AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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La douceur des enfants | Privé
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La douceur des enfants | Privé
Cuando sientes que las horas transcurren a una velocidad tan reducida que hasta la acción de respirar se hace pesada, sabes que el tiempo se te está acabando. El tiempo de calma, de tranquilidad, de sosiego, se consume en un último intento de mantenerse activo, para dar paso a lo que probablemente sería la peor de las tempestades en meses. En años. En siglos. Y estaba ocurriendo. Peor. Le estaba ocurriendo a ella. Aletheïa despertó en cuanto las últimas luces del crepúsculo terminaron por fundirse con el horizonte. Despertó con aquella sensación de pesadez, de hastío, que llevaba martirizándola durante las últimas semanas. Una sed atroz, violenta, la sacudió de arriba abajo, haciendo que se levantara de un respingo. Sus colmillos asomaron entre sus labios bruscamente, como tratando de reafirmarla en aquel sentimiento tan molesto como desconocido. No es que lo desconociera por no haberlo sentido, ni mucho menos... Pero no sabría decir en qué otro momento de su longeva existencia se había sentido de esa forma. La vampiresa siempre había sido un ser activo, agresivo, que gustaba de provocar el caos y la destrucción allí por donde pasara, como un fuego al que alguien pone en contacto con un trozo de carbón. Prende deprisa, y se propaga aún más velozmente, volviéndose imparable en cuestión de segundos. Pues la antigua era igual, pero peor. Era mucho más letal.
Recorrió los solitarios y vacíos pasillos de la mansión, preguntándose dónde demonios estaría todo el mundo cuando más los necesitaba. No para algo bueno, desde luego. Su marido había sido muy estricto con los horarios de los sirvientes humanos cuando se marchaba de viaje, a sabiendas de que dejarlos a solas con su esposa mientras él estuviese fuera era una mala idea. Y razón no le faltaba, ciertamente, pero la pregunta era... ¿Por qué narices le hacían más caso a él que a ella, cuando era precisamente ella la más peligrosa de los dos? Abaddon, en lo que respectaba a hacer daño a esas patéticas criaturas sin motivos no era el mayor de los exponentes. ¿Cuántos siglos llevaba faltando a sus instintos, a su naturaleza despiadada, mostrándose indiferente e incluso considerado para con ellos? Su actitud empezaba a resultarle cansina, por no decir molesta. Él sabía perfectamente que, de haber querido, la vampiresa podría haber acabado con todo el servicio en cuestión de minutos, estuviesen dentro o fuera de sus respectivas habitaciones. Una puerta no resultaba suficiente impedimento para ella. Y si no lo había hecho ya era porque enfrentarse a su amante y creador, por muy patético que le pareciera, no era lo que deseaba. Y si había algo a lo que Aletheïa prestase especial atención era precisamente a sus deseos. A los suyos, y a los de nadie más.
Así que aquella noche, tan vacía, calurosa y pesada, asumió que tenía que hacer honor a su naturaleza de cazadora, y partir en busca de alguna presa que resultara lo bastante apetitosa para ser su primera comida del día. Las siguientes probablemente acabaría por echarlas a suertes, todo fuera por tener el estómago bien lleno y a las autoridades bien ocupadas intentando resolver los crímenes que ella misma cometía. Tras enfundarse un vestido bastante más colorido de los que acostumbraba a ponerse, salió al exterior con paso decidido, sin saber en primera instancia hacia dónde dirigirse. Dejaría que el azar o la casualidad tomaran aquella decisión por ella. Improvisar siempre resultaba más divertido que maquinas planes que finalmente casi nunca podía poner en práctica de forma satisfactoria. Aspiró todos los aromas que flotaban en el ambiente, esperando que alguno captase su atención lo suficiente para hacer que sus pasos tomaran un rumbo concreto. Y cuando se hallaba a la altura del jardín botánico, un aroma en particular la atrajo de una forma tan intensa que tuvo que detenerse a fin de centrarse en él. Olía tan bien que apenas podía controlar aquella sensación profunda de sed que acababa de despertar nuevamente en ella de forma violenta. Sus colmillos rasgaron levemente la superficie de sus labios, pujando por volver a salir al exterior. Instantes después, sus pies se detuvieron justo enfrente del albergue, donde el aroma a desesperación, miedo y orín se entremezclaban con aquel olor que tanto la había atraído. Con una mueca feroz, más parecida a la de un tigre acechante que a la de un ser humano, entró al lugar con paso lento pero decidido. Ahora comenzaba la verdadera diversión.
Recorrió los solitarios y vacíos pasillos de la mansión, preguntándose dónde demonios estaría todo el mundo cuando más los necesitaba. No para algo bueno, desde luego. Su marido había sido muy estricto con los horarios de los sirvientes humanos cuando se marchaba de viaje, a sabiendas de que dejarlos a solas con su esposa mientras él estuviese fuera era una mala idea. Y razón no le faltaba, ciertamente, pero la pregunta era... ¿Por qué narices le hacían más caso a él que a ella, cuando era precisamente ella la más peligrosa de los dos? Abaddon, en lo que respectaba a hacer daño a esas patéticas criaturas sin motivos no era el mayor de los exponentes. ¿Cuántos siglos llevaba faltando a sus instintos, a su naturaleza despiadada, mostrándose indiferente e incluso considerado para con ellos? Su actitud empezaba a resultarle cansina, por no decir molesta. Él sabía perfectamente que, de haber querido, la vampiresa podría haber acabado con todo el servicio en cuestión de minutos, estuviesen dentro o fuera de sus respectivas habitaciones. Una puerta no resultaba suficiente impedimento para ella. Y si no lo había hecho ya era porque enfrentarse a su amante y creador, por muy patético que le pareciera, no era lo que deseaba. Y si había algo a lo que Aletheïa prestase especial atención era precisamente a sus deseos. A los suyos, y a los de nadie más.
Así que aquella noche, tan vacía, calurosa y pesada, asumió que tenía que hacer honor a su naturaleza de cazadora, y partir en busca de alguna presa que resultara lo bastante apetitosa para ser su primera comida del día. Las siguientes probablemente acabaría por echarlas a suertes, todo fuera por tener el estómago bien lleno y a las autoridades bien ocupadas intentando resolver los crímenes que ella misma cometía. Tras enfundarse un vestido bastante más colorido de los que acostumbraba a ponerse, salió al exterior con paso decidido, sin saber en primera instancia hacia dónde dirigirse. Dejaría que el azar o la casualidad tomaran aquella decisión por ella. Improvisar siempre resultaba más divertido que maquinas planes que finalmente casi nunca podía poner en práctica de forma satisfactoria. Aspiró todos los aromas que flotaban en el ambiente, esperando que alguno captase su atención lo suficiente para hacer que sus pasos tomaran un rumbo concreto. Y cuando se hallaba a la altura del jardín botánico, un aroma en particular la atrajo de una forma tan intensa que tuvo que detenerse a fin de centrarse en él. Olía tan bien que apenas podía controlar aquella sensación profunda de sed que acababa de despertar nuevamente en ella de forma violenta. Sus colmillos rasgaron levemente la superficie de sus labios, pujando por volver a salir al exterior. Instantes después, sus pies se detuvieron justo enfrente del albergue, donde el aroma a desesperación, miedo y orín se entremezclaban con aquel olor que tanto la había atraído. Con una mueca feroz, más parecida a la de un tigre acechante que a la de un ser humano, entró al lugar con paso lento pero decidido. Ahora comenzaba la verdadera diversión.
Hēra L. Tsakalidis- Condenado/Vampiro/Clase Alta
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Fecha de inscripción : 15/09/2013
Re: La douceur des enfants | Privé
Tic Tac. El reloj marca las nueve. El Sol ya se ha escondido detrás de las montañas. ¿O era del río? No sé. No me importa. Sólo espero que den las diez para que todos se marchen a dormir y pueda ir a hablar con mi padre. Bueno, aunque él no habla demasiado, se limita a escucharme. Ayer le conté que mi mamá sigue muy enferma y que el doctor me dijo que seguramente no pasaría del invierno. La verdad es que no sé bien lo que significa. ¿Dormirá todo el invierno, o acabará en el cielo como esas otras personas que también enfermaron estos meses? Nadie quiere explicármelo. ¿Se creen que por ser chiquita no lo puedo entender? ¡Jum! ¡Ya soy lo bastante grande para poder oír sus conversaciones y actuar como ellos! Y no es tan difícil como parece. Los adultos se pasan el día mintiendo y fingiendo que las cosas no les afectan, para luego llorar a escondidas en sus habitaciones. ¿Quién es más infantil, eh? ¡Yo al menos soy capaz de decir las cosas a la cara y demostrar cuando estoy triste y cuando no! Pero si ser adulto significa eso, ¡seré la mejor de las adultas! Después de todo, ahora me toca a mi cuidar de mi mamá.
Tic Tac. Miro el reloj y ya son las nueve y media. Hoy no había nada para cenar. Ayer se acabaron todas las provisiones que quedaron en el albergue y debido al mal tiempo no pudimos ir a por más. Los adultos me han dicho que hoy es un día especial, y por eso no comemos nada. ¡Se creen que soy tonta! He ido a la cocina y todo estaba vacío. París es grande y está lleno de gente, pero no hay demasiada solidaridad con los que no tenemos casi nada. Los mayores suelen decirme que no somos pobres, sino que simplemente somos menos afortunados. Para mi es lo mismo, pero me limito a sonreír y asentir con la cabeza. Sé que eso es lo que esperan de mi, y a mi me gusta hacer felices a los demás. ¡Todos ganamos! Me acurruco en el colchón que está junto al de mi madre y la observo. Me da pena verla tan triste. Apenas se despierta ya. Anoche me dijo que lo sentía mucho, y la verdad es que no tengo ni idea de por qué me lo dice. ¿Qué niña de seis años no querría tener dos mamás? Ahora sólo me queda encontrar a la otra y preguntarle por qué no nos ayuda ahora que ella está enferma. ¡Se iba a enterar! La mujer elegante que decía ser mi tía aún no ha regresado. Tengo que preguntarle a mi papá por qué odia tanto a mi mamá. ¡Si ella siempre me ha cuidado!
Tic Tac. Por fin son las diez. Las pocas luces que quedaban encendidas se apagan y todo el mundo se duerme rápidamente. Irse a la cama sin cenar da bastante sueño, lo reconozco. ¡Pero una mujer tiene que hacer, lo que tiene que hacer! Me levanto y voy hasta el reloj-papá sigilosamente. Sé que a mamá no le gusta que hable de él, y estando tan enferma no me apetece discutir con ella. ¿Y si se pone más triste y por mi culpa le pasa algo? ¡No podría perdonármelo jamás! Cojo esa vieja silla que está en la esquina de la cocina la pongo justo debajo, a fin de quedar a su altura. Bueno, más o menos. Aún tengo que crecer un poco, aunque conozco a niños de mi edad que son aún más bajitos que yo. ¡Normal! Tenemos hambre y los niños necesitan comer para crecer... O al menos, eso he oído por ahí.
- ¡Papi, papi! Ya están todos durmiendo. Siento no haber venido ayer, pero fui con los demás niños a pedir dinero por las calles. No ganamos mucho, pero tengo unos zapatos nuevos que eran de otra nena un poco más alta que yo. ¡Y más bonita!... Mamá sigue muy enferma, papá. El señor doctor dijo que no sabe si pasará el invierno, ¿sabes qué significa eso? Yo no quiero que se duerma todo el invierno, ¡no tendría con quién hablar! -Limpio una mota de polvo que se ha quedado en uno de los bordes de papá y sonrío. Aunque la verdad es que estoy bastante triste. Qué pena que no pueda verme, ni abrazarme. ¿Cómo se sentirá que tu papá te rodee con los brazos? ¡Debe ser una sensación increíble!
Tic Tac. Miro el reloj y ya son las nueve y media. Hoy no había nada para cenar. Ayer se acabaron todas las provisiones que quedaron en el albergue y debido al mal tiempo no pudimos ir a por más. Los adultos me han dicho que hoy es un día especial, y por eso no comemos nada. ¡Se creen que soy tonta! He ido a la cocina y todo estaba vacío. París es grande y está lleno de gente, pero no hay demasiada solidaridad con los que no tenemos casi nada. Los mayores suelen decirme que no somos pobres, sino que simplemente somos menos afortunados. Para mi es lo mismo, pero me limito a sonreír y asentir con la cabeza. Sé que eso es lo que esperan de mi, y a mi me gusta hacer felices a los demás. ¡Todos ganamos! Me acurruco en el colchón que está junto al de mi madre y la observo. Me da pena verla tan triste. Apenas se despierta ya. Anoche me dijo que lo sentía mucho, y la verdad es que no tengo ni idea de por qué me lo dice. ¿Qué niña de seis años no querría tener dos mamás? Ahora sólo me queda encontrar a la otra y preguntarle por qué no nos ayuda ahora que ella está enferma. ¡Se iba a enterar! La mujer elegante que decía ser mi tía aún no ha regresado. Tengo que preguntarle a mi papá por qué odia tanto a mi mamá. ¡Si ella siempre me ha cuidado!
Tic Tac. Por fin son las diez. Las pocas luces que quedaban encendidas se apagan y todo el mundo se duerme rápidamente. Irse a la cama sin cenar da bastante sueño, lo reconozco. ¡Pero una mujer tiene que hacer, lo que tiene que hacer! Me levanto y voy hasta el reloj-papá sigilosamente. Sé que a mamá no le gusta que hable de él, y estando tan enferma no me apetece discutir con ella. ¿Y si se pone más triste y por mi culpa le pasa algo? ¡No podría perdonármelo jamás! Cojo esa vieja silla que está en la esquina de la cocina la pongo justo debajo, a fin de quedar a su altura. Bueno, más o menos. Aún tengo que crecer un poco, aunque conozco a niños de mi edad que son aún más bajitos que yo. ¡Normal! Tenemos hambre y los niños necesitan comer para crecer... O al menos, eso he oído por ahí.
- ¡Papi, papi! Ya están todos durmiendo. Siento no haber venido ayer, pero fui con los demás niños a pedir dinero por las calles. No ganamos mucho, pero tengo unos zapatos nuevos que eran de otra nena un poco más alta que yo. ¡Y más bonita!... Mamá sigue muy enferma, papá. El señor doctor dijo que no sabe si pasará el invierno, ¿sabes qué significa eso? Yo no quiero que se duerma todo el invierno, ¡no tendría con quién hablar! -Limpio una mota de polvo que se ha quedado en uno de los bordes de papá y sonrío. Aunque la verdad es que estoy bastante triste. Qué pena que no pueda verme, ni abrazarme. ¿Cómo se sentirá que tu papá te rodee con los brazos? ¡Debe ser una sensación increíble!
Clémentine- Humano Clase Baja
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Fecha de inscripción : 03/07/2014
Re: La douceur des enfants | Privé
Olisqueó el aire como el animal hambriento que realmente era, buscando el lugar del que procedía el aroma que la había cautivado desde tan lejos. Expectante. ¿De qué clase de espécimen se trataría? Era difícil imaginar cómo un olor tan suculento, tan embriagador, podía salir precisamente de un lugar tan deprimente como ese. ¿Qué clase de criatura podría haber llamado su atención entre tantas otras como habían en París, y además podía hacerse notar sobre el aroma a corrupción, a podredumbre, que reinaba en aquel sitio? Las personas a las que había podido ver no le resultaban en absoluto apetitosas. Más bien, lo contrario. La enfermedad estaba patente en sus rostros demacrados, en sus cuerpos marchitos y escuálidos. Semejante aroma tenía que salir de un ente muy especial, ¿un cambiaformas, quizá? ¿Un brujo? No. Era incluso más exótico si cabe. No podía identificarlo. No con todo aquel hedor flotando a su alrededor, envolviendo sus cinco sentidos, confundiéndola. Y la verdad era que, a diferencia de en otras ocasiones, donde su baja tolerancia a la frustración hacía acto de aparición cuando no conseguía lo que quería en poco tiempo, en aquella ocasión era diferente. Se tomaba aquella dificultad para encontrar a su presa como un siniestro juego, como un pasatiempo necesario y entretenido en el que gastar los minutos de su vida que, de otra forma, perdería haciendo algo totalmente estúpido e innecesario. Como solía ser.
Recorrió los pasillos a paso ligero, con una sonrisa en el rostro que era difícil de descifrar. Apenas si podía contener la emoción. ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez en que una presa con semejante aroma había captado su atención? ¿Varias decenas de años, tal vez? No era frecuente en absoluto. ¡Y eso lo hacía aún más interesante! Se fijó en cada detalle, en cada rostro, en cada escena que se desarrollaba a su alrededor a fin de tratar de formarse una imagen mental de la que sería su víctima en breves. Y cuando la tuviera frente a sí, disfrutaría del momento como hacía mucho que no le ocurría. Normalmente, veía a sus presas como simples objetos, bolsas de sangre, un alimento necesario aunque indiferente. Eran de usar y tirar. Las desangraba y luego iba a por la siguiente, y así hasta que sentía que su sed, bastante difícil de aplacar, se calmaba completamente. Pero algunas veces, muy pocas en realidad, se topaba con algunas presas que le suponían una distracción, una satisfacción tal que se recreaba en ellas durante horas, incluso días o semanas si se daba el caso. Y esas eran las mejores. Disfrutaba con ellas, y aunque les causaba un sufrimiento mucho mayor que a las primeras, también les otorgaba el "honor" de recibir sus atenciones. Y eso no era algo que acostumbrara a suceder. Al menos, no con ella.
Poco a poco, el momento se acercaba. Podía sentirlo en el ambiente, en la proximidad con que sentía aquel aroma que la tenía completamente cautivada, ensimismada. Allí estaba. Lo sabía. Lo percibía. Al girar la siguiente esquina se toparía con su premio, bien merecido... Y sí, lo encontró. Aunque no era en absoluto lo que esperaba.
El pequeño cuerpecillo de una niña de, ¿qué?, ¿cinco o seis años? era el causante de todo aquel descontrol en la vampiresa. Y al verla allí, tan pequeña, tan frágil, sintió que su corazón, muerto desde hacía cinco mil años, volvía a resquebrajarse. Se acercó a ella despacio, rezando porque se tratara de una ilusión y realmente no estuviera allí, que ninguna de las dos estuvieran allí. Pero ambas lo estaban. Observó a la niña desde cierta distancia, maravillándose con todos y cada uno de sus movimientos. Siguiendo sus gestos, analizando sus palabras. ¿Cómo podía haber sido llamada por un ser tan diminuto, tan indefenso? ¿Cómo podía haber sido tentada con la sangre de una criatura a la que jamás habría hecho daño? A una de las pocas a las que no haría daño. Aquella espina clavada en su alma, en su mente, volvió a clavarse aún más hondo, haciéndola sangrar. Una criatura así era con lo que siempre había soñado, lo que siempre había anhelado. Lo único que le faltaba para estar completa. Lo que siempre había echado en falta, lo que siempre había necesitado. Y allí estaba, de pie, frente a ella, ¿hablando con un reloj?
Recorrió los pasillos a paso ligero, con una sonrisa en el rostro que era difícil de descifrar. Apenas si podía contener la emoción. ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez en que una presa con semejante aroma había captado su atención? ¿Varias decenas de años, tal vez? No era frecuente en absoluto. ¡Y eso lo hacía aún más interesante! Se fijó en cada detalle, en cada rostro, en cada escena que se desarrollaba a su alrededor a fin de tratar de formarse una imagen mental de la que sería su víctima en breves. Y cuando la tuviera frente a sí, disfrutaría del momento como hacía mucho que no le ocurría. Normalmente, veía a sus presas como simples objetos, bolsas de sangre, un alimento necesario aunque indiferente. Eran de usar y tirar. Las desangraba y luego iba a por la siguiente, y así hasta que sentía que su sed, bastante difícil de aplacar, se calmaba completamente. Pero algunas veces, muy pocas en realidad, se topaba con algunas presas que le suponían una distracción, una satisfacción tal que se recreaba en ellas durante horas, incluso días o semanas si se daba el caso. Y esas eran las mejores. Disfrutaba con ellas, y aunque les causaba un sufrimiento mucho mayor que a las primeras, también les otorgaba el "honor" de recibir sus atenciones. Y eso no era algo que acostumbrara a suceder. Al menos, no con ella.
Poco a poco, el momento se acercaba. Podía sentirlo en el ambiente, en la proximidad con que sentía aquel aroma que la tenía completamente cautivada, ensimismada. Allí estaba. Lo sabía. Lo percibía. Al girar la siguiente esquina se toparía con su premio, bien merecido... Y sí, lo encontró. Aunque no era en absoluto lo que esperaba.
El pequeño cuerpecillo de una niña de, ¿qué?, ¿cinco o seis años? era el causante de todo aquel descontrol en la vampiresa. Y al verla allí, tan pequeña, tan frágil, sintió que su corazón, muerto desde hacía cinco mil años, volvía a resquebrajarse. Se acercó a ella despacio, rezando porque se tratara de una ilusión y realmente no estuviera allí, que ninguna de las dos estuvieran allí. Pero ambas lo estaban. Observó a la niña desde cierta distancia, maravillándose con todos y cada uno de sus movimientos. Siguiendo sus gestos, analizando sus palabras. ¿Cómo podía haber sido llamada por un ser tan diminuto, tan indefenso? ¿Cómo podía haber sido tentada con la sangre de una criatura a la que jamás habría hecho daño? A una de las pocas a las que no haría daño. Aquella espina clavada en su alma, en su mente, volvió a clavarse aún más hondo, haciéndola sangrar. Una criatura así era con lo que siempre había soñado, lo que siempre había anhelado. Lo único que le faltaba para estar completa. Lo que siempre había echado en falta, lo que siempre había necesitado. Y allí estaba, de pie, frente a ella, ¿hablando con un reloj?
Hēra L. Tsakalidis- Condenado/Vampiro/Clase Alta
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Fecha de inscripción : 15/09/2013
Re: La douceur des enfants | Privé
La verdad es que mi papi, todo lo que tiene de mal conversador, lo tiene de estupendo escuchador... ¿O era oyente? Bueno, como se diga. Sólo unos minutos después de contarle mis cosas, y ya me siento mucho mejor. Necesito desahogarme con alguien y él, además de ser mi papi y escucharme siempre sin rechistar, es el único que no me trata como si fuera una niña incapaz de entender nada. Yo creo que piensa que soy muy lista y muy madura y por eso me da la razón en todo. Bueno, o eso es lo que creo, porque como sólo dice "Tic Tac" no sé si me da la razón o me la quita. ¡Y tampoco es que importe! Prefiero tener con él estas conversaciones. Simples y agradables. No me gusta que me traten distinto sólo por ser chiquita. Sé que las cosas son complicadas y hay algunas que no entiendo muy bien, ¿pero por qué mienten? Los adultos son raros. Se complican solos y quieren que los niños no nos sintamos confusos, cuando es esa actitud la que más nos confunde. Por eso prefiero a un papá reloj que a un papá adulto normal y corriente. ¡Seguro que acabaría llevándome mal con él porque también me mentiría! Y no quiero eso, no, no. Siempre quise y necesité un papi, pero mejor así. ¡Es más divertido! Tenemos un secreto que no contaremos a nadie: estas conversaciones nocturnas. Yo porque guardo muy bien los secretos y él... bueno, él porque no habla. O sí, pero no se le entiende.
Le doy un besito cerca del número seis -¿o eso era un nueve?-, agradeciéndole lo buen padre que es y sus buenos consejos sobre cómo cuidar a mamá. En realidad soy yo la que va diciendo las ideas, pero a mi me vale. Tenemos un código. Cuando hace el ruido que marca la hora en punto, eso significa que esa idea es la mejor. ¡Y hasta ahora ha funcionado! Me dijo que le pidiera a doña Stephánia que tejiera una bufanda para mamá, y lo hizo, y sonrió como hacía mucho que no pasaba. ¡Y yo me sentí muy feliz, claro! Se me escapa un bostezo de repente, y papi justo marca las diez, indicándome la hora de ir a dormir. Mamá siempre se levanta a esa hora para ver si estoy bien. Los últimos dos días no lo hizo, pero es porque se encontraba mal. Pero hoy estaba un poquito mejor. Se comió la sopa. Así que sé que lo hará, y seguro que se preocupa si no me ve durmiendo a su lado. Esta vez le doy un beso justo en el medio, donde se unen todas las agujas, y me despido hasta mañana. Tengo sueñito y aún tengo que ir a oscuras hasta la cama. ¡Está bastante lejos!
Y justo me estoy bajando de una silla cuando veo a una mujer muy guapa y muy pálida parada enfrente de mi. Sonrío de oreja a oreja. ¿Tendrá frío? ¿Hambre? Oh, sí, la verdad es que parece bastante hambrienta. Me acerco hasta ella corriendo, maravillada. ¡Es tan bonita! ¡Casi parece una ilusión! Es alta, delgada, y su vestido luce incluso más hermoso que los cachorritos del dueño del hostal... ¡Y mira que son preciosos! Entonces caigo en la cuenta. ¡Esa mujer es un hada! Sí, un hada que ha venido por el deseo que pedí la otra noche. Ella haría que mi mamá se pusiera mejor, y haría que papi pudiera hablarme aunque fuera un reloj. Y seríamos felices los tres, viviendo en una casa bonita rodeada de ovejas peludas. ¡Por fin! - ¿Eres un hada, verdad? ¡Sí! ¡¿Eres el hada a la que pedí la otra noche?! Por favor, sígueme, te daré sopa. Pareces hambrienta. Y luego te enseñaré a mamá. A ella es a la que tienes que curar... Sí, porque mamá está muy enferma, y papá es un reloj que sólo dice "Tic Tac"... -La cojo de la mano y me sorprende lo fría que está. ¿Habrá venido volando?
Le doy un besito cerca del número seis -¿o eso era un nueve?-, agradeciéndole lo buen padre que es y sus buenos consejos sobre cómo cuidar a mamá. En realidad soy yo la que va diciendo las ideas, pero a mi me vale. Tenemos un código. Cuando hace el ruido que marca la hora en punto, eso significa que esa idea es la mejor. ¡Y hasta ahora ha funcionado! Me dijo que le pidiera a doña Stephánia que tejiera una bufanda para mamá, y lo hizo, y sonrió como hacía mucho que no pasaba. ¡Y yo me sentí muy feliz, claro! Se me escapa un bostezo de repente, y papi justo marca las diez, indicándome la hora de ir a dormir. Mamá siempre se levanta a esa hora para ver si estoy bien. Los últimos dos días no lo hizo, pero es porque se encontraba mal. Pero hoy estaba un poquito mejor. Se comió la sopa. Así que sé que lo hará, y seguro que se preocupa si no me ve durmiendo a su lado. Esta vez le doy un beso justo en el medio, donde se unen todas las agujas, y me despido hasta mañana. Tengo sueñito y aún tengo que ir a oscuras hasta la cama. ¡Está bastante lejos!
Y justo me estoy bajando de una silla cuando veo a una mujer muy guapa y muy pálida parada enfrente de mi. Sonrío de oreja a oreja. ¿Tendrá frío? ¿Hambre? Oh, sí, la verdad es que parece bastante hambrienta. Me acerco hasta ella corriendo, maravillada. ¡Es tan bonita! ¡Casi parece una ilusión! Es alta, delgada, y su vestido luce incluso más hermoso que los cachorritos del dueño del hostal... ¡Y mira que son preciosos! Entonces caigo en la cuenta. ¡Esa mujer es un hada! Sí, un hada que ha venido por el deseo que pedí la otra noche. Ella haría que mi mamá se pusiera mejor, y haría que papi pudiera hablarme aunque fuera un reloj. Y seríamos felices los tres, viviendo en una casa bonita rodeada de ovejas peludas. ¡Por fin! - ¿Eres un hada, verdad? ¡Sí! ¡¿Eres el hada a la que pedí la otra noche?! Por favor, sígueme, te daré sopa. Pareces hambrienta. Y luego te enseñaré a mamá. A ella es a la que tienes que curar... Sí, porque mamá está muy enferma, y papá es un reloj que sólo dice "Tic Tac"... -La cojo de la mano y me sorprende lo fría que está. ¿Habrá venido volando?
Clémentine- Humano Clase Baja
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Fecha de inscripción : 03/07/2014
Re: La douceur des enfants | Privé
La inocencia que desde el principio desprendía, ahora que hablaba se hacía no sólo mucho más evidente, sino mucho más lógica. Sus palabras parecán un balbuceo sin mucho sentido, desordenadas, caóticas, pero adornadas de aquel tono agudo y dulce que inevitablemente consiguieron que la vampiresa dibujara una sonrisa de oreja a oreja. No tenía la menor idea acerca de lo que estaba hablando, pero no le importaba en absoluto. Estaba tan maravillada con su presencia, con aquella belleza y absoluta bondad que desprendía que no quería que se callara. La siguió por los angostos y malolientes pasillos de aquel oscuro lugar, sin poder evitar pensar cómo un ser tan fascinante y tan lleno de luz como aquella dulce niña podría sobrevivir allí sin perder toda aquella pureza. Notó su mano, cálida, aferrarse a la suya propia, fría, pétrea y sin vida, y un increíble sentimiento de bienestar la invadió por completo. No pudo evitar carcajearse al oírla decir aquello sobre ser un hada. ¿Un monstruo como ella, un hada? Ignoraba lo que podía parecer a ojos de otras personas, pero Aletheïa se podía asemejar a muchas seres, sobre todo demoníacos, pero nunca se le había ocurrido pensar que podría ser algo así como un hada. Su piel era pálida, fría, y sus labios rojos, como el color de la sangre que los bañaban a diario. Desde luego, sólo una mente infantil como la de la niña podía imaginar algo tan poco realista como eso.
- ¿Hambrienta? Sí, eso sí es cierto... Ha sido un viaje muy largo... hasta llegar aquí. -No pudo evitar sentirse mal consigo misma al notar que la sed despertaba con fuerza ante el cuerpo de la niña. Aunque ansiara con toda su alma probar aunque fuese un poco de esa esencia, de esa sangre que corría por sus venas y arterias, sabía que ni en un millón de años más, ni aunque su corazón se tornase mucho más oscuro de lo que ya era, podría hacerle daño. Porque era una criatura inocente, pura y dulce, lo único que siempre le había faltado, por lo que no había podido sentirse completa. Aquella niña representaba todo lo que ella nunca sería, lo que ella nunca alcanzaría a conseguir. Aquel corazón palpitante, aquella sonrisa sincera, aquella ilusión de una vida mejor, aun estando en la peor de las miserias. Nunca se sintió tan muerta como estando en su compañía, y nunca le importó menos que en aquellos instantes. ¿Por qué? Porque su luz era tan intensa que casi se le contagia. Bañó su alma, de improviso, haciéndola sentir aquella plenitud que únicamente alcanzan quienes han conseguido todo lo que ansiaban de sus vidas. Y sí, nada más lejos de la realidad. No había logrado nada, no tenía nada, pero en aquellos momentos, la ilusión ajena era suficiente. Suficiente para seguir andando, para seguirla... Hasta que el sueño se rompiera en mil pedazos. Porque los sueños nunca dejan de serlo, y de eso sí que podía estar segura.
- Bueno, mi cielo, veo que llevas esperando por mi algún tiempo, también, así que creo que podré aguantar mi apetito un poco más. Mejor muéstrame cuál es tu deseo, y veré si puedo conseguir cumplirlo, ¿de acuerdo? -La voz de la vampiresa sonó aterciopelada, tranquila, con un matiz de ternura hasta entonces desconocido para ella. Porque así le hacía sentir aquella criatura que tenía frente a sus ojos. Aunque no pensara poder ayudarla, ni tenía intención tampoco de hacerle ningún favor, y menos si implicaba hacer que su cuidadora se diera cuenta de su ausencia cuando se la llevara. Porque iba a hacerlo. Tenía que hacerlo. Aquella niña era su última oportunidad de ser feliz en un mundo que ya no estaba hecho para ella ni para los de su especie. Y no la desaprovecharía.
- ¿Hambrienta? Sí, eso sí es cierto... Ha sido un viaje muy largo... hasta llegar aquí. -No pudo evitar sentirse mal consigo misma al notar que la sed despertaba con fuerza ante el cuerpo de la niña. Aunque ansiara con toda su alma probar aunque fuese un poco de esa esencia, de esa sangre que corría por sus venas y arterias, sabía que ni en un millón de años más, ni aunque su corazón se tornase mucho más oscuro de lo que ya era, podría hacerle daño. Porque era una criatura inocente, pura y dulce, lo único que siempre le había faltado, por lo que no había podido sentirse completa. Aquella niña representaba todo lo que ella nunca sería, lo que ella nunca alcanzaría a conseguir. Aquel corazón palpitante, aquella sonrisa sincera, aquella ilusión de una vida mejor, aun estando en la peor de las miserias. Nunca se sintió tan muerta como estando en su compañía, y nunca le importó menos que en aquellos instantes. ¿Por qué? Porque su luz era tan intensa que casi se le contagia. Bañó su alma, de improviso, haciéndola sentir aquella plenitud que únicamente alcanzan quienes han conseguido todo lo que ansiaban de sus vidas. Y sí, nada más lejos de la realidad. No había logrado nada, no tenía nada, pero en aquellos momentos, la ilusión ajena era suficiente. Suficiente para seguir andando, para seguirla... Hasta que el sueño se rompiera en mil pedazos. Porque los sueños nunca dejan de serlo, y de eso sí que podía estar segura.
- Bueno, mi cielo, veo que llevas esperando por mi algún tiempo, también, así que creo que podré aguantar mi apetito un poco más. Mejor muéstrame cuál es tu deseo, y veré si puedo conseguir cumplirlo, ¿de acuerdo? -La voz de la vampiresa sonó aterciopelada, tranquila, con un matiz de ternura hasta entonces desconocido para ella. Porque así le hacía sentir aquella criatura que tenía frente a sus ojos. Aunque no pensara poder ayudarla, ni tenía intención tampoco de hacerle ningún favor, y menos si implicaba hacer que su cuidadora se diera cuenta de su ausencia cuando se la llevara. Porque iba a hacerlo. Tenía que hacerlo. Aquella niña era su última oportunidad de ser feliz en un mundo que ya no estaba hecho para ella ni para los de su especie. Y no la desaprovecharía.
Hēra L. Tsakalidis- Condenado/Vampiro/Clase Alta
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Re: La douceur des enfants | Privé
Sí, sin duda ha venido volando. Aunque por más que miro y miro no logro verle las alas. Bueno, quizá es que al llegar al mundo real se le esconden. Claro, tiene que ser eso, porque si alguien fuera con alas por ahí pues todo el mundo se sorprendería e incluso podrían atacarle o hacerle daño. ¡Sí! Porque hay mucha gente mala en el mundo que no cree en la magia, ni en las hadas, y que sólo quiere lastimar a los demás, sobre todo a los seres más puros y buenos. Eso es lo que me suele decir mi mamá. Que no confíe en la gente porque es mala, y bueno, aunque yo lo intento, realmente no creo que todo el mundo lo sea. Posiblemente haya gente mala, pero no cerca de mi. Porque mi mamá una vez dijo que yo soy un ángel de luz y que espanto los males, ¡entonces no entiendo por qué cree que debo estar más atenta! Cuando le pregunto me dice, como siempre, que lo entenderé cuando sea mayor, pero yo ya soy mayor y no entiendo nada. ¿Si espanto el mal por qué debo desconfiar? ¡No tiene sentido! Tiro de la mano del hada para llevarla a la cocina. Sé que queda sopa porque todas las noches sobra y el cocinero la deja en la olla por si alguien se levanta hambriento en mitad de la noche. Y está tan fría... Pobrecita, ella sí que es buena. ¿Ves, mami? A mi sólo se acercan cosas lindas, no cosas malas. Mañana se lo pienso decir. ¡Oh! ¡Si hasta su voz es hermosa! Parece salida directamente de uno de mis cuentos, de esos que aún no sé leer muy bien pero que me sé casi de memoria de cuando mamá no estaba enfermita y me los contaba.
- ¿Verdad que cuando consigas que mi mami se ponga buena volverá a contarme cuentos? Aunque lleva mucho sin contar uno, no creo que eso sea algo que pueda olvidarse, ¿no? Y si lo ha olvidado... Supongo que no te costaría nada hacerla recordar cómo se hace. ¡O enseñarme a leer! Aunque soy chiquita sé que ya tengo edad para aprender, ¿no crees, hada linda? -Frunzo un poco el ceño cuando el hadita me dice que no quiere comer. Mi mama siempre dice que hay que ser amable con las personas que nos ayudan, ¿pero qué pasa si no se dejan? Yo sé que debería darle sopa, porque está muy fría y hambrienta, pero... si ella se ofrece... supongo que no será nada malo. Me paro en seco y la miro muy fijamente. - ¿De verdad no quieres sopa, hadita? Llevo esperando mucho tiempo, así que por un poco más no creo que pase nada... Además, vas a ayudarme, ¡qué menos que darte un poco de comer! -Al ver que insiste me encojo de hombros y sonrío, le doy un besito en la mejilla y hago un gesto para que no haga ruido y guarde silencio. - Shhhh, todos duermen... -Y de pronto voy y me tropiezo, tirando un par de cuencos vacíos de sopa que había por el suelo. Por suerte nadie se levanta. Todos se quedarían fascinados por el hadita y quizá ella decidiera marcharse. ¡No podía permitirlo! Mi mamá la necesitaba. Y yo también.
- Mira, hadita... ella es mi mamá. Bueno, tenía otra mamá pero ahora lo es ella, y yo la quiero mucho. -La verdad es que de pronto tenía muchas ganas de contarle todo al hadita, pero al ver a mi mamá temblar de frío, tuve miedo de que no tuviera mucho tiempo. Sé que el cielo debe ser un lugar muy bonito, pero yo no quiero que se vaya... - Está muy enferma, señora hada... Desde hace unos meses. El doctor no me quiere decir nada pero yo sé que si no se cura se irá al cielo y me abandonará aquí, solita. Bueno, solita no, con mi papá reloj, pero sin ella... No sé... Todo sería tan triste... -Estaba realmente triste, y ahora me daba cuenta. Quizá por eso mi mamá no quiere contarme algunas cosas, para que no esté triste ni tenga ganas de llorar. Pero yo creo que es mejor saber que que te mientan. Las mentiras son feas y malas. No me gusta que me mientan. Y aunque a mi mamá se lo perdonaría todo, no me gustaría que me dijera nunca más que está bien, para luego ponerse a toser y caer desmayada. No, eso tenía que acabar. Mi hada lo haría. Y volveríamos a ser felices. - ¡Vamos, hada! ¿Puedes curarla? ¿Puedo ayudarte en algo? -Estoy contenta, pero triste; emocionada, pero asustada... Pero ante todo, estoy agradecida. Agradecida al hada por ayudarme, a mi mami por quererme y a mi papi por escucharme. Aunque no tuviera nada de lo que tenían otras niñas, yo era feliz así. Y lo sería más cuando mi mamá estuviera buena.
- ¿Verdad que cuando consigas que mi mami se ponga buena volverá a contarme cuentos? Aunque lleva mucho sin contar uno, no creo que eso sea algo que pueda olvidarse, ¿no? Y si lo ha olvidado... Supongo que no te costaría nada hacerla recordar cómo se hace. ¡O enseñarme a leer! Aunque soy chiquita sé que ya tengo edad para aprender, ¿no crees, hada linda? -Frunzo un poco el ceño cuando el hadita me dice que no quiere comer. Mi mama siempre dice que hay que ser amable con las personas que nos ayudan, ¿pero qué pasa si no se dejan? Yo sé que debería darle sopa, porque está muy fría y hambrienta, pero... si ella se ofrece... supongo que no será nada malo. Me paro en seco y la miro muy fijamente. - ¿De verdad no quieres sopa, hadita? Llevo esperando mucho tiempo, así que por un poco más no creo que pase nada... Además, vas a ayudarme, ¡qué menos que darte un poco de comer! -Al ver que insiste me encojo de hombros y sonrío, le doy un besito en la mejilla y hago un gesto para que no haga ruido y guarde silencio. - Shhhh, todos duermen... -Y de pronto voy y me tropiezo, tirando un par de cuencos vacíos de sopa que había por el suelo. Por suerte nadie se levanta. Todos se quedarían fascinados por el hadita y quizá ella decidiera marcharse. ¡No podía permitirlo! Mi mamá la necesitaba. Y yo también.
- Mira, hadita... ella es mi mamá. Bueno, tenía otra mamá pero ahora lo es ella, y yo la quiero mucho. -La verdad es que de pronto tenía muchas ganas de contarle todo al hadita, pero al ver a mi mamá temblar de frío, tuve miedo de que no tuviera mucho tiempo. Sé que el cielo debe ser un lugar muy bonito, pero yo no quiero que se vaya... - Está muy enferma, señora hada... Desde hace unos meses. El doctor no me quiere decir nada pero yo sé que si no se cura se irá al cielo y me abandonará aquí, solita. Bueno, solita no, con mi papá reloj, pero sin ella... No sé... Todo sería tan triste... -Estaba realmente triste, y ahora me daba cuenta. Quizá por eso mi mamá no quiere contarme algunas cosas, para que no esté triste ni tenga ganas de llorar. Pero yo creo que es mejor saber que que te mientan. Las mentiras son feas y malas. No me gusta que me mientan. Y aunque a mi mamá se lo perdonaría todo, no me gustaría que me dijera nunca más que está bien, para luego ponerse a toser y caer desmayada. No, eso tenía que acabar. Mi hada lo haría. Y volveríamos a ser felices. - ¡Vamos, hada! ¿Puedes curarla? ¿Puedo ayudarte en algo? -Estoy contenta, pero triste; emocionada, pero asustada... Pero ante todo, estoy agradecida. Agradecida al hada por ayudarme, a mi mami por quererme y a mi papi por escucharme. Aunque no tuviera nada de lo que tenían otras niñas, yo era feliz así. Y lo sería más cuando mi mamá estuviera buena.
Clémentine- Humano Clase Baja
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Re: La douceur des enfants | Privé
Notar el dulce y cálido beso de la niña en su mejilla hizo que una repentina sensación de paz la embargara por completo. Su sonrisa se ensanchó casi instantáneamente. Un ser tan puro, tan inocente y delicado como aquella niña acababa de aceptar su presencia como si de un igual se tratara. ¿De verdad los seres de la luz como la infante estaban condenados siempre a ser merodeados por seres demoníacos, terribles, malignos como ella misma? Seres que únicamente traían el mal al mundo y que conseguían arrebatarles a ellos, hechos de luz, toda la belleza que los caracterizaba. Se recreó en esa sensación que la pequeña niña despertaba en ella, en su calidez, en su dulzura, antes de que la sed volviera a recordarle que ella no tenía permitido sentir nada por los humanos. Ellos eran comida. Simple comida. Y la niña, por más que quisiera negárselo a sí misma, también acabaría siéndolo. Porque ella no podía poseer nada que fuera puro o sincero sin destruirlo. Una punzada de dolor le recorrió el pecho al darse cuenta de ese hecho. Se la llevaría, porque ahora que la había encontrado no podía simplemente dejarla ahí y no hacerlo. Se la llevaría, sí, ¿y luego qué? ¿La convertiría en el monstruo que ella misma era únicamente para que permaneciera por siempre en aquella forma hermosa y delicada, o le permitiría seguir con su vida lejos de ella cuando llegara el momento? Sacudió la cabeza, intentando sacarse todos aquellos pensamientos que en aquellos momentos únicamente le impedían centrarse. Primero debía ganarse su confianza.
- Bueno, yo... Intentaré que tu madre se ponga bien. Y tranquila, creo que recordará perfectamente cómo se cuentan cuentos. Además de eso, también creo conveniente enseñarte a leer y escribir. Debes ser realmente mayor, por cómo te preocupas por tu madre. Sin duda es el momento perfecto para que aprendas a hacerlo. Eso la ayudará. Así podrás contar cuentos a los otros niños de... oh... Este sitio. -Ni en un millón de años permitiría que aquella pequeña y delicada criatura permaneciese ni un momento más en aquel antro, en aquella pocilga. No le importaba lo más mínimo quién fuera su madre, ni lo enferma que estuviese, sólo necesitaba verla para sonsacarle todo lo que debía saber de la chica, antes de arrebatársela. Para eso había llegado hasta allí. Para eso había recorrido todo aquel camino hasta encontrarla. Era la pieza que le faltaba, y aunque su fin último fuese convertirse en su alimento, como el resto de humanos, antes de que ese momento llegase, disfrutaría por fin de aquello que su repentina inmortalidad milenios atrás le había arrebatado. La posibilidad de tener un hijo, la maternidad, la asignatura que siempre tuvo pendiente. La siguió entre los cuerpos dormidos de todos aquellos miserables. Ninguno despertó en ella el más mínimo interés. Todo su ser, su alma entera estaban prestando atención únicamente a la pequeña figura que la guiaba entre aquellos humanos despojados de todo su honor.
Un simple vistazo a la que decía que era su madre y al instante supo que estaba muy cerca de la muerte. Demasiado cerca, a decir verdad. Dudaba mucho que aguantase hasta el alba. Su respiración era trabajosa, y su sangre estaba gravemente envenenada por el frío y la enfermedad. Frunció el ceño y miró a la niña, sin mostrar ninguna emoción en concreto. - Pequeña... Tu madre está muy enferma, es cierto... Y lamento tenerte que decir que probablemente ni siquiera yo sea capaz de hacer nada por ella. -Por dentro, sin embargo, estaba dando saltos de alegría, casi literalmente. Se agachó hasta quedar a la altura de la niña, y le sonrió. - Creo que he llegado demasiado tarde, lo siento. Aunque... Aún puedo hacer que ambas paséis un rato juntas. -La ilusión empezó a actuar, a envolverlas a ambas, en el mismo instante en que la madre de la niña abría los ojos. - ¿Recuerdas esa pequeña casa en la que vivíais juntas? Mira a tu madre, está radiante. -La imagen irreal de la mujer se acercó a la niña para abrazarla, mientras que la vampiresa presionaba la garganta de la verdadera con una mano, cortándole el paso de aire. Acabaría con eso rápido. Y luego, tendría su merecido premio. A su hija.
- Bueno, yo... Intentaré que tu madre se ponga bien. Y tranquila, creo que recordará perfectamente cómo se cuentan cuentos. Además de eso, también creo conveniente enseñarte a leer y escribir. Debes ser realmente mayor, por cómo te preocupas por tu madre. Sin duda es el momento perfecto para que aprendas a hacerlo. Eso la ayudará. Así podrás contar cuentos a los otros niños de... oh... Este sitio. -Ni en un millón de años permitiría que aquella pequeña y delicada criatura permaneciese ni un momento más en aquel antro, en aquella pocilga. No le importaba lo más mínimo quién fuera su madre, ni lo enferma que estuviese, sólo necesitaba verla para sonsacarle todo lo que debía saber de la chica, antes de arrebatársela. Para eso había llegado hasta allí. Para eso había recorrido todo aquel camino hasta encontrarla. Era la pieza que le faltaba, y aunque su fin último fuese convertirse en su alimento, como el resto de humanos, antes de que ese momento llegase, disfrutaría por fin de aquello que su repentina inmortalidad milenios atrás le había arrebatado. La posibilidad de tener un hijo, la maternidad, la asignatura que siempre tuvo pendiente. La siguió entre los cuerpos dormidos de todos aquellos miserables. Ninguno despertó en ella el más mínimo interés. Todo su ser, su alma entera estaban prestando atención únicamente a la pequeña figura que la guiaba entre aquellos humanos despojados de todo su honor.
Un simple vistazo a la que decía que era su madre y al instante supo que estaba muy cerca de la muerte. Demasiado cerca, a decir verdad. Dudaba mucho que aguantase hasta el alba. Su respiración era trabajosa, y su sangre estaba gravemente envenenada por el frío y la enfermedad. Frunció el ceño y miró a la niña, sin mostrar ninguna emoción en concreto. - Pequeña... Tu madre está muy enferma, es cierto... Y lamento tenerte que decir que probablemente ni siquiera yo sea capaz de hacer nada por ella. -Por dentro, sin embargo, estaba dando saltos de alegría, casi literalmente. Se agachó hasta quedar a la altura de la niña, y le sonrió. - Creo que he llegado demasiado tarde, lo siento. Aunque... Aún puedo hacer que ambas paséis un rato juntas. -La ilusión empezó a actuar, a envolverlas a ambas, en el mismo instante en que la madre de la niña abría los ojos. - ¿Recuerdas esa pequeña casa en la que vivíais juntas? Mira a tu madre, está radiante. -La imagen irreal de la mujer se acercó a la niña para abrazarla, mientras que la vampiresa presionaba la garganta de la verdadera con una mano, cortándole el paso de aire. Acabaría con eso rápido. Y luego, tendría su merecido premio. A su hija.
Hēra L. Tsakalidis- Condenado/Vampiro/Clase Alta
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Re: La douceur des enfants | Privé
¡Ya sabía yo que contar cuentos no podía olvidársele a mi mamá! Por muy enferma que esté, ella siempre ha sido la mejor cuentacuentos de todos los lugares en los que hemos estado. De hecho, otras muchas mamás la buscaban a ella para que les contase cuento a sus hijos. Una cosa así no puede olvidarse, no, no, y menos cuando se es tan buena en ello como lo es mi mamá. Ah~! Cómo echo de menos sus historias, sus relatos, esos que siempre me hacen soñar incluso cuando yo ya soy bastante mayor como para creer en cuentos de hadas. ¡Que no en las hadas, ojo! Porque las hadas existen, tengo una delante. Y es incluso más guapa y más lista de como me la había imaginado, y eso que llevo meses esperando encontrarme con una, soñando con que acudía a mi llamada y ayudaba a que mi mamá vuelva a ser como antes. Yo quiero que vuelva a sonreír, a estar contenta. Que se levante, me cuente cuentos, y que juntas viajemos. Ella amaba viajar. Siempre estábamos moviéndonos de un lado para otro, viendo paisajes y culturas diferentes. Era divertido, y estupendo, sobre todo porque estábamos las dos solas, sin que nadie más nos molestase. Echo de menos eso... ¡Y gracias al hada volveremos a hacerlo! Quizá ella también pueda venir con nosotros. ¡Así podríamos agradecérselo!
Me agacho y le toco la frente a mi mamá. Está muy caliente, pero tiene una especie de sudor frío que le recorre toda la cara. De pronto me siento aún más asustada, y el miedo crece y crece cuando miro a los ojos de la hadita y en ellos veo desesperanza. ¿Será que lo que tiene mi mamá no tiene solución? ¿Será que se irá al cielo y no podré volver a verla, ni a oír sus cuentos, ni a viajar con ella por el mundo? ¡¡No!! Eso no puede ser. Mi mamá y yo siempre estaremos juntas. Yo lo sé. Ella me prometió. Me juró que siempre estaría conmigo, cuando llorase, cuando estuviera triste o feliz. Me prometió que me protegería, que cuidaría de mi. ¿Pero cómo va a cuidar de mi si se marcha tan lejos? ¡No puede faltar a su promesa! En ese momento me doy cuenta de que estoy temblando de tanto llorar. Tiemblo porque tengo mucho miedo a que ella se marche para siempre, a no volver a verla. Tengo miedo de que me abandone, de quedarme sola en el mundo. ¿Qué puedo hacer yo? El mundo es demasiado grande, y yo sigo siendo pequeña. Sí, mamá, lo sé, sé que soy chiquita para esto. Sé que soy chiquita para entender muchas cosas... ¡Por eso no puedes dejarme sola! Me aferro a sus hombros, pero ella no reacciona. Está demasiado quieta. Ha dejado de tiritar. Pero... pero no sé si eso es bueno o malo.
- No, mamá... Tú no puedes irte... ¡No puedes dejarme sola! Me prometiste que me cuidarías. Me prometiste... Tú... Me prometiste que siempre estarías conmigo. ¡¡Y tú siempre dices que no se debe prometer aquello que no vamos a cumplir!! ¡¡Despierta!! ¡El hada que pedí ha venido a salvarte! Y podremos viajar de nuevo, mamá, e inventar cuentos nuevos que contar a los niños de los sitios a los que vayamos... Mamá... M-mamá... -Busco en los ojos de la hadita una explicación. ¿Qué está sucediendo? ¿Acaso ella no ha venido aquí para ayudarla, para salvar a mi mamá?... Y entonces... Entonces, la veo. Mi mamá está bien, sana y salva, y corre a abrazarme. Corre por la pradera en la que una vez lo hicimos. Y el cielo es azul. Y ya no me duele el pecho. Porque estamos juntas. Lo ha conseguido. ¡El hada ha hecho que estemos juntas! Corro hacia mi mamá y la abrazo, pero no la siento como antes. Se siente como si abrazase el viento. No oigo su respiración. No noto sus latidos. Ya no está cálida. Está fría, como el hielo. Pero es ella, ¿no? Es ella y está conmigo. Eso es lo único que me importa. - Mamá... estás bien... -No puedo dejar de abrazarla, incluso cuando siento que realmente no estamos allí. Parece un sueño. Un sueño precioso, lleno de luz. Un sueño del que no quiero despertarme.
Me agacho y le toco la frente a mi mamá. Está muy caliente, pero tiene una especie de sudor frío que le recorre toda la cara. De pronto me siento aún más asustada, y el miedo crece y crece cuando miro a los ojos de la hadita y en ellos veo desesperanza. ¿Será que lo que tiene mi mamá no tiene solución? ¿Será que se irá al cielo y no podré volver a verla, ni a oír sus cuentos, ni a viajar con ella por el mundo? ¡¡No!! Eso no puede ser. Mi mamá y yo siempre estaremos juntas. Yo lo sé. Ella me prometió. Me juró que siempre estaría conmigo, cuando llorase, cuando estuviera triste o feliz. Me prometió que me protegería, que cuidaría de mi. ¿Pero cómo va a cuidar de mi si se marcha tan lejos? ¡No puede faltar a su promesa! En ese momento me doy cuenta de que estoy temblando de tanto llorar. Tiemblo porque tengo mucho miedo a que ella se marche para siempre, a no volver a verla. Tengo miedo de que me abandone, de quedarme sola en el mundo. ¿Qué puedo hacer yo? El mundo es demasiado grande, y yo sigo siendo pequeña. Sí, mamá, lo sé, sé que soy chiquita para esto. Sé que soy chiquita para entender muchas cosas... ¡Por eso no puedes dejarme sola! Me aferro a sus hombros, pero ella no reacciona. Está demasiado quieta. Ha dejado de tiritar. Pero... pero no sé si eso es bueno o malo.
- No, mamá... Tú no puedes irte... ¡No puedes dejarme sola! Me prometiste que me cuidarías. Me prometiste... Tú... Me prometiste que siempre estarías conmigo. ¡¡Y tú siempre dices que no se debe prometer aquello que no vamos a cumplir!! ¡¡Despierta!! ¡El hada que pedí ha venido a salvarte! Y podremos viajar de nuevo, mamá, e inventar cuentos nuevos que contar a los niños de los sitios a los que vayamos... Mamá... M-mamá... -Busco en los ojos de la hadita una explicación. ¿Qué está sucediendo? ¿Acaso ella no ha venido aquí para ayudarla, para salvar a mi mamá?... Y entonces... Entonces, la veo. Mi mamá está bien, sana y salva, y corre a abrazarme. Corre por la pradera en la que una vez lo hicimos. Y el cielo es azul. Y ya no me duele el pecho. Porque estamos juntas. Lo ha conseguido. ¡El hada ha hecho que estemos juntas! Corro hacia mi mamá y la abrazo, pero no la siento como antes. Se siente como si abrazase el viento. No oigo su respiración. No noto sus latidos. Ya no está cálida. Está fría, como el hielo. Pero es ella, ¿no? Es ella y está conmigo. Eso es lo único que me importa. - Mamá... estás bien... -No puedo dejar de abrazarla, incluso cuando siento que realmente no estamos allí. Parece un sueño. Un sueño precioso, lleno de luz. Un sueño del que no quiero despertarme.
Clémentine- Humano Clase Baja
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Re: La douceur des enfants | Privé
De haber tenido un corazón, la mirada desilusionada de la niña al emitir aquellas palabras, aquella verdad que dictaminaba que la madre de la pequeña no tenía salvación posible, hubiera logrado que éste se quebrase de forma inevitable. Pero no lo tenía. Hacía años que el suyo se había congelado, si es que alguna vez lo había tenido en realidad. Y sí, si bien era cierto que la niña despertaba en ella un sentimiento que creía muerto hacía mucho, como eran los deseos de maternidad, su calidez no era suficiente para cambiarla, para “descongelarla”. Nunca lo sería. Aletheïa era un monstruo, un demonio, una bestia guiada por sus impulsos, movida únicamente hacia la consecución de sus metas y deseos más oscuros. Aunque aquella niña la hiciera recobrar parte de una emocionalidad que antes creía imposible, lo único que quería de ella era poder satisfacer sus ansias de ser madre. ¿Qué pasaría luego, cuando la niña llorara, pataleara, cuando le pidiera que le contase un cuento por las noches? Aquella parte de la maternidad nunca la había tenido clara, ni sentía deseo alguno de llevarla a cabo. Y si se la llevaba, como ya estaba decidido que iba a hacer, ¿qué ocurriría cuando comenzara a crecer, a convertirse en una mujercita, en una adolescente? ¿La destruiría sin más? No creía que le temblase la mano a la hora de hacerlo, pero dudaba mucho que su esposo le permitiera simplemente asesinar a una joven por haber perdido la esencia infantil que ella buscaba. Que ella ansiaba poseer, debido a aquella meta que había sido frustrada en su vida mortal, de convertirse en madre. Por culpa de aquel que la castigaría de hacer lo mismo con aquella criatura. La vampiresa hubo de sacudir la cabeza con energía, para volver al presente. Siempre le sucedía lo mismo. Acababa planeando el final para acontecimientos que aún no habían llegado a comenzar. Estaba ideando el final de la vida de aquella niña, cuando aún no había acabado con la de su madre, que agonizaba bajo la presión que ejercía su propia mano en torno a su cuello.
Hubo de concentrarse bastante para mantener aquella ilusión que las envolvía a ambas, y que hacía que madre e hija saltaran alegremente por un prado que ni siquiera estaba segura de que existiese realmente. La razón de aquella dificultad era bastante simple: debía aguantar las ganas de acabar de golpe con la moribunda, la sed que le arañaba el cuello con cada sutil movimiento que realizaba la pequeña, tal era el dulce aroma que despedía, además de la incomodidad que le producía cumplir el deseo de la niña. Ella no había ido allí con ese propósito. No buscaba contentarla, ni convertir en real un sueño que acabaría en apenas unos minutos. En parte porque su único propósito era llevársela de allí, arrebatársela a su madre para quedársela consigo, como si fuera el trofeo definitivo, aquel que siempre había deseado. Y por otro lado, porque sabía que despojarla de aquella ilusión de forma repentina una vez acabase con su madre sólo lograría que el corazón de la infante se quebrara de forma estrepitosa. ¡Y sí! Obviamente eso no era algo que fuera a quitarle el sueño, ni que le importara demasiado, realmente, tal era su carencia de sentimientos, pero dificultaría mucho ganarse su confianza, su afecto, que aunque nunca llegara a ser del todo correspondido, era necesario para que la lograse hacer sentir realmente como una madre.
- Mi niña... Me temo que la luz de tu madre se está apagando. No queda mucho para que se apague del todo... Así que disfruta de ella todo lo que puedas... Despídete... Prométele que siempre la llevarás contigo, en el corazón, que nunca la olvidarás... Miéntele. -La voz aterciopelada de la vampiresa no llegó a esconder del todo las malas intenciones implícitas en sus palabras. La ilusión se difuminó por completo cuando un último “crack” resonó por la sala, procedente del cuello de la mujer al romperse bajo la presión de la inmortal. No le costó lo más mínimo deshacerse de lo que consideraba un simple despojo. Un despojo que nunca había merecido la suerte que tenía por haber sido madre. Ahora ella sentiría lo mismo. Por fin, tras varios milenios de frustración. Entonces los ojos de Aletheïa se clavaron en los de la niña. Debía llorar la pérdida, y eso le daría tiempo para sacarla de allí sin ser vista, mientras seguía siendo débil. Abrazó el pequeño cuerpo de la joven, tratando de transmitirle una comprensión, un cariño que realmente no sentía. Que nunca sería capaz de sentir. Pero si ella necesitaba un hada madrina, eso sería, al menos, de momento. - Ella se ha ido, pequeña... Ahora duerme junto a las estrellas. Nosotras debemos marcharnos... Ella lo quería así...
Hubo de concentrarse bastante para mantener aquella ilusión que las envolvía a ambas, y que hacía que madre e hija saltaran alegremente por un prado que ni siquiera estaba segura de que existiese realmente. La razón de aquella dificultad era bastante simple: debía aguantar las ganas de acabar de golpe con la moribunda, la sed que le arañaba el cuello con cada sutil movimiento que realizaba la pequeña, tal era el dulce aroma que despedía, además de la incomodidad que le producía cumplir el deseo de la niña. Ella no había ido allí con ese propósito. No buscaba contentarla, ni convertir en real un sueño que acabaría en apenas unos minutos. En parte porque su único propósito era llevársela de allí, arrebatársela a su madre para quedársela consigo, como si fuera el trofeo definitivo, aquel que siempre había deseado. Y por otro lado, porque sabía que despojarla de aquella ilusión de forma repentina una vez acabase con su madre sólo lograría que el corazón de la infante se quebrara de forma estrepitosa. ¡Y sí! Obviamente eso no era algo que fuera a quitarle el sueño, ni que le importara demasiado, realmente, tal era su carencia de sentimientos, pero dificultaría mucho ganarse su confianza, su afecto, que aunque nunca llegara a ser del todo correspondido, era necesario para que la lograse hacer sentir realmente como una madre.
- Mi niña... Me temo que la luz de tu madre se está apagando. No queda mucho para que se apague del todo... Así que disfruta de ella todo lo que puedas... Despídete... Prométele que siempre la llevarás contigo, en el corazón, que nunca la olvidarás... Miéntele. -La voz aterciopelada de la vampiresa no llegó a esconder del todo las malas intenciones implícitas en sus palabras. La ilusión se difuminó por completo cuando un último “crack” resonó por la sala, procedente del cuello de la mujer al romperse bajo la presión de la inmortal. No le costó lo más mínimo deshacerse de lo que consideraba un simple despojo. Un despojo que nunca había merecido la suerte que tenía por haber sido madre. Ahora ella sentiría lo mismo. Por fin, tras varios milenios de frustración. Entonces los ojos de Aletheïa se clavaron en los de la niña. Debía llorar la pérdida, y eso le daría tiempo para sacarla de allí sin ser vista, mientras seguía siendo débil. Abrazó el pequeño cuerpo de la joven, tratando de transmitirle una comprensión, un cariño que realmente no sentía. Que nunca sería capaz de sentir. Pero si ella necesitaba un hada madrina, eso sería, al menos, de momento. - Ella se ha ido, pequeña... Ahora duerme junto a las estrellas. Nosotras debemos marcharnos... Ella lo quería así...
Hēra L. Tsakalidis- Condenado/Vampiro/Clase Alta
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