el disparo, yo solo te vi a ti.- Mostró una ligera sonrisa avergonzada por su comentario, ya que no le gustaba admitir que se había distraído con la imagen del chicho, cayendo herido, y no el atender a aquellos que llevaban las armas. Normalmente él solo hubiera ido por los hombres armados, pero ese día no.
- Y, entonces, lo comprendí. Necesitaba ayudarte. El que estés bien, solo demuestra que es un milagro de Dios. Si deseas pagar a alguien o agradecerle el vivir, entonces reza. – Le dio una mirada de afecto y le acarició el rostro con suavidad, antes de advertirle lo que quería hacer.
- Te llevaré a mi casa, pero estás muy débil para caminar, así que te llevaré en brazos. – Le dio una mirada que no admitía discusiones, así que, dejó de tocarle el pelo y el rostro para comenzar a buscar alguna manta con la que abrigar el cuerpo del joven durante el trayecto.
- Puedo llevarte a tu casa si así lo deseas, pero con lo débil que estás, no podrás comer. Y si no comes, no mejorarás. Eso sin contar el que yo vivo cerca y tú, no puedes ir así a ningún sitio.- Señaló con la cabeza su escasez de prendas, como si no fuera suficiente con su rostro cansado.-
- Así que cuidaré de ti hasta que seas capaz de regresar a tu hogar sin problemas. – hizo un sonido de satisfacción al encontrar varias mantas en uno de los viejos armarios de la habitación, ya que, mientras hablaba con él se había movido por aquel lugar con una determinación propia de él cuando tenía una meta en la mente. Era uno de sus defectos, una vez tomaba una idea, era difícil el hacerle rectificar.
- Deja que te cuide, Maloney. Solo por esta vez. – Dijo mientras se acercaba a él y le cubría con las mantas para así alzarlo entre sus brazos, asegurándose de que no se soltase. – Vamos a casa. – Dijo con una sonrisa inocente y amable, mientras le colocaba bien las prendas para que no se revelase su piel y así pudiera salir con él de aquel espeluznante lugar.
Athan Avramidis- Inquisidor Clase Media
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Re: Duro y dulce (joshua)
Sólo puedo observar como se pasea de un lado hacia otro, hablando con ese tono suave arrollador, pero seguro de sí mismo. No puedo dejar de pensar que todavía hay gente buena en el mundo, que se preocupa por sus semejantes. Athan tiene razón, tengo que dar gracias a Dios pero también darle gracias a las mujeres que me atendieron con prontitud, evitando que muriera desangrado:
-No tiene por qué tomarse tantas molestias, en verdad. - seguía detenidamente sus pasos y sus palabras llenas de bondad - -Ya ha hecho lo humanamente posible por mi, yo puedo arreglármelas, no se preocupe.
Estoy diciendo una mentira piadosa, no tengo ni en qué caerme muerto literalmente. Si, muerto muerto en vida, porque es lo que quisiera atravesar en este preciso momento. Mi ánimo está por los suelos y no tengo algún tipo de aliciente para seguir adelante. Quizás Dios en su infinita misericordia, había dispuesto que yo muriera el día de hoy para dejar de vaguear y llorar como una auténtica Magdalena por todos los rincones; pero los deseos y el destino son tan inciertos, que a veces no podemos comprender el por qué suceden las cosas.
Athan sin embargo, parece tener unos planes muy distintos a los de Dios, quiere cuidarme hasta que mejore mi salud. ¿Cómo puede decir tal cosa? soy un completo extraño para él y sin embargo está empecinado en llevar acabo su pequeño gran plan, de cuidar a este humilde cambiaformas. Mi enrojecimiento es notorio, pero no encuentro ya más que decirle para disuadirlo, de cualquier modo va a salirse con la suya, porque le veo la decisión reflejada en su rostro. El no va a cambiar de parecer le diga lo que le diga.
Cuando me levanta en sus brazos, opto por esconder el rostro sobre su pecho sujetándome lo mejor que puedo; cualquier movimiento - por más mínimo - me produce dolor, aunque ahora más que dolor es vergüenza, o quizás dolor y vergüenza mezcladas. No sé qué hacer, qué decir, ¡todo esto es tan inesperado , tan fuera de la realidad que no sé si estoy soñando o estoy despierto!
Escucho en la puerta abrirse y cerrarse tras de mí, el calor del sol sobre la manta en el que voy a envuelto calentando mi cuerpo, el ruido de la gente al caminar,el aroma de la comida del mercadillo... si, definitivamente estoy despierto y con vida, pero no quiero abrir los ojos, no quiero ver más allá de lo que mis sentidos pueden captar en este momento, simplemente voy a dejarme llevar, hacia donde los pasos de Athan, quieran hacerlo.
-No tiene por qué tomarse tantas molestias, en verdad. - seguía detenidamente sus pasos y sus palabras llenas de bondad - -Ya ha hecho lo humanamente posible por mi, yo puedo arreglármelas, no se preocupe.
Estoy diciendo una mentira piadosa, no tengo ni en qué caerme muerto literalmente. Si, muerto muerto en vida, porque es lo que quisiera atravesar en este preciso momento. Mi ánimo está por los suelos y no tengo algún tipo de aliciente para seguir adelante. Quizás Dios en su infinita misericordia, había dispuesto que yo muriera el día de hoy para dejar de vaguear y llorar como una auténtica Magdalena por todos los rincones; pero los deseos y el destino son tan inciertos, que a veces no podemos comprender el por qué suceden las cosas.
Athan sin embargo, parece tener unos planes muy distintos a los de Dios, quiere cuidarme hasta que mejore mi salud. ¿Cómo puede decir tal cosa? soy un completo extraño para él y sin embargo está empecinado en llevar acabo su pequeño gran plan, de cuidar a este humilde cambiaformas. Mi enrojecimiento es notorio, pero no encuentro ya más que decirle para disuadirlo, de cualquier modo va a salirse con la suya, porque le veo la decisión reflejada en su rostro. El no va a cambiar de parecer le diga lo que le diga.
Cuando me levanta en sus brazos, opto por esconder el rostro sobre su pecho sujetándome lo mejor que puedo; cualquier movimiento - por más mínimo - me produce dolor, aunque ahora más que dolor es vergüenza, o quizás dolor y vergüenza mezcladas. No sé qué hacer, qué decir, ¡todo esto es tan inesperado , tan fuera de la realidad que no sé si estoy soñando o estoy despierto!
Escucho en la puerta abrirse y cerrarse tras de mí, el calor del sol sobre la manta en el que voy a envuelto calentando mi cuerpo, el ruido de la gente al caminar,el aroma de la comida del mercadillo... si, definitivamente estoy despierto y con vida, pero no quiero abrir los ojos, no quiero ver más allá de lo que mis sentidos pueden captar en este momento, simplemente voy a dejarme llevar, hacia donde los pasos de Athan, quieran hacerlo.
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