El sueño de una noche de verano [Jerarld]

Casi podía paladear el sabor del agua salada que abrazaba la plateada arena que reflejaba la tenue luna situada en lo alto del más nítido y espléndido firmamento. Ella sonreía, iluminándome con su belleza una vez más. Deposité mi copa de cristal sobre las pequeñas dunas que me rodeaban y me descalcé, retomando luego el recipiente en el que se alojaba el licor capaz de hacerme sonreír una noche tan triste como aquella. Me senté en la orilla de la playa sin importarme que mi despampanante vestido azul a cuadrados blancos, tirantes, escote en forma de corazón y volantes en los contornos de la falda, pudiera arrugarse o mancharse con mi infantil actitud. Infantil por rehuir siempre las aglomeraciones, el gentío que tanto aborrecía. Me dolían las mejillas de tanto fingir sonrisas cordiales cuando en realidad, mientras ellos me hablaban yo sólo pensaba en la pérdida de tiempo que resultaba escuchar sus falsedades o sus historias sin ton ni son que contaban para su propio entretenimiento.



Tras de mí, la fiesta continuaba ajena a mi desaparición. Las centenares de bombillas de colores adornaban aquella cúpula caída invisible, siendo el techo bajo el que los invitados discernían de aquí para allá, con sus copas medio vacías, entre risas y movimientos espásmicos producidos por las mismas, algunos caballeros sacando a bailar a sus damas que contoneando sus caderas cuales patos se movían de un lado a otro bien amarradas a los cuerpos varoniles de sus parejas, con aquél juego de miradas centelleantes y fijas que sin palabras, lo decían todo.


Los violines cesaron su triste melodía una vez la voz varonil se contuvo entre los eufóricos aplausos del público. Entonces, la melodía cambió y de mi pecho escapó un suspiro que me hizo esconder mi rostro entre el hueco formado por mis brazos entrelazados sobre mis rodillas, cerrando así mis ojos para verme arrastrada allá dónde la canción me transportaba. Casi creí sentir el peso de su mano sobre mi hombro, posado con delicadeza, con un sutil movimiento para demostrarme que seguía junto a mí. Aquella sensación se hizo más real cuando escuché una pequeña risa como forma de llamar mi atención. No era su risa, era cierto, pero fue suficiente para saber que seguía allí, en aquella playa, en aquél instante de mi vida dónde me sentía más sola que nunca.

Alcé entonces la cabeza dubitativamente, ladeándola para mirarle con un brillo que quise ocultarle, pero fue demasiado tarde y él lo intuyó. Me maldije por no aprender aun a controlar mis emociones, pero no pude evitar sonreír cuando él lo hizo, siempre tan gentil y dulce. Por un segundo, sólo un segundo, me pregunté si Eyra podría ver realmente la belleza de aquél ser angelical que ahora me acercaba su mano tras retirarla de mi hombro. ¿Me invitaba a bailar, a caso? Reí cuál tonta adolescente, probablemente con un intenso rubor en mis mejillas. Quise decirle que aquella era la primera vez en mi vida en la que alguien me sacaba a bailar, pero me mordí los labios por temor a quedar en ridículo por ello frente a él, por miedo quizás a que se riera de mí. O quizás temía que se compadeciera de mí... quién sabe.


Bebí el último trago de la copa de cristal que aun sostenían mis dedos y la dejé a un lado, enterrándola un poco en la arena, pues tenía intención de refugiarme en ella más adelante. La noche era demasiado joven. Tomé entonces la mano de mi escritor favorito y éste me ayudó a levantarme, tropezando con mis propios pies hasta hacerle un placaje sin querer que nos desestabilizó por un momento, haciéndonos soltar una gran carcajada que no quise ocultar. Con firmeza, una de sus manos rodearon mi cintura y Jerarld me encaminó entre ridículos trompicones hasta el centro de la pista dónde se posicionó frente a mí y con la más deslumbrante de sus sonrisas, se posicionó para el baile. Una idea horrible cruzó mi mente y retrocedí un paso ante su mirada interrogante.

- Soy muy torpe... te pisaré constantemente.- me excusé con una mueca de vergüenza.

Jerarld parecía empeñado en hacerme pasar una bonita velada, así que ignoró mis advertencias y como si me tratara de una pluma, me sostuvo de la cadera y posicionó mis pies sobre los suyos, arropándome luego por la cintura para empezar así a danzar mediante vueltas y pasos largos en círculos. Así que simplemente me relajé, rodeando su cuello con mis brazos y apoyando mi mentón en su clavícula, contemplando anonadada cada forma que completaba el contorno del rostro de Jerarld, sonrojándome al imaginar su suavidad bajo las yemas de mis dedos...