Una apacible velada {Adriel & Denisse d'Auxerre}

Desde que el tiempo es tiempo existe el conflicto. Allá donde un depredador ronde a su presa, donde un individuo se debata consigo mismo acerca de la situación más banal o, incluso, donde un peñasco desprendido vaya a chocar contra otra roca, existe el conflicto. Este término no define otra cuestión que el enfrentamiento entre dos entes, ya sean espadas, garras o palabras los instrumentos utilizados para el ataque y la defensa, y la presencia de dicho concepto está firmemente incluida en las estructuras de comportamiento que rigen naturalmente el mundo. Pero, como todo, hay diferentes tipos de conflictos y, como ocurre en muchos casos, el ser humano ha utilizado tal recurso exagerándolo hasta el punto de crear una nueva y engrandecida visión del mismo: la guerra.

¡Oh, sí! ¡La guerra! ¡Cuánto se ha perdido y cuánto se ha ganado a causa de ella! ¿Y qué es el beneficio de uno sino el perjuicio de otro? Día a día se desarrolla y se prueba esta teoría, pero en la guerra todo se vuelve desmedido y casi enajenado por la presencia de un serio rival al que abatir y la posibilidad de salir gravemente herido. Y, a su vez, hay muchos tipos de guerra, principalmente dependiendo de la condición de sus participantes, pero no nos extenderemos detallando todos ellos y nos centraremos en el propio que nos interesa a través del caso concreto que pretendemos introducir.

D'Auxerre y de Bordeaux, dos apellidos que al ciudadano mundano y de a pie seguramente no le sugerirían gran cosa. Y, sin embargo, se ven íntimamente ligados a la Historia de París. Se tratan de dos antiguas familias -no naturales, sino de moradores de la noche- cuyo origen debe buscarse hace muchos siglos en dos individuos cuya amistad debió truncarse en una amarga disputa que envenenó la sangre y los corazones de dichos fundadores y que se trasmitió cual epidemia de abrazo en abrazo. Y la aversión fue el origen de la guerra. No siempre fue un enfrentamiento abierto, dado que los miembros de dichas familias podían resultar harto distintos y unos preferían centrarse más en la violencia física mientras que otros, por ejemplo, se dedicaban a sabotear los intereses de sus enemigos. Pero, igualmente, siempre estuvo presente, marcando la vida de París.

Uno de estos familiares, Adriel d'Auxerre, se hallaba sentado holgadamente en un cómodo sillón, de tapicería borgoña, apoyando su cabeza con suavidad sobre el final de esa extremidad que hundía su articulación en el reposabrazos izquierdo. Sus ojos se hallaban perdidos en la mirada juguetona de su eventual compañero, el cual le devolvía una sonrisa que sólo anticipaba el rápido beso que quiso robarle. Se trataba de un joven moreno cuya supervivencia se basaba en mantener satisfechos a aquel que buscara pagar por él, hablando especial y casi únicamente en términos sexuales. Sin embargo, el vástago del que estamos hablando también requería de él un suplemento especial: su sangre. Desde luego, no había amor y Adriel ni siquiera contaba con que éste se mostrase completamente sincero, algo que, de todas formas, no llegaba a importarle. Le entretenía y cumplía sus expectativas y eso era suficiente. En algún momento, el menor, que debía sobrepasar con dificultad la mayoría de edad, le revolvió el rojizo cabello y emitió una alegre risotada, tan sólo como preludio de la captura de su nuca que posibilitó el profundo beso que el vampiro le forzó a tomar. Como si éste fuera a querer resistirse.

- Venga, ve a ponerte algo encima. Mi hermana no tardará en venir y no quiero que se escandalice – se refirió a la escasez de ropa del pelinegro, que no portaba más que una ligera sábana cubriéndole el pubis. Aunque, por supuesto, su supuesta hermana, que técnicamente ni siquiera lo era dentro de aquella familia, pero que así le llamaba, se iba a alterar por ello. Igualmente, el chico no tardó en desaparecer por la puerta, dejando tras de sí el rastro de su olor corporal, que poco a poco fue desvaneciéndose.

Adriel cerró los ojos un momento para deleitarse con él antes de volver a tomar el vaso de whiskey que se llevó a la boca. Su rostro se contrajo en una muestra de desagrado, lo que evidenciaba que nunca había acostumbrado al sabor del licor. Ni siquiera sabía por qué insistía en seguir tomándolo, tan sólo que una y otra vez volvía a darse a aquel desagradable gusto. Luego, se levantó y, con paso tranquilo, llegó a la ventana para observar el exterior. Desde aquel Hôtel de Rohan, la desierta calle se observaba apenas iluminada por la luz de la luna, sumiendo el panorama en un ambiente tan desolador como apacible. El d'Auxerre decidió decantarse por la segunda sensación, contemplando con tranquilidad la noche parisina a la espera de que alguien llegase a aquella estancia o que Louis -que así se llamaba el prostituto- regresara.

En ocasiones como aquella, en la que la soledad se mezclaba con la calma, la mente de Adriel tendía a cerrarse sobre sí misma, enganchando una cadena de pensamientos que se sucedían sin prisa, pero que tendían a hacerle perderse en los intrincados recodos de su intelecto. Esto era una característica que podría sorprender a muchos, dado que la fama de violento del vástago no tenía tanto que ver con la realidad. De hecho, su actual expresión desmentía tal posibilidad. Lo que pocos sabían o parecían comprender era que su rabia y su agresividad no se debían sino a las largas horas que durante siglos había invertido en formar las bases de su razonamiento. En realidad, su gusto por la violencia no era tal, sino la consecuencia de un marcado idealismo, el cual, de todas formas, había mutado a lo largo del tiempo en un proceso que muchos podrían denominar de malograr.

Olvidándonos de cuestiones generales de su personalidad, en ese preciso momento, y pese a su sereno rostro, se hallaba turbado. Contradiciendo su apariencia, su interior repetía una y otra vez diversos sucesos, unos recientes, pero otros con más de una centuria de antigüedad. Los lejanos resultaban dolorosos y, por una parte, no quería regresar a ellos, pero los nuevos le impedían este deseo. Éstos n o eran más que rumores y, aunque él sabía cuánto daño podían hacer a la verdad por su probabilidad a descubrirse falsos después de haber hecho suficiente maldad, no podía quitárselos de la cabeza. En concreto, el núcleo de todos ellos era un nombre que volvía a resonar en los oscuros callejones por las noches y cuyo propietario aun no parecía querer hacerse demasiado presente; pero lo hacía lo suficiente como para traer consigo esos hasta entonces enterrados recuerdos. Por esos instantes, cerró los párpados y llevó su mano a esa tersa nuca para que ésta terminara perdiendo la fuerza que la sostenía y cayese suavemente por ese lívido pecho que quedaba descubierto por la abierta camisa.

Adriel aun  se halló sumido en dicho estado demasiado tiempo sin siquiera percatarse de lo extraño de que aquel jovenzuelo no hubiera vuelto a calentar su regazo y tan sólo hubo de liberarse de él cuando el sordo ruido del pomo girándose le arrancó de golpe de él, aunque no más que por un instante. El movimiento de la hoja terminó por revelar la esbelta e idealizada figura de su hermana, a la cual dedicó una sonrisa tan escueta como rápida, tras lo que volvió a dirigir su mirada al exterior. Ella le abrazó y el contacto, aunque frío y duro como la roca, resultó lo suficientemente cálido como para reconfortarle y hacer que el pesimismo que invadía su ser, por mucho que lo siguiera siendo, no lo fuera tanto.

- Algo ocurre, hermana – pronunció sereno, con una seguridad que había aprendido a construir. Llevó sus manos a los brazos de ella, quizás para evitar que el agarre se rompiese, pero permaneció inmutable ante el beso, por mucho que no tuviera duda alguna de si lo agradecía -. Creo que ha vuelto – no sabía si ella le entendería tan sólo con esas palabras, así que especificó -. Creo que Lorian de Bordeaux ha vuelto a París.

Pronunciar sus pensamientos en voz alta debió de volverlos más reales y su expresión ahora sí comenzaba a expresar lo que crecía en su interior. Resopló con el ceño fruncido y las aletas de la nariz marcadas para, a continuación, ser él el que se desprendiera del amarre y, así, poder girarse y dirigir sus pupilas a las de ella. Quizás no hicieran falta palabras para transmitirle buena parte de sus inquietudes, pero, aún así, quiso expresarse.

- Por una parte quiero que esta posibilidad sea verdad, quiero... venganza – iba a decir justicia, pero él sabía que una balanza equilibrada no sería suficiente par él. No, en ese tema en particular le era imposible ser justo; necesitaba ser cruel. Y este era el punto que sustentaba la continuación de su intervención -. Pero, por otro lado, no quiero que vuelva a destruir todo lo que he logrado de mí. Sé que su presencia aquí me cambiaría; sé que destruiría la relativa paz que he logrado establecer en mí. Sé que la guerra abierta volvería a París – a una porción bastante importante esto le resultaba deseable, ya que lo único que quería era herir a esa torcida familia de vástagos cuya existencia debía ser erradicada de esa ciudad que los había visto nacer. Pero otra parte de él sabía lo destructiva que era la guerra -. Detesto a los de Bordeaux – maldijo y, de estar en el exterior, hubiera escupido al suelo.

El vástago no sabía si Denisse tenía alguna idea de quién era exactamente Lorian de Bordeaux. En el caso de que así fuese, no creía que hubiera sido por sus propias palabras, pues él no solía hablar de los eventos que le habían llevado a detestar a aquel ser como a ningún otro sobre la faz de la tierra, vivo o muerto, pero bien podría haberle puesto al tanto cualquier otro miembro de su familia. En cualquier caso, y a juzgar por su falta de mención al respecto, Adriel no creía que fuera así. Mirándola con esa expresión que casi parecía traducirse en una prematura derrota, se alejó de la ventana y comenzó a divagar por la estancia, rodeando los sillones y acabando en la sencilla chimenea de mármol que no recordaba que hubiera sido prendida ni una vez desde su emplazamiento en aquella estancia. Pasó su dedo índice por la superficie, describiendo con un lento movimiento uno de sus cantos y acompañando así el sosegado divagar de sus pensamientos.

– Lo sé, hermana. Esta ha sido la guerra de toda la familia desde antes de que cualquiera de nosotros podamos recordar y te juro que no hay nada que pueda desear más que la extinción de esa torcida estirpe – había terminado aceptando ese irracional odio que sentía hacia sus enemigos ya que tampoco le había quedado otro remedio. Era parte de en lo que se había convertido, ahora corría por sus venas como lo hacía esa especial aflicción que le posibilitaba vivir aún estando muerto –. Dorian no lo sabe, eres la primera a la que le digo algo. Todavía no hay nada confirmado, no son más que palabras sueltas que fluyen libres por París. Sé que las habladurías suelen no ser ciertas, pero dudo que en esta ocasión erren demasiado – los vampiros, por lo general, no tenían el gusto mortal por chismosear, aunque bien era cierto que los bulos que éstos fabricaban solían ser más peligrosos, dado que sus fines eran más dañinos.

El d'Auxerre se acercó de nuevo a la mujer y la tomó de la mano para acercarla a los mullidos asientos. Él se sentó en el que había ocupado bastantes minutos antes con el muchacho ausente y la invitó con un movimiento a imitarle. Quería hablar con ella más tranquilamente y contarle parte de lo que le faltaba por saber. Antes de comenzar, se tomó un rato para ordenar sus ideas y reunir fortaleza para abrir esa ya entreabierta puerta al pasado.

– Lorian no es tan sólo otro de Bordeaux para mí, Denisse – comenzó, observando la lujosa alfombra persa de seda de tonos rojizos, dejando que sus pupilas circularan sin demasiado interés sobre los motivos vegetales que había tejidos en ella. Intentó buscar palabras para introducir a la mujer en lo que tenía que decir, pero no encontró forma de ponerle en contexto, así que simplemente lo dejó fluir directamente –. Él es quien mató a Radulf, mi sire – volvió su mirada a la de ella por un instante y, de nuevo, volvió a retirarla con un suspiro –. Si vuelve a mí sé que me convertiré en una bestia y, aunque no quiera ahora, sé que desearé dar mi vida, o lo que queda de ella, para verle sufrir y verle muerto, más que a cualquier otro – hizo una pausa para volver a resoplar y luego agitó la cabeza para intentar expulsar la pesadumbre de su pecho –. No importa, hermana. Son de Bordeaux y mis deseos no tienen el menor valor ante el cometido y el deber de nuestra sangre. Tienes razón, deberíamos comunicárselo inmediatamente a Dorian y al Patriarca, si han vuelto no nos pueden encontrar confiados e indefensos – iba a volver a levantarse, pero, entonces, alguien abrió la puerta contraria de la estancia a la que había entrado su hermana. Era el prostituto que, por fin, había vuelto con unos holgados pantalones y una sencilla camisa encima. Se quedó en el vano al posar su mirada en la nueva de la estancia, pero sin pudor y sin saludar, terminó por dirigirse directo a su cliente, reclamando su lugar encima de su pierna. Entonces, comenzó a morderle la oreja, juguetón, mientras echaba alguna mirada de reojo a Denisse; o, al menos, lo hizo hasta que escuchó las palabras del vampiro, las cuales le hicieron mirar a éste con una muda queja y el disgusto prendido de sus facciones –. ¿Tienes sed, hermana?

Las pupilas de la fémina se habían cargado de excitación, de sed por la acción. En Adriel, sin embargo, que ya en su momento había experimentado dichas emociones, la carga del tiempo había transformado la impaciencia en prudencia. ¡Quién le viese y quién le viera! ¿No era aquel el que alzaba el puño al aire, incitando e inspirando con sus potentes alaridos a la marabunta en los días en los que se gestó la República? ¿No era aquel el que, sin miedo, se había arrojado a los soldados e inquisidores que intentaban prorrogar un par de años más un régimen ya moribundo? Sí, y, pese a ello, ahí estaba, en una tesitura en la que muchos pudieran haberle tachado de pusilánime. Y esto tan sólo era debido a la experiencia. Sabía de primera mano cómo era una guerra de vampiros -y más concretamente esa guerra- y comprendía lo serio de asunto. Pero ella no lograba atisbar dicha gravedad, por lo que el varón no podía sino preocuparse por ella. Aun así, no pronunció palabra al respecto, respetando el momento en el que Denisse se alimentaba.

El muchacho se revolvió sobre Adriel, molesto por la fuerte punzada que le habían propiciado en la muñeca. Él, por su parte, posó una mano en su muslo mientras con la otra acariciaba su cuello. Intentaba tranquilizarle, algo que evidenciaba el suave silbido que dejaba escapar junto a su oído. Resultaba ser que, curiosamente, algunos mordiscos de vampiro dolían y otros provocaban placer, quedando también espacio para una tercera opción en la que se mezclaban las dos sensaciones. Esto dependía tanto del vástago como del humano en concreto, dándose los casos en los que el ser nocturno podía provocar deleite a uno y sufrimiento a otro, y en los que una misma víctima podía ser herida por uno mientras que con otro no sucedería así. Louis, desgraciadamente, se había topado con una dama que no era compatible con él, como sí lo era el hermano de ésta. Adriel podría haber bebido igualmente de él, también para contrarrestar su malestar, pero hacerlo hubiera supuesto dejarle sumamente débil y, a decir verdad, prefería disfrutar de otras de las virtudes de su cuerpo. Además, no necesitaba nutrirse más.

Pasado casi un minuto, el vampiro más viejo notó cómo los ojos del efebo se iban entrecerrando y cómo su respiración iba perdiendo demasiada fuerza. Temiendo por su vida, tomó el hombro de la mujer y, con gentileza, la apartó de él. “Ya, Denisse” le murmuró antes de besar la mejilla del jovencito y arrimar con suavidad la cabeza de éste a su hombro para que descansase por unos instantes.

- No sé nada de origen fiable – se sinceró -, pero hay demasiados rumores sobre él como para que sea una mera casualidad y no haya algo de verdad detrás – tan ofuscado se hallaba que no se le ocurrió que pudiera ser una trampa de los de Bordeaux para quitárselo de en medio -. Prométeme que vas a tener cuidado; ellos no son cualquier enemigo. Si ninguno se nos ha resistido es porque estamos unidos; en mayor o menor medida – añadió, pensando en algunos especímenes que compartían su apellido, como el legítimo sire de ella -. Pero ellos también lo están. Serán más despreciables que cualquier cucaracha, pero tienen la suficiente fuerza como para hacernos frente y ser peligrosos. Podrían destruirnos – no pretendía asustarle, pero prefería ser realista y que ésta no se lanzase por mera impaciencia su muerte definitiva. Le tenía demasiado aprecio.

Después, el de cabello bermejo se puso en pie, acomodando al ahora dúctil muchacho en sus brazos para llevarle con facilidad. Se acercó a su hermana un paso y se reclinó como buenamente pudo para rozar con sus labios la mejilla de ésta.

- Ambos tenemos cosas que pensar. Tú sobre los planes de nuestra familia y yo sumirme en la tristeza en la melancolía – sonrió amargamente porque en realidad se estaba riendo de sí mismo. Era consciente de que debería pasar a la acción, pero también sabía que tenía que dejar a su mente seguir un proceso de recuperación. Al fin y al cabo, aún tenía tiempo para ello -. Bueno, y disfrutar de los placeres de la vida – se refirió a Louis, notándose entonces que la normal jobialidad regresaba a sus rasgos -. Recuerda, hermana, hagas lo que hagas, ten cuidado. Hazlo por mí – afianzó entonces al indefenso prostituto y se giró, avanzando hacia la salida con pretensiones de regresar a su cuarto -. Que pases buena noche, Denisse.