Seducing the enemy~ [Privado]

por **Darren O'Reilly** Mar Ago 05, 2014 6:08 am

Llevaba un mes en París y todavía no conseguía dar con el paradero del bastardo cazador llamado Lionel Darsian, un nombre que no olvidaría nunca, ya que pertenecía al hombre que le había arrebatado todo lo que tenía: su amor, su fé, su esperanza, su propósito de vida, todo aquello contenido en una mujer, aquella a quien le había dado caza.

Había seguido al hijo del cazador desde Venecia, dónde lo había encontrado, hasta París creyendo que lo guiaría hasta su padre, lo único que consiguió fue darse cuenta que había convertido y seguido todo este tiempo al hombre equivocado. Aquel a quien había convertido hace tan poco, resultó ser sólo el hijastro, nadie importante, pero quien parecía tener una cierta obsesión por el verdadero hijo de Darsian.

Si bien a primera vista sintió confusión, una segunda mirada le comprobó que aquel no era un hombre sino una mujer disfrazada. Bien entrada la noche ella se quitaba el ridículo sombrero que utilizaba para esconder su cabello, dejando caer sobre sus hombros una hermosa melena castaña. La chica sin duda era hermosa, que fuera hija de Lionel no le impedía admitirlo, y no podía evitar imaginarla bajo su cuerpo, desnuda y con las piernas abiertas esperando por él.

La había seguido durante todas y cada una de las noches que llevaba en París, esperando que sin darse cuenta, ella lo llevara hasta su objetivo. En cambio, todo lo que ella le daba era la vista de sus cazerías nocturnas y sus fugaces besos con las ingenuas jovencitas parisinas.

Llegado a este punto, comenzaba a impacientarse, por lo que decidió cambiar de estrategia. Tenía dos opciones: 1ero, podría simplemente enfrentarla, amenazarla y no parar de torturarla hasta obtener su confesión; o 2do, acercarse a ella y ganarse su confianza, para poco a poco ir sacandole información. Su primer impulso fue el de tomar la primera opción; sin embargo, algo le decía que ella no hablaría aunque supiera, y cabía la posibilidad de que no lo hiciera.

Tras pensar en los pros y contras, había decidido tomar la segunda opción, si llegaba a saber algo ella se lo diría, y sino esperaría cerca de ella hasta que Lionel se dignara a buscarla. Aunque claro, si sabe que es buscado, nunca se acercaría a lo más preciado que tiene, pero entonces le pagaría con la misma moneda, quizás peor. La convertiría y la haría suya, llegaría tan lejos como fuese necesario para provocarle a ese cazador el mismo dolor que él sentía.

Esa noche en especial, por algún motivo desconocido para el vampiro, la chica se dirigió al parque de diversiones. Era algo extraño, en todo el mes que llevaba siguiendola nunca se había siquiera acercado a este lugar, y ahora se escondía tras unos arbustos para cambiar de personaje. Momento que aprovecharía para hacer su aparición.

Vestido con jersey beige y pantalón marrón, Edmond se encontraba apoyado de un poste cigarrillo en mano, quejándose mentalmente de lo mucho que tardan las mujeres para vestirse en esta época. En epocas pasadas la indumentaria femenina no había sido tan excesiva, pero en los años presentes era toda una complicación simplemente colocarse un vestido por sí mismas.

Edmond estaba comenzando desesperarse, pensando que la segunda opción después de todo no podría ser tan mala, cuando ella finalmente salió. Debió admitir que había valido la pena la espera, pero ahora se preguntaba si acaso ella tendría alguna cita esperandola, cosa que se vería forzado a interrumpir si es que era así. -Vaya, vaya. Se esconde un muchachito flacucho y sale una hermosa jovencita- pronunció acercándose y dando una vuelta alrededor de ella.

-Estos arbustos sí que hacen una magia increíble, creo que me llevaré uno para plantarlo en mi jardín- dijo un momento después, frente a ella y quizás demasiado cerca, tomandole el mentón con la mano izquierda. Por alguna razón cuando la miró a los ojos y quizo dejar caer sobre ella el poder de seducción del que los suyos eran capaces, algo en su interior se lo impidió. Estaba seguro que sería por Kristal, tal vez el verla así, vestida como una chica, lo hacía pensar en su hermana y su belleza, tan distinta de esta que ahora acariciaba con sus dedos, pero no por eso en mayor o menor medida, ambas era hermosas a su manera.

por **Helida Darsian** Mar Ago 05, 2014 1:43 pm

Con el pincel en la boca, el lienzo bajo el brazo y el rostro manchado de oleos, Helida avanzaba con brío por las atormentadas calles de París. Atravesaba el mercado, saturado de voces y chatarra cuando algo llamó su atención; una muñeca de porcelana, insignificante y frágil, con la tez tan pálida como la luna. Hubo algo en el encanto del objeto que produjo una sensación extraña en la base de su estómago. Alzó la mano libre y enredó uno de sus dedos en uno de los rizos cobrizos de la muñeca, olvidándose por un momento que debía de fingir ser un hombre, que los hombres no admiraban las muñecas, y de que era una cazadora, que las cazadoras, tampoco podían permitirse el admirar las muñecas. No se le ocurrió la idea de que aquello no fuera justo. Desde sus primeros pasos, había sido sentenciada a la caza por su padre. Su madre había sido la única en tratar de haberle dado una infancia común, pero pronto los abandonó a ambos. Recordó una muñeca de trapo, un collar de perlas, y una nana acunada por unas manos cálidas. Sin embargo apenas era capaz de mantener tres segundos aquel tipo de memorias, que rápidamente eran sustituidas por los duros entrenamientos, la sangre, el famélico apetito de un vampiro, las historias terroríficas que su padre le contaban y que avivaban sus sentidos, los lloros…y el coraje…

Sacudió la cabeza como si una mosca la hubiera estado molestando, y se alejó de la muñeca casi asustada. Había caído la noche y no tenía tiempo de ir a casa si deseaba cazar antes. Decidió por algo fácil; se acercó hasta “Luna Park” y se limpió el rostro en uno de los riachuelos que cruzaba el mismo, antes de acercarse a su ya familiar arbusto. No tardó más de lo que solía, en cambiarse de ropa esconder sus pertenencias. Tomó la fina estaca con la que solía hacer los trabajos fáciles y la sostuvo entre las manos, la contempló durante varios segundos sin saber el porqué exacto. Sus pensamientos iban y venían. Al final se decidió y la ocultó entre sus pechos. Respiró profundamente; aquella noche le tocaba interpretar a una frágil dama de nuevo.

Cuál fue su sorpresa al dar con un inquilino que al parecer había tenido la paciencia suficiente como para notar que había estado tramando la joven. Pensó rápido, evitando por todos los medios verse sorprendida. En un abrir y cerrar de ojos, la frágil dama que había pretendido simular aquella noche, se vio enterrada bajo tierra cuando el tipo tuvo la osadía de tomarla por el rostro. Sin poder evitarlo, Hélida alzó el brazo pero tan pronto como lo subió, lo bajó; no podía pegar a un hombre en mitad del parque de atracciones por el simple hecho de haberla tocado.

—Bueno… ¿Qué podría deciros…? —dijo, alzando la mano y colocándola con cuidado sobre ladel tipo. La apartó con evidente molestia—. Me gustan los muchachos manejables, pero al parecer a él no le ha gustado demasiado lo que le he hecho, ha salido huyendo. Tengo unos gustos un tanto…, agresivos…

Alzó el rostro sin pudor alguno ante el encuentro sobre el que había estado mintiendo, y para su sorpresa no era un borracho o un señor famélico por el tacto de una mujer quién la había parado; sino un hombre, alto y de porte elegante. Helida parpadeó, si aquel era un vampiro, había perdido su oportunidad de verse como una muchacha ilusa a la que poder devorar con facilidad. De serlo de todos modos, esperaba al menos haberlo provocado lo suficiente como para esperar una venganza a través de sus colmillos.

Sonrió con falsedad y le dio la espalda echando a caminar en dirección opuesta, completamente segura de que se había tragado su calumnia.

por **Darren O'Reilly** Miér Ago 06, 2014 2:26 pm

La mano femenina se acercó a la masculina, mucho más grande, únicamente para apartarla de su rostro con evidente molestia mientras intentaba engañarlo burdamente, queriendo hacerle creer que el chico que había entrado era otro aparte de ella. Cuando ella se giró con intenciones de marcharse, no pudo evitar divertirse con su ingenuidad. Para ser una cazadora era bastante inocente.

No la dejó dar más de tres pasos luego de escuchar su última frase: “Tengo unos gustos un tanto…, agresivos…”. Lo siguiente ocurrió en cuestión de segundos, tomó con su mano derecha la izquierda de ella, entrelazando sus dedos y girándola para tenerla de frente, pegándola a su cuerpo haciendo de la mano que retenía la ajena, como en una posición de baile, ofreciéndole una pequeña prueba de la agresividad que ella anhelaba.

Teniéndola así, pegada a su cuerpo, impidiéndole cualquier movimiento que pudiera intentar para alejarse, tomó nuevamente su mentón para que lo mirara a los ojos, marcando mucho más la diferencia de estaturas entre ambos. Quería dejar claro quién era el dominante entre ambos sin ser violento ni llegar a asustarla. -Con gustos agresivos lo peor que puedes hacer es buscar un muchacho manejable, un hombre con experiencia y pericia en el campo sería más conveniente, me propongo voluntario para el puesto, si gustas-.

Bajó la mano a su cuello, acariciando con el pulgar allí donde hincaría sus colmillos para beber de ella, donde la sangre palpitaba con mayor fuerza, haciéndole la boca agua. Su mirada mientras tanto se posaba sobre los labios femeninos entre abiertos, se preguntaba cómo sabrían, qué tan hábil sería su lengua en aquellas artes prohibidas que tanta satisfacción podrían proporcionarle a un hombre. Se sintió excitado de imaginarla justo así, con el rostro frente a un punto más bajo de su anatomía.

Se recordó a sí mismo su objetivo al notar lo mucho que sus pensamientos se salieron de control. Ella no era una mujer con la que pudiera jugar del modo que le gustaba, necesitaba algo que sólo ella podía darle, y para ello tendría que controlar su instinto. Todo lo que le gustaba evitar en sus relaciones, era lo que debía buscar ahora. Debía hacerla confiar en él, creyéndolo humano y enamorado de ella, pronto caería en su juego y lo guiaría hasta su padre.

Con una caricia sobre la mejilla femenina, le propuso -Y… ¿Por qué despreciar el lugar en donde estamos? Podemos divertirnos un rato en Luna Park y luego te acompaño a casa, la noche es peligrosa para que una joven camine sola por las calles- comentó de la manera más inocente de la que fue capaz, en un intento no muy exitoso de que no sonara a advertencia. Esperando su respuesta, notó su afán de negarse y marcharse lo más lejos posible de él, por lo que la soltó con el fin de buscar una moneda en su pantalón. Una vez en la mano se la mostró por ambas caras, mostrando que no era una trampa. –Hagamos esto, si sale cara, vendrás conmigo al parque. Si sale cruz, yo haré lo que tú me pidas, incluso si lo que quieres es que me marche y te deje en paz-.

Sin esperar a saber si estaba de acuerdo o no, con las condiciones ya planteadas, prosiguió con el juego. Lanzó la moneda al aire, la dejó caer sobre su palma y depositó sobre el dorso de la otra. Descubriendo la moneda, mostró que había quedado cara. –Para que no digas que hago trampa, lo haremos a dos de tres- agregó, confiado. Repitió el procedimiento y salió cruz, a pesar de ello seguía tan confiado como al principio. Para el último lanzamiento, le recordó las condiciones previamente pautadas y lanzó, dejando caer la moneda al suelo para que fuera un resultado totalmente al azar y no tuviera cómo tacharlo de tramposo. Al inclinarse para ver lo que había quedado, distintas emociones embargaron a uno y otro, uno fue vencedor y otro perdedor. El resultado había sido…

por **Helida Darsian** Dom Ago 10, 2014 4:15 pm

Ni la luna pálida, ni ella se habrían esperado jamás tan admirable respuesta; había que tener valor para tantear de tal modo a la muchacha, la cual tuvo que hacer acopio de todo su autocontrol para no tratar de liberarse y arremeter contra el tipo. Se dejó apresar, con una terrible sonrisa, tan peligrosa como los avivados colores de una flor ponzoñosa.

— Debo de admitir, que es halagadora esa habilidad que tenéis para ser incapaces de manteneros alejados de mi tacto ni dos segundos. Sin embargo, me gustaría puntualizar también, que si debéis de forzarme, es gracias a que vuestro bello pero arrogante rostro, no es correspondido.

Pretendía continuar parloteando como bien sabía, sin embargo él la volvió a interrumpir. Expectante, dejó que continuara con aquel juego. La moneda dio un destello cuando voló por los aires nocturnos, aterrizó sobre la palma del tipo con un sonido plano, y cuando este se inclinó para contemplar el resultado, Helida ocultó el mismo con su mano, e hizo rodar la moneda entre sus dedos. Ella y solo ella, era culpable ahora de lo que estaba a punto de hacer. Con un juego de dedos, le lanzó la moneda al hombre, para que la recogiera al vuelo.

—Helida Darsian, un gusto —alzó la mano para que la besara, tal y como había visto a las damas de la alta sociedad hacer. Pecaba de impulsiva, pero no de mala actriz.

Los juegos, si podían llamarse así, eran su punto debil, y no veía nada de malo en dejarse llevar por la corriente de lo común por un día. Sería un chica habitual, permitiendo ser cortejada por otro hombre común, coqueteando en "Luna Park"... Podía ser divertido. Pero solo aquel día...solo uno...A pesar de todo, sería otra simple actuación.
Al día siguiente, volvería con la tarea de exterminar a los monstruos de la noche.

—Y ahora...¿por qué no me lleváis a ver dicho parque? Y que conste, que esto lo hago por pesar, ese juego de la moneda ha sido muy poco estimulante.

La luna albina le sonrió.

por **Darren O'Reilly** Lun Ago 11, 2014 10:37 am

Una media sonrisa se dibujó en los labios del mayor viéndola contenerse de arremeter en su contra, creyéndolo un simple humano evitaba tratarlo con mucha rudeza, quizás creyendo que sería capaz de dejarlo en el piso sin defensa alguna. Era una pequeña ingenua si realmente pensaba de aquel modo. Lo que eventualmente comentó, estando aún en sus brazos, no hizo más que acentuar su sonrisa -En dado caso, os llenaré de halagos esta noche, mi lady. Ya que no planeo alejarme demasiado de vos hasta conseguir conquistaros-.

La acción de ella, al no querer descubrir el resultado final que les daría la moneda, lo sorprendió un poco, ella estaba aceptando que deseaba pasar tiempo con él por cuenta propia, sin dejarlo en absoluto al azar. Cogió la moneda al vuelo entre sus dedos índice y corazón justo frente a su rostro, haciendo nota mental de no ponerse nunca a la mira de un arma sostenida por sus pequeña y peligrosas manos. Por otro lado, sintió unas terribles ganas de reír a carcajadas al comprobar que su plan funcionaba a la perfección, pero logró contenerse al tomar la mano que ella le ofrecía junto con su presentación para besarla sin apartar la mirada de sus preciosos ojos de un gris azulado nada común.

Se deleitó de escuchar el nombre de la chica a pesar que lo conocía de memoria, su voz era cantarina y suave, contraria a su imagen salvaje y luchadora. -Es todo un placer, madmoiselle Darsian. Edmond Geinlerin, a sus órdenes-. Pronunció luego de besarle la mano, sin soltarla aún, acompañada de una ligera reverencia. Aquel juego de seducción le encantaba, y Helida hacía las cosas aún más divertidas, debía admitir que tendría que ser cuidadoso con ella, de lo contrario podría cometer un error garrafal que no quería mencionar ni en pensamientos.

-Por supuesto que sí, madmoiselle. Ha sido un juego de niños sin atractivo alguno pero, por pesar o no, debe admitir que ha funcionado-. Sonreír a su lado era demasiado sencillo, su ingenuidad era algo adorable para su edad y su oficio, era en cierto grado refrescante. Entrelazó sus dedos con los de ella, comenzando a caminar en dirección al parque, ignorando si era o no de su agrado, simplemente imponiendo su autoridad de macho dominante sin ser demasiado evidente. Un acto muy sutil escondiendo tantos secretos y mentiras.

Después de pagar por las entradas de ambos y finalmente acceder al parque, se detuvo ante todas las innumerables atracciones que el parque ofrecía. La abrazó ahora por la cintura, atrayéndola hacia su pecho, simulando pensar por cual atracción sería mejor empezar. -¿Qué pensáis? Yo creo que la rueda de la fortuna debería ser lo último, antes de comer algo. ¿Os parece bien iniciar con algo más… Emocionante? Quizás el martillo, o algún roller coaster. La casa del miedo, ¿tal vez?- ante la última propuesta bajó la mirada a ver su reacción, sería divertido verla asustada por una vez, aunque no fuera temor a él.

por **Helida Darsian** Mar Ago 12, 2014 3:32 pm

Con distinción, permitió que el tipo le besara la mano, persiguiendo el movimiento con sus ojos nubosos e inocentes.

— Edmond Geinlerin... —advirtió, pronunciando el apellido con cierta dificultad—No parece francés...

No objetó nada más, y se dejó guiar cual dócil dama. A pesar de todo, no pudo contener un respingón cuando él la tomó de la mano. No estaba acostumbrada a aquello, a decir verdad, no estaba acostumbrada a los hombres sino era para tratarlos de hombre a hombre. Los escasos roces que había tenido, habían sido con necias muchachas, y en todos los casos, ella siempre había llevado la voz cantante. Dejó caer la mirada sobre las manos entrelazadas, con curiosidad; eran más grandes que las de ella, aunque no por ello más fuertes o crueles. Se olvidó por un momento, de la estaca que llevaba oculta en el escote, de su condición de cazadora...Que recordó rápidamente cuando Edmond la sujetó por la cintura, sintiéndose amenazada, aferró los brazos de él con brusquedad, sin embargo, al cerciorarse de lo que hacía, los soltó con lentitud y simulada delicadeza, y se apartó. Debía de controlar sus instintos de cazadora si no quería dejarse ver como una demente. Los brazos de un hombre al rededor de ella, no intentando matarla, se sentían todavía más desconocidos. En sus 19 años de vida, su padre apenas le había proporcionado tres abrazos. Cerró los ojos un momento recordando el sentimiento. Una espina glacial alcanzó su corazón, y casi molesta por la súbita sensación de tristeza, se desprendió de los brazos de Edmond.

— El manoseo en público resultan un tanto indecorosos, ¿no lo creéis Edmond? —advirtió, tratando de ocultar el sentimiento que habían despertado en ella— Aunque no lo parezca, soy bastante pudorosa. El público no me cae en gracia

Hizo alcance de su rostro inocente, para componer una expresión vulnerable, y caminó junto al extraño, en dirección a la casa del miedo.

— Quizás podáis hacer obsequio de vuestra masculinidad.

Por su puesto, nada de lo que aquella mera atracción ocultaba, iba a sobresaltar a la muchacha, pero sabía fingir.

Alcanzaron la cabina, y ella esperó a que él pagara, como buen caballero.

por **Darren O'Reilly** Mar Ago 19, 2014 5:56 pm

Escuchar su propio nombre de los labios de su pequeña presa fue algo extraño; comenzó a arrepentirse de haberle dado su verdadero nombre, pensando que no se sentiría así de escucharla mencionar un nombre extraño para él. -No lo es, madmoiselle. Soy alemán de nacimiento, aunque después de tantos años de viajero me considero más un ciudadano del mundo-. Comentó lo último más para sí mismo, recordando que llevaba unos cuantos siglos sin pisar suelo germano.

En cuanto hubo rodeado la cintura de la joven dama, aquella pareció sentirse amenazada, sujetándolo con fuerza por los brazos, sus instintos de cazadora saliendo a flote, para luego controlarse al creerlo humano y sin intención alguna de lastimarla. Si tan sólo ella supiera. -¿Manoseo, madmoiselle Darsian?- El que ella considerara manoseo que hecho de que él posara su mano en la espalda de ella para atraerla ligeramente hacia sí lo perturbaba un poco, nunca había sido de busca muchachas inocentes, siempre iba a por las que tenían cierta experiencia y que, con sólo un poco de estímulo, lo invitaban sin más a su cama. Se dijo a sí mismo mentalmente que debía tener paciencia. Sin embargo, la pronta mención del ‘público’ lo hizo tomar lo dicho por ella en otro sentido, a sabiendas de que era el equivocado.

Dejó que la chica se le adelantara un paso y, acercándose lentamente por la espalda, le susurró suavemente al oído -si es el público lo que le molesta madmoiselle, podemos buscar un lugar más privado. Aunque yo no la llevaría a usted detrás de un arbusto- mencionó con voz ronca, haciendo alusión al lugar donde la encontró y lo que supuestamente había estado haciendo. Se acercó aún más a ella, rodeándola con sus brazos, y tomando su muñeca izquierda –Hmm… Ha tenido usted una grandiosa idea. Esta atracción es la perfecta para ello-. Declaró, en respuesta al último comentario de la fémina, dudosamente dando el mismo significado que ella a sus palabras, aunque sin duda lo hacía con intenciones de hacerla erizarse y simulando decirlo en broma. Todo un juego aquello de simular que lo dice en broma cuando en realidad podía ser bastante en serio; pero al final, no le haría nada. Si su plan fuera simplemente llevarla a su cama, ya lo habría hecho, pero necesitaba su confianza, y para ello debía ser paciente.

Para cuando se alejó de ella, repentinamente, un brazalete de color amarillo fosforescente rodeaba la muñeca de la mujer, idéntico a uno que portaba él. Aquellos servían como pase a todas las atracciones que desearan, por supuesto sin incluir los juegos de premios ni los puestos de comida, pero de esa manera se ahorraban la tediosa tarea de hacer la cola por tickets en cada atracción. -Después de usted, Helida-. Se tomó el atrevimiento de llamarla por su nombre sin pedir permiso, abriendo la puerta de entrada para que ella pudiera ir adelante.

El recorrido fue bastante inocente, aunque le sorprendió ver que fantasmas reales trabajaban allí asustando a los niños. Los más grandes, creyendo que eran simples muñecos, simplemente los omitían, aunque siempre estaba el factor sorpresa, ya que aparecían de la nada en el momento menos esperado. Justo antes de salir, un fantasma atrevido apareció justo frente a ellos, y con su cuerpo inmaterial, los atravesó, haciéndolos a ambas dar un paso atrás por la sensación de golpe que provocó en sus cuerpos. Al ver a la joven cazadora trastabillar hacia atrás, la tomó por los hombros, guiándola hacia afuera, sin saber realmente como es que aquello le había afectado, si es que lo había hecho. -¿Se encuentra bien?- preguntó no más salir, con tono ligeramente preocupado.

por **Helida Darsian** Sáb Ago 30, 2014 7:23 am

La sugerencia del muchacho se le antojó atrevida y descarada, pero ella no había hecho de menos por hacerle pensar que no podría aceptar una proposición así. Nada más conocerse, había declarado haber estado realizando acciones prohibidas en un arbusto con un muchacho. Y ahora, al pudor enrojecido que se había generado en torno a sus carrillos, hacía que su propia mentira se estuviera derrumbando. Trago saliva, sintiendo la garganta seca. Jamás antes había probado con un hombre, es más, la seguridad que sentía al compartir labios con las mujeres, se le aparecía tan común y cómodo, que creía que era lo natural. Sin embargo, nunca se le había pasado por la cabeza, que la inseguridad y el miedo, era lo que en verdad podía atraerle a los brazos de un hombre. Sacudió la cabeza bruscamente, desechando la idea. No podía ser aquello. Ella siempre tenía que estar al control de la situación. Estaba segura que si se encontraba luchando por el puesto dominante, no disfrutaría de la experiencia. Sin embargo, todo aquello no importunaba ante la idea de poder jugar un poco más.
Dejó que la llevara a la casa del terror, convenciéndose a si misma que podría manejar al tipo si se ponía pesado.

Se adentraron en la oscuridad, y ella ladeó una sonrisa de diversión, cuando la llamó por su nombre sin su permiso. Maldito descarado…

—¿Jamás os enseñaron modales? —preguntó con arrogancia y cierta provocación. Tiró del labio inferior del tipo para probarle que ella también podía tocar sin su consentimiento —Esta boquita vuestra suelta palabras que podrían asustar a cualquier dama, tenéis suerte de que yo no sea una muchacha común.

Soltó su labio y se llevó el pulgar con el que lo había sujetado a la boca, saboreándolo tan solo un segundo. Aquello solía hacérselo a las muchachas que le admiraban como hombre, y no podía deleitarse más con la cara que componían segundos después de que saboreara sus labios indirectamente. Expectante, esperó algún tipo de reacción por parte de Edmond, sin embargo, uno de los sistemas de terror de la atracción, la saco de situación. Algo la atravesó, abriéndole un agujero en el pecho, en el corazón, dejando escapar una sensación horrible de él. Como si el mismísimo diablo hubiera venido a estrujarle el corazón para recordarle la desaparición de su padre, y lo sola, sola…que estaba. Ahogó un gemido, agachándose sobre si misma. Ignoraba el hecho de que aquello había sido un fantasma, por ello, creyéndose víctima de un lamentable susto por parte de una insulsa atracción, se irguió rápidamente cuando Edmond le preguntó.

—Por supuesto que estoy bien —aseguró guiada por el orgullo, pero volvió a tropezar sobre sus pies con el sentimiento todavía patente en su pecho.

No tuvo más remedio que aferrarse al hombro del muchacho.

—En realidad, no me vendría mal salir de aquí…—admitió, avergonzada de si misma—Quizás…la noria no estaría mal. ¿Qué os parece…?

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