AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Diario de Lobineau
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Diario de Lobineau
por Gerard Lobineau Miér Jun 11, 2014 10:16 am
Un sábado de mierda:
Parece que fue ayer cuando llego uno de los condes más conocidos de Inglaterra a ver la nueva exposición del Louvre. Iba ataviado con sus ropajes caros pavoneándose como un ave en celo. Lo acompañaba unos metros detrás su esposa, una treintañera de mejillas rosadas con menos satisfacción sexual que un babuino de zoológico. Lo supe al instante, en cuanto puso sus ojos en mí supe que aquella mirada lasciva no sería en vano.
El conde, cuyo no nombre no recuerdo pero puedo jurar que él si del mío, dejó todos sus objetos de valor sobre mi mostrador sin mirarme siquiera. Sé que es normal para la alta cuna no dirigir la mirada a las clases inferiores, pero la costumbre de ser tratado como uno de ellos no siempre resulta gratificante. Guardé sus mierdas en la sala contigua y me dispuse a seguir al grupo con unos cuantos utensilios de limpieza. Entré en los baños y me encendí un cigarrillo como de costumbre, después de todo el museo solo permanecería abierto para el Conde.
No tardó mucho en abrirse la puerta de los servicios y entró con aquella mirada lasciva la Condesa, se deshizo de la parte superior de su vestido en lo que yo me acababa el cigarrillo. Juro ante Dios que aunque yo no recuerde el nombre del Conde, él recordará el mío por el simple hecho de haberle hecho gritar entre gemidos a su mujer. La perra gozaba con cada embestida, se abría tanto de piernas que por un segundo creí que se acabaría rompiendo como un palillo.
No hice mucho caso a sus indicaciones de irme fuera de ella, lo primero era el goce, y lo segundo... ser vampiro tiene sus ventajas. Al acabar con ella la dejé en el suelo del baño sonrojada todavía por el placer.
Salí de los baños limpiando la sangre de mi nariz, cada vez que usaba aquella puta habilidad me pasaba lo mismo, pero al menos estaba seguro de que ella no recordaría mi cara y por tanto no me metería en problemas.
Parece que fue ayer cuando llego uno de los condes más conocidos de Inglaterra a ver la nueva exposición del Louvre. Iba ataviado con sus ropajes caros pavoneándose como un ave en celo. Lo acompañaba unos metros detrás su esposa, una treintañera de mejillas rosadas con menos satisfacción sexual que un babuino de zoológico. Lo supe al instante, en cuanto puso sus ojos en mí supe que aquella mirada lasciva no sería en vano.
El conde, cuyo no nombre no recuerdo pero puedo jurar que él si del mío, dejó todos sus objetos de valor sobre mi mostrador sin mirarme siquiera. Sé que es normal para la alta cuna no dirigir la mirada a las clases inferiores, pero la costumbre de ser tratado como uno de ellos no siempre resulta gratificante. Guardé sus mierdas en la sala contigua y me dispuse a seguir al grupo con unos cuantos utensilios de limpieza. Entré en los baños y me encendí un cigarrillo como de costumbre, después de todo el museo solo permanecería abierto para el Conde.
No tardó mucho en abrirse la puerta de los servicios y entró con aquella mirada lasciva la Condesa, se deshizo de la parte superior de su vestido en lo que yo me acababa el cigarrillo. Juro ante Dios que aunque yo no recuerde el nombre del Conde, él recordará el mío por el simple hecho de haberle hecho gritar entre gemidos a su mujer. La perra gozaba con cada embestida, se abría tanto de piernas que por un segundo creí que se acabaría rompiendo como un palillo.
No hice mucho caso a sus indicaciones de irme fuera de ella, lo primero era el goce, y lo segundo... ser vampiro tiene sus ventajas. Al acabar con ella la dejé en el suelo del baño sonrojada todavía por el placer.
Salí de los baños limpiando la sangre de mi nariz, cada vez que usaba aquella puta habilidad me pasaba lo mismo, pero al menos estaba seguro de que ella no recordaría mi cara y por tanto no me metería en problemas.
Gerard Lobineau- Vampiro Clase Media
- Mensajes : 15
Fecha de inscripción : 09/06/2014
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