AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Entre Margaritas, Narcisos y Cardos - (Privado)
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Entre Margaritas, Narcisos y Cardos - (Privado)
¿Qué lugar le podía traer los recuerdos de su bella tierra que no fuera el Jardín Botánico? Por eso se dirigió apenas terminar con las responsabilidades que le correspondían como empresaria, para posteriormente. Tomar su caballo y galopar por el campo desde su mansión, distante a una legua de la capital francesa, pero cercana a ese refugio de paz, que representaba el Jardín.
Sonrió, por la agitación, quien podría darse cuenta que aquella mujer de treinta años en verdad contaba más inviernos en su haber. El galope se convirtió en un suave trote, para terminar en un lento caminar. Desmontó con presteza, un empleado del jardín le recibió el animal y lo llevó a los establos, ya volvería a buscarlo cuando el sol comenzara a decaer en el horizonte y decidiera volver a la mansión.
Comenzó a caminar mientras se quitaba los guantes de cabritilla y los guardaba en el bolso que colgaba de su muñeca izquierda. Se detuvo un segundo, para que sus pulmones se hincharan con el aroma de las diferentes flores. En la mañana había estado lloviendo y casi hasta antes de salir de su hogar, por lo que el jardín entero estaba cubierto de pequeñas gotas de lluvia que habían quedado aprisionadas en las hojas, los pétalos y pistilos. El olor a tierra mojada, le hizo recordar las colinas verdes de Inverness, pero el recuerdo derivó en otro campo cubierto de lluvia, de sangre y de cuerpos. Culloden se reflejó en sus ojos, los colores de las flores eran tan varios como los colores de los tartanes, Kilts y estandartes que habían quedado esparcidos por el campo de batalla, en el húmedo paramo. Por un segundo se olvidó donde estaba y estuvo a punto de gritar el nombre de James. Pero la risilla de una criatura la hizo volver a la realidad.
Sus ojos, aun tenían la expresión de terror y desesperación. Se apresuró a seguir su camino, acercándose a una mata de Margaritas, humildes y agradecidas como casi todos los habitantes de sus tierras. Se inclinó para acariciar sus corolas, cuando un cardo llamó su atención, -¿Un cardo en este lugar? – habló en voz alta, como si le preguntara a la pequeña flor por su existencia en un lugar así - es que para un escocés, puedes simbolizar nuestra tierra, pero para el simple jardinero que cuida éste lugar, siempre serás una maleza. Estará dispuesto a eliminarte y mantener así la belleza de éste lugar - . Sonrió, ella recordaría eternamente que el purpureo color de aquella corola, simbolizaría siempre, el orgullo de su pueblo, la valentía y el heroísmo de los que juntos lucharon y luchaban por ser libres – a costa de sus propias vidas… de tu invaluable vida – dijo con la voz quebrada por la emoción. Sin darse cuenta se había acuclillado ante el cardo, como si de una reliquia se tratase, lentamente se incorporó, decidiendo proseguir su camino. Más allá, a orillas de un lago, una mata amarilla llamó su atención, - Narcisos – caviló, le gustaban, por su belleza, por la trágica historia tras de su nombre. James, solía regalarle alguno,- claro, seco y entre las paginas de un libro – meditó. Infinidad de veces le había rogado que le trajera de sus viajes algunos ejemplares, pero eran difíciles o imposibles de cultivar en un lugar tan frío como Inverness, - igual de imposible como es pensar que mi alma permita alguna vez que me enamore -.
Sonrió, por la agitación, quien podría darse cuenta que aquella mujer de treinta años en verdad contaba más inviernos en su haber. El galope se convirtió en un suave trote, para terminar en un lento caminar. Desmontó con presteza, un empleado del jardín le recibió el animal y lo llevó a los establos, ya volvería a buscarlo cuando el sol comenzara a decaer en el horizonte y decidiera volver a la mansión.
Comenzó a caminar mientras se quitaba los guantes de cabritilla y los guardaba en el bolso que colgaba de su muñeca izquierda. Se detuvo un segundo, para que sus pulmones se hincharan con el aroma de las diferentes flores. En la mañana había estado lloviendo y casi hasta antes de salir de su hogar, por lo que el jardín entero estaba cubierto de pequeñas gotas de lluvia que habían quedado aprisionadas en las hojas, los pétalos y pistilos. El olor a tierra mojada, le hizo recordar las colinas verdes de Inverness, pero el recuerdo derivó en otro campo cubierto de lluvia, de sangre y de cuerpos. Culloden se reflejó en sus ojos, los colores de las flores eran tan varios como los colores de los tartanes, Kilts y estandartes que habían quedado esparcidos por el campo de batalla, en el húmedo paramo. Por un segundo se olvidó donde estaba y estuvo a punto de gritar el nombre de James. Pero la risilla de una criatura la hizo volver a la realidad.
Sus ojos, aun tenían la expresión de terror y desesperación. Se apresuró a seguir su camino, acercándose a una mata de Margaritas, humildes y agradecidas como casi todos los habitantes de sus tierras. Se inclinó para acariciar sus corolas, cuando un cardo llamó su atención, -¿Un cardo en este lugar? – habló en voz alta, como si le preguntara a la pequeña flor por su existencia en un lugar así - es que para un escocés, puedes simbolizar nuestra tierra, pero para el simple jardinero que cuida éste lugar, siempre serás una maleza. Estará dispuesto a eliminarte y mantener así la belleza de éste lugar - . Sonrió, ella recordaría eternamente que el purpureo color de aquella corola, simbolizaría siempre, el orgullo de su pueblo, la valentía y el heroísmo de los que juntos lucharon y luchaban por ser libres – a costa de sus propias vidas… de tu invaluable vida – dijo con la voz quebrada por la emoción. Sin darse cuenta se había acuclillado ante el cardo, como si de una reliquia se tratase, lentamente se incorporó, decidiendo proseguir su camino. Más allá, a orillas de un lago, una mata amarilla llamó su atención, - Narcisos – caviló, le gustaban, por su belleza, por la trágica historia tras de su nombre. James, solía regalarle alguno,- claro, seco y entre las paginas de un libro – meditó. Infinidad de veces le había rogado que le trajera de sus viajes algunos ejemplares, pero eran difíciles o imposibles de cultivar en un lugar tan frío como Inverness, - igual de imposible como es pensar que mi alma permita alguna vez que me enamore -.
Última edición por Mai Fraser el Miér Sep 17, 2014 9:27 am, editado 1 vez
Mai Fraser- Licántropo Clase Alta
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Fecha de inscripción : 30/04/2014
Re: Entre Margaritas, Narcisos y Cardos - (Privado)
Raras eran las veces que Hugo dejara de lado su investigación para salir de casa. Al mes casi que solo salía a un par de eventos y no mucho más. No necesitaba ir a comprar nada, de ello se encargaba otra persona, al igual que de mantener lo poco que había que mantener su casa, pues siempre estaba encerrado en su laboratorio personal. Pero ir al jardín botánico un par de veces al mes podía ser productivo. Siempre podrían haber traído una flor nueva que esos estúpidos botánicos no habrían pensado analizar. Al fin y al cabo de una de esas flores salía la droga que se estaba administrando antes de salir.
Se había duchado y su cabello estaba recortado tras haber acudido a un evento la semana pasada. No era muy hábil para peinárselo con su propia mano por lo que simplemente le caía en un flequillo que le cubría parte de la frente. Sus ojos azules estaban radiantes tras una noche de descanso, especialmente por esas ojeras moradas y la camisa azul oscura que llevaba, resaltando el color claro. No llevaba ropa de gala ni mucho menos, lo único ostentoso eran los pantalones de vestir grises. Sobre la camisa, a decir verdad ni se acordaba de donde la había sacado. Parecía alguien de clase media pero eso le valía, daba igual mientras su apariencia fuera respetable.
El bullicio del centro de París era algo que Hugo no soportaba y daba gracia que los eventos solían realizarse por la noche, cuando las cosas estaban más tranquilas. Pero el sur era algo más tolerable. Menos por la zona del banco, aquella le parecía horrible, sobre todo porque el aire estaba cargado de desesperación. Podía sentirla pero no entenderla. La veía en las caras de las familias que estaban en bancarrota mientras otros se frotaban las manos con sus billetes. Pero aquello era selección natural.
Desesperación.
Parecía un sentimiento sencillo aunque a la vez complicado. El hombre solo lo tomaba como un sentimiento urgido, de necesidad. Al menos eso era lo que había entendido. A veces se preguntaba si todo sería más fácil si tuviera la capacidad de sentir esas emociones. ¿Le haría eso sentirse vivo? ¿Cómo podía conseguirlo? No se despreciaba a si mismo ya que en cierta forma había belleza en su personalidad. Algo inocente y dulce, cubierto por una máscara, convirtiéndolo todo en el gran acto que era su vida.
Llegó al jardín sin problemas. No era que Hugo tuviera ansiedad social, ni mucho menos y era algo que no había que suponer. Él estaba, en cierta forma, cómodo estando con otros humanos. Era algo que le ayudaba a sentirse normal, vivo. La interacción social podía parecerle interesante en algunas ocasiones. Pero seguiría sin ser tan interesante como sus investigaciones, por ello no tenía la necesidad de socializar con otras personas. Le parecía una pérdida de tiempo. Y el tiempo es oro.
Era algo que Hugo se tomaba tan en serio como la vida y la muerte ya que las tres cosas iban de la mano. Nunca sabías que podría ocurrir de un día al otro. Aquello era algo que le parecía bello; aquella fina línea entre la vida y la muerte. Efímera y delicada. Pero la vida parecía haber sido concisa para ser vivida y para participar en el orden natural de las cosas. Aun así el hombre no le daba mucha importancia, solo le interesaba una cosa.
Sentirse vivo.
Había aprendido que aquello podía pasar en los momentos menos esperados. Lo notaba en ocasiones completamente diferentes. Un día podía cortarse sin querer con uno de sus utensilios, su sangre corriendo por sus dedos y así sentir aquello llamado dolor. Otras, completamente diferentes, podía tener un paciente moribundo y sentir como su vida se iba desvaneciendo en sus manos sin que él pudiera hacer nada.
Impotencia.
¿Tendrían las flores esa clase de sentimientos? ¿Se sentiría el cardo impotente al ser arrancado? ¿Se sentiría la flor más hermosa emocionada de tantos halagos que recibía?
– Botánica… Algo que nunca entenderé–dijo en voz alta sin darse cuenta. ¿Habría sido aquello embarazoso? Pareció llamar la atención de una señora que se encontraba a sus cercanías–. Je suis désolé madame, espero no haber interrumpido su serenidad con mi torpeza–dijo con una sonrisa imitando vergüenza.
Aparentar, socializar, ser normal.
____________________________________________
Off: Lamento lo largo que me ha quedado, es mi primer post y suelo usar estos como una introducción al personaje. Prometo que los siguientes serán más cortos, más que nada porque necesitan serlo (?).
Se había duchado y su cabello estaba recortado tras haber acudido a un evento la semana pasada. No era muy hábil para peinárselo con su propia mano por lo que simplemente le caía en un flequillo que le cubría parte de la frente. Sus ojos azules estaban radiantes tras una noche de descanso, especialmente por esas ojeras moradas y la camisa azul oscura que llevaba, resaltando el color claro. No llevaba ropa de gala ni mucho menos, lo único ostentoso eran los pantalones de vestir grises. Sobre la camisa, a decir verdad ni se acordaba de donde la había sacado. Parecía alguien de clase media pero eso le valía, daba igual mientras su apariencia fuera respetable.
El bullicio del centro de París era algo que Hugo no soportaba y daba gracia que los eventos solían realizarse por la noche, cuando las cosas estaban más tranquilas. Pero el sur era algo más tolerable. Menos por la zona del banco, aquella le parecía horrible, sobre todo porque el aire estaba cargado de desesperación. Podía sentirla pero no entenderla. La veía en las caras de las familias que estaban en bancarrota mientras otros se frotaban las manos con sus billetes. Pero aquello era selección natural.
Desesperación.
Parecía un sentimiento sencillo aunque a la vez complicado. El hombre solo lo tomaba como un sentimiento urgido, de necesidad. Al menos eso era lo que había entendido. A veces se preguntaba si todo sería más fácil si tuviera la capacidad de sentir esas emociones. ¿Le haría eso sentirse vivo? ¿Cómo podía conseguirlo? No se despreciaba a si mismo ya que en cierta forma había belleza en su personalidad. Algo inocente y dulce, cubierto por una máscara, convirtiéndolo todo en el gran acto que era su vida.
Llegó al jardín sin problemas. No era que Hugo tuviera ansiedad social, ni mucho menos y era algo que no había que suponer. Él estaba, en cierta forma, cómodo estando con otros humanos. Era algo que le ayudaba a sentirse normal, vivo. La interacción social podía parecerle interesante en algunas ocasiones. Pero seguiría sin ser tan interesante como sus investigaciones, por ello no tenía la necesidad de socializar con otras personas. Le parecía una pérdida de tiempo. Y el tiempo es oro.
Era algo que Hugo se tomaba tan en serio como la vida y la muerte ya que las tres cosas iban de la mano. Nunca sabías que podría ocurrir de un día al otro. Aquello era algo que le parecía bello; aquella fina línea entre la vida y la muerte. Efímera y delicada. Pero la vida parecía haber sido concisa para ser vivida y para participar en el orden natural de las cosas. Aun así el hombre no le daba mucha importancia, solo le interesaba una cosa.
Sentirse vivo.
Había aprendido que aquello podía pasar en los momentos menos esperados. Lo notaba en ocasiones completamente diferentes. Un día podía cortarse sin querer con uno de sus utensilios, su sangre corriendo por sus dedos y así sentir aquello llamado dolor. Otras, completamente diferentes, podía tener un paciente moribundo y sentir como su vida se iba desvaneciendo en sus manos sin que él pudiera hacer nada.
Impotencia.
¿Tendrían las flores esa clase de sentimientos? ¿Se sentiría el cardo impotente al ser arrancado? ¿Se sentiría la flor más hermosa emocionada de tantos halagos que recibía?
– Botánica… Algo que nunca entenderé–dijo en voz alta sin darse cuenta. ¿Habría sido aquello embarazoso? Pareció llamar la atención de una señora que se encontraba a sus cercanías–. Je suis désolé madame, espero no haber interrumpido su serenidad con mi torpeza–dijo con una sonrisa imitando vergüenza.
Aparentar, socializar, ser normal.
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Off: Lamento lo largo que me ha quedado, es mi primer post y suelo usar estos como una introducción al personaje. Prometo que los siguientes serán más cortos, más que nada porque necesitan serlo (?).
Última edición por Hugo Dufort el Lun Sep 01, 2014 8:23 pm, editado 1 vez
Hugo Dufort- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 24/08/2014
Localización : Paris
Re: Entre Margaritas, Narcisos y Cardos - (Privado)
Abstraída como se encontraba, Mai, en ése momento, no escuchó que cerca de allí un hombre caminaba perdido en sus elucubraciones. Su mirada se dirigió de los dorados narcisos al lugar de donde había surgido esa voz. Sus ojos se entrecerraron como cuando el sol no permite fijar la vista, pero a la vez como cuando un animal fija su mirada en un posible enemigo. Las personas no le eran del todo desagradables, pero después de décadas siendo cuidadosa en la forma de relacionarse, no le era fácil comunicarse con los humanos, -humanos– abrió sus ojos un tanto sorprendida. Por ahí se olvidaba que ella ya no lo era, ahora su cuerpo cargaba su alma y aquella otra bestia que podía ser capaz de descuartizar a un hombre como aquel que le sonreía.
Giró su cuerpo, lo observó sin timidez, de arriba abajo, escudriñando cada detalle en aquel ser, para luego devolverle una sonrisa cortes antes de responderle. Sus ojos se deslizaron desde los cabellos peinados al descuido, que le daban un aire de un joven de no más de -¿treinta años? – negó mentalmente, no parecía tan grande de edad, pero ella de eso no podía decir nada, cuando su aparente edad era la mitad de la verdadera. Continúo su rápido análisis, la camisa era de calidad pero algo grande para el cuerpo, o eso le pareció. Los pantalones de buen corte y seguramente confeccionados a medida, demostraban que su portador no pertenecía a una clase inferior a la suya, aunque tal vez intentara pasar desapercibido. Las ojeras no muy visibles bajo los ojos azules le hicieron pensar que se trataría de un caballero que estudiaba por las noches o sufría de insomnio – o las dos cosas – cavilo.
Cuando por fin le contestó, su mirada se fijó en aquellos orbes azules, – no debe avergonzarse , es común, para mí, el olvidarme que las personas nos rodean cuando me abstraigo en un tema que logra apasionarme -, observó las diferentes plantas, - creo que es una verdadera maravilla llegar a entender lo que cada una de éstas pequeñas pueden enseñarnos o entregarnos – se acercó a una flores de caléndula, - desde un método para calmar quemaduras y desaparecer cicatrices - llevó su vista a otra flor de aspecto poco delicado, casi como una maleza – hasta permitirnos deshacernos de indeseables alimañas- dijo observando la reacción de su accidental compañero, al referirse a una planta de la que se podía extraer un potente veneno –pero, creo, que nunca las culparía de mi aburrimiento – sonrió, mientras acomodaba un mechón de su cabello que danzaba con la brisa suave de la tarde.
Giró su cuerpo, lo observó sin timidez, de arriba abajo, escudriñando cada detalle en aquel ser, para luego devolverle una sonrisa cortes antes de responderle. Sus ojos se deslizaron desde los cabellos peinados al descuido, que le daban un aire de un joven de no más de -¿treinta años? – negó mentalmente, no parecía tan grande de edad, pero ella de eso no podía decir nada, cuando su aparente edad era la mitad de la verdadera. Continúo su rápido análisis, la camisa era de calidad pero algo grande para el cuerpo, o eso le pareció. Los pantalones de buen corte y seguramente confeccionados a medida, demostraban que su portador no pertenecía a una clase inferior a la suya, aunque tal vez intentara pasar desapercibido. Las ojeras no muy visibles bajo los ojos azules le hicieron pensar que se trataría de un caballero que estudiaba por las noches o sufría de insomnio – o las dos cosas – cavilo.
Cuando por fin le contestó, su mirada se fijó en aquellos orbes azules, – no debe avergonzarse , es común, para mí, el olvidarme que las personas nos rodean cuando me abstraigo en un tema que logra apasionarme -, observó las diferentes plantas, - creo que es una verdadera maravilla llegar a entender lo que cada una de éstas pequeñas pueden enseñarnos o entregarnos – se acercó a una flores de caléndula, - desde un método para calmar quemaduras y desaparecer cicatrices - llevó su vista a otra flor de aspecto poco delicado, casi como una maleza – hasta permitirnos deshacernos de indeseables alimañas- dijo observando la reacción de su accidental compañero, al referirse a una planta de la que se podía extraer un potente veneno –pero, creo, que nunca las culparía de mi aburrimiento – sonrió, mientras acomodaba un mechón de su cabello que danzaba con la brisa suave de la tarde.
Mai Fraser- Licántropo Clase Alta
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Fecha de inscripción : 30/04/2014
Re: Entre Margaritas, Narcisos y Cardos - (Privado)
¿Dónde se había quedado? Ah claro, estaba absorto mirando las flores que la dama le estaba enseñando, escuchando algunas palabras por encima que denotaban cierta pasión por la botánica. Hugo echó una vista rápida a la señora con la que estaba socializando. Qué extraña le sonaba esa palabra. Bueno, la mujer no parecía ser francesa, cosa que ya había notado por su acento. Largo cabello rubio, grandes ojos azules y rasgos marcados típicos del norte. No sabría decir de donde exactamente ya que; no eran cosas que le importaban y tampoco era bueno en deducirlas.
El chico sonrió–. Sí, debo admitir que lo único que me llama de las plantas es la duplicidad de estas. Un momento–dijo levantando un dedo mientras intentaba encontrar una flor que se le hiciera conocida.
La encontró; una flor de cinco pétalos morados y un estambre amarillo–. Aquí, mire esta. ¿La reconoce? No se suelen reconocer florecidas ya que sus bayas son más conocidas…– Se acercó para inhalar parte del aroma–. A simple vista parece hermosa, frágil. Su fragancia se hace de notar aunque es obvio que no es una flor que encontrarías en el bosque pues su olor es más… salvaje, como de la jungla–dijo de memoria mientras seguía oliendo la flor con los ojos cerrados–. ¿Pero qué le dice a usted? ¿No tiene ganas de tocarla, de sentir sus pétalos bajo las yemas de sus dedos? ¿De probarla?– Se separó de la planta, intentando recuperar sus adormecidos sentidos–. No se deje cautivar pues esa es su trampa mortal. La conoceréis por el nombre de Atropa belladona, en referencia de Átropos, la más antigua de las tres parcas, cortadora del hilo de la vida. Pues su baya, que suele ser llamada la cereza del demonio, es especialmente tóxica. Esa es su duplicidad
Todo aquello acababa de ser recitado de libros que había leído. La verdad es que las únicas plantas que le interesaban eran aquellas que tenían alcaloides; siendo la Belladona una de ellas. Pues esta contenía hiosciamina, atropina y escopolamina que eran usados en oftalmología para hacer midriáticos como antiespasmódicos, antiasmáticos o anticolinérgicos. Lo cual, si se le daba un buen uso, podía ser especialmente útil en neumología. También algunas mujeres de clase alta y de la realeza aplicaban el jugo de sus bayas para dilatar sus pupilas, aunque esto podría provocar cegueras en algunos casos. Aunque Hugo no era del tipo de ventarse con sus conocimientos así que se guardó todo eso en su cerebro.
– Me temo que hace mucho que no acudo a este jardín botánico, dígame madame, ¿hay algún nuevo descubrimiento de interés? Si no es el caso, igualmente podría invitarla a pasear de mi lado, escuché que han florecido unas orquídeas de extrema belleza–dijo guardando sus manos en sus bolsillos, impidiendo algún acercamiento que significara caminar con una dama agarrada de su brazo. Él no se sentía cómodo con ese tipo de cortesía básica.
El chico sonrió–. Sí, debo admitir que lo único que me llama de las plantas es la duplicidad de estas. Un momento–dijo levantando un dedo mientras intentaba encontrar una flor que se le hiciera conocida.
La encontró; una flor de cinco pétalos morados y un estambre amarillo–. Aquí, mire esta. ¿La reconoce? No se suelen reconocer florecidas ya que sus bayas son más conocidas…– Se acercó para inhalar parte del aroma–. A simple vista parece hermosa, frágil. Su fragancia se hace de notar aunque es obvio que no es una flor que encontrarías en el bosque pues su olor es más… salvaje, como de la jungla–dijo de memoria mientras seguía oliendo la flor con los ojos cerrados–. ¿Pero qué le dice a usted? ¿No tiene ganas de tocarla, de sentir sus pétalos bajo las yemas de sus dedos? ¿De probarla?– Se separó de la planta, intentando recuperar sus adormecidos sentidos–. No se deje cautivar pues esa es su trampa mortal. La conoceréis por el nombre de Atropa belladona, en referencia de Átropos, la más antigua de las tres parcas, cortadora del hilo de la vida. Pues su baya, que suele ser llamada la cereza del demonio, es especialmente tóxica. Esa es su duplicidad
Todo aquello acababa de ser recitado de libros que había leído. La verdad es que las únicas plantas que le interesaban eran aquellas que tenían alcaloides; siendo la Belladona una de ellas. Pues esta contenía hiosciamina, atropina y escopolamina que eran usados en oftalmología para hacer midriáticos como antiespasmódicos, antiasmáticos o anticolinérgicos. Lo cual, si se le daba un buen uso, podía ser especialmente útil en neumología. También algunas mujeres de clase alta y de la realeza aplicaban el jugo de sus bayas para dilatar sus pupilas, aunque esto podría provocar cegueras en algunos casos. Aunque Hugo no era del tipo de ventarse con sus conocimientos así que se guardó todo eso en su cerebro.
– Me temo que hace mucho que no acudo a este jardín botánico, dígame madame, ¿hay algún nuevo descubrimiento de interés? Si no es el caso, igualmente podría invitarla a pasear de mi lado, escuché que han florecido unas orquídeas de extrema belleza–dijo guardando sus manos en sus bolsillos, impidiendo algún acercamiento que significara caminar con una dama agarrada de su brazo. Él no se sentía cómodo con ese tipo de cortesía básica.
Hugo Dufort- Humano Clase Alta
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Re: Entre Margaritas, Narcisos y Cardos - (Privado)
Lo observó con detenimiento, sus facciones, aquellos ojos cansados, el suave aroma que bajo el perfume asomaba, - que interesante, pareciera que su trabajo es muy especial – se dijo mientras asentía a todo lo que el caballero hablaba. Estuvo a punto de pedirle que no tocara una planta, pero él se adelantó y rosó con sus dedos desnudos la superficie del ejemplar – no debería haberlo hecho, es venenosa – susurró, pero enmudeció al escuchar la basta explicación que, el señor Dufort, daba sobre la misma.
Mai sonrió, en verdad le parecía un hombre muy interesante, como hacía años no encontraba, - podría llegar a ser un buen amigo, una buena compañía – caviló, aunque la niebla de tristeza que se había esfumado por un momento, con la aparición del joven, volvió al recordar que la mejor compañía que había tenido en su vida, era su hermano, aquel que había quedado en los campos de Cullodem. – aunque nadie podría llegar a completarme como lo hacías tú, mi querido Jaime - Sus ojos se volvieron de un azul oscuros, su nariz se puso rosada, al igual que sus ojos que intentaban negar la aparición de pequeñas lágrimas. Por un segundo deseó poder huir , pero no podía comportarse de forma incorrecta, no la habían educado de esa manera, así que viendo que ensimismado estaba el caballero en la explicación que daba, limpió sus ojos con un pequeño pañuelo que escondió con rapidez en el pequeño bolsillo de su traje.
La voz del señor Dufort, llamó nuevamente su atención, cuando le preguntó si tenía conocimiento de nuevas adquisiciones hechas por el jardín o descubrimientos de nuevas especies - ¿nuevo descubrimiento? – negó con la cabeza, - disculpe, no le sabría decir… en verdad me gusta venir a éste jardín, no por un tema de ciencia, no… no… mis motivos son más humildes y un tanto egoístas, por así decirlo - se sintió cohibida ante su sincera respuesta- lo hago solo… porque puedo encontrar algunas de las flores y plantas que abundan en mi tierra… y cuando una vive tanto tiempo alejada de su terruño, cualquier pequeño detalle que nos lo recuerde, nos ilumina el alma.- Se encogió de hombros, tal vez sonara tonto o infantil, pero era la verdad.
Se acomodó aquel mechón rebelde, una amplia sonrisa trepo a sus ojos iluminándolos nuevamente con la belleza azul de los cielos escoceses, - Claro que acepto con gusto vuestra invitación, me encantaría ver esas exóticas orquídeas, solo que luego deberéis acompañarme a ver algún ejemplar de Myosotis sylvatica – lo miró de reojo, ¿sabría que planta era? – Seguro que si – se contestó, - desearía poder adquirir algunas para mi jardín, me harían sentir más cerca de Inverness – estuvo por decir algo más, pero prefirió callar. Con sus manos cruzadas por delante de su cuerpo, aferradas al pequeño bolso de manos, caminó a la par del caballero, agradeciendo que no le ofreciera el brazo y mantuviera la distancia, le costaba mucho poder tocar a las personas, porque prefería mantener una cierta distancia, aunque los años habían pasado, aun le constaba manejar todas sus habilidades, aunque la mayoría solo aparecían cuando se transformaba, pero siempre temía que si la tocaban podrían descubrir que se trataba de un ser sobrenatural.
Mai sonrió, en verdad le parecía un hombre muy interesante, como hacía años no encontraba, - podría llegar a ser un buen amigo, una buena compañía – caviló, aunque la niebla de tristeza que se había esfumado por un momento, con la aparición del joven, volvió al recordar que la mejor compañía que había tenido en su vida, era su hermano, aquel que había quedado en los campos de Cullodem. – aunque nadie podría llegar a completarme como lo hacías tú, mi querido Jaime - Sus ojos se volvieron de un azul oscuros, su nariz se puso rosada, al igual que sus ojos que intentaban negar la aparición de pequeñas lágrimas. Por un segundo deseó poder huir , pero no podía comportarse de forma incorrecta, no la habían educado de esa manera, así que viendo que ensimismado estaba el caballero en la explicación que daba, limpió sus ojos con un pequeño pañuelo que escondió con rapidez en el pequeño bolsillo de su traje.
La voz del señor Dufort, llamó nuevamente su atención, cuando le preguntó si tenía conocimiento de nuevas adquisiciones hechas por el jardín o descubrimientos de nuevas especies - ¿nuevo descubrimiento? – negó con la cabeza, - disculpe, no le sabría decir… en verdad me gusta venir a éste jardín, no por un tema de ciencia, no… no… mis motivos son más humildes y un tanto egoístas, por así decirlo - se sintió cohibida ante su sincera respuesta- lo hago solo… porque puedo encontrar algunas de las flores y plantas que abundan en mi tierra… y cuando una vive tanto tiempo alejada de su terruño, cualquier pequeño detalle que nos lo recuerde, nos ilumina el alma.- Se encogió de hombros, tal vez sonara tonto o infantil, pero era la verdad.
Se acomodó aquel mechón rebelde, una amplia sonrisa trepo a sus ojos iluminándolos nuevamente con la belleza azul de los cielos escoceses, - Claro que acepto con gusto vuestra invitación, me encantaría ver esas exóticas orquídeas, solo que luego deberéis acompañarme a ver algún ejemplar de Myosotis sylvatica – lo miró de reojo, ¿sabría que planta era? – Seguro que si – se contestó, - desearía poder adquirir algunas para mi jardín, me harían sentir más cerca de Inverness – estuvo por decir algo más, pero prefirió callar. Con sus manos cruzadas por delante de su cuerpo, aferradas al pequeño bolso de manos, caminó a la par del caballero, agradeciendo que no le ofreciera el brazo y mantuviera la distancia, le costaba mucho poder tocar a las personas, porque prefería mantener una cierta distancia, aunque los años habían pasado, aun le constaba manejar todas sus habilidades, aunque la mayoría solo aparecían cuando se transformaba, pero siempre temía que si la tocaban podrían descubrir que se trataba de un ser sobrenatural.
Mai Fraser- Licántropo Clase Alta
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