Sueño de una noche de verano ~ Priv. [FB]

Plantación de Lachance, Luisiana. 4:25 pm. Verano de 1780. Edades: Jean - 11, Varek - 14.

Tumbado sobre la mullida hierba de los jardines de la plantación, observo cómo las nubes son arrastradas por el viento. Cargado con la humedad de los pantanos de Luisiana, apenas deja unos pocos jirones blancos en el cielo, de un azul tan intenso como el de las playas del Caribe. Resulta hipnotizante mirar cómo el sol, deslumbrante a estas horas de la tarde, juega con las sombras y el movimiento para dotar de formas a las nubes. Sin embargo, en realidad sólo lo miro como una excusa para dejar vagar mi imaginación. Y es que el cálido viento de la tarde arrastra también las palabras de Varek, haciéndome soñar con la magia y la fantasía de la obra favorita de mi hermano.

El moreno, con sus oscuras ondas castañas a la altura de los hombros, está recostado en el tronco de la gran haya del patio. Entre sus finas manos reposa un ornamentado volumen rojizo, que sostiene con una delicadeza insólita mientras lo lee con maestría. Junto a él, sentada en una de las butacas de mimbre de nuestra madre, se encuentra la hija mayor de los Frenière. De largos cabellos lisos dorados como el sol y ojos verdes como las esmeraldas con las que se engalana, no le quita la mirada de encima a Varek en ningún momento. Es una intrusa en nuestra rutina, una compañera de juegos demasiado mayor y estúpida como para llamar mi atención. Aun así, sus padres han venido hoy a tomar el té con los nuestros, de modo que ha recaído en nosotros la tarea de pasar el rato con ella hasta que parta de vuelta hacia su casa.

Varek hace una pausa para tomar aire tras la lectura, que la tonta de Frenière aprovecha para soltar un exagerado suspiro mientras lo mira. Lo que más me sorprende es que mi hermano, en lugar de mirarla despectivamente, parece estar satisfecho con la atención extra. Sus gestos son más exagerados que de costumbre, y si en algo conozco su expresión, casi parece ufana y orgullosa. Incluso le dedica algo que sólo puedo interpretar como una sonrisa, mirando antes en dirección a la institutriz de la joven para evitar ganarse una regañina.

Aburrido, pongo los ojos en blanco ante semejante intercambio de tonterías. No es justo; Varek siempre me lee a mi, y ahora que está la vecina en casa, apenas me ha dedicado algo más que una mirada puntual. Ser ignorado por mi hermano no es precisamente mi plan ideal para pasar la tarde; por ello, mi traviesa mente infantil se pone a funcionar a toda velocidad en busca de algo mejor que hacer.

Un llamativo pájaro se posa a pocos metros de mi, picoteando entre la hierba en busca de algo comestible. Su cantar me evoca a las numerosas tardes de verano que hemos pasado nadando en la laguna, que está sólo a media hora en caballo de nuestra plantación. Sin duda, en un día tan despejado como hoy el agua estará a una temperatura ideal para bañarse. Además, habrá conejos por los alrededores, y puede que incluso también mapaches y zorros.

Los ojos me brillan por la excitación, la emoción obligándome a incorporarme sobre la tierra. Una vez una idea se aloja en mi mente, resulta muy difícil disuadirme de que la realice; y es que, en ocasiones, soy demasiado impulsivo para pensar en las consecuencias. De no ser por Varek, me habría metido en cien líos durante mis once años de vida. Él es quien me atempera y cuida, quien va siempre sobre mis pasos para evitarme tantos daños como pueda por mi atolondrado comportamiento. Algo me dice que, como siempre, lo mismo pasará en esta ocasión; nosotros nos escaparemos, Varek vendrá corriendo tras de mi y la tonta de los Frenière irá tras los pasos de Varek. Probablemente, eso no le guste demasiado a su niñera. ¿Pero quién soy yo para responder por lo que haga ella sola la rubia e inocente niña?

Justo en ese momento, la institutriz abandona su asiento para buscar algo en el interior de la casa. Es ahora o nunca; no se me presentará otra ocasión tan buena para huir hacia los bosques. Levantándome con rapidez, y sin sacudirme siquiera los pantalones del verdín propio de la hierba, echo a correr en dirección a los establos entre risas y carcajadas. A estas horas los mozos están descansando, de modo que nadie me hace preguntas incómodas ni me impide desatar un caballo. No me molesto en ponerle las riendas; tardaría demasiado, y seguramente alguien me detendría cuando apenas llevase un par de metros alejado de la casa.

Sintiendo la adrenalina desatarse en mi pecho, me subo sobre mi palomino y galopo hacia la libertad. El sonido de unos cascos resonando a mis espaldas me indican que no soy el único que monta, pero en lugar de disminuir la velocidad para esperar a mi perseguidor, me inclino ligeramente sobre el cuello del caballo y lo azuzo con las piernas.

Varek miró desde lo alto a su madre y después a su hermano. Pasó la pagina del libro con cuidado y dedicó una sonrisa a Lyria antes de seguir con la lectura - Su enamoramiento empieza a darme lástima. Cuando hace poco la vi tras la arboleda buscando flores para este horrible idiota - la muchacha ríe por lo bajo y Varek ríe levemente con ella, cuando de repente la institutriz abandona su asiento para ir dentro de la casa, no hace falta tener mucha inteligencia para saber que era el momento de la payasada de Jean, así que en el mismo momento que Varek cierra el libro y salta el árbol, Jean sale corriendo hacía el estable - No nos sigas - le sentencia el joven a la muchacha que se a alzado también. El joven era muy receloso con los juegos con su hermano y no soportaba compartirlos, no le gustaba mostrar a alguien más que a Jean su verdadera cara, y si él no la invitaba, prefería que ella se mantuviese alejada.

Varek dejó el libro con cuidado en el suelo y echó a correr detrás de su hermano, que reía como un loco, cuando llegó al establo y abrió la puerta vio como se alejaba a lomos de Palomino - ¡Jean! idiota - se quejó mientras colocaba las riendas su caballo, lo ató todo lo rápido que pudo  y colocando su pie derecho subió a sus lomos, lo golpeó con fuerza y trató de seguir a su hermano.

Cuando finalmente lo alcanzó y ambos caballos iban a trote, Varek golpeó en el hombro a su hermano suavemente para no tirarlo - ¿Puedes dejar de hacer eso? paso - le pidió su hermano, refiriéndose al aire del caballo, para acabar bajándose en una clareada - Tienes ya 11 años, no puedes estar haciendo siempre esto - ató ambos caballos y sacó el tirachinas de su bolsillo - Bueno, que hacemos hoy - dijo riendo, buscando un objetivo mientras sacaba una piedra del bolsillo, se descalzó con habilidad usando ambos pies como ayuda  y caminó alrededor hasta que vio en otro árbol, más lejanos un panal perfectamente formado - Objetivo fijado - Varek cierra un ojo y agarrando el tirachinas con la mano izquierda, coloca en la goma una pequeña piedra - ¿ Jean, preparado? - Varek se muerde el labio, y se rasca la pierna derecha utilizando el pie izquierdo. Los enfados no le duran nada, igual que tampoco le dura nada la tranquilidad. Varek aun está en el trance de cambiar a un ser adolescente, pero su pausada personalidad hace que pueda aun disfrutar de la compañía de su hermano pequeño, compartiendo cada locura sin pararle los pies. Pero Jean no comprende eso, solamente ve que Varek comienza a ser "aburrido" y prestar atención a la hija de los vecinos, y provoca que cada "escapada" sea cada vez más alocada y peligrosa... aun que haya ocasiones, como esta, en las que el peligro lo elije Varek.

La mano de mi hermano me golpea suavemente en el hombro, como si hubiésemos estado jugando al "tú la llevas" y él por fin me hubiera alcanzado. Riendo con deleite al percatarme de que Lyria no nos ha seguido, hago que mi caballo reduzca su velocidad hasta detenerme sólo unos cuantos metros después. Palomino piafa sonoramente, al parecer deseoso de continuar la carrera para deshacerse de su energía acumulada. Sin embargo, no le hago demasiado caso a mi amigo; sin molestarme siquiera a atarlo a un árbol, bajo de él para acercarme a Varek.

El moreno me estaba amonestando por mi comportamiento, pero como sé que él deseaba tanto como yo abandonar a esa pánfila para hacer algo interesante, no surte demasiado efecto. - No quiero crecer nunca - Le respondo a mi hermano, sacándole la lengua con pillería mientras observo el panal que me señala - Hacerlo significaría tener que alejarme de ti tarde o temprano, para pasar a hacer las cosas aburridas que hacen los adultos para llenar su tiempo. Tendría que casarme y tener hijos, entre otras muchas cosas. Me gusta mucho más poder dejarlo todo para ir a dar una vuelta por el bosque... y comprobar si tu puntería es tan buena como antes de que le hicieses ojitos a Frenière. - Mi última frase suena casi como un reto, mis pupilas brillando burlonamente bajo la mortecina luz que se cuela entre los árboles - Te apuesto mi hebilla de cinturón nueva a que no le das al panal. Yo también lo intentaré, venga; así podrás fingir que le has dado tú en vez de yo.

Esta última frase es una mera bravuconada; Varek es muy hábil con la honda, y yo a duras penas puedo coordinar lo suficientemente bien mis pies como para no hacer el ridículo en los bailes de la ciudad. Aun así, es mucho más divertido intentarlo que quedarse mirando. Sosteniendo una piedra con la diestra, espero a la señal de Varek para lanzarla con todas mis fuerzas en dirección al panal. Sorprendentemente, tanto él como yo acertamos en el objetivo; uno, justo en el centro del nido; el otro, en el fino soporte que lo mantenía sujeto firmemente al árbol. El panal cae rápidamente al suelo, aplastándose contra éste con un brusco y sonoro crujido. Durante unos instantes no se escucha nada, sólo silencio; después, un furioso zumbido nos rodea a Varek y a mi, seguido por decenas de diminutas formas aleteantes y amarillas.

- ¡Huyamos! - Le grito a mi hermano, echando a correr a toda velocidad en dirección a Palomino. Sin embargo, el caballo ya no está donde lo había dejado; asustado por la furia de las abejas, ha echado a correr de vuelta a la Plantación. Desesperado, aprieto el paso tanto como mis infantiles piernas son capaces de soportar. Pero no es suficiente; el cansancio pronto se adueña de mis miembros, y cuando una gruesa raíz de árbol sale a mi encuentro bajo la hojarasca, soy incapaz de esquivarla. Mis pies se enredan con ella, haciéndome tropezar y caer dolorosamente al suelo del bosque - ¡Varek! ¡Corre! - Le digo a mi hermano, poniéndome lentamente en pie mientras espero a que las abejas paguen conmigo su venganza.

Varek tampoco quería crecer, pero ya lo estaba haciendo, desde el día en el que nació y fue el primero y varón. Al día pasaba de 2-3 horas entrenando para ganar fuerza fisica y no caer enfermo, o poder sobrellevar de manera sana cualquier enfermedad. Después dos horas de piano y otras dos de lectura y escritura, y el resto eran reuniones familiares. Para colmo cuando llegaba a casa no podía relajarse pues tenía que dar ejemplo a Jean, y que el pequeño de los Lachance aprendiese de forma autodidacta, ya que el padre de ambos empleaba todo el tiempo que tenía en el heredero.

Con un ojo guiñado, la lengua fuera y una apuesta bastante suculenta por medio, Varek agarra con fuerza el tirachinas en su mano izquierda. Normalmente es obligado a usar la diestra, como todo ser humano, pero tanto Jean como él saben que es más hábil con la zurda, por alguna extraña razón. Cuando ambos dejan de tensar la goma y las piedras salen disparadas, casi se rozan por el camino. El panal es golpeado en el centro y provoca un balanceo débil pero suficientemente fuerte para que caiga al suelo - mierda - masculla varek, que deja caer el tirachinas. La voz de Jean le hace reaccionar, y sus pies descalzos se giran para salir corriendo. El muchacho, tras tanto entrenamiento tiene mucha más resistencia que el pequeño y lo adelante casi a los segundos. Pero sus pies se clavan en la tierra para frenar cuando el pequeño con voz ahogada le pide que se salve - ¿Qué? - pregunta el joven sin comprender.

Varek retrocede hasta su hermano, se coloca detrás de él y lo levanta - Vamos, no puedes rendirte - sabe que si le alcanzan, lo matarán, y la idea de perder a su hermano no está en su mente. En el mismo momento que suelta a su hermano nota una punzada aguda en el brazo. La avispa se ha quedado clavada en el brazo por el ímpetu de matar al humano, el muchacho la aparta con la mano, pero entonces nota otro picotazo en la pierna - ¡Vamos! vamos vamos!- dice agachándose y subiendo a Jean sobre su espalda.

Los pies de Varek se posan en la madera del embarcadero con rapidez, doblándose un dedo que queda entre las maderas. Pero le da igual, solamente quiere salvarles y la mejor opción es sumergirse en el agua - No salgas hasta que te lo diga - dice antes de tirarse. El agua está helada, pero lo suficientemente limpia para poder verse mientras están sumergidos. Varek mira a su hermano y le sonríe divertido, la mejilla de Jean está hinchada por un picotazo, y eso le preocupa, pero el no siente que lleva más de diez, y que en una situación normal debería estar inconsciente. La adrenalina le mantiene sereno y el frescor del agua anula el dolor punzante del veneno que recorre su cuerpo. Cuando Varek sube a la superficie y ve que el peligro se ha ido, agarra a su hermano y lo saca - Ha estado cerca - susurra suspirando aliviado.

Al notar el ardor de la primera picadura en mi redondeada mejilla cierro los ojos con fuerza, dispuesto a soportar estoicamente las consecuencias de mis actos. Sin embargo, no son los aguijones de las abejas los que me rozan primero; son las manos de mi hermano, que ha vuelto hacia atrás para cargar con mi peso. Al ver que me he torcido el tobillo y que no soy capaz de seguir su ritmo, me sube rápidamente a su espalda, ignorando los numerosos picotazos que los insectos más rápidos nos están infringiendo a ambos. El grueso del panal está a punto de alcanzarnos a ambos, y así se lo digo a Varek; que corra, que no tenemos porqué acabar así los dos. Sin embargo, él me ignora completamente; se limita a continuar corriendo con todas sus fuerzas, luchando por nuestras vidas sin resignarse jamás ante nada. Embargado por una cálida sensación de afecto por la fraternal actitud de Varek, me aferro con fuerza a su cuello, disfrutando de la proximidad con el mayor mientras le transmito calladamente todos mis ánimos para que corra. Metro a metro, su esfuerzo sirve para ganar terreno a la amenaza que nos persigue. Sus pasos resuenan con suavidad sobre duro suelo de tierra, que al estar libre de hojas en esta época del año le proporciona un mejor agarre para ganar velocidad con cada gesto.

Pronto llegamos al embarcadero, tras el cual una azulada extensión de agua se abre para deleite de ambos hermanos. El hermoso líquido, junto al cual hemos pasado tantas tardes divertidas durante nuestra corta existencia, ahora no sólo significa belleza; también es vida y protección, nuestra última oportunidad de despistar de una vez por todas a nuestras persistentes perseguidoras. Apenas tenemos tiempo para admirarlo; el zumbido de las abejas resuena a nuestras espaldas, recordándonos que no tenemos tiempo que desperdiciar en nimiedades. Tras advertirme de que no salga hasta que él me lo indique, Varek se lanza al agua, y yo tras él. El agua está más helada de lo que recordaba, despertándome al contacto todos mis adormecidos músculos por la carrera tras el bosque. También resulta un alivio para mi mejilla, que empezaba a hincharse por el aguijón todavía clavado en ella. Conteniendo la respiración, y evitando mirar a otro lugar que no sea a mi hermano, me lo arranco sin recordar si era bueno o malo hacerlo. La nana nos lo había repetido muchas veces, pero resulta tan difícil pensar en casa ahora mismo... todo parece girar entorno a estos instantes, a los segundos de aire que nos quedan antes de que la muerte empiece a reclamarnos.

De no haber sido por la sonrisa de Varek, probablemente habría caído presa del miedo. En algún momento habría boqueado, más por ansiedad que por necesidad, y con el agua inundando mis pulmones, habría tenido que escoger entre subir o ahogarme. Pero ver a mi hermano tan tranquilo, con sus ondas castañas flotando perezosamente a su alrededor, me ha contagiado en parte de su calma. Devolviéndole la sonrisa para aparentar un valor del que carezco, alargo una mano en su dirección, entrelazando sus dedos con los míos. Así, en contacto mutuo, aguardamos a que el peligro pase sobre nuestras cabezas.

Una vez seguro de que las abejas se han marchado a otro lugar, Varek me ayuda a salir del agua. Ambos estamos empapados, nuestras prendas chorreando agua dulce sobre la fangosa orilla del lago. Puede que sea por el nerviosismo, pero mi reacción no tarda en llegar; nada más cruzar una mirada con mi hermano, estallo unas violentas y sonoras carcajadas. - Sí... un poco más y no lo contamos - Le respondo, la voz algo entrecortada por las risas. Mi sonrisa muere bruscamente al percatarme de la cantidad de picotazos que tiene Varek por el cuerpo, cuyo efecto empieza a verse en las azuladas y marcadas ojeras de su rostro - Dios mío - Musito, arrodillándome junto a él para empezar a quitarle aguijones del cuerpo. Con infinito cuidado y ternura, apoyo una mano sobre la herida mientras con la otra retiro el aguijón. Éstos empiezan a acumularse en la fangosa orilla, afilados y ensangrentados. Otra prueba más de lo que Varek soporta para protegerme; sus heridas estaban destinadas a mi, pero él se puso en medio y cargó con ellas para salvarme - Iba a proponerte que pasáramos la tarde en el lago, pero tenemos que ir a casa y que te curen. - Le digo, mordisqueándome el labio inferior nerviosamente. - Tienes muchas picaduras Varek, más de diez. Necesitas que mamá llame a un médico para que te ponga ese barro medicinal suyo. No sé ni cómo aguantas todavía en pie.

Varek salió del agua, subiendo por la madera del embarcadero, con sus pies desnudos consiguió agarrarse más fácilmente y una vez sobre ella miró la madera volverse de un tono oscuro. Estaba allí, sintiendo la ropa mojada pesar sobre sus hombros cuando echó a reír a carcajadas con su hermano pequeño - Ha sido muy, muy genial - dijo entre carcajadas, hasta que el "dios mio" serio de su hermano le cortó como una daga afilada - ¿Qué pasa? - preguntó preocupado. Siguió la mirada de su hermano para mirarse a él mismo y vio como las piernas le chorreaban sangre, intensificada por el agua del lago - Estoy bien - dijo agarrando uno de los aguijones - El único inconveniente es que no podré volver a flotar en el lago con tanto agujero - soltó una carcajada mientras iba quitándose los pinchos con su hermano - Bueno, de acuerdo, pero ¿sabes que la bronca será grande? Volveremos mojados, heridos y habiendo escapado - Varek entonces un pie - y he perdido mis zapatos, y - levanta un dedo - te has torcido un tobillo y perdido a tu caballo - ríe de nuevo - Esto conllevará un par de azotes -  entre otros castigos mucho más duros y diferentes para ambos hermanos. Pero Varek siempre prefería guardar para él sus duros castigos y no compartirlos con su hermano, pues sabía que si no, su actitud cambiaría y no sería tan aventurero y temerario.

Los hermanos salieron del embarcadero y caminaron hasta el caballo, Varek ayudó al pequeño a subir y subió el después, pues el animal era más alto que el del joven. Una vez montados, fueron a trote hasta la casa y justo cuando llegaban a los pies del árbol donde habían estado, Varek sintió como su vista se nublaba - Ya estamos - susurró con voz algo quebrada mientras bajaba. Sus pies apenas tocaron el suelo, fueron antes su rodillas, y cuando la cabeza fue a golpear el suelo la nana lo cogió al vuelo y gritando como una histérica y agarrando del brazo a Jean los metió en casa.

***

En un abrir y cerrar de ojos ambos hermanos estaban desnudos en una habitación, limpios de arriba abajo y llenos de lo que parecía arcilla. Varek alzó una ceja al ver como su sexo comenzaba a estar cubierto de cabello - Mira Jean, ahora parece un árbol - la sirvienta ruborizada por el comentario y la carcajada del hermano mayor, se separó de él y salió del servicio. Varek se puso una camisa blanca y los pantalones - ¿Has visto la cara de mama? Me ha dicho que en cuanto estuviéramos con la arcilla, bajásemos al gran salón, que papa y ella nos esperaban ahí... estoy asustado hermano - soltó otra carcajada. No estaba asustado, en absoluto, su teoría era; Si me castigan, disfrutaré de la lectura, de la soledad, dibujaré, tocaré el piano... si el castigo era físico, el dolor sería máximo de 2-3 días, y aun hubiese merecido la pena.

Pese al castigo que nos espera, Varek empieza a reír a carcajadas. Mis risas se unen a las de él, espantando a una bandada de pajaritos que se había posado sobre las copas de los árboles. Pasándome una mano por los mojados rizos, miro risueñamente a mi hermano antes de añadir - Y no te olvides de la imagen que hemos dado ante Lyria. Seguro que los Frenière piensan ahora que somos unos salvajes, y eso a Padre no le gustará nada; acuérdate de cómo se puso cuando la liamos durante aquella gala benéfica.

El moreno y yo continuamos intercambiando anécdotas mientras cabalgamos de vuelta a la plantación. Pese a mi preocupación inicial por las picaduras, apenas me percato de que la piel de Varek arde con mi contacto. Las risas me han hecho descuidado, y es que en cualquier otro momento me habría percatado de que algo va mal. Su piel está pegajosa por el sudor, y sus finos cabellos castaños, adheridos a su rostro. Además, su respiración se torna trabajosa, y sus párpados empiezan a cerrarse con el bamboleo del caballo. Cuando sólo nos quedan unos pocos metros para llegar a los establos, las manos de Varek se sueltan de las riendas. Su cuerpo resbala por el lateral del caballo, cayendo al suelo con un golpe sordo que levanta una polvareda de tierra.

- ¡Varek! - Grito, saltando al suelo para caer justo a su lado. El chico no reacciona al oír su nombre, su harapienta camisa repleta de sangre seca - ¡Mamá! ¡Papá! ¡Ayuda, alguien, rápido!

Las cortinas de la sala del servicio se descorren con rapidez, resonando junto con el grito ahogado de nuestra nana. Apenas un par de minutos después ella ya está fuera con nosotros, tomándole el pulso a Varek y mascullando sobre muchachos jóvenes y estúpidos que se creen inmortales. - ¿Qué le ha pasado al señor Lachance, señorito Lachance? - Dice ella, con ese timbre de voz cubano que tan gracioso me resulta. Un par de esclavos de las plantaciones de índigo llegan pocos minutos después, cargando unas improvisadas parihuelas para transportar a Varek al interior de la finca. Caminando al lado de la negra, se lo cuento todo, sin omitir detalles. La escapada en caballo, la carrera por el bosque, la diana con las abejas... Mis palabras horrorizan cada vez más a la nana, que ahoga un grito de horror cuando le cuento lo cerca que hemos estado ambos de morir. Alargando una rechoncha mano en mi dirección, la esclava examina mis picaduras con la preocupación reflejada en el rostro. No me hace caso cuando le digo que estoy bien; continúa examinándome hasta llegar al tobillo, que me arde terriblemente con cada paso que doy - ¡Si le duele se aguanta! - Me dice, al percatarse de mi mueca de dolor - ¡Es usted un irresponsable, señorito! ¿Pero cómo se las apaña para meter siempre en tantos líos a su hermano? ¡Un día tendremos un disgusto por su culpa! - Nana continúa echándome la bronca, pero yo sólo tengo ojos para los esclavos que transportan a mi hermano. Varek parece estar tan pálido... aunque se pondrá bien, seguro; es demasiado fuerte y genial para morirse por unas picaduras. Además, la nana parece más preocupada por nuestra irresponsabilidad que porque Varek esté en peligro. Si lo estuviera, habría ido corriendo a avisar a nuestros padres, en lugar de caminar junto a mi para desahogarse riñéndome.

Los esclavos dejan a mi hermano en la habitación que ambos compartimos, tendido sobre su cama. Después, se marchan para llamar al médico de la familia. Nuestra madre no tarda demasiado en hacer su aparición. Mientras la nana y yo desvestimos el maltrecho cuerpo del hermano, ella aparece en medio de un revuelo de faldas blancas, su rostro descompuesto por el miedo. Su dura mirada se posa momentáneamente sobre la mía, con una silenciosa promesa de castigo que me hace estremecer. Aun así, quien requiere en ese momento de sus atenciones es el mayor de los Lachance. Varek está recobra el conocimiento justo cuando la mujer se sienta a su lado, frunciendo sus carnosos labios en un mohín de disgusto mientras le aparta los harapos de la camisa.

- Ya hablaremos cuando el médico le haya echado un vistazo a esas heridas – Se limita a decir, recobrando su habitual apariencia altiva. Alisándose con la mano el inmaculado vestido, nos dedica una última ojeada antes de marcharse de la habitación. Antes de salir, sin embargo, deja instrucciones para que la nana no nos deje volver a salir de la casa. Lástima; parece que no habrá manera de escapar del castigo.


Menos de media hora después, el médico ya nos ha recetado su cura. Con la ayuda de los esclavos, recubre cada picadura de nuestro cuerpo de una extraña arcilla, que se va endureciendo sobre nuestra piel conforme pasan los minutos. Su color es una mezcla entre verde y marrón, y nos da una apariencia enfermiza que me hace estallar de nuevo en carcajadas. - Sí que parece un árbol, sí; si te hubiesen picado ahí, hasta sería verde y marrón. Aunque las hojas son negras - Respondo a mi hermano, mirando con curiosidad su adolescente miembro. En comparación, el mío resultaba ridículo, infantil. Como una mala copia. ¿Es que Varek tiene que ser mejor que yo en todo? Sin embargo, las carcajadas de mi hermano pronto me hacen olvidar los celos. Sonriéndole de oreja a oreja, escucho cómo habla sobre el castigo que nos espera - A mi me asusta más pensar en que a lo mejor hay col para cenar. Cuando te hemos llevado por la puerta del servicio, había un cubo de verduras recién lavadas junto al marco de la puerta. - Vuelvo a sonreírle a Varek mientras me abrocho la camisa, de mangas anchas para evitar que la tela roce mis escasas picaduras.

Una vez ambos estamos listos, bajamos las escaleras y cruzamos el umbral del salón. Elegantemente decorado en el estilo más popular en Nueva Orleans, resulta luminoso a estas horas del mediodía. El sol entra a raudales por los enormes ventanales, reflejándose en los espejos de plata batida que decoran los paneles de la pared. Numerosos sofás color crema rodean una mesita de té, colocada junto a la chimenea para aumentar la calidez del conjunto. Jarrones, cortinas y cuadros complementan el lugar, que van cambiando conforme nuestra madre se adapta a las nuevas tendencias de la moda aristocrática.

En el centro de la sala, sobre la dorada alfombra de intrincado diseño, se encuentra nuestro padre. Camina de un lado a otro con un libro en la mano, mientras que con la otra sostiene un habano de la marca que fabricamos en Cuba. Madre se encuentra sentada en una butaca junto a la ventana, pero al vernos entrar se levanta con la cabeza erguida y se coloca junto a su marido. - Ya están aquí, esposo - Le dice, colocando su diestra con suavidad sobre el brazo de éste.

Padre asiente con la cabeza, y se desata el infierno para nosotros.

Al entrar en el salón, mi intención era permanecer callado hasta que acabasen los gritos de nuestro padre. Sin embargo, toda mi determinación se esfuma en el momento en el que éste golpea a mi hermano en su rostro. Ni una queja sale de los labios de Varek, pese a que sus rodillas ceden por la dureza del revés del adulto. Al caer al frío suelo, su mandíbula choca contra la madera, añadiendo una marca azulada a la sangre que gotea desde su nariz. Es más de lo que puedo soportar; abandonando mi falsa indiferencia, dejo escapar un grito infantil antes de correr al lado del moreno.

- ¡Varek! - Digo, arrodillándome a su lado. Poso mi morena diestra en su hombro, mientras observo desafiante a nuestro progenitor. Si intenta golpear de nuevo a mi hermano, me interpondré en su camino. Porque no es justo que, cada vez que hago alguna travesura, sea él quien tenga que pagar las consecuencias por los dos. Por suerte, padre está demasiado ocupado quemando el libro como para percatarse de mi expresión. Si hubiese llegado a advertir la rebeldía que refleja mi rostro, el castigo físico no habría terminado tan pronto. Sentada en su diván, madre sí percibe el gesto. Aun así, la mujer se limita a negar suavemente con la cabeza, dándome a entender que lo mejor que podemos hacer ambos es aceptar la pena impuesta y marcharnos en silencio.

Es la opción por la que opta Varek. Sin emitir una sola palabra pese a la quema de su Sueño, coge mi mano y tironea de ella en dirección al vestíbulo. Dedicándole una última mirada a mi padre, sigo a Varek hasta alcanzar la habitación que compartimos. La sensación de libertad que me había dado nuestra escapada se ha convertido en hiel, amarga y dolorosa por los golpes que ha recibido mi hermano. Y es que soy incapaz de comprender qué clase de padres pondrían por delante del amor a sus hijos las habladurías y opiniones de sus estúpidos vecinos.

- No es justo - Musito, dándole una patada a uno de los zapatos que tengo tirados por el suelo. El objeto rebota contra la pared y cae sobre la madera, con un sonido sordo que me recuerda al del golpe de padre - No es justo - Repito, esta vez con la voz menos quebrada - ¿Qué tiene de malo divertirse? Somos niños, es lo que hacemos; correr y jugar, no pensar en los negocios y en lo que opine la sociedad. Padre no tendría que haberte pegado; siempre lo haces todo por complacerle, incluso lo imposible. No es justo - Acabo, frunciendo los labios en un mohín de disgusto.

Varek y yo permanecemos unos instantes callados, observando cómo la oscuridad va reclamando lentamente cada rincón de nuestra habitación. Las últimas luces del crepúsculo se han hundido ya en el horizonte, revelando el trémulo brillo de las primeras estrellas del firmamento. La luna se muestra llena hoy, enorme y plateada desde su posición predominante en el cielo. Se refleja en las lejanas aguas del lago en el que nos hemos metido esta tarde, y en las nieblas que rodean constantemente los pantanosos terrenos de Luisiana. Es un espectáculo hermoso, que decidimos ver desde nuestro rincón especial en el tejado. Con los pies descalzos para no resbalar, permanecemos allí, sentados, arrullados por el cantar de los grillos que anidan en los jardines.

- ¿Crees que la luna se verá igual en el resto del mundo? - Le pregunto a mi hermano, estirándome cuan largo soy mientras apoyo la cabeza sobre mis manos - Sería genial poder salir de la plantación y verlo, saber si las constelaciones son iguales aquí que en Europa. Saber si los egipcios le piden también deseos a las estrellas fugaces, y si en las colonias de Filipinas sus esclavos le rezan también a la diosa luna. Prométeme que algún día lo descubriremos juntos, Varek. Cuando seamos mayores, y ya nadie pueda pegarnos. - Giro el rostro en su dirección, dedicándole una media sonrisa misteriosa. Ni siquiera tras lo que ha pasado abajo puedo estar serio mucho tiempo, no mientras esté a su lado. Eso es algo que ni siquiera padre puede quitarme - Yo te prometo a ti que algún día te regalaré un Sueño de la Noche de Verano más bonito que el que has perdido hoy. Aunque no tenga esas ilustraciones tan coloridas, ya lo verás. Lo buscaré para ti, y yo siempre cumplo mis promesas.

Varek se tumbó junto a su hermano y cerró los ojos. No quería disfrutar de la belleza de las estrellas, no lo deseaba así. Hoy se había dado cuenta de que aun que todo a su alrededor siguiera igual.. él tenía que cambiar... y lo más difícil era que Jean no estaba cambiando, era como el manto de estrellas que nos arropaba cada noche desde cualquier lugar en el que estuvieran juntos.

Un sonoro suspiro salió de lo más profundo de su ser, ladeó levemente la cabeza y abriendo los ojos le dedicó una sonrisa. El sabía las respuestas de muchas de esas preguntas, pero dejaría que él buscase la información, que se enriqueciera y buscase y que si algún día pasara, se lucrasen juntos - Te lo prometo - susurró volviendo a cerrar los ojos, mirando al frente.

Su mano se deslizó hasta el costado de Jean y la agarró. Una lagrima se deslizó por su ojo izquierdo y cuando abrió ambos, vio una estrella fugaz que le dio la fuerza suficiente para confesar lo más doloroso desde hacía años - Padre me ha comprometido con una chica Francesa, Jean, me voy en 4 días - la voz sonó rota, quebrada. Varek no quería separarse de Jean. Sabía que ocurriría muchas veces, pero cuando fuesen adultos, cuando tuviesen 30 o asi.

En cuanto noto la mano de Varek sobre la mía sé que algo va mal. Muy mal. Después de toda una vida juntos, conozco a mi hermano. Él es el responsable y frío, y yo, el temerario e impulsivo; los gestos de cariño, aun entre nosotros dos, siempre vienen de mi dirección. Por ello, que sea el moreno quien busque el contacto físico sólo puede significar algo terrible; algo que justifique esa lágrima solitaria que se desliza por sus mejillas, brillante bajo la trémula luz de las estrellas.

Como en un sueño, me incorporo lentamente al escuchar sus palabras. Sin que sea consciente de ello, el rostro se me desencaja en una mueca de horror. Mis ojos, del color de las aguas caribeñas, se abren muchísimo por el efecto de la sorpresa. Mi boca se abre y cierra sin emitir sonido alguno, y unas gotas de sudor frío empiezan a bajar rápidamente por mis sienes. Pasándome una mano por los alborotados cabellos, busco en la mirada de Varek algo que desmienta su versión. Sin embargo, en ella sólo encuentro el mismo dolor que en la mía, una confirmación silenciosa de que el mundo tal y como lo conozco está a punto de acabar.

- No puede ser - murmuro, jugueteando nerviosamente con uno de mis oscuros rizos. Hago ademán de decir algo más, pero soy incapaz de articular palabra alguna. Simplemente, no me imagino vivir sin mi hermano. - Varek... - Empiezo, pero no puedo continuar; los sollozos me acometen con virulencia, y acabo llorando a lágrima tendida. Las mejillas se me enrojecen por el llanto, e incluso olvido secarme los mocos con el pañuelo para no parecer un pilluelo. Pero es que nada de eso importa ya; me voy a quedar sólo, porque la única persona que me importa en el mundo me va a dejar abandonado en la plantación. - No quiero... - Musito, rodeándome las piernas con los brazos. - No me dejes. Por favor.

El viento sacude el cabello de ambos, tratando de arrastrar las palabras que Varek acaba de decir. Jean se incorpora, sorprendido, comenzando a romperse lentamente. Varek se incorpora también. Sus manos se han soltado, y un viento fuerte acaba de alzarse, impidiendo que Varek ve a su hermano a  cada segundo que pasa.

Sus manos temblorosas, se entrelazan por unos segundos, nerviosas. No sabe que decir, como actuar, nunca ha sabido empatizar con la gente rota. Nunca. Y ahora que Jean llora desconsolado, lo único que piensa que puede hacer es rozar su espalda, pero no le parece suficiente, y decide mantenerse en silencio, a su lado.

Los minutos pasan, y lo único que se escucha es el sollozo de Jean. Varek ni si quiera ha llorado una lagrima más, pese a tener el corazón en un puño. Un sonoro suspiro sale de su pecho, y se obliga a dar fin a la situación, forzando el final - Jean - miles de palabras surcan su cabeza; Volveré, nunca te dejaré, serán solo unos meses, no voy a cambiar... te quiero. Pero la negativa que se dedica, moviendo su cabeza, le impide una vez más decir algo. Y ofreciéndole su mano, le recuerda que deben volver dentro.

Lo único que puede hacer, y lo más real, es cumplir su promesa. Volverá, y volverá para llevarse con él, a Francia. Tendrá todo preparado y será increíble. Volverán a vivir mil aventuras, juntos, sin adultos que les corten las alas. No se casará. Porque no cree en el amor, no en ese amor predicho. Irá y cumplirá con su deber, creará un futuro allí, pero diferente al que le desean. Y entonces podrá volver para coger a Jean e huir juntos. Ayudarle a ser un lachance, y no el segundo hijo de los Lachance. ¡SI! Ese era su plan. Ellos dos, en Francia. Los Lachance.

Una sonrisa se dibuja en la boca de Varek - ¡Jean! - le repite para que se levante agarrando su mano - Que me quedo helado joder - y ríe. Ríe a carcajadas.