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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Filippo Di Bari Miér Ago 30, 2017 11:33 pm

Ya sé, es difícil, es tan difícil encontrarse.
Julio Cortázar.


Ya no llovía sobre la ciudad, y era una suerte. Los charcos de las esquinas reflejaban la luz de luna que tímidamente amenazaba con ir apareciendo tras las nubes luego del temporal.
Filippo Di Bari consideraba a ese como el mejor momento para dar un paseo por las calles resbaladizas de París, necesitaba despejar unos minutos su mente para poder volver a su despacho y retornar sus pensamientos hacia la investigación que traía entre manos… ¿Quién había asesinado a Josette Varèle? Una dama acostumbrada a codearse con lo más alto de la sociedad francesa, rodeada de personajes influyentes, la vice-directora del comité de beneficencia para los niños de clase baja… ¿Quién podría querer muerta a una dama de apariencia inofensiva? ¿Por qué? Las pistas les habían conducido en primera instancia hacia el esposo, pero él tenía una coartada: estaba en Le Havre por negocios el día en el que la mujer apareció muerta en su palco de la ópera, estrangulada con su propia gargantilla de la que no faltaba el diamante, lo que indicaba que la había asesinado alguien que estaba en condición de pasar de robar una joya semejante aún teniendo la posibilidad de hacerlo.
La investigación estaba estancada. Nadie –excepto él y su asistente, un hombre ya mayor con deseos de retirarse del trabajo- quería saber qué le había ocurrido a la dama y eso era evidente, pues desestimaban las hipótesis presentadas por Filippo, no aprobaban sus pedidos de interrogatorios y directamente le habían pedido que olvidase el tema. Estaba acorralado, dar un paso más podría traerle problemas con sus superiores. ¿Qué más podía hacer?


“Obsesionarme con otro caso, eso es lo que puedo hacer”, se dijo pues se conocía muy bien a sí mismo. No era la primera vez que tenía que abandonar a un muerto sin hacerle justicia, resultaba vergonzoso, pero era cierto. No todos los asesinatos tienen finales felices, bien lo sabía él que todavía buscaba a los asesinos de su esposa a pesar del paso de los años.

Pese a que había decidido caminar para despejarse, Filippo no lo estaba consiguiendo. Fue por eso que recién al momento de dar vuelta la esquina –la de su casa y la de la comisaría, pues vivía frente a su trabajo- notó que no estaba solo en la calle húmeda de París. Se volvió de inmediato sólo para ver la sombra que se escondía bajo el dintel de una vivienda… Podría haberse acercado y enfrentado a la persona, pero en verdad que estaba cansado, por lo que eligió seguir caminando, no sin antes apoyar la mano derecha sobre la empuñadura de su arma, su fiel compañera que iba siempre trabada en su cinturón.

Caminó unos metros más, todos sus sentidos alertas, y volvió a sentir los pasos… eran ecos de los suyos a la vez. Ya estaba cerca de la puerta de la comisaría cuando se volvió de golpe, con tanta fuerza que sus zapatos resbalaron sobre el suelo y por poco no cayó. Filippo descubrió así a una muchacha tras él, a unos tres metros, que lejos de asustarse lo observaba fijamente.


-¿Usted me está siguiendo? –le preguntó, sin siquiera saludarla.

Como parecía inofensiva para alguien como él, Filippo abandonó la empuñadura de su pistola y, en cambio, se llevó la mano derecha a la cadera en actitud relajada. ¿Qué podía hacerle una muchacha como aquella si parecía tener la edad de su hija?


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Mensaje por Ginevra d'Altrui Lun Nov 13, 2017 10:09 am

"Alguien me habló todos los días de mi vida al oído, despacio, lentamente. Me dijo: ¡vive, vive, vive! Era la muerte."
Jaime Sabines


La oscuridad se había vuelto parte de su vida. Llevaba ropa oscura –siempre, absolutamente siempre-, no abría las ventanas de la casucha que habitaba, y hasta el perrito que había decidido hacer su compañero, era negro como el cielo nocturno. Por eso le había puesto Notte. Era un cachorro, no debía tener más de seis meses, de tamaño mediano, que caminaba a su lado cual lazarillo fiel. Era el único capaz de sacarle una sonrisa, ese gesto tan natural en algún momento, y que se había convertido en un esfuerzo sobrehumano. Ginevra había ido apagándose con el tiempo, y debía decir que fue gradual. El episodio mismo, aquel que le dio un vuelco total a su vida, fue haciéndosele carne conforme pasaron los meses. Todos los días, desde ese momento, fue perdiendo todo lo que la caracterizó alguna vez. Lo primero fue la confianza y el coraje. Se volvió temerosa, especialmente si se trataba de las personas. Pero comenzó a asustarse de ruidos rutinarios del hogar, o de las tormentas –esas que tanto le gustaron alguna vez-, también los bichos, las sombras. Todo la fue sobresaltando hasta que terminó por aislarse de sus seres queridos, esos que no había logrado sacarla del pozo y que, finalmente, optaron por soltarle la mano, pues creyeron que ya no había nada que hacer.

El tiempo, a Ginevra, también le dio opciones. Y así fue como llegó a París, en busca de aquellos que la sumieron en la mierda, en la enorme montaña de mierda en la que se había convertido su vida. Un dato por aquí, otro por allá, y comenzó a observar a un detective que le habían recomendado. Como temía acercarse a desconocidos, algo que la volvió sigilosa, durante semanas se mantuvo en las sombras, estudiándolo. Sí, parecía una desquiciada, una obsesiva, pero solo necesitaba asegurarse de que era la persona correcta. Y si bien no lo estaba del todo, pues era hombre, llevaba un arma y eso le daba poder. Ella no dejaba de ser una niña, de un metro con cincuenta y tres centímetros, que hacía días que no tenía contacto con ningún ser humano y que estaba desesperada. Sí, la desesperación, a Ginevra, se le había hecho carne. Pero había llegado la noche de hacerle notar su presencia y cuando Filipo Di Bari la encaró, estuvo a punto de echarse a correr. Pero se mantuvo firme, más por miedo que por convicción.

Sí, lo estoy siguiendo —respondió en la lengua madre de ambos. La voz le salió más grave de lo normal, ya no recordaba cuándo fue la última vez que hilvanó una frase. Solo se dirigía en susurros a Notte, en contadas ocasiones. El perrito, que estaba a su lado, se sentó en sus cuartos traseros moviendo la cola. Era todo lo amistoso que la muchacha no.

Ginevra llevó la vista a su mano, que se alejó del arma. Las pistolas le provocaban escozor en la columna, y debió reprimirse para no retorcerse como un gatito, cuando un escalofrío la recorrió desde la nuca hasta la base de la espalda. Se quitó la capucha del abrigo, la luz de un farol dejó al descubierto sus facciones, que aún parecían las de una nena, pero estaban surcadas por la amargura y la tristeza. Se acomodó el cabello rubio y largo, extremadamente largo. Hacía años que no lo cortaba. Lo habían hecho en aquel episodio, y era una muestra de valor mantenerlo extenso, limpio y brillante.

Quiero contratarlo, señor Di Bari. Tengo un trabajo para usted —soltó, sin más, y dio un paso al frente, y otro más, hasta quedar a una distancia muy escasa de él. ¿Cuánto hacía que no estaba tan cerca de alguien? Notte, una vez más, se sentó moviendo la cola, en un gesto alegre. Parecía que aprobaba al investigador.


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Mensaje por Filippo Di Bari Dom Dic 10, 2017 7:58 am

Frágil, vulnerable, quebradiza, pequeña. Esos fueron lo primeros adjetivos calificativos que llegaron a la mente ágil del inspector Di Bari a ver a la muchacha ya sin la capucha que la amparase. Y miedo, el miedo que ella sentía era casi palpable. ¡Pero si era una niña! Por su estatura y su postura, Filippo no le daba más de dieciséis años, diecisiete como mucho… De inmediato sintió deseos de protegerla –incluso reprimió el impulso de acariciarle la mejilla, no sería apropiado-, la veía y pensaba en sus hijas esperando que ellas nunca sufrieran tanto como parecía estar sufriendo aquella jovencita.

El perrito que acompañaba a la muchacha se enredó en sus piernas y Filippo bajó la vista. Daba vueltas en torno a él, olfateando sus zapatos negros de diario, y movía la cola como si estuviera dando cierta aprobación sobre su persona.


-Oh, parece que le gusto a su acompañante, signorina –le dijo, intentando darle cierto aire de relajación al encuentro-. Seguir a alguien, como usted me ha seguido a mí, siempre es mejor en compañía –se inclinó y acarició la cabeza del perro, éste cerró los ojos, al parecer disfrutando del mimo-. Pase, por favor, querida –le dijo cuando se incorporó e hizo un gesto para que ella le siguiese al interior de la estación, claro que aquella puerta escondía todo un mundo detrás porque aquel sitio era uno de los más grandes de la zona, con caballerizas y sector para reclusos-. Ya podremos hablar bien acerca del trabajo que desea encargarme –le dijo, para que supiera que la había entendido pese a que le hubiese hablado en voz muy baja.

Atravesaron el patio de la estación y, cuando Filippo abrió la pesada puerta que comunicaba con su despacho –y luego con la sala de interrogatorios- el calor del interior los recibió. El inspector Di Bari se quitó de inmediato la chaqueta y la colgó en el perchero de madera oscura.


-¿Quiere darme su abrigo, signorina? –le preguntó, mientras se arremangaba la camisa blanca dejando al descubierto sus antebrazos duros y fuertes.

Con otro gesto le indicó que podía tomar asiento si lo deseaba, él mismo lo hizo del otro lado del inmenso escritorio de madera laqueada en el que se hallaban desparramados decenas de papeles pertenecientes al último caso en el que se hallaba atascado.


-Me temo que no tengo más que whisky para ofrecerle, mas no lo haré porque es usted muy pequeña –resolvió en voz alta sin esperar a que ella le respondiese-. Dígame, ¿sus padres saben que está usted aquí? Me habló usted de un caso y sabiendo que me ha estado buscando… no puedo más que pedirle que me cuente sobre eso, siento curiosidad por saber en qué puedo serle útil, pero antes me gustaría saber si su familia está al tanto de esto. ¿Qué edad tiene usted? Disculpe la pregunta, pero necesito saberlo.


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Mensaje por Ginevra d'Altrui Vie Mar 30, 2018 2:19 pm

Las tinieblas se habían apoderado del corazón de Ginevra hacía mucho tiempo. Le habían arrebatado todo, y como nada tenía para perder, andaba por la vida boyando sin parar. Notte se había convertido en una bocana de aire, pero acostumbrada a perderlo todo, sabía que el perrito también terminaría abandonándola alguna vez. No quería aferrarse a nada, ni siquiera a la esperanza de que aquel detective la ayudase a conseguir lo que tanto deseaba. No soportaba que la mirasen como si fuese una niña, y mucho menos con la pena que reflejaban los ojos de Di Bari. Ella, que lo había investigado, sabía que tenía hijas y no soportaba la idea de que la comparasen con ellas. Esas chiquillas, seguramente estarían durmiendo en su cama tibia, recibirían un beso de las buenas noches y a la mañana, alguien las levantaría con el desayuno ya listo y les dirían los bellas que eran, lo mucho que las querían y comenzarían sus días con una amplia sonrisa. Eso había tenido Ginevra alguna vez, pero pertenecía a un pasado milenario, al que ella solo acudía para atormentar su atribulado espíritu.

Los intentos de simpatía de Filippo le parecieron ridículos, y no respondió a ninguno de los comentarios que hizo sobre Notte. Se limitó a seguirlo en total silencio, y le dio una orden al can de que se quedase en la puerta del despacho. Inmediatamente, el animal se echó, y no dejó de mirarla hasta que esta se perdió tras la puerta. Desvió la mirada cuando el policía se quitó su abrigo y se arremangó, nunca había podido estar a solas con un hombre, y aquello le estaba resultando desesperante. Se sentía ahogada y atemorizada, a pesar de saber que no le haría daño alguno. Negó con la cabeza cuando le pidió su abrigo, y optó por quitárselo ella misma. Lo colocó sobre sus piernas cuando tomó asiento. Agradeció, infinitamente, que un escritorio los separase. No observó los detalles de la habitación, pues su único objetivo era Di Bari, que la achacó a preguntas que Ginevra se esmeró en recordar.

Mis padres no saben nada de mí desde hace mucho tiempo —sentenció. —Tengo veinte años. Y esto es entre usted y yo, señor Di Bari. Tengo con qué pagarle, por eso no se preocupe —antes de huir de su casa, la muchacha se había llevado dinero y objetos de valor que había cambiado por una importante suma. Con eso también se había trasladado, pero incapaz de vivir en sociedad, había terminado en una choza en la zona más mugrienta de París.

Hace siete años me violaron —comenzó a relatar, con naturalidad. Aquello había terminado por definirla, y no quería darle demasiadas vueltas al asunto, en especial porque quería salir de allí urgentemente. —Me violaron entre seis muchachos de buena cuna. Yo también pertenecí a un sector privilegiado de la sociedad, pero pronto me di cuenta que ya no podía estar allí. Mis padres me repudiaron porque me embarazaron, y a pesar de las graves lesiones no creyeron en mi historia. Me aislaron, terminé perdiendo al niño porque era demasiado pequeña y estaba demasiado débil. Antes de que me metieran en un convento me escapé —contaba su historia como si le perteneciese a otro. —Ahora busco justicia para mí —lo cierto era que Ginevra quería vengarse, pero conocía la moral del detective, y no la ayudaría en caso de contarle la verdad de sus planes. —Tardé mucho tiempo en dar con alguien como usted, pero sé que es la persona que puede ayudarme a encontrar a esos hombres y que reciban el castigo que merecen —finalizó. Durante los escasos minutos que duró su discurso, se había mantenido tensa, erguida, mientras se retorcía los dedos debajo del abrigo, para no mostrarle su vulnerabilidad. — ¿Puede hacer algo por mí? —colocó una pesada bolsa sobre el escritorio. —Le adelanto su paga. Con todo ese dinero puede comprar una casa para sus hijas y otra para usted —dijo aquello a propósito, para que supiera lo mucho que había averiguado antes de llegar allí.


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Mensaje por Filippo Di Bari Lun Abr 23, 2018 12:23 am

Filippo hizo lo que siempre hacía cuando estaba a las puertas de un nuevo caso: sacó una libreta nueva del primer cajón de su escritorio para tomar notas. Suspiró y lo primero que anotó –en la segunda página, pues se reservaba la primera para titular la búsqueda- fue que había odio en la mirada de la muchacha que solicitaba sus servicios.

Veinte años… no sabía si creerle o no, porque no los aparentaba, ¿y qué era eso de la ausencia de padres? Debía investigarla, en caso de aceptar el caso, por supuesto. Aún así, no objetó nada y la dejó hablar prestando suma atención al idioma gestual de la mujercita.

Sí que hubo turbación en Filippo al oír lo que la muchacha le confiaba, pues la veía como a cualquiera de sus hijas, pero nada de eso se reflejó en su rostro acostumbrado a enmascarar sus sensaciones. Hizo las anotaciones pertinentes mientras la jovencita continuaba el relato… ¿Justicia? ¿Había justicia capaz de reparar lo que a la muchacha le habían hecho o lo que a su propia esposa le había ocurrido a manos de desconocidos? Filippo estaba convencido de que había casos en los que la justicia no era suficiente, no reparaba nada aunque tal vez sí sirviese de alivio.


-Siento mucho oír lo que le ha ocurrido, señorita. Justicia es lo menos que merece después de lo que ha padecido. ¿Qué recuerda de esos hombres? ¿Los conocía? ¿Sabía sus nombres y dónde vivían?

¿Estaba siendo demasiado frío con ella? Tal vez, pero sucedía que percibía una especie de muro invisible que los separaba, ella se había encargado de erigirlo en medio y no daba lugar a que Filippo –con su usual ánimo- se acercase y entablara con ella el vínculo de confianza que tan bien le hacía llevarse con sus clientes. Además, al italiano no le gustó que mencionase a sus hijas, porque eso desnudaba la realidad: ella lo había investigado antes de acercarse a él. ¿Por qué no le extrañaba saberlo? Era evidente que tenía delante a una mujer recelosa, metódica. Le tocaría a él investigarla a fondo, si es que aceptaba el caso.

-Le seré sincero –dijo y tomó la bolsa de dinero para sopesarla en su mano, al parecer ella ya había puesto precio a su venganza, pero finalmente él la dejó sobre el escritorio y la arrimó hacia ella-, no me ha gustado nada que mencione a mis niñas. Lamento que sus padres no hayan cuidado de usted, pero yo sí cuido de mis hijas pues son lo único valioso que tengo.

Ella le daba curiosidad, pero necesitaba sinceridad para poder trabajar. Las personas que acudían a él desnudaban sus almas en los primeros minutos, conscientes de que cualquier detalle era importante para el caso, ella en cambio le daba información a cuentagotas, ¡ni siquiera le había dicho su nombre! Ella desconfiaba, eso parecía estar claro par Filippo, pero si desconfiaba ¿por qué lo había elegido a él para ese trabajo?

-Una vez más le seré sincero. Quiero ayudarla, no es solo por el dinero sino porque tiene usted la edad de una de mis hijas y me parece terrible por lo que ha pasado. Pero necesito pedirle que confíe en mí, que me dé detalles, que comience por decirme su nombre y cómo llegó a mí. Me temo que sino no podré ayudarla.


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Mensaje por Ginevra d'Altrui Lun Jul 09, 2018 12:05 am

De cierta forma, que el detective le quitara dramatismo a su relato, le agradó. Ginevra se sintió a gusto, porque no la miró con lástima. A pesar de que era un hombre sensible, la observaba como si se tratase de un caso para resolver; y, al fin de cuentas, eso era. Ella estaba ahí para contratar sus servicios, no para encontrar un padre que la contuviera en sus lamentos. Sabía que estaba sola en la vida, que nadie la ayudaría si no hubiera dinero de por medio, si no se convertía en un trabajo. Concretar en soledad su venganza sería imposible, no tenía la fuerza para hacerlo, tampoco los recursos, pero di Bari podría aportarle la información necesaria para obtener su propia justicia. Él tenía el entrenamiento necesario, sería discreto y no levantaría polvareda. Ella, en cambio, no podría pasar desapercibida, ni aunque se lo propusiera. No sabría ni por dónde empezar, a pesar de haber planeado aquello durante siete largos años…

Disculpe —dijo, con sinceridad. —No he querido incomodarlo. Sería incapaz de hacerle daño a sus hijas —y eso era verdad. Ginevra estaba llena de rencor, pero no era una mala muchacha. No quería lastimar a nadie más que no fueran los bastardos que le habían arruinado la vida; y en el futuro, a sus padres les tocaría pagar por haberla abandonado, por haberla repudiado, por haberla convertido en aquel despojo. Si, simplemente, le hubieran creído y le hubieran dado amor… Pero no, eligieron aislarla y someterla, estigmatizarla. Pero todavía no era su turno.

Todo ocurrió en un internado para señoritas en Roma. Me enviaron allí pues, como le dije, nací en una buena cuna —se encogió de hombros, quitándole importancia a eso. Aquel pasado de oro le repugnaba, de nada había servido. —Mis padres quería que recibiera buena instrucción, aunque ciertamente querían deshacerse de mí por algunas temporadas. Era un sitio de prestigio, su nombre era… —le costaba recordar algunos detalles— Algo con Santa Inés. Mi memoria sabe jugarme malas pasadas —y sonrió, pero no fue un gesto alegre, sino uno cansado, como si el peso de la vida se figurara en su boca.

Hace mucho que no digo mi nombre… —se le hizo un nudo en la garganta. Revelar su identidad, significaba asumirse como un ser humano nuevamente. —Gi…Ginevra. Ginevra d’Altrui —se tomó unos segundos para controlar el llanto. No le permitió a las lágrimas emigrar de sus ojos. Apretó los puños y se clavó las uñas, hasta que logró volver a centrarse. —Llegué a usted…bueno, me he parado frente a éste edificio muchas veces, he escuchado, y lo nombraron en varias oportunidades. Dicen que es el mejor —había vuelto a clavarle la mirada. —Entonces decidí seguirlo, investigarlo. Me cuesta confiar en alguien; de hecho, nunca confío. Necesitaba saber quién era usted, a quién le confiaría lo único que me ha mantenido viva.

Vuelvo a lo importante —retomó lo anterior de la conversación. —No conozco sus nombres, pero eran de un instituto para hombres, cercano al que estaba yo. Quizá para ellos fue todo un juego, una forma de demostrar su masculinidad ante los demás. Tal vez una prueba que se impusieron. No lo sé. Uno de ellos era francés, el otro inglés y los demás italianos. Supongo que eran un poco mayores que yo, o, al menos, eso me pareció —tenía pesadillas con sus rostros todas las noches. Y no sólo con sus rostros, sino que revivía la fatídica noche una y otra vez, era su tortura eterna. — ¿Puede ayudarme, señor Di Bari? Puedo conseguir más dinero si no es conveniente la paga —y estiró su mano para acercar a él la bolsa con monedas, con un gesto algo desafiante.


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Mensaje por Filippo Di Bari Mar Jul 31, 2018 11:17 pm

Filippo supo que le costaría trabajo lograr éxito en aquel caso, pero justamente ese era el motivo por el que iba a aceptarlo, ese y la curiosidad que la muchacha le despertaba. Era pena lo que sentía, por supuesto que sí aunque sonase horrible, pero también cierta admiración. Reconocía la valentía cuando la tenía frente a sí y eso era digno de valorar, la valentía era –al parecer- lo único que la muchacha tenía, lo único de lo que podía sostenerse… hasta ahora que había dado con él.

-Me alegra que comencemos a entendernos entonces –le dijo, tras aceptar las disculpas de la muchacha.

Volvió sobre sus notas y no dejó de escribir mientras ella le daba los primeros datos del caso, aunque la palabra más grande en aquella libreta era venganza, y eso no terminaba de agradarle. Podía convertirse en un problema en el futuro, si daban con los agresores.


-Sant'Agnese in Agone –Santa Inés de la Agonía-, lo conozco bien, está frente a la iglesia que lleva su mismo nombre. Mi esposa estudió allí –le dijo, sin controlar su voz que se quebró. ¿Qué le sucedía? Extrañaba mucho a su mujer, cada día un poco más, pero que la voz se le quebrase al nombrarla era sin dudas demasiado para un hombre como él. Seguramente el relato de la jovencita lo había sensibilizado-. Lo siento, es que… es que mi esposa falleció y… Descuida, sigue con tu relato, Ginevra, per favore –le pidió, sintiéndose incómodo.

Filippo no se sentía el mejor, sabía que las estadísticas estaban a su favor, la mayoría de los casos que caían en sus manos se resolvían, pero no podía asegurar que era el mejor, sería demasiado pedante de su parte y él no era así. Aunque claro que era el orgullo de Minna, su mujer, ella solía decirle a todos lo bueno que su Fili era, pero ella ya no estaba y se había llevado la alegría, a Filippo solo le quedaba la pasión y con ella encaraba cada caso, esperando arribar a puerto seguro.


-Entiendo que te cueste confiar, Ginevra –comenzó a tratarla con más familiaridad, queriendo que se sintiese cómoda con él- , pero has hecho bien en hacerlo. No debes temerme, quiero que sepas eso desde el principio. La chiesa di sant'Ignazio tiene un internado para hombres y creo que no está lejos de ese en el que has estado tú –cambió el rumbo de la charla, anotando el dato en su libreta-. Claro que debe haber otros, pero ahora no recuerdo bien… hace tiempo que dejé mi ciudad.

Cuando Ginevra le acercó la bolsa con dinero, Filippo no la aceptó y la empujó hacia ella para devolvérsela.

-Quiero que te concentres, que trates de recordar, de ser fuerte para traer todo eso nuevamente a tu memoria. Luego hablaremos del dinero, cuando todo acabe, ahora necesito saber dónde ocurrió todo ¿dentro del mismo internado?, qué día, qué decían mientras te atacaban… cualquier cosa que puedas recordar será importante.


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Mensaje por Ginevra d'Altrui Dom Sep 16, 2018 6:26 pm

Ginevra decidió abstraerse y contemplarse a sí misma como si estuviese subida a un árbol. Luego habría tiempo de discutir el tema de la paga y las demás cuestiones. En ella se había desatado una irremediable necesidad de hablar. Haber dicho su nombre, ese que tanto le costaba pronunciar, parecía haber destapado un pozo repleto de fantasmas que comenzaban a salir, y la asfixiaban, la ahorcaban, la golpeaban, la sacudían. Inspiró profundo y volvió a sentirse como en aquel momento, la piel se le erizó al recordarlo, y pensó que no sería capaz de emitir ni un solo sonido, que todas las palabras se habían muerto en su garganta y no sería capaz, ni siquiera, de soltar el aire que estaba conteniendo. Esto último lo hizo con enorme lentitud, apretó los puños y se clavó las uñas en las palmas, hasta que el dolor se volvió insoportable, y retornó a su eje. Todo fue más fácil.

Era un atardecer. Era primavera… No. Otoño. A mí me gustaba salir a pisar las hojas secas, desde muy chiquita que ese había sido uno de mis pasatiempos favoritos —comenzó, con la vista clavada en sus dedos, que jugueteaban con un trocito de papel que había sobre el escritorio. —Estaba con otra muchacha, era muy amiga mía. O eso creí. Era un poco mayor que yo. Fuimos hasta el límite de la propiedad, que tenía un pequeño bosque. Ahí… Ahí parecía que nos estaban esperando.

Hizo una pausa. Apretó primero los dedos de la derecha, luego los de la izquierda, hasta que el crujido de sus articulaciones la ayudó a concentrarse. Hablaba con mucha lentitud, pues había hecho lo posible por reprimir los recuerdos, y éstos aparecían como piezas de un rompecabezas siniestro que ella debía armar.

Mi amiga, Federicca, se fue corriendo en cuanto los vio. Yo me asusté e intenté hacer lo mismo, tenía tan sólo trece años. No sabía lo que era la maldad. Imaginé que querían asaltarnos y yo tenía el camafeo de mi abuela, no quería que me lo robaran —continuó, y ante ésta última parte, sonrió con angustia y negó varias veces con la cabeza. —Uno de ellos, el inglés, me alcanzó en dos zancadas, pues era muy alto, y me tomó de la muñeca y me pregunto “¿A dónde vas, puta?” —la voz se le quebró levemente. Tragó y continuó. —Luego me empujó, yo caí y él me arrastró del cabello hacia el interior del bosque. Siempre pensé que Federicca había ido a pedir ayuda. Entre todos me arrancaron la ropa, me pusieron contra un árbol y comenzaron a tocarme. Todas esas manos me recorrían el cuerpo y yo sólo podía gritar pidiendo ayuda. Me tenían inmovilizada —se atrevió a alzar el rostro y mirar a Di Bari. Fue un instante. Regresó los ojos a la bolita de papel y continuó jugando con ella.

El inglés fue el primero en violarme. Me tiró al suelo, me puso de espaldas y me violó. El dolor… El dolor fue insoportable —instintivamente, apretó las piernas. Una puntada espantosa se le instaló en su vagina, idéntica a aquella primera penetración. —Luego… Luego fueron turnándose. Me ultrajaron de todas las formas posibles, y hubo momentos en los que perdía la consciencia, y me tiraban whisky en el rostro para despertarme. Me insultaban, me insultaban mucho. Me decían que lo merecía, que no los olvidaría nunca porque me estaban enseñando a ser mujer —debió reprimir las nauseas. —Uno de ellos… Uno de ellos se llamaba Alessandro. Sí, Alessandro —y se tapó la boca, sorprendida, porque recordó que el francés del grupo lo había llamado así porque era el único que no quería violarla. —Él era el único que no quería hacerlo. Pero luego se dejó llevar y… También lo hizo —se barrió las lágrimas que había luchado por contener.

Durante éstos siete años he luchado por creer que no merecía lo que me pasó. Sin embargo, no paro de pensar en que tendría que haber batallado más, que tendría que haber gritado más fuerte —la frialdad había regresado y lo miraba al rostro, rogando no ver lástima. — ¿No cree que merezco justicia, señor Di Bari? —se inclinó levemente acompañando la interrogación.


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Mensaje por Filippo Di Bari Sáb Oct 06, 2018 11:16 pm

Había oído relatos crueles antes, tal vez a eso podía agradecerle el dominio que su rostro mostraba. Su gesto era imperturbable ante los sucesos que la muchachita recordaba delante suyo; en más de una ocasión quiso extender su mano para acariciar la de Ginevra, pero reprimió ese deseo porque sabía que a ella no le haría bien.

No quiso hacer preguntas, no era lo mejor para su investigación obviar aquello, pero no quería incomodarla tampoco, poco a poco ella iba armando la historia y Filippo tomaba nota de los nombres, las nacionalidades. El trabajo sería arduo, pero tenía por donde comenzar… el viaje a Italia le parecía esencial en ese punto, porque allí había comenzado todo. Si le fuera posible, Filippo –con lo minucioso que era- querría ir hasta el pie del árbol que había sido mudo testigo de la desgracia de aquella señorita. Si otro fuera el caso, le pediría a la clienta que lo acompañase en el viaje, pero creía que ella no lo resistiría… aunque fuese de real valor que pudiese hacerlo. Tendría que ponerla sobre aviso, ella debía saber lo importante que era volver allí.


-Claro que no lo merecía, nadie merece semejante atrocidad. Nadie debería estar marcado por el horror de esa manera, no en el cuerpo pero mucho menos en las emociones –se lo dijo con sinceridad, esperando que no lo tomase a mal, después de todo la veía casi como a una hija.

Filippo cerró su anotador, dándole a entender que había sido suficiente para un primer encuentro, que no tenía que remover más entre las heridas de su alma, que ya podía dejar de lastimarse con recuerdos.


-Han pasado siete años entonces –dijo, y se reacomodó en su asiento-. ¿Qué es lo que crees que encontrarás cuando los halles? ¿Qué sucederá cuando los tengas cara a cara? ¿Qué clase de justicia podría hacer que a ti ya nada de esto te duela? Yo lo haré, haré mi trabajo y más tarde o más temprano los encontraré, te diré donde podrás hallarlos… ¿y qué pasará luego? Piénsalo, te lo ruego, piensa si tiene sentido gastar un dineral en mis servicios, si vale la pena viajar en caso de que haya que hacerlo y si tienes deseos de tener que recordar esto una y otra vez dándome detalles que por años preferiste enterrar. ¿En verdad quieres volver a verlos?

Tomó la bolsa de monedas que ella había estado queriéndole entregar y la sopesó otra vez, no tenía idea de cuánto había allí adentro. La guardó en el último de los cajones de su escritorio y volvió a mirar a la muchacha.

-Piénsalo –la instó una vez más- y cuando tengas la respuesta volveremos a vernos. Si decides que no vale la pena yo te devolveré la bolsa con tu dinero, pero si aún quieres seguir adelante, sabiendo las implicancias, comenzaremos con esto y será de verdad. Sabes donde trabajo y sería tonto suponer que no sabes donde vivo… búscame cuando hayas meditado y ten en cuenta que si tu respuesta es afirmativa tendremos que volver a Italia, al pie de ese árbol donde todo ocurrió porque allí hemos de comenzar la búsqueda.


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