AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Un bucle infinito [Edmond Geinlerin] +18
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Un bucle infinito [Edmond Geinlerin] +18
Aquella misma mañana había sido entregada al propietario del burdel y pronto la dejaron a solas, pero completamente rodeada de otras mujeres en una habitación con varios catres. Podía haber mucha gente a su alrededor, ahogarse entre cuerpos que se movían de un lado a otro para pasar, siendo pisada o empujada, y aún así, seguir estando completamente sola. En aquel lugar, nadie era nada, nadie importaba lo más mínimo. Se ignoraban las unas a las otras y los hombres aún estaban por llegar. De momento, sólo eran hembras desnudas paseando por las estancias, cruzando los pasillos, todas ellas con prisas por maquillarse, vestirse con un trapo que a penas cubría una cuarta parte de su cuerpo y sentirse de nuevo deseadas. ¿Por qué tanto empeño? Ella no lo comprendía, ella sólo quería cerrar los ojos y desaparecer. Pero ni eso era capaz de hacer. No tenía suficiente valor para quitarse la vida, porque a pesar de haberse rendido casi por completo, aún había una niña pequeña en su interior que le gritaba que siguiera luchando, que por favor no la abandonara.
Suspiró y por un momento sintió como si todas las miradas se posaran sobre ella. Alzó la vista y no había nadie. Esta vez si que estaba sola. ¿A dónde se había ido todo el mundo? Se levantó del colchón sucio y caminó lentamente hasta el umbral de la puerta que permanecía abierta, porque allí, como ya le habían dejado bien claro, la privacidad era un lujo que sólo pertenecía a los que pagaban. Las putas no tenían nada allí. Se asomó con algo de reticencia y escuchó unos cuchicheos que llamaron su atención. Siguió moviéndose, un pie frente al otro, pero siempre con cautela y muy despacio, como si temiera que el suelo fuera a crujir y abrirse bajo su cuerpo, engulléndola en un agujero más oscuro que la vida misma.
Cuando finalmente llegó a donde se encontraban todas, pudo ver que se habían situado cada una en un lugar que parecía estratégico, todas ellas en posturas sugerentes, enseñando pierna, acomodándose los senos en los corsés o chupándose un dedo. Si no fuera ella, si todo aquello fuera ajeno y no tuviera nada que ver con su vida, le parecía incluso gracioso o ridículo; pero no tenía esa suerte. Estaban todas allí para venderse al mejor postor por una noche, dispuestas a rebajarse y abrirse de piernas por unas pocas monedas, algunas quizás por un poco más. Era absurdo y al mismo tiempo aterrador.
Ella se quedó en un rincón, sabiendo que en una existencia como la de ellas, no había escapatoria alguna ni escondite lo suficientemente profundo. Se cubrió el rostro con un par de mechones de pelo y esperó no llamar en exceso la atención. Con suerte, no habría pleno en su primera noche y ni si quiera la mirarían... Si hubiese tenido algo de sentido del humor o cinismo, se hubiese reído ante la mera idea de la suerte, pero no lo tenía, así que solamente rezó y esperó a que las puertas se abrieran y entrara una horda de hombres con ganas de desfogar sus ganas de sexo, sus frustraciones y sus fantasías.
Suspiró y por un momento sintió como si todas las miradas se posaran sobre ella. Alzó la vista y no había nadie. Esta vez si que estaba sola. ¿A dónde se había ido todo el mundo? Se levantó del colchón sucio y caminó lentamente hasta el umbral de la puerta que permanecía abierta, porque allí, como ya le habían dejado bien claro, la privacidad era un lujo que sólo pertenecía a los que pagaban. Las putas no tenían nada allí. Se asomó con algo de reticencia y escuchó unos cuchicheos que llamaron su atención. Siguió moviéndose, un pie frente al otro, pero siempre con cautela y muy despacio, como si temiera que el suelo fuera a crujir y abrirse bajo su cuerpo, engulléndola en un agujero más oscuro que la vida misma.
Cuando finalmente llegó a donde se encontraban todas, pudo ver que se habían situado cada una en un lugar que parecía estratégico, todas ellas en posturas sugerentes, enseñando pierna, acomodándose los senos en los corsés o chupándose un dedo. Si no fuera ella, si todo aquello fuera ajeno y no tuviera nada que ver con su vida, le parecía incluso gracioso o ridículo; pero no tenía esa suerte. Estaban todas allí para venderse al mejor postor por una noche, dispuestas a rebajarse y abrirse de piernas por unas pocas monedas, algunas quizás por un poco más. Era absurdo y al mismo tiempo aterrador.
Ella se quedó en un rincón, sabiendo que en una existencia como la de ellas, no había escapatoria alguna ni escondite lo suficientemente profundo. Se cubrió el rostro con un par de mechones de pelo y esperó no llamar en exceso la atención. Con suerte, no habría pleno en su primera noche y ni si quiera la mirarían... Si hubiese tenido algo de sentido del humor o cinismo, se hubiese reído ante la mera idea de la suerte, pero no lo tenía, así que solamente rezó y esperó a que las puertas se abrieran y entrara una horda de hombres con ganas de desfogar sus ganas de sexo, sus frustraciones y sus fantasías.
Última edición por Fleur Blanche el Jue Ago 28, 2014 11:35 am, editado 2 veces
Fleur Blanche- Humano Clase Alta
- Mensajes : 81
Fecha de inscripción : 23/08/2014
Re: Un bucle infinito [Edmond Geinlerin] +18
Tan pronto como cayó el sol, el vampiro decidió salir de su mansión a recorrer las calles, se sentía agotado, cansado de todo, quería terminar con su venganza para poder entregarse a la eternidad del sueño, volverse cenizas bajo el sol o incluso dar el placer a algún cazador de clavar una estaca en su pecho. De cualquier manera, estaría en paz consigo mismo por haber vengado a Kristal y por dejar ese asqueroso mundo atrás.
Esa noche era una de esas en las que necesitaba alejarse de todo y de todos; con tantas personas de su pasado apareciendo nuevamente en su vida, avivando recuerdos indeseables, todo lo que quería esa noche era despejarse. Motivo por el cual decidió pasarse por el burdel. La idea inicial era la de beber algo de alcohol y volver a casa, pero fumar unos puros y cogerse a una prostituta no le caería nada mal, de esa forma regresaría relajado y feliz a casa para dormir como un bebé.
Después de algunos minutos de caminata silenciosa, se internó en uno de aquellos antros. El lugar aún estaba medio vacío, por lo que supuso que recién abrían, después de todo aún era temprano. Se sentó de uno rincón alejado y oscuro, desde el cual podría tener cierta intimidad y aún podría ver y oír lo que pasaba a su alrededor. Después de recibir su primera cerveza, se dispuso a evaluar todo a su alrededor, desde lo más ínfimo a los más grande. Reparando así en cada una de las meseras, los administradores en el piso superior, las parejas en los cubículos, las prostitutas en la tarima exhibiendo la ‘mercancía’ a la venta.
Todo era como debía ser en un burdel. Habían prostitutas para todos los gustos: rubias, morenas, pelirrojas, delgadas, gorditas, altas, bajitas,… En fin, de todos los tamaños y colores disponibles, todas mostrando más carne de la que era considerada aceptable en la sociedad actual parisina. Todas eran mujeres de la mala vida, que disfrutaban su trabajo, uno fácil que además les proporcionaba placer también a ellas, la mayor parte del tiempo. Pero había algo que no encajaba allí, había algo extraño.
-Todas menos una- se corrigió mentalmente, localizando a la chica ‘extraña’, la que se ocultaba en la supuesta seguridad que le brindaba la oscuridad, la que no se exhibía para conseguir clientes, la que de hecho parecía no quererlos. Por alguna razón su curiosidad pudo más que él, de alguna forma sus mujeres siempre eran especiales, las chicas comunes nunca fueron de su agrado, siempre que fueran hermosas y resaltaran (según su propia definición para dicha palabra) en algo que le resultara curioso, atraerían su atención.
Cuando la mesera se acercó para dejarle una nueva jarra de cerveza, Edmond detuvo su marcha murmurándole al oído que quería que trajera ante él a la chica en las sombras, deseaba verla para poder evaluar si pagaría o no por sus servicios. De esa forma se dispuso simplemente a observar el contoneo de la mesonera al marcharse para luego regresar con aquella chica.
Esa noche era una de esas en las que necesitaba alejarse de todo y de todos; con tantas personas de su pasado apareciendo nuevamente en su vida, avivando recuerdos indeseables, todo lo que quería esa noche era despejarse. Motivo por el cual decidió pasarse por el burdel. La idea inicial era la de beber algo de alcohol y volver a casa, pero fumar unos puros y cogerse a una prostituta no le caería nada mal, de esa forma regresaría relajado y feliz a casa para dormir como un bebé.
Después de algunos minutos de caminata silenciosa, se internó en uno de aquellos antros. El lugar aún estaba medio vacío, por lo que supuso que recién abrían, después de todo aún era temprano. Se sentó de uno rincón alejado y oscuro, desde el cual podría tener cierta intimidad y aún podría ver y oír lo que pasaba a su alrededor. Después de recibir su primera cerveza, se dispuso a evaluar todo a su alrededor, desde lo más ínfimo a los más grande. Reparando así en cada una de las meseras, los administradores en el piso superior, las parejas en los cubículos, las prostitutas en la tarima exhibiendo la ‘mercancía’ a la venta.
Todo era como debía ser en un burdel. Habían prostitutas para todos los gustos: rubias, morenas, pelirrojas, delgadas, gorditas, altas, bajitas,… En fin, de todos los tamaños y colores disponibles, todas mostrando más carne de la que era considerada aceptable en la sociedad actual parisina. Todas eran mujeres de la mala vida, que disfrutaban su trabajo, uno fácil que además les proporcionaba placer también a ellas, la mayor parte del tiempo. Pero había algo que no encajaba allí, había algo extraño.
-Todas menos una- se corrigió mentalmente, localizando a la chica ‘extraña’, la que se ocultaba en la supuesta seguridad que le brindaba la oscuridad, la que no se exhibía para conseguir clientes, la que de hecho parecía no quererlos. Por alguna razón su curiosidad pudo más que él, de alguna forma sus mujeres siempre eran especiales, las chicas comunes nunca fueron de su agrado, siempre que fueran hermosas y resaltaran (según su propia definición para dicha palabra) en algo que le resultara curioso, atraerían su atención.
Cuando la mesera se acercó para dejarle una nueva jarra de cerveza, Edmond detuvo su marcha murmurándole al oído que quería que trajera ante él a la chica en las sombras, deseaba verla para poder evaluar si pagaría o no por sus servicios. De esa forma se dispuso simplemente a observar el contoneo de la mesonera al marcharse para luego regresar con aquella chica.
Darren O'Reilly- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 42
Fecha de inscripción : 20/07/2014
Re: Un bucle infinito [Edmond Geinlerin] +18
Los hombres se habían empezado a dispersar por todo el lugar. Algunos de ellos se sentaron a la barra a beber, otros se sentaron en las mesas y ahogaban sus penas entre copas, cigarros y juegos de mesa, mientras muchachas diversas se sentaban en sus regazos o les bailaban alrededor. Sobre la tarima había tres jovencitas con los pechos al aire y unas faldas de cancán que ondeaban al ritmo de una música que no pegaba realmente con la vestimenta. Unos cuantos desaparecieron en habitaciones, siendo arrastrados por muchachas prácticamente desnudas que reían entre dientes de manera desvergonzada.
Fleur lo observaba todo con cautela por entre los oscuros mechones de sus cabellos que permanecían algo alborotados pues llevaba varios días sin peinarse y únicamente le habían permitido darse una ducha rápida con agua y algo de jabón antes de ser entregada al dueño del burdel. Su ropa consistía en un raído vestido que en alguna época había sido blanco, pero que ahora, rallaba más el color amarillento de la paja seca. Se encontraba sumida en sus pensamientos, en sus divagaciones sobre aquel lugar, cuando de pronto se le acercó una atractiva chica cargando una bandeja de plata y la sujetó de la muñeca, tirando seguidamente de ella hacia el centro de la sala. Intentó resistirse ejerciendo fuerza hacia el lado contrario, pero la otra muchacha le sacaba una cabeza de altura y un tercio de cuerpo, al menos, por lo que fue inútil. Finalmente desistió y se dejó llevar, empezando a encogerse ante alguna que otra mirada por parte de las chicas o los hombres del burdel. La mayoría nada agradables, cabía decir. De repente la soltó, plantándola frente a una mesa redonda de madera con tres sillas vacías a su alrededor y una ocupada por un hombre de mirada penetrante. Agachó más la cabeza, intentando no mantener contacto visual y flexionó levemente las piernas en un saludo cordial, como en su día le obligaron a aprender con el emperador de China. Era una costumbre demasiado arraigada que ni su anterior dueño francés, fue capaz de quitarle. Cuando te enseñan a golpes a los doce años que o te inclinas o te arrepentirás, ya no hay vuelta atrás.
-Wǒ zhǔ ā...-'Mi señor...' dijo la joven en chino, dirigiéndose al hombre con respeto y miedo, antes de volver a incorporarse y retirarse uno de los mechones de la cara y colocarlo tras su pequeña y blanquecina oreja. Alzó levemente la vista, lo justo para encontrarse con aquellas orbes intensas que la observaban, no sabía si con curiosidad o con qué clase de sentimiento, pero al menos, no parecía desagrado. Sería la primera vez en varias semanas que alguien la mirara con algo que no fuera desdén o menosprecio, un buen paso para variar...
Fleur lo observaba todo con cautela por entre los oscuros mechones de sus cabellos que permanecían algo alborotados pues llevaba varios días sin peinarse y únicamente le habían permitido darse una ducha rápida con agua y algo de jabón antes de ser entregada al dueño del burdel. Su ropa consistía en un raído vestido que en alguna época había sido blanco, pero que ahora, rallaba más el color amarillento de la paja seca. Se encontraba sumida en sus pensamientos, en sus divagaciones sobre aquel lugar, cuando de pronto se le acercó una atractiva chica cargando una bandeja de plata y la sujetó de la muñeca, tirando seguidamente de ella hacia el centro de la sala. Intentó resistirse ejerciendo fuerza hacia el lado contrario, pero la otra muchacha le sacaba una cabeza de altura y un tercio de cuerpo, al menos, por lo que fue inútil. Finalmente desistió y se dejó llevar, empezando a encogerse ante alguna que otra mirada por parte de las chicas o los hombres del burdel. La mayoría nada agradables, cabía decir. De repente la soltó, plantándola frente a una mesa redonda de madera con tres sillas vacías a su alrededor y una ocupada por un hombre de mirada penetrante. Agachó más la cabeza, intentando no mantener contacto visual y flexionó levemente las piernas en un saludo cordial, como en su día le obligaron a aprender con el emperador de China. Era una costumbre demasiado arraigada que ni su anterior dueño francés, fue capaz de quitarle. Cuando te enseñan a golpes a los doce años que o te inclinas o te arrepentirás, ya no hay vuelta atrás.
-Wǒ zhǔ ā...-'Mi señor...' dijo la joven en chino, dirigiéndose al hombre con respeto y miedo, antes de volver a incorporarse y retirarse uno de los mechones de la cara y colocarlo tras su pequeña y blanquecina oreja. Alzó levemente la vista, lo justo para encontrarse con aquellas orbes intensas que la observaban, no sabía si con curiosidad o con qué clase de sentimiento, pero al menos, no parecía desagrado. Sería la primera vez en varias semanas que alguien la mirara con algo que no fuera desdén o menosprecio, un buen paso para variar...
Fleur Blanche- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 23/08/2014
Re: Un bucle infinito [Edmond Geinlerin] +18
Desde el momento en que la mesera le diera la espalda y hasta que llegó de nuevo frente a él con la muchacha que había llamado su atención, no le quitó lo ojos de encima. Sacó un billete de su cartera y lo metió entre los exuberantes pechos de la mujer, indicándole que podía retirarse y dejarlo a solas con la belleza asiática que tenía en frente. La miró con detenimiento, era sin duda hermosa, su piel era pálida y a simple vista parecía sedosa y cremosa, delicada y frágil como una muñeca de porcelana.
El momento en el que la chica habló fue también en el que el vampiro se arrepintió de no hablar más chino que el básico, pero pensó luego que para lo que la deseaba no necesitarían hablar demasiado, así que no se complicó demasiado por un asunto de tan poca importancia como aquel. -¿Cómo te llamas?- le preguntó, aunque sonase más como una orden, en un muy básico chino, esperando haber utilizado las palabras correctas, o al menos no haber errado en demasía, mientras se ponía de pie. Consiguió a la misma mesera de antes y le pidió que los guiara a alguna habitación cómoda donde poder tener más intimidad con su nueva ‘amiga’.
Una vez en la habitación, a solas con la joven asiática, algunas preguntas provocaron su curiosidad, como: ¿Qué hacía una chica china que no habla francés en Francia? ¿Por qué se escondía en lugar de llamar la atención de los clientes? Decidió entonces arriesgarse a preguntarle, algunas palabras debía conocer, ¿no? -¿No habla nada de francés, madmoiselle, o tal vez algún otro idioma?- preguntó en francés, entre sus muchos talentos estaban los idiomas, sabía inglés, español, alemán, francés, italiano e incluso algo de griego, pero su chino era sinceramente muy pobre, cosa que ahora lamentaba, y agregó rápidamente un ítem más a su lista de cosas por hacer.
La habitación era cálida, mucho más que el frío exterior, por lo que procedió a quitarse la chaqueta de cuero que había estado llevando y a desabotonar un par de botones de la camisa negra que aún llevaba. Comenzó a pensar que era una técnica bastante sutil pero útil esa de tener habitaciones climatizadas a la hora de subir la temperatura en los cuerpos de los amantes, quizás para hacer el momento terminar más rápido y liberar habitaciones que podrían usar otros clientes. Técnica que con un vampiro, ser de sangre fría, no funcionaría así de fácil.
Se acomodó con paciencia en el sillón dispuesto en la habitación, y se deleitó nuevamente con la visión que la chica le ofrecía. A pesar de llevar un vestido curtido, se veía hermosa. Tenía una figura envidiable: cintura minúscula, pechos y caderas generosos; el cabello de un precioso castaño, y la piel tan pálida que podría confundirse con una de los suyos. Sólo observarla era un placer, se relamió los labios de sólo pensar todo lo que podría hacerle con un poco menos de ropa encima.
El momento en el que la chica habló fue también en el que el vampiro se arrepintió de no hablar más chino que el básico, pero pensó luego que para lo que la deseaba no necesitarían hablar demasiado, así que no se complicó demasiado por un asunto de tan poca importancia como aquel. -¿Cómo te llamas?- le preguntó, aunque sonase más como una orden, en un muy básico chino, esperando haber utilizado las palabras correctas, o al menos no haber errado en demasía, mientras se ponía de pie. Consiguió a la misma mesera de antes y le pidió que los guiara a alguna habitación cómoda donde poder tener más intimidad con su nueva ‘amiga’.
Una vez en la habitación, a solas con la joven asiática, algunas preguntas provocaron su curiosidad, como: ¿Qué hacía una chica china que no habla francés en Francia? ¿Por qué se escondía en lugar de llamar la atención de los clientes? Decidió entonces arriesgarse a preguntarle, algunas palabras debía conocer, ¿no? -¿No habla nada de francés, madmoiselle, o tal vez algún otro idioma?- preguntó en francés, entre sus muchos talentos estaban los idiomas, sabía inglés, español, alemán, francés, italiano e incluso algo de griego, pero su chino era sinceramente muy pobre, cosa que ahora lamentaba, y agregó rápidamente un ítem más a su lista de cosas por hacer.
La habitación era cálida, mucho más que el frío exterior, por lo que procedió a quitarse la chaqueta de cuero que había estado llevando y a desabotonar un par de botones de la camisa negra que aún llevaba. Comenzó a pensar que era una técnica bastante sutil pero útil esa de tener habitaciones climatizadas a la hora de subir la temperatura en los cuerpos de los amantes, quizás para hacer el momento terminar más rápido y liberar habitaciones que podrían usar otros clientes. Técnica que con un vampiro, ser de sangre fría, no funcionaría así de fácil.
Se acomodó con paciencia en el sillón dispuesto en la habitación, y se deleitó nuevamente con la visión que la chica le ofrecía. A pesar de llevar un vestido curtido, se veía hermosa. Tenía una figura envidiable: cintura minúscula, pechos y caderas generosos; el cabello de un precioso castaño, y la piel tan pálida que podría confundirse con una de los suyos. Sólo observarla era un placer, se relamió los labios de sólo pensar todo lo que podría hacerle con un poco menos de ropa encima.
Darren O'Reilly- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 20/07/2014
Re: Un bucle infinito [Edmond Geinlerin] +18
Cuando el hombre frente a ella, le respondió en chino, aunque su pronunciación fuese tosca y rara, se sorprendió. Se encontraba aún perdida en sus pensamientos cuando, sin darse cuenta, habían subido las escaleras y se habían adentrado en una habitación que nada tenía que ver con la que había visto ella antes. Era espaciosa a pesar de no ser excesivamente grande y estaba decorada con un exquisito gusto, aunque no había a penas variación de colores, todo allí recordaba al ardiente fuego. Observó al caballero que ahora permanecía de pie y se quitaba algo de ropa para acomodarse.
¿De verdad le había oído bien? Desde que dejara su país hacía ya más de dos años, nadie le había dirigido la palabra en su idioma natal. Se percató que sus ojos se habían ensanchado ante el inesperado acto ajeno y por poco se le dibujó una diminuta sonrisa en los labios. Se contuvo como pudo y meditó las palabras que escuchó a continuación. Había aprendido algo de francés, no porque nadie le enseñara, sino porque había ido relacionando palabras con hechos, con situaciones y expresiones. Tenía claro que su vocabulario era rudimentario y estaba mal organizado a parte de estar convencida de confundir algunas cosas, pero había hecho un esfuerzo por adaptarse, cosa que no podía decir de quienes la trataron a ella toda la vida. Asintió despacio y se atrevió a responder con un acento marcadamente fuera de lugar. -Algo... francés.
Se sentía incómoda al tener aquella penetrante mirada estudiándola con tanto detenimiento. Juraría que podía ver a través de su piel y leer su alma. Inconscientemente se cubrió con las manos por la zona del pecho, no porque pensara que se los estaba mirando, sino porque con aquella sensación que sentía, tuvo miedo de que pudiera ver su seco y arrugado corazón.
Se mantuvo de pie, aunque él ya se había acomodado en una elaborada butaca de madera con tapicería del color del vino. Nunca se había parado a pensar en cuando un hombre era atractivo o feo, para ella todos eran malos, simple y llanamente. Aunque de haber tenido una juventud normal, unos cánones de belleza aprendidos por sus encuentros que no le dejaran un amargo sabor de boca y un tremendo dolor en el cuerpo, se hubiese dado cuenta de lo atractivo que era su actual acompañante.
Empezó a sentir un creciente calor, ingenua ante las tácticas del dueño del burdel para subir la temperatura de las habitaciones, y su pálida piel se empezó a perlar por la zona de su cuello, haciendo que una de las diminutas gotas resbalara sinuosamente hacia su seno y desapareciera entre el valle que formaban sus abultados pechos.
¿De verdad le había oído bien? Desde que dejara su país hacía ya más de dos años, nadie le había dirigido la palabra en su idioma natal. Se percató que sus ojos se habían ensanchado ante el inesperado acto ajeno y por poco se le dibujó una diminuta sonrisa en los labios. Se contuvo como pudo y meditó las palabras que escuchó a continuación. Había aprendido algo de francés, no porque nadie le enseñara, sino porque había ido relacionando palabras con hechos, con situaciones y expresiones. Tenía claro que su vocabulario era rudimentario y estaba mal organizado a parte de estar convencida de confundir algunas cosas, pero había hecho un esfuerzo por adaptarse, cosa que no podía decir de quienes la trataron a ella toda la vida. Asintió despacio y se atrevió a responder con un acento marcadamente fuera de lugar. -Algo... francés.
Se sentía incómoda al tener aquella penetrante mirada estudiándola con tanto detenimiento. Juraría que podía ver a través de su piel y leer su alma. Inconscientemente se cubrió con las manos por la zona del pecho, no porque pensara que se los estaba mirando, sino porque con aquella sensación que sentía, tuvo miedo de que pudiera ver su seco y arrugado corazón.
Se mantuvo de pie, aunque él ya se había acomodado en una elaborada butaca de madera con tapicería del color del vino. Nunca se había parado a pensar en cuando un hombre era atractivo o feo, para ella todos eran malos, simple y llanamente. Aunque de haber tenido una juventud normal, unos cánones de belleza aprendidos por sus encuentros que no le dejaran un amargo sabor de boca y un tremendo dolor en el cuerpo, se hubiese dado cuenta de lo atractivo que era su actual acompañante.
Empezó a sentir un creciente calor, ingenua ante las tácticas del dueño del burdel para subir la temperatura de las habitaciones, y su pálida piel se empezó a perlar por la zona de su cuello, haciendo que una de las diminutas gotas resbalara sinuosamente hacia su seno y desapareciera entre el valle que formaban sus abultados pechos.
Fleur Blanche- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 23/08/2014
Re: Un bucle infinito [Edmond Geinlerin] +18
Al escuchar el francés de ella notó que era tan precario como lo era su chino. En otra situación probablemente le habría divertido, intentar conquistar a una mujer cuando no se habla su idioma y ni ella el propio, siendo de esa forma la comunicación entre ambos apenas decente, debía ser con certeza una ardua tarea. Alejó aquel pensamiento para concentrarse nuevamente en ella, seguía de pie, acalorada y con la piel perlada por el sudor, pequeñas gotas se deslizaban lentamente por su cuello hasta refugiarse en el valle que formaban sus abultados senos, allí donde él estaba deseoso de poner sus dedos y sus labios.
Viéndola inmóvil, supuso que tendría que guiarla. De alguna manera parecía que no sabía qué hacer, aunque sus sentidos le decían que pura ya no era. Se preguntó entonces qué clase de clientes habría tenido en el pasado. ¿Acaso la habrían lastimado? Eso tendría sentido, y explicaría también por qué rehuía de tener clientes aquella noche. Decidió entonces que había reprimido demasiado su curiosidad, y que si no podía obtener respuestas de su boca las obtendría de su mente. Un vistazo rápido a sus recuerdos le mostró que no era una prostituta por elección, había sido esclavizada muy joven y cuando había sido poseída por un hombre ninguno le dio la oportunidad de sentir el placer del acto. De cierta forma sintió pena, pero él no era como aquellos hombres de su pasado, a él le gustaba dar tanto como recibir el placer que el sexo proporcionaba, así que se encomendó a sí mismo la misión de darle una noche que nunca olvidara.
-Acércate- ordenó haciendo uso de su poder de persuasión, imposibilitándole el negarse, incluso si teme hacerlo. Estiró la mano para tomar la suya, mucho más delgada y delicada que la propia, tosca y grande, para guiarla y hacerla sentarse sobre su regazo a horcajadas, haciendo que su corto vestido blanco curtido se subiera ligeramente, mostrando más de sus torneadas piernas. -Cierra los ojos- fue su siguiente orden. Deseaba que se dedicara únicamente a sentir, que dejara a su cuerpo recibir las sensaciones que estas alturas de su vida debía conocer y ansiar como cualquier chica normal. Por su parte, Edmond comenzó una especie de ritual, acariciando con suavidad el delgado rostro femenino, sin olvidar detrás de sus orejas, bajando por la cara delantera del cuello los pulgares y el resto de sus dedos por la nuca, deteniéndose cuando los primeros llegaron a sus clavículas. Siguió bajando por sus brazos, hasta llegar a sus finos dedos, los cuales llevó a sus labios y besó cada una de sus yemas, para luego llevar sus manos hacia su espalda, de modo que se sostuviera de las rodillas de él y su espalda se arqueara dándole mayor y más fácil acceso a sus senos.
Aún sobre el vestido, apretó con leve brusquedad sus pechos, asegurándose de pellizcar con cuidado la zona donde se encontraban sus pezones, consiguiendo que despertaran de su letargo. Estaba deseoso por arrebatarle el vestido y succionar esos pequeños montículos cual niño que busca alimentarse de la leche materna, pero se contuvo, aquello de darle placer a la joven asiática lo excitaba más que cualquier baile erótico. De nuevo sobre la ropa, bajo su rostro a donde antes se encontraban sus manos y dio suaves mordidas, mientras sus manos subían desde las rodillas femeninas, recorriendo todo su muslo, para llegar a los redondeados glúteos y apretarlos con fuerza contra su entrepierna, con el afán de hacerle sentir lo duro que ya se encontraba su miembro.
Con la respiración ligeramente acelerada, se reclinó sobre la butaca con las manos aún en los glúteos de la chica y se dispuso a recuperar un poco el aliento para no dejarse llevar por su instinto y arrancarle el vestido a la damita sobre sus piernas. Quiso llamarla por su nombre, y se dio cuenta que ella al final no había respondido a su pregunta, lo omitió y pasó a pedirle lo que realmente deseaba en ese momento. Se acercó a su oído, viéndola aún con los ojos cerrados y le susurró -Tócame. Ahora es tu turno-. En esta oportunidad más que una orden era una petición. Se sentía tan caliente que juraría que si no sentía su piel pronto enloquecería.
Viéndola inmóvil, supuso que tendría que guiarla. De alguna manera parecía que no sabía qué hacer, aunque sus sentidos le decían que pura ya no era. Se preguntó entonces qué clase de clientes habría tenido en el pasado. ¿Acaso la habrían lastimado? Eso tendría sentido, y explicaría también por qué rehuía de tener clientes aquella noche. Decidió entonces que había reprimido demasiado su curiosidad, y que si no podía obtener respuestas de su boca las obtendría de su mente. Un vistazo rápido a sus recuerdos le mostró que no era una prostituta por elección, había sido esclavizada muy joven y cuando había sido poseída por un hombre ninguno le dio la oportunidad de sentir el placer del acto. De cierta forma sintió pena, pero él no era como aquellos hombres de su pasado, a él le gustaba dar tanto como recibir el placer que el sexo proporcionaba, así que se encomendó a sí mismo la misión de darle una noche que nunca olvidara.
-Acércate- ordenó haciendo uso de su poder de persuasión, imposibilitándole el negarse, incluso si teme hacerlo. Estiró la mano para tomar la suya, mucho más delgada y delicada que la propia, tosca y grande, para guiarla y hacerla sentarse sobre su regazo a horcajadas, haciendo que su corto vestido blanco curtido se subiera ligeramente, mostrando más de sus torneadas piernas. -Cierra los ojos- fue su siguiente orden. Deseaba que se dedicara únicamente a sentir, que dejara a su cuerpo recibir las sensaciones que estas alturas de su vida debía conocer y ansiar como cualquier chica normal. Por su parte, Edmond comenzó una especie de ritual, acariciando con suavidad el delgado rostro femenino, sin olvidar detrás de sus orejas, bajando por la cara delantera del cuello los pulgares y el resto de sus dedos por la nuca, deteniéndose cuando los primeros llegaron a sus clavículas. Siguió bajando por sus brazos, hasta llegar a sus finos dedos, los cuales llevó a sus labios y besó cada una de sus yemas, para luego llevar sus manos hacia su espalda, de modo que se sostuviera de las rodillas de él y su espalda se arqueara dándole mayor y más fácil acceso a sus senos.
Aún sobre el vestido, apretó con leve brusquedad sus pechos, asegurándose de pellizcar con cuidado la zona donde se encontraban sus pezones, consiguiendo que despertaran de su letargo. Estaba deseoso por arrebatarle el vestido y succionar esos pequeños montículos cual niño que busca alimentarse de la leche materna, pero se contuvo, aquello de darle placer a la joven asiática lo excitaba más que cualquier baile erótico. De nuevo sobre la ropa, bajo su rostro a donde antes se encontraban sus manos y dio suaves mordidas, mientras sus manos subían desde las rodillas femeninas, recorriendo todo su muslo, para llegar a los redondeados glúteos y apretarlos con fuerza contra su entrepierna, con el afán de hacerle sentir lo duro que ya se encontraba su miembro.
Con la respiración ligeramente acelerada, se reclinó sobre la butaca con las manos aún en los glúteos de la chica y se dispuso a recuperar un poco el aliento para no dejarse llevar por su instinto y arrancarle el vestido a la damita sobre sus piernas. Quiso llamarla por su nombre, y se dio cuenta que ella al final no había respondido a su pregunta, lo omitió y pasó a pedirle lo que realmente deseaba en ese momento. Se acercó a su oído, viéndola aún con los ojos cerrados y le susurró -Tócame. Ahora es tu turno-. En esta oportunidad más que una orden era una petición. Se sentía tan caliente que juraría que si no sentía su piel pronto enloquecería.
Darren O'Reilly- Vampiro Clase Alta
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Re: Un bucle infinito [Edmond Geinlerin] +18
La penetrante mirada de aquel hombre la hacía sentir extraña. No le hacía sentir miedo, aunque sí vergüenza, pero no comprendía realmente por qué. Sabía que no debía quedarse allí quieta perdiendo el tiempo, pero tampoco entendía que el contrario no la lanzara sobre la cama y abusara de ella como todos los demás, sin pedir permiso, sin si quiera desnudarse algunos, sin importarles nada más que el simple hecho de satisfacer sus primitivas necesidades de sexo.
La voz grave y seria del caballero la sacó de sus pensamientos distraídos y rápidamente obedeció, aproximándose a él que permanecía sentado en el sillón. Normalmente acataba órdenes por estar asustada, ahora lo hizo por algo que parecía instinto. Deslizó sus finos dedos sobre la áspera palma del varón hasta que él sujeto la de ella con cuidado y la atrajo sobre su cuerpo. Tomó asiento en su regazo y volvió a obedecer, dejando caer sus párpados de manera lenta. Sus largas y finas pestañeas rozaron alguno de los desordenados mechones que caían aún frente a su propio rostro y suspiró sin darse cuenta. Entonces, como si de un hechizo se tratara, fue incapaz de abrir nuevamente los ojos, aunque alguna cosa la sobresaltara o asustara. Simplemente los mantuvo tal cual se encontraban ahora. Dejó que el contrario guiara sus propias manos y las apoyó en las rodillas ajenas, de modo que su pecho quedó más subido y expuesto de lo normal.
Su cuerpo reaccionó enseguida al tacto de las grandes manos del hombre sobre sus senos, a pesar de tener la fina tela del vestido entre una y otra piel. Podía notar un tacto un tanto frío, como la vez aquella que la examinó un doctor. No tuvo muy claro si fue por la diferencia de temperatura o por cómo la tocaba, pero sus pezones se endurecieron de manera que le proporcionaron un leve cosquilleo. Intentaba habituarse a esa nueva sensación para ella, pues aunque le resultaba un hormigueo familiar como cuando se le dormía alguna parte del cuerpo, en realidad notaba todas sus terminaciones nerviosas aceleradas. Su cintura se contorsionó ligeramente en cuanto las manos dejaron de tocarla y notó el aliento del varón en la misma zona, algo más cálido que las yemas de sus dedos. Los mordiscos la sobrecogieron, logrando que contrajera el vientre en breves espasmos desconocidos, siguiendo el ritmo de los bocados y aquellas curiosas manos que ahora recorrían sus pálidos muslos hasta colarse bajo el vestido.
No sabía qué hacer, cómo reaccionar. Todo aquello era nuevo para ella y su cuerpo se movía por propia voluntad, al igual que lo hizo su respiración al acelerarse o su voz al escapar incontrolablemente de lo más profundo de su garganta, sonando como pequeños quejidos que no expresaban dolor. Intentaba comprender, pero su mente no atendía a razones, estaba sumida en una espesa neblina y no le dejaba conectar ni un sólo pensamiento.
Sintió entonces el duro miembro ajeno pegado a su cuerpo y se quedó sin aliento. Un pánico mudo se apoderó de su ser, tensándole hasta el último músculo de su diminuto cuerpo. Ahora venía lo malo. No sabía lo que había sucedido hasta el momento, pero se había terminado. Cuando un hombre se ponía así, sólo significaba una cosa: dolor. Contuvo la respiración y se mordió el labio inferior, deseando negarse a lo que quisiera que fuera a hacerle, pero sabiendo que, como siempre, no tenía fuerza alguna para enfrentarse a un varón. A punto estuvo de suplicarle, como había hecho otras muchas veces, pero antes de que pudiera abrir la boca, el suave susurro de la ronca voz ajena la dejó nuevamente en silencio.
Abrió los ojos - milagrosamente fue capaz de hacerlo - y miró con sorpresa a quien la sostenía sobre su regazo. ¿Quería que ella le tocara a él? ¿De qué manera? ¿Había algo concreto que debía hacer? Porque de ser así, no lo sabía. Jamás le habían pedido que ella hiciera nada durante el acto sexual. Solamente le habían ordenado que se quedara callada o dejara de gimotear. Se sentía confusa y temerosa, pero al mismo tiempo, la curiosidad crecía en su interior. ¿Qué hacer ahora? Tragó lentamente y se armó de valor. Se soltó de una de las rodillas en las que se mantenía en equilibrio y con el pulso tembloroso, acercó las yemas de los dedos a la abertura de la camisa del hombre hasta que éstas rozaron suavemente su morena piel. Pudo sentir los pequeños rizos de vello hacerle cosquillas y deslizó la mano poco a poco hacia abajo, hasta toparse con el primer botón que no se había desabrochado. Buscó entonces las orbes ajenas, buscando su aprobación, queriendo saber si tenía permitido hacer lo que hacía o seguir, o tal vez descubrir que al contrario le desagradaban sus actos.
La voz grave y seria del caballero la sacó de sus pensamientos distraídos y rápidamente obedeció, aproximándose a él que permanecía sentado en el sillón. Normalmente acataba órdenes por estar asustada, ahora lo hizo por algo que parecía instinto. Deslizó sus finos dedos sobre la áspera palma del varón hasta que él sujeto la de ella con cuidado y la atrajo sobre su cuerpo. Tomó asiento en su regazo y volvió a obedecer, dejando caer sus párpados de manera lenta. Sus largas y finas pestañeas rozaron alguno de los desordenados mechones que caían aún frente a su propio rostro y suspiró sin darse cuenta. Entonces, como si de un hechizo se tratara, fue incapaz de abrir nuevamente los ojos, aunque alguna cosa la sobresaltara o asustara. Simplemente los mantuvo tal cual se encontraban ahora. Dejó que el contrario guiara sus propias manos y las apoyó en las rodillas ajenas, de modo que su pecho quedó más subido y expuesto de lo normal.
Su cuerpo reaccionó enseguida al tacto de las grandes manos del hombre sobre sus senos, a pesar de tener la fina tela del vestido entre una y otra piel. Podía notar un tacto un tanto frío, como la vez aquella que la examinó un doctor. No tuvo muy claro si fue por la diferencia de temperatura o por cómo la tocaba, pero sus pezones se endurecieron de manera que le proporcionaron un leve cosquilleo. Intentaba habituarse a esa nueva sensación para ella, pues aunque le resultaba un hormigueo familiar como cuando se le dormía alguna parte del cuerpo, en realidad notaba todas sus terminaciones nerviosas aceleradas. Su cintura se contorsionó ligeramente en cuanto las manos dejaron de tocarla y notó el aliento del varón en la misma zona, algo más cálido que las yemas de sus dedos. Los mordiscos la sobrecogieron, logrando que contrajera el vientre en breves espasmos desconocidos, siguiendo el ritmo de los bocados y aquellas curiosas manos que ahora recorrían sus pálidos muslos hasta colarse bajo el vestido.
No sabía qué hacer, cómo reaccionar. Todo aquello era nuevo para ella y su cuerpo se movía por propia voluntad, al igual que lo hizo su respiración al acelerarse o su voz al escapar incontrolablemente de lo más profundo de su garganta, sonando como pequeños quejidos que no expresaban dolor. Intentaba comprender, pero su mente no atendía a razones, estaba sumida en una espesa neblina y no le dejaba conectar ni un sólo pensamiento.
Sintió entonces el duro miembro ajeno pegado a su cuerpo y se quedó sin aliento. Un pánico mudo se apoderó de su ser, tensándole hasta el último músculo de su diminuto cuerpo. Ahora venía lo malo. No sabía lo que había sucedido hasta el momento, pero se había terminado. Cuando un hombre se ponía así, sólo significaba una cosa: dolor. Contuvo la respiración y se mordió el labio inferior, deseando negarse a lo que quisiera que fuera a hacerle, pero sabiendo que, como siempre, no tenía fuerza alguna para enfrentarse a un varón. A punto estuvo de suplicarle, como había hecho otras muchas veces, pero antes de que pudiera abrir la boca, el suave susurro de la ronca voz ajena la dejó nuevamente en silencio.
Abrió los ojos - milagrosamente fue capaz de hacerlo - y miró con sorpresa a quien la sostenía sobre su regazo. ¿Quería que ella le tocara a él? ¿De qué manera? ¿Había algo concreto que debía hacer? Porque de ser así, no lo sabía. Jamás le habían pedido que ella hiciera nada durante el acto sexual. Solamente le habían ordenado que se quedara callada o dejara de gimotear. Se sentía confusa y temerosa, pero al mismo tiempo, la curiosidad crecía en su interior. ¿Qué hacer ahora? Tragó lentamente y se armó de valor. Se soltó de una de las rodillas en las que se mantenía en equilibrio y con el pulso tembloroso, acercó las yemas de los dedos a la abertura de la camisa del hombre hasta que éstas rozaron suavemente su morena piel. Pudo sentir los pequeños rizos de vello hacerle cosquillas y deslizó la mano poco a poco hacia abajo, hasta toparse con el primer botón que no se había desabrochado. Buscó entonces las orbes ajenas, buscando su aprobación, queriendo saber si tenía permitido hacer lo que hacía o seguir, o tal vez descubrir que al contrario le desagradaban sus actos.
Fleur Blanche- Humano Clase Alta
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Re: Un bucle infinito [Edmond Geinlerin] +18
El aura intranquila de la prostituta la delataba, todo era condenadamente nuevo para ella, tanto que casi podría asegurar que no sabía que lo que estaba sintiendo era el placer de estar excitada, ni que podía llegar a estarlo mucho más, al punto que su intimidad estuviera tan húmeda que su miembro se deslizara con deliciosa suavidad en su interior. Supuso entonces que tampoco sabía lo que era un orgasmo, llegar a la cima y rozar el cielo con las manos. Saberse el primero en provocar tal placer en ella, si bien no era el primero en tenerla, lo hizo sentir importante de alguna manera. Nunca, hasta el momento, había tomado a una virgen, y esto era lo más cercano a ello hasta el momento, cosa que le infló el ego más de lo normal.
Todo iba perfecto, los leves quejidos que escapaban inconscientemente de su garganta le comprobaban que la chica lo estaba disfrutando, hasta que la dejó sentir la dureza de su miembro, momento en el que su aura más que intranquila se mostró turbia, dejándole saber de su temor. -No voy a lastimarte- le prometió acariciando su rostro juvenil con una mano, antes de volverla a sus muslos y pedirle que lo tocara. Al principio ella sólo acercó una de sus manos al pecho de él, allí donde su camisa estaba abierta, rozando con sus cálidos dedos la piel bronceada y los vellos que sobresalían en la pequeña zona; sin embargo, se detuvo apenas llegó a ese primer botón mirándolo como pidiendo su aprobación, cosa que lo hizo sentir sumamente frustrado, recordando ahora por qué no le gustaban las vírgenes.
-Aquí no hay reglas, mi bella flor, sólo hay que seguir nuestros instintos. Puedes tocar, besar, lamer o morder suavemente lo que quieras y como quieras- mientras explicaba lo último, introducía a la mente de la chica imágenes de cada una de las situaciones, sólo por sino conocía aquellas palabras, para que de alguna forma lo entendiera. Sin apartar los ojos de los curiosos de su acompañante, guió las pequeñas manos de la chica, ayudándola a desabotonar su propia camisa hasta finalmente dejarla totalmente abierta, mostrando su torso si bien no demasiado musculoso sí algo marcado y cubierto de forma regular por suave vello negro.
Lentamente acercó su rostro al ajeno con intenciones de besarla, comenzó delineando los entreabiertos labios femeninos con su lengua para luego introducirla en el interior de la boca ajena para poder saborearla, encontrándose con la de ella e incitándola a jugar. Mientras su boca devoraba la de ella, todo su cuerpo despertaba al deseo que ella provocaba, queriendo que ella lo deseara de la misma manera, que se retorciera pidiéndole que saciara el ardor entre sus piernas incluso si no sabía qué era lo que sentía ni cómo apagarlo. Sus manos volvieron a recorrer las piernas y muslos de la fémina, esta vez no deteniéndose en sus glúteos, continuó subiendo por sus costados, llevando consigo el borde del vestido, separándose de sus labios para poder quitarle la estorbosa prenda. Terminada dicha tarea, se detuvo a contemplarla, lo único que la cubría eran sus diminutas bragas blancas, el resto de su pálida piel estaba expuesta para ser contemplada por los ojos masculinos.
-Hermosa- fue todo lo que dijo antes de llevar su boca a uno de los pezones erguidos de la chica, el cual lamió y succionó a placer mientras su mano derecha se encargaba del otro seno, amasándolo con suavidad y pellizcando el pezón cada tanto. Para ese momento, el olor de excitación proveniente de la entrepierna de ella lo estaba volviendo loco, su miembro dolía encerrado en aquella apretada prisión que eran sus pantalones. Con un gruñido, dejó todo lo que estaba haciendo para guiar ahora las manos femeninas al borde de su pantalón para que para que lo desabotonara y bajara la cremallera.
Sentir las manos femeninas sobre su verga, subiendo y bajando con la lentitud de una inexperta le tensó los músculos de las piernas y abdomen, por la fuerza que hacía para contenerse de lanzarla sobre la cama y tomarla a la fuerza. Creía no haber estado tan excitado en toda su jodida vida. A punto estaba de correrse cuando la obligó a detenerse, quería venirse en su interior, pero no antes de haberle regalado su primer orgasmo, por lo que se levantó del sillón con ella en brazos y la depositó con cuidado en la cama, sentándola en el borde de la misma. -Ahora sabrás lo que es placer- le dijo, mientras terminaba de desvestirse a sí mismo ante la mirada seguramente perdida de la chica. Una vez vestido únicamente con su piel, mostrando a su miembro orgullosamente erguido, se arrodilló frente a ella, acariciándola mientras le quitaba las bragas y le abría las piernas. -¿Alguien te ha besado alguna vez aquí?- le preguntó refiriéndose a su pussy, sin realmente esperar una respuesta, antes de disponerse a jugar con su lengua y su boca en el clítoris de ella mientras que dos de sus dedos se introducían en la oscura y húmeda cueva que su miembro deseaba para sí, en un lento y tortuoso vaivén. Quería hacerla retorcerse de primitivo placer, que rogara por más, que gimiera tan fuerte que pudieran escucharlos en la habitación de junto.
Todo iba perfecto, los leves quejidos que escapaban inconscientemente de su garganta le comprobaban que la chica lo estaba disfrutando, hasta que la dejó sentir la dureza de su miembro, momento en el que su aura más que intranquila se mostró turbia, dejándole saber de su temor. -No voy a lastimarte- le prometió acariciando su rostro juvenil con una mano, antes de volverla a sus muslos y pedirle que lo tocara. Al principio ella sólo acercó una de sus manos al pecho de él, allí donde su camisa estaba abierta, rozando con sus cálidos dedos la piel bronceada y los vellos que sobresalían en la pequeña zona; sin embargo, se detuvo apenas llegó a ese primer botón mirándolo como pidiendo su aprobación, cosa que lo hizo sentir sumamente frustrado, recordando ahora por qué no le gustaban las vírgenes.
-Aquí no hay reglas, mi bella flor, sólo hay que seguir nuestros instintos. Puedes tocar, besar, lamer o morder suavemente lo que quieras y como quieras- mientras explicaba lo último, introducía a la mente de la chica imágenes de cada una de las situaciones, sólo por sino conocía aquellas palabras, para que de alguna forma lo entendiera. Sin apartar los ojos de los curiosos de su acompañante, guió las pequeñas manos de la chica, ayudándola a desabotonar su propia camisa hasta finalmente dejarla totalmente abierta, mostrando su torso si bien no demasiado musculoso sí algo marcado y cubierto de forma regular por suave vello negro.
Lentamente acercó su rostro al ajeno con intenciones de besarla, comenzó delineando los entreabiertos labios femeninos con su lengua para luego introducirla en el interior de la boca ajena para poder saborearla, encontrándose con la de ella e incitándola a jugar. Mientras su boca devoraba la de ella, todo su cuerpo despertaba al deseo que ella provocaba, queriendo que ella lo deseara de la misma manera, que se retorciera pidiéndole que saciara el ardor entre sus piernas incluso si no sabía qué era lo que sentía ni cómo apagarlo. Sus manos volvieron a recorrer las piernas y muslos de la fémina, esta vez no deteniéndose en sus glúteos, continuó subiendo por sus costados, llevando consigo el borde del vestido, separándose de sus labios para poder quitarle la estorbosa prenda. Terminada dicha tarea, se detuvo a contemplarla, lo único que la cubría eran sus diminutas bragas blancas, el resto de su pálida piel estaba expuesta para ser contemplada por los ojos masculinos.
-Hermosa- fue todo lo que dijo antes de llevar su boca a uno de los pezones erguidos de la chica, el cual lamió y succionó a placer mientras su mano derecha se encargaba del otro seno, amasándolo con suavidad y pellizcando el pezón cada tanto. Para ese momento, el olor de excitación proveniente de la entrepierna de ella lo estaba volviendo loco, su miembro dolía encerrado en aquella apretada prisión que eran sus pantalones. Con un gruñido, dejó todo lo que estaba haciendo para guiar ahora las manos femeninas al borde de su pantalón para que para que lo desabotonara y bajara la cremallera.
Sentir las manos femeninas sobre su verga, subiendo y bajando con la lentitud de una inexperta le tensó los músculos de las piernas y abdomen, por la fuerza que hacía para contenerse de lanzarla sobre la cama y tomarla a la fuerza. Creía no haber estado tan excitado en toda su jodida vida. A punto estaba de correrse cuando la obligó a detenerse, quería venirse en su interior, pero no antes de haberle regalado su primer orgasmo, por lo que se levantó del sillón con ella en brazos y la depositó con cuidado en la cama, sentándola en el borde de la misma. -Ahora sabrás lo que es placer- le dijo, mientras terminaba de desvestirse a sí mismo ante la mirada seguramente perdida de la chica. Una vez vestido únicamente con su piel, mostrando a su miembro orgullosamente erguido, se arrodilló frente a ella, acariciándola mientras le quitaba las bragas y le abría las piernas. -¿Alguien te ha besado alguna vez aquí?- le preguntó refiriéndose a su pussy, sin realmente esperar una respuesta, antes de disponerse a jugar con su lengua y su boca en el clítoris de ella mientras que dos de sus dedos se introducían en la oscura y húmeda cueva que su miembro deseaba para sí, en un lento y tortuoso vaivén. Quería hacerla retorcerse de primitivo placer, que rogara por más, que gimiera tan fuerte que pudieran escucharlos en la habitación de junto.
Darren O'Reilly- Vampiro Clase Alta
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Re: Un bucle infinito [Edmond Geinlerin] +18
Seguía mirando al contrario a los ojos cuando él empezó a hablar y antes de que pudiera abrir la boca para responderle que no le entendía, empezó a ver breves imágenes, como si estuviera comprendiendo cada una de las palabras, calando perfectamente en su cabeza y su cuerpo. Aún sumida en ese extraño trance de nuevos conocimientos lingüísticos, descubrió que no sólo se besaban los anillos del emperador, sino que también se podían usar los labios para rozar voluntariamente otras partes del cuerpo. A lo largo de toda su vida, únicamente la habían utilizado como a una herramienta, por lo que jamás hizo algo por propia elección. Habían usado su sexo y su boca para complacerse a sí mismos y desfogar necesidades, sin preocuparse del daño que aquello podía causarle a ella.
Guiada por las manos ajenas, desabrochó lentamente la camisa que aún cubría el torso de aquel hombre, pudiendo luego observar, aunque distraídamente, su pecho bien formado y varonil. En un instante dejó de pensar y su mente se nubló por completo. El sentir el contacto húmedo de la lengua del hombre recorriendo las curvas de sus labios, le hizo olvidar lo que tenía en la cabeza y en cuanto éste la coló dentro de su boca e inició el beso, todo su cuerpo se estremeció, por primera vez en su vida, de una manera exagerada sin ser por temor. Su propia lengua se empezó a mover por instinto y quiso aferrarse al varón con las manos, pero antes de poder darse cuenta, se habían separado para que le quitara el raído vestido y dejarla prácticamente expuesta por completo.
La habían contemplado muchas veces y miles de ellas la tocaron por todas partes, manoseando y apretando su cuerpo como si fuese una vaca a la que hubiera que ordeñar. Sin embargo, los ojos hambrientos del que la miraba ahora, se notaban distintos. Se veía voracidad contenida, CONTENIDA. ¿De verdad podía un hombre hacer eso? ¿Anhelar algo y no poseerlo sin más? Dándole vueltas a eso, se pasó la lengua por los labios, aún sintiendo los ajenos presionados contra los propios, saboreándolos de manera intensa. Cortando toda conexión entre sus neuronas, la boca del contrario se apoderó de uno de sus pezones y volvió a enviar un torrente de electricidad que la recorrió por completo. Jadeó en alto, sin ahogarlo con la mano ni morderse el labio. Y entonces, sin entender por qué, sintió como no podía evitar orinarse un poco encima. La sensación fue compleja y para nada igual a las otras veces, pero había sido involuntario y aunque avergonzada, se sentía increíblemente bien.
Un gruñido salió de las profundidades de la garganta ajena y pudo sentir no sólo por su mirada sino por cada gesto, que el hambre del hombre crecía a cada instante. Se dejó guiar sin oponer resistencia y una vez liberada la dureza de su prisión de tela, rodeó el miembro viril con sus delgados y pequeños dedos. No apretó demasiado y permitió que se deslizaran sus extremidades superiores por toda la largura de esa erección. Se fue inclinando lentamente hacia delante, queriendo volver a sentir el contacto de sus labios con los del ajeno, pero no alcanzó a hacerlo. De repente, sin previo aviso y claramente insatisfecho aún, la obligó a detenerse y la alzó en brazos para recostarla en la cama, con tanto cuidado, que por un instante se sintió como una delicada figura de cristal. Acomodó su trasero en el colchón, fijando la vista en el serio rostro del varón y luego la bajó, recorriendo su cuerpo con la mirada mientras él se desnudaba. Estaba acostumbrada a tener cerca hombres desnudos, pero no solían quedarse de pie frente a ella para que les observara. Era un cuerpo bonito, seguramente esa no fuera la palabra adecuada para describirlo, pero no tenía una gran riqueza en adjetivos ni tampoco conocía los estándares de la sociedad. Sólo se tenía a ella y sus vivencias como prisionera de hombres adinerados que se empeñaban en ocultarla del sol, la vida y las relaciones humanas corrientes.
Levantó los pies del suelo para que le quitara la ropa interior y separó las piernas al acompañar el movimiento de las manos ajenas. Ahora había pasado de mirar con curiosidad a hacerlo con expectación, no sabía qué esperar de ese hombre y en cuanto le escuchó preguntar, estuvo a punto de replicar que los únicos besos que había dado antes habían sido en las manos del emperador, pero no pudo. Enmudeció un sólo instante, porque al siguiente dejaba escapar un grito de desconcierto. Sentía ardor y cosquilleo, al tiempo que se empezaba a empapar todo su sexo, no sabiendo si era por la saliva del contrario o porque volvía a perder el control de su vejiga. Llevó las manos a la cabeza del varón y enredó los dedos entre sus cabellos, no sabiendo si apartarle o empujar para que siguiera. Era todo un cúmulo de sensaciones desconocidas que la estaban llevando al límite. Finalmente no pudo sino volver a gritar, pidiendo clemencia un momento y al siguiente suplicando por más. Se dejó caer hacia atrás y flexionó las piernas, encogiendo los dedos de los pies. Su cuerpo entero temblaba con anticipación, deseando conocer el siguiente acto del que la estaba haciendo enloquecer. Contrajo el vientre y soltó el corto pelo del varón para aferrarse a la ropa de cama. Arqueó la espalda y se contorsionó, gimiendo como si la estuvieran matando, notando como tras una explosión de adrenalina, perdía de pronto las fuerzas y quedaba sin aliento, jadeante.
Guiada por las manos ajenas, desabrochó lentamente la camisa que aún cubría el torso de aquel hombre, pudiendo luego observar, aunque distraídamente, su pecho bien formado y varonil. En un instante dejó de pensar y su mente se nubló por completo. El sentir el contacto húmedo de la lengua del hombre recorriendo las curvas de sus labios, le hizo olvidar lo que tenía en la cabeza y en cuanto éste la coló dentro de su boca e inició el beso, todo su cuerpo se estremeció, por primera vez en su vida, de una manera exagerada sin ser por temor. Su propia lengua se empezó a mover por instinto y quiso aferrarse al varón con las manos, pero antes de poder darse cuenta, se habían separado para que le quitara el raído vestido y dejarla prácticamente expuesta por completo.
La habían contemplado muchas veces y miles de ellas la tocaron por todas partes, manoseando y apretando su cuerpo como si fuese una vaca a la que hubiera que ordeñar. Sin embargo, los ojos hambrientos del que la miraba ahora, se notaban distintos. Se veía voracidad contenida, CONTENIDA. ¿De verdad podía un hombre hacer eso? ¿Anhelar algo y no poseerlo sin más? Dándole vueltas a eso, se pasó la lengua por los labios, aún sintiendo los ajenos presionados contra los propios, saboreándolos de manera intensa. Cortando toda conexión entre sus neuronas, la boca del contrario se apoderó de uno de sus pezones y volvió a enviar un torrente de electricidad que la recorrió por completo. Jadeó en alto, sin ahogarlo con la mano ni morderse el labio. Y entonces, sin entender por qué, sintió como no podía evitar orinarse un poco encima. La sensación fue compleja y para nada igual a las otras veces, pero había sido involuntario y aunque avergonzada, se sentía increíblemente bien.
Un gruñido salió de las profundidades de la garganta ajena y pudo sentir no sólo por su mirada sino por cada gesto, que el hambre del hombre crecía a cada instante. Se dejó guiar sin oponer resistencia y una vez liberada la dureza de su prisión de tela, rodeó el miembro viril con sus delgados y pequeños dedos. No apretó demasiado y permitió que se deslizaran sus extremidades superiores por toda la largura de esa erección. Se fue inclinando lentamente hacia delante, queriendo volver a sentir el contacto de sus labios con los del ajeno, pero no alcanzó a hacerlo. De repente, sin previo aviso y claramente insatisfecho aún, la obligó a detenerse y la alzó en brazos para recostarla en la cama, con tanto cuidado, que por un instante se sintió como una delicada figura de cristal. Acomodó su trasero en el colchón, fijando la vista en el serio rostro del varón y luego la bajó, recorriendo su cuerpo con la mirada mientras él se desnudaba. Estaba acostumbrada a tener cerca hombres desnudos, pero no solían quedarse de pie frente a ella para que les observara. Era un cuerpo bonito, seguramente esa no fuera la palabra adecuada para describirlo, pero no tenía una gran riqueza en adjetivos ni tampoco conocía los estándares de la sociedad. Sólo se tenía a ella y sus vivencias como prisionera de hombres adinerados que se empeñaban en ocultarla del sol, la vida y las relaciones humanas corrientes.
Levantó los pies del suelo para que le quitara la ropa interior y separó las piernas al acompañar el movimiento de las manos ajenas. Ahora había pasado de mirar con curiosidad a hacerlo con expectación, no sabía qué esperar de ese hombre y en cuanto le escuchó preguntar, estuvo a punto de replicar que los únicos besos que había dado antes habían sido en las manos del emperador, pero no pudo. Enmudeció un sólo instante, porque al siguiente dejaba escapar un grito de desconcierto. Sentía ardor y cosquilleo, al tiempo que se empezaba a empapar todo su sexo, no sabiendo si era por la saliva del contrario o porque volvía a perder el control de su vejiga. Llevó las manos a la cabeza del varón y enredó los dedos entre sus cabellos, no sabiendo si apartarle o empujar para que siguiera. Era todo un cúmulo de sensaciones desconocidas que la estaban llevando al límite. Finalmente no pudo sino volver a gritar, pidiendo clemencia un momento y al siguiente suplicando por más. Se dejó caer hacia atrás y flexionó las piernas, encogiendo los dedos de los pies. Su cuerpo entero temblaba con anticipación, deseando conocer el siguiente acto del que la estaba haciendo enloquecer. Contrajo el vientre y soltó el corto pelo del varón para aferrarse a la ropa de cama. Arqueó la espalda y se contorsionó, gimiendo como si la estuvieran matando, notando como tras una explosión de adrenalina, perdía de pronto las fuerzas y quedaba sin aliento, jadeante.
Fleur Blanche- Humano Clase Alta
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Re: Un bucle infinito [Edmond Geinlerin] +18
La joven asiática era toda gemidos en manos del vampiro, su sexo estaba tan húmedo que su miembro palpitó dolorosamente exigiendo atención, la misma que seguía negándole de momento. Sentir a su pequeña presa temblar de anticipación lo hizo disminuir considerablemente la velocidad e intensidad de sus atenciones, provocando que ella le enredara los dedos en el cabello pidiendo por más. Si bien ella no entendía lo que estaba sintiendo, su cuerpo se hallaba en el borde del abismo, a punto de convulsionar de placer. Cuando la chica finalmente llegó al orgasmo, el mayor se permitió succionar los jugos frutos del mismo con intención de hacerla probar su propio sabor, el dulce sabor de su primer orgasmo.
Se puso de pie para luego arrodillarse en la cama junto a ella y besarla en los labios, dejándola saborearse a sí misma a través de su boca. Sin dejar de besarla, tomó una de las finas manos humanas y la guió a su recién corrido sexo, enseñándola como debía tocarse a sí misma para excitarse. Le mostró el placer que puede obtener con sólo tocar un pequeño botón, su clítoris, y también el lugar por donde el sexo masculino se introducía, obligándola sutilmente a meter allí uno de sus propios dedos. La necesitaba nuevamente bien lubricada antes de darle a su miembro el placer que tanto se merecía por el tiempo que lo había hecho esperar.
Los labios femeninos se movían con habilidad contra los suyos, la lengua de ella había aprendido rápido a moverse, jugando con la propia en una danza bastante erótica para tratarse sólo de un beso. Deseó entonces sentir esa lengua y esa cálida boca rodear su miembro erecto. Dejó de besarla por un momento para deleitarse con la vista. Ver a una mujer tocándose para obtener placer sólo podía ser superado por ver a dos mujeres tocándose entre sí, y luego a él; en ese momento tomó nota mental de repetir aquella experiencia, pensamiento que alejó rápidamente para volver a concentrarse en la hermosa chica que lo acompañaba.
Decidió que era momento que la asiática comenzara a corresponder al placer recibido. Se puso de pie y la ayudó a ella a levantarse para luego ponerla de rodillas en el piso frente a él, ahora iba a probar los verdaderos placeres que esa boquita podía dar. A pesar de ser, de cierta forma, primeriza, aprendía rápido, por lo que puso un poco de fe en ella esperando que le diera una buena mamada. Con el índice la hizo abrir la boca, para introducir luego el dedo en su boca y comenzar una especie de vaivén con él, simulando lo que debía hacerle a su pene. Introdujo un segundo dedo y, al ver que sólo dejaba que él se moviera en su boca, le ordenó -chupa- repitiendo la acción de mostrar en su mente imágenes acordes a lo que deseaba que hiciera, consiguiendo finalmente algo decente.
Sacó los dedos de la boca ajena y los llevó a la propia, un beso indirecto saboreando su saliva. Se inclinó, para tomar sus dos manos, una de ellas la llevó al sexo de ello, quería seguir viéndola mientras se tocaba, mientras la otra a su miembro, de nuevo indicándole cómo hacerlo. Sabía que en el pasado otros hombres habían usado la boca de la chica para su propio placer, sin buscar que la situación fuese al menos agradable consiguiendo que tuviera una mala impresión de una experiencia que incluso las mujeres llegaban a disfrutar, por lo que decidió darle tiempo de tomar confianza. Ya le había dado de qué hacer, ahora tendría ella que tomar cierta iniciativa. Por su parte, una vez que ella agarró el ritmo con la mano, le levantó el mentón para verla a los ojos mientras se tocaba y lo tocaba, y la dejó hacer sin interferir.
Se puso de pie para luego arrodillarse en la cama junto a ella y besarla en los labios, dejándola saborearse a sí misma a través de su boca. Sin dejar de besarla, tomó una de las finas manos humanas y la guió a su recién corrido sexo, enseñándola como debía tocarse a sí misma para excitarse. Le mostró el placer que puede obtener con sólo tocar un pequeño botón, su clítoris, y también el lugar por donde el sexo masculino se introducía, obligándola sutilmente a meter allí uno de sus propios dedos. La necesitaba nuevamente bien lubricada antes de darle a su miembro el placer que tanto se merecía por el tiempo que lo había hecho esperar.
Los labios femeninos se movían con habilidad contra los suyos, la lengua de ella había aprendido rápido a moverse, jugando con la propia en una danza bastante erótica para tratarse sólo de un beso. Deseó entonces sentir esa lengua y esa cálida boca rodear su miembro erecto. Dejó de besarla por un momento para deleitarse con la vista. Ver a una mujer tocándose para obtener placer sólo podía ser superado por ver a dos mujeres tocándose entre sí, y luego a él; en ese momento tomó nota mental de repetir aquella experiencia, pensamiento que alejó rápidamente para volver a concentrarse en la hermosa chica que lo acompañaba.
Decidió que era momento que la asiática comenzara a corresponder al placer recibido. Se puso de pie y la ayudó a ella a levantarse para luego ponerla de rodillas en el piso frente a él, ahora iba a probar los verdaderos placeres que esa boquita podía dar. A pesar de ser, de cierta forma, primeriza, aprendía rápido, por lo que puso un poco de fe en ella esperando que le diera una buena mamada. Con el índice la hizo abrir la boca, para introducir luego el dedo en su boca y comenzar una especie de vaivén con él, simulando lo que debía hacerle a su pene. Introdujo un segundo dedo y, al ver que sólo dejaba que él se moviera en su boca, le ordenó -chupa- repitiendo la acción de mostrar en su mente imágenes acordes a lo que deseaba que hiciera, consiguiendo finalmente algo decente.
Sacó los dedos de la boca ajena y los llevó a la propia, un beso indirecto saboreando su saliva. Se inclinó, para tomar sus dos manos, una de ellas la llevó al sexo de ello, quería seguir viéndola mientras se tocaba, mientras la otra a su miembro, de nuevo indicándole cómo hacerlo. Sabía que en el pasado otros hombres habían usado la boca de la chica para su propio placer, sin buscar que la situación fuese al menos agradable consiguiendo que tuviera una mala impresión de una experiencia que incluso las mujeres llegaban a disfrutar, por lo que decidió darle tiempo de tomar confianza. Ya le había dado de qué hacer, ahora tendría ella que tomar cierta iniciativa. Por su parte, una vez que ella agarró el ritmo con la mano, le levantó el mentón para verla a los ojos mientras se tocaba y lo tocaba, y la dejó hacer sin interferir.
Darren O'Reilly- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 20/07/2014
Re: Un bucle infinito [Edmond Geinlerin] +18
Aún exhausta por ese repentino auge de sensaciones, ladeó la cabeza para encontrarse con el hombre que se arrodillaba a su lado y la volvía a besar. Esta vez se demoró más tiempo y el sabor era muy distinto, era más ácido y caliente, pero se sintió igual de bien que el primero. Pronto sintió el tacto algo áspero de la mano masculina sobre la suya y se dejó llevar como ya venía haciendo toda la noche, a pesar del par de breves arrebatos de iniciativa que había tenido. Sus dedos se humedecieron con sus propios jugos y se deslizaron con facilidad, despertando su clítoris del escaso descanso que se había tomado. Uno de los dígitos fue llevado a la estrecha obertura entre los labios de su sexo y se coló dentro con más rapidez de la esperada. Nunca antes se había tocado ahí de esa manera, por lo que las sensaciones fueron nuevamente un descubrimiento.
Cuando el contrario se separó de sus labios, quedó extasiada un instante, con los párpados aún cerrados y la lengua pulsante, descansando sobre su propio labio inferior. Dejó escapar un profundo suspiro y sintió un leve temblar que se arremolinó entre sus piernas. Abrió entonces los ojos y se encontró con que el varón la miraba de manera intensa mientras su propia mano se seguía moviendo de manera automática, como si ahora no pudiera parar sin que se lo ordenaran. Cosa que sucedió, aunque sin palabras, cuando el hombre la ayudó a incorporarse y seguidamente hizo que se arrodillara frente a él. Su rostro quedó a la altura de las caderas ajenas con el miembro erecto del contrario bien cerca. Por un instante, volvió a recordar las veces en las que había sido forzada a engullir cosas similares hasta casi ahogarse, notando como sus cabezas se abrían paso por su garganta. Se estremeció de miedo sin llegar a exteriorizarlo, pues justo antes de que eso pasara, el caballero posó un dedo frente a sus labios y rápidamente lo introdujo en su cavidad. Empezó a moverlo, tocando su lengua y su paladar de forma delicada pero que le daba cierta sensación de cosquilleo. Estaba aturdida ante la idea, para cuando coló un segundo dedo y le ordenó que lo chupara. ¿Los dedos? Le miró con extrañeza, pero obedeció sin rechistar. Entreabrió la boca y dejó que las yemas se resbalara sobre su lengua, antes de rodearlas con los labios y empezó a succionar, mirando de vez en cuando la mano ajena y alternando con el rostro del que la observaba a ella. Para cuando retiró el hombre la mano y se la llevó a sus propios labios, ella quedó con la vista fija en lo que tenía delante.
Él se inclinó sin llegar a agacharse y guió una vez más una de sus propias manos a tocarse. Ella lo hizo de buen grado, pues las sensaciones eran increíblemente buenas cuando lo había hecho antes. La otra mano le fue orientada hasta la dureza del varón y la rodeó con sus pequeños y delgados dedos, viéndose ahora más grande el miembro viril en comparación. Él no la obligó en ningún momento a metérselo en la boca, no fue brusco ni agresivo. Parecía un maestro intentando enseñarle cosas nuevas. A ella siempre le había gustado atender a clases de pequeña, disfrutaba escuchando, aprendiendo y practicando. Aquello era similar, aunque con algo que siempre le había otorgado terror. Sabía lo que él quería aunque no lo ordenara, y al sentirse libre de hacer y deshacer a su antojo, se arriesgó a probar de propia voluntad. Aproximó su rostro al carnoso sexo que sostenía con una mano y lo rozó levemente con la nariz, como si tanteara la zona. Entreabrió seguidamente la boca y con la punta de la lengua tocó la palpitante cabeza del miembro e intentó imitar lo que momentos antes hiciera con los dedos. Se la introdujo en la boca y succionó con las mejillas tras apretar los labios alrededor de la circunferencia. Agachó un tanto la cabeza, profundizando con la erección en su cavidad y notó como ésta se frotaba contra su paladar, al tiempo que ella la aprisionaba con la lengua. Era algo extraño el no sentirse forzada, y aunque no podía decir que le agradara tanto como lo que se estaba haciendo a sí misma con la otra mano en su propio sexo, sí era cierto que era curioso y de algún modo le subía la temperatura corporal. No entendía nada. No sabía por qué hacía lo que hacía, por qué no tenía miedo o por qué el varón no la pisoteaba como los demás. Pero fuera lo que fuera todo aquello, por primera vez en toda su vida, no lo quería terminar.
Cuando el contrario se separó de sus labios, quedó extasiada un instante, con los párpados aún cerrados y la lengua pulsante, descansando sobre su propio labio inferior. Dejó escapar un profundo suspiro y sintió un leve temblar que se arremolinó entre sus piernas. Abrió entonces los ojos y se encontró con que el varón la miraba de manera intensa mientras su propia mano se seguía moviendo de manera automática, como si ahora no pudiera parar sin que se lo ordenaran. Cosa que sucedió, aunque sin palabras, cuando el hombre la ayudó a incorporarse y seguidamente hizo que se arrodillara frente a él. Su rostro quedó a la altura de las caderas ajenas con el miembro erecto del contrario bien cerca. Por un instante, volvió a recordar las veces en las que había sido forzada a engullir cosas similares hasta casi ahogarse, notando como sus cabezas se abrían paso por su garganta. Se estremeció de miedo sin llegar a exteriorizarlo, pues justo antes de que eso pasara, el caballero posó un dedo frente a sus labios y rápidamente lo introdujo en su cavidad. Empezó a moverlo, tocando su lengua y su paladar de forma delicada pero que le daba cierta sensación de cosquilleo. Estaba aturdida ante la idea, para cuando coló un segundo dedo y le ordenó que lo chupara. ¿Los dedos? Le miró con extrañeza, pero obedeció sin rechistar. Entreabrió la boca y dejó que las yemas se resbalara sobre su lengua, antes de rodearlas con los labios y empezó a succionar, mirando de vez en cuando la mano ajena y alternando con el rostro del que la observaba a ella. Para cuando retiró el hombre la mano y se la llevó a sus propios labios, ella quedó con la vista fija en lo que tenía delante.
Él se inclinó sin llegar a agacharse y guió una vez más una de sus propias manos a tocarse. Ella lo hizo de buen grado, pues las sensaciones eran increíblemente buenas cuando lo había hecho antes. La otra mano le fue orientada hasta la dureza del varón y la rodeó con sus pequeños y delgados dedos, viéndose ahora más grande el miembro viril en comparación. Él no la obligó en ningún momento a metérselo en la boca, no fue brusco ni agresivo. Parecía un maestro intentando enseñarle cosas nuevas. A ella siempre le había gustado atender a clases de pequeña, disfrutaba escuchando, aprendiendo y practicando. Aquello era similar, aunque con algo que siempre le había otorgado terror. Sabía lo que él quería aunque no lo ordenara, y al sentirse libre de hacer y deshacer a su antojo, se arriesgó a probar de propia voluntad. Aproximó su rostro al carnoso sexo que sostenía con una mano y lo rozó levemente con la nariz, como si tanteara la zona. Entreabrió seguidamente la boca y con la punta de la lengua tocó la palpitante cabeza del miembro e intentó imitar lo que momentos antes hiciera con los dedos. Se la introdujo en la boca y succionó con las mejillas tras apretar los labios alrededor de la circunferencia. Agachó un tanto la cabeza, profundizando con la erección en su cavidad y notó como ésta se frotaba contra su paladar, al tiempo que ella la aprisionaba con la lengua. Era algo extraño el no sentirse forzada, y aunque no podía decir que le agradara tanto como lo que se estaba haciendo a sí misma con la otra mano en su propio sexo, sí era cierto que era curioso y de algún modo le subía la temperatura corporal. No entendía nada. No sabía por qué hacía lo que hacía, por qué no tenía miedo o por qué el varón no la pisoteaba como los demás. Pero fuera lo que fuera todo aquello, por primera vez en toda su vida, no lo quería terminar.
Fleur Blanche- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 23/08/2014
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