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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Asmodeo* Sáb Jul 19, 2014 1:23 pm

¡Oh la vida! ¡Tan llena de colores y aromas! Tan exquisita a los ojos de aquellos que tenían la habilidad de ver más allá de sus narices, una delicia para las personas dispuestas a ampliar su mente, un juego incesante entre las interacciones de todo acto y todo objeto que había alrededor de sí mismos. Tanta belleza que sólo era admirada por unos cuantos y eso podía notarlo en el rostro de las personas, tan frías y distantes, tan habladoras pero tan vacías por dentro, sin vida en los ojos o en los labios, con pequeños destellos de existencia que se esfumaban tan pronto llegaban. Era tan triste observar tantos rostros apagados, consumidos por el cansancio o los malestares diarios. Pero en el mundo había esperanzas o al menos eso creía cada vez que por su camino se topaba con un rostro iluminado por la vida, admirado por la belleza del mundo, que creían ser capaces de cambiar al universo con una sonrisa en la boca y fuego en los ojos. Ese era el tipo de personas que gustaba observar o entablar alguna conversación, eran ellas las que te daban energías para seguir sonriendo, eran esos soñadores los que te inspiraban a admirar la belleza del mundo. Tan diferentes a sus clientes. Era una pena que sus clientes no tuvieran aquellos rostro, que lo único que buscaran era su cuerpo, que no estuvieran ni interesados en una pequeña conversación, en algún intercambio de palabras, en un amigo al cual contarles sus problemas. Pero claro, ellos no le pagaban por ser su confidente y él no se iba a negar a complacer las perversidades más grandes que algunos pudieran tener. Todo era trabajo.

Se levanto de la banca en la que había tomado asiento para disfrutar del día y se estiro con cierta pereza, sintiendo que todos sus músculos comenzaban a despertar y que la sangre fluía tranquilamente. Ese día llevaba unos pantalones ajustados y colocados al vientre bajo, dejando ver una parte de su abdomen marcado al mover la camisa ligeramente hacia arriba, junto con una camisa abrochada casi en toda su totalidad pues siempre dejaba los primeros dos abiertos, más que nada por comodidad por no sentirse atrapado en la prenda. Si bien iba en un paseo de su día libre/escapada/encargo no podía dejar perder la oportunidad de atraer a algún potencial cliente y como ya lo sabía, la carne atraía predadores. Ya había notado varias de las miradas fijas en él durante el camino a ese lugar y otras tantas mientras estaba sentado contemplando a la humanidad, algunas eran de clientes que paseaban por ahí pero que ciertamente nunca se atreverían a acercarse a él de forma tan pública; otros eran ojos curiosos, chismosos, lascivos. ¡Qué bien lo hacían sentir!

Una vez estuvo listo comenzó a caminar por las calles de nueva cuenta, moviéndose de forma pausada, lenta, contoneando su cadera de forma un tanto exagerada, mostrando el pecho. Así fue como termino desfilando por las calles de París, riendo internamente ante las miradas escandalizadas de señoras de alta alcurnia a las que les mandaba un beso alborotador, divirtiéndose con aquellas otras que simplemente se lo querían comer en ese lugar y en ese instante. Anduvo así durante un rato, pavoneando su cuerpo, diciéndole al mundo que era bello y que lo sabía pero pronto se aburrió y termino caminando como si fuera uno más, sabía que aún lo miraban pero a él ya no le importaba, estaba consciente de que al menos no cualquiera se le acercaría ni para pedirle una dirección ni la hora, probablemente ni los ladrones se le acercarían. ¡Qué mundo tan arrogante! Él dispuesto a tanto y ellos tan reservados... Pero no fuera su cuarto porque ahí cambiaban las cosas.

De pronto se detuvo, con la atención desviada a aquellos pastelillos que se mostraban en el aparador de la panadería. Se relamió los labios pensando en querer comprarse uno, aunque fuera uno chiquitito para probarlo, analizándolos todos para saber cuál le llamaba más la atención. Fue bajando lentamente el rostro, sacando el trasero conforme su pecho iba descendiendo, moviéndolo de un lado al otro ligeramente, entre juguetón y coqueto.
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Mensaje por Yranné Salvin Vie Jul 25, 2014 8:13 pm

Descanso. Una palabra que, si bien le gustaría fuera más usada en su vida cotidiana, rara vez la tenía en cuenta. Y si bien en algún momento del día contaba con ese rato de relajación en el que uno podía pasar largos minutos haciendo nada aparte de recuperar las fuerzas, los momentos en general duraban poco e iban acompañados de pensamientos tensos que no conducían a ningún sitio agradable. Esa mañana despertó con el cansancio acumulado de una extensa, larga, fatigosa y extenuante semana. Con el cuerpo algo adolorido y la cabeza espesa, decidió que ese día no iría a Tertre a pasar el rato. Sus  alumnos descansaban también en domingo y sin  esperar visita de nadie permaneció en su cama hasta que su cuerpo estuvo completamente despierto y la sensación de las sábanas sobre su cuerpo se volvió incomoda.    

Como de costumbre, se ducho a solas, pasando los minutos en la bañera, con el cuerpo tenso siendo relajado por fin en el agua caliente y su mente espesa divagando en todo y nada. Cuando se sintió limpio y en alerta, salió del baño y se vistió, llamando al servicio para que levantaran y limpiaran todo.  Se tomó un tiempo en vestirse, de pronto se ajustaba la camisa sus dedos se detenían y solo permanecía de pie, observando su reflejo en el espejo pero sin verlo. Luego seguía hasta que otro pensamiento parecía distraerlo de nuevo. Su conducta, algo anormal, rumio en su mente mientras acababa de poner sus ropas en regla. Se dio cuenta que deseaba salir al mismo tiempo que no lo deseaba, pero quedarse a solas en casa, con la única compañía de sus sirvientes seguro iba a deprimir su ánimo ya de por si inestable por el cansancio.  Acabó de vestirse y bajo con mejores bríos a desayunar, anunciando que saldría y que si había correo para él, lo dejaran en la mesilla del  vestíbulo, donde al volver lo recogería.

Se ajustó un saco a su medida y salió a su patio delantero. La verja de su mansión hacia un diámetro largo y ancho alrededor de su casa y allá detrás de todo, se alzaba el bosque inhóspito, deseable. Iría de caza esa noche, necesitaba alimentarse bien y unas buenas carreras nocturnas lo ayudarían a sacar el estrés del cuerpo. El clima afuera era bueno y, como parte de sus costumbres extrañas, prefirió ir a pie a la ciudad que tomar un cabriolé y se encaminó al centro de la misma, comiéndose las calles con rapidez gracias a sus largas piernas.  El bullicio y clamor del centro de las calles parisienses lo alcanzó tan pronto como dejo afuera las calles amplias con más vegetación que edificios y se dejó tragar por estas, moviéndose a un ritmo que no acostumbraba. Y con lo mismo, los deseos de gastar un poco  de su dinero parecía una manera apropiada de pasar el día.

Bajo por una calle cualquiera, que no parecía tener ninguna característica especial si no ser, simplemente otra más del montón, cuando lo olió. El  aroma dulce y armonioso del pan recién hecho. Una panificadora. El dulce no era lo suyo, no solía desearlo con frecuencia, pero en ese entonces pareció que sería lo indicado para despejarse por completo. Avanzó por la calle, y mientras más se acercaba a la fábrica, más escuchaba ciertos murmullos que provenían de la gente que venían hacía él, en contra circuito. Eran murmullos sobre la indecencia, pero otros parecían desear lo que fuera que las otras personas criticaban. Con el ceño fruncido siguió caminando, deteniéndose frente a la entrada para acabar por descubrir a la criatura que provocaba esos murmullos. Sin duda no se trataba de un estirado de la clase alta, ningún hombre de su estatus social, se inclinaría de esa forma provocativa frente a una tienda.

Seguro huelen mejor dentro de la tienda… — Saludó al  joven que parecía querer atravesar el vidrio con tal de probar lo que fuera que había del otro lado. Yranné hizo caso de sus propias palabras y puso su mano en la entrada, pero se detuvo para observar al joven de nueva cuenta. A diferencia de sí mismo, parecía fresco. — Y saben mejor también… — Empujó y entró al a tienda, y el olor dulce invadió sus fosas nasales y despertó su apetito como si no hubiera comido nada en días.
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Mensaje por Asmodeo* Vie Ago 15, 2014 6:16 pm

Al estar observando aquellas delicias se le olvido por completo qué era lo que estaba haciendo y el por qué lo hacía. Había detenido el movimiento de su cuerpo inconscientemente mientras se paseaba el dedo por los labios, decidiéndose en si entrar a comprar uno o simplemente verlo así, tan coquetos en sus pequeños contenedores que les aumentaban la belleza y lo atractivo. Seguro que si encontraba la oportunidad y el dinero se compraba todos y cada uno de ellos para probarlos y saborearlos hasta hartarse y perder la forma que mantenía tan estrictamente. Pero es que esas pequeñas revoltosas delicias era tan atrayentes ante sus ojos que no le importaría ganar unos cuantos kilitos por probarlas.
De pronto su mundo se volvió un plato lleno de pequeñas bolas de chocolate de trufa espolvoreadas y tan magníficamente redondeadas. Le llegaba el olor a chocolate y le inundaba las fosas nasales, sentía el exquisito sabor derretirse en su boca formando una mezcolanza de texturas con lo polvoso y lo firme pero esponjoso, podía tomarlo entre sus dedos y admirarla de más cerca, perderse simplemente en la belleza de algo tan pequeño y agradable. Estaba en plena alucinación cuando de pronto la voz le llego hasta sus oídos y con un ligero respingo alzo la vista, encontrándose con un fino joven, de ropas arregladas y buenos modales. Clase alta. Eso hizo que arqueara ligeramente la ceja y se fuera enderezando con lentitud y cautela. Le sorprendía que alguien tuviera las agallas de siquiera verlo como lo estaba haciendo el otro, por no decir que sus palabras ya eran un gran escándalo. Si bien iba bien vestido se notaba su procedencia y podía asegurar que los demás transeúntes se daban cuenta de la gran diferencia de clases a las que pertenecían.


-Mi señor debe tener toda la razón- dijo a modo de saludo, haciendo una ligera inclinación con la cabeza para reafirmar aquel gesto que había hecho por su parte para el contrario. Era cierto que dentro el aroma aumentaría exponencialmente pero también era cierto que en parte sus recursos económicos le imposibilitaban de cierta forma el entrar, la tentación sería demasiada y aunque traía dinero en el bolcillo podría resultar contraproducente el comprarse uno de esos. Al fin y al cabo era pobre aún y sus ahorros estaban destinados a cosas más necesarias que un pequeño capricho. Por un segundo su mirada volvió a posarse en los panecillos y en los dulces, empezando a alucinar de nuevo pero siendo interrumpido de nueva cuenta por el señor. No supo cómo interpretar aquellas palabras pero fue más que suficiente para que él perdiera todo tipo de control sobre su deseo y le siguió, arreglándose un poco la ropa y el cabello como si fuera a presentarse ante a algún amante o alguna cita con alguien realmente importante, dejando que el olor le llenara por completo y le aumentara más ese apetito por las delicias ahí expuestas. ¿Qué era perder unas cuantas monedas por satisfacer un pequeño vicio una vez en la vida? Podría costearse al día siguiente cualquiera de esos alimentos con algún trabajo extra, hasta estaría dispuesto a lavar colchas o trastes por la simple satisfacción de tener un pequeño guardadito de esos deleites.

-Mi señor estaba en lo correcto, dentro huele espléndidamente- dijo con una sonrisa un tanto infantil pero amplia, con los ojos llenos de deseo y alegría, y una renovada energía que le hacía casi saltar de espacio para ver todos y cada uno de los pastelitos o panes exhibidos en los estantes. Ahora había adoptado un comportamiento totalmente diferente al que mantenía fuera, realmente parecía un niño tomando una decisión que podría cambiar el curso de la vida misma, observando fijamente algunos pastelitos, leyendo los letreritos que le anunciaban el sabor que representaban, moviéndose de aquí a allá para poder admirarlos todos. Si en algún momento había pensando en hacerle pasar vergüenzas a los habitantes de ese lindo país ahora se le había olvidado por completo, su vista estaba enteramente en los vidrios y sus ocupantes.

-¿Qué va a probar, mi señor?- dijo dirigiéndole al otro una rápida mirada para invitarlo a hacer su recorrido por toda la tienda. Metió la mano al bolsillo de su pantalón para sopesar la economía en ese instante y después se detuvo en seco, recordando algo ligeramente importante. -Lamento mi rudeza, mi señor, así como mis malos modales- comenzó mientras se daba la vuelta para verlo directamente a los ojos, colocándose completamente derecho cual alto era y tomando una posición bastante formal. -Mi nombre es Asmodeo pero puede llamarme As si lo prefiere así- hizo una ligera reverencia y después le sonrió tan tranquilo como nunca. -Es un placer conocerlo, mi señor. Ahora vayamos a los pastelitos- y sin más se dio la vuelta, no esperaba a que el otro se presentara pues sabía que su pareja era de la alta sociedad y que bien podía ni siquiera estar a su lado en aquel momento.

Tal pensamiento le hizo recordar quién era y con quién estaba, volviéndolo a la realidad y entonces percatándose de las muchas miradas indiscretas que varios de los comensales les dirigían. Fuera porque sabían quién era él o porque sabían quién era el otro o simplemente era la forma evidente en la que él rompía con todos los códigos de vestimenta y dirección impuestos de la sociedad era un misterio para su persona. Y probablemente se quedaría como tal pues a él poco le importaba la reputación que ya tenía. Mejor se dedico a observar con ansiedad a la vitrina esperando a decidirse por un pastelito coquetamente adornado con una pequeña rosa en el centro de tal blancura que cubría el posible pan y relleno de fresa o por algo más tranquilo como aquellas bolitas de chocolate que tanto le llamaban la atención, si no se decidía pronto seguro que su estomago tomaría la decisión.
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Mensaje por Yranné Salvin Mar Ago 26, 2014 11:25 pm

La panificadora no se encontraba situada en el mejor sitio. No discurría en una calle principal y no tenía el renombre de ser visitada por los nobles o la clase alta como si se tratara de su favorita, pero, y a falta de usar una palabra mejor, contaba con una popular gama de clientes que a veces preferían un pan suave de mantequilla y un café, un croissant o una magdalena, en lugar de un desayuno caliente y bien servido. Y recién acababa de entrar un cliente a la tienda que sin duda constató aquello como una certera y exquisita verdad. Yranné fue recibido con una ola de olores dulces y agradables y eso bastó para confirmar sus deseos de comer dulce. Más que eso, empero, parecía ser una necesidad. Por un instante, casi olvido al joven al que le habló en la entrada.

A veces solía hacer cosas como esas, como si con un par de palabras fuera posible que la gente pensara mal de él, como si esperara que las cosas fueran así de sencillas y pudiera descansar del decoro y los modales por un rato. Pero lo cierto es que no lo hacía por esa razón. Sus motivaciones eran más sencillas que eso. Eran tan simplistas que cuando solía decirlas las personas pensaban que solo bromeaba. Yranné carecía de aquella prepotencia que todo hombre de clase alta debía de llevar en cierta forma. Le habló al joven por que le resultó exquisitamente fuera de tono en esa calle, manteniendo aquella indecorosa posición y simulando que no se daba cuenta de lo que hacía. Fue ver en él, la libertad de la que él mismo carecía. Y fue algo verdaderamente refrescante el que aceptara su invitación. No pudo más que hablarle y hacerle una ligera pero firme invitación a que entrara con él. Y aquello valió la pena, solo con ver las caras de los clientes y las personas que allí trabajaban.

Sí, exquisitamente. — El joven tenía una buena voz y se dio cuenta de que su porte intentaba generar si no respeto, si evitar malas miradas. No le importó, el gesto sirvió para que le dirigiera una escueta sonrisa de aceptación. Observó los panes recién salidos del horno y su nítido olfato le permitió hundirse en el océano de fragancias sin apenas mover un poco su cuerpo. Su mirada acabó en su reciente amigo, que parecía dispuesto a comprar todo si había la posibilidad de ello. Dubitativo, dio un paso, y en aquel instante el joven volvió a hablar. Aceptó con gusto el paseo y caminó por el lugar junto a él. Cierto que no podía esconder su porte recto y elegante, sus pasos felinos y suaves que apenas y se escuchaban en la panificadora, peor aún no encontraba una razón para mirar mal a tan exótica compañía. Aguantó su mirada y sonrió despreocupadamente. Asmodeo, el nombre de un demonio, si no recordaba mal.

Su comportamiento de pronto resulto de lo más cómico y extraño, y algo rudo también. Dejarlo hablando solo de esa manera. Aquella falta de respeto lo hizo sucumbir en una risotada que no era propia de un lugar en público. Enlazó sus manos en su espalda y lo siguió hasta el área de pastelillos. Ignorando las miradas que ya estaba acostumbrado a provocar, miró con detenimiento la exhibición de postres. Sus extrañas costumbres no comenzaron allí, sino años atrás, cuando comenzó a tocar en la Plaza Tertre al lado de músicos de poca monta y ropajes viejos. Su felicidad en aquellos días era gastar sus tardes ejecutando piezas complicadas al lado de otros que apreciaban la música fuera de los salones adornados con gigantescas arañas de cristal y alfombras tan grandes que cubrían todo el suelo.    

En mi vida me habían dejado con la palabra en la boca y de tal manera… — Seguía riendo, pero ahora era más suave y controlable. Hasta que logró calmarse por completo para recuperar un poco de su porte serio, pero sin apartar la sonrisa suave y la mirada elocuente. — Me parece muy descortés no presentarme después de que me has dicho tu nombre de manera tan amable, joven Asmodeo. Soy el señor Yranné Salvin. Un placer. — Inclinó la cabeza, sosteniendo su sombrero de copa con una de sus manos enguantadas. Observó los pastelillos y sus ojos viajaron a uno que, entre todo el dulce del pan y el chocolate, escondía un olor como a madera pero añejo. Estaba ante uno envinado. Con discreción, se movió en base a su nariz y pronto lo tuvo allí frente a él, en su pequeña forma circular. Se llevaría ese. Miró de reojo a su compañero y una duda lo atacó, una duda que podría resolver si hablaba y usaba las palabras correctas para ello. Por lo pronto esperó pues el lugar era muy agradable, así como la inusual compañía de la que gozaba en ese momento.
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Mensaje por Asmodeo* Jue Sep 11, 2014 1:44 am

Se vio sorprendido un poco cuando el otro se empezó a reír como loco y simplemente le sonrió, no había nada de malo con una risa de esa forma, además decían que la mejor medicina era la risa y el otro parecía bastante saludable, así que debía de hacerlo seguido. Lo que no le agradaba y que nunca lo haría, eran las miradas de reproche y desaprobación que le daban al chico a su lado. Bola de arrugados y apretados, por eso tenían que pagar por sexo. Después simplemente los olvido, pensando completamente en todas las delicias que podían haber ahí y que se imaginaba comiendo. A veces sólo deseaba ser rico para poder comprar todos los dulces del mundo y comerlos uno por uno, degustando sus sabores. Un sueño tan simplista e infantil que le daba aquel aire tan despreocupado en muchas ocasiones. Aunque si fuera rico sería muy probable que comprara toda la panadería para tener siempre a su disposición todo tipo de pan y dulces. Con sólo pensar en eso se ponía a babear y a fantasear más con la comida.

Se volteó inevitablemente cuando escucho que el otro volvía a hablar y ladeo ligeramente la cabeza, sin entender las palabras del otro pues realmente ni siquiera había pensado en sus acciones del todo, era un simplista despistado que dejaba pasar por alto muchas cosas a las que las personas llamaban buenos modales. Lo siguió viendo, pensando en que la risa del otro y su aspecto cambiaban por completo y que se veía mucho más relajado y guapo. Ser serio no le quedaba mal pero ciertamente aquella sonrisa le daba un aire mucho mejor. Llego a la conclusión de que el otro debería sonreír más a la vida. Movió la cabeza hacia el otro lado cuando escucho que le decía aquello de ser descortés y entonces recordó que no se había detenido a entablar una buena conversación con el otro. Aunque realmente para él no había necesidad de saber el nombre del contrario, era prostituto los nombres poco significaban en su vida.

-Sólo Asmodeo, señor Yránne Salvin- dijo sonriéndole con cortesía y regresándole aquel saludo. Ahí estaba de nuevo, su lado serio y formal que tanto le hacía parecer grande en edad y guapo. Después le quito la vista de encima y volvió su atención a tan delicada tarea, elegir el pastelillo correcto. Si hacía bien las cuentas podía comprarse dos de aquellas bolitas que tanto le habían llamado la atención. Sonrió entonces decidido y alzo la vista, tomando unas pequeñas pinzas que le ayudarían a tomar sus dos bolitas y ponerlas sobre una charolita. -¿Se ha decidido, Señor Yránne Salvin?- preguntó pero entonces llego una mujer con el vestuario de la tienda, lanzándole una mirada llena de reproche y disgusto a Asmodeo.

-Aquí no se hacen ningún tipo de descuentos, ni parecidos- dijo ella sin más, viéndolo desafiante y como si esperara a que  As se fuera del lugar al negarle los dulces. Él sintió que la sangre le hervía como siempre que le hacían algo como eso y por un segundo su rostro se desfiguro en disgusto y rabia. Odiaba que lo trataran como delincuente. Pero entonces se volvió serio y dejo las monedas en el mostrador.


-No se preocupes, el vagabundo de la esquina de dos cuadras dice que invita los postres hoy si mañana le llevo la comida que nadie le da- dijo con la voz más grave de lo normal, con el puño cerrado mientras intentaba controlarse. -Ahora muévase que no tengo el tiempo para verle la cara aplastada-
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Mensaje por Yranné Salvin Mar Oct 07, 2014 5:12 pm

La situación era extraña, refrescante. Justo el tiempo de situación en la que levantaría sospechas y malas miradas. La clase de situación que no lo hacía un buen esposo para una doncella casadera o una mujer algo mayor, fuera de la edad de una casadera. Para ninguna mujer en realidad. Era el hombre que hacía cosas que un hombre de su estatus social no debía de hacer. Tocar el violín en la Plaza de Tertre, lo cual era uno de sus  pasatiempos favoritos, era una de esas cosas. Mezclarse con una clase social diferente y hacer un espectáculo vergonzoso en público degradaban el apellido de su familia. O eso es lo que decían las señoras de sociedad. Él continuaba mirando con orgullo la “S” adosada en la verja de entrada de su mansión y en la villa de su madre, continuaba paseándose en las calles con la cabeza bien en alto, sin permitir que nadie le hiciera menos, continuaba siendo amigo de los músicos que exprimían las notas de sus instrumentos gastados por el uso, y seguía sin comprender porque eran diferentes a una orquesta tocando en un teatro.  

Y en este momento lo estaba haciendo de nuevo. Estaba con un joven que le agradaba, aunque acabara de conocerlo; bien se dice que la simpleza suele ir acompañada de buena salud a falta de una preocupación real. Y estaba paseando con él, como si fuera muy natural encontrarte con alguien que parecía seguro de exhibirse de esa forma y poco después entrar con un miembro de la clase alta y ver su podían comprarse un panecillo o algún bocado. No cabía el mentirse a sí mismo o caer en un interdicto de pensamiento una vez el cuerpo había tomado voz y conciencia. La situación era divertida y la estaba disfrutando. Era sincero al pensar que uno de los motivos era el pan dulce, también. Pero los extras siempre son un placer.

Entonces, sólo Asmodeo…  — Respondió con un asentimiento ligero, haciendo amago de una cortesía disfrazada de cierta picardía. Las personas reunidas en la tienda seguían mirándolos, sin, hasta el momento, atreverse a acercarse. Yranné permaneció allí de pie, observando el pequeño pastelito que custodiaba casi con recelo, el mismo que había descubierto estaba envinado y que parecía mantenerlo hipnotizado. Observó de reojo a su compañero de compra y volvió a sonreír ante la pregunta acertada. Pero estaba por responder cuando apareció una mujer, una de las empleadas y se atrevió a interrumpirlo. Lo perdonó, pues pudiera ser que no se hubiera dado cuenta.

En silencio observó la interacción de ambos. A la mujer que pudiendo tener una relación familiar con el dueño o dueña del negocio, se creía  con la capacidad, o era lo suficientemente importante como para poner en tela de juicio el nivel económico de los clientes que a su vez le daban el dinero que necesitaba para alimentarse. Observó a Asmodeo que, con razón, respondió con irritación e inteligencia al interludio de la mujer, si bien, no dejándola en calma al demostrar traer dinero, si escandalizada por la falta de respeto hacia su persona. Creyó oportuno intervenir en eses instante. Avanzó un paso entonces y colocó su mano enguantada en el hombro del joven que acababa de conocer.

Ha sido una falta algo grave, Asmodeo. No se debe insultar a una mujer bajo ninguna circunstancia, aunque la mujer en si carezca de la inteligencia para comprender que requiere de personas como nosotros para poder comer el día de mañana. — Observó de reojo a la mujer, manteniendo la cabeza recta y derecha. En ese momento comprendió que la mujer pensó que él estaba disfrazado o simulaba ser de una clase social que no era la suya. Lo vio en el matiz rojizo que apareció en su rostro y en como bajo la mirada al suelo. — Ahora comprendo porque este establecimiento se encuentra en una callejuela como está a pesar de vender buen pan. Bueno, no se puede culpar al panadero por la calidad del servicio a los clientes…  — Hizo un movimiento con la mano y se encargó de que fuera la misma mujer que había insultado a Asmodeo, la que los atendiera, y de paso la molestó un poco, escogiendo más panes y haciéndola esperar en lo que se decía por alguno.
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Mensaje por Asmodeo* Miér Nov 19, 2014 7:11 pm

Le asintió en respuesta a su nombre, así era como se llamaba y era como debían decirle, no había más que agregar del tema y a decir verdad no buscaba que le dijeran de otra forma. Muchos de los que se dedicaban a su negocio preferían tener nombres distintos al momento de presentarse ante los clientes y ante personas exteriores al negocio, eso se le hacía que las cosas se volvieran muy impersonales, poco profesional. ¿Cómo podría haber algún tipo de goce a la vida si ibas por ella ocultando tu identidad por completo? Eso era ser hipócrita, era vivir como todos aquellos personajes que mantenían la sonrisa pintada en los labios sin sentirla en el alma. Asmodeo era su nombre y hacía referencia al demonio de la lujuria, lo más apropiado era darle un buen uso y honrarlo.

Estuvo a punto de decir algo más al ver que la señorita detrás del mostrador lo veía entre sorprendida y más enfadada pero de pronto sintió la presión de algo en su hombro. Giro la mirada y pronto se encontró con la mano de su acompañante en su hombro, por un instante estuvo a punto de reclamar el acto pues le privaba de su derecho al reclamo pero unos segundos después se percato de que podría haber ofendido de más a los presentes. Un pensamiento que le hizo más bien rabiar en exceso que tranquilizarle ¿por qué debía de mostrar él respeto alguno ante aquellos hombres y aquellas mujeres que le trataban con tanto desprecio y de forma tan despectiva? No tenía por qué hacerlo y no planeaba ni disculparse ante su acción.

Sintió el regaño que le regalaba Yránne y por un instante quiso responderle de igual forma y defender su caso con la vida misma. Pero antes de poder hacerlo escucho las palabras que le dedicaba tan alto joven a aquella señora. Una sonrisa ancha y radiante se formo en sus labios, divertido y cruel ante la transformación de la situación. Su expresión corporal cambio por completo ante la nueva perspectiva y fue ligeramente altanero con la mirada mientras veía que la joven los atendía ante todos los caprichos que parecía tener Yránne. Paso el rato contento y sintiendo ese placer tremendo que da la venganza y al terminar la transacción del dinero tomo su pequeño bultito que eran los chocolatitos que había adquirido y entonces se volteo a ver a su compañero.

-Me gustaría que me acompañara a comer estos postres a alguna banca en la parte exterior. Cerca de aquí hay una que podría ser cómoda y agradable para comerlos- explico mientras le enseñaba el paquetito y después empezó con la caminata para mostrarle el lugar al que se refería. No tenía la mejor vista, ni era el mejor lugar del mundo pero para él siempre había sido agradable sentarse ahí pues podía admirar tanto edificios como personas e inventar un mundo de posibilidades.
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Mensaje por Yranné Salvin Mar Dic 09, 2014 8:05 pm

Sí, comprendía que se había pasado un poco con la mujer, que la había humillado mientras la tenía allí de pie, impidiéndole que se marchara, con el único afán de meterle algo de consciencia sobre el modo en el que debía de tratar a sus clientes. Comprendería que se había aprovechado de la situación pero había funcionado al parecer. La vendedora parecía bastante compungida y bueno, como premio de consolación, había comprado bastante pan, más pan del que nunca había comprado de una sola vez. Pero al mismo tiempo se sentía bien, de haber puntualizado aquel punto con esa mujer. Su nuevo amigo incluso parecía a gusto con lo sucedido. Satisfecho con el vocabulario usado.  Al final, la dejó marchar por fin y le permitió llevar sus cosas a la barra para que le cobraran. Una persona más adelante, su amigo estaba siendo ya atendido en la caja también. Su invitación le pareció de lo más agradable.

Por supuesto. Sería un placer… — Respondió a Asmodeo, observando su compra de reojo.  Esperaba que no se ofendiera si deseaba compartir con él lo que acababa de conseguir. Tenía una manía especial con los demás, una manera de hablar controlada y bien medida. Y una paciencia que a veces no tenía de donde sacarla. Para su sorpresa, la señora de enfrente no tardó nada en pagar su compra y pronto pasó él. Pagó su pan rápidamente y vio con meticulosidad como se lo envolvían y se lo podían en una bolsa de papel. Entonces salió y alcanzó a su amigo en la entrada y salida de la panadería.

“Cerca de aquí”, resultó ser un pequeño parque en las afueras del callejón, pequeño, pero bonito, buen cuerpo y bien arreglado. Las bancas estaban acomodadas contra la parte más larga de la pequeña plaza que, bordeada con unos angostos macetones, marcaba el limitante del pequeño jardín con la banqueta. Le pareció un lugar maravilloso lugar en el que sentarse a comer un tentempié. Se sentó en la primera banca por la que pasó, manteniéndose erguido como era la costumbre y sin quitarse el sombrero pues se encontraba en el exterior. En su regazo acomodo la bolsa con los panes y tomo un pequeño pastelillo a la par que su compañero, sintiendo de nuevo aquella ansiedad por  volver a comer algo dulce. Espero a su compañero para abrir la bolsa y sacar el primer bocado y darle una buena mordida Sí, fue tan delicioso como esperaba que lo fuera.

Creo que eres uno de los personajes más extraños que he conocido, por la manera de  haberte conocido por supuesto, las circunstancias, las maneras. No tiene nada que ver tu forma de ser sino… — Se detuvo, conteniendo entre sus labios una risa por lo que estuvo a punto  de decir. Claro, lo primero que le vio fue su trasero meneándose, pero no era le lugar oportuno para hablar de ciertas partes corporales. Por las ropas del joven y su comportamiento liberal, podía suponer y quizás acertadamente, el tipo de trabajo que ejercía, que no tenía nada que ver con este momento. No era una unidad e medida válida para valorar a una persona. — Creo que no voy a olvidar este encuentro nunca. — Replicó con una mueca divertida y acabó por reírse, sin poder evitarlo al final.
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Mensaje por Asmodeo* Dom Ene 18, 2015 10:40 pm

Se encontraba en la entrada esperando a que su acompañante terminara con todas las compras necesarias y de hacer el pago correspondiente, volviendo a prestarle atención solamente a aquellas pequeñas y perfectas delicias que eran la creación de la repostería. Se dijo que cuando fuera grande y tuviera mucho dinero tendría su propia panadería, a disposición de cualquier hambriento que pasara por ahí y supiera disfrutar de lo que era un buen alimento, además así tendría la oportunidad de comer todo lo que quisiera sin que nadie se lo negara o le viera de mala gana. Le encantaría ser rico por el simple hecho de que aquellas personas tenía la posibilidad de tantas cosas y lo malgastaban en… personas como él, vivía gracias a todos esos deseosos de un cuerpo extraño y bien moldeado, y por alguna razón se dijo que debía dejar de hablar mal de los ricos.

Dejo sus pensamientos de lado pues a ninguna parte le estaban llevando y observo que su acompañante ya se encontraba a su lado. Le sonrió y después se fijó en esa gran compra que había realizado y se dijo que internamente que sí, justo eso era lo que él buscaba, poder comprar tanto hasta hartarse y poder compartir con los demás, como por ejemplo el vagabundo que efectivamente se encontraba ahí donde había explicado con anterioridad. Entonces emprendió el camino con total tranquilidad hasta el lugar resuelto. Le encantaba ir a ese pequeño parque, era tan tranquilo y bonito, un espacio libre de muchas miradas chismosas pues eran pocos los que lo conocían y por lo general era utilizado por aquellos amantes disimulados. Se contaba la historia de que ahí el lema era “Una vez dentro tú identidad es otra” y se realizaba un pacto callado sobre no hablar nunca de los visitantes.

Siguió al otro hasta esa banca y se sentó a su lado, colocando su botín bien acomodado en sus piernas, sonriendo como niño pequeño ante la vista de tales delicias. Tomó la pequeña bolita y primero la olfateo, inundándose de su olor a chocolate, seguido le dio una pequeña mordida, degustando placenteramente la textura y el sabor, cerrando los ojos y dejando salir un pequeño suspiro lleno de goce.

Se distrajo momentáneamente de su presa en cuanto escucho la voz del otro y sonrió divertido ante sus palabras. Al inicio quiso preguntar el por qué decía eso pero recordó la manera en la que se había acomodado delante de la panadería y tuvo que soltar una pequeña risa, asintiendo en consentimiento a sus palabras.

-Yo tampoco puedo ser capaz de olvidar este encuentro- comento mientras recordaba la forma en que el otro había puesto en su lugar a la chica del mostrador. Tuvo que volver a reír bajito y entonces dio otra mordida a su chocolate. –A decir verdad nunca espere que alguien de su clase pudiera hablar con alguien como yo, no suele ser frecuente ese tipo de relaciones. Al menos no a luz de día. ¿No le causara problemas? No busco que sufra de alguna forma por culpa mía-

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