AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Eterna fraternidad {Flashback} - Adriel d'Auxerre & Dorian d'Auxerre
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Eterna fraternidad {Flashback} - Adriel d'Auxerre & Dorian d'Auxerre
¿Cuánto tiempo había pasado desde que empezara a disfrutar su condición? ¿Cuánto desde que los punzantes colmillos drenaran la vieja vida de su débil cuerpo y desde que aquel dulce elixir le hubiera abierto las puertas a una nueva? Más de tres décadas distaban dicho momento del presente, treinta años de un sinfín de experiencias, tanto agradables como perjudiciales. Y aún resultaba insuficiente. ¡Ni diez centurias hubieran bastado para saciarle! O al menos así pensaba Adriel, que no había sufridoplos grandes males a los que le tenía destinado el hado.
Corría algún año de la década de mil cuatrocientos diez y París, aunque no tan extraordinaria como se engalanaría posteriormente, se mostraba igual de caótica como nunca dejaría de ser. Los dispares edificios se alzaban a ambos lados de unas calles cuyo fango, que hacía las veces de pavimento, dejaba de ser engullido por la marabunta de gentes para poder exponer la verdadera y fea cara de la urbe, que ya por aquel entonces se presentaba algo hedionda. Pero, sin embargo, París no llegaba a perder su inherente esplendor. Y en medio de aquel conglomerado de viejas casas se alzaba la vieja residencia de esa antigua estirpe de vástagos cuyas raíces se hundían ya en el lecho de la ciudad. ¡Ay, la familia! ¡Qué concepto tan manoseado! Y, sin embargo, pocos podrían llegar a entenderlo como Adriel lo sentía hondo en su alma. Él, que era y sería tan individualista y defensor de la libertad, se encontraba encadenado a ella desde antes de volverse un morador de la noche, latiendo dentro de él una fidelidad desmedida y un cariño que, si bien no terminaba de serlo, sí se acercaba al deber que pueda sentir un buen padre para con su descendencia.
Era en ese lujoso edificio donde se encontraba dicho varón, observando los jardines que se extendían bajo aquel balcón de sencilla balaustrada. Su mirada perdida sugería una melancolía que negaba su simple y apenas marcada sonrisa, indicando así su expresión un estado de sosiego que le había hecho perder la última hora en la misma posición. Pensaba, o más bien se dejaba llevar por esas vagas cavilaciones que no acababan de tomar consistencia alguna para desaparecer eclipsadas por las nuevas que se presentaban con mayor fuerza. Y así se podía establecer una metáfora de la vida, o no-vida, del morador de la noche, caracterizada por una longevidad que, a la larga, acarreaba una visión banal de la existencia. ¿Qué eran sino pequeñas luces a punto de apagarse todas aquellos individuos cuya pronta muerte les haría evaporarse pronto? Humo, una leve neblina que no tardaría en ser sustituida por los recién nacidos. Y, a pesar de ello, Adriel nunca podría librarse del apego que sentía por tales mortales porque, de alguna forma, él seguía siendo uno de ellos. Les apreciaba y veía con fascinación cómo, poco a poco, la sociedad del día iba cambiando un mundo en el que se negaba a dejar de tomar parte.
En determinado momento de esa segunda hora de recogimiento, su cuerpo dejó de mirar a París para introducirse de nuevo en el palacio. Le resultaba un lugar algo extraño ahora que Radulf, su venerado sire, se hallaba ausente. Éste se había marchado fuera de la ciudad por asuntos de los d'Auxerre y el joven vampiro se sentía algo perdido. Los pasillos eran más largos que de costumbre, las estancias más frías y, no sabía si era a causa de su torcida opinión, pero le parecía que sus familiares no le atendía con tan buena voluntad como lo hacían en presencia del mayor. Como se imaginaba, seguramente fuese a causa de su repentina soledad. Pero, ¿iba a dejarse vencer por el contratiempo? ¡Por supuesto que no! Qui´zas el relativo amor le hubiera domado en parte, pero en el fondo seguía siendo un rebelde guerrero con ansias por vivir. Por lo tanto, se dispuso a remediar su situación. Los pasos silenciados por las alfombras recorrieron el edificio en busca de uno de sus “hermanos”. Su primer pensamiento fue para Denisse, con la cual había entablado una especial relación de cariño y confianza, quizás casi de necesidad, pero ésta tampoco se encontraba presente en su hogar, por lo que sus nudillos acabaron por chocar contra la superficie de nogal de otra puerta.
- ¿Dorian? - alzó su segura voz para que lograra traspasar la madera – Soy Adriel – no mencionó nada más, tan sólo esperó a que éste le aceptara para poder explicar el simple motivo de su visita.
Corría algún año de la década de mil cuatrocientos diez y París, aunque no tan extraordinaria como se engalanaría posteriormente, se mostraba igual de caótica como nunca dejaría de ser. Los dispares edificios se alzaban a ambos lados de unas calles cuyo fango, que hacía las veces de pavimento, dejaba de ser engullido por la marabunta de gentes para poder exponer la verdadera y fea cara de la urbe, que ya por aquel entonces se presentaba algo hedionda. Pero, sin embargo, París no llegaba a perder su inherente esplendor. Y en medio de aquel conglomerado de viejas casas se alzaba la vieja residencia de esa antigua estirpe de vástagos cuyas raíces se hundían ya en el lecho de la ciudad. ¡Ay, la familia! ¡Qué concepto tan manoseado! Y, sin embargo, pocos podrían llegar a entenderlo como Adriel lo sentía hondo en su alma. Él, que era y sería tan individualista y defensor de la libertad, se encontraba encadenado a ella desde antes de volverse un morador de la noche, latiendo dentro de él una fidelidad desmedida y un cariño que, si bien no terminaba de serlo, sí se acercaba al deber que pueda sentir un buen padre para con su descendencia.
Era en ese lujoso edificio donde se encontraba dicho varón, observando los jardines que se extendían bajo aquel balcón de sencilla balaustrada. Su mirada perdida sugería una melancolía que negaba su simple y apenas marcada sonrisa, indicando así su expresión un estado de sosiego que le había hecho perder la última hora en la misma posición. Pensaba, o más bien se dejaba llevar por esas vagas cavilaciones que no acababan de tomar consistencia alguna para desaparecer eclipsadas por las nuevas que se presentaban con mayor fuerza. Y así se podía establecer una metáfora de la vida, o no-vida, del morador de la noche, caracterizada por una longevidad que, a la larga, acarreaba una visión banal de la existencia. ¿Qué eran sino pequeñas luces a punto de apagarse todas aquellos individuos cuya pronta muerte les haría evaporarse pronto? Humo, una leve neblina que no tardaría en ser sustituida por los recién nacidos. Y, a pesar de ello, Adriel nunca podría librarse del apego que sentía por tales mortales porque, de alguna forma, él seguía siendo uno de ellos. Les apreciaba y veía con fascinación cómo, poco a poco, la sociedad del día iba cambiando un mundo en el que se negaba a dejar de tomar parte.
En determinado momento de esa segunda hora de recogimiento, su cuerpo dejó de mirar a París para introducirse de nuevo en el palacio. Le resultaba un lugar algo extraño ahora que Radulf, su venerado sire, se hallaba ausente. Éste se había marchado fuera de la ciudad por asuntos de los d'Auxerre y el joven vampiro se sentía algo perdido. Los pasillos eran más largos que de costumbre, las estancias más frías y, no sabía si era a causa de su torcida opinión, pero le parecía que sus familiares no le atendía con tan buena voluntad como lo hacían en presencia del mayor. Como se imaginaba, seguramente fuese a causa de su repentina soledad. Pero, ¿iba a dejarse vencer por el contratiempo? ¡Por supuesto que no! Qui´zas el relativo amor le hubiera domado en parte, pero en el fondo seguía siendo un rebelde guerrero con ansias por vivir. Por lo tanto, se dispuso a remediar su situación. Los pasos silenciados por las alfombras recorrieron el edificio en busca de uno de sus “hermanos”. Su primer pensamiento fue para Denisse, con la cual había entablado una especial relación de cariño y confianza, quizás casi de necesidad, pero ésta tampoco se encontraba presente en su hogar, por lo que sus nudillos acabaron por chocar contra la superficie de nogal de otra puerta.
- ¿Dorian? - alzó su segura voz para que lograra traspasar la madera – Soy Adriel – no mencionó nada más, tan sólo esperó a que éste le aceptara para poder explicar el simple motivo de su visita.
Última edición por Adriel d'Auxerre el Mar Ago 05, 2014 10:33 am, editado 1 vez
Adriel d'Auxerre- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 98
Fecha de inscripción : 24/01/2014
Re: Eterna fraternidad {Flashback} - Adriel d'Auxerre & Dorian d'Auxerre
Los d'Auxerre teníamos ya tiempo establecidos en París. Estábamos esperando el momento para darnos a la tarea de buscar a aquellos que eran considerados por nosotros como los enemigos, los Bordeaux. Llevar una vida oculta de la cual los mortales no sospecharan, no era tan complicado como en un inicio de mi conversión lo había creído. Para todos aquellos mortales que nos conocían o que creían conocernos, éramos una familia bastante peculiar que estaba poco tiempo en París debido a algunos negocios crecientes fuera de la ciudad. Ocultábamos bien nuestras oscuras intenciones, nos deleitábamos con la sangre de los humanos que se acercaban a nosotros de manera descuidad y fingíamos frente a otros ser una familia normal, pese a que no existía gran parecido entre nosotros.
La noche era como cualquier otra, solo quizás un poco más tranquila gracias a la ausencia de un par de inmortales. Era más bien, claro, la ausencia de Denisse la que me daba tanta paz y ganas de permanecer en la mansión. Ella era sin duda alguna la más molesta creación de los d’Auxerre que pudo llegar jamás. Siempre andaba tras Adriel o buscaba la manera de alejarle de mi y eso era algo que yo no soportaba, así que discutíamos con regularidad sobre eso.
Adriel era, de todos aquellos seres a los que ahora denominaba hermanos, al que le tenía más aprecio. Desde mi conversión había sido alguien de importancia para mi, así que no podía soportar que alguien más tratara de abarcar toda su atención cuando debíamos estar centrados en otras cosas más importantes que mimarnos entre nosotros mismos.
Pese a la falta de la molestia presencia femenina, permanecí en el lugar que estaba establecido como mi habitación. Planeaba pasar una noche tranquila en la mansión, relajarme y disfrutar de la soledad así que como si aún fuese un humano más, recorrí con detenimiento mis aposentos, acomodando algunas cosas sin importancia y terminando por recostar mi cuerpo en la cama que no servía de nada más que adorno la mayor parte del tiempo. Estaba sumergido en mis pensamientos, en el deseo de encontrar a quien era realmente mi hermano sanguíneo y en como sería la inmortalidad para él. Me creía un ridículo por pensar en alguien que sin más se alejo y me dejo de lado pero me era imposible no pensar en él de vez en cuando. Los momentos solitarios y de más paz, eran precisamente cuando Lorian aparecía en mis pensamientos.
Fue el sonido de golpeteo en la puerta lo que distrajo mi atención de lo que antes la consumía. No me moví de mi lugar, no hasta que Adriel menciono su propio nombre y no pude más que sonreír para mi mismo pues yo sabía que era él solo con reconocer su voz, su aroma o la forma tan peculiar que tenía de caminar. En esa situación, fue su voz la que delato quien era, incluso antes de que lo informara. Con pesadez me levante de la cama y dirigí mi andar hasta la puerta, lo único que nos separaba.
– Que inesperada visita Adriel – le sonreí al abrir la puerta y me moví a un lado – Adelante, pasa – aguarde a que hubiese entrado por totalidad en la habitación antes de volver a cerrar la puerta – Todo esta demasiado tranquilo. Es extraño cuando la mansión esta en esta situación – mencione de manera casual, aguardando a ver que era lo que sucedía con Adriel, después de todo sus visitas a mi habitación no eran comunes.
La noche era como cualquier otra, solo quizás un poco más tranquila gracias a la ausencia de un par de inmortales. Era más bien, claro, la ausencia de Denisse la que me daba tanta paz y ganas de permanecer en la mansión. Ella era sin duda alguna la más molesta creación de los d’Auxerre que pudo llegar jamás. Siempre andaba tras Adriel o buscaba la manera de alejarle de mi y eso era algo que yo no soportaba, así que discutíamos con regularidad sobre eso.
Adriel era, de todos aquellos seres a los que ahora denominaba hermanos, al que le tenía más aprecio. Desde mi conversión había sido alguien de importancia para mi, así que no podía soportar que alguien más tratara de abarcar toda su atención cuando debíamos estar centrados en otras cosas más importantes que mimarnos entre nosotros mismos.
Pese a la falta de la molestia presencia femenina, permanecí en el lugar que estaba establecido como mi habitación. Planeaba pasar una noche tranquila en la mansión, relajarme y disfrutar de la soledad así que como si aún fuese un humano más, recorrí con detenimiento mis aposentos, acomodando algunas cosas sin importancia y terminando por recostar mi cuerpo en la cama que no servía de nada más que adorno la mayor parte del tiempo. Estaba sumergido en mis pensamientos, en el deseo de encontrar a quien era realmente mi hermano sanguíneo y en como sería la inmortalidad para él. Me creía un ridículo por pensar en alguien que sin más se alejo y me dejo de lado pero me era imposible no pensar en él de vez en cuando. Los momentos solitarios y de más paz, eran precisamente cuando Lorian aparecía en mis pensamientos.
Fue el sonido de golpeteo en la puerta lo que distrajo mi atención de lo que antes la consumía. No me moví de mi lugar, no hasta que Adriel menciono su propio nombre y no pude más que sonreír para mi mismo pues yo sabía que era él solo con reconocer su voz, su aroma o la forma tan peculiar que tenía de caminar. En esa situación, fue su voz la que delato quien era, incluso antes de que lo informara. Con pesadez me levante de la cama y dirigí mi andar hasta la puerta, lo único que nos separaba.
– Que inesperada visita Adriel – le sonreí al abrir la puerta y me moví a un lado – Adelante, pasa – aguarde a que hubiese entrado por totalidad en la habitación antes de volver a cerrar la puerta – Todo esta demasiado tranquilo. Es extraño cuando la mansión esta en esta situación – mencione de manera casual, aguardando a ver que era lo que sucedía con Adriel, después de todo sus visitas a mi habitación no eran comunes.
Lukian d'Auxerre- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 124
Fecha de inscripción : 18/04/2013
Re: Eterna fraternidad {Flashback} - Adriel d'Auxerre & Dorian d'Auxerre
Aquel joven vampiro, Adriel, no era tan diferente a lo que llegaría a ser en siglos posteriores, tan sólo cargado de algo más de inexperiencia y vitalidad y algo menos de melancolía, dado que no recordaba mucho de su pasado que pudiera echar de menos y, desde luego, no había experimentado ninguna etapa que pudiera rivalizar con la que estaba viviendo. Menos maduro, quizás, pero más jovial y con menos demonios atormentándole. Era un hijo más de los d'Auxerre y, sin embargo, era distinto a todos ellos- Pero, ¿quién no lo era? Cada individuo que portaba aquel nombre tenía sus propias particularidades, lo cual en un principio podría dar origen a la impresión de ser algo beneficioso. Adriel no compartía tal opinión, ya que había algún familiar con los que preferiría no compartir su apellido. Y uno de éstos era el creador de aquel al que estaba haciendo una visita.
Dorian tardó en responder a su llamada y al contrario de lo que se pudiera achacar a los vampiros, Adriel era algo impaciente. Por mucho que tuviera la eternidad por delante, las noches eran más cortas que el día y el aguardar resultados le sumía en un estado de intranquilidad. Aún no había aprendido la virtud necesaria para esperar con serenidad. Pero, al fin, la lámina de madera que se interponía entre ellos reveló la agraciada imagen de su hermano. El mayor sonrió entonces.
La nueva figura era, sin duda, de buen ver. Cierto que la aplastante mayoría de los vástagos resultaban terriblemente bellos, pero cada cual lo era a su propia manera. Éste en concreto era poseedor de un atractivo juvenil y con un leve cariz de agresividad, a diferencia de la apariencia de Adriel, que resultaba más sosegada y amable, por mucho que su pelo semi-rojizo quisiera agregarle un toque de picardía. Sea como fuere, a éste pelirrojo le gustaba la belleza en cualquiera de sus facetas, por lo que la agradable presencia de su “hermano” bastó para erradicar de su ánimo cualquier sentimiento negativo.
- ¡Por fin!- exclamó éste con la amplia sonrisa que había decidido hacerse dueña de sus labios. Después aceptó la invitación y entró a la estancia. Era tan lujosa como el resto de las que se encontraban en el edificio-o, al menos, de aquellas destinadas para la familia y no para el servicio-, aunque, por supuesto, Adriel no se fijaba demasiado en tales nimiedades. Él era algo descuidado y, desde luego, nada sibarita - ¿Tú crees? - preguntó con total confianza y, desde luego, tuteándole. Si se mostraba reticente a hacer uso de las fórmulas de cortesía por considerarlas frívolas e incluso injustas, desde luego que no iba a emplearlas con sus allegados, por mucho que pudiera resultar desagradable para algún que otro engreído – Quizás tengas razón. Se va Radulf y, de pronto, todo el mundo abandona el nido – murmuró al tiempo que avanzaba hacia el lecho, al otro lado de la estancia. Adriel distinguió arrugas sobre la colcha, por lo que supuso que su hermano había estado reposando allí, lo cual, además sería razón para su anterior tardanza - ¿Puedo? Llevo un buen rato de pies y mis piernas parecen haberse cansado de aguantarme – le pidió permiso -. ¿Y tú? ¿No tienes también algún asunto que te requiera? ¿O qué estabas haciendo aquí tan sólo? - de pronto pareciera como si todas las ganas de hablar que no hubiera sentido en el balcón le hubieran asaltado de repente, quizás con no mayor intención que remediar su aburrimiento.
Dorian tardó en responder a su llamada y al contrario de lo que se pudiera achacar a los vampiros, Adriel era algo impaciente. Por mucho que tuviera la eternidad por delante, las noches eran más cortas que el día y el aguardar resultados le sumía en un estado de intranquilidad. Aún no había aprendido la virtud necesaria para esperar con serenidad. Pero, al fin, la lámina de madera que se interponía entre ellos reveló la agraciada imagen de su hermano. El mayor sonrió entonces.
La nueva figura era, sin duda, de buen ver. Cierto que la aplastante mayoría de los vástagos resultaban terriblemente bellos, pero cada cual lo era a su propia manera. Éste en concreto era poseedor de un atractivo juvenil y con un leve cariz de agresividad, a diferencia de la apariencia de Adriel, que resultaba más sosegada y amable, por mucho que su pelo semi-rojizo quisiera agregarle un toque de picardía. Sea como fuere, a éste pelirrojo le gustaba la belleza en cualquiera de sus facetas, por lo que la agradable presencia de su “hermano” bastó para erradicar de su ánimo cualquier sentimiento negativo.
- ¡Por fin!- exclamó éste con la amplia sonrisa que había decidido hacerse dueña de sus labios. Después aceptó la invitación y entró a la estancia. Era tan lujosa como el resto de las que se encontraban en el edificio-o, al menos, de aquellas destinadas para la familia y no para el servicio-, aunque, por supuesto, Adriel no se fijaba demasiado en tales nimiedades. Él era algo descuidado y, desde luego, nada sibarita - ¿Tú crees? - preguntó con total confianza y, desde luego, tuteándole. Si se mostraba reticente a hacer uso de las fórmulas de cortesía por considerarlas frívolas e incluso injustas, desde luego que no iba a emplearlas con sus allegados, por mucho que pudiera resultar desagradable para algún que otro engreído – Quizás tengas razón. Se va Radulf y, de pronto, todo el mundo abandona el nido – murmuró al tiempo que avanzaba hacia el lecho, al otro lado de la estancia. Adriel distinguió arrugas sobre la colcha, por lo que supuso que su hermano había estado reposando allí, lo cual, además sería razón para su anterior tardanza - ¿Puedo? Llevo un buen rato de pies y mis piernas parecen haberse cansado de aguantarme – le pidió permiso -. ¿Y tú? ¿No tienes también algún asunto que te requiera? ¿O qué estabas haciendo aquí tan sólo? - de pronto pareciera como si todas las ganas de hablar que no hubiera sentido en el balcón le hubieran asaltado de repente, quizás con no mayor intención que remediar su aburrimiento.
Adriel d'Auxerre- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 98
Fecha de inscripción : 24/01/2014
Re: Eterna fraternidad {Flashback} - Adriel d'Auxerre & Dorian d'Auxerre
Tomaba mi tiempo porque no existía prisa alguna, no tenía compromiso alguno más el de atender a quien llamaba a la puerta y eso si es que tenía los suficientes deseos de hacerlo. Con la puerta aún cerrada tenía la oportunidad de ignorar todo lo que ocurriera en el exterior y sin embargo, no podía ignorar del todo a Adriel, motivo por el cual termine atendiendo la puerta. El rostro de Adriel se notaba ligeramente afectado por algo que no veía, la mente de los vampiros siempre ha sido nuestra desventaja, porque no importa cuanto tiempo pueda soportar el cuerpo muerto de alguien, los pensamientos y las obsesiones pueden arrastrar a cualquiera a un final terrible. Para todos nosotros, aún estando la mansión en aquella calma era muy complicado que enloqueciéramos o que pensáramos en la desaparición completa, después de todo se tenía un gran sentido de la responsabilidad familiar que se ganaba con la conversión.
Cuando la puerta tras nosotros se cerro y con la sonrisa que aún mostraba en mi rostro es que me disponía a descubrir cual era el motivo principal de que mi hermano estuviera en aquel lugar. Sospechaba que la ausencia de Denisse le impulsaba a buscar mi compañía y no me desagradaba saber que al menos sin ella presente, podía tener a Adriel para mi unos momentos.
– ¿Por fin? Si no te has dado cuenta esta es mi habitación, así que no me digas; por fin, o me veré forzado a sacarte – mentía con algunas notas de broma en la voz que mi hermano sabría reconocer a la perfección. Tanto tiempo junto a alguien te ayudaba a conocer ciertos aspectos que con una vida normal no serías capaz de notar. Ni siquiera fui capaz de conocer a Lorian de una manera tan profunda como a todos los d’Auxerre, a mi hermano verdadero que era una sombra cubierta ahora por la hermandad de la muerte.
– Claro que lo creo, existe demasiado silencio y sabes que los demás no son precisamente del grupo silencioso; mucho menos Denisse que quiere asegurarse siempre de que todos sepamos cuando esta en casa y cuando no – cruce los brazos y le seguí con la mirada, curioso de saber que haría a continuación – Todos son como un grupo de jovencitos que esperan que su padre se vaya para hacer todo lo que se les prohibe – y era así precisamente. No es que se nos prohibiera algo, pero se acataban ordenes que no necesitaban ser expresadas, sino que todos sabíamos como actuar y cuando – Adelante, no voy a negarle el descanso a alguien que esta envejeciendo aunque se suponga que no podemos – reí – ¿Tanto deseas estar solo en casa? Porque no tengo nada que hacer, quería únicamente meditar un poco pero si gustas estar a solas bien puedo pensar en que hacer fuera de la mansión – avance entonces hasta donde se encontraba él, por el otro lado de la cama que existía en aquel cuarto – Adriel, no es algo común, al menos no en los últimos tiempos que vengas de visita a mi habitación ¿Pasa algo? – todo parecía indicar que de no ser yo quien interrogara, él nunca diría nada.
Cuando la puerta tras nosotros se cerro y con la sonrisa que aún mostraba en mi rostro es que me disponía a descubrir cual era el motivo principal de que mi hermano estuviera en aquel lugar. Sospechaba que la ausencia de Denisse le impulsaba a buscar mi compañía y no me desagradaba saber que al menos sin ella presente, podía tener a Adriel para mi unos momentos.
– ¿Por fin? Si no te has dado cuenta esta es mi habitación, así que no me digas; por fin, o me veré forzado a sacarte – mentía con algunas notas de broma en la voz que mi hermano sabría reconocer a la perfección. Tanto tiempo junto a alguien te ayudaba a conocer ciertos aspectos que con una vida normal no serías capaz de notar. Ni siquiera fui capaz de conocer a Lorian de una manera tan profunda como a todos los d’Auxerre, a mi hermano verdadero que era una sombra cubierta ahora por la hermandad de la muerte.
– Claro que lo creo, existe demasiado silencio y sabes que los demás no son precisamente del grupo silencioso; mucho menos Denisse que quiere asegurarse siempre de que todos sepamos cuando esta en casa y cuando no – cruce los brazos y le seguí con la mirada, curioso de saber que haría a continuación – Todos son como un grupo de jovencitos que esperan que su padre se vaya para hacer todo lo que se les prohibe – y era así precisamente. No es que se nos prohibiera algo, pero se acataban ordenes que no necesitaban ser expresadas, sino que todos sabíamos como actuar y cuando – Adelante, no voy a negarle el descanso a alguien que esta envejeciendo aunque se suponga que no podemos – reí – ¿Tanto deseas estar solo en casa? Porque no tengo nada que hacer, quería únicamente meditar un poco pero si gustas estar a solas bien puedo pensar en que hacer fuera de la mansión – avance entonces hasta donde se encontraba él, por el otro lado de la cama que existía en aquel cuarto – Adriel, no es algo común, al menos no en los últimos tiempos que vengas de visita a mi habitación ¿Pasa algo? – todo parecía indicar que de no ser yo quien interrogara, él nunca diría nada.
Lukian d'Auxerre- Vampiro Clase Alta
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