En mitad de la Nada - (Privado)

por **Heite Duncan** Miér Jul 09, 2014 8:24 am

Aun la noche no había muerto tras los primeros vestigios del sol en el horizonte, cuando Heite salió de su pequeña cabaña. Se dirigió al lago, ella tenía un lugar especial apartado de esas zonas mas transitadas, en ese rincón secreto solía ir a refugiarse. Pero hoy solo deseaba refrescarse, la noche había sido calurosa, no tenía muchas comodidades en su hogar, solo un camastro, una mesa, dos silla y un pequeño cuarto que pensaba acondicionar como baño, cuando pudiera comprar una bañera de latón. Pero tendría que hacer horas extras si deseaba comprarla antes que el otoño llegara, porque mientras hiciera aquel tiempo agradable podría bañarse en el lago, pero cuando los primeros fríos llegaran, aquello sería una locura.

Caminó por el sendero hasta llegar a la orilla y allí se sentó, comenzó a tararear una de esa canciones de su infancia y entre contoneos y mímica de tocar su harpa se desvistió, dejándose solo una enagua, una simple prenda que colgaba de sus hombros sujeta a ellos por lasos. Ésta le cubría hasta la altura de sus rodilla, con pequeños pliegues en la estrecha cintura, aquello permitía dar sensación de amplitud en la cadera, bajo los vestidos. Se acercó a la orilla y con lentitud sumergió sus pies, haciendo equilibrio para no pisar una piedra resbaladiza en el fondo, si es que la hubiera, y así, se fue adentrando en el agua hasta la altura de sus hombros. Suspiró aliviada, la sensación de frescura la hizo sonreír. Inspiró profunda y rítmicamente, se deslizo lago a dentro y nadó un buen rato, saliendo del agua cuando sus dientes comenzaron a castañetear de frio.

No le llevó mucho tiempo secar y colocarse la ropa que solía usar para trabajar, era un simple vestido de color beige, en realidad alguna vez había tenido colores brillantes, pero con el tiempo, el uso constante y los lavados, aquellos detalles se había desvanecido. Aunque, para Heite, eso no tenía importancia, ¿Donde podría estar mejor que allí donde ahora vivía? Era libre, nadie la maltrataba, no tenía su cuerpo cubierto de moretones o heridas provocadas por los cintazos. Podía ser que la comida escaseara, que no se pudiera comprar nuevos vestidos o que sus botas estuvieran algo deslucidas como toda su vestimenta, pero la belleza de su sonrisa, la amabilidad de su trato y su voz melodiosa, le ayudaban a sobrevivir. En todo eso pensaba cuando terminó de vestirse y por la luz que ya comenzaba a iluminar el lugar supo que mejor sería partir al mercado.

Cuando llegó a su cabaña, una vecina, mujer ya mayor, la esperaba. Heite se a presuró – ¿ocurre algo señora Rais? - preguntó al verla parada al lado de su puerta, la mujer asintió con un leve movimiento, - si, pequeña, pero no es para que te asustes, solo que como mi sobrino va hasta la ciudad, él te puede acercar y dejar en el mercado, así no llegas cansada – la sonrisa en el rostro de la mujer decía que sus intenciones era puras, pero Heite había comenzado a desconfiar de todos y en especial del sobrino de aquella mujer. Agradeció con sinceridad, pero aseguró que había quedado con unas amigas y como ella, trabajaban en puestos en el mercado, irían todas juntas.

Tras cerrar la puerta de su hogar, verificar por décima vez que el collar en su cuello, se encontraba seguro pues de él colgaba el anillo de su abuela, se dirigió a donde la esperaban Greta y Tiana, sus amigas y confidentes, ellas también eran pobres y solían ayudarse mutuamente, por eso se sentían tan cercanas la una a las otras. Hablando de infinidad de temas y en especial de lo que mas les importaba a las dos amigas de la escocesa – novios – de los cuales ella dudaba mucho que supieran algo. Cuando las escuchaba hablar Heite solía reír y luego de recibir rezongos y lagrimas fingidas, al no creer en sus relatos que, casualidad o no, se parecían demasiado a las historias que ella les había relatado sobre las leyendas de su amada Alba.

Al llegar al mercado cada una tomó un rumbo diferente prometiendo encontrarse al llegar la tarde, para volver nuevamente todas juntas y seguras al lago donde todas vivían. Se apresuró a llegar a su puesto, el dueño de seguro estaría esperándola, rogaba que no la sermoneara por llegar unos minutos pasadas la siete de la mañana. Pero se sorprendió al verlo, el hombre ya había arreglado todo, su rostro demostraba que algo lo preocupaba – buenos días – dijo Heite apenas alcanzar la parte de atrás del puesto de frutas, el señor Kerrt suspiró con tristeza, - Heite, la señora Kerrt, no se siente bien y la acompañaré al hospital, necesito que te quedes y lleves el negocio, no podré venir a cerrarlo, así que deberás quedarte hasta tarde y dejar todo arreglado – la joven asintió en silencio, en el semblante de aquel pobre hombre se notaba la angustia y el miedo a perder lo que amaba. Por eso ella no protestó por tenerse que quedarse hasta tarde o volver sola a su hogar, ya entrada la noche, le debía demasiado al matrimonio Herrt y no los defraudaría.

Pasó el día, entre ventas, regateos y cuidar que algunos niños de la calle no robaran frutas, prefería darles, de lo que le estaba permitido comer antes de llamar a la policía para que los llevara, sabía que los reformatorios solo empeoraban la situación – si es que salen vivos – pensó con tristeza. Cuando el mercado comenzó a quedar desierto, ella guardó todo los elementos, las cestas, los cajones, las verduras que podían soportar varios días, y las que se podía descomponer las vendió a unos vendedores de cerdos, esas monedas le vendrían bien para comprarse por fin lo que anhelaba.

Se arrebujó en su capa raída y caminó con paso firme por el camino que llevaba a las afueras de Paris. Aunque no lo quisiera admitir, estaba asustada, por eso el corazón latía con fuerza en su pecho, nunca había hecho ese camino tan tarde, esperaba llegar pronto a su pequeña cabaña, calentar agua, hacerse un caldo y poder dormir con algo caliente en su estomago, pensar en ello en medio de la calle oscura, con el bosque oscuro por un lado y el campo agreste por el otro, la mantenían alerta, rogando al Dios cristiano que la protegiera y a sus antiguos dioses también.

por **Malkea Ruokh** Miér Sep 03, 2014 5:55 am

El viento susurraba a través de los árboles, acariciando las suaves hojas mientras portaba ecos de otro mundo. Su discurrir era lento, pero transitaba una distancia inusual, llegando a rincones a los que, por norma, deberían quedarle vedados. Allí donde hubiera un remanso de agua, la superficie se veía súbitamente agitada; allí donde la roca quisiera detener su cauce, la pétrea materia se craqueaba. Incluso los animales percibían la incorpórea amenaza, alzando de golpe las orejas y, si no huían directamente, se refugiaban en lo más hondo de sus madrigueras. Nada parecía ser ajeno a la extraña presencia. De insólita manera, la parsimoniosa corriente de aire se articulaba en torno a una voz que se obcecaba en sobrevivir ese gran recorrido antes de desaparecer repentinamente. El tono de ésta no era grave, pero tampoco dulce ni estridente, tan sólo un susurro cuya profundidad no parecía poder pertenecer a ningún humano. Siseaba y a la vez gritaba mudamente, rompiéndose con esos fonemas comprensibles por tan pocos. Y, desde luego, uno de tales escasos privilegiados era su emisor.

Malkea Ruokh, hechicero, brujo o nigromante, la denominación poco importa, un mago de un turbio aspecto aniñado pese a sus treinta años de presente existencia, uno de los más poderosos de su época y, en ese preciso momento, uno de los más inválidos. La paradoja se daba por la insuficiente magnitud de su alma, que se traducía en la imposibilidad de dominar el potencial que corría por sus venas en forma de éter luminiscente. ¡Qué irónico! ¡Ganar tamaña fuerza para que la cantidad llegase a desbordar su propia voluntad y resultara más carga que beneficio! Pero, pese a todo la invalidez no era completa y, por supuesto, no le impedía seguir practicando las artes ocultas, por muy imprevisibles que pudieran resultar sus consecuencias. Por eso se encontraba en el bosque, precisamente en el lugar en el que, tiempo atrás, el velo entre ambos mundos se hubiera desgarrado en una desafortunada coincidencia que les había arrastrado a él y a una gitana de cuyo nombre no se acordaba al Más Allá. La fisura se había reparado en su mayor medida, pero aún presentaba mayor debilidad que el resto del tejido, ventaja que había acudido a aprovechar.

- Biotshä partzalae; Pruos emëtsent; Marditzä deshphae eur Khanà damshvet. Sëmkás, Takhpít dasmket a Hoý öp, gdú? – se dirigía a una elipse de humo y luz que se encontraba a un metro frente a él y a un palmo sobre los cadáveres de dos corderos degollados, cuyos espíritus habían atravesado el lienzo, arañando aún más las desgastadas hebras. Tras su intervención pasó no menos de un minuto antes de recibir una respuesta, cuya existencia hacía temblar los árboles que le rodeaban.

Spoiler:

- Jast Malkea Ruokh khimrà ir Dalmä eu jast si-kan mossret khimrý-ý, khimrà. Ça Detzó lassútz Rutma å – por tales palabras, el brujo bufó con repentino y evidente malhumor –. Danwastútz a Ewälý eu eo Tedám, Nimás wos Dalmä natskhae kü.

Spoiler:

- E Ewäl! E Ewäl damewäldrae! E cetdám, si-kom këlk Luda khärbèndt ir Kautý, bessoshae Khäribás. Naméjs wastarý Ewälý kés? Cý ou gverý nitch koj damewältae Ipstý?

Spoiler:

- Damtsukitútz, Malkea Ruokh! – la fractura brilló en una intensidad de completa negrura por el bramido que casi logra tirar al suelo al nigromante - Tout öp Tedám. Dalmä kamlet Famna eu Muot besdro däh.

Spoiler:

- Famna eu Muot däh? – la incredulidad se mezclaba con la incomprensión, dibujando una perfecta caricatura en su expresión. Y, pese a su necesidad de remedio al misterio, aún no había llegado el momento de recibir uno.

Spoiler:

- Ir Khasarlát oklet eos Warasý. Tou dam’modae matedamóm – y, dicho esto, el aro luminiscente se evaporó.

Spoiler:

El desconcierto se adueñó del brujo, que se quedó mirando el espacio que antes había ocupado la fractura por unos cuantos segundos. Pero cuando hubo de despertar, el asombro no tardó en desvanecerse de su faz, desvelando entonces el ceño fruncido que era signo de su corriente hosquedad. Sus brazos también quisieron sumarse a la cólera, asiendo un pedrusco del suelo y lanzándolo al lugar al que instantes antes se dirigiese al hablar. Luego respiró agarrándose a la repentina calma como si ésta fuera a ser capaz de tranquilizarle, situación que sabía que no sucedería, ni quería que sucediese, y cerró los ojos.

Fue entonces cuando se dio cuenta del cambio en su próximo derredor. Como si se hubiese olvidado de las palabras finales del gran espíritu, se sorprendió al percatarse de una presencia extraña en algún punto a la derecha de él. Sus fauces se cerraron con fuerza y su respiración se volvió tan profunda que su pecho parecía querer explotar. Al centrarse en el nuevo ente le reconoció como humano, pero no fue capaz de descubrir más al respecto.

- ¿¡Quién anda ahí!? – vociferó tras de repente ponerse en pie, ahora en francés y recuperando un matiz más terrenal que el que usara con anterioridad. Y, aun así, su voz seguía evidenciando cierto cariz sobrenatural.

por **Heite Duncan** Sáb Sep 20, 2014 9:11 am

Se había parado en mitad de la calle oscura, apenas iluminada por la enorme luna que se marcaba en el cielo despejado. Cuando un susurro llamó su atención, - ¿Qué podría ser eso? – comenzó a escuchar una voz profunda y extraña, la que se hacía más fuerte, en cuanto se iba acercando al origen de la misma. Pero el tono de voz no era lo que le atraía, con tanto poder, en verdad era la lengua en que se estaba dirigiendo - ¿en qué idioma hablaría? – se preguntó. La curiosidad se apoderó de ella y a pesar del miedo que irradiaba por cada poro de su cuerpo fue acortando la distancia, entrando en el tupido bosque. Sus pasos la fueron llevaron, lenta pero segura, hasta donde se encontraba el dueño de esa voz. Se podía sentir el peso del silencio, cada paso que daba era como si un trueno se escapara de alguna tormenta. Todo sonido estaba sobre valorado, el mínimo ruido parecía en sus oídos un estruendo de batalla, si le parecía que podía sentir sus propios latidos. Estaba tan nerviosa que las manos comenzaron a sudarle.

Se escondió tras un árbol robusto, agradecida por no llevar uno de esos trajes de colores brillantes que solían usar las señoritas de clase alta. Ella que apenas podía costearse un simple vestido, siempre usaba color parduzco, deslucidos que le permitieran disimular las manchas y el polvo que imperaba en el lugar en el que trabajaba. A veces odiaba eso, porque al fin de cuentas era una joven y quería verse tan bonita como cualquiera de las señoritas que caminaban radiantes por la Plaza Tertre. Pero en ése preciso instante, no podría haber estado más feliz de llevar uno de sus gastados vestidos, pues así no sería tan fácil que la descubrieran. Tampoco usaba perfumes costosos, a lo sumo, eran fragancias caseras que ella misma maceraba de algunas flores de estación y lograba sutiles perfumes, como el que llevaba puesto, un suave aroma a lavanda se desprendía de su piel, pero tan mínimo que no creía poder ser detectada por él.

Su respiración era superficial, porque temía que ésta la delatara, de lo que fuera que se encontraba en mitad del bosque intentando comunicarse con vaya saber qué. Sus ojos se abrieron enormes al contemplar a un hombre que parecía estar hablando con alguien, pero ella solo podía verlo a él. Parecía un loco, de esos que en mitad de la calle se ponían a discutir con seres imaginarios o supuestos ángeles. Cerró su boca lentamente, porque también ésta se había abierto por la sorpresa, repitió algunas de las palabras en su cabeza intentando encontrar cual era el idioma en que estaba hablando ese “loco”, - no es celta… aunque podría ser una variante antigua – se dijo, recordando algunos libros que había podido leer cuando trabajaba como sirvienta en la casa de una familia adinerada de Londres - no… no lo es, ¿gaélico? no… ¿latín? tampoco– se respondió mentalmente.

Por la forma en que el extraño se movió, el tono de voz cargado de ira, supo que algo había pasado. De seguro sin querer habría delatado su presencia. Asustada, al ver como tiraba una piedra hacia el lugar donde supuestamente estaría el compañero del hombre, supo que había llegado la hora de salir lo más rápido de allí, pero con cautela. Caminó lentamente hacia atrás. Pero quiso la suerte, o la mala suerte, que pisara una rama seca, que al crujir llamó la atención del hombre, quien podría identificar el lugar en donde se encontraba.

Cuando lo escuchó preguntar quién estaba allí, no lo dudó, dio media vuelta y corrió entre los árboles, no estaba muy segura a donde la llevaría aquella senda que había encontrado, pero de seguro sería mucho mejor que quedarse allí y esperar que la encontrara. Volvió a elevar una plegaria ésta vez a sus dioses, a los que nunca había dejado de adorar.

por **Malkea Ruokh** Dom Sep 28, 2014 6:06 pm

Escrutando la arboleda en busca del nuevo ente, el gascón sintió cómo el enfado volvía a cobrar fuerza en su ánimo. Casi creía poder sentir su supuesta sangre caldeándose hasta el punto de hervir en sus venas, haciendo a su vez que su juicio quedase aún más nublado de lo normal. Se forzaba a expirar pesadamente, pretendiendo afianzar el temple para no tomar ninguna decisión precipitada. Pero las veces en las que el brujo podía alardear de paciencia eran bien contadas pronto quiso deshacerse de aquella espera autoimpuesta. La excusa para romperla no tardó en presentársele: el susodicho ser se delató al comenzar a correr, aparentemente para huir de él. Entonces el nigromante sonrió mientras cogía impulso para comenzar la persecución, quizás complacido por el halago que suponía que le hicieran sentirse temido, quizás por haber vislumbrado la oportunidad en la que pudiera descargar su frustración.

La incógnita portaba un sencillo vestido que no parecía imposibilitarle los movimientos y esto, sumado a un largo cabello castaño, le revelaron su identidad como mujer. La verdad era que, para él, este dato poseía poco valor, pero aún así era una información que debía tener en cuenta. El cuerpo de Malkea Ruokh, por mucho potencial que poseyera y, aunque ágil, era débil físicamente, por lo cual la distancia entre ellos se estaba viendo acrecentada. Esto le molestó momentáneamente, pero no tardó en hacer uso de una coartada razón, decidiendo utilizar la ventaja que le regalaban sus conocimientos sobrenaturales. Pasados no más de dos minutos de carrera, se frenó en seco, jadeando por el esfuerzo y ya notando el sudor humedeciendo su alba piel. Pero no podía permitirse tiempo para descansar, por lo que alzó ambos brazos e inspiró aire hasta llenar de aire sus pulmones, aire que utilizó para bramar una única frase:

- A-Ebtuot Tedkhabä prä!

Spoiler:

Y entonces sucedió otra de las catástrofes derivadas de su incapacidad. Su pretensión era no más que corromper la materia de un árbol para que ésta cediera por su propio peso y se precipitara a cortar el paso de la fémina. Pero sus cálculos volvieron a fallar y la potencia de su orden se extendió y no afectó ni tan sólo a una parte del ejemplar, ni tan sólo a dicho ejemplar. De pronto se escuchó un fuerte quejido en el bosque, que no era más que la suma de los lamentos de decenas de árboles, lanzados como grito de angustia antes de perecer. Y, después, los pilares de la construcción natural comenzaron a temblar por unos instantes antes de comenzar a derrumbarse. La pútrida madera se rasgó y las astillas salieron despedidas hacia todas direcciones, seguidas de pedazos mayores que parecían buscar vengarse al querer precipitarse sobre cualquier ser a su alcance que aún conservara su vida. Por descontado, todo animal se dispuso a escapar, algunos lográndolo, otros tantos sucumbiendo en el intento.

Malkea Ruokh tardó en reaccionar y un par de astillas se lanzaron contra él, desgarrando su dermis en donde la ropa no le protegiera. Incitado por el dolor, se arrojó al suelo, cubriendo su cabeza con sus brazos a medida de protección. Se manchó la cara y el barro se mezcló con el iridiscente éter que comenzaba a fluir de sus heridas. Lo cierto es que tuvo suerte –si es que el azar tuvo realmente algo que ver–, ya que ninguno de los proyectiles que pudieran haberle noqueado, sino acabado con su frágil existencia, acabó colisionando contra él. Por lo tanto, en cuanto dejó de sentir el bosque derruyéndose, volvió a alzar la cabeza. Se volvió a erguir, pero en ningún momento abrió los ojos ya que, nuevamente, se dispuso a buscar a su presa. Y, entonces sí, en cuanto la hubo localizado, recuperó la visión normal y corrió en pos de ella.

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