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Sueño de una noche de verano | Flashback 2WJvCGs


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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Lagash Lun Sep 28, 2015 1:07 pm


Sueño de una noche de verano




A finales del siglo XVI, Londres.

En cada siglo surgía un importante nombre. Un nombre que no se olvidaría a través de los tiempos, un nombre que permanecerá en la Historia. Lagash, desde luego, no era uno de ellos. Nadie le recordaba, y eso era algo terriblemente frustrante para su ser. Su egolatría y su afán de ser reconocido, le provocaba diversos quebraderos de cabeza. Su inmortalidad, además, le infligía una locura cada vez más latente, más obvia y confusa para sí mismo. Nadie había oído hablar de él, y cuando en ciertas ocasiones -ocasiones en las cuáles, esa mencionada demencia, se apoderaba del poco raciocinio que le quedaba-, hablaba de sus grandiosas batallas, de sus terribles derrotas y de todos los hombres y mujeres que ha conocido a lo largo de su existencia -Juana de Arco, Caravaggio, Alejandro Magno, Torquemada y un sinfín de ellos...-, le tomaban por lo que en verdad era, un loco. Ensoñaciones provocadas por el nido de las tinieblas, y su mente dejándose vencer por lo que no era real, por lo que era imaginado. Cuando, realmente, se encontraba perdido en cualquier siglo.

La experiencia, tal vez, o quizá su conocimiento de la verdadera estrategia, del espionaje, de las conjuras en las diferentes coronas, le habían convertido en un gran observador de los tiempos que pasaban frente a sus ojos. Él, siempre presente, los siglos muriendo a su paso. Se sentía, por aquel entonces, imparable. Invencible. Inmortal. No obstante, la soledad también era su gran compañera, y a pesar de los diferentes amantes, de los amigos y enemigos que ha hecho a lo largo de los años, el final, el resultado de sus aventuras, siempre es el mismo: la soledad. Su búsqueda de los grandes nombres de la época en la cual se encontraba, le hacía viajar a cada rincón del planeta, dejar paso a los nuevos idiomas y ocultar en su mente los antiguos dialectos. Aprender a vestir, a comportarse, a llorar y sonreír como se requería en esa tiempo. La sombra de los grandes hombres. El gran manipulador de la historia -y muchos otros inmortales pululando por las páginas de los que en un futuro serían libros sobre los pupitres de alumnos aburridos-. Ellos, dioses, vampiros, lamias, o cómo demonios se les llamara, permanecían siempre ocultos.

Centrémonos, pues, en un siglo que le cambió por completo desde su conversión. Muchos siglos después de su primera muerte, en un mundo nuevo -ya que en verdad eso era, no era otra sociedad, no era otro imperio, no era otro país. No, era otro mundo-, tan alejado al que había conocido, sintió que algo resurgía en él. La pasión que creía olvidada. Su amor por el arte había surgido durante el Renacimiento, viviendo entre Roma, Venecia y Florencia, aprendiendo de los maestros de la época -Rafael, Bernini, Tiziano, o el gran Miguel Ángel-. Sus conjuras con los Médici, convirtiéndose en un mecenas más de aquellos artistas que admiraba -oh, el amor. Enamorado de ellos, y de sus creaciones-. Y, ahora, el siglo XVI. Londres. Lo que posteriormente sería conocido como la época isabelina. Una reina, Isabel I, que dio nombre al teatro y a la literatura de sus años. Los nuevos creadores veían en el pasado italiano, la fogosidad que deseaban recuperar,  el arte que soñaban imitar. Todo aquello que Lagash vio en los recién nacidos artistas. Sin embargo, lo que comenzaba a admirar no estaba ligado a la pintura o a la arquitectura, sino al teatro. Y un nombre, por encima de todos. William Shakespeare. . Sus historias, sus representaciones, fascinaban al Lagash de entonces. Y no dudó en querer conocerlo, en convertirse en una nueva sombra. Y ejecutó un plan para llegar a formar parte de su pluma, y de los trazos que ésta dejaba sobre los pergaminos, convertidos posteriormente en palabras resonantes en los labios de los más famosos actores de la época -el propio Will, Edward Alleyn, Henry Condell o Robert Armin-.

Su amistad con un noble británico, Henry Carey -barón de Hunsdon y Lord Chamberlain-, se formó a partir de su servicio a la reina Isabel I como espía otomano. ¿Y por qué otomano? Porque eso le tocaba ser. Mesopotamia había desaparecido, y ahora era conocida de esa nueva forma. Un imperio enorme, el cual alcanzaba prácticamente el sur de Europa, unos pocos pasos más y el viejo continente se vería sumergido en las terribles garras del Islam. Apareció en Londres autoproclamándose miembro de la dinastía osmanlí, sobrino oculto del sultán Mehmed II -quién había ordenado estrangular a sus diecinueve hermanos para así convertirse en el único sucesor-. Nadie podía saber quién era realmente, ya que entonces el reinado del citado  Mehmed II podía correr un grave peligro. Su fortuna -¿cómo no iba a ser rico? Tenía tiempo de sobra, y habilidades suficientes para hacerse con todo el oro y el dinero que deseara-, su conocimiento de la Historia y sus contactos -sin olvidarnos de su peripecias en cuanto a falacias se refería-, hicieron que la corte inglesa confiara en él. La Guerra austro-otomana en Hungría fue la guinda del pastel, y la monarquía británica creyó conveniente la ayuda de aquel supuesto descendiente de Mehmed II. Un espía que luchaba contra el Imperio Otomano y su avance por Europa.

Su presencia entre la aristocracia inglesa fue habitual, y así se fue codeando entre los presentes. Su atención recayó en Henry Carey, al descubrir que era hijo María Bolena. Aunque suene sorprendente, Lagash intentó conquistar a las célebres hermanas. Quizá por el simple hecho de ser inalcanzables y de compartir alcoba con Enrique VIII. Aún no olvida el desafortunado comentario que hizo en una noche de borrachera con Carey, mencionando el deseo que sentía por su madre. La extraña mirada de Henry, y Lagash intentando arreglarlo; asegurando que solo había sido un chiste de mal gusto.

Y así, por simples casualidades, conoció al auténtico artista de la época. Cristopher Marlowe.  

El Theatre, teatro ubicado en Shoreditch, acogía a una de las compañías más importantes -por no decir la más importante de todas-. The Lord Chamberlain's Men. ¿No os dice nada este nombre? Lord Chamberlain, Henry Carey, era el mecenas de esta compañía. El buen amigo de nuestro Lagash. ¿Y quién era el dramaturgo de este grupo de cómicos? William Shakespeare. Una oportunidad increíble, desde luego. Una noche, Henry, le propuso a Lagash acompañarlo a un nuevo estreno. Mucho ruido y pocas nueces. Una ligera comedia que prometía ganarse al público inglés.

En una noche de verano, acudió con sus mejores galas al famosísimo teatro. Su mirada, fijada en su acompañante -el lord- y en el que era su punto de referencia en cuanto a espionaje se refiere -el hombre que le procuraba, el hombre que estaba por encima de él en los ocultos soldados de la corte: Thomas Walsinghan. Un joven que no llegaba a la treintena, pero quien era muy importante en la política londinense, además de ser mecenas, como Carey.

Los tres hombres, ya en uno de los privilegiados palcos del teatro, comenzaron a charlar de banalidades, hasta que la atención del sumerio se fijó en un tema que requería su completa atención.

-Oh, por favor... No entiendo esas críticas, ni esas rivalidades -murmuraba Walsinghan-. Marlowe es un buen amigo mío. No tengo que tratarle como un mero sirviente, por el simple hecho de ser su mecenas. Me gusta lo que hace, y simplemente le doy lo necesario para ello.

-Pero es extraño, Thomas -le contestaba Henry, mientras sonría de lado, divertido. Lagash había oído hablar de aquel tal Marlowe, no obstante su interés se centraba más en otra personalidad-. Además, no niego la genialidad de Christopher. No obstante, mi querido Will le supera. Sus obras no solo tienen más éxito, sino que además él mismo las representa. Es único en su especie.  

-¿Marlowe? -se atrevió a decir Lagash-. ¿Os referís a Christopher, verdad?

Thomas se echó a reír mientras el teatro se iba llenando poco a poco. Silencio. Los actores salían a escena, y las voces de éstos comenzaban a resonar en cada rincón del lugar.

-¿Quién sino? -susurró el político, inclinándose hacia Lagash para que nadie más fuera capaz de escucharles-. Me extraña que no le conozcas. ¿Nunca te lo he presentado? Es compañero tuyo... -y, finalmente, en un halo de misterio, susurró-, otro hombre al servicio de la reina.

Lagash se sorprendió. Gratamente, por supuesto. ¿Marlowe, el que estaba a la sombra de su querido Shakespeare, espía de la corte? Qué feliz coincidencia. Y allí estaba, Will, en medio del escenario. La luz reflejada en el maquillaje blanco de su rostro, su voz resonante. Sus propias palabras siendo pronunciadas por el creador. Un nuevo profeta, en un nuevo tiempo. Sus escritos pasarán a la historia, estudiados, bendecidos por muchos hombres en los siglos que le continuarán. Y, Marlowe, un nuevo Judas, malamente juzgado y olvidado.


Última edición por Lagash el Dom Mayo 22, 2016 9:41 am, editado 2 veces
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Mensaje por Christopher Marlowe Mar Nov 10, 2015 12:04 pm


A lo largo de su historia, muchos se han referido a él con un sinfín de nombres y apelativos. Sus características iniciales -esa C y su correspondiente M-, con las que pincelaba cada nombre en las diferentes épocas -representativas de lo que alguna vez fue-, su condición de no muerto, que ha dado un extenso abanico de insultos y vejaciones de boca de otros –chupasangre, demonio, monstruo, bestia-, o incluso su peculiar atractivo, que también le ha valido otros muchos nunca mencionados, sólo pensados por aquellos y aquellas que sucumbieron a los encantos del vampiro.

Pero, es cierto que Christopher Marlowe no siempre llevó la vida de un ser que se esconde entre las sombras y que accede a los teatros a través de catacumbas. Hubo un tiempo en el que el nombre Christopher y el apellido Marlowe eran algo. Algo más que un viejo trofeo lleno de polvo –lo que suponían realmente para el vampiro en su domicilio francés del momento-. Marlowe fue hombre y como hombre, tuvo una vida mortal. Lozana y triste a partes iguales, pero la tuvo. Una vida que no le pertenecía del todo, pues cometió el error de entregársela, iluso, a dos personas: su enamorado, y el desalmado que le privó de su inocencia convirtiéndolo en un engendro de colmillos afilados.
El primero, William Shakespeare. Su joven e inocente amigo primerizo, el pupilo que en un comienzo le robó el corazón pero que, en adelante, le robaría también su fama. Una amistad que con el tiempo se perdería en la laguna del vicio, donde el propio Marlowe se dejaría llevar por una obsesión insana que le roería sus adentros durante los años en que tuvo lugar su idilio con el otro isabelino.

Sin embargo, la historia que aquí está a punto de abordarse radica más en las vivencias de Marlowe y el que podría presumir de ser el auténtico creador de la leyenda de éste. La leyenda de un escritor inmortal de inmortales pecados buscando a través de los siglos una redención que nunca llegaría.


A finales del siglo XVI, Londres.


La situación a la que el isabelino debía enfrentarse por aquel entonces pasaba por escribir libretos y sufrir por amor. Se había convertido en la sombra del que fuera su protegido –y cómplice en los entresijos del amor- y para colmo, éste le había rechazado. Había ido a parar a los brazos de una mujer y así acallar los cuchicheos dedicados a su promiscuidad con otros hombres -para Marlowe no podía existir otro motivo-. Pero su descaro, dedicando poemas a su propio género, no pasaba desapercibido para el futuro vampiro que, lógicamente, enfurecía de frustración con cada verso.
No podía resistirse tampoco a aquel canto de sirena que le llevaba a pisar todas las noches el teatro para poder contemplar a su amado, su rival. Aquella persona que representaba el Cielo y el Infierno en la vida del dramaturgo. Verde de celos y rojo de ira, se acomodaba en su palco particular -aquel cedido por su apreciada y benefactora Reina ya que, realmente, el dramaturgo no tenía mucho dinero por aquel entonces, pero sí recursos- para poder observar así al objeto de sus deseos y pesares sin ser interrumpido.

Una interpretación pésima, triste vestuario, escasa imaginación al escribir tan terrible obra con unos personajes verdaderamente inocuos. Marlowe escupía veneno y aún así, no podía dejar de contemplar a aquel ángel que insistía en querer arrastrarlo al Infierno del cual había salido.
Fue así que el sueño que prometía aquella noche de verano se convirtió en una pesadilla para el ingenuo escritor que, más tarde que temprano, acabó conociendo al instigador de muchos de los males que se sucederían en adelante.

Walsinghan fue más avispado de lo que le convenía. Abordó al hombre de las tinieblas, el de la capa negra y se atrevió a preguntarle por el espectáculo.

- Magnífico –declaró sin importar cual fuera su auténtica opinión de amante despechada, pues lo único que le preocupaba era salir de allí cuanto antes-.
- Curioso encontraros por aquí, Marlowe.
- Deberíais considerar el ser más observador. Así no se os pasarían mis múltiples visitas al teatro. Supongo que tampoco habréis vislumbrado la ingente cantidad de errores que aquel que se hace llamar actor principalha cometido a lo largo de la representación. Así como las múltiples meteduras de pata de aquel que se hace llamar escritor de la obra, en los diálogos que acabamos de oír.

Walsinghan torció su expresión, dejando en su rostro un sabor de amargura ante las palabras del futuro chupasangre, algo más que apreciable.

- Disculpad mi descortesía, Marlowe –dijo cambiando de tema y queriendo enterrar las anteriores palabras, buscando presentarle a su acompañante, pues poco importa el trato despectivo en los oficios de la amistad o, sin más, en los oficios. Sobre todo cuando se trataba de la realeza y cuando el secreto era parte fundamental de dicho quehacer. - Tal vez el caballero que me acompaña sea un extraño a vuestros ojos, sin embargo no creáis ni por un segundo que puede ser así . Se trata ni más ni menos que –miró en derredor, cauteloso y bajó su tono de voz- de otro adepto a los círculos de la Reina.

El dramaturgo rió. Walsinghan era tan estúpido como la estúpida forma que había tenido de decirlo.
Posó por fin su mirada en el hombre que acompañaba a éste y peculiares fueron los adjetivos que recorrieron la mente de Marlowe. Atractivo, sin excedernos. Peculiarmente atractivo. Su mirada, una barrera infranqueable de pensamientos que amenazaba con conquistar terreno colindante. Su mueca, intranquila. Un signo no de su estado de ánimo, sino de sus propias facciones morfológicas. Su cabello, domado, pero juguetón. Peculiar, de nuevo esa palabra. Sin embargo, no lo suficiente. No acaparaba la atención del escritor más de lo debido.

- Si me disculpan, caballeros, he de hacer algo provechoso con mi vida y no acabar como William Shakespeare.
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Mensaje por Lagash Vie Ene 22, 2016 2:32 pm



El destello de sus ropajes contrastaba con la oscuridad rígida de los presentes. Dorado, entremezclado con tonos rojizos poco favorecedores y demasiados excéntricos a ojos ingleses -esos aburridos conservadores-. No obstante, tal parafernalia no era más que un arte en el campo de la mentira, del engaño más básico y sencillo. Debía disfrazarse e interpretar un papel incluso en su soledad. Él, el sumerio de años olvidados, era mejor actor que todos aquellos nombres británicos, de aquellos hombres bailando sobre un escenario posteriormente quemado. Sus vidas, recordadas por siempre. Las tablas del edificio, aún consumidas en cenizas, una leyenda viva en el tiempo. Y el vampiro milenario, tenía como escenario la tierra misma. El firmamento, hasta donde su conciencia alcanzara -viajando a través de la historia y de aquellos quiénes la han esculpido-, perdido en la infinita eternidad. La muerte no era una opción, y la motivación cada vez más complicada de obtener. Destellos, en ocasiones. Un destello diferente, una rivalidad, un reto. Como aquel que se veía reflejado en unos desconocidos ojos verdes.

La obra no había estado mal -las comedias nunca habían sido de su agrado. Su gusto iba más ligado a las tragedias, contemplando éstas como su propia existencia. Revolcándose entre llantos, recuerdos y gritos-, sin embargo, jamás diría una sola mala palabra de su apreciado Will. Aunque su arte se convirtiera en la peor bazofia del universo -que no del mundo, del universo entero-, Lagash continuaría cantando en el oído del dramaturgo inglés.

El telón se había dejado morir sobre las tablas, y los aplausos resonaban por todo Londres -las propias ratas viviendo entre alcantarillas, rivalizando en galantería con los presentes en el teatro-. El sumerio y sus acompañantes intercambiaron sendas opiniones sobre la obra, cada cual más pedante y soporífera. Creyéndose mejor que el anterior, y aportando dosis de estupidez oculta tras complicadas palabras a cada sílaba pronunciada. Lagash se divertía. Cuánto más absurda era una situación, más cómodo se sentía. Y, por fin. [i]el encuentro[i]. Encuentro que cambiaría la vida de Marlowe para siempre, y una anécdota más en la inmensidad de Lugalzagesi.

- ¿Y cómo sería acabar como Shakespeare, señor? -se atrevió a murmurar el sumerio. Sabía hablar perfectamente el inglés de aquellos tiempos, mejor incluso que los propios habitantes del susodicho siglo; sin embargo para que la farsa continuara, imitaba el acento otomano, un deje extraño a oídos extranjeros, fuerte y ronco-. ¿Envuelto en buenas críticas? ¿En el reconocimiento ajeno? ¿En la admiración de toda Europa? Oh, por supuesto… qué atroz sería la fama, ¿verdad?

Y nadó entre los pensamientos ajenos como si el propio Marlowe pudiera hablarle sin necesidad de pronunciar una sola palabra. Y conoció la historia entre éste y Shakespeare. El rencor, el odio, la envidia, los celos. Y rió por lo bajo sin disimulo. Su interés había crecido, y no quería desaprovechar una oportunidad semejante.

-Soy Hakîm -le tendió su fría e inerte mano, esperando que el otro optara por estrechársela. Nombre falso, obviamente-. Un placer, Christopher Marlowe. O eso espero, al menos.
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Sueño de una noche de verano | Flashback Empty Re: Sueño de una noche de verano | Flashback

Mensaje por Christopher Marlowe Dom Abr 10, 2016 12:33 pm



Los siglos pesan. Mil ochocientos es el año donde el inmortal reniega: las personas, sus opiniones, las relaciones, su propio talento… convirtiendo todo en la tragicomedia de lo absurdo, pues ¿qué hay más absurdo que su propia vida llegados a ese punto? En mil quinientos, sin embargo, lo que clama es la aceptación, la búsqueda, la ilusión, la lucha. En mil quinientos clama vivir. Sobre todo para alguien que no tardaría mucho en dejar de hacerlo. Hacerlo como sólo un hombre lo hace, con su corazón bombeando a cada segundo.

A veces la ignorancia rebota incansable de oído en oído. Se convierte en un eco que tarda en desaparecer y que fecunda de malas actitudes nuestro ser. ¿En mil ochocientos? El hombre vive de mutar al imbécil. Por el contrario, en época de Isabel I, la pasión todavía envenena al cuerpo y la ponzoña de sus palabras amenaza a cualquiera.

- La fama no es más que la cuñada ligera de ropa del auténtico prestigio. Una mujer que promete su mundo una noche y te abandona a la siguiente por un hombre con mayor riqueza. Nunca es la adecuada para sentar la cabeza y muchos son los pobres diablos que se dejan engañar por la ilusión y atenciones que ésta se molesta en procurarles. Pocos, sin embargo, son aquellos que piensan con la cabeza y comprenden que si se mantienen firmes, tarde o temprano el auténtico prestigio les brindará el matrimonio con el que habían estado soñando. Algo seguro y duradero. William Shakespeare es un hombre que está disfrutando con su ramera, pero una vez la noche finalice, se encontrará sólo y falto de dinero.

Cualquier clase de relación que pudiera darse entre aquel hombre que se atrevía a hablar sin saber y el dramaturgo, parecía condenada al fracaso. Curioso como unas pocas palabras pueden conseguir tanto.

- Vamos, Marlowe. No os pongáis en evidencia de esa manera. Sois un dramaturgo excepcional. No debéis sentiros amenazado por El Bardo. Ambos presentan distintos… estilos.
- Desde luego. Él bueno y yo malo. Como si no os conociera. Decidme, ¿qué tal está vuestra esposa? ¿Sigue frecuentando camas ajenas? ¿Se pasaría por la mía?

Walsinghan soltó una risotada.

- Sois de lo que no hay. ¿Habéis oído? –preguntó al hombre que le acompañaba- ¿No os parece un tipo realmente divertido?
- Tal vez me iría mejor dedicándome a la comedia. ¿Qué pensáis –preguntó a Hakim-? A lo mejor la fama se presentaría por mi dormitorio más a menudo y podría estrujar sus pechos hasta que sus pezones envizcaran.

A lo lejos, la sombra de la traición parecía estar a punto de cernirse sobre ellos. El Bardo se intuía en la lejanía, y Christopher Marlowe amenazaría retirada pronto.
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Sueño de una noche de verano | Flashback Empty Re: Sueño de una noche de verano | Flashback

Mensaje por Lagash Sáb Mayo 21, 2016 4:36 pm



Uno de los inconvenientes de la inmortalidad era la falta de cordura. Se podría pensar que con el tiempo uno aprende a como comportarse, no obstante en ocasiones sucede todo lo contrario. Agotado, confundido, terminas por no saber discernir entre la realidad y la fantasía -tal vez una forma de procurar la continuidad en esta tierra prometida-. Una especie de velo sobre los ojos, alejándonos de lo que sucede a través de ése. Protegiéndonos del miedo, a base del terror.

Lagash no era humano. Ni siquiera recordaba las sensaciones que habitaban en su ser cuando la sangre todavía llegaba hasta su corazón y éste palpitaba sin descanso. Sus latidos ahora se movían en base al deseo y la  locura. Quiénes conoció en vida habían desaparecido tiempo atrás, y solo él era capaz de recordarlos. Tras el mencionado velo, como si fueran meras sombras de lo que en verdad fueron. Sus voces, el aroma... todo eso había desaparecido. Eran espectros en su memoria.

Las palabras del dramaturgo, aunque inocentes, revolvieron al vampiro. ¿Quién era él para hablar de la fama y el prestigio? Su imperio, su reinado, su familia, su pueblo e incluso su muerte se habían evaporado de la Historia. Un dios olvidado. El prestigio no es algo que dependa de nosotros, desde luego. Y tarde o temprano, el desdichado Marlowe lo sabría.

-Dígame, escritor. ¿Ha oído hablar alguna vez de Lugalzagesi? ¿De la vieja Sumeria? -se aventuraba. No, claro que no había oído hablar de ello. Aún quedaban siglos para su descubrimiento, y aún así en pleno siglo XXI poco se sabría de la figura del antiguo emperador, abandonado a morir en una pirámide-. Sé que no. No se aventure a contestar. Un hombre de trayectoria militar, dominante del mundo. Y nadie sabe acerca de su persona y de sus logros. La fama, el prestigio, son igual de fugaces. No dependen de uno, ni de sus calamidades o triunfos. La firmeza no sirve para nada. Así que aproveche hasta el último atisbo de renombre. Ya que vida solo hay una. Una vez muerto, poco importa si su nombre se mantiene en el tiempo.

A no ser, claro estaba, que fueras incapaz de morir. El suicidio no era una opción, obviamente. ¿Cómo morir, si podías terminar por convertirte en un espíritu del mal trabajando en las sombras? Un demonio, como se les llama ahora. Siempre presente. Siempre cosiendo unos hilos tan irrompibles y a la vez frágiles, decidiendo sobre el principio y el fin, digno de ser envidiado por las moiras.

Tras la contestación del sumerio, Walsinghan interrumpió la cháchara. Lagash guardó la compostura. O al menos, eso intentó, ante las últimas palabras del dramaturgo. Mientras tanto, el igual en plasmar vida y fantasía sobre las tablas, se cernía sobre ellos. Antes que ninguno, el antiguo emperador lo avistó a lo lejos. Sin pudor alguno y miramientos, tomó del brazo al atormentado, y murmuró a los acompañantes:


-Aunque el aquí presente, Christopher Marlowe, dude de las habilidades literarias de nuestro querido William Shakespeare, ¿por qué no celebramos su triunfo esta noche, sumergiéndonos nosotros mismos en la gloria de Baco? -de reojo miraba al que tenía tomado del brazo-. Si vos no quiere celebrarlo, puede ahogar sus penas en lo que fue el néctar de antiguos dioses -entonación diferente en antiguos; ya que para Lagash, incluso las deidades griegas eran modernas-. Además, quizá yo pueda ser esa fama, la cual acabará presentándose en su dormitorio -cuidadoso,esto último lo susurró en su oído, sin que ningún otro pudiera escuchar semejante intención de compartir alcoba.

Por fin. Aquel siglo nuevo le estaba ofreciendo algo nuevo. Arte, rivalidad en ésta. Batallas mucho más interesantes que aquellas en las que él mismo batalló, donde no corren ríos de sangre, sino de tinta.
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Sueño de una noche de verano | Flashback Empty Re: Sueño de una noche de verano | Flashback

Mensaje por Christopher Marlowe Dom Mayo 22, 2016 8:23 am


Christopher Marlowe, el victoriano, dejaba mucho que desear en cuanto a comportamiento. Segundo a segundo, su actitud mutaba. Demasiado era el tiempo en que había mantenido una compostura que en verdad nunca le hubo servido de nada, pues las personas con las que se topaba terminaban muriendo y las fuerzas que había malgastado en fingir modales decentemente respetables o aceptables, se desechaban de la forma más tonta.

Christopher Marlowe, el isabelino, rendía culto al respeto, a la cortesía. Andaba a paso firme, su mentón iba por delante de sus pies y sus ojos amenazaban al cielo. No acostumbraba a revolotear por el campo que le vería años más tarde danzar cual princesa entre el rocío de la noche. Vivía la angosta vida de un hombre serio y martirizado por sus demonios que poco o ningún hueco deja para el auténtico humor –aquel que no va marcado por el arisco sarcasmo-.

El corazón del dramaturgo todavía estaba en manos del Bardo y éste prometía engarzarlo a una cadena con la que poder lucirlo por ahí, mofándose del que fuera su amante en otro tiempo tan lozano como adulterado, ficticio o falso. Así pues, el comportamiento del invitado que acompañaba a Walsinghan le resultó más que ofensivo. Primeramente, por atreverse a llevarle la contraria en un tema que no sólo le daba de comer, sino que hacía latir su corazón tanto como desangraba sus venas llenas de tinta y pasión por un amor no correspondido. La desvergonzada invitación que llegaría a sus oídos después, conseguiría desentonar más aún con el proceder del escritor. Algo que podía intuirse en su mirada, como casi cualquier cosa que pasara por su mente.

- ¡Venid, Marlowe! A vuestro lado cualquiera parece el alma de la fiesta –rió-.
- Siento no poder complacer a ninguno de los dos, de ninguna de las maneras –recalcó de forma especial para su segundo y más cercano interlocutor-. Pero hay personas con las que no quiero cruzar palabras esta noche.
- ¿Shakespeare? Vamos, Marlowe. Ni que os hubiera roto el corazón – volvió a carcajear sin saber el alcance de sus palabras-. ¿Sabéis? Bill seguro estará, ¿y sabéis qué más? Que él sí que sabe divertirse. Ya que no le aventajáis escribiendo, probad bebiendo.

Aquella oferta resultaba tediosa y tentadora a partes iguales. Si asumía la presencia de Shakespeare e intentaba no presta demasiada atención a sus actos, tal vez aquello resultara provechoso en cuando a olvidar el pasado. Al mismo tiempo, esperaba que el Bardo le observara, divirtiéndose y no en el estado de sopor en el cual le dejó. Tal vez así, éste, celoso, posesivo, con su pluma todavía salpicada por la tinta de Marlowe, comprendería cuanto lo añora y que separaciones tan apresuradas nunca fueron buenas. Sí, murallas a parte, esto último era lo que realmente esperaba Christopher Marlowe.

- Tal vez –dijo mirando de reojo a la prenda que colgaba de su brazo- mi hígado presente más resistencia al alcohol que el papel a los pensamientos que desbordan el tintero de mi pluma. Al fin y al cabo, como bien habéis dicho, William Shakespeare no es nada míoya no- y no voy a permitir que enturbie mi noche tanto como mis pensamientos.

Carpe noctem fue el lema de aquella noche, y Christopher Marlowe víctima de éste, maldiciendo a Horacio durante su vida y su no vida.
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Sueño de una noche de verano | Flashback Empty Re: Sueño de una noche de verano | Flashback

Mensaje por Lagash Dom Mayo 22, 2016 1:17 pm



Por el contrario, Lagash ya se había convertido en lo que el propio Marlowe sería en tiempo venidero. ¿Creados por el mismo patrón? Tal vez, los de su especie, tengan dos opciones una vez alcen sus cuellos para ver la auténtica realidad que les ha sido concedida en pos de un sutil lametón de la sangre infecta de una supuesta enfermedad, la cual en vez de destruirnos, nos ofrece una perenne existencia. A saber: huir, sin mirar atrás, e intentar comprender el porqué de esa conversión -tortura, dolor, incomprensión y soledad-, o la auténtica locura. No es difícil saber cuál fue el camino escogido por el sumerio, ¿verdad?

Tras tantos años, siglos, tiempos, mundos e historias, poco le llamaba la atención. Buscaba, ansioso, qué poseer, qué cambiar. Algo que paliara el soporífero hastío de la infinidad. Y para desgracia de Marlowe, éste había despertado vigorosa su curiosidad. Un secreto, fácil de otear en la mente de un simple humano, con los sentimientos a flor de piel, un libro abierto en par de par, y los sonetos compuestos en la tristeza de su mente. No había sido complicado saber acerca de esa relación oculta entre los dramaturgos. El olvidado y relegado, y el que aspira a una eternidad sin necesidad de sangre tomada. Shakespeare había pasado a un segundo plano, y el actor principal de la obra que se formaba en la cabeza del pasado emperador, era Christopher Marlowe. Un hombre ansioso de fama y prestigio, de la vida eterna. Lagash podía ofrecerle eso, y más.

La mirada del escritor no se le había escapado, y no pudo por menos reír entre dientes. Cuánto más complicado, más tiempo estaría entretenido -cual niño pequeño, divirtiéndose con su juguete nuevo; pronto abandonado por otro que rápido sustituyera al que tantos buenos momentos le hiciera pasar. Un ser egoísta y egocéntrico. Mas, se lo merecía, ¿no? Tiempo había pasado, y poco recato o bienestar ajeno en el que pensar-.

Las palabras del amigo de ambos sonaron como música celestial para Lagash. Su insistencia, era más efectiva que la suya propia -desde luego-. Y no quería que los planes recién fraguados en su psique, acabaran por hundirse y no llegar a buen puerto.


-Genial. Sea cual sea el motivo de una borrachera, éstas siempre son bien recibidas -y, cómo no, sin soltar el brazo del mortal, guió a los bienaventurados a un local al que solía acudir, cuando las noches se le hacían insoportablemente largas.

El local, de corte arábigo, repleto de colores y bellas mujeres, les había dado una bienvenida propia de aristócratas dispuestos a dejar su fortuna sobre el mostrador y las sábanas de seda del piso de arriba -entre los ropajes arrojados de damiselas con dudosa reputación-. Las bebidas corrían a cargo de Lagash, quien no dudaba en invitar a todos los presentes. Aquello era lo más parecido a su tierra abandonada, en una estricta ciudad como Londres. Vasos, botellas, gritos y aplausos. Sudor, risas y llantos. La noche cada vez más profunda, y Lagash cada vez más despierto -procurando arrojar toda la bebida sin que nadie se diera cuenta. Como inmortal, todo aquello que no fuera vino o sangre, le destruía por dentro y le provocaba terribles dolores-. Él, el único sobrio entre todos ellos, pero el que más rápido perdía la cabeza.


-¡No sabéis nada, bue amigo mío, sobre la eternidad! -discusión entre los presentes, y Lagash gritando a su superior en la corte inglesa-. Por favor... Me gustaría veros, a vos, convertido en un murciélago ciego ante el sol, solo visible para pocos en la oscuridad. Por mucha honra que poseamos en nuestro vital cuerpo, éste morirá. Y con él, nuestro nombre.

-Hakim, por favor... -murmuraba Walsinghan, ojos destellando una luz nada propia en su persona-. ¿Qué le importa si sobrevive su existencia ante la eternidad qué no conocerá?

-¿Y a qué viene lo del murciélago? -se atrevió a decir Henry, hundiendo su rostro entre sus propios brazos. Soñando pero despierto, sintiendo las arcadas cada vez más cerca de su boca-. A veces se vuelve de lo más impertinente y extraño... Siempre he pensado que vosotros, los árabes, sois demasiado raros...

-Raros. Todos lo somos, Henry. Y más en este mundo que no logro comprender -excitación. Y su lengua demasiado juguetona como para darse cuenta del peligro-. Y usted, Marlowe. ¿No se siente un extraño entre amigos?

Se estaba riendo de él. Y no dudó en soltar una pequeña carcajada. Alzó la botella de cerveza, para luego servir las copas de ambos, y acercar la correspondiente al británico de corazón roto. No le hacía falta una respuesta, ya conocía lo que sus labios soltarían, palabras de dolor escondidas en poesías de fortaleza y engaño. Había algo común entre ambos, aunque les separaran siglos de historia. El engaño, y sobre todo, la soledad.
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Mensaje por Christopher Marlowe Mar Mayo 24, 2016 9:46 am


Si la idea de poner broche final a una noche de versos y lágrimas como lo había sido aquella, consistía en el olor a incienso de una cultura que exudaba costumbres poco acordes a los intereses y hábitos del dramaturgo, éste utilizaría una de sus prácticas más socorridas durante el transcurso de la noche: fruncir su ceño inglés lleno de prejuicios.

La única capaz de enjugar los lamentos y quejas del británico era su compañera de fatigas, la bebida. De oídos escarlata y cuello alargado, dejaba que Marlowe vertiera su pecho en ella y, a continuación, ésta viajaba esófago abajo por el suyo. Una noche más, volvían a dar rienda suelta a su peligrosa amistad mientras ambos fingían escuchar atentamente al único cuerdo de allí que se fingía beodo. La botella susurraba, Marlowe traducía.

- Tan extraño como suelo sentirme cuando no están –apático en extremo, atento sólo a la cháchara del veneno borgoña que besaba sus labios cada pocos segundos -. Decidme, ¿sois así de charlatán siempre? ¿El alcohol no os hace enmudecer?

Tanto Walsinghan como Henry sintieron pronto la llamada de la carne y sus fofos traseros comenzaron a pasearse en busca de atención mientras el dramaturgo no dudaba en beneficiarse de la ausencia de éstos para intentar conocer un poco mejor a su nuevo y elocuente amigo.

- Vine aquí en pos del consuelo que sólo puede ofrecer una muerte por alta graduación y sabor añejo. La muerte de la consciencia, de la culpa con ella. Sin embargo, mi diálogo se vuelve rebuscado con cada gota de ese veneno que se derrama en mi boca. ”La lucidez no está invitada esta noche”, pensé. ”Sólo los lobos solitarios han sido reunidos para aullar a la luna hoy”, supuse. No habéis sabido darme lo que yo esperaba de vos y ahora me tenéis aquí, muerto de aburrimiento, haciéndole el amor a la tristeza y con la nostalgia oteando en silencio. Vamos, habladme de vos. No dejéis que el tedio me consuma con tanta facilidad. Habladme de vuestro mundo, de vuestras costumbres, ¿es lícito el yacer con otros hombres allí de dónde sois? ¿Y es lícito también el enamorarse de un diablo al que querer venderle tu alma y tu propia vida si fuera preciso con tal de poder volver a saborear el eco de sus besos? ¿Alguna vez os habéis consumido por amor, Hakim? ¿O sois de los que consume al propio amor en busca de satisfacer caprichos venideros y tan fugaces como la estrella que perece a años luz antes de que nosotros podamos advertir su funeral en el propio cielo?

Al fin el interés parecía serpentear entre ambos. La botella volvía a dedicar sus susurros al dramaturgo, pero éste no pudo sino entretenerse. La figura de William Shakespeare posó su mirada en la del otro isabelino, a sabiendas de las trifulcas que se libraban en su corazón, las cuales él había orquestado. Sonrió con la picardía de una ramera y se volvió a alejar con su misma ligereza.

- Y por justificarte me corrompo –comenzó a recitar- y excuso tus pecados con exceso. A tu yerro sensual le doy mi ayuda; de opositor me vuelvo tu abogado y comienzo a pleitear contra mí mismo. Tanto el amor y el odio en mí combaten que no puedo dejar de ser el cómplice del ladrón tierno que cruel me roba*.

Si el silencio era el mejor heraldo de la alegría, el dramaturgo no podía sino llenar su discurso de palabras aún siendo éstas dirigidas al fantasma de un amor perdido que ya nunca regresaría. ¡Que le tomaran por loco, si gustaban! Mas nunca se detendría.


* Sonetos de amor. William Shakespeare.
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Mensaje por Lagash Mar Mayo 24, 2016 6:00 pm



Baco tentándolo, vino, cerveza... Alcohol. Es curioso como, a pesar de la historia, éste siempre ha estado presente en ella, al igual que en la supuesta vida de Lagash -un sueño, en un eterno e inacabable verano-. Es curioso cómo, el pobre diablo se ha olvidado de los placeres terrenales, cómo el fundirse en cuerpos ajenos, olvidando las penas y la propia consciencia que nos otorga la inteligencia dominante, ha pasado a un segundo acto en aquella obra sin final aparente; a ser una forma de violencia y redención ante la desesperación. Es curioso cómo, el amor ha evolucionado -o decaído, según se mire- en la percepción del sumerio -percepción alterada tras el paso inalterable de los siglos-, llegando a ser, a su juicio, una perfección sin precedentes. Amor incapaz de ser comprendido por meros seres efímeros como los que suele acompañar. Variedad, fantasía, soledad apaciguada con besos fugaces, con charlas repletas de verborrea sin sentido. Un amor completo, global. No solo por un único ser humano, sino por todos aquellos iguales en pensamiento y muerte. Detalles fugaces. Es curioso, en definitiva, como lo que verdaderamente es inalterable, son los individuos que pueblan sin descanso esta obra sin firma en su última página. Cómo ve a los demás de figurantes, y él un protagonista -aparecido en el principio de los tiempos. Un autor sin voz, relatando en primera persona los múltiples destinos que le ofrecen la vida de lo que creyó ser una realidad propia de divinidades-.

Miraba con ternura a Marlowe. Con ese amor -puro, aunque costara creerlo-, visible en cualquiera de su especie. Fogosidad en sus palabras. ¿Por qué de aquella tristeza? ¿Por amor...? Un iluso. Un romántico más, abandonado el disfrute auténtico de una vida que se sabe con final -oh, saber que un día nuestros ojos no podrán ser jamás abiertos, o jamás cerrados si la muerte nos aventaja y se muestra tal cuál es ante nuestro último respiro-.

Una carcajada. Sonora, irreal, ensordecedora. Queriendo derribar los muros de aquel local, de aquella civilización, y los de Christopher Marlowe. Los ojos de éstos, cruzándose del que fue su perdición. Tan fácil, ni siquiera debía penetrar su psique, violando ésta sin que fuera capaz de percatarse.

-Por favor, ¿aburrimiento? ¿Vos me habláis de aburrimiento? Sois solo un pichón que jamás aprenderá a volar. No sin la ayuda de una auténtica ave rapaz como soy yo, escritor. ¿Me habláis de esta noche soporífera, cuando a otros seres muertos en vida, los espera la Luna a lo alto, sin tregua aparente? Ésta, amante celosa que me impide ver la belleza de lo que ya he olvidado, de la clarividencia de aquello que los griegos llamaban Helios, los antiguos egipcios Ra, o Šamaš en mi hogar sucumbido por todos los que vinieron después, y yo conocí. ¿Os creéis un sufridor nato, cuando solo habéis perdido un amante capaz de calentaros las sábanas, y nublar la poca inteligencia que aparentáis poseer? Por favor. Pocos siglos son como éste, y no sabéis aprovechar lo que os pertenece por derecho. Yo os pertenezco, y vos me pertenecéis -había perdido la cordura durante el instante de su particular soliloquio. Se había levantado de su asiento, a cada palabra se inclinaba sobre la mesa y arrojaba las copas, los vasos y las jarras de lo que había disimulado beber. Estos manjares, para él prohibidos, se aventuraban a embadurnar sus coloridas vestimentas. Su mirada, impasible sobre la del dramaturgo. Sus manos, a ambos lados del cuerpo del que estaba siendo su amigo confesor-. No habéis perdido esposa ni hijos. Sus rostros. Ellos sí que son nubes en un cielo encapotado, el cual es mi mente cada día más tormentosa. ¿Comprendéis? No conocéis, ni conoceréis las costumbres de mi pueblo. No tengo pueblo. Soy huérfano, antes de que hubierais nacido. Amor. Habláis de éste como si lo conocierais. Sólo sois un escritor, con un vertiginoso talento debo reconocer. Creéis que sabéis por solo leer y por restregar vuestra pluma en manuscritos repletos de palabrería y poesía gozosa de ser tomada por unos labios que sepan recitar sobre las tablas de un teatro. Tenéis sueños, Marlowe. ¿Los deseáis abandonar? ¿Sois capaz de cerrar los ojos, e imaginar? Porque yo no. Mis vástagos han sido perdidos, han muerto si nadie es capaz de recordarlos. No tengo sueños, ni los tendré jamás cuando tu tumba haya sido cavada, y yo todavía pueda bailar sobre ella -un aliento frío, áspero, sobre los labios del inglés. Lagash alzaba su voz, pero pocos en aquella taberna le tomaban en serio. Un loco más, inventando historias a causa de la embriaguez. Una media sonrisa, de aquellas que acostumbra dedicar. Sus manos rígidas y pálidas habían decidido caer sobre los hombros del que se creía poeta. Apretaba éstos con vehemencia, para concluir el acto que protagonizaba-. No soy de ningún lado, Marlowe. Me permito yacer con todo aquello que se me antoje, incluido hombres como vos. Yo no vendo mi alma a ningún diablo, yo soy el diablo.

El último susurro, sobre la boca entreabierta del británico. Una propuesta, una ofrenda. El alma. Lagash era traficante de ellas, deseando hacerse con todas las que pudiera -intentando, así, recuperar la que perdió el día que probó la sangre por primera vez-.
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Sueño de una noche de verano | Flashback Empty Re: Sueño de una noche de verano | Flashback

Mensaje por Christopher Marlowe Jue Mayo 26, 2016 1:50 pm


¿Quién gusta de que lo infravaloren? Desde luego no a Christopher Marlowe. Sin embargo, a pesar de su condición de hombre imprudente y desapegado, los pequeños rayos de clarividencia de que hacía honor en ocasiones le aseguraban que en esta en particular, no se presentaría el hastío de ninguna historia banal creada explícitamente para ensalzar al aedo de la misma o buscar la compasión de su oyente. Las palabras en detrimento de sus emociones hacia Shakespeare parecían venir provistas de toda la razón que pudiera caber en éstas.

Por un momento, su interés se había posado en el sumerio. Los oídos del dramaturgo, sordos ante cualquier ruido que no saliera de boca de éste, ensalzaban palabras clave y tañían sus frases con melodía semideidosa. Frases que parecían esconder un enigma de otro tiempo, imposible de interpretar en época semejante, pero vagamente intuido por alguien como Marlowe, para quien otros mundos sí eran posibles. Así como el amor parecía ser un sentimiento imposible de aflorar en tierra tan yerma como aquella. Sí, sin duda un sentimiento venido de otro mundo y la antesala para intuir la presencia de éstos.
Ciertamente el amor era algo inconmensurable de tal manera que al dramaturgo le era casi imposible en ocasiones conseguir mojar su pluma en la tinta escarlata de éste. A veces se olvidaba. Cegado por la obsesión, estaba seguro de comprender y ser poseedor de todo lo referente al amor. Él mismo lo recreaba a capricho en sus obras o lo leía en las de su amante mientras el sentimiento les prestaba su tierna compañía. Mas, como persona detractora de la ignorancia, se olvidaba de cuan ignorante podía llegar a ser si creía que podía comprender a ciencia cierta lo que era el amor.

Airado y derrotado, Marlowe se alzó sin dejar de clavar su mirada en el otro pero apartando las manos de éste de forma exabrupta.

- Decidme, ¿qué puede ofrecerme el Diablo para que le tienda mi mano o mi lengua? No hacéis gala de cuernos, ni siquiera de cola. Venís únicamente en posesión de una mirada inquieta y una mueca desafiante. Os presentáis como un dios, enraizado al propio mundo desde su comienzo. Mostradme las llamas de vuestro Infierno –retó al demonio a un palmo de su rostro- o dejadme en paz.

Los ojos del dramaturgo, despistados, se perdieron por un momento en la boca del sumerio. Al segundo siguiente volvieron a posarse en su mirada, todavía desafiantes pero en los cuales podía ahora observarse la vergüenza de descuido semejante.
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Sueño de una noche de verano | Flashback Empty Re: Sueño de una noche de verano | Flashback

Mensaje por Lagash Jue Mayo 26, 2016 4:47 pm



La tentación. Ésta, siempre presente en los cuentos que nos son recitados desde niños, para temerla, para huir de ella. El propio Lagash había combatido contra su insistencia en tiempos ya pasados. Jamás se hubiera imaginado que él se acabaría convirtiendo en la tentación misma. Ya que, allí estaba el pobre Marlowe. Un niño a ojos del eterno. Un niño, quien apenas ha empezado a alzarse, quien todavía gatea en la senda de una existencia efímera y trivial. Un abismo, entre él y el vampiro. Conoce su realidad, y ansía crecer para así aprender y convertirse en uno de esos hombres a los que envidia. ¿Hombres? No, eran más qué eso. ¿Qué era Lagash?

Ni él mismo podía decirlo con seguridad. Vampiro. El término empleado en el siglo XVIII, carne de historias de terror, fábula contada a niños para que no huyan de la mano que mece la cuna. Utukku en la Mesopotamia que sucedió a su tierra, demonios invocados por los mortales. Dioses en Sumeria; ghul en el Imperio Árabe que comenzó a ocupar su hogar, demonios necrófagos anteriormente humanos, convertidos tras una muerte violenta y atroz. ¿Y el comienzo? ¿Qué era en verdad? ¿Una leyenda, nada más? Ocultos tras las sombras de la noche, para no ser descubiertos. Creyéndose fuerte, único, infinito. Y sin embargo, más vulnerable que todos esos seres de vidas fugaces y momentáneas. Alérgicos al sol, quemados y abrasados ante lo que anteriormente les daba la vida. Fácil destrucción, recluidos, solitarios. Una tortura, una condena. Elegida, ya que su fin puede ser de fácil ejecución.

Lagash sonreía. Sus labios no perdían esa curva tan característica. Sabía lo que Marlowe pensaba, sentía. La curiosidad, la atracción. Por su parte, el sumerio sentía cierta envidia ante lo que sus ojos internos veían. Siendo un mero humano, es fácil que haya cierto despertar ante lo desconocido. Por su parte, esto ocurre únicamente en algunos siglos. Si es que tiene suerte.

-¿Conocimiento, tal vez? ¿Qué otra cosa podría ser, Marlowe? El diablo sabe más por viejo, que por diablo. Y yo, soy viejo. Muy, muy viejo. Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar civilizaciones más allá de este viejo continente. He visto hogueras brillar en la oscuridad, cerca de la puerta de Venusberg. Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia... -lo último. Un desafío, el pobre escritor convirtiéndose en sí mismo, en una tentación más ante el aburrido vampiro. Éste soltó una carcajada sobre el rostro ajeno. Una mueca. una burla-. Los cuernos y la cola son inventos de tu religión. Yo existo antes de que el hijo de tu dios hubiera nacido. Existo antes de que tu dios fuera concebido por la imaginación de los de tu especie -se sentó, finalmente, sobre la mesa. Sus manos, hacia atrás apoyadas sobre la fría madera de roble. Su cuerpo, igualmente se inclinaba de la misma manera. Para él, aquello era un juego, un espectáculo. Le gustaba la atención recibida, ¿para qué negarlo?-. Os ofrezco un pacto. La fama, el prestigio que ansiáis. A cambio de un largo beso. ¿Qué me decís? Ninguno de los dos saldría perdiendo. De hecho creo, que vos, saldríais ganando por partida doble... ¿Confiaréis en el diablo? Por lo visto, el Altísimo tampoco es una deidad a la cual entregarse... ¿Por qué no creer en mí...?


Y como si fuera el Mefistófeles que posteriormente viviría en los pergaminos de Marlowe, y éste transformado en un tentado Fausto; Lagash deseaba capturar un alma más. Por toda la eternidad.
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Sueño de una noche de verano | Flashback Empty Re: Sueño de una noche de verano | Flashback

Mensaje por Christopher Marlowe Vie Mayo 27, 2016 2:30 pm



Algunos se sorprenderían. ¡Qué fácil parecía tener al escritor comiendo de la mano! Sólo hacían falta palabras y más palabras, algo de misterio y una mirada que dijera: sí, soy exactamente lo que andabas buscando para llenar de experiencia tus discursos y de sentido tu vida.

- Mi religión nunca ha sido la que dictan Dios o el Diablo. Mi religión es el arte, la prosa, el verso. Nunca el sentimiento ha sabido cual era su lugar en este mundo de lamentos hasta que llegamos nosotros. Mercenarios de sensaciones, jugamos con el vocabulario como si nosotros –haciendo especial hincapié en la palabra- fuéramos sus dueños, consiguiendo el éxtasis en un lector que no logra mayor placer entre sábanas. El populacho lo sabe, lo siente, lo vive. Mas no puede reconocer que nos necesita, que necesita cada una de las descripciones, de los pareados o rimas que les hacen sentir dioses en el panteón de la vida. Somos sombras y lo que nos define no es la posición que nos ha sido marcada en este valle de lágrimas, sino lo que hacemos y el eco que nuestros actos tendrán en el más allá. Sea Cielo o Infierno… yo ya tengo mi sitio asegurado. ¿Creéis entonces que me importa lo más mínimo vender mi alma al Diablo? La recompensa –musitó acercándose cada vez más al sumerio – desde luego merece la pena.

Antes, sin embargo, de sellar ningún pacto, el dramaturgo distrajo su curiosa vista unos segundos. Tras el vampiro, se encontraba otro demonio. Uno que no podía dejar de observarles, verde de envidia y rojo de ira. William Shakespeare se atrevía a juzgar los actos de Christopher Marlowe en la lejanía, incluso en situación tal, donde el Bardo no tenía voz ni voto.
La sonrisa del despecho, de la venganza, la dulce venganza, se presentó en los labios del inglés. Ebrio como todavía parecía encontrarse, lanzó su mano y atrapó con su puño la camisa del vampiro. Lo atrajo impetuoso y suspiró prácticamente en su boca, cabilando serio y por última vez lo que estaba a punto de hacer, consecuencias incluídas. Sólo es un beso concluyó para si antes de emprender marcha alguna río abajo por las aguas del Aqueronte. Dejando a un lado interés por mantenerse a flote se encontraba la balsa en la cual todavía buscaba mantener la compostura, no hundirse en la húmeda y caliente lava que a gritos buscaba su cuerpo, su rendición. La colisión constante entre la barca y las orillas de sus afluentes obligaban al escritor a sujetarse a éstas todo lo que estaba en su mano –o en sus labios-, desesperado. Sin embargo, parecía imposible impedir el brío de las aguas que lo arrastraban mar adentro, de forma tan traicionera.

Consumido por la pasión que genera lo prohibido y acrecenta lo peligroso, Marlowe hubiera jurado perderse en la boca del mismísimo demonio. Crueles son los dioses con el inglés pues no le concedieron gran prórroga antes de proyectar en su mente recuerdos de un pasado todavía caliente y presente. La culpa y la conciencia tomaban presencia engalanadas como el propio Shakespeare y desprendiendo aromas propios del Bardo para castigar más aún los sentidos de éste.
De forma involuntaria, Christopher Marlowe posó sus manos en el rostro del sumerio y se desprendió de sus labios, apenado tanto por hacerlo como por no haberlo hecho antes. Cargado de la culpa que parecía no le daría tregua nunca, y con el cadáver de su último desengaño amoroso todavía caliente, Marlowe iba perdiendo la batalla con sus sienes y no sabía cuanto podría soportar hasta perder el juicio por completo. ¡Si este supiera! ¡Si supiera la de años que tendrían que pasar hasta que comenzara a mostrar señales de demencia y cuan extenso sería el número de amantes que mancharían sus sábanas y su corazón!
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