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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Yolène Patoux Dom Ago 10, 2014 3:33 pm

« Il est temps»


La luna tenía un peculiar tira y afloja con los habitantes de la tierra; influía en los mares, la caza de los depredadores, y hasta en los versos más tristes de poetas desamparados. Inclusive, curiosamente sus fases coincidían con los períodos fértiles e infértiles de las féminas. Una cosa llamativa, insólita, mística, mas no imposible. Pero ninguno de los nexos de aquel satélite podía compararse con el que mantenía con esas criaturas que insultaban a la naturaleza de cuyos brazos habían escapado en búsqueda de algo más grande, sin reglas que los dominasen más que las propias de sus instintos mortales: los licántropos.

Yolène había aguantado cuanto había podido dentro de ese vestido pomposo, envuelta dentro de esas capas cuyo único fin era eliminar todo rastro de sensualidad. Las vestimenta era solo un requisito más para imitar en lo más posible esa hipócrita perfección que los humanos se atrevían a conceptualizar siendo ellos mismos imperfectos. Nada perfecto saldría de ellos jamás.

Le quemaban las medias, las amarras de su corsé no contendrían su respiración por mucho tiempo más. La luna era bastante clara con sus ciclos. Daba una oportunidad para prepararse, pero jamás para escapar. Apenas Brianna y los niños estuvieron dormidos, justo antes del completo anochecer, la institutriz fue guardada dentro del armario. Era hora de sacar a la fiera de violento cabello cobrizo.

Avanzó, y abriéndose paso con ansiosa precipitación entre muda vegetación, alcanzó la puerta, después de haber tropezado con horribles recuerdos de quien había sido el hombre de la casa y armas bañadas en plata. Atravesó casi corriendo el jardín, abrió la verja. Pero afuera, una sutil brisa había diluido el paisaje y la intensidad del llamado fue aún más inmensa. Descendió la pequeña colina sobre la cual la casa estaba aislada entre los álamos, como una tumba, y fue por el bosque traviesa, pisando firme y fuerte, para despertar un eco. Sin embargo, todo continuó mudo y su pié fue arrastrando hojas caídas que no crujían porque estaban húmedas y en descomposición. Era como si se hubiesen predispuesto a ella para no delatar su andar. Esquivó siluetas de árboles, a tal punto extáticas, borrosas, que de pronto Yolène alargó la mano para convencerse de que existían realmente.

Tenía deseos de respirar, respirar de verdad. En aquella inmovilidad y también en la de esa luna viva estirada allá arriba en el firmamento, había un peligro oculto que pertenecía a ella y a todos sus hermanos lupinos. Y porque la atacaba con toda su fuerza para dejar esa apariencia de frágil humanidad, Yolène reaccionó violentamente contra el asalto de la sangre.

¡Estoy viva, esta mujer existe! —exclamó a esa luz grisácea que la buscaba— ¡y soy hembra y libre! Si ¡Libre! La libertad no es más que acudir a ese llamado de una misma. ¡Porque me necesito! ¡Y me extraño! Yo, no me olvides nunca.

Adiós al sombrero Bonnet de su cabeza, a esas molestas fibras de algodón. Estorbaban como locas, competían por su atención al igual que la luna, pero no eran rivales. Las apariencias nunca superarían el hambre voraz del despojo. Ante la luna llena, muy lacia y apegada a los huesos, brillaba la piel desnuda de Yolène como seda fulgurante. Era el preludio de la transformación.

Palpitaciones cada vez más violentas presenció el astro antes de que apareciera ese cánido de apariencia humanoide. Miró a la hembra atentamente y comprobó gustosa que sus cabellos habían soltado las cadenas de la esclavitud de las trenzas. Ahora el pelaje transmitía un inusual fulgor cuando sacudía la cabeza y las encías. Sus ojos se hallaban iluminados, alimentados por la adrenalina del salvajismo. Soltó un aullido. El tinte de su música se había oscurecido. Se enturbiaría con cada luna llena.

Y antes de que perdiera su resplandor y violencia, no habría nadie que pudiera decir que no había ofrendado a la noche la sinceridad de sus cueros.


Última edición por Yolène Patoux el Mar Ago 12, 2014 9:45 am, editado 1 vez
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Mensaje por Aleck Murray Lun Ago 11, 2014 10:03 pm

El hombre yacía recostado sobre la hierba. Sus piernas ligeramente abiertas, sus manos entrelazadas sobre el abdomen. Mantenía los ojos abiertos y fijos en la enorme y brillante luna llena que le observaba desde el oscuro cielo, como una silenciosa pero poderosa compañera. Se encontraba exhausto, tanto física como mentalmente. Era indignante que el levantar tan aquella brisa le hubiese costado tanta energía. El enojo sentido en el momento de debilidad dio paso rápidamente a una genuina preocupación ¿estaría perdiendo sus poderes? ¿Podría acaso estar debilitándose? La duda crecía en su interior mientras intentaba auto-convencerse de que tal vez solo se tratase de falta de práctica. Hacía semanas que mantenía fuertemente aprisionado al hechicero, ocultándolo de miradas indiscretas y olvidándolo mientras la obsesión que gobernaba su existencia tomaba las riendas en medio de un frenético viaje. Ahora, en París, y a puertas de alcanzar su meta, le resultaba por completo inconveniente no contar con sus poderes a tope. Conocía la fortaleza de su adversario y no podía darse el lujo de desestimar cualquier ventaja que tuviese sobre él.

Sus pensamientos giraban en torno a su medio hermano, a su esposa de la cual solo había oído hablar hasta ese momento, y en lo que planeaba para ellos. Le atribuía a Carmichael todas sus desgracias y no importaba que tanto su conciencia intentara hacerle ver que ese hombre no tenía nada que ver con lo que había vivido. El verdadero culpable, su padre, ya había pagado con sangre, pero era tan grande la deuda adquirida, tan profundas las heridas dentro de Aleck, que le era imposible sentirse satisfecho con tan poco. Tanta amargura le impedía abrir los ojos y observar la bondad y belleza en el mundo. Su interior se había transfigurado en un foso oscuro y vacío donde nada conseguía asirse el tiempo suficiente como para prevalecer. Nada le importaba más que sí mismo, no tenía ningún sueño para su futuro más que alcanzar la venganza ¿y luego qué? Otra pegunta que podría atormentarlo durante las horas nocturnas, por eso la ignoraba sabiamente.

Golpeó con el puño cerrado el húmedo y mullido suelo odiando la debilidad que le invadía. Años y años de ser considerado el eslabón vulnerable le habían dejado demasiadas marcas, tanto internas como externas, como para que continuase recostado tranquilamente. Haciendo acopio de las fuerzas que le quedaban se obligó a sí mismo a ponerse de pie. El camino de regreso hasta la taberna donde se albergaba sería largo y tortuoso. Había tomado la decisión de dejar a Cysgod en la caballeriza, pues no quería alterar al animal con sus pequeños trucos, por lo que no tendría más remedio que regresar a pie. Sentía los músculos de las piernas ligeramente agarrotados y un punzante dolor en la medio de la frente le anunciaba cuan necesario era en ese momento un sueño reparador. Apoyándose en un árbol cercano cerró los ojos por un instante. Las opciones eran obligarse a caminar hasta la taberna o dormir algunas horas en aquel lejano y solitario lugar. Ya antes había dormido a la intemperie, demasiadas veces como para que una más llegase a preocuparle. Confiando en que su suerte le acompañaría mientras estuviese inconsciente empezó a deslizarse hacia al suelo cuando un aullido le puso en alerta nuevamente. Por lo visto había dejado a su suerte junto con su montura.

El sonido provenía de algún lugar no tan alejado y el hecho de que no fuese secundado por más voces lobunas le hizo pensar en una turbadora posibilidad. A pesar de que conocía sobre la existencia de lobos solitarios, era mucho más probable que se tratase de un licántropo que de una criatura gregaria por naturaleza pero con carácter antisocial. Lanzó una mirada recelosa a la brillante luna antes de buscar algún lugar que pudiese servirle de escondite, pero la vegetación de la zona de poco ayudaría si el causante del aullido le encontraba. Concentrándose derrochó las pocas fuerzas que le quedaban en congregar algunas nubes negras que cubriesen el funesto resplandor, pero ignoraba si aquella pobre treta tendría importancia o no en la transformación de la bestia. Maldiciendo por lo bajo extrajo la daga que mantenía oculta en una de sus botas y se preparó para un posible ataque. Se negaba a creer que estando ya tan cerca le fuese arrebatada su victoria por un encuentro casual en una noche de luna llena.

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Mensaje por Yolène Patoux Jue Sep 11, 2014 5:46 pm

Adiós tapujos, hasta muy pronto piel de plata. Intrépida, la luna llena, rabiosa de vanidad, despojó a Yolène de esa piel tan blanca como el mismo astro de los poetas y la volvió tan cobriza como los cabellos que se mecían en su espalda. La de una bestia sería su vestimenta, imitando el similor de su salvaje corazón. ¿Y qué más daba si lo hacía? ¿Quién le decía que no era esa su verdadera forma y que la humana era una coartada más a lo que guarecía por dentro? No podía ignorar que desde el momento en que tuvo conciencia de sí misma y de los que la rodeaban, se sintió diferente. La casa quedaba demasiado pequeña, la asfixiaba. Los corsés, los protocolos que ella misma inculcaba a los señoritos Storr. Y si bien era una eterna espina en la llaga no haber sido madre de la criatura que al mundo trajo, tampoco podía evitar, con un estremecedor aullido, celebrar el imperio de la mujer que se gobernaba a sí misma. The Governess.

Conciencia, vete lejos. Porque con ella venían los miedos, los lazos, las trabas, los límites. ¿Para qué más? Había que quitárselos. Imposible que un río fluyera atrapado; se estancarían las agua y se frenaría la vida. Por eso el mundo iba tan mal. Que rompiera con las ataduras. Ojalá la luna no bajara, pedía la desatada. Aún quedaban caminos boscosos para sus huellas marcar. Así, cual ventisca, estiró su cuerpo en busca de esa libertad, corriendo por esos senderos. Que viniera un cazador y ojalá se le uniera en esa carrera. No tenía miedo. Danzarían mortalmente hasta que uno de los dos callera o escapara. ¿Y qué había de malo con la muerte? Hasta ella liberaba. A recibirla con los brazos abiertos, a ese amor perdido.

De pronto, algo sintió la alimaña en el aire que despertó sus más bajos instintos. Un animal, pero no cualquiera. No se trataba de un roedor, diminuto e hiperventilado. ¿Un oso? No, no tan grande, pero casi. Se movía lento y terriblemente calculado. Sólo una criatura en la faz de la tierra podía mecanizar su vida de esa manera. ¡Ah, humano! Un potente respiro lo confirmó. El licántropo no podía soportar la presencia de un ser tan peligroso morando por allí como si nada. Yolène, quien ya no era ella, tenía que ser el leviatán dominante por donde pasara. A eliminar al rival.

Fue tras el rastro del humano persiguiéndolo a través de un trazo invisible pintado en el suelo. Su esencia permanecía fuerte entre la naturaleza viva y muerta. Más intensa de lo normal. Se potenciaba con cada paso que daba; ¡estaba cerca! Y de pronto, la bestia comenzó súbitamente a decrecer la velocidad de su andar. ¿Qué pasaba? Dos potentes flancos se revelaron ante ella. Primero miró hacia el cielo, irracionalmente jurando venganza a las nubes que cubrían la luna llena, filtrando su resplandor y arrebatándole parte de su fuerza. Segundo, bajó la mirada hacia la fuente de aquel particular aroma. ¡Ahí estaba el individuo! Yolène enseñó las fauces; él no era un licántropo, pero la miraba como si fuera un igual. No era un sujeto corriente; no detectaba el sudor del miedo. ¿Lo tendría? Comprobaría ambas cosas.

Menos ágil, más apacible, pero el doble de furiosa, la lupina del pelaje arenisco avanzó decididamente a atacar al intruso. No importaba que estuviera debilitada. Y si se abriera la tierra para tragarlos a ambos, en el calor del inframundo con sus pezuñas ardiendo quemaría su ira. A nadie interesaba que los sorprendiera el viento o el hielo; sólo al miedo. Y el miedo, bendita maldición, había desaparecido.
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Mensaje por Aleck Murray Miér Oct 22, 2014 9:33 pm

Y allí estaba. Una bestia cobriza demasiado grande para tratarse de un lobo normal. Tal como el hechicero había previsto se encontraba frente a un demonio, una persona transformada, una conciencia perdida en medio de una magia que superaba la suya propia. No sería tan tonto como para esperar que algún impulso de piedad se impusiera a la fiereza, al deseo de sangre. La criatura estaba allí con un solo propósito, desgarrar su carne y regodearse en sus entrañas. Dado que aquel plan no satisfacía en lo más mínimo al hechicero, estaba absolutamente convencido de que daría la faena necesaria para salir airoso, o al menos llevarse consigo una parte del lobo frente a sí. Encarar la muerte ayudaba a potenciar los atributos necesarios para escapar de sus garras, y así, como si de un milagro se tratase, Aleck se sacudió su cansancio y debilidad y se preparó para lo inevitable.

Los nubarrones continuaron oscureciendo el cielo, ocultando el brillo blancuzco de la luna mientras las pobres esperanzas que había guardado en su interior se desquebrajaban. Aunque ya no estuviese sobre ninguno de ellos el brillo causante de la transformación, la bestia seguía siendo bestia. Una forma inútil de gastar energías pero tenía que intentarlo. Si sobrevivía a la noche habría descubierto algo nuevo que podría, o no, servirle en el futuro. ¡Basta de tonterías!, el futuro se planeará mañana, ahora solo estaban el lobo, él, su daga y sus poderes, los cuales nunca en el pasado le habían parecido tan limitados.

Los colmillos descubiertos y el sonido propio previo al ataque hicieron que los músculos humanos se tensaran. La daga en su mano, que se veía tan diminuta e inofensiva al compararla con los afilados y blancos incisivos, se blandió cortando el aire mientras el propio Aleck lanzaba un gruñido de pelea. Sus pies sin embargo permanecieron en su sitio. Intentaba mostrarse fuerte e intimidante, una técnica que funcionaba con la mayoría de las fieras, al menos para hacerles pensar dos veces la conveniencia de atacar a un adversario que podría causarles una herida seria versus olvidarle y buscar una presa mucho más sencilla. Nuevamente se la jugaba sobre un mar de incertidumbre. Se maldecía ahora a sí mismo por no haberse interesado en aprender más detalles sobre tales criaturas. El conocimiento era poder y en ese momento se encontraba en una clara desventaja debido a su propia ceguera.

Esperó y observó al ser mientras éste le observa en retorno. Se empeño en no pestañear, en no pensar en nada más que en el enfrentamiento de voluntades que pronto podría convertirse en uno físico y en mantener obstinadamente las nubes oscuras entre ellos y la luna. Su respiración estaba agitada y su corazón acelerado. Entonces un grito de batalla emergió de improviso de sus labios. Fuerte y alto resonó por el despoblado lugar haciendo que algunos animalillos nocturnos se dieran a la fuga. Muchas veces había constatado ésta como una forma eficaz de amedrentar y, al mismo tiempo, liberar algo de la tensión que empezaba a acumularse en su cuerpo. – Vamos bestia ¡ven por mí de una condenada vez! – vociferó blandiendo su irrisoria arma y entregándose a una muerte casi segura. Al menos su corcel no formaría parte de la merienda de la fiera esa noche… una cosa menos de que preocuparse, gracias a los cielos por los pequeños favores.
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