AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Desiderata || Privado
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Desiderata || Privado
Las desoladas calles apestan a inmundicia, esa que recubre los rincones inhóspitos de las ciudades; la humedad se filtra en los recovecos para reproducir el hongo y pudrir desde el interior la belleza de las casas, y las alimañas disfrutan de ese pedazo atípico de naturaleza, pues de ahí se alimentan, de ahí es de donde se proveen para renacer miles, donde una muere. Multiplicadas una a una, más aterradora que la otra, ellas también son como la Hydra y no muy diferentes a las prostitutas. Hannes puede observarlas desde la esquina de la calle, completamente hundido en su abrigo de lana y esperando que la doce campanadas anuncien el toque de queda para los mortales ordinarios. Ellas, finas e insensibles, descaradas y hambrientas, hay quienes se parecen a Ebba, con su mirada celeste, labios carnosos e inocencia ataviada. ¡Falacias! Ninguna de ellas podría reemplazarla, por más que la buscase cada noche entre sus brazos.
El sonar de su puño contra la pared es opacado por el taconeo de los caballos halando un carruaje, mejor aún, pues la víctima que ha estado asechando pudo haberlo escuchado. Se recarga contra el muro, apoyándose con la palma de la mano herida. Respira. Frunce el ceño y niega con la cabeza. La voz de Ebba se pierde en sus pensamientos, es como si ella estuviera a su lado y lentamente se desvaneciera a su vista. No quiere dejarla ir, pero ella no debe presenciar lo que él está a punto de hacer. Hannes logra recuperar el equilibrio emocional. El hecho de que esa noche sea el aniversario de la muerte y el natalicio de su esposa e hija, lo colocan en una posición bastante difícil. Incluso antes de asistir a su cita, había destrozado la habitación del hotel en la cual se está quedando, sólo para no cometer ninguna impertinencia, ningún error que lo sacase de sus cabales, haciéndolo vulnerable. La primera campanada estalló en sus oídos, marcando el inicio de su festividad.
La sangre salpica su rostro, las líneas escarlata son diagonales iniciando en la esquina de su ceja derecha y terminando a escasos centímetros de la punta izquierda de sus carnosos labios. Se relame, no por sádico, no para probar de la sangre que ha derramado, es un simple gesto que denota su el gusto por su obra. Enjuga su cara con la manga de su abrigo, mientras que la víctima se convulsionaba en el suelo, sin poder respirar y con la garganta abierta derrochando su sangre como una diminuta cascada. El vestido casi fino y de elegancia pueril, se tinta de carmín, sobre sus pechos y vientre. El cuerpo pierde su calor y la palidez de su piel se hace presente. La punta de sus pezones se expía a través de la delgada tela de su atavío y, una vez al convertirse en piedra, se observan tan erectos, que se apetecen. No para él.
El cuchillo en mano, jugando de lado a lado, concentrándose en indagar cuál sería el órgano perfecto para la ocasión. Uno que pudiese resguardar más cerca de él que cualquier otro, ese objeto que representara dignamente la memoria de las mujeres a las cuales les dedicaba su obra, pero Hannes es demasiado excéntrico como para extirpar el corazón, eso es demasiado burdo, él necesita algo más interesante. En ese momento, chasquea los dedos. Su cabeza se ladea para observar con curiosidad el rostro de la mujer. Ella lo había mirado con terror desde un inicio, y él prestó cierta atención a como sus ojos perdían la vida pausadamente. Hubo un punto, justo al término de su existencia, en que la mirada de esa joven se asemejó a la de Ebba, cuando le dedicó el último suspiro a Hannes. No había dolor para ninguna de las dos, sólo la plena consciencia de su final y la compasión hacia el hombre que les observaba. Sin mayor preámbulo, arranca los párpados del cuerpo para poder sacar las canicas de sus ojos, sin ningún daño mayor. Toma uno de sus instrumentos de metal, uno que forma una curvatura puntiaguda con un ángulo extraño. Coloca la punta en la cuenca y se empuja lentamente, primero hacia atrás, después hacia adelante. El orbe azul se remueve en el interior hasta que se desprende de su cueva “Plop”. Hacerse del segundo, resulta más fácil. Lo desprende y ambos son introducidos en un frasco que guarda en el pequeño maletín que le acompaña.
Antes de marcharse, le da una mirada final a la escena del crimen, sólo para confirmar que no ha dejado pista alguna que valide su presencia en ese lugar. Asiente con satisfacción y va por su siguiente víctima. Las campanadas han dejado de repicar…
El sonar de su puño contra la pared es opacado por el taconeo de los caballos halando un carruaje, mejor aún, pues la víctima que ha estado asechando pudo haberlo escuchado. Se recarga contra el muro, apoyándose con la palma de la mano herida. Respira. Frunce el ceño y niega con la cabeza. La voz de Ebba se pierde en sus pensamientos, es como si ella estuviera a su lado y lentamente se desvaneciera a su vista. No quiere dejarla ir, pero ella no debe presenciar lo que él está a punto de hacer. Hannes logra recuperar el equilibrio emocional. El hecho de que esa noche sea el aniversario de la muerte y el natalicio de su esposa e hija, lo colocan en una posición bastante difícil. Incluso antes de asistir a su cita, había destrozado la habitación del hotel en la cual se está quedando, sólo para no cometer ninguna impertinencia, ningún error que lo sacase de sus cabales, haciéndolo vulnerable. La primera campanada estalló en sus oídos, marcando el inicio de su festividad.
La sangre salpica su rostro, las líneas escarlata son diagonales iniciando en la esquina de su ceja derecha y terminando a escasos centímetros de la punta izquierda de sus carnosos labios. Se relame, no por sádico, no para probar de la sangre que ha derramado, es un simple gesto que denota su el gusto por su obra. Enjuga su cara con la manga de su abrigo, mientras que la víctima se convulsionaba en el suelo, sin poder respirar y con la garganta abierta derrochando su sangre como una diminuta cascada. El vestido casi fino y de elegancia pueril, se tinta de carmín, sobre sus pechos y vientre. El cuerpo pierde su calor y la palidez de su piel se hace presente. La punta de sus pezones se expía a través de la delgada tela de su atavío y, una vez al convertirse en piedra, se observan tan erectos, que se apetecen. No para él.
El cuchillo en mano, jugando de lado a lado, concentrándose en indagar cuál sería el órgano perfecto para la ocasión. Uno que pudiese resguardar más cerca de él que cualquier otro, ese objeto que representara dignamente la memoria de las mujeres a las cuales les dedicaba su obra, pero Hannes es demasiado excéntrico como para extirpar el corazón, eso es demasiado burdo, él necesita algo más interesante. En ese momento, chasquea los dedos. Su cabeza se ladea para observar con curiosidad el rostro de la mujer. Ella lo había mirado con terror desde un inicio, y él prestó cierta atención a como sus ojos perdían la vida pausadamente. Hubo un punto, justo al término de su existencia, en que la mirada de esa joven se asemejó a la de Ebba, cuando le dedicó el último suspiro a Hannes. No había dolor para ninguna de las dos, sólo la plena consciencia de su final y la compasión hacia el hombre que les observaba. Sin mayor preámbulo, arranca los párpados del cuerpo para poder sacar las canicas de sus ojos, sin ningún daño mayor. Toma uno de sus instrumentos de metal, uno que forma una curvatura puntiaguda con un ángulo extraño. Coloca la punta en la cuenca y se empuja lentamente, primero hacia atrás, después hacia adelante. El orbe azul se remueve en el interior hasta que se desprende de su cueva “Plop”. Hacerse del segundo, resulta más fácil. Lo desprende y ambos son introducidos en un frasco que guarda en el pequeño maletín que le acompaña.
Antes de marcharse, le da una mirada final a la escena del crimen, sólo para confirmar que no ha dejado pista alguna que valide su presencia en ese lugar. Asiente con satisfacción y va por su siguiente víctima. Las campanadas han dejado de repicar…
Líderc Arsenics- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 20
Fecha de inscripción : 21/05/2014
Re: Desiderata || Privado
– ¿Adónde crees que vas preciosa? Aún no me has dado lo que quiero – las palabras arrastradas eran apenas comprensibles. El olor de dientes putrefactos mezclado con alcohol barato resultaba suficientemente fuerte y nauseabundo como para que cualquiera se desmayase. La vampiresa cortó el suministro de aire a sus pulmones pero no fue lo suficientemente rápida, por lo que pudo apreciar el aroma en todo su esplendor. El desagradable, sucio y ebrio humanó se abalanzó sobre ella y con manos torpes intentó abrirle el corpiño y tener acceso a sus senos. Bien, era suficiente, ningún experimento valdría el tormento de soportar tan degradante situación. Con un movimiento rápido y fluido retorció la cabeza del hombre. Un fuerte chasquido fue todo lo que se escuchó antes de que el cuerpo sin vida cayera pesadamente al suelo.
Ella caminaba alejándose del cadáver, medio asqueada por lo que acaba de suceder e incrédula por saber que algunas prostitutas soportaba eso y más con tal de obtener algunas monedas a cambio. Todo el oro del mundo sería insuficiente para que ella permitiera que un ser tan repulsivo la poseyera. No solía ser elitista al momento de elegir a sus víctimas, ese ebrio, sin embargo, superaba cualquier ideología de tolerancia o equidad. No tocaría esa piel con sus labios ni con ninguna otra parte de su cuerpo. Se estremeció involuntariamente. Para alguien que en una época se había rodeado de cadáveres mientras se alimentaba felizmente de algún desafortunado, aquella reacción resultaba excesiva. Tal vez se tratase más de la asociación de lo que se suponía que tenía que permitir que pasara con lo que ella por naturaleza haría. La repulsión de pensar en ese bastardo tocándole e introduciéndose dentro de su cuerpo fue lo que le causó aversión, más que su olor o cualquiera de sus otros desagradables atributos. Por lo general, cuando adoptaba un papel, lo llevaba hasta las últimas consecuencias. Esa noche, sin embargo, tenía que admitir que tal vez el personaje que pretendía ser le superaba. El objetivo era poder sentir en carne propia lo que sufre una prostituta. Cuestionar si el repudio que sentía hacia esas mujeres, a las cuales clasificó durante mucho tiempo como “de la vida fácil”, tenía una base solida o si, después de todo, solo se trataba de un vano prejuicio de su parte.
Durante centurias había sido ignorante e indolente de los sufrimientos propios de esa profesión. Sin embargo su resolución se veía fuertemente cuestionada desde el encuentro cercano tenido, precisamente con una de ellas, en una de las tantas sucias tabernas parisinas. Aquella rubia tierna y desamparada le había ofrecido una nueva visión, un nuevo panorama sobre el mundo en el que se veía obligada a vivir. No, ella solo sobrevivía en realidad. Ahora quería confirmar algunas de las apreciaciones que tanto le habían tocado durante aquel encuentro y ¿qué mejor manera de lograrlo que aparentar ser una? ¿Cómo más podría presenciar la realidad que experimentándola en carne propia? Adquirir nuevos roles no era una novedad sino, más bien, una suerte de entretención. El poder experimentar la vida desde facetas desconocidas, así como ser apreciada y tratada de otra forma a la acartonada relacionada con la riqueza y poder o al temor vinculada a su naturaleza sobrenatural, le ayudaba a soportar el tedio de la eternidad
Por supuesto, era consciente de que aunque pretendiera adoptar el papel de la manera más similar posible a la realidad, resultaba imposible que la experiencia fuese completamente verídica dado que ella no sufría las angustias reales ni temía por tantas calamidades y desgracias. Debido a esto se había convencido que no existía ningún papel que no pudiese representar. Empero, esa noche admitía ante sí misma su error a pesar de que, de alguna manera, resultaba satisfactorio pues sentía crecer dentro de sí la semilla de la empatía por las mujeres que tenían que vender su cuerpo para sobrevivir. Aquellas que no tenían otra opción más que andar hacia su propia tumba. Sus recuerdos volvían una y otra vez a Chrystelle mientras caminaba sin prisas por las mugrientas calles.
Algunos minutos habían pasado desde que el repique en el aire anunciara la llegada de la media noche cuando un olor familiar le hizo detenerse. La sangre recién derramada era un como un canto de sirenas; arrollador, tentador e irresistible. Harta como estaba después de su golpe con la realidad mundana y humana, permaneció de pie, decidiendo ¿se molestaría por seguir el rastro? El aroma era débil, por lo que el origen debía situarse a algunas cuadras del sitio en el que se encontraba ¿o debería ignorarlo y seguir su camino? Por increíble que pudiese sonar, abandonar aquel desventurado lugar le sedujo más que la idea de buscar lo que seguramente se trataba de un humano herido o muerto después de una riña o robo. Acomodó las enaguas del insinuante y vulgar vestido que llevaba puesto para la ocasión y se encontraba a punto de desaparecer como la bruma cuando un sonido la detuvo, espoleando de nuevo su curiosidad. Se trataba de pisadas que se acercaban en medio de la noche.
Ella caminaba alejándose del cadáver, medio asqueada por lo que acaba de suceder e incrédula por saber que algunas prostitutas soportaba eso y más con tal de obtener algunas monedas a cambio. Todo el oro del mundo sería insuficiente para que ella permitiera que un ser tan repulsivo la poseyera. No solía ser elitista al momento de elegir a sus víctimas, ese ebrio, sin embargo, superaba cualquier ideología de tolerancia o equidad. No tocaría esa piel con sus labios ni con ninguna otra parte de su cuerpo. Se estremeció involuntariamente. Para alguien que en una época se había rodeado de cadáveres mientras se alimentaba felizmente de algún desafortunado, aquella reacción resultaba excesiva. Tal vez se tratase más de la asociación de lo que se suponía que tenía que permitir que pasara con lo que ella por naturaleza haría. La repulsión de pensar en ese bastardo tocándole e introduciéndose dentro de su cuerpo fue lo que le causó aversión, más que su olor o cualquiera de sus otros desagradables atributos. Por lo general, cuando adoptaba un papel, lo llevaba hasta las últimas consecuencias. Esa noche, sin embargo, tenía que admitir que tal vez el personaje que pretendía ser le superaba. El objetivo era poder sentir en carne propia lo que sufre una prostituta. Cuestionar si el repudio que sentía hacia esas mujeres, a las cuales clasificó durante mucho tiempo como “de la vida fácil”, tenía una base solida o si, después de todo, solo se trataba de un vano prejuicio de su parte.
Durante centurias había sido ignorante e indolente de los sufrimientos propios de esa profesión. Sin embargo su resolución se veía fuertemente cuestionada desde el encuentro cercano tenido, precisamente con una de ellas, en una de las tantas sucias tabernas parisinas. Aquella rubia tierna y desamparada le había ofrecido una nueva visión, un nuevo panorama sobre el mundo en el que se veía obligada a vivir. No, ella solo sobrevivía en realidad. Ahora quería confirmar algunas de las apreciaciones que tanto le habían tocado durante aquel encuentro y ¿qué mejor manera de lograrlo que aparentar ser una? ¿Cómo más podría presenciar la realidad que experimentándola en carne propia? Adquirir nuevos roles no era una novedad sino, más bien, una suerte de entretención. El poder experimentar la vida desde facetas desconocidas, así como ser apreciada y tratada de otra forma a la acartonada relacionada con la riqueza y poder o al temor vinculada a su naturaleza sobrenatural, le ayudaba a soportar el tedio de la eternidad
Por supuesto, era consciente de que aunque pretendiera adoptar el papel de la manera más similar posible a la realidad, resultaba imposible que la experiencia fuese completamente verídica dado que ella no sufría las angustias reales ni temía por tantas calamidades y desgracias. Debido a esto se había convencido que no existía ningún papel que no pudiese representar. Empero, esa noche admitía ante sí misma su error a pesar de que, de alguna manera, resultaba satisfactorio pues sentía crecer dentro de sí la semilla de la empatía por las mujeres que tenían que vender su cuerpo para sobrevivir. Aquellas que no tenían otra opción más que andar hacia su propia tumba. Sus recuerdos volvían una y otra vez a Chrystelle mientras caminaba sin prisas por las mugrientas calles.
Algunos minutos habían pasado desde que el repique en el aire anunciara la llegada de la media noche cuando un olor familiar le hizo detenerse. La sangre recién derramada era un como un canto de sirenas; arrollador, tentador e irresistible. Harta como estaba después de su golpe con la realidad mundana y humana, permaneció de pie, decidiendo ¿se molestaría por seguir el rastro? El aroma era débil, por lo que el origen debía situarse a algunas cuadras del sitio en el que se encontraba ¿o debería ignorarlo y seguir su camino? Por increíble que pudiese sonar, abandonar aquel desventurado lugar le sedujo más que la idea de buscar lo que seguramente se trataba de un humano herido o muerto después de una riña o robo. Acomodó las enaguas del insinuante y vulgar vestido que llevaba puesto para la ocasión y se encontraba a punto de desaparecer como la bruma cuando un sonido la detuvo, espoleando de nuevo su curiosidad. Se trataba de pisadas que se acercaban en medio de la noche.
Daphne Landry- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 12/08/2013
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Re: Desiderata || Privado
Sus pasos se hacen resonar en los rincones, como un espectro que solloza sus intenciones en las lejanías de la habitación, dejando ecos en cada miserable esquina y esperando que el ruido se opacase por lo impoluto del silencio. Si tan sólo alguien pudiese escuchar su carcajada mental, una que se encuentra debidamente encerrada por la fina e inexpresiva línea de sus sellados labios, sabrían inmediatamente que él no se encuentra en pos de sus cinco sentidos, ni a favor de nadie que no sea a si mismo y el juramento de venganza. Mientras el taconeo de sus zapatos se desliza por la desolación del lugar, es su excitación lo que le arrastra a percibir el mínimo cambio de atmósfera en su alrededor. Ya no está solo.
Se detiene en silencio, hundiendo el rostro entre el enorme cuello de su abrigo. La visión nocturna es un asco para los mortales, pero no un impedimento. Cierra los ojos, enfocando toda su concentración el resto de sus sentidos, los cuales se encuentran hipersensibles, alterados e impacientes. Su ceño se frunce al percatarse de la fragancia que sus fosas nasales han captado. Un jadeo se escapa de sus labios, más que eso, ha sido una súplica quizá que arremete contra sus sentidos y las memorias. Algo en su interior se remueve tras hacer la conexión de ese peculiar aroma con el pasado que cargaba a cuestas, antes de abrir los ojos y salvarse de las garras ignotas, de sus miedos, escucha la sonrisa de ella dentro de su cabeza. Es esa constante carcajada que amortigua los golpes de su miseria, ese cántico que le resulta ser el bálsamo para sus amargos amaneceres en los que ya no puede verle a su lado. Fragmentada y lejana, la imagen se borra de su cabeza, pero es inmediatamente suplantada por una mirada que esquiva a la suya. Entonces su deseo se vuelve más salvaje, más constante y presente que antes. Gruñe por debajo de los labios, abriendo los ojos y a la espera de localizar con su vista –casi nula- la dirección que toma esa esencia, pero le es imposible ver más allá que las sombras de los tejados derruidos en las casas. Hace caer sus párpados nuevamente, esta vez lo único que encuentra es un espectro casi real de su más grande anhelo.
Decide perseguir al fantasma, sin importarle realmente que tan sólo se tratase de una pésima broma de su mente, un juego macabro que estaba por iniciar. Con grandes zancadas, dobla cada esquina, retrocede sus pasos y con desesperación rebusca en las entrañas de los callejones la falsedad de sus visiones. Sonríe con ironía, con cruel sarcasmo, sólo para darse cuenta que está perdiendo la cabeza y no puede permitir que su infamia y debilidad arruinen la noche, una noche que debe ser perfecta. Se concentra volviendo al punto de partida, re-incorporándose en la frialdad que siempre atavía su rostro y, al pretender regresar, se topa cara a cara con ella.
Sus labios, el color de sus ojos, el tono de su piel, lo largo de su cabello y la frialdad de su presencia. Nada de eso, es lo que él recuerda de Ebba, sin embargo, aquella mujer apesta igual que ella. El idiota de Hannes no puede ni siquiera describir la combinación de aromas que se confunden en el cuerpo de la hembra frente a él, pero ella desprende de su pecho la inconfundible peste de sus fantasmas. Se mofa de su suerte, sin comprender exactamente si lo hace por entusiasmo al saber que el destino le dio un obsequio o si está enloqueciendo por completo. Sólo hay una forma de saberlo. –Sus ojos eran azules, los tuyos son café. Sus labios se teñían de rosa, los tuyos son rojos, su cabello era rizado e idéntico a los rayos del sol, el tuyo es una caída y tan profundamente oscuro, al igual que la entrada al infierno- Levanta un dedo índice y le indica permanecer callada. Rodea su cuerpo, pero no la toca, admira su figura, pero no siente nada más una perturbadora inquietud. -¿Quién eres? ¿Qué cosa eres? Porque sólo el demonio podría tentarme como lo estás haciendo tú, y es evidente que ese cabrón me colocaría todo aquello que aborrezco en contraste con lo que quiero. Pero por mi propio bien, me aseguraré de que ni tú ni él, vuelvan a jugar con mi psiquis de esta manera.- Ladea la cabeza, se relame los labios. Ha dejado el pequeño maletín en el suelo y se prepara para atacar a la dama de sombría belleza. Saca el cuchillo de entre los amarres de su abrigo, está impecable, pese a que lo acaba de utilizar. La yema de su dedo índice se pasea sobre el filo del objeto mientras el estudia la expresión ajena. A estas alturas una víctima cualquiera, ya habría intentado escapar en vano. -¿No vas a huir o es que acaso si consideras ser él- Chasquea la lengua y con la agilidad y destreza de una bestia, se coloca detrás de ella, tomando su cabeza con una mano, sometiendo su cuerpo contra su voluntad y amenazando con la hoja del cuchillo la garganta de la mujer, la cual se le apetece a Hannes. Sin previo aviso y contrario a lo que se esperaba, Hannes lame el arco de su cuello, saboreando su propia ruina. –Incluso sabes igual que ella- Deja la frase a la deriva y gira el cuerpo de la mujer. Ella era una puta y la follaría por eso antes de asesinarla, tal vez, si no se parece a Ebba pero tiene la misma fragancia, él podría revivirla aunque fuese una vez más, y por qué no hacerlo en ese preciso día tan especial para él…
Se detiene en silencio, hundiendo el rostro entre el enorme cuello de su abrigo. La visión nocturna es un asco para los mortales, pero no un impedimento. Cierra los ojos, enfocando toda su concentración el resto de sus sentidos, los cuales se encuentran hipersensibles, alterados e impacientes. Su ceño se frunce al percatarse de la fragancia que sus fosas nasales han captado. Un jadeo se escapa de sus labios, más que eso, ha sido una súplica quizá que arremete contra sus sentidos y las memorias. Algo en su interior se remueve tras hacer la conexión de ese peculiar aroma con el pasado que cargaba a cuestas, antes de abrir los ojos y salvarse de las garras ignotas, de sus miedos, escucha la sonrisa de ella dentro de su cabeza. Es esa constante carcajada que amortigua los golpes de su miseria, ese cántico que le resulta ser el bálsamo para sus amargos amaneceres en los que ya no puede verle a su lado. Fragmentada y lejana, la imagen se borra de su cabeza, pero es inmediatamente suplantada por una mirada que esquiva a la suya. Entonces su deseo se vuelve más salvaje, más constante y presente que antes. Gruñe por debajo de los labios, abriendo los ojos y a la espera de localizar con su vista –casi nula- la dirección que toma esa esencia, pero le es imposible ver más allá que las sombras de los tejados derruidos en las casas. Hace caer sus párpados nuevamente, esta vez lo único que encuentra es un espectro casi real de su más grande anhelo.
Decide perseguir al fantasma, sin importarle realmente que tan sólo se tratase de una pésima broma de su mente, un juego macabro que estaba por iniciar. Con grandes zancadas, dobla cada esquina, retrocede sus pasos y con desesperación rebusca en las entrañas de los callejones la falsedad de sus visiones. Sonríe con ironía, con cruel sarcasmo, sólo para darse cuenta que está perdiendo la cabeza y no puede permitir que su infamia y debilidad arruinen la noche, una noche que debe ser perfecta. Se concentra volviendo al punto de partida, re-incorporándose en la frialdad que siempre atavía su rostro y, al pretender regresar, se topa cara a cara con ella.
Sus labios, el color de sus ojos, el tono de su piel, lo largo de su cabello y la frialdad de su presencia. Nada de eso, es lo que él recuerda de Ebba, sin embargo, aquella mujer apesta igual que ella. El idiota de Hannes no puede ni siquiera describir la combinación de aromas que se confunden en el cuerpo de la hembra frente a él, pero ella desprende de su pecho la inconfundible peste de sus fantasmas. Se mofa de su suerte, sin comprender exactamente si lo hace por entusiasmo al saber que el destino le dio un obsequio o si está enloqueciendo por completo. Sólo hay una forma de saberlo. –Sus ojos eran azules, los tuyos son café. Sus labios se teñían de rosa, los tuyos son rojos, su cabello era rizado e idéntico a los rayos del sol, el tuyo es una caída y tan profundamente oscuro, al igual que la entrada al infierno- Levanta un dedo índice y le indica permanecer callada. Rodea su cuerpo, pero no la toca, admira su figura, pero no siente nada más una perturbadora inquietud. -¿Quién eres? ¿Qué cosa eres? Porque sólo el demonio podría tentarme como lo estás haciendo tú, y es evidente que ese cabrón me colocaría todo aquello que aborrezco en contraste con lo que quiero. Pero por mi propio bien, me aseguraré de que ni tú ni él, vuelvan a jugar con mi psiquis de esta manera.- Ladea la cabeza, se relame los labios. Ha dejado el pequeño maletín en el suelo y se prepara para atacar a la dama de sombría belleza. Saca el cuchillo de entre los amarres de su abrigo, está impecable, pese a que lo acaba de utilizar. La yema de su dedo índice se pasea sobre el filo del objeto mientras el estudia la expresión ajena. A estas alturas una víctima cualquiera, ya habría intentado escapar en vano. -¿No vas a huir o es que acaso si consideras ser él- Chasquea la lengua y con la agilidad y destreza de una bestia, se coloca detrás de ella, tomando su cabeza con una mano, sometiendo su cuerpo contra su voluntad y amenazando con la hoja del cuchillo la garganta de la mujer, la cual se le apetece a Hannes. Sin previo aviso y contrario a lo que se esperaba, Hannes lame el arco de su cuello, saboreando su propia ruina. –Incluso sabes igual que ella- Deja la frase a la deriva y gira el cuerpo de la mujer. Ella era una puta y la follaría por eso antes de asesinarla, tal vez, si no se parece a Ebba pero tiene la misma fragancia, él podría revivirla aunque fuese una vez más, y por qué no hacerlo en ese preciso día tan especial para él…
Líderc Arsenics- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 21/05/2014
Re: Desiderata || Privado
Ningún movimiento es necesario. Le bastó con esperar pacientemente, justo donde estaba, para que, en cuestión de minutos, el causante de aquellas pisadas se revelara ante sí. La locura le acompañaba así como el inconfundible aroma a vida y a muerte, las dos unidas en una sola: sangre. Y no solo eso, además lo suficientemente fresca como para que la vampiresa pudiese sacar rápidas conclusiones sin temor a equivocarse. De no ser por la mirada en sus ojos y la expresión en su rostro podría haberle considerado apuesto. Le pareció como si estuviese acompañado por una locura temporal, esa que se presenta en el momento justo para dotar de irrealidad y lógica los actos más ruines y despreciables. Bien la conocía pues le acompañó como fiel amante durante muchos años, ahora lejanos. Otro olor, la esencia propia de una mujer, emergía de él como una presencia casi tangible. Que irónico puede resultar ser el destino. Justo cuando se daba por vencida, cuando pretendía abandonar una experiencia que había esperado fuese reveladora (y de hecho lo había sido aunque no en los términos que ella había pensado), aparecía aquel humano como un tributo conveniente y oportuno.
Quiso esbozar una sonrisa al escuchar la descripción de cómo él la percibía, y la comparación con la imagen de otra fémina que de seguro era la que nublaba su razón. Pero se contuvo, permaneciendo callada, según su deseo, y quieta mientras él la rodeaba como si estuviese sopesando sus cualidades físicas por medio de un riguroso examen visual. Con el diablo la confundió aunque atinó en preguntarle antes de asumirlo. Ninguna respuesta emergió de los labios de Daphne. Tal vez no sea el diablo pero de seguro puede ser uno de sus ángeles oscuros cuando se lo propone. Ella esperó paciente, más motivada por la curiosidad que por cualquier otra emoción ¿Qué es lo que se propone? Obviamente es el causante de la sangre derramada que había olfateado con anterioridad, sobre ese punto no hay discusión. Más bien lo que la morena se preguntaba era que pensaba hacerle a su cuerpo, como pretendía asesinarla. Para él ella no era más que una prostituta, muy diferente a la mujer con la que seguramente alucinaba, lo suficientemente como para generarle la más profunda de las repulsiones. Una extraña manera de pretender honrar un recuerdo pero, al final del día ¿Quién era ella para juzgar un acto como innoble?
El frío del cuchillo, tan parecido a su propia temperatura corporal, presionó contra su piel mientras la lengua suave, tibia y húmeda del hombre recorría parte de su cuello. Si fuese humana la tendría por completo sometida y aterrorizada. Él tenía razón, lo que se esperaba ante tal situación era que ya hubiese intentado huir. Sería muy fácil terminar con aquella escena. Bastaría con girar y partirle el cuello al desgraciado, tal como había terminado con la vida del patético borracho, pero no deseaba dejar escapar de entre los dedos una oportunidad como aquella. Doblegando su dureza y fuerza ante los esfuerzos del hombre, permitió que él controlara por completo su cuerpo. Como una marioneta solo se entregó a sus antojos mientras fingía un temor no sentido. – No soy el diablo, monsieur, solo soy una mujer pobre en busca de algunas monedas que le ayuden a pasar la noche bajo el abrigo de un techo… por favor no me haga daño – respondió con un hilito de voz. No es su mejor actuación pero confía que el estado en el que su asaltante se encuentra le ayude a parecer mucho más indefensa de lo que en realidad es. Su vestido, gracias al brusco movimiento al que fue sometida, se desplazó ligeramente permitiendo que su escote se pronunciara y resultara incluso más tentador ¿Esperaba él conseguir alguna satisfacción sexual o solo anhelaba introducir el metal en lo que debería ser una carne suave y jugosa? Un escalofrió de anticipación la recorrió. En los tiempos actuales se consideraba serena y considerada, pero también reconocía al monstruo que anidaba en su interior y que rugía, de tanto en tanto, clamando por una corta liberación. Tenían ante sí la oportunidad perfecta para saciar sus más oscuros apetitos. Hasta donde llegase dependía, en gran medida, de las decisiones del que se pensara su verdugo.
Con un movimiento torpe para una vampiresa le empujó con fuerza apenas suficiente para hacerle trastrabillar y se liberó de su agarre. Luego levantó las enaguas de su falda y corrió en dirección contraria. Una carrera contenida y lenta. – Ayuda, por favor… ayuda – gritó al cielo confiando en que ningún desafortunado transeúnte decidiera acudir en auxilio de una mujerzuela. Deseaba que él la persiguiera, que la atrapara, que intentara someterla y que dejara libre el desenfreno y la demencia que titilaban en sus pupilas. Que le diera más incentivos para liberarse a sí misma, no solo del corsé que aprisionaba su torso, sino de la máscara de moralidad y condescendencia que le impedían ser el demonio que él asumió, desde un principio, que era.
Quiso esbozar una sonrisa al escuchar la descripción de cómo él la percibía, y la comparación con la imagen de otra fémina que de seguro era la que nublaba su razón. Pero se contuvo, permaneciendo callada, según su deseo, y quieta mientras él la rodeaba como si estuviese sopesando sus cualidades físicas por medio de un riguroso examen visual. Con el diablo la confundió aunque atinó en preguntarle antes de asumirlo. Ninguna respuesta emergió de los labios de Daphne. Tal vez no sea el diablo pero de seguro puede ser uno de sus ángeles oscuros cuando se lo propone. Ella esperó paciente, más motivada por la curiosidad que por cualquier otra emoción ¿Qué es lo que se propone? Obviamente es el causante de la sangre derramada que había olfateado con anterioridad, sobre ese punto no hay discusión. Más bien lo que la morena se preguntaba era que pensaba hacerle a su cuerpo, como pretendía asesinarla. Para él ella no era más que una prostituta, muy diferente a la mujer con la que seguramente alucinaba, lo suficientemente como para generarle la más profunda de las repulsiones. Una extraña manera de pretender honrar un recuerdo pero, al final del día ¿Quién era ella para juzgar un acto como innoble?
El frío del cuchillo, tan parecido a su propia temperatura corporal, presionó contra su piel mientras la lengua suave, tibia y húmeda del hombre recorría parte de su cuello. Si fuese humana la tendría por completo sometida y aterrorizada. Él tenía razón, lo que se esperaba ante tal situación era que ya hubiese intentado huir. Sería muy fácil terminar con aquella escena. Bastaría con girar y partirle el cuello al desgraciado, tal como había terminado con la vida del patético borracho, pero no deseaba dejar escapar de entre los dedos una oportunidad como aquella. Doblegando su dureza y fuerza ante los esfuerzos del hombre, permitió que él controlara por completo su cuerpo. Como una marioneta solo se entregó a sus antojos mientras fingía un temor no sentido. – No soy el diablo, monsieur, solo soy una mujer pobre en busca de algunas monedas que le ayuden a pasar la noche bajo el abrigo de un techo… por favor no me haga daño – respondió con un hilito de voz. No es su mejor actuación pero confía que el estado en el que su asaltante se encuentra le ayude a parecer mucho más indefensa de lo que en realidad es. Su vestido, gracias al brusco movimiento al que fue sometida, se desplazó ligeramente permitiendo que su escote se pronunciara y resultara incluso más tentador ¿Esperaba él conseguir alguna satisfacción sexual o solo anhelaba introducir el metal en lo que debería ser una carne suave y jugosa? Un escalofrió de anticipación la recorrió. En los tiempos actuales se consideraba serena y considerada, pero también reconocía al monstruo que anidaba en su interior y que rugía, de tanto en tanto, clamando por una corta liberación. Tenían ante sí la oportunidad perfecta para saciar sus más oscuros apetitos. Hasta donde llegase dependía, en gran medida, de las decisiones del que se pensara su verdugo.
Con un movimiento torpe para una vampiresa le empujó con fuerza apenas suficiente para hacerle trastrabillar y se liberó de su agarre. Luego levantó las enaguas de su falda y corrió en dirección contraria. Una carrera contenida y lenta. – Ayuda, por favor… ayuda – gritó al cielo confiando en que ningún desafortunado transeúnte decidiera acudir en auxilio de una mujerzuela. Deseaba que él la persiguiera, que la atrapara, que intentara someterla y que dejara libre el desenfreno y la demencia que titilaban en sus pupilas. Que le diera más incentivos para liberarse a sí misma, no solo del corsé que aprisionaba su torso, sino de la máscara de moralidad y condescendencia que le impedían ser el demonio que él asumió, desde un principio, que era.
Daphne Landry- Vampiro Clase Alta
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