Sueño en una fiesta de verano [Angela]

por **Friedrich Lahm** Sáb Ago 16, 2014 1:12 pm

Era una cálida tarde de verano. El sol se iba ocultando poco a poco en el Oeste mientras una agradable brisa recorría los bosquecillos que rodeaban las afueras de París. Entre los árboles los pájaros revoloteaban y las afanadas hormigas se apresuraban a terminar el trabajo estival, sabedores todos de que el frío invierno no tardaría en llegar.

Sebastian viajaba sentado en el interior de un pequeño carromato sin techo, con la mirada perdida en el bosque y su mente ocupada en mil pensamientos diferentes. De vez en cuando se llevaba un cigarrillo medio consumido a los labios. Llevaba el pelo despeinado y salvaje y en su rostro lucían algunas heridas aparentemente recientes, producto posiblemente de algún golpe.

El carromato se detuvo frente a una pequeña pero coqueta mansión edificada a las afueras de París, lejos de las miradas indiscretas. El alemán pagó al conductor de la diligencia, además de darle una generosa propina mientras le guiñaba un ojo. Si en aquél momento tenía dinero, ¿por qué no hacer ostentación de el? Además, así se iría ganando un nombre entre los conductores de carrozas, que sabrían quién pagaba más y quién menos. Y tener a un gremio de tu parte nunca es mala idea.

Sebastian se encaminó hacia la puerta del jardín, donde un criado con librea le preguntó el nombre. Tras comprobarlo en una larga lista asintió con la cabeza y le invitó a entrar. La fiesta había empezado hacía poco tiempo, le dijo. Ojalá pasara buena noche, comentó. Y una vez que el licántropo le hubo dado algo de propina el criado sonrió aún más, confesándole algunos chismes que tal vez le fueran útiles.

Las fiestas... llevaba menos de dos semanas en París y ya había ido a cinco fiestas y había declinado asistir a otras tantas. Era ridículamente sencillo incrementar la agenda social en aquella ciudad y en esa época del año. Ni siquiera conocía en persona al anfitrión, aunque le habían hablado de él en alguna otra ocasión. Antoine Griezzman se llamaba. Y todo el mundo coincidía en que sus fiestas era algunas de las más... “divertidas” de París.

Sebastian siguió el caminito empedrado que recorría el césped y se detuvo antes de entrar por la puerta abierta. Se ajustó el elegante traje que vestía y apagó el cigarrillo en el suelo con la bota. Luego suspiró y puso el primer pie dentro mientras una cálida y agradable sonrisa se dibujaba en su rostro. La música sonaba, los invitados reían y los sirvientes iban de un lado a otro con copas cargadas de champagne en bandejas de plata. ¿Cómo no podía uno ser feliz al estar en París?

Con un vaso en la mano Sebastian se perdió entre el gentío. Era hora de divertirse.