El relicario perdido | Privado

por **Judah D'Maine** Jue Jun 05, 2014 10:56 pm

There's hard lessons in this world

Desde el punto de vista de Judah, las cosas entre él y Milenka habían mejorado considerablemente. La diaria convivencia, las actividades que ahora compartían, tanto en el trabajo como en la casa, pero, sobre todo, la paciencia de la gitana, que por momentos parecía inagotable, definitivamente habían sido clave importante en ese gran logro. Habían dejado de desear asesinarse el uno al otro. Las peleas y provocaciones, que antes habían estado a la orden del día, seguían vigentes, pero eran cada vez menos frecuentes entre ellos. Desde hacía ya varias semanas ambos eran capaces de lograr cosas que antes habían parecido imposibles, cosas tan sencillas y cotidianas como lo era sentarse a la mesa y compartir una cena sin haberse insultado antes de terminar su plato, o entablar una que otra conversación en las que no sólo había monosílabos como respuesta, aun cuando éstas duraran mucho menos de lo esperado.

Eso era más de lo que Judah había logrado con alguien en toda su vida. Y, quizá para muchos era algo inexplicable, increíble, inesperado, ¡y lo era!, pero no por eso menos verídico. A él no le gustaba admitirlo abiertamente, mucho menos frente a ella, porque seguía pensando que era como doblegarse, pero Milenka estaba haciendo muy bien su trabajo para con él. Le gustara o no, ella lo estaba cambiando. Eso, a veces le molestaba porque aún seguía mostrándose reacio ante el cambio. Aún así, el gitano se estaba dado la oportunidad, y se la estaba dando a Milenka. Se permitía conocer cosas que nunca antes había experimentado y que por lo tanto resultaban verdaderamente nuevas para él, cosas como la amistad, la confianza, la alianza, la paz, el trabajo honrado… y puede que hasta el amor, porque por más que fingiera que Milenka no significaba nada para él y lo negara socarronamente ante los demás, no podía mentirse a sí mismo y negar que le atraía, porque así era. Algo en ella le gustaba, le gustaba mucho, algo que no se reducía solamente a lo físico. Quizá… quizá reconocía en ella el mismo espíritu salvaje que lo poseía a él.

Pero nada de eso significaba que había dejado de ser él. Era el mismo socarrón de siempre; su vocabulario seguía dejando mucho que desear, porque aún era soez y descortés, y sus modales… mejor no entrar en detalles. El cambio estaba más enfocado a la conciencia porque, ahora cada vez que estaba a punto de perjudicar al prójimo, una voz, la voz que Milenka había encendido en su interior, le recordaba lo mal que estaban sus actos. Él a veces deseaba acallar esa voz, sentía que le estorbaba para muchas cosas, pero, aunque maldijera mil veces, casi siempre terminaba por tomarla en cuenta.

Esa tarde, ni la voz en su cabeza ni la de Milenka se dejaron escuchar. Se encontraban tomando los alimentos del medio día, sumidos en un silencio casi sepulcral. Judah hundió la cuchara de palo dentro de su plato de caldo de gallina, preparado por él mismo, y la llevó a su boca para sorber el contenido. Lo hizo audiblemente, a propósito, pero en esa ocasión Milenka no lo reprimió intentando corregir sus pésimos modales.

—¿Qué tal está la gallina? —Era la primera vez que preguntaba algo como eso, siempre se limitaba a engullir los alimentos como un desesperado, como si tuviese días sin haber probado bocado, por lo que estaba más que claro que lo hacía con el único fin de sacar a Milenka del mutismo en el que se encontraba.

Al ver que su intento había sido en vano, soltó la cuchara y alzó la vista para mirarla detenidamente.

—Oye, estás mucho más seria que de costumbre. ¿Por qué? —Insistió mientras se cruzaba de brazos y fruncía el ceño—. ¿Es la comida? —Miró los dos platos que humeaban y despedían un olor delicioso a verdura cocida y a hierbabuena—. Ambos sabemos que no soy tan buen cocinero como tú pero al menos lo he intentado. Además, no creo que esté tan terrible como para que no desees dirigirme la palabra, ¿o sí?

por **Milenka Sandoje** Dom Jun 15, 2014 1:00 pm

Las cosas para la gitana iban de mal en peor. Su tienda había sido robada dos veces en una misma semana (dato que no le había dicho a su compañero de carpa), su salud no era tampoco la más conveniente, y para empeorar las cosas, había tenido señales de su padre, o el que se hacía llamar como tal. Lo peor de todo es que tenía un poco de idea de quienes habían entrado a su local, existían pocos gitanos trabajadores y honrados, como ella, y eso a algunos no les parecía. La joven sabía que aquello también era una prueba, una forma de molestarla, de que ella se mostrara vulnerable y le comunicara todo a Judah, y que éste mismo a su vez dejará salir la peor de sus facetas, logrando que lo volvieran a juzgar y lo desterraran de aquella comunidad. Aunque le costara aceptarlo era lo que menos deseaba, con su nuevo acompañante se sentía segura, protegida, y las noches de soledad que tanto odió, desaparecieron.

¿Debía decirle que era responsable de una buena parte de su mal humor? No, la joven no era egoísta, además ella había aceptado el paquete de traerlo a su vida, debía asumir las consecuencias, aunque nunca habían sido del todo desagradables.

Milenka debía reconocer el avance grande que había hecho Judah, también lo divertido que en ocasiones llegaba a ser, tanto con sus palabras como en algunas de sus acciones. Recordar la primera vez que le cocinó le arrancaba una sonrisa, y aunque traer ese recuerdo le aceleraba el corazón de burla, su rostro se rehusaba a mostrar un estado de ánimo que no llegaba del todo a llenar.

A lo lejos escuchó su voz, pero no le tomó importancia porque creyó que le estaría molestando, hasta que el joven fue un poco más insistente y la chica parpadeó e hiló las palabras que le dijo.

— Lo siento, lo siento — Dejó caer la cuchara, ni siquiera había llevado un poco del caldo a su boca — Estaba pensando un poco — Comentó aún ensimismada, aunque lo que acababa de decir era más que obvio — Huele delicioso, Judah, no me quejé de la comida — Le hizo una mueca, esa que le hacía volver a ser ella misma, o al menos la que le dejaba ver a él. — No seas tan exigente, estaba haciendo cuentas — Mintió unos momentos, luego suspiró y tomó de nueva cuenta la cuchara. Milenka no tardó en agachar la cabeza para soplar a la sopa, la movía en torno a las manecillas del reloj y al final tomó un poco del liquido para llevárselo a la boca. Aquello sabía delicioso — Creo que mejoraste demasiado, quizás podríamos poner una tienda de comida, le daríamos a gente sin mucho dinero, eso te sumaría puntos para que te vean un buen chico y quieran que permanezcas, así incluso podrías mudarte y tener tu propia carpa ¿Qué opinas? — La gitana no entendía bien lo que ocurría con ellos, pero quizás Judah aún tenía la idea de irse lo suficiente lejos de ella.

Su seriedad no podía disolverse. Por más que tratara nada iba bien, además Milenka no era de las que se guardaba las cosas. ¿Qué demonios debía hacer?

— ¿De cuándo aquí te preocupas tanto por mi? — Intentó que su hostilidad le hiciera sentir indignado para que no siguiera insistiendo con el tema. ¿Resultaría? Su "mala" manera de hablarle ni siquiera había salido bien, no era buena actuando. Resopló — Tengo muchas cosas en la cabeza, no hay buena venta — ¡Vil mentira! Las telas de Milenka habían dejado de ser sólo eso, simples telas, gracias a la compra de una mujer considerada de clase alta, la calidad pasó a ser un rumor y muchas señoras pomposas invertían en la elaboración de cortinas, manteles, sabanas, entre otras cosas que ella misma realizaba. — No me he sentido tan fuerte, y me encuentro cansada, además mi padre parece que va a venir a tierras parisinas y no tengo ganas de verlo, nunca tuve la mejor relación con él — Se encogió de hombros. La gitana no deseaba dar explicaciones. Una de los motivos por los cuales a veces extrañaba vivir sola, era eso, el no tener que explicarle su humor, ni sus sentimientos a nadie.

Milenka siguió comiendo, su mirada se clavó en el plato porque evitaba la ajena. No tenía intenciones que el gitano notara su tan mal estado, aunque claro que él se estaba dando una idea, para ella era un punto en contra que se tratara de alguien tan transparente, sin filtros.

— Siento tu mirada sobre mi, y créeme, no es tan agradable que te observen comer, ¿acaso a ti no te gustó lo que preparaste? — Se mofó. — ¡Ya basta! Deja de observarme como si de verdad te importara lo que me pasara, yo sé bien que sólo lo haces para que yo diga a todos los gitanos lo bueno que eres, y que te dejen ir lejos, si te preocupas y me lo demuestras podría creerte, y no quiero seguir tomándote cariño — Se cruzó de brazos con la cuchara aún entre sus dedos, recargó su espalda en el asiento y lo miró por fin — Quiero irme de París si ese hombre viene, es malo, y muy probablemente querrá que vuelva con su comunidad, y no quiero eso, además creo que viene por algo que me regaló hace tiempo, según vale mucho dinero, y no, no se lo quiero dar — Finalizó de dar su explicación, cedió, se lo decía casi todo, porque también necesitaba desahogarse, y Milenka no era muy sociable, ¿a quién más le podría decir esas cosas?

por **Judah D'Maine** Miér Jul 02, 2014 10:09 pm

Una vez más, Milenka hablaba de ese hombre al que llamaba padre sin demasiado entusiasmo. Judah debió haberlo sospechado, debió saber que eso era lo que le ocurría, ya que cada vez que un tema sobre su pasado, en especial sobre su familia, salía a colación en una de sus breves pero constantes charlas, el humor de Milenka se transformaba. Era como si esos malos recuerdos absorbieran toda su vitalidad y su carisma, dejándola seca, opaca, sin vida, como una hoja caída en pleno otoño. Justo así era como en ese entonces lucía. De algún modo, a Judah le ponía ansioso que Milenka sufriera tal transformación. Quizá porque en el fondo se había acostumbrado a ser él el agrio, el antipático, el que tarde o temprano era interrogado por la gitana, y que los papeles se invirtieran repentinamente lo dejaba sin armas, porque quizá para Milenka era sencillo actuar como Judah, pero para él no era nada fácil pretender ser como ella. Lo que no significaba un problema para él era actuar a la defensiva, eso se le daba increíblemente bien, porque lo llevaba en la sangre, porque, quisiera o no admitirlo, así era como la gente le había conocido y como le seguía conociendo.

Luego de escucharla, el humor del gitano también cambió. Se tornó más serio.

—Espera, espera —interrumpió bruscamente y dejó caer la cuchara de palo sobre el plato; el caldo salpicó un poco sobre el colorido mantel de la improvisada mesa. Luego levantó la vista y la fijó en los ojos claros de Milenka. La atravesó con una mirada fría y desconcertadora, muy distinta al modo en que le había estado hablando segundos antes. Parecía molesto, muy indignado—. ¿Así que crees que he hecho lo que he hecho pensando solamente en la aceptación de los demás? —de todo lo que ella le había dicho, era lo que más le había importado. Le molestaba, le molestaba mucho que luego de tanto esforzarse en modificar su carácter con ella, porque en el fondo pensaba que se lo debía por lo mucho que le había ayudado, pensara que podía hacer de él el payaso de todos.

Se levantó muy irritado de la mesa, dando un traspié, lo que ocasionó que la mesa se tambaleara y el caldo de gallina en ambos platos terminara por derramarse. Se alejó y anduvo de aquí a allá dentro de la tienda, con la mano sobre su boca, un claro gesto que denotaba lo cabreado que estaba.

—Es increíble, Milenka —le espetó bruscamente una vez más, señalándola, sobando su barbilla insistentemente, sin dejar de caminar de un lado a otro—, creí que a estas alturas me conocías un poco. No me interesa hacer nada por nadie y no voy a hacerlo —le advirtió, volviéndola a señalar, para hacer constar lo que él consideraba como una advertencia—. No. ¿Me has escuchado? He dicho no y no es no. No voy a hacerlo, ¡maldición! Todos pueden irse al demonio. No me importa si siguen viéndome como al mismísimo diablo, estoy mejor sin todos ellos. No me importa.

Se sentó en una orilla del catre, como habría hecho un niño en pleno berrinche, y maldijo entre dientes algo que resultó incomprensible para su acompañante. Le dio la espalda, porque ya no le apetecía saber su opinión sobre la comida o sobre cualquier otra cosa. No quería ni mirarla.

—¿Y qué, estás segura que aún posees eso que dices que vale tanto? Me sorprende que no vayas a acusarme de habértelo robado —masculló desde su sitio, amargado, herido, sin imaginar que su comentario bien podría parecer sospechoso, cuando Milenka se diera cuenta de lo que había pasado con el dichoso artefacto de valor.

por **Milenka Sandoje** Sáb Ago 09, 2014 5:00 pm

La gitana no supo si aplaudirle o gritarle por todo lo que estaba haciendo. Para empezar ella odiaba que se desperdiciara la comida, mejor que nadie sabía lo que significaba estar días sin llevarse alimento a la boca, cuidaba con recelo los alimentos, además, se suponía que la del mal humor era ella, no él. ¿Tenía que soportarlo? Resopló tanto que un mechón rebelde de su cabello voló frente a su rostro. Se había cruzado de brazos y también recargado su espalda en la silla de madera, estaba mostrando una pose despreocupada, incluso no le importó que el caldo de gallina cayera sobre sus prendas. Refunfuñó un par de veces mientras observaba como la tela frente a ella se movía, la carpa en ocasiones podría resultar frágil cuando el aire se soltaba, sin embargo aguantaba y eso le bastaba.

— Eres un gitano complicado, Judah, desde que llegaste no hay día que no discutamos, aunque sea por lo mínimo, no quiere decir que no noto cuanto cambiaste, sin embargo aún guardo mis reservas, es por mi bien — La mujer no iba a aceptarle tan abiertamente que si bajaba la guardia terminaría diciendo que lo quería mucho, que disfrutaba su presencia, su compañía, y que esos meses juntos la habían ayudado a sentirse segura, sin temor a ser traicionada del todo, pero dada su historia familiar aún temía un abandono, y por esa razón le iba bien desconfiar un poco de él.

Rodó los ojos, desde la llegada del hombre a la carpa nada se había extraviado, nada había faltado, al principio algunas monedas que con el tiempo mágicamente aparecían. La mujer no era tonta, y lo atribuía a que la conciencia de Judah le jugaba malas pasadas, y gracias a que ya ganaba algo ayudándola en el puesto de telas, le pagaba cada uno de los pocos centavos que se había llevado, lo cual lo valoraba.

De todos los razonamientos tontos que pudo tener el gitano en ese momento, había dicho el más estúpido, ella no creía que lo hubiera robado, pero sí él se atrevía a decir aquello, era porqué quizás lo había considerado ¿no?

— Se donde está, la mayor parte del tiempo lo tienes frente a ti y estoy segura que no te das cuenta que existe, quizás lo creas un adorno más — Relajó un poco su semblante demostrando que el mal humor había disminuido considerablemente. Separó sus brazos colocándolos en los costados, tomó un poco de aire antes de ponerse de pie. Lo despegó del espejo que se encontraba a un lado del catre, ella lo había puesto en la zona más alta para que simulara ser una decoración del mismo. No se lo enseñó de buenas a primeras, lo mantuvo entre sus manos unos momentos y luego lo guardó en uno de los cajones de madera que tenía cerca.

Milenka se acercó a Judah con cierto temor. ¡Vale, si! Había actuado de mala manera, y por esa razón se acercaba a él. Lo tenía de espaldas de nuevo por lo que se acercó por detrás para darle un abrazo. El primero y quizás el único que le daría en toda su existencia.

— Lo siento, lo siento, en ocasiones el mal humor logra que nos desquitemos con los demás, intentaré controlarme — Le dio un beso en la mejilla estirándose un poco sin soltarle, y al poco tiempo se separó de él. Aquel gesto tan cariñoso le resultaba extraño de ejercer, más aún si se trataba del joven que vivía bajo su propio techo. Giró su rostro y se dejó caer en el catre — Tengo derecho a ponerme mal en algún momento, Judah, no eres el único que posee un carácter de mierda — Extraño que la gitana dijera malas palabras, no es que fuera algo muy malo o extraordinario, simplemente no se acostumbraba a ser de esa manera — Todos tenemos un lado malo, lamentablemente tu tenemos que cargar con el del otro porque vivimos juntos ¿No crees? — Le miró de reojo para saber si le ponía atención — Vale, ya, discúlpame, el caldo se veía demasiado bueno, tenías que tirarlo — Le reclamó intentando tranquilizar el ambiente pesado que había entre los dos.

— ¿Quieres ver el objeto? — Comentó.

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