El sueño de una noche de... ¿invierno? // Privado - Balián, Nightmare y Jarvis

El día del debut estaba cerca y la joven se pasaba las horas ensayando, no sólo con el grupo, sino sola. Hasta que le sangraban los dedos de los pies y se le cubrían los talones de ampollas. Los huesos le dolían, a penas comía por los nervios y, también, por el miedo a verse gorda con la ropa de la obra. Nunca había estado obsesionada con ello, pero sus compañeras se veían tan delgadas y pálidas, que ella, en comparación, se veía hasta morena a su lado y un poro rellena. Suspiraba más que hablaba, todo era un sacrificio, pero estaba convencida de que valdría la pena, porque aquel escenario, aquel papel, iban a hacer realidad su mayor sueño.

Aquella mañana se encontraba haciendo estiramientos mientras practicaba una de las canciones, porque además de bailar se les exigía saber canto a los actores, cuando vio aparecer a un joven tras abrirse una de las puertas que daban acceso al anfiteatro. Era un lugar público y sólo se cobraba entrada cuando se representaba la obra entera, así que durante los ensayos a veces accedía público a echar un vistazo. Ese chico le sonaba, aunque no tenía muy claro de qué y debía centrarse en lo que importaba y no en quién la miraba.

Se acercó a la barra del lateral, subiendo sobre ésta el talón y poco a poco fue recostando el torso sobre la pierna cuya rodilla estaba tan recta que casi parecía que fuera a flexionarse del revés. A pesar de su poder de concentración, la mirada de aquel desconocido era tan intensa que sentía que la atravesaba con ella. Se movió despacio, aproximándose al borde de la tarima y recogió el odre de agua para darle un trago, secándose la nuca con una toalla. -¿Le entretiene ver esto?- Preguntó, girando el rostro hacia la dirección en la que éste se encontraba sentado. -Es mejor venir a partir de la puesta de sol, cuando vienen el resto de actores.- Tenía claro que el resto de participantes de la obra no sentían sus nervios, pero a penas ensayaban. Jamás los encontraba allí durante el día y no le daba la impresión, precisamente, de que esas ausencias se debieran a que trabajaban. Seguramente tendrían sus motivos o se sentirías sumamente experimentados y por ello no le daban importancia a la presión que una novata como Amaury pudiera sentirse sometida.

Jarvis me había ordenado espiar a una bailarina, al parecer después de recorrer medio mundo como espía, mis dotes solo alcanzaban para infiltrarme en el teatro y comprobar si en ese lugar pasaba algo turbio ¿eran vampiros en su mayoría? ¿que mas oscuridad pretendía la mano derecha de los espías encontrar.
Según él, hasta nosotros que actuábamos en nombre de dios necesitábamos motivos para ejecutar a los seres de la noche, descubrirlos, no cometer errores, no quería cazas de brujas y quemas en plazas publicas de mujeres que su único delito había sido ser feas o adulteras.

Así lo quería ,pruebas de que aquel circo contenía tantos monstruos como el de los horrores, pues así lo tendría, todo bien documentado..y en ese momento me cobraría la vida de aquellos que se alimentaban de los vivos para permanecer sobre la faz de la tierra con su putrefacción a cuestas.
Era de día cuando me adentré en aquel teatro, podía parecer una estupidez pues todos los vampiros dormirían a estas horas e las que el sol coronaba el cielo, mas por contra no lo era, ademas de asegurarme así quien no era vampiro me encontraría con una doncella que mi señor había estudiado durante semanas, no era una inmortal, pero si estaba contratada en ese lugar algún secreto guardaba, eso era lo que pronto descubriría, pues ella y no otra, sería mi tapadera.

Mis ojos la siguieron por el teatro, muchos eran los aficionados de tal arte que ansiaban conocer el entrabado que había entre bambalinas.
Mas cuando me acerqué llegó la pregunta.
-A ti, eres preciosa -dije con una ladeada sonrisa que delataba mi autosuficiencia y ese aire engreído que me caracterizaba.

La chica no parecía esperar al parecer mi sinceridad, bueno o mi perfecta actuación teatral, no porque no me pareciera bella, lo era, pero una de las normas de todo espía era no enamorarse de su victima.
-Perdona, debía empezar pro presentarme peor tengo el feo vicio de decir lo primero que se me viene a la cabeza -extendí mi mano para atrapar la ajena -soy Dorian, encantado de conocerte ¿eres ademas de bonita?

Guiada por interés, por hambre, por sed, por voracidad, por mera gula, Nightmare había cruzado la ciudad siguiendo el rastro de una pesadilla. A ojos de los mortales, de cazadores que se creían expertos conocedores de los seres sobrenaturales, ella podía parecer un vampiro, un ser de la noche al que el sol abrasaría como si le prendieran fuego en una pira. Sin embargo, su aura nada tenía que ver con la aquellos seres, pon motivo muy sencillo: No tenía ninguna. Era un demonio, un baku, una criatura distinta. Ella no se alimentaba de sangre, no consumía seres ni con su mordisco y el llamado “abrazo”, podía convertir a nadie en lo que ella misma era. Su sustento eran los sueños, su poder la capacidad de manipularlos, de volverlos tan reales que su huésped iluso podría morir mientras dormía. Las pesadillas eran su manjar predilecto y por ese motivo, sus pies se habían desplazado por las estrechas callejuelas de aquella gris ciudad enmohecida, hasta plantarla frente a un edificio de estilo barroco con unas grandes letras pintadas en su fachada de piedra rezando: Théâtre des vampires. Ladeó la cabeza al verlo. “Muy discretos, sí señor.” Pensó, empujando la puerta, abriéndose paso al interior de aquella construcción.

El interior era aún más presuntuoso que el exterior. Las paredes estaban cubiertas por madera noble y terciopelo, las barandillas terminaban con embellecedores de oro y los marcos de aquellos vanidosos cuadros que decoraban los pasillos, eran tan recargados en sus filigranas que hasta dolían los ojos cuando se miraban.

Se detuvo en la parte de arriba, la balconada. Allí pudo observar a una joven bailarina ensayando sus pasos y a un monstruo atendiendo a tal acto. Sonrió, sabiendo a la perfección que era aquel engendro el que la había atraído hasta allí y no la muchacha delgaducha. Pasó la lengua por sus labios, despacio, relamiéndose. Ansiaba que llegara el momento en el que se durmiese y pudiera colarse en su cabeza sin permiso alguno.

Sentado en la plaza de Montrell, con el periódico oportunamente abierto por la pagina de sucesos fijaba mi vista por encima de sus paginas en la puerta de de aquel Teatro de Vampiros. Yo a diferencia del soldado que había enviado a investigar no creía en que el mal anidara en las razas, si no mas bien en el individuo.
La inquisición cometía muchos sacrilegios en nombre de dios, por eso yo trabajaba como doble espiá, para ellos y para mi padre y tíos.
Si era cierto que en el teatro se estaban produciendo rituales donde la sangre abundaba, así como la muerte en cada acto no dudaría en dejar que todo el peso de la ley de la iglesia cayera sobre ellos, mas para eso antes debía discernir si todos estaban implicados en los rituales o las “fiestas” clandestinas o por contra había inocentes entre sus filas.

Mi superior no siempre estaba de acuerdo con mis métodos, mas me dejaba hacer porque tenia buenos resultados, era un fiero guerrero y de alguna manera conseguía no cometer errores que pudieran mas tarde echar en cara la vaticano.
Jamas había quemado una bruja que no mereciera arder porque cometía actos impuros, nigromancia y otras artes de ese tipo.

Me puse alerta al entrar tras mi condenado una mujer, su aura era inexistente... no sabía que era exactamente pero no me gustaba.
Hubiera intervenido, mas eso hubiera descubierto la tapadera de mi soldado, así que me mantuve alerta agudizando el oído para escuchar lo que acontecía en el teatro.

Ladeé la cabeza hacia el lugar esperando que el plan del chico funcionara, tenía buenos informes del licano, aunque era algo temperamental y algo sanguinario para mi gusto, esperaba que cogiera a mi mando algo de templanza, no podía permitir tener en mis filas un asesino.

La contestación del joven la encontró desprevenida, tiñendo sus mejillas de inmediato. Se apartó un poco, pasándose el antebrazo por la frente para secarse el sudor y, al mismo tiempo, intentando disimular el rubor que sabía tenía por el ardor de sus pómulos. -Presentarse es lo primero, sí...- Contestó, practicando unos pasos laterales con tal de no mirar al muchacho a la cara. Estiró los brazos hacia arriba, tomando aire en profundidad y con lentitud. Se detuvo en mitad del escenario a hacer un demi plié y, al erguirse de nuevo, giró poco a poco hasta observar de nuevo al desconocido, cuyo nombre parecía ser Dorian. Debía superar la vergüenza si tenía pensado actuar frente a cientos de personas allí mismo unos días más tarde. -Mi nombre es Amaury.- El hombre seguía con el brazo extendido, aguardando a que ella correspondiera al cortés saludo. Se mordió el labio, aproximándose a la posición de éste y se inclinó despacio, posando las yemas de sus dedos sobre la palma abierta ajena. -¿Siempre halaga a todas las chicas o pretende que le regale entradas para el estreno?- Intentaba utilizar el humor para olvidarse de la timidez que la embargaba.
 
El caballero no parecía querer soltar su diestra, así que se vio obligada a acuclillarse para relajar la postura de la espalda. -Disculpe, me gustaría poder… esto… ¿recuperar mi mano?- Los orbes azules de la bailarina danzaban aún más que ella cuando sonaba la música. Iban de un lado a otro, deteniéndose a penas unas milésimas de segundos en los ojos foráneos que, por el contrario, a ella no dejaban de observarla fijamente. Tiró n poco del antebrazo, para ver si la liberaba. -Si me quiere ver bailar… necesito poder alzarme y desplazarme por la tarima.- En uno de sus intentos por no mirar al muchacho, se percató de una silueta en la parte alta del teatro, aunque fue sólo por una breve fracción de segundo, ya que al volver a centrarse en aquel punto, no encontró a nadie. ¿Lo habría imaginado?

La joven bailarina me reclamó su mano, ladeé la sonrisa con un poco de picardia antes de soltar sus dedos dejando sobre ellos una delicada caricia.
-Tendré que soltarla muy a mi pesar, pues deseo verla bailar.
La joven era bonita, tenía que reconocerlo, pero no estaba ligando con una dama en una fiesta de la alta aristocracia si no trabajando y era algo que no debía olvidar o podría errar en una misión tan importante como esta.
-No diré que como la mayoría de los “actores” no soy un adulador por naturaleza, pero eso no resta valor a que solo lo hago con mujeres bellas y tu eres de las mas bonitas que me he encontrado en mi existencia.

Dejé caer mi espalda contra la pared y crucé mis brazos para contemplarla danzar.
-No quiero entradas, mas bien busco trabajo, he llegado nuevo a la ciudad y me preguntaba con quien podría hablar.
La joven hacía piruetas sobre la tarima mientras sus esmeraldas se hundían en mis pardos con cada giro.

No me costó identificar una nueva aura en el lugar, podía parecer para alguien sin experiencia la de un inmortal, mas tenía un deje, un residuo mas diabólico, extraño.
Ladeé la sonrisa cuando la morena se alzó en el aire y con mi velocidad sobrenatural entre en la pista de baile para recogerla porteando su delicado cuerpo.

Era un hombre con recursos, no se me daba mal bailar, ni tampoco tocar ya fueran mujeres o instrumentos, a fin de cuentas el arte de la guerra era eso, algo hecho para los artistas y para ser espía has de saber de todo lo suficiente como para poderte hacer pasar por cualquier cosa en situaciones adversas, de ahí que conocía muchos idiomas, muchos secretos y dominaba grandes pericias, entre ellas también la pintura y la escultura, nada se igualaba a mi manejo con las armas.
-Me permite, creo necesitas compañero de juegos en este momentos.
Sujeté su diestra para hacerla virar mientras con la propia acompañaba el compás hasta que jadeante se detuvo a escasa distancia de mi rostro -preciosa -apunté fingiendo sentirme atrapado en su belleza -quiero decir...precioso.

Tenía la capacidad de volverse invisible para los mortales, no funcionaba con los sobrenaturales pues ellos la presentían y aunque no tuviera aura, quedaba un remanente de su existencia en el plano físico que le impedía desaparecer del todo, salvo cuando se colaba en la cabeza de alguien. Ahora nadie dormía allí, así que no podía darse aquel lujo, sin embargo, cuando la joven bailarina alzó su rostro para intentar comprobar si Nightmare seguía allí, no pudo ver nada salvo las butacas de la balconada y las presuntuosas cortinas.
 
La escena era, cuanto menos, graciosa. La humana mojigata y el lobo vestido de cordero. Si lo pensaba fríamente hasta podía ser el título de alguno de aquellos cuentos que les contaban los padres a sus hijos antes de acortarse, antes de abrirle a ella las puertas para que devorase sus sueños, sus pesadillas. Podía considerarse, hasta cierto punto, bueno que ella se alimentase de ellas pues dejaba la mente tranquila, pero drenaba además de eso, recuerdos recientes porque se ataban a las alucinaciones que ella engullía. No se podía separar el hilo de la paja en situaciones como esa y el precio a pagar era pequeño según el punto de vista de la baku.
 
Sonrió ladinamente cuando, al fin, el licántropo mostró en un casi imperceptible gesto que se había dado cuenta de su presencia en el anfiteatro. La situación se tornaba aburrida por momentos con el burdo intento de cortejo de aquel insensato, mas algo le decía que la tontita del maillot seguro que caía en la trampa. Los mortales eran unos necios, unos crédulos, lo cuál a ella la favorecía en gran medida y hacía que, a veces, incluso se tomara la molestia de interactuar previamente con sus víctimas, tomándoles el pelo, engatusándoles con mentiras. Hacía que la caza se volviera más divertida, ya que acudir cuando yacían ya inconscientes en la cama, era poco entretenido hasta que se colaba en sus mentes y lo ponía todo patas arriba.
 
Bostezó, cubriéndose la boca con una mano y decidió abandonar, nuevamente, el Théâtre des vampires. Aguardía fuera a que la parte innecesaria y estúpida terminara. Le daba igual si se la ligaba o si la violaba, al demonio sólo le interesaban los malos sueños que se adueñaban del lobo cuando éste bajaba la guardia ante Morfeo.
 
Una vez en el exterior se fijó en aquel que, a altas horas de la noche y con la ínfima luz de una farola de aceite, se dedicaba a leer el periódico en mitad de la calle. Resultaba una imagen absurda. -¿No sería mejor fingir que orinas en la esquina?- Quiso saber la baku, aproximándose al desconocido con ambas manos en los bolsillos de su pantalón. Sacó la diestra con una pitillera entre los dedos, la abrió, sujetó un cigarro y lo prendió con una pequeña cerilla, dándole una calada a la espera de una contestación por parte de aquel tipo que la miraba como si fuera una intrusa. Igual que lo era él.

Una mujer se acercó a mi con total serenidad, como si pensara no era capaz de interpretar aquella falta de aura distinta a la de los chupasangre, lo que la hacía mas demoníaca.
Mi sonrisa se ladeó ante su comentario, poder, podía pero no creo me saliera una meada tan larga como para poder pasarme horas mirando hacía el teatro de los vampiros.
-¿Siempre eres tan directa? -pregunté invitándola a tomar asiento a mi lado ya que había sido tan considerada de salir del teatro y poner sus cartas sobre la mesa -¿te importa? -pregunté pidiendo uno de sus cigarros.

La inmortal me dio uno y lo apoyé en mis labios acercando después la punta al zipo que había encendido.
Di un par de caladas rápidas hasta que se prendió y después dejé que mi espalda recayera sobre la silla.
Cerré el periódico dejándolo a un lado de la mesa tragándome el humo que pronto emergió blanquecino por las fosas de mi nariz creando una bruma entre ambos.
-¿Lo de la meada es por algún interés oculto en verme la verga? -pregunté con un deje de diversión -Persigues a uno de esos dos, parece que te interesan, no eres un vampiro, peor te alimentas de lago ¿almas?

No sería el primer demonio que me encontraba a lo largo de mis años frente a la inquisición, tampoco el primero que mataba, asi que mas le valía ser clara, no era un lobo corriente, en mis manso podía estar su sentencia de muerte.
Llevé el cigarro a mis labios y di otra calada, cada palabra era acariciada por el espeso humo.
-¿una copa? Odio fumar solo tabaco y cuando lo hago prefiero acompañarlo de alcohol.

Amaury no estaba acostumbrada a tratar con hombres salvo cuando ensayaba o actuaba y, teniendo en cuenta que aquella era la primera obra en la que iba a participar, eso hacía que su interacción con varones jóvenes fuera escasa tirando a nula. Además, los actores con los que se había encontrado ensayando eran reticentes a tocarla demasiado y sus manos siempre estaban frías lo que a la joven bailarina le resultaba un tanto desagradable, aunque no había hecho mención alguna de aquello a nadie. Así pues, cuando aquel desconocido se subió al escenario para cogerla al vuelo en uno de sus saltos, el rubor acudió de inmediato a sus mejillas, sumado al sofoco por el esfuerzo realizado durante las diversas horas que llevaba ensayando. Posó ambas manos en los hombros ajenos y se dejó llevar por él en el baile, danzando sobre la tarima como si flotara aún sujeta de una de sus manos.
 
Estuvieron así varios minutos en los que, inicialmente, la muchacha se había sentido algo incómoda, pero el modo en el que él acompañaba sus pasos, la instaba a seguir a girar, la atraía de nuevo sin aprisionarla, sin obligarla a frenar, hizo que, poco a poco, se sintiera cómoda y se dejara llevar por la música que sonaba sin cesar en el interior de su cabeza, pues sin banda no había otro modo de practicar.
 
Al final se detuvieron, pero porque a Amaury ya le faltaba el aliento. Quedó pegada al cuerpo ajeno, casi jadeante y con una sonrisa pintada en la cara, no por el piropo que la encontró desprevenida y fue lo que hizo que, nerviosa, ésta desapareciera, sino por el baile. -Esto es mi vida… mi nueva vida, quiero decir.- Matizó, separándose al interponer la zurda entre su pecho y el foráneo, empujando suavemente para distanciarse. Fue a buscar de nuevo la toalla del suelo y con ella se secó despacio la cara y la nuca, incluso el cuello hasta allí donde, de seguir, se unirían las clavículas. -Se te da bien esto, deberías hablar con el director de la obra, porque el dueño del teatro… bueno, me da la impresión que tiene mucho dinero pero no tiene ni idea de danza, de arte.- Rio un poco, encogiéndose de hombros. Se deshizo la coleta y peinó el cabello con los dedos, antes de volver a recogerlo con una fina tira de cuero que ató alrededor, en alto, enroscando luego el pelo hasta convertirlo en un moño poco apretado. -El director se llama Jean Pierre Gascogne, es bastante conocido, a lo mejor has leído alguna obra suya... Viene por las noches, tarde. Aquí nadie ensaya a primera hora de la mañana cuando el sol empieza a salir, por eso vengo yo, para estar sola y… bueno, tranquila.- Ahora que se había animado, parecía imposible que se callara.

Si en inicio la joven parecía tímida, tras el baile todo había cambiado, como si le hubieran dado cuerda no dejaba de hablar secándose el sudor que perlaba su piel.
-No me vendría nada mal el trabajo, la verdad, quizás tu puedas presentármelo esta noche ¿que me dices? Siempre podemos hacerle una...representación de nuestro arte -apunté -podridas ir a comer algo ¿que me dices? Ya que hasta que no caiga la noche no empezaran a llegar los artistas.

Si algo tenía claro es que ella no era una vampiresa, su aura lucía como la de una humana normal, pero el resto si lo eran, de ahí su imposibilidad de ensayar en otro horario, mi pregunta era ¿porque habían permitido a la joven bailar para ellos? En ese teatro estaba seguro que estaba pasando algo turbio, no veía la necesidad de investigar tanto peor Jarvis no quería que pagaran justos por pecadores, no quería matar a ningún chupasangre que no lo mereciera como si el hecho de mantenerse vivos arrancando vitae de cuerpos humanos no fuera un delito mas que suficiente.

Tiré de su toalla mostrando un sonrisa picara tratando de atraerla de nuevo contra mi cuerpo.
-Vamos, comamos, una copa de vino, conozcamonos un poco.
Algo me decía era le siguiente sacrificio que se llevaría a cabo, el cordero en manos del lobo, algo irónico dando que yo era exactamente eso.

Estiré mi mano para atrapar la suya mientras esta negaba algo tímida.
-Vamos ¿que puedes perder? Unas copas conmigo, no te arrepentirás y seguro que llegamos al teatro muy dispuestos a mostrar lo bien que bailamos -dije guiñándole un ojo con diversión.
El dueño del teatro de seguro estaba al tanto de todo lo que pasaba bajo las paredes de aquel lugar, necesitaba saber si los espectadores eran participes de lo que sucedía allí así como el resto de actores.
-¿llevas mucho aquí preciosa?

En cuanto el lobo le pidió un cigarrillo, ella se lo ofreció, así como le permitió que lo encendiera con su cerilla. Tomó asiento a su lado sin miramiento alguno y lo hubiese hecho aunque él no la hubiese invitado a ello. Cruzó la pierna izquierda sobre la rodilla opuesta y se apoyó ligeramente sobre la mano derecha, fumando con la otra lentamente. Muchos rumores había sobre que a los zurdos los dominaba el demonio, tal vez era por seres como ella que tales leyendas corrían por ahí sin nadie que las desmintiera.

Ladeó la cabeza al liberar el humo por entre los labios y lo absorbió de nuevo por la nariz, dejando que la bruma acariciara el plateado aro que perforaba su septum. -¿Acaso no nos alimentamos todos de algo? Sino, moriríamos, ¿cierto?- Respondió de aquel modo a su pregunta, riendo brevemente al asentir. -¿Para qué iba a entrar sino en el teatro cuando no hay función alguna? Pero eres muy avispado, ¿qué clase de vampiro podría pasearse cuando el sol aún no se ha puesto del todo?- Hizo un gesto con el mentón en dirección al astro rey que brillaba ambarino, aproximándose despacio al horizonte. Aún quedaban un par de horas de luz para disfrutar.

Se inclinó más hacia él y aspiró el aroma que desprendía con total descaro, casi rozándole el cuello con la nariz al hacerlo. -¿Y qué haces tú aquí, licántropo? ¿Vigilar a esos dos? Porque no has estado dentro, ¿cómo sabes cuántos hay en el teatro?- Ella era muy observadora, algo que había adquirido con el paso de los años. Cuando tienes toda la eternidad a tus pies, empiezas a invertir el tiempo en nimiedades que lo hagan todo más entretenido. -Claro, una copa nunca está de más.- Aseguró, alzando la mano y chasqueando los dedos para llamar la atención del mesero que enseguida vino a atenderles. -Para mi un coñac sin hielo, bien cargado.- Miró entonces a su nuevo acompañante para ver qué era lo que él pedía. El paladar que tuviera cada uno era muy representativo, describía de manera bastante acertada el tipo de vida que llevaba, la clase social a la que pertenecía, las compañías que frecuentaba e incluso si sufría o no de pesadillas. Nightmare tenía un especial interés en aquel último dato, pues no todos los malos sueños olían tan fuerte como los del lobo que se encontraba en el interior del guiñol de vampiros.