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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Jacques Roman Vie Jul 18, 2014 4:57 pm

"La belleza perece en la vida, pero es inmortal en el arte"
Leonardo Da Vinci.

¿Qué hacia ella allí? ¿Por qué en Paris? ¿Y por qué de entre todas las épocas y momentos, aquel precisamente? Miles de preguntas asaltaban al vampiro que había sido citado anónimamente en el museo de Louvre, por un simple mensajero humano, que más bien parecía haber salido de la calle. Un jovencito de no más de quince años. Al verle aceptó la carta y enviando a la ama de llaves a que viniera a buscarse al chico, le ordenó darle de comer y una habitación en que alojarse unas noches, alejado de la zona central donde él y Noel residían. Aún la joven neófita era muy joven, apenas una iniciada en la inmortalidad y pese a que mostraba un control absoluto por la sangre, la sangre joven era aún más llamativa, lo que haría del muchacho una víctima en potencia para su hija. El joven le agradeció la hospitalidad y con una sonrisa taciturna aunque amable en el rostro, observó a los humanos irse hasta que desaparecieron por la escalinata que daba acceso a las cocinas de la mansión.

Al desaparecer el joven y la ama de llaves, volvió su atención a la carta, a la fina escritura y más importante, al sello con el que estaba hecha. Ya que no hacía falta poner nombre, no cuando aquella marca distintiva se mostraba en el papel y el perfume dulce de mujer impregnaba la misiva. El nombre acudió a sus labios, sin apenas darse ni cuenta y por muchos años, sus labios  de nuevo saborearon aquel nombre casi olvidado en sus historias pasadas, que ahora parecía regresar para encontrarle. Arkana. La antigua y bella vampiresa, con el rostro esculpido en fina porcelana había vuelto, e inesperadamente también a lo que parecía ser su vida. Tras un largo suspiro y aprovechando que Noel se encontraba ya de salida, mandó a los sirvientes a dormir y salió de allí una vez la última vela de su hogar se apagó. La pequeña vampira ya sabría cómo entrar y más desde que acordaban dejar su ventana abierta. Solo esperaba regresar antes de que ella volviera o que al volver, ella ya se encontrara de nuevo en casa. Aquella noche apenas la había visto más que unos segundos, y con el temor de que con la llegada de Arkana, los antiguos fantasmas del pasado regresaran extrañaba mucho más a la que se había vuelto su constante preocupación y desvelo; su única hija de sangre.

Los pies del vampiro tomaron las oscuras calles como sendero. Podría tomar un corcel o acelerar el ritmo de sus pies, sin embargo la vida le era suficientemente larga para no deber de correr. Prefería tomarse su tiempo y observar todo a su alrededor. Su vista cayó en todo detalle ajeno, del parpadeo de las luces hasta los susurros de la gente hablando unas calles lejos de él. Una sonrisa burlona se formó en su rostro al oír como una jovencita dama se deprimía en base a un rumor difundida por las casamenteras de París, de que el joven a quien le daba su amor en secreto, recién se había prometido a una joven acorde a su estatus. Los mortales y sus sentimientos. Protegía y se desvivía por los humanos que tenía bajo su cargo, no obstante había veces que las preocupaciones mundanas le hacían ver lo simples que eran y lo poco que aprendían realmente de vivir estas vidas. Ensimismado en sus pensamientos y en los valores de aquella humanidad que en ocasiones daba por perdida, sus pasos le dirigieron frente al gran museo de Louvre, y al encontrarse frente a él sonrío. Le iba a resultar muy fácil entrar, aún más cuando la propia Arkana le habría dejado el camino libre para su entrada al lugar. Un siglo atrás ambos vampiros habían acudido también al museo de noche. Eran otros tiempos y circunstancias, y aun así sintió un deja vú al rodear la estancia y descubrir la puerta trasera abierta y el olor de Arkana flotando en el aire de la noche.

Gracias por ahorrarme unos golpes a la puerta, Arkana
, pensó antes de adentrarse y siguiendo su perfume femenino, dirigirse hacia donde se encontraba su figura. Pasó las cocinas del restaurante del museo y tal cual lo dejó atrás, pasó sin ser visto en recepción donde se encontraba el guardia de seguridad del histórico recinto y siguió su camino, escaleras arriba, llegando hacia donde el especiado y dulce aroma de la vampiresa abundaba, contaminando sus sentidos.

Arkana. —La llamó con un susurro al divisarla finalmente observando una exposición de pinturas reconocidas. Desde que había irrumpido en aquel lugar, era consciente de que la vampiresa ya sabía de su presencia. Siempre lo había sabido cuando se trataba de él. — Me alegro ver que hay situaciones que jamás se pierden. ¿Volviendo a recordar viejos tiempos, querida? —Le preguntó con una sonrisa de lado, recostándose contra una de las paredes con los brazos cruzados sobre su pecho, esperando en silencio a que la vampiresa finalmente volviera su atención a él y no en las piezas que mantenían cautivada su completa y atenta mirada. En el pasado a ambos les había gustado en demasía hablar y  recordar aspectos de aquellas vidas ya extinguidas tan atrás en las arenas del tiempo. Y era un grato consuelo saber y descubrir que por más que los siglos pasaran, ella seguía siendo la misma. La misma de antaño, ahora y siempre.


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Mensaje por Arkana Jue Jul 31, 2014 4:49 pm

« La muerte y el amor son las dos alas que llevan al buen hombre al cielo. »
–Michelangelo Buonarroti.


Apenas hace un par de meses había llegado a París, aquella ciudad bohemia que cada vez tenía mejor visto para las batallas futuras y gritos de libertad que se ocultaban tras el rostro triste de la pobreza humana. Arkana a veces sentía decepción y rabia por tener que lidiar con aquellas escenas, si esas gentes se dieran cuenta del gran tesoro que conservan en su interior no estarían en constantes penumbras. Al fin y al cabo aquello no era culpa de ellos sino de voraces demonios que se alimentaban de las desgracias de los mortales, lo hacían para amasar grandes fortunas y hacerse con el control de las frágiles almas del mundo. Su táctica era la ignorancia, la cual habían usado desde los inicios de las civilizaciones. Usaban sus cadenas para encarcelar a las débiles almas y convertirlas en esclavas de las sombras.

Cuánta indignación sentía la vampiresa por recordar cada segundo aquel nefasto plan al que se opuso desde que era una joven mortal. Ahora sin su maestro al lado cargaba con todo el peso de la Hermandad de Agartha, que se había fortalecido con los siglos, inclusive durante su ausencia. Ver el espíritu honorable de sus guerreros le levantaba el ánimo y le alentaba a continuar con su labor como líder. La desaparición de Badr le preocupaba, más no le impedía seguir moviendo sus piezas a favor de la verdad. No estaba sola y nunca lo estaría, le rodeaban todos los miembros de la orden a la cual servía desde hace siglos. La flama de la esperanza volvía a encenderse en su interior una vez más.

Aquella propiedad era lo que necesitaba, había sido acondicionada especialmente para la vampiresa y estaba muy bien custodiada. En su interior se hallaba parte del material que recolectaban algunos miembros peregrinos de la hermandad. Nunca estaba en soledad en aquella enorme mansión, todos aquellos que se unían a Agartha eran una familia, su familia. Había logrado disfrutar de las vistas nocturnas de París pero su lugar de preferencia siempre había sido el gran Louvre, al cual visitaba apenas las estrellas se asomaban en el cielo. Entre aquellos paseos se topó con conocidos y aliados suyos y supo de algunos que coincidían con ella en aquel lugar, pero le alegraba la presencia de uno en especial. Alguien que compartía sus raíces y quizás su visión del nuevo mundo, Jacques Roman. Lo más probable es que el vampiro ignorara la presencia de Arkana en París, estaría tan metido en sus asuntos que de seguro no les daría importancia a los nuevos habitantes de la urbe francesa.

Sería ella quien lo citaría y le haría saber que se encontraba en París. Una simple carta con el indistinguible sello de la hermandad sería la encargada de informarle al vampiro sobre el regreso de la dama. No tendría mucho que explicar en aquella misiva, Arkana prefería que el encuentro entre ambos fuera aún más personal, teniendo a sus conocidos dentro del Louvre, decidió que ese era el lugar perfecto para una cita, tal como había ocurrido en un tiempo pasado. Había llegado al museo un par de horas antes que su invitado, a ella le encantaba contemplar las obras que se hallaban en el interior del recinto. No se cansaba de admirarlas, aunque algunas ya las había visto una y otra vez y desde antes que se exhibieran en aquel sitio. En el Louvre se respiraba una paz que no disfrutaba en muchos lugares, era un santuario lleno de sabiduría y belleza. Un lugar para contemplar el alma de los hombres.

Sus pasos se detuvieron frente a una de las colecciones de arte antiguo, se quedó inmóvil, casi parecía una escultura más entre las que albergaban en el museo. Los siglos le habían proporcionado la palidez de la porcelana, si su corazón estuviera vivo habría latido con fuerza al momento en el que entraba en esa sala. Aunque aquel órgano carecía de vida, su mente no. Las memorias inundaron su mente al igual que el sentimiento de nostalgia. Su olfato casi percibía el aroma de las arenas de su siempre querida Mesopotamia. Encontrarse con tantos recuerdos a la vez era grato y a la vez triste, ¿Cuánto tiempo había pasado? Demasiado. Las ciudades habían cambiado junto con las sociedades, era un ciclo infinito. Unos caen y otros emergen y así hasta el fin de los tiempos del universo. Alzó sus manos y dejó que sus párpados se cerraran, casi podía sentir la textura de la roca en la yema de sus dedos sin siquiera estar cerca. El eco hueco de unas pisadas al acercarse lograron sacarla de sus pensamientos, su invitado ya estaba cerca, le había dejado el camino libre para que accediera más rápido al recinto sin mayor problema. Arkana agradeció a su informante y de inmediato salió de la sala para acercarse al lugar destinado al encuentro.

Recorrió con agilidad los extensos corredores hasta llegar a encontrarse frente a frente con la obra de Da Vinci, una vez más se dejó llevar por los detallados trazos de su pincelada. Esbozó una sonrisa al recordar viejos tiempos, a recordar a aquel artista y más a su competencia, el genio florentino y siempre recordado, Buonarroti. Gente de los suyos a los que tenía mucho aprecio y que jamás se consumarían en sus memorias. Su visión incursionaba cada detalle de las pinturas, comprendiendo el lenguaje interno de las mismas. Bien sabía que aquellos artistas no sólo plasmaban ideas y sentimientos, sino mensajes casi indescifrables para el ojo común que sólo unos cuantos eran merecedores de conocerlos. Tanto le recordaban esas formulas a las que estaban escritas en las grandes catedrales, aquellas que ocultaban grandes secretos alquímicos en su interior. Secretos no muy distintos a los de las innumerables piezas de arte que conservaba el Louvre.

— ¿Está sonriendo o está triste? ¿Por qué se habría empeñado Leonardo en crear una de las sonrisas más enigmáticas en la historia de la pintura? Es como tratar de descifrar las imágenes de los frescos de la Capilla Sixtina, aunque para personajes como nosotros aquella visita estaría envuelta en persecuciones, ¿No es así, Jacques Roman? —Expuso Arkana sin apartar la mirada de la obra de Leonardo. Finalmente había decidido acabar con el silencio de sus palabras que había reinado segundos antes cuando sólo se limitaba a sonreír al escuchar al vampiro dirigirse a ella—. Viejos… Es una palabra que le queda pequeña, quizás arcaicos sería la adecuada. Ya no son años sino siglos, ¿De cuánto estaríamos hablando? De demasiadas lunas, tal vez. En fin, es un gusto encontrarme de nuevo con usted, Jacques, sabía que no dudaría en aceptar mi invitación, finalmente nos hemos vuelto a tropezar y no culpo al destino ni a las coincidencias. Simplemente hay cosas que son inevitables y esta es una de esas cosas inevitables.

Arkana siempre guardaba la calma en cada palabra que pronunciaba, su serenidad era prácticamente inmutable. Había decidido apartar su mirada del cuadro que contemplaba para dirigirse al vampiro, él seguía siendo el mismo de siempre, aunque en su condición era difícil cambiar. Pero no se trataba de algo físico sino de su esencia, continuaba siendo la misma de antes y eso de cierta manera regocijaba a la dama, quien no podía evitar sentirse aliviada al darse cuenta de esto.
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Mensaje por Jacques Roman Sáb Ago 16, 2014 11:13 am

"Las cosas más grandes de este mundo, son definidas por sus más grandes detalles."
Anónimo.


¿Demasiadas lunas? Era aquella expresión adecuada para nombrar el siglo entero que estuvieron desaparecidos, el uno para el otro? Ella, compañera en muchas batallas y búsquedas. Hermana de edad, de naturaleza y de corazón, ahora tras años en solitario volvían a unirse y en aquella situación parecía seguir la confianza de antaño entre ambos. Como si el tiempo no trucase las relaciones, ni el paso del tiempo pudiera separarlos. Y ahí estaba él. Impoluto y serio. El traje destacaba sobre su pálida piel y recargado sobre la pared no podía dejar de admirarla. Como ella admiraba el arte.

Sin duda eres la misma. —Dijo sin poderse contener ante las palabras féminas, que antes de saludarle, ya hablaban de los porqués de la existencia, aunque fuera esta vez sobre un lienzo en concreto. Ella siempre se preguntaba, se cuestionaba y él a su lado, durante muchos años disfrutó de aquellos conocimientos que juntos y en sintonía con otros lograron desenmascarar para la orden. — La capilla sixtina... Oh, si! Esos cuadros de ángeles, semidioses y dioses, adoradores de Dios, que en verdad solo ocultan la triste realidad de las muertes que en nombre de ese Dios se han llevado a cabo. La lucha contra el mal cegó a los mortales hace muchos siglos atrás. Así es su naturaleza. Ellos deben de destruir y luchar entre si y solo cuando estén solos, cuando ya no les quede con quien combatir se darán cuenta que aquel dios misericordioso jamás estuvo con ellos, porque si mismos se encargaron de echarlo de sus caminos.

El silencio tras sus palabras, hicieron que sus ojos fueran a la pintura de Leonardo Da Vinci. Si aquel no era uno de sus pintores favoritos de la época, si lo era aquel cuadro, que para mortales e inmortales siempre sería un enigma sin resolver. ¿Cuántos estudiosos, filósofos, artistas se hubieran hecho la misma pregunta que ahora exponían las palabras de la vampiresa? Todos, coincidió Jacques sin moverse de la pared en la que se encontraba recostado. No le hacía falta moverse para ver mejor el cuadro. Tenía aquella sonrisa grabada en su mente, de tantos años buscar en ella la respuesta.

Mona lisa sonríe y su faz es serena. No siente la prisa de esta sociedad moderna y es como si Leonardo lo hubiese sabido. Su obra anda deleitada en la feminidad, la desvela con su apacible y profunda mirada y os acordáis de la curva apreciada de sus labios? — Jacques hablaba y mientras lo hacía caminó hacia ella, hacia la antigua vampiresa que demasiado hacia que no contemplaba de nuevo. Ella no parecía darse cuenta, pero también toda ella constituía un enigma. — Es la misma curva que separa vuestros labios al sonreírme. — susurró frente a ella acariciando la comisura de sus labios. Sus dedos juguetearon unos segundos con aquellos rosados labios y con lentitud los retiró, no así su posición cercana al cuerpo más pequeño que el suyo. Sin dejar, ni apartar la mirada de aquellos orbes que él tiempo atrás tanto había admirado, tomó una de sus suaves manos y bajando el rostro, depositó un beso en el dorso. Un roce de sus labios, que le permitieron saborear su dulce piel.

El placer es realmente mío Arkana, soñé veces con este inevitable reencuentro. ¿Los tambores alzan ya sus cantos? O simplemente se trata de una visita de cortesía?— Sus ojos no dejaron de verla, admirando la pálida belleza de la joven. Y por primera vez en el encuentro sonrío, entreviendo en su sonrisa los colmillos que yacían escondidos tras sus labios. — Si es lo primero,  contáis de nuevo con mi cabeza y coraje para llevar a cabo cualquier expedición para despertar de nuevo la orden y si es lo segundo, entonces  permitidme acompañaros por París. No quisiera privar a la ciudad de la más bella flor de la noche, madame.


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Mensaje por Arkana Vie Ago 29, 2014 1:47 am

“Compañeros busca el creador, y tales que sepan afilar sus hoces. Aniquiladores se los llamará, y despreciadores del bien y del mal. Pero son los cosechadores y los celebradores.”
—Zaratustra. Friedrich Wilhelm Nietzsche.


Tanto tiempo estuvo desaparecida, asilándose del mundo y viviendo en soledad para compensar aquella amargura que le invadía al recordar las muertes injustificadas en manos de sus eternos enemigos. Se aisló en las sombras del mortífero sueño pero jamás cayó en las alas del olvido, ahora más que nunca estaba segura de ello. Los suyos no la olvidaron y se lamentaba por haberles fallado de una manera injustificada y al encontrarse de nuevo con ellos supo que ese temor a la nada y  a reducirse a efímeras cenizas fue una sabia decisión y ahora que Jacques Roman acudió a su encuentro en esa noche le hizo sentir satisfecha, podía contar con aquel compañero inmortal una vez más. París sin duda alguna estaba llena de grandes e inesperadas sorpresas y más cuando se contaba con el apoyo de alguien tan especial. En tan poco tiempo recordó muchas cosas, buenas y malas, pero como siempre, todo formaba parte de las lecciones de vida que dejaba el buen Cronos, ninguna pasaba desapercibida para Arkana.

La Orden de Agartha se había fortalecido con los siglos y eso era algo realmente satisfactorio, cada vez se unían más jóvenes caballeros a la noble causa del mundo. El gran dragón estuvo aislado de su pueblo pero éste pueblo nunca lo olvidó y esperó paciente por su líder poniendo en práctica cada una de las enseñanzas que la gran tríada les dejó. Al poco tiempo de haber despertado, los maestres que le encontraron le hablaron de cada suceso ocurrido en su ausencia. Los tres líderes se esfumaron dejando a una Agartha en futuro riesgo, hasta el inmortal más antiguo, el dorado Badr, desapareció luego del aislamiento de Arkana. La reina espectro sin sus dos compañeros no tuvo manera de mantenerse en este mundo. Todo parecía llegar a su final y los días grises cayeron sobre la hermandad, sin embargo, hombres y mujeres de bien, dispuestos a luchar por sus ideales llevaron la batuta de la sagrada Agartha hasta que los tres líderes decidieran regresar. Entres esos valientes soldados estaba el inmortal Jacques. Arkana le agradecía enormemente por no haber abandonado la misión de sobrevivir al caos que se apoderaba de este mundo. Los encuentros entre ambos siempre estaban cargados de debates sobre casi todo lo que inquietaba las mentes de los hombres. Pasaban largas horas con los maestres más viejos platicando y compartiendo puntos de vistas diferentes y sorprendentemente llegaban a muchas similitudes. Todo formaba parte del pensar común. Y justo esa noche no era nada desemejante de los viejos tiempos, él seguía siendo el mismo de antaño.

—Buonarroti sólo dejó ver entre esos frescos de la Capilla Sixtina cada una de las incertidumbres que aquejan al alma mortal… Él siendo perseguido por estas inquietudes logró lo inimaginable y aunque algunos sólo admiren la belleza de las formas que ahí se muestran, hay más cosas. Michelangelo fue un gran maestre de Los Espirituales, lamentablemente le atormentaron hasta el día de su muerte, era todo un genio y esa genialidad sigue viva en cada una de sus obras. Lo mismo que Da Vinci y otros más. El arte siempre será motivo de grandes secretos y descubrimientos. Es el impulsador de las pasiones del espíritu y el eterno compañero del conocimiento profundo —expuso Arkana con calma mientras en su mente se seguían debatiendo muchas cosas.

Había vuelto su mirada al lienzo para contemplarlo una vez más hasta que las palabras de su acompañante hicieron que centrara su atención nuevamente en él notando su cercanía y aquellas palabras cargadas de halagos. Aspiró el perfume masculino y sus orbes se cerraron ante la acción de aquel. Jacques siempre se mostraba atento y eso de cierta manera relajaba a Arkana, en ese momento había caído en cuenta lo mucho que estuvo aislada de todos, inclusive de él pero aún así seguía contando con su presencia cada vez que la necesitara. Un innecesario suspiro escapó de sus labios luego de haber escuchado los vocablos del vampiro. Las razones de aquel reencuentro eran muchas y costaba un poco organizarlas, no sabía por dónde empezar. Desvió su mirada y meditó un poco antes de mencionar palabra alguna, su figura se mantuvo quieta frente a La Gioconda y su mente organizaba futuros argumentos pero ya era momento de dar respuestas.

—Primero, debo mencionar que el placer no es sólo suyo sino mío también. Y sí, quizás sea este encuentro pura cortesía, pero bien sabe usted que los ratos de cortesía suelen ser breves y que hay más cosas detrás de efímeras reuniones y más cuando se trata de dos inmortales que han vivido tanto como estas sociedades, a las que han visto caer y resurgir nuevamente. Imperios caen, imperios se levantan. Pero ya ese no es el caso, me agrada verlo de nuevo y deseaba encontrarme con usted. Las referencias que tienen los miembros de la Orden con respecto a usted siempre son muy buenas, le admiran muchísimo, como ya debe de saber. Debo agradecerle infinitamente por haber estado con Agartha durante mi larga ausencia y la extraña partida de Badr —mencionó Arkana esbozando una sutil sonrisa sin apartar la mirada del inmortal—. Me hace muy feliz saber que puedo contar de nuevo con usted para retomar las viejas costumbres de la Orden y ahora más que nunca su presencia es importante no sólo para la batalla… No estaría más satisfecha de contar con su compañía durante mi estadía en esta hermosa urbe que en tiempos pasados vestía con la grandeza de la antigua Galia, la ciudad de los nobles celtas.
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Mensaje por Jacques Roman Dom Ago 31, 2014 5:16 pm

"Por la noche todo toma su verdadera forma y su verdadero aspecto. Al igual que sólo de noche se distinguen las estrellas del cielo, entonces se perciben sobre la tierra muchas cosas que de día no se ven. Sólo debes abrir tus ojos y mente. Y por primera vez ver la noche. Sentirla realmente como el misterio, del que solo los valientes se atreven a conquistar. Y serlo. Arriesgar y vencer. "
Selma Lagerlof.


La presencia de la fémina traía recuerdos a la mente del antiguo que no podía más que ocultar. Tantas noches había pasado junto a ella, cuidándola en ausencia de Badr. Vigilándola aun cuando ella no era consciente de su presencia. Siempre había estado allí con ella. Lejos, cerca. No importaba. Hasta en más de una ocasión resultó al revés y ella terminaba salvándolo de caer en la oscuridad de sus pensamientos, con sus conversaciones que lo habían distraído de oscuros quehaceres. La había conocido en años viles y traidores. Abandonado por su maestro en aquel tiempo, ellos habían sido su refugio. El hogar; la familia. Su clan. Y a pesar de los errores que hubiese cometido en el pasado, siempre le perdonaron. Jacques añoraba esos tiempos. Como añoraba a Gabriella y a Noel, cuando no se encontraba cerca de ellas.

Es fácil sorprender a los más jóvenes y ganarse su admiración. Estamos en una era en que poco hace falta para ganar lo que con fuerza e inteligencia antes ganábamos con hechos. Tiempos tan lejanos, que no puedo evitar extrañar las arenas traicioneras de esas épocas de batallas inconclusas y traiciones a los pies de los reyes. — Comentó con sus sentidos centrados en la vampiresa. Escuchándole negó y con una contagiosa risa masculina llenó el efímero espacio entre ambos inmortales. — Ciertamente no se fie mucho de las habladurías, quien una vez comandó ejércitos, quien se forjó en las primeras batallas de esta humanidad. Quiera o no seguirá siendo la voz del mando. A la que acudirán cuando todo se tuerce y esperen que ponga la ley, cuando sus reyes no se encuentren con ellos. Solo he hecho lo que he encontrado más acertado en cada caso, defendiendo a los nuestros y todo aquello que defendemos. Para mí ha sido un placer estar estos siglos con Agartha, y debo confesaros que se le extrañó. Espero que os sintiera bien el sueño mi bella Arkana, esta hermosa urbe necesita de su presencia y Agartha no puede prescindir de su joya más preciada ahora que el imperio parece ceder a las arenas del tiempo que todo convierte en polvo. — Para él ella siempre seria su intocable. La estrella a la que jamás podría llegar. Ni aspirar. Arkana pertenecía a otro y siempre sería así. De joven ya lo pudo haber intentado. Sin embargo no hizo nada y dejó que el tiempo fuera pasando, asimilando que la unión de Arkana y su maestro; Badr, iba más allá de lo que él había sentido por su maestro. Apretó la mandíbula con malestar al acordarse de él, y sin querer sus palabras se hicieron oíbles. Lo que en un primero momento quiso guardarse para él, salió de sus labios sin poder detenerse a tiempo. Él, quien había luchado más que nadie por ellos, se había sentido traicionado de la peor manera. Khâlid había herido su temple con su aparición y aquello, no podía no reflejarlo en sus palabras.

Badr… Su perdida ha sido una de las más devastadoras desde que llevó a cabo su traición. Nos traicionó a todos. Inclusive a ti con quien tanto compartía. —Gruñó contrayendo sus colmillos. Respiró hondo e intentó calmarse. Como ella tantas veces le había enseñado. Y automáticamente su rostro y voz cambió. — Rezo en las noches para que cuando nos hagamos con él, tenga las respuestas que necesitamos. Espero que todo sea un truco de la inquisición mi señora… ojala fuera así. — Dijo con un deje de esperanza y tristeza. — O yo mismo me veré obligado a vengar las vidas que con su traición, se han perdido entre los nuestros. — agregó en sus pensamientos cabizbajo, con la mirada ausente en la lejanía quizás acordándose con aquel el que en muchas ocasiones le tocó codo con codo, luchar a su lado. Defenderse las espaldas como auténticos guerreros del pasado. Olvidándose que Arkana poseía los poderes necesarios para entrar en su mente y extraer cada pensamiento de él, volvió de nuevo su atención a ella y suspiró, acariciando su aliento los cabellos de la fémina.

Tras aquel silencio volvió a tomarla con seguridad del brazo y llevándola a uno de sus lados, empezó a caminar con pasos tranquilos y ligeros. Sus ojos dejaron los hermosos cuadros para recrearse en una estampa más bella y hechizante. La que justo tenía al lado. Arkana.  Viendo en el rostro ajeno el dolor escondido, sonrío, dedicándole una disculpa silenciosa. No había sido su intención molestarla, aún más herirla. A ella jamás.

Perdonadme… a veces no logro medir mis palabras. Por lo que creo que mejor no molestar sus oídos con las preocupaciones de un viejo que se cree joven y sigamos con este recorrido. Después puedo acompañarla a conocer la ciudad. Ya no estamos entre celtas, sin embargo las maravillas de esta época también son muchas y tan diversas como estrellas alumbran el manto del cielo a estas tardías horas. — Sus labios no guardaron más su sonrisa y sonrío, como un joven seductor. Hacía tiempo no se sentía tan liberado. Pronto su vida volvería a tomar un camino. Un rumbo. Y de nuevo el destino le traía con Badr o sin él, hacia Arkana. — El museo en noches como esta, muestra su faceta más íntima. Puede uno sentirse de nuevo en los años de Michelangelo y Da Vinci. Retroceder en el tiempo… ¿No creéis? La noche se encuentra llena de vida y hasta en la historia; la noche se muestra como el mayor de los enigmas. — Llevando a Arkana de su brazo la guio perfectamente hacia la obra más fascinante de la noche.  La Nuit Étoilée de Da Vinci mostraba su esplendor en una sala del museo. Aquella obra era la que siempre había fascinado más al inmortal antiguo. — ¿Qué secretos esconderán las estrellas…? — Se preguntaba siempre al contemplarlo, con aquel juego de luces y tonos azules con los que el pintor había reflejado su propia visión de la estampa nocturna.

¿Que deseáis de mí, Arkana? ¿Cuáles son los pasos a seguir? —Y tras esas preguntas simplemente se la quedó mirando, esperando su respuesta. Ya que de decirle que la siguiera. Sin dudarlo, él se volvería una sombra más tras sus pasos.


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Mensaje por Arkana Sáb Sep 20, 2014 2:55 am

“No hay huida más grave y más cobarde que la huida de sí mismo.
No hay deseo más frecuente y costoso que querer ser otro distinto a tu destino.”

—La Conexión Buonarroti. Mariano F. Urresti.


Podía sentirse finalmente segura en presencia de aquel antiguo vampiro, su compañero en las interminables batallas del pensamiento. La Orden estaba conformada de gente noble como él, gente dispuesta a aprender y también a transmitir sus propios conocimientos a otros. Más que una Orden o una Hermandad, era una familia. Familia que ha permanecido unida durante miles de lunas, protegiéndose los unos a los otros de las venenosas garras del eterno enemigo de la razón. Todos unidos defendían constantemente sus ideales porque eran los herederos del gran dragón, aquellos que custodian su tesoro más importante: El conocimiento mismo. Los arquitectos de Babel. Arkana no podía estar más orgullosa de todos aquellos que nunca desistieron en abandonar sus ideales a pesar de la ausencia suya y la de Badr, al que también abandonó a su suerte. Fueron tiempos difíciles y ella se sentía incapaz de soportar tanta oscuridad, decayó a mitad de la larga batalla que le faltaba enfrentar. Aquel pensamiento le hizo sentir melancólica y perdida pero extrañamente afortunada. Lamentablemente, Badr ya no estaba presente para apreciar la honradez de su gente y su inquebrantable valor, ¿Qué había ocurrido con él? Era como si las arenas del tiempo se lo hubieran llevado al más profundo abismo. La vampiresa anhelaba tanto la presencia de aquel maestro, de no ser por Jacques y los Maestres de Agartha, se sentiría más vulnerable que nunca, pero aún así, era presa constante de la soledad. En silencio, no desistía en su idea de poder encontrarse con Badr, le rogaba a los dioses que pudiera compartir la eternidad con él, como se habían jurado hace siglos.

Arkana escuchaba atentamente las palabras del vampiro, era un leal aliado, alguien en quien depositaba plena confianza. Se sentía halagada por sus comentarios hacia ella arrebatándole una sutil sonrisa. Le observó de nuevo pero esta vez había algo distinto en él, sintió curiosidad ante el repentino cambio de Jacques, pero no se atrevía siquiera a cuestionarlo, respetaba su espacio personal y no quería inmiscuirse, al menos que él se lo pidiera. Justo en el instante en que Jacques mencionó el nombre de su querido creador, Arkana centró su atención sólo en él, dejando a un lado el enigmático ambiente del Louvre. Cualquier indicio de una sonrisa sincera se borró del rostro de la vampiresa al escuchar una única palabra, ¿Traición? ¿A cuál traición se refería, Jacques? Su muerto corazón casi podía retorcerse de un dolor no físico que lo extinguía lentamente en su pecho, haciéndole padecer algo indescriptible. Era como si se estuviera apagando de nuevo. Arkana ignoraba todo lo referente a Badr, incluyendo su posible traición y era casi imposible creer aquello que le mencionaba el antiguo que le acompañaba. Sin embargo, bien sabía que Jacques no sería capaz de mentirle, no a ella. La duda empezaba a consumirle internamente al igual que el dolor, su mirada pareció marchitarse, volviéndose oscura y ausente. Empuñó ambas manos evitando a toda costa mostrar aquello que le atormentaba por dentro.

Se negaba a ver a dos antiguos aliados enfrentados y mucho peor, odiándose a muerte. Sus enemigos habían dado el peor de los ataques y sin duda, el más astuto. Su mirada estaba perdida en alguno de los cuadros que adornaban las enormes paredes de la estancia, le faltaban las palabras necesarias para poder expresarse, no estaba consciente de lo que podría hacer en tal situación. Jacques le alentaba a seguir adelante, pero eso era algo que Arkana aún dudaba. Aceptó las disculpas proferidas por el inmortal, que no eran realmente necesarias, ella no estaba enfadada con él, al contrario, agradecía que no le hubiese ocultado algo tan importante como eso.

—No se preocupe, Jacques. Agradezco que haya tenido el valor de contarme sobre Badr, al cual ya no tendremos más como aliado nuestro, ni mucho menos… Al amigo al cual acudir en los momentos más oscuros de la razón, pues, ahora quien se encuentra en penumbras es él y sabrán los dioses si prefiere permanecer en ese abismo o querer hallar las luces de la verdad —mencionó Arkana en un tono de voz que dejaba sentir su pesar. Sus ojos buscaron alguna respuesta en el cuadro de Da Vinci y éstos se iluminaron al recordar al pintor y en especial a alguien de aquella época, el leal Buonarroti. A pesar de que ambos guardaran rivalidades en su oficio, Agartha los unía en objetivos—.Nyx… Así le llamaban los griegos y Hécate la hechicera se amparaba bajo su manto para los más elaborados rituales. Porque es la noche quien guarda secretos y su oscuridad no puede ser comparada con aquella que nubla el pensamiento y acaba con las ideas. Es algo irónico pero cierto. La verdadera noche es quien te invita a indagar en la búsqueda constante de la verdad, es quien te hace razonar y explorar. Es como el mar invitando constantemente a los marinos a naufragar en sus misteriosas aguas. Es Gaia misma llamando al hombre a indagar en su obra, en la obra de los dioses. Pocos se han dejado guiar por el camino que trazan las estrellas en el cielo.

La mujer guardó silencio durante un momento, ya no contemplaba con fervor la obra de Da Vinci sino que estaba sumergida en los recuerdos revividos por el malestar que embriagaba su extinta alma. Guardó todas las preocupaciones para sí misma, pues no quería atormentar a los demás con las dudas de la existencia. Debatirse entre abandonar la Orden de nuevo, quedaba excluido de sus propósitos. No dejaría a un lado tan importante labor únicamente por el malestar que había causado otro individuo. Badr era, quizás, el ser más importante para ella, pero de ahora en adelante, la Orden de Agartha ocuparía aquel preciado lugar que sólo tenía reservado para su maestro. No era una decisión fácil, debía pensarlo mejor y lo meditaría a solas, no se iba a quedar de brazos cruzados, algo tenía que hacer. Ahora no sabía qué haría pero de seguro más adelante las opciones le serían regaladas por las excelsas musas del cortejo de Apolo.

—Lo siento, me distraje más de lo debido. A veces las palabras se hunden en las turbias aguas de las memorias del alma —murmuró la vampiresa con cierto pesar. Volvió su rostro al inmortal y esbozó su mejor sonrisa, o al menos lo intentó; quería evadir la inevitable nostalgia que se apoderaba de ella—. Los pasos serán siempre los mismos, las misiones no han cambiado desde los tiempos de antaño y no desistiremos de nuestro propósito en este mundo. Ahora menos podemos permitir que nuestro ejército retroceda. Quizás en la época de Constantino cometimos semejante error, pero ya no. Los hombres y las sociedades han cambiado, el siglo de las luces trajo de nuevo a la vida a nuestros olvidados dioses y con ello, el despertar de la razón. Aún así, no debemos confiarnos, la sombra de la desgracia aún acecha a nuestras espaldas y usted mejor que nadie lo sabe, Jacques. Se me ha informado que un nuevo Papa ha ascendido a las altas cúspides del Vaticano y desde meses pasados será quien lidere a todos miembros de la Iglesia de Roma. No es el hecho de que sea miembro de esta institución, lo que hace quizás más preocupante la noticia es que resulta ser la vil encarnación de nuestro inmortal enemigo. Sus emisarios han salido de los círculos del infierno y le han permitido tomar parte del control. Hay que estar atentos, Jacques. He enviado misivas a cada uno de los maestres de las logias de Agartha en todo el continente y estos se habrán comunicado ya con los demás miembros. Siendo usted el General Negro de la milicia de los Caballeros de Agartha, es importante que empiece a organizarlos. Ya de los espectros y Morrigan me encargaré yo, igualmente con los jóvenes peregrinos. Nuestras filas deben prepararse para futuras tormentas.

En sus palabras aún se conservaba la firmeza de una antigua líder, sin embargo, estaba perdiendo confianza en sí misma e intentaba recuperarla. Era como si caminara por sendas oscuras sin saber con qué podría tropezar en el camino. Pero la débil flama de la esperanza, seguía incitándola a continuar, a no darse por vencida. Aunque el camino fuera largo y terrible, debía levantarse cada vez que tropezara. Las penumbras no durarían para siempre, en alguna parte siempre había luz. Es el constante equilibrio universal, era como Caos y Gea. Eros y Thánatos. Venus y Marte… La obra de los dioses siempre deslumbraba con un equilibrio casi inquebrantable. Sólo que a pesar de tanta perfección, nunca debía olvidarse de la maligna serpiente que a los pies del árbol de la vida, quería derrumbar todo volviéndolo siempre caos.

— ¿Qué será de mí si tú no estás a mi lado? Me falta esa confianza que en algún tiempo pasado me brindaste con tus palabras…
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