[París, 2014] El Cuervo de Notre-Dame | Privado

| París — Catedral de Notre-Dame | Año 2014 |

Donde todo inició...

París, año 2014. Una joven pelirroja oriunda de Irlanda llega a una de las urbes francesas más conocidas para iniciar sus estudios universitarios, quería iniciarse en el mundo de las artes y París era el lugar perfecto para ello. Loreena Mckennitt era su nombre, curiosa y algo gruñona pero ocultaba algo más que mal genio. A diferencia de las demás chicas de su edad, ella poseía extraños dones, era una hechicera y aunque en el siglo XXI ya no se creía con frecuencia en estas cosas y se quedaban sólo en la ficción de la industria del cine y en la literatura; ella bien sabía que sus habilidades no eran para nada fantasía. Estaba consciente de sus dones y desde temprana edad se había dedicado a estudiarlos junto con su padre, quien también los poseía. Aunque la cacería de brujas había quedado en siglos pasados, entre las sombras de las grandes ciudades y en la ignorancia de las nuevas sociedades, ordenes antiguas aún se mantenían en pie resguardando del mundo a aquellos que alguna vez fueron perseguidos.

La familia de Loreena pertenecía a una de esas viejas sectas y por lógica, ella también pertenecía a esos grupos. Algunos investigadores les llamaban “neo-paganos” a los grupos que se encargaban de revivir a las religiones antiguas y se dedicaban a estas prácticas. A la pelirroja a veces le causaba un poco de gracia el uso de aquel término que muchos de esos personajes usaban para referirse a las prácticas de las cuales ellos mismos eran seguidores. Loreena no sólo había llegado a París por razones de estudios sino por una pequeña misión que la llevaría hasta las puertas de la imponente Catedral de Notre Dame. Poseedora de la nigromancia, estaba en la cacería de un espíritu del elemento umbra/oscuridad que había escapado de sus manos. Como buen practicante de magia elemental, debía regresar a ese ser a la vieja Irlanda porque ahí era en donde pertenecía. Una misión para nada agradable. Aquel espectro estaba nervioso, ella podía sentir sus vibraciones energéticas aún estando tan lejos de él.

Había estado en otras ocasiones en París, especialmente en el Louvre. Le gustaba el ambiente bohemio de la ciudad y le alegraba poder estudiar ahí pero su otra ocupación a veces era un tanto pesada. Debía cuidar de sus habilidades y evitar que otros supieran lo menos posible de éstas. Anduvo de paseo por la ciudad durante casi todo el día, incluso logró toparse con aquel espíritu en la mismísima Torre Eiffel antes de que éste retornara de nuevo a la catedral, la cual había elegido como hogar. La chica tendría que seguirle el rastro de nuevo, pero antes iría a su piso y descansaría, había llegado hace apenas una semana y la búsqueda del espectro más las gestiones que debía hacer para la universidad la tenían agotada. Iniciaría clases dentro de poco así que ya no había tiempo para bromas y se dedicaría a capturar a aquel bicho antes de que las cosas se volvieran aún más tensas. Ese día en la noche estaba decidida a capturarlo y a regresarlo a su lugar.  En la mañana había leído en el diario local sobre extraños sucesos ocurridos en Notre Dame, creían que estaba encantado del lugar. Loreena rió al leer aquello, la gente seguía siendo tan supersticiosa como en el pasado.



La ciudad lucía encantadora de noche, los restaurantes siempre estaban llenos de personas que querían pasar un buen rato conversando, leyendo o reposando. La torre Eiffel se veía brillante desde la distancia, así era París. Loreena se pateó mentalmente por dejarse llevar por esas pequeñas distracciones que la alejarían de Notre Dame sino estaba alerta. Alejó de sus pensamientos todas aquellas cosas y se centró en su misión. Al llegar finalmente a la Place Jean-Paul II observó cómo se erigía la Catedral frente a sus ojos, justo al lado del río Sena. Respiró profundo y aceleró sus pasos para adentrarse en aquel edificio antiguo.

El interior de la catedral lucía genial, como siempre había sido pero Loreena tenía otras cosas en mente, no estaba de visita turística y lo menos que quería era que la involucraran en una situación parecida. Logró pasar desapercibida entre las personas del lugar, al menos eso pensaba. Observó con atención las escaleras que guiaban hacia las torres de la catedral, ahí es en donde aquel espectro se ocultaba. Sólo le bastó murmurar unas cuantas palabras, concentrarse lo suficiente para así pasar inadvertida por el lugar y dirigirse a una de las torres del templo. Ascendió por cada peldaño sin hacer el más mínimo ruido, se quedó ahí custodiada por las sombras hasta que las personas abandonaron el recinto. Nadie sospecharía que una pelirroja de unos veinte años de edad estaría oculta entre las torres y eso era lo bueno. La suerte estaba de su lado, eso creía. Al estar arriba dejó que su mirada se dejara llevar por aquella hermosa vista. París lucía esplendorosa desde las alturas de Notre Dame. Por unos minutos, la chica se quedó embobada por el espectáculo del que eran testigos sus ojos, hasta que un susurro la sacó de su distracción.

Miró a su alrededor y clavó sus orbes en una de los vigilantes nocturnos de la catedral, una gárgola con la mirada oscura. Observaba al horizonte con aquellas cuencas vacías pero a diferencia de las demás, esa tenía algo más extraño todavía. En ese instante recordó el tratado de Fulcanelli sobre las catedrales, en especial una oración que heló su cuerpo mientras veía a la gárgola: “Era una figura de diablo, que abría una boca enorme, en la cual apagaban los fieles sus cirios; de suerte que el bloque esculpido aparecía manchado de cera y de negro de humo. El pueblo llamaba a esta imagen Maistre Pierre du Coignet”. Loreena no supo que decir, pero bien notó que aquella criatura de piedra era la criatura que buscaba o quizás estaba errada en su idea. La energía que percibió era distinta a la del espectro que debía hallar. Su cuerpo se estremeció y tuvo que parpadear varias veces al darse cuenta de que la gárgola maldita la observaba. Creyó que era una broma pero no. Se acercó a la piedra tallada en forma de diablo y antes de decir o hacer algo su cuerpo se suspendía en el aire, sus manos se agarraban fielmente de la piedra de uno de las piezas que decoraban la fachada de Notre Dame, ¿Moriría? Eso no estaba en sus planes. Se aferró a la vida más que nunca y empezó a luchar por subir y evitar caer al abismo de la muerte.