AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Hit me right between the eyes / Adriel
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Hit me right between the eyes / Adriel
Había estado bebido como nunca en mi vida y de paso, metido un par de cosas en el cuerpo que me habían tenido alucinado. Cantando, silbando, riéndome como tonto de cualquier estupidez, he estado caminando por las largas calles de París buscando olvidar el trago amargo del que fui objeto un par de horas atrás. La vida se ha hecho para eso ¿no? Divertirse, para pasarla bien y que ruede el maldito mundo.
Como auténtico autómata estoy tratando de caminar por la calle cantando a todo pulmón, mientras improviso unos cuantos pasos de baile. Me importa un pepino lo que la gente pueda pensar de mí. Seguro estarán pensando que soy un loco declarado, que debería estar encerrado en una clínica de rehabilitación.Bien, ¡Ya pueden irse metiendo sus comentarios agrios por donde les quepa! Esteve Sa-Michelle no entrega cuentas a nadie ni habrá de hacerlo nunca jamás.
Sorteo un par de transeúntes que han estado a punto de colisionar conmigo. Algunos evitan cruzarse conmigo haciéndose a un lado, mirándome con cara de pocos amigos. ¡En qué estado de embriaguez e intoxicación debo encontrarme, que ya mismo me siento mareado con ganas de devolver el estómago! Las náuseas son terribles e inevitables. Detengo mi andar llevando la mano derecha a la boca: Una, dos, tres arcadas… No creo soportar la cuarta, que viene en camino.
Doy un par de pasos tambaleantes hasta el borde del puente y asomo la cabeza por el borde tratando de controlarme. Respiro lento, pausado, con los ojos cerrados, porque estoy seguro de que si los abro, terminaré adornando el rio que pasa por debajo con residuos de comida, cerveza, vino... ¿En qué estaba pensando cuando decidí ahogarme? ¿Cuándo perdí el control de mi mismo? Claro que lo sabía, por eso el descontrol, la furia, el coraje.
"Este trabajo es una auténtica aberración. No he de pagarte ni un mísero franco. ¡Échenlo a la calle como el perro que es!
- Oh, Oh – Llevo la mano a mi estómago; algo se revoluciona por dentro – Calma, calma… No puedes hacer semejante papelón en público. – Me yergo sujetándome con fuerza de las piedras que adornan el puente-. Eso, así es, tu puedes… tu puedes… - Sacudo la cabeza. Gravísimo error porque siento que el mundo se me viene encima. Otra arcada y decido seguir caminando despacio, hasta encontrar el borde. Pero es inútil, no puedo dar un paso más. Termino sentado en el suelo, ocultando el rostro entre mis piernas. ¡Nunca me había sentido tan mal! ¡Es culpa de ésa maldita droga “nueva” que conseguí, la que me tiene así!
-Ya pasará, ya pasará.– Me hago ovillo esperando que se esfumen los efectos, pero no estoy seguro de cuánto tiempo vaya a transcurrir. Lo malo de querer olvidar, es que lo logras por un momento, pero cuando el efecto comienza a esfumarse, llega el arrepentimiento y el clásico: No lo vuelvo hacer. Lo peor de todo es, que irremediablemente terminaré haciéndolo, no una sino, varias veces más. Me conozco. Soy débil.
-Soy un perdedor… Un fracasado, un bueno para nada.
Haciendo gala de fuerza, vuelvo a levantarme para continuar con el camino, deteniéndome de donde pueda sostenerme Si, coraje es lo que me falta. Necesito encontrar las fuerzas necesarias para continuar con mi lucha, pero la verdad es que hoy me siento completamente sólo. Toda mi pasión, mi empeño, mis horas de angustia se fueron a la basura en un abrir y cerrar de ojos. Como artista me voy a morir de hambre, bien lo dijo aquel anciano regordete al cuál pinté un maravilloso cuadro de cuerpo completo. Y ¿Qué recibí a cambio? una gran patada en el trasero, echándome de su propiedad. ¡Maldita sea, soy un inepto, un idiota, un estúpido soñador!
-Maldito cerdo. -Arrojé mi pequeña maleta de viaje hacia el frente, y el viento se encargó de regar mis dibujos hacia todas direcciones. Ya nada importaba. Nada. -Te odio.
Como auténtico autómata estoy tratando de caminar por la calle cantando a todo pulmón, mientras improviso unos cuantos pasos de baile. Me importa un pepino lo que la gente pueda pensar de mí. Seguro estarán pensando que soy un loco declarado, que debería estar encerrado en una clínica de rehabilitación.Bien, ¡Ya pueden irse metiendo sus comentarios agrios por donde les quepa! Esteve Sa-Michelle no entrega cuentas a nadie ni habrá de hacerlo nunca jamás.
Sorteo un par de transeúntes que han estado a punto de colisionar conmigo. Algunos evitan cruzarse conmigo haciéndose a un lado, mirándome con cara de pocos amigos. ¡En qué estado de embriaguez e intoxicación debo encontrarme, que ya mismo me siento mareado con ganas de devolver el estómago! Las náuseas son terribles e inevitables. Detengo mi andar llevando la mano derecha a la boca: Una, dos, tres arcadas… No creo soportar la cuarta, que viene en camino.
Doy un par de pasos tambaleantes hasta el borde del puente y asomo la cabeza por el borde tratando de controlarme. Respiro lento, pausado, con los ojos cerrados, porque estoy seguro de que si los abro, terminaré adornando el rio que pasa por debajo con residuos de comida, cerveza, vino... ¿En qué estaba pensando cuando decidí ahogarme? ¿Cuándo perdí el control de mi mismo? Claro que lo sabía, por eso el descontrol, la furia, el coraje.
"Este trabajo es una auténtica aberración. No he de pagarte ni un mísero franco. ¡Échenlo a la calle como el perro que es!
- Oh, Oh – Llevo la mano a mi estómago; algo se revoluciona por dentro – Calma, calma… No puedes hacer semejante papelón en público. – Me yergo sujetándome con fuerza de las piedras que adornan el puente-. Eso, así es, tu puedes… tu puedes… - Sacudo la cabeza. Gravísimo error porque siento que el mundo se me viene encima. Otra arcada y decido seguir caminando despacio, hasta encontrar el borde. Pero es inútil, no puedo dar un paso más. Termino sentado en el suelo, ocultando el rostro entre mis piernas. ¡Nunca me había sentido tan mal! ¡Es culpa de ésa maldita droga “nueva” que conseguí, la que me tiene así!
-Ya pasará, ya pasará.– Me hago ovillo esperando que se esfumen los efectos, pero no estoy seguro de cuánto tiempo vaya a transcurrir. Lo malo de querer olvidar, es que lo logras por un momento, pero cuando el efecto comienza a esfumarse, llega el arrepentimiento y el clásico: No lo vuelvo hacer. Lo peor de todo es, que irremediablemente terminaré haciéndolo, no una sino, varias veces más. Me conozco. Soy débil.
-Soy un perdedor… Un fracasado, un bueno para nada.
Haciendo gala de fuerza, vuelvo a levantarme para continuar con el camino, deteniéndome de donde pueda sostenerme Si, coraje es lo que me falta. Necesito encontrar las fuerzas necesarias para continuar con mi lucha, pero la verdad es que hoy me siento completamente sólo. Toda mi pasión, mi empeño, mis horas de angustia se fueron a la basura en un abrir y cerrar de ojos. Como artista me voy a morir de hambre, bien lo dijo aquel anciano regordete al cuál pinté un maravilloso cuadro de cuerpo completo. Y ¿Qué recibí a cambio? una gran patada en el trasero, echándome de su propiedad. ¡Maldita sea, soy un inepto, un idiota, un estúpido soñador!
-Maldito cerdo. -Arrojé mi pequeña maleta de viaje hacia el frente, y el viento se encargó de regar mis dibujos hacia todas direcciones. Ya nada importaba. Nada. -Te odio.
Esteve Sa-Michelle- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 10/12/2013
Re: Hit me right between the eyes / Adriel
La Nostalgia viste un agrisado manto de marta en el cual se enfunda cada noche, atraviesa el quicio de la puerta y escapa de su morada con la esperanza de encontrar alguien a quien prestar su ayuda. Sin distracción o demora alguna llega a las tierras de los mortales, donde no tarda en dar con una de las numerosas potenciales víctimas. Y entonces, con delicadeza para poder pasar desapercibida, se coloca a la espalda del susodicho y, con cuidado, se desprende de su capa para abrigar con ésta al desgraciado. En ese momento sonríe, satisfecha por lo que ella cree una buena acción. Pero, lo que la Nostalgia no sabe es que su manto posee ciertas cualidades mágicas, y es que el mortal que es arropado por éste, se verá achacado por una terrible melancolía.
La Nostalgia también era una detestable malnacida, o eso pensaba Adriel mientras pateaba el pedrusco que fue a parar a algún lugar perdido de la angosta y solitaria calle. Esa noche parecía volver a ser el objetivo de la necia dama y, la memoria, como de costumbre, se estaba dedicando a regalarle malos instante, recordándole momentos pasados, y en especial aquellos que no podía revivir por haberlos experimentado aún siendo humano. La norma sería que éstos le sumieran en un estado de añoranza que lograría entristecerle a la par que incapacitarle; pero, por suerte, la presente evocación no era algo precisamente existencial o que lograra tumbar su ánimo hasta la autocompasión. No, sólo le contrariaba; y le contrariaba el hecho de no poder emborracharse como era debido.
¡Ay! ¡Cómo echaba de menos las horas muertas en la taberna sin poder levantar la frente de la húmeda mesa! ¡Cómo las ocasiones en las que la cerveza barata hiciera tanto daño a su organismo como para imposibilitarle tenerse en pie o como para empujarle contra el suelo y restregarle contra la inmundicia! Si, seguramente no aparente ser placentero –porque en el fondo no lo es-, pero él extrañaba tan mortal sensación a la que ahora le era imposible acceder –y, seguramente, precisamente por serle inaccesible-. ¿Por qué su nueva condición se obcecaba en cerrarse en la fortaleza y la superioridad? ¿Por qué no podía drogarse hasta el punto de volverse patéticamente vulnerable? No había forma posible de llegar a tal extremo, y mira que lo había intentado un centenera de veces. Bebiera hasta el último barril de la primera taberna de mala muerte que se le cruzara en el camino o drenara hasta la última gota de sangre intoxicada de algún pobre desgraciado, lo único que conseguía era un leve empañarse de su consciencia. Y, aún así, no lograba discernir si esto era resultado del alcohol o excitación producida por la situación en sí.
Pero tras tan banal e insulso pensamiento yacía la muda intención de expulsar de su mente otros asuntos, más vitales a la par que peligrosos. Su ansia por beber era en realidad un burdo intento de servir de distracción para no reflexionar acerca de los eventos que, con casi seguridad, iban a suceder: el resurgimiento de la guerra con los de Bordeaux y, por lo tanto, el fin de una tregua no escrita. No es que tuviera miedo al conflicto o a la otra familia, en realidad la mitad de su corazón se debatía entre las ansias de aniquilar la maldita estirpe y el deseo de venganza, sino que había una porción de él que disfrutaba demasiado con la placidez del París cotidiano. Su empeño no terminaba de ser fructífero, pero tampoco dejaba de servir como bálsamo para sus preocupaciones.
En su devenir sin sentido terminó llegando al río, a cuya orilla se acercó. Allí se arrimó al pequeño desnivel, apoyando la jarra de latón que llevaba consigo sobre el murillo de piedra, y se dedicó a perder la mirada en las oscuras aguas del Sena. Su caudal había aumentado en las últimas horas. La dúctil superficie se revolvía bajo el agitado viento que transitaba con mayor libertad allí, en la gran avenida fluvial, y, por lo tanto, eran muy pocos los transeúntes que parecían verse con ganas de exponerse a su frío azote. Y, los pocos que lo hacían, cómo no y para más inri, se encontraban en un obvio estado de embriaguez. Adriel los miró con una mezcla de envidia y falso odio, sensación con la que pretendía más entretenerse que tomársela en serio.
- Bueno, ¿qué le vamos a hacer? Parece que, pese a todo, los señores de la noche no somos todopoderosos – masculló tanto mordazmente como con sorna, riéndose de paso de aquellos que sí se tenían como omnipotentes, tan sólo con la intención de elevar su ánimo. Luego soltó un improperio y empujó la pinta de cerveza a hacer compañía a los peces o a cualquier alimaña que habitara el sucio lecho del río. Se separó y volvió a caminar hacia el puente -. Pero, ¡hay de quien piense que voy a cambiar mis hábitos! ¡Claro que no! Quizás no pueda pillarme cogorzas, pero no me van a separar de la diversión – comenzó a debatir con un ser tan invisible como inexistente, tan sólo pretendiendo asegurar y afianzar su controvertido estilo de vida. Aunque no estuvieran presentes, había muchos vástagos que le cuestionaban, incluso dentro de su propia familia, tanto por su cercanía con los humanos, no más que alimento para otros, como por las costumbres mortales que se había obcecado en preservar; y estos monólogos le ayudaban a practicar una posible defensa ante un eventual ataque.
Y así fue como, a medida que avanzaba por el viaducto, se fue abstrayendo más y más de la realidad, adentrándose en el discurso carente de oyentes. Tal era su distracción que no se percató de las láminas que volaban en su dirección, retorciéndose por el maltrato de viendo, hasta que una chocó contra su torso. De golpe frenó su ya de por sí lento avance para agarrar el folio, el cual poseía una textura levemente rugosa, y, con tan sólo el más mínimo interés, lo observó. Nuevamente se sorprendió al descubrir un rostro insinuándose desde la superficie. Por su calidad era obvio que se trataba no más que de un esbozo y, aunque no parecía sugerir una técnica impoluta, sí que quería evidenciar un talento aún por explotar. De pronto se había olvidado del tema anterior y, retomando la marcha, comenzó a preguntarse por la procedencia de tal hallazgo, más por continuar con sus tentativas de omisión que por un sincero interés. Le gustaba el arte, pero artistas había muchos. Pronto decidió darse por vencido por la poca probabilidad de saber su origen, pero justo cuando decidió alzar los hombros, se fijó en una maleta abierta de par en par sobre el embarrado suelo y, un par de metros más allá, a uno de aquellos pobres hombres –si es que a éste, con su joven aspecto, podía tildársele como tal–. Era alto, de cabello castaño y con una clara sobredosis de a saber qué sustancia. Y como dato a mayores –no es que Adriel, que ya sabemos cuán respetable, casto y virtuoso es, se fijara en esas nimiedades ni en la más, más mínima y remota posibilidad–, se trataba de un muchacho con uno de esos atractivos que, por serlo en tal cantidad, uno se ve tentado a acusarlo de ofensivo de ser ineludible.
- ¿Te encuentras bien? - sin dudar, el bermejo se había acercado a él, consciente del estado del otro y, por lo tanto, sin precaución alguna por considerarle una imposible amenaza.
La Nostalgia también era una detestable malnacida, o eso pensaba Adriel mientras pateaba el pedrusco que fue a parar a algún lugar perdido de la angosta y solitaria calle. Esa noche parecía volver a ser el objetivo de la necia dama y, la memoria, como de costumbre, se estaba dedicando a regalarle malos instante, recordándole momentos pasados, y en especial aquellos que no podía revivir por haberlos experimentado aún siendo humano. La norma sería que éstos le sumieran en un estado de añoranza que lograría entristecerle a la par que incapacitarle; pero, por suerte, la presente evocación no era algo precisamente existencial o que lograra tumbar su ánimo hasta la autocompasión. No, sólo le contrariaba; y le contrariaba el hecho de no poder emborracharse como era debido.
¡Ay! ¡Cómo echaba de menos las horas muertas en la taberna sin poder levantar la frente de la húmeda mesa! ¡Cómo las ocasiones en las que la cerveza barata hiciera tanto daño a su organismo como para imposibilitarle tenerse en pie o como para empujarle contra el suelo y restregarle contra la inmundicia! Si, seguramente no aparente ser placentero –porque en el fondo no lo es-, pero él extrañaba tan mortal sensación a la que ahora le era imposible acceder –y, seguramente, precisamente por serle inaccesible-. ¿Por qué su nueva condición se obcecaba en cerrarse en la fortaleza y la superioridad? ¿Por qué no podía drogarse hasta el punto de volverse patéticamente vulnerable? No había forma posible de llegar a tal extremo, y mira que lo había intentado un centenera de veces. Bebiera hasta el último barril de la primera taberna de mala muerte que se le cruzara en el camino o drenara hasta la última gota de sangre intoxicada de algún pobre desgraciado, lo único que conseguía era un leve empañarse de su consciencia. Y, aún así, no lograba discernir si esto era resultado del alcohol o excitación producida por la situación en sí.
Pero tras tan banal e insulso pensamiento yacía la muda intención de expulsar de su mente otros asuntos, más vitales a la par que peligrosos. Su ansia por beber era en realidad un burdo intento de servir de distracción para no reflexionar acerca de los eventos que, con casi seguridad, iban a suceder: el resurgimiento de la guerra con los de Bordeaux y, por lo tanto, el fin de una tregua no escrita. No es que tuviera miedo al conflicto o a la otra familia, en realidad la mitad de su corazón se debatía entre las ansias de aniquilar la maldita estirpe y el deseo de venganza, sino que había una porción de él que disfrutaba demasiado con la placidez del París cotidiano. Su empeño no terminaba de ser fructífero, pero tampoco dejaba de servir como bálsamo para sus preocupaciones.
En su devenir sin sentido terminó llegando al río, a cuya orilla se acercó. Allí se arrimó al pequeño desnivel, apoyando la jarra de latón que llevaba consigo sobre el murillo de piedra, y se dedicó a perder la mirada en las oscuras aguas del Sena. Su caudal había aumentado en las últimas horas. La dúctil superficie se revolvía bajo el agitado viento que transitaba con mayor libertad allí, en la gran avenida fluvial, y, por lo tanto, eran muy pocos los transeúntes que parecían verse con ganas de exponerse a su frío azote. Y, los pocos que lo hacían, cómo no y para más inri, se encontraban en un obvio estado de embriaguez. Adriel los miró con una mezcla de envidia y falso odio, sensación con la que pretendía más entretenerse que tomársela en serio.
- Bueno, ¿qué le vamos a hacer? Parece que, pese a todo, los señores de la noche no somos todopoderosos – masculló tanto mordazmente como con sorna, riéndose de paso de aquellos que sí se tenían como omnipotentes, tan sólo con la intención de elevar su ánimo. Luego soltó un improperio y empujó la pinta de cerveza a hacer compañía a los peces o a cualquier alimaña que habitara el sucio lecho del río. Se separó y volvió a caminar hacia el puente -. Pero, ¡hay de quien piense que voy a cambiar mis hábitos! ¡Claro que no! Quizás no pueda pillarme cogorzas, pero no me van a separar de la diversión – comenzó a debatir con un ser tan invisible como inexistente, tan sólo pretendiendo asegurar y afianzar su controvertido estilo de vida. Aunque no estuvieran presentes, había muchos vástagos que le cuestionaban, incluso dentro de su propia familia, tanto por su cercanía con los humanos, no más que alimento para otros, como por las costumbres mortales que se había obcecado en preservar; y estos monólogos le ayudaban a practicar una posible defensa ante un eventual ataque.
Y así fue como, a medida que avanzaba por el viaducto, se fue abstrayendo más y más de la realidad, adentrándose en el discurso carente de oyentes. Tal era su distracción que no se percató de las láminas que volaban en su dirección, retorciéndose por el maltrato de viendo, hasta que una chocó contra su torso. De golpe frenó su ya de por sí lento avance para agarrar el folio, el cual poseía una textura levemente rugosa, y, con tan sólo el más mínimo interés, lo observó. Nuevamente se sorprendió al descubrir un rostro insinuándose desde la superficie. Por su calidad era obvio que se trataba no más que de un esbozo y, aunque no parecía sugerir una técnica impoluta, sí que quería evidenciar un talento aún por explotar. De pronto se había olvidado del tema anterior y, retomando la marcha, comenzó a preguntarse por la procedencia de tal hallazgo, más por continuar con sus tentativas de omisión que por un sincero interés. Le gustaba el arte, pero artistas había muchos. Pronto decidió darse por vencido por la poca probabilidad de saber su origen, pero justo cuando decidió alzar los hombros, se fijó en una maleta abierta de par en par sobre el embarrado suelo y, un par de metros más allá, a uno de aquellos pobres hombres –si es que a éste, con su joven aspecto, podía tildársele como tal–. Era alto, de cabello castaño y con una clara sobredosis de a saber qué sustancia. Y como dato a mayores –no es que Adriel, que ya sabemos cuán respetable, casto y virtuoso es, se fijara en esas nimiedades ni en la más, más mínima y remota posibilidad–, se trataba de un muchacho con uno de esos atractivos que, por serlo en tal cantidad, uno se ve tentado a acusarlo de ofensivo de ser ineludible.
- ¿Te encuentras bien? - sin dudar, el bermejo se había acercado a él, consciente del estado del otro y, por lo tanto, sin precaución alguna por considerarle una imposible amenaza.
Adriel d'Auxerre- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 98
Fecha de inscripción : 24/01/2014
Re: Hit me right between the eyes / Adriel
El primer impulso al sentir la presencia de otra persona, fue alejarme un poco más allá, hasta llegar al seguro resguardo de una pared, ahí me detuvo tratando de conservar el equilibrio. Estaba más que claro que no me encontraba bien, por lo que su pregunta estaba fuera de lugar. Con trabajos logré enfocar al sujeto que me dirigía la palabra; ahí pude darme cuenta perfectamente que se trataba de otro “estirado” que al juzgar por la pinta, debía tener algo con aquel cerdo que me había estafado horas atrás. No le bastaba con verme humillado, sino que ahora mandaba a otro de sus compinches para terminar la faena, quizás con la esperanza de llevarle la noticia de mi muerte accidental. Era la clase de cosas que la clase pudiente estaba acostumbrada hacer. Pisotear al pobre hasta hundirle en lo más profundo en el fango.
-Ya puedes irle diciendo a tuamigo que logró su objetivo. ¡Que le aproveche el cuadro! Que alardee de que ha sido su primogénito el que lo ha realizado. -Escupí algo de saliva acumulada en mi garganta, moría de sed. Después una sonrisa indescifrable se formó en mi rostro- Pero de nada le ha de servir, cuando se den cuenta los más estudiados, de que no sabe diferenciar la izquierda de la derecha, del rojo y del azul… La afrenta será muy grande. La vergüenza, el escándalo.- Comencé a carcajearme como un auténtico estúpido beodo, por la imagen mental que se había formado en mi cabeza-. Ése día he de revocarme de risa en sus narices. Escupiré su rostro como el ha hecho conmigo-. Si la bebida y las sustancias querían derrumbarme, el orgullo me levantaba. Alcé el rostro y mirada hacia el hombre, mostrando un semblante serio, ya las carcajadas habían quedado atrás segundos antes.- Si has venido a matarme para que no pueda irme de la boca, déjame decirte que no lo vas a tener muy fácil. Aún puedo defenderme. Inútilmente levanté los puños. No le iba a engañar por obvias razones, pero no podía quedarme de brazos cruzados, sintiendo el filo de alguna daga atravesando mi cuerpo, desangrándome hasta morir y mi cuerpo arrojado en las aguas del río en el mejor de los casos. Bien podrían los perros salvajes servirse de mis despojos. En ambos casos la sola idea me ponía los cabellos de punta.
Las piernas me sostenían por puro milagro. Traté de dar dos pasos hacia la derecha, fintándolo, cuidando mi lado derecho, que siempre era el más vulnerable. Nunca lo hubiera hecho... El mundo se me vino encima. Giraba y giraba. Ya no sólo era un hombre: Eran tres. Tres hombres barbudos me observaban con semblante serio. ¿Cuál de ellos atacaría primero? Ya desvariaba ¡Por supuesto que había que arremeter contra el de en medio! Los otros dos eran una especie de alucinación o algo parecido. Había ocurrido en otras ocasiones, no tan fuerte como ahora, pero no tendría por qué ser tan diferente la noche de hoy.
-¡Vamos, dame tu mejor golpe! -Estaba haciendo el papelón. Un ridículo más a mi ya amplia frustración, no iba a hacerme más daño del que ya estaba hecho. -Haré sangrar tu nariz. Llevarás un mensaje a tu amigo, de que Esteve Sa-Michelle no se rinde tan fácil.
-Ya puedes irle diciendo a tuamigo que logró su objetivo. ¡Que le aproveche el cuadro! Que alardee de que ha sido su primogénito el que lo ha realizado. -Escupí algo de saliva acumulada en mi garganta, moría de sed. Después una sonrisa indescifrable se formó en mi rostro- Pero de nada le ha de servir, cuando se den cuenta los más estudiados, de que no sabe diferenciar la izquierda de la derecha, del rojo y del azul… La afrenta será muy grande. La vergüenza, el escándalo.- Comencé a carcajearme como un auténtico estúpido beodo, por la imagen mental que se había formado en mi cabeza-. Ése día he de revocarme de risa en sus narices. Escupiré su rostro como el ha hecho conmigo-. Si la bebida y las sustancias querían derrumbarme, el orgullo me levantaba. Alcé el rostro y mirada hacia el hombre, mostrando un semblante serio, ya las carcajadas habían quedado atrás segundos antes.- Si has venido a matarme para que no pueda irme de la boca, déjame decirte que no lo vas a tener muy fácil. Aún puedo defenderme. Inútilmente levanté los puños. No le iba a engañar por obvias razones, pero no podía quedarme de brazos cruzados, sintiendo el filo de alguna daga atravesando mi cuerpo, desangrándome hasta morir y mi cuerpo arrojado en las aguas del río en el mejor de los casos. Bien podrían los perros salvajes servirse de mis despojos. En ambos casos la sola idea me ponía los cabellos de punta.
Las piernas me sostenían por puro milagro. Traté de dar dos pasos hacia la derecha, fintándolo, cuidando mi lado derecho, que siempre era el más vulnerable. Nunca lo hubiera hecho... El mundo se me vino encima. Giraba y giraba. Ya no sólo era un hombre: Eran tres. Tres hombres barbudos me observaban con semblante serio. ¿Cuál de ellos atacaría primero? Ya desvariaba ¡Por supuesto que había que arremeter contra el de en medio! Los otros dos eran una especie de alucinación o algo parecido. Había ocurrido en otras ocasiones, no tan fuerte como ahora, pero no tendría por qué ser tan diferente la noche de hoy.
-¡Vamos, dame tu mejor golpe! -Estaba haciendo el papelón. Un ridículo más a mi ya amplia frustración, no iba a hacerme más daño del que ya estaba hecho. -Haré sangrar tu nariz. Llevarás un mensaje a tu amigo, de que Esteve Sa-Michelle no se rinde tan fácil.
Esteve Sa-Michelle- Humano Clase Media
- Mensajes : 66
Fecha de inscripción : 10/12/2013
Re: Hit me right between the eyes / Adriel
Adriel no solía vestir ropa foral, no al menos cuando acudía a lugares en los que destacaría por dichos ropajes y no por su desparpajo, tal como era la taberna de la que se encontraba volviendo. Sin embargo, en aquella ocasión no había tenido el tiempo para cambiarse –o más bien las ganas de hacerlo- y su vestimenta evidenciaba, aunque disimuladamente, el pudiente estatus de su familia. Sabía que si al volver a la mansión el primogénito le pillaba con la fina camisa empapada en cerveza de mala calidad se llevaría una reprimenda, pero tampoco era algo que le frenara. Tenía más de cuatro siglos a sus espaldas y, por mucho que se empeñaran, él no era el hijo de ninguno de los residentes en aquel hotel. De hecho, casi resultaba un incentivo, como la chispa necesaria para que la mecha de su rebeldía prendiera y le impulsara a intentar contrariar a aquel que quisiera imponer su voluntad sobre la de él. Él, ante todo, era libre. Pero en aquella ocasión la rebeldía había jugado en su contra y loe había revelado como un miembro de la clase pudiente, en la cual se emplazaba sólo con un pie y de puntillas. Y eso lo había notado hasta aquel muchacho en un profundo estado de intoxicación.
En los primeros instantes, Adriel no entendió nada. El joven apenas lograba balbucear palabras, que en cualquier caso carecían de sentido para el vástago. ¿Le conocía de algo? Así parecía ser, a juzgar por lo que decía, y aunque sus rasgos no le eran familiares, tampoco podía decirse que fuera capaz de recordar el rostro de todos los individuos con los que había entablado conversación en su relativamente larga existencia. Le resultaba sencillamente imposible.
- Disculpa, ¿nos hemos encontrado con anterioridad? – pese a la obvia hostilidad del mortal, él intentó conservar la calma – Creo que necesitas tranquilizarte, aquí nadie ha venido a matarte. Anda, vuélvete a sentar antes de que te caigas por tu propio peso – lo ideal hubiera sido que el vampiro se hubiera acercado a ayudarle, pero entonces no creía que el otro fuera a confiar en él lo suficiente como para aceptar asistencia que implicase contacto físico.
Pese a su consejo y su tono relajado, el mocoso se había obcecado en que él era su enemigo., lo cual fue algo que comenzó a calar en el ánimo de Adriel, que si bien parecía ser impermeable al alcohol, no lo era tanto para aquella adversidad. No tenía ni la más remota idea de quién sería aquel ”amigo” que le había agraviado tanto, pero estaban empezando a dejar de importarle los problemas que tuviera aquel desvalido que no hacía más que arremeter contra él. Pero, al final, lo que terminó de inclinar la balanza fue el hecho de que sus palabras buscaran en sus puños unos compañeros de baile para los propios del humano. No necesitó ningún pretexto más.
Ni la excusa de la bebida, ni el paseo por el frío París habían servido para sosegar su temple. Pero había algo que sí podía hacerlo a la vez que lograría paliar su necesidad. De pronto, las provocaciones que surgían de la boca de aquel ingrato se mitigaron hasta casi ser mudas para sus oídos y éstos se centraron en otro sonido. Constante y algo alterado, el único corazón palpitante inundaba el aire con su particular repiqueteo, embriagando ahora sí al inhumano que comenzó a salivar. Sus golpes le seducían y le sugerían la presión que hacía a aquel líquido recorrer el cuerpo. Y la visión de ese humor se le hacía irresistible.
- ¿Mi mejor golpe? No, joven desagradecido, no habrá necesidad de eso – comenzó a acortar las distancias y, sin dificultad por su invalidez, agarró ambas muñecas para colocar sus brazos hacia abajo. A su parecer, el contacto era sumamente cálido y, porque a él le fascinaba dicho contraste, eso logró insistir más en sus ansias -. De todas formas, aquí el único que va a sangrar eres tú – dicho esto, sus manos le apresaron, por cabeza y hombro, para descubrir la delicada superficie de su cuello. La yugular latía con fuerza y pronto ésta quedó cubierta por la boca de Adriel. Sus mandíbulas se abrieron y los colmillos desgarraron su piel, horadando la vena y haciendo que el ansiado elixir se precipitara hacia su garganta.
En los primeros instantes, Adriel no entendió nada. El joven apenas lograba balbucear palabras, que en cualquier caso carecían de sentido para el vástago. ¿Le conocía de algo? Así parecía ser, a juzgar por lo que decía, y aunque sus rasgos no le eran familiares, tampoco podía decirse que fuera capaz de recordar el rostro de todos los individuos con los que había entablado conversación en su relativamente larga existencia. Le resultaba sencillamente imposible.
- Disculpa, ¿nos hemos encontrado con anterioridad? – pese a la obvia hostilidad del mortal, él intentó conservar la calma – Creo que necesitas tranquilizarte, aquí nadie ha venido a matarte. Anda, vuélvete a sentar antes de que te caigas por tu propio peso – lo ideal hubiera sido que el vampiro se hubiera acercado a ayudarle, pero entonces no creía que el otro fuera a confiar en él lo suficiente como para aceptar asistencia que implicase contacto físico.
Pese a su consejo y su tono relajado, el mocoso se había obcecado en que él era su enemigo., lo cual fue algo que comenzó a calar en el ánimo de Adriel, que si bien parecía ser impermeable al alcohol, no lo era tanto para aquella adversidad. No tenía ni la más remota idea de quién sería aquel ”amigo” que le había agraviado tanto, pero estaban empezando a dejar de importarle los problemas que tuviera aquel desvalido que no hacía más que arremeter contra él. Pero, al final, lo que terminó de inclinar la balanza fue el hecho de que sus palabras buscaran en sus puños unos compañeros de baile para los propios del humano. No necesitó ningún pretexto más.
Ni la excusa de la bebida, ni el paseo por el frío París habían servido para sosegar su temple. Pero había algo que sí podía hacerlo a la vez que lograría paliar su necesidad. De pronto, las provocaciones que surgían de la boca de aquel ingrato se mitigaron hasta casi ser mudas para sus oídos y éstos se centraron en otro sonido. Constante y algo alterado, el único corazón palpitante inundaba el aire con su particular repiqueteo, embriagando ahora sí al inhumano que comenzó a salivar. Sus golpes le seducían y le sugerían la presión que hacía a aquel líquido recorrer el cuerpo. Y la visión de ese humor se le hacía irresistible.
- ¿Mi mejor golpe? No, joven desagradecido, no habrá necesidad de eso – comenzó a acortar las distancias y, sin dificultad por su invalidez, agarró ambas muñecas para colocar sus brazos hacia abajo. A su parecer, el contacto era sumamente cálido y, porque a él le fascinaba dicho contraste, eso logró insistir más en sus ansias -. De todas formas, aquí el único que va a sangrar eres tú – dicho esto, sus manos le apresaron, por cabeza y hombro, para descubrir la delicada superficie de su cuello. La yugular latía con fuerza y pronto ésta quedó cubierta por la boca de Adriel. Sus mandíbulas se abrieron y los colmillos desgarraron su piel, horadando la vena y haciendo que el ansiado elixir se precipitara hacia su garganta.
Adriel d'Auxerre- Vampiro Clase Alta
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