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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Miselle Sáb Jun 21, 2014 6:52 pm

Pide ayuda.
Dile a la vida lo que quieres y deja que suceda.

Louise Hay

Aquella tarde casualmente había salido del burdel temprano. No para ofrecer sus servicios, si no para visitar a una señora que un día la había ayudado y ahora ella hacia lo mismo, yendo cada rato que podía a visitarla para hacerle compañía y hacerla sonreír a cambio de un rato fuera de las intrigas y escarceos del burdel. Aquellas horas en compañía de la anciana mujer, que ahora que su familia había muerto se encontraba más solitaria que nunca, las pasaron entre imágenes y relatos de la vida de aquella adorable anciana mujer, que en todo momento con una mirada ensoñadora y alegre, recordaba y narraba para la joven sus vivencias, desde su temprana edad hasta los días en que todo parecía terminar. En que su vida parecía tocar a su fin.

Para cuando la anciana decía aquello, con una sonrisa Miselle negaba la cabeza, garantizándole que aún le quedaba mucha vida por delante, y que tendría nuevas historias que contarle la próxima vez que se vieran, que se encontraba segura de ello. La señora agradeció con una dulce sonrisa y agradecida por su compañía de su visita. Luego le tocó hablar a la joven cortesana e inhibida, tuvo que recurrir a las mentiras para maquillar lo trágico de su vida, sus oscuros años de cautiverio y ahora su vida en aquel burdel, sirviéndose de su cuerpo para poder pagar la deuda que la retenía en aquel lugar. La señora atendió atentamente a las vivencias de la joven, ofreciéndole en ocasiones de sus galletas que tenía preparadas sobre una mesa frente a ellas, a las que Miselle no pudo negarse y aceptó, prosiguiendo su narración con la mayor de las sonrisas.

Tras un tiempo hablando, observando a la mujer, la vio caer rendida ante el sillón, y con una sonrisa acercándose a ella con una manta, tapó su cuerpo para que no se enfermara. Depositó un beso sobre su frente y alejándose a puntillas, salió por la puerta de aquel cálido hogar, cerrando la puerta tras de ella, para que nadie molestara el sueño de aquella pobre y venerada, de muy noble corazón anciana.

Al salir a la calle, el frío la empujo a acelerar sus pasos, en un intento de llegar al burdel en el menor de los tiempos, sabiendo que no podía permitirse enfermarse ni un solo día y que aquel frio viento de la noche, podría causarle problema de exponerse más de la cuenta. Por suerte se encontraba cerca de la calle del burdel, apenas debía andar unas calles para llegar. Sonrío y abrazándose, resguardándose con sus brazos de aquella fría noche se adentró en los callejones que la llevarían hacia el burdel, donde por lo menos podría resguardarse de aquel frío que calaba sus huesos.

Exhaló aliento sobre sus manos unidas, las que restregó entre sí para darse calor, sin saber que tras su paseo por uno de los callejones unos jóvenes de la calle se fijaron en ella y en silencio, la seguían, acechándola como a un animal. Sin darse cuenta de sus presencias siguió su camino, hasta que divisando finalmente al final de una de las calles el burdel, un joven se cruzó en su camino, impidiéndole con un brazo seguir su paso, haciéndola detener. La mirada inocente de Miselle fue a los ojos masculinos buscando la razón para aquella detención.

Os sucede algo señor? —Preguntó temiendo que le pasara algo y debiera de llamar a un médico o a alguien que atenderle, ya que ella de medicina, tenía muy pocos conocimientos. Simplemente los que necesitaba para sanar sus casuales heridas o como de antaño, para sanar a los cambiaformas. Sin embargo para ellos, no hacía falta sanarles, ya que de por sí sanaban solos.

¿Puedo ayudarle? —Intentó de nuevo a vista de que aquel hombre solo la miraba y no parecía contestar de ningún modo sus preguntas.

Con el ceño fruncido le miró fijamente y al ver en aquellos ojos latiendo el deseo carnal, intentó voltearle, esquivarle para ir al burdel antes de que le hiciera algo, cuando se encontró siendo tomado por detrás por unas manos más fuertes que las de ella. Tragó saliva y miró inquieta al joven de antes que se le acercaba hasta acariciar con sus dedos un mechón de su cabello. Al sentir aquella caricia, se negó e intentó escapar de aquellos brazos que la sujetaban, hasta sentir como una de las manos que la sujetaban pasaba a su cuello y apretaban, ahogándola durante unos segundos lo suficiente para aterrorizarla.

Por favor no me hagáis esto… No sigaís.—Dijo con voz temblorosa y entrecortada, tomando aire nuevamente tras ser asfixiada por unos segundos eternos, en que no había conseguido llenar sus pulmones de oxígeno. El joven que le acariciaba el mechón negó y con fuerza  tiró de su cabello, haciendo que ladeara su cuello de forma bruta y un gemido de dolor naciera de su garganta ante aquel trato rudo. —No sois quien para decirme que hacer y muchacha, parecéis una cortesana. —Musitó demasiada cerca de su rostro. —Sois una sucia y alocada cortesana que se sube las faldas ante cualquiera. Furcia. —Escupió sus palabras contra ella, mientras el que la sujetaba reía burlón ante la falta de tacto de su compañero de calle. — A caso os vais a negar a mi amigo y a mí? —Acalló con un dedo presionando contra sus labios cuando Miselle se dispuso a contestarle y riendo, la tomó de la barbilla, alzándole la mirada hacia él. — Os vamos a tomar aquí y como queramos, porque es para lo único que podéis servir, y luego quizás te dejemos vivir. — La amenazó sacando una cuchilla con la que delineó una de sus mejillas.

Ella se encontraba horrorizada, pero fue más el miedo a vivir una violación que el de la amenaza de la cuchilla y con toda la fuerza que pudo, sorprendiendo a ambos jóvenes, pateó al joven que tenía frente a sí, dándole justo en sus partes bajas, sonsacándole un grito doloroso que una parte de ella agradeció, antes de que volviéndose a levantar le abofeteara tan fuerte el rostro que sintiera arder todos su rostro y fuera a chocar contra el suelo, perdiendo la consciencia por un breve lapsos de tiempo, en que uno de los jóvenes se apresuró a subirse encima y a rasgar parte de su vestido, con sus propias manos.

Ahora vais a ver muchacha… será peor para ti tras vuestro intento de huida. — Le dijo aquel que la sujetaba de las manos por encima de su cabeza en aquel mugroso y sucio suelo sobre el que la habían echado sin contemplaciones. Miselle jadeó de dolor y removiéndose intentó apartarse, huir de aquellos hombres. Miró de reojo el burdel y con las esperanzas puestas en que hubiera alguien andando por allí, gritó por ayuda en alto, logrando por segunda vez que una bofetada le volviera la cara hacia el otro lado y un hilillo de sangre saliera de su labio.

Ayuda… —Susurró la joven en voz baja por ultima vez, sintiendo el ardor en su rostro y la sangre en su boca tras aquellos golpes. Jadeó al sentir como parte de su piel era desnudada de la protección de la seda de sus ropas y en un último intento volvió a retorcerse, a alejarse de aquellas manos que la acariciaban y de las que la sujetaban, luchando por despertar de aturdimiento que aquellos golpes, esperando que un alma se apiadase de ella y decidiera ayudarla de huir de aquellas bestias.



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Mensaje por Sébastine d'Auxerre Vie Jun 27, 2014 8:57 pm

Cuando debemos hacer una elección y no la hacemos, esto ya es una elección.
William James
Noches taciturnas y desoladas, no se tomen tan literal esta descripción pero desde que había regresado a París y sobre todo cuando no tenía la compañía de ninguno de los de mi familia sobre todo la compañía de aquella pequeña fiera que compartía sangre conmigo esta descripción era literal para mi forma de ver, no era vampiro que gozaba de la compañía pero desde aquella noche en que miré a Gaél regalándome una nueva “hermanita” algo había cambiado en mí y ahora con mi regreso de Londres todo parecía haberse reforzado como acero caliente fundiéndose en mi ahíta y maldita alma, si es que contaba con una, mirando a esta bolsa de sangre que tenía enfrente y que por alguna extraña razón del destino había decidido por primera vez que me leyeran la suerte, si, sonaba realmente patético pero como he dicho anteriormente parecía que una parte de mí había cambiado, realmente no confiaba en la “habilidades” que estos insignificantes decían poseer quizás solo era una curiosidad mía, casual curiosidad, burlarme más que todo en mis adentros de sus patéticas palabras y profecías llenas de palabras tan fantasiosas y ramplonas que a pesar de estarle viendo tan serio como una roca en el exterior por dentro moría de la risa por los gestos de esta vieja, sus ojos estaban sumergidos en el blanco de su globo ocular, parecía poseída por el mismo demonio, sus labios entreabiertos y que parecían temblar como si estuviera a punto de sufrir un sobredosis poco a poco colmaban mi paciencia, odiaban los melodramas, teatros baratos de los humanos, mortales que eran tan patéticos ante mis ojos que lo único que provocaba era ira en mí –Amor u obsesión, ambas o una en tu caso claramente son ambas, debes detenerte esto no terminara bien, el destino ya te ha volteado las cartas en ocasiones anteriores esta vez parece tenerte algo preparado, algo tan oscuro como tu existencia misma- la voz de la vieja parecía un rezo caótico, como si estuviera recitando un discurso ensayado y barato, gruñí bajo y jalé mi mano, apartándola de su tacto sucio, el color azul volvió a sus cuencas y parecía sorprendida por mi actitud, fruncí el ceño y con calma me levanté de la silla, sacando de mi saco una bolsa pequeña de francos y tirándosela en la mesa junto con las artimañas que exhibía para vender sus mentiras a los demás ilusos, pero no a mí, sonreí con un aire de maldad y alcé la ceja viéndola a los ojos –Tan oscuro como mi existencia ¿uhm? - negué y me pasé la mano por el cabello peinándome –¿A cuántos imbéciles has engañado con estas artimañas baratas pequeña y vieja mentirosa? - miré con repudio los objetos que usaba para “leer la suerte” y chasqueé la lengua negando –No, no muy mala idea, déjame darte un pequeño vistazo a tu futuro mediocre- llegué hasta ella con velocidad y la tome del cuello con una mano levantándola de la silla, escuchando sus gritos ahogados y el azul había desaparecido de mis orbes, la ira estaba siendo la ama y señora de mi mirada, sonreí de lado –Shhh, deja de balbucear escandalosa- me acerqué a su oído –¿Con qué amor u obsesión? - alcé la ceja –Son lo mismo vieja patética, sentimientos tan insulsos que no merecen existir y en mi caso no existen, existirán ni ¡existieron! - sin más pensarlo clavé mis colmillos en su salado y delgado cuello, moviendo los colmillos en su piel para abrir la herida y sin beber solo dejando que la sangre se escurriera por su piel y gruñendo contra la misma, de reojo miraba su cara a punto de desfallecer sus gritos ahogados y la respiración que le estaba restringiendo por mi mordida y agarre, la solté sin delicadeza y tiré sobre la mesa viéndola con desdén y asco, saqué de mi saco un pañuelo de algodón egipcio con mis iniciales tejidas con hilos de oro y me limpié los labios mirándola en todo momento –Esto es lo que pasa cuando me mienten, cuando juegan conmigo y en tu caso cuando se es tan idiota y ladrón, ve con tu Dios hermana- me persigné con cinismo, miraba como la sangre bañaba el mantel verde aceituna de la mesa y ella se ahogaba con su propia sangre.

Salí de la pequeña casa de la mujer como alma en pena y me encaminé sin dirección, con las ganas de despedazar a todo el que se me pusiera enfrente porque muy en mi interior sabía que las palabras de esa humana estaban llenas de verdad y era eso a lo que me negaba, no quería verme como un idiota encadenado  a sentimientos tan mortales, algo que le daría ventaja a esa persona y por más que trataba de no aparentarlo siempre había algo que me hacía sucumbir a cualquiera de sus caprichos, realmente aunque yo me negara, ya había sucumbido de nueva cuenta a aquello, me metí las manos en los bolsillos y seguí mi curso desconocido cabizbajo, meditabundo de mi existencia y pateando un vaso de plástico, moviendo la mandíbula y mirando de reojo unas pocas almas pasar y sus corazones dulces y calientes retumbando con fuerza y vitalidad dentro de su pecho, suspiré un poco y le di un puntapié al vaso mandándolo lejos y escuchando como retumbaba en la acera levanté la vista y cerré los ojos cansado, decidiendo regresar a la joyería para tratar de distraerme de algo que no fuera ella, tomé las solapas del saco acomodándolo sobre mi cuerpo y me erguí un poco girando sobre mis talones hacia mi joyería, sin mirar a nadie llegué a un lugar un poco oscuro de esos lugares de mala muerte que sobraban en Paris, pestilentes y llenos de escoria, sangre simplona y de muy mal gusto, cuando escuché un pequeño alboroto, hice una mueca desinteresada, no iba a meterme en discusiones de mortales porque para mí no valían nada, al menos nada que no fuera alimento o diversión, cuando iba pasando por el callejón de reojo visualicé a un par de cavernícolas tratando de sacar ventaja de su número y condición contra una mujer, sonreí y negué, algo que no me gustaba presenciar era a ver a ineptos aprovechándose de alguien que llevaba desventaja y eso era común entre los humanos, suspiré un poco me adentré al callejón, era hora de la diversión, con las manos dentro de los bolsillos llegué cerca de ellos y carraspeé la garganta –Buenas noches pequeñas ratas- dije con cinismo mirándolos sin dirigirle la mirada a la humana que estaba golpeada –Pero que patanes aprovecharse de una mujer cuando ustedes son dos- chasqueé la lengua negando –Eso no se hace inadaptados- sonreí de lado viendo hacia la pared –Veamos para lo que me pueden servir ustedes- los miré y con el tono de mi iris cambiando a un amaranto lleno de venganza desaparecí entra la oscuridad dejándolos con la incertidumbre de donde estaba –Marco- susurraba desde las penumbras y tomé velocidad llegando al espaldas de uno de ellos –Polo- volviéndome a la oscuridad musité de nueva cuenta –Vamos mi amigo- sonreí malévolo –Debes calmarte, tu pulso está muy acelerado caerás como un patético costal de papas en cualquier momento- ironicé y llegando desde atrás a uno de ellos le abracé con un brazo del cuello arrastrándolo a las penumbras y ahorcándolo con mi brazo –Ves cuanto nos estamos divirtiendo- susurré en su oído y fracturé su cuello dejándolo tirado contra el muro, el otro me seguía buscando con el cuchillo en pose defensiva –Baja ese cuchillo niño- susurré recostado contra el muro con los brazos cruzados –Te harás daño- dije con un tono divertido y me encaminé hacia él, este me miró mientras su mano que empuñaba en cuchillo temblaba, la miré y sonreí más amplio negando –Autocontrol insolente- le miré a los ojos –¿Te gusta golpear mujeres? - alcé la ceja –Que fetiche el tuyo, bonita forma de excitarte- di un paso cerca de él y este retrocedió –Mmm tranquilo- sonreí cínico –No te haré daño- sin más agilicé el paso llegando hasta él y tomándolo de la mano fracturándole la muñeca –No más del que tenías pensado hacerle a esta mujer- lo tomé de la nuca y acerqué a mí alzándolo del cuello de la camisa como si fuera un pequeño animal y teniéndolo a mi altura –¿No te enseñaron a respetar a las mujeres imbéciles? - le acerqué más a mi rostro -¡¿AH?! - de cierta forma aquella escena me recordaba a lo que había presenciado hace 400 años y he ahí una gran parte de mi furia, prácticamente sentía que estaba golpeando a mi propio creador –Hora de enseñarte modales- enterré mis garras en su nuca escuchando como gritaba traspasando su carne y con la otra mano jalé de su mandíbula separándola de la superior hasta desprenderla de su cara, lo tiré al suelo y luego lancé encima de su pecho su maxilar inferior, lo fulminé con la mirada y me giré para ver a la mujer que estaba golpeada, era una mujer joven y atractiva –Niña- le tomé del rostro pero parecía más inconsciente –Rayos- murmuré entre dientes, no me gustaba ser piadoso, no estaba en mi naturaleza, pero tampoco la podía dejar a su suerte ahí, tensé la mandíbula y volví a intentar que reaccionara para que se pusiera de pie –Oye ¿me escuchas? - mirando los golpes en su rostro fruncí el ceño y ladeé su cabeza para revisar de mejor forma -¿En qué andas metida? - negué y la tomé en brazos sacándola del callejón no sin antes ver a todos lados y agilicé el paso pero sin dejar ver mis habilidades no estaba tan lejos del centro y en la joyería le pediría a alguno de mis empleados que se ocuparan de ella, tampoco estaba tan mal herida, entrando en el negocio pude ver cómo me volteaban a ver todos curiosos porque traía a una mujer golpada en brazos –Analeé trae un botiquín y ven a mi despacho ¡Ahora! - dije con un tono autoritario y miré como la mujer corrió a hacer lo que le dije abrí la puerta empujándola con el hombro y coloqué a la muchacha en el sillón negro de cuero que estaba frente a la ventana, le aparté unos mechones del cabello y miré notando a mi empleada tocar la puerta –Pasa- me aparté –¿Y qué esperas? - hice un movimiento con la barbilla al botiquín –¿O tengo que enseñarte hasta curar un golpe? - mi tono molesto ella negó de inmediato y miré que empezó a curar a la joven, me pasé la mano por la cara y me di vuelta sirviéndome un trago de whisky, sin mirar la escena, no quería entrometerme más –¿Se-señor? - alcé la ceja y la miré de reojo -¿Uhm? - escuché su voz ––Necesita hielo para la inflamación- torcí los labios y tomé otro trago de whisky –Ve- musité con un tono neutro y escuché como salió del despacho, me di la vuelta y miré desde mi lugar a la humana, caminando despacio hasta ella me agaché y le miré el rostro –Pero que descuidada has sido niña- susurré negando, apartándole un cabello del rostro, esperando que la mujer recuperara la consciencia lo más pronto posible.


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Mensaje por Miselle Dom Ago 10, 2014 12:32 pm

El dolor es lo único que nos hace sentir vivos.
Anónimo.

Era extraño como aún resguardada su mente en el interior de sí misma, una parte de sí, seguía sintiendo cada golpe contra su carne, cada roce y cada maldito movimiento que la enfermaba y la hacía desear morirse. Y aquellos individuos no cesaban en sus abusos a pesar de encontrarla rendida, ahogada en la inconsciencia por culpa de sus golpes contundentes en su cabeza. Todo a su alrededor era oscuridad, gritos dolor y una gran desesperación que se colaba por cada una de sus cel-lulas. Sus ojos se llenaron de lágrimas silenciosas en lo que sus labios dejaron de poder gritar por ayuda y las palabras se quedaron en su cabeza, silenciadas pero igual de fuerte o más que de cuando con voz las aclamaba, esperando que alguien la oyese. Al principio temió que nadie la hubiera oído y sintiéndose abandonada se iba dejando llevar por aquella oscuridad que le prometía nada de dolor, ni sentir nada de lo que sentía, hasta que le llegó a sus oídos una voz masculina de uno de sus lados y por primera vez aquella noche, tuvo esperanzas.

Intentó hablar sin poder sin proferir palabra alguna por sus labios. Su garganta reseca tras los gritos se encontraba dolorida, aun así siguió intentando hasta que se sintió desfallecer y centrándose en respirar, en mantenerse todo lo que pudo consciente, fue oyendo que sucedía a su alrededor, sin llegar a ver la escena macabra que iba dejando su salvador pero si siendo consciente de los extraños golpes y ruidos, que se iban formando y de ciertos gritos, hasta que tras el último grito de la noche, ya no aguantó luchar más contra el sueño que invadía su cuerpo y de un momento a otro, fue que se apagó, cerrando los ojos… dejando que todo lo de su alrededor fuera borrado y cada recuerdo eliminado. No deseaba recordar aquella noche, y estaba claro que la joven cortesana viviría para contarlo y acordarse del error de sentirse presa. No es que no estuviera acostumbrada, habían clientes muy excéntricos en sus deseos y formas de usarla, sin embargo esta vez el miedo que había sentido aún nunca lo había experimentado y había sido tan fuerte que aún inconsciente su cuerpo temblaba, intentando superar el trauma sufrido y que esperaba no dejara profundas secuelas en ella. El miedo, podía ser a veces el peor tormento.

Inconsciente de cuando su joven salvador intentó hacerla despertar, y de cuando la tomó en brazos para llevársela lejos de aquel lugar lleno del aroma de la muerte, siguió durmiente hasta que un escozor la hizo desvelarse y empezar muy lentamente a despertarse. Primero fue apenas una respiración irregular lo que la alertó de que estaba sufriendo y debía de despertar. Después sintió voces lejanas y un elemento extremadamente frio que le acariciaba la frente. ¿Qué ocurría? Se preguntó confundida aun tomando fuerzas para abrir sus ojos. Le dolía cada parte de su cuerpo, lo que más; la cabeza y el estómago. Aquellos hombres le habían dado fuerte, más de lo que había pensado en un primer momento en que el miedo había disipado realmente la magnitud del dolor causado por ellos. Unos pasos y ruidos más y de nuevo intentó entreabrir los ojos, moviendo esta vez una de sus manos que fue a agarrar la mano que fría se posaba en su cabeza. Tras aquel movimiento la cortesana finalmente abrió los ojos.

Parpadeó confundida, al principio la luz le hizo cegarse hasta que acostumbrándose, ante sus ojos se mostró un gran despacho. Frunció el ceño, gimiendo de dolor al tener un golpe justo en esa parte de su rostro y su cuerpo se removió en aquel sillón.. — Duele… duele—susurró con voz ronca a causa de la sequedad de su garganta y alzó la mirada hacia el responsable de la mano que acariciaba su frente. Sus bellos orbes fueron a las ajenas. — ¿Quién sois? — Preguntó con miedo apartando su mano de la de él, cayendo a un costado de su cuerpo sin fuerza. Se sentía tan mareada, tan fuera de lugar, que la aterraba saber que se encontraba en un sueño y que aún seguía su cuerpo siendo maltratado por esos brutos asesinos y violadores. —Y-yo…donde…— sin fuerzas se quedó sin voz y cerró los ojos, abriéndolos tras unos segundos en los que la puerta se abrió, dando paso a una joven que llevaba hielos en una bolsa. La cortesana, la ignoró y se centró en aquel hombre. Había oído su voz antes hablarle, mientras se encontraba protegida en sus sueños y desde que había abierto los ojos fue consciente de que a aquel hombre no debía de temerle. Él había sido su salvador. —Gracias por salvarme. —susurró con voz muy baja pero lo suficientemente alta como para que él pudiese oírle, tras forzar todo lo que pudo su garganta para hablar. La sirvienta habló solo que ella no la escuchaba, se encontraba viendo los ojos al hombre, preguntándose todo lo que no pudo preguntarle con su voz. Antes había visto y se había encontrado con rasgos así. Aquel hombre, era muy pálido. Extremadamente pálido y su tacto frío. ¿Un vampiro? Frunció de nuevo el ceño y gimió de dolor sin saber si esta vez había sido por su movimiento o por que la joven parecía hacerle algo en el estómago que muy poco le gustaba. — ¿Qué hacéis? Quitadlo!... duele —Se quejó al punto de soltar una lagrima del intenso dolor que provenía de aquella parte suya que ahora se encontraba bajo el frio punzante de los hielos. — ¿Dónde estoy? —Preguntó esta vez de nuevo al joven viéndole a los ojos en lo que se formaba en su rostro una mueca de dolor y molestia. Alguien le estaba poniendo también hielos en la frente, y su cabeza era aguijoneada por ramalazos de dolor.— Lo siento… yo no…. ¿Van a volver? —Terminó por preguntar con un deje tembloroso en su voz, dejando los agradecimientos y los pesares para más tarde, centrándose en lo importante. No deseaba por nada del mundo volver a ver aquellos canallas. Quería sentirse a salvo, todo y que solo fueran unas horas o una sola noche.



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Mensaje por Sébastine d'Auxerre Lun Ago 25, 2014 3:40 am

Si la mañana no nos desvela para nuevas alegrías y, si por la noche no nos queda ninguna esperanza, ¿es que vales la pena vestirse y desnudarse?
Goethe
Ladeé la cabeza viendo atento su rostro y fruncí el ceño un poco, por alguna extraña razón siempre me había parecido atractivo el cabello rubio en las mujeres, nunca lo había ocultado la mayoría de mis parejas gozaban de ese atributo, aunque con ella la situación era diferente, era hermosa, debía admitirlo pero más allá de ese interés no había algo que me estuviera inquietando, odiaba que ocuparan mi mente de esa forma y esa persona ya me había estado rondando por más de 200 años , moví entre mis dedos el mechón que tenía en mis dedos y sonreí de lado, olía tan bien, tan dulce, pero no inocente, algo la corrompía, mi paladar no se ablandaba lo suficiente como cuando estaba frente a una mujer que no había osado con ser tocada, sus ojos se abrieron y desbordaron un hermoso azul que hizo que mis labios se entreabrieran, alcé la ceja y solté su cabello –Ya era hora- susurré para mí mismo, no gustaba de ser caritativo y esto ya estaba rebasando mis estándares con los humanos, ellos eran alimento y nada más, le pasé el dorso de la mano por la frente quitándole unos cabellos y seguí sus ojos que parecían curiosos de su alrededor, sonreí un poco y negué –Pequeña asustadiza- pensé para mí mismo –Tranquila- susurré y le tomé de la barbilla con dos dedos –No duele tanto- murmuré y le tomé más fuerte de la barbilla ignorando su pregunta –Mírame- exigí con algo de autoridad –Deja de quejarte- le solté y me levanté viendo a Analeé aparecer con el hielo, parecía nerviosa, di dos pasos hacia un lado y me crucé de brazos –Date prisa-  ella de inmediato se inclinó cerca de ella poniéndole el hielo, fruncí el ceño un poco viendo atento aquella escena y negué apoyando mis muslos contra el borde del escritorio y dejé el vaso con la bebida en el mismo cruzando los brazos a la altura del pecho, la mujer ponía con cuidado el hielo en los golpes de la chica pareciendo de esas enfermeras que cuidaban a los heridos de guerra en hospitales de campaña, suspiré cansado -¿Qué hacías en esos lugares tan pestilentes, niña? - dije con voz dictatorial –No deberías andar sola por este tipo de callejones sucios, sobre todo sin saber defenderte- alcé la ceja viéndola totalmente serio -¿O acaso tenías problemas con los tipos esos? - desvié mi vista hacia la puerta recordando lo que había hecho con ellos y una sonrisa de medio lado de inmediato apareció en mis labios, tiré mi cabeza hacia atrás y solté un suspiro satisfecho –¿Sabes qué? - le miré –No es de mi interés- sentencié con frialdad –Lo que importa es que los caballeros…- ironicé en esa última palabra –No volverán a molestarte- acaricié discretamente mis colmillos con la punta de la lengua, por alguna extraña razón mi sed había despertado, tal vez era el hecho de que acaba de darle una probada de éxtasis a mi cuerpo que la adrenalina estaba despertando todo aquella ansiedad que me ardía en las encías ¿o no?.

Escuchando sus palabras de agradecimiento torcí los labios y volví a tomar el vaso con whisky inclinándolo sobre mi rostro haciendo pasar lo que quedaba por mi garganta y la miré a ella todo el tiempo mientras lo hacía, dejando con delicadeza el mismo sobre el escritorio me saboreé los labios –No tienes nada que agradecerme- murmuré divertido –Solo me comporté como el ejemplar ciudadano que debo ser- reprimí una sonrisa porque jamás había sido ejemplar, era un príncipe de la oscuridad, un arrogante que disfrutaba con ver a los demás intimidados por mi presencia, amaba seducir, despertar taquicardia en los corazones fervientes de las mujeres, amaba mi naturaleza en pocas palabras y ella solamente parecía el conejillo asustadizo que no tenía la mínima idea de lo que el lobo quería hacerle, todo ligado a la sangre en su totalidad, la voz de Analeé me alertó –Debo desabotonarte el vestido, tienes algo de sangre manchando la tela, debes tener una herida- entrecerré los ojos al escucharla y ella me miraba de reojo como si creyese que yo debía salir del lugar para darles la privacidad, bufé una risa por lo bajo porque no lo haría no porque estuviera pensando con lujuria, simplemente nadie me daba órdenes y ambas estaban en mi despacho, así que me quedaría ahí todo el tiempo que fuese necesario.

El olor a sangre se colaba con el aire, fundiéndose como dulce hierro en un jardín lleno de orquídeas, ambas eran tan dulces, sin embargo solo una de ellas seguía siendo inocente, la chica que había rescatado no tenía ese olor peculiar, aún así seguía oliendo exquisito, miré como mi empleada tomó un pequeño círculo y lo abrió, parecía ungüento y empezó a aplicarlo en una pequeña herida que tenía la mujer en su abdomen, cerré los ojos imaginando lamer la herida y escuché sus quejidos, me molestaba eso –Deja de quejarte, es necesario en este momento- abrí los ojos viéndola –Se te va a infectar y será peor ¿Eso quieres? - alcé ambas cejas de modo interrogativo; finalmente me cansé le hice una señal con la mano a Analeé –Vete- le ordené –Es suficiente- ella asintió sumisa –Dame eso- exigí antes de que se fuera extendiéndole la mano ella me lo entregó con lentitud y sin verme, casi lo arrebaté de su mano y la miré de reojo irse –A ver- susurré mientras me sentaba a la par de la chica –Ya que te quejas de que Analeé lo haga, lo haré yo- le miré a los ojos un tanto divertido, las cosas cambiarían mucho al estar yo al mando –Estás en mi joyería- murmuré mientras untaba un poco de la pomada en mi dedo y le miraba un golpe en la cara –Y no, te lo dije anteriormente no van a volver a molestarte- apliqué la pomada en su herida sin ser muy cuidadoso pero tampoco agresivo –No quiero que empieces a quejarte, es solo una pomada y no creo duela tanto- la tomé de la barbilla alzando la cabeza viendo el golpe en el pómulo y volví a llenar mi dedo de la mezcla aplicándole, mirándole de reojo, esperando cualquier queja de nueva cuenta para ser un poco más severo con las palabras -¿Cómo se te ocurre salir sola a altas horas de la noche y en ese tipo de lugares? - bajé el dedo que estaba lleno de la mezcla por su cuello hasta su clavícula quitando la pomada en toda la extensión de la misma –No es muy inteligente de tu parte- susurré distraído por ver lo que hacía mi dedo en su hueso -¿Cómo te llamas? - puse una mano en su frente –Recuesta la cabeza- me odiaba en este momento parecía un padre preocupado por su hija, tomando con una mano su fina cintura miré la herida en el abdomen –Voy a volver a aplicar la crema y de nuevo te repito, nada de lloriqueos- alcé la ceja y volví a untar mi dedo deslizándolo suavemente por la herida y le miré por debajo de las cejas -¿Duele? - susurré malicioso –Tu nombre- volví a exigir con tono seco, podía leer su mente pero no lo deseaba, quería que ella misma me diera la respuesta a mi interrogante y mi paladar no solamente quería descubrir eso de ella.


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Sébastine d'Auxerre
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