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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Melodie Aissaguer Dom Oct 05, 2014 11:26 pm

Bordeaux - Aquitania
______________________________________________________________________________

No podía negar, aquel paisaje había cautivado sus sentidos, como hacía ya más de tres años atrás, antes de que su vida se convirtiera en un delirio, antes de su arreglado y frustrado matrimonio. Ahora estaba allí, de nuevo frente a ese paisaje maravilloso, con sus  bosques, sus viñedos y el rio Garona que bañaba sus tierras, descendiendo hasta el estuario. Bordeaux era su pequeño refugio, una ciudad en la que podía esconderse de todo lo que le trajera malos recuerdos. Allí podía ser Ciara, sin ningún miedo a que descubrieran su pasado. Quien podría reconocer a la inglesa, si aún  la primera vez que estuvo en la ciudad había usado ese mismo nombre, el que siempre llevaba en sus fugaces escapadas del dominio riguroso de su padre.

Pasó la mañana del primer día recorriendo las calles de la ciudad, la encontró distinta, a pesar de no haber pasado más de tres años, sus habitantes eran empujados a dejar la tranquilidad de sus costumbres por el auge del progreso. Recorrió los lugares emblemáticos como la plaza de la Gambetta y la puerta de Dijeaux, de detuvo a contemplar la belleza de los parterres y los edificios que la rodeaban. No podía decir que la ciudad tuviera algún rincón que pudiera decepcionarla, claro no se había acercado a los barrios bajos, ni a la zona portuaria, pues no era una vista que debiera ser contemplada por una dama de clase alta como era Ciara.

A la mañana siguiente, dejó el hotel para realizar un paseo a caballo, pronto salió de la ciudad,  tomando una de las márgenes del rio Garona, la arboleda que enmarcaba el estrecho camino daba al paisaje un aire de pintura romántica, aquello  la mantuvo entretenida, sonriendo ante algún descubrimiento, un pequeño animal o avecilla que saltaba de una rama a la siguiente, el arrullo del agua en las piedras de la orilla. La brisa que mantenía fresca la mañana, le acariciaba sus mejillas, susurraba  en sus oídos. Pronto descubrió un sendero que se internaba en aquella arboleda, de troncos gruesos y añosos. Decidió adentrarse ya que la luz del sol se filtraba por las frondosas copas y no le daba un aspecto siniestro al lugar. Así se fue adentrando cada vez más. Hasta que se topó con una edificación, era como un pequeño refugio, una ermita, un santuario abandonado, o por lo menos eso creyó. Se acercó, desmontó de su caballo y ató las riendas a una rama baja.

Caminó la corta distancia que la separaba desde su montura a la entrada de la construcción. La puerta se encontraba entre abierta. Intentó abrir pero algo le impedía. Hizo presión con todas sus fuerzas, logrando mover lo suficiente como para escurrirse adentro de la ermita, al hacerlo, sus pies chocaron con algo, - ¿una viga de madera? – pensó por un segundo mientras su visión se acostumbraba a la penumbra que reinaba en el lugar. Un grito ahogado salió de su garganta cuando se percató que aquello con lo que había chocado, no se trataba de un simple madero.
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Mensaje por Aitor Copado Jue Oct 09, 2014 11:39 pm

Los separaron, aquellos cazadores llevaron a Aitor al interior de la cabaña. —¡Quemémoslos vivos!— sugirió uno de ellos, otro le reprochó poniendo una mano en el hombro ajeno. —Estas bestias no estarán completamente muertas si no son quemadas— insistió pero en el exterior un rugido clamó venganza. Los cazadores salieron a enfrentar la furia de Isabeau, pero ahí mismo, en el santuario donde la oscuridad arropó a Aitor, ahí mismo bañaron con su osada sangre las flores que tanto amó Isabeau cuando ambos amantes se amaban sin pudor ni restricción.

Pero el alma de Aitor no estaba presente, se encontraba perdida en el limbo de la inconsciencia; nuevamente escuchó la voz de la bestia, pero él, en una cueva se obstinaba a salir. El lobo negro lo encaró, retándole a los ojos, pues, sabía que sólo él podía hacer que Aitor decidiera avivar una llama que se extinguía sin piedad. Mas Aitor estaba ausente hasta en la misma inconsciencia, nada quería saber; los recuerdos de la muerte de Isabeau atormentaban al espectro que Aitor deseaba ser, sí, eso quería. El vitoriano ya no tenía razón para existir, quizás vagando podría encontrarla, lo único ahora era pedir a Dios misericordia para reencontrarla en el más allá.

¿Te darás por vencido así?, ¿no le vengaremos?– le dijo el lobo, sentándose y clavando sus oscuros ojos en él, pero Aitor no se atrevió a mirarle, no le temía, tan sólo su derrota le avergonzaba. —¿De qué me servirá?— reprochó derramando lágrimas que conmovieron al lobo. –¡Cobarde! Dejaste morir a una mujer por ser débil–fue en ese momento cuando él comprendió las palabras. —¡Tú!, de no ser por ti ella seguiría con vida, tú y tu obstinación por hacerle daño— Aitor se reincorporó y se arrojó a la bestia convirtiéndose él mismo en el lobo. Ambos se trenzaron en una lucha feroz, soltaron mordidas y ninguno se atrevió a retroceder, ambos ojos reflejaban la ira consumida en el dolor.

La batalla se extendió por un tiempo indefinido, ahí, en el inconsciente no existía el tiempo o cansancio, nadie podía interrumpirles, nadie salvo alguien externo. Su riña fue interrumpida por un grito sin procedencia, Aitor regresó a su forma humana y el lobo negro desapareció frente a él. —¿Isabeau?— se dijo Aitor, «¿será posible que esté viva?» sólo había un medio para saberlo, tenía que luchar para regresar a la consciencia y despertar nuevamente.
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Mensaje por Melodie Aissaguer Miér Oct 15, 2014 9:56 pm

Cuando el impacto del primer momento pasó, cuando su mente comprendió que fuera de que se tratara de un hombre y que éste estuviera de espalda, totalmente desnudo,  sin rastros de sus ropas en algún rincón del lugar, ni una explicación para ello, pronto, llegó a la conclusión de que pocas opciones había para encontrarlo así. Era verdad, se trataba de un santuario, aunque abandonado, seguramente desacralizado. No creía que ningún buen hombre fuera capaz de venir a mantener relaciones con sus amantes a un lugar así, lo que llevaba a pensar que podría ser víctima de un robo.

Sus ojos se entrecerraron, sopesando posibles causas, - no, definitivamente no encuentro ni una sola posibilidad que me permita pensar porqué te encuentras así – dijo en voz alta mientras se acercaba al hombre – y dudo que en ése estado me vayas a hacer mal… ¿verdad? – continuó, al instante que se inclinaba y ponía sus manos en el hombro y la cintura masculina,  con un impulso rápido, lo  giró, aunque  no lo bastante a prisa como para que no cayera sobre ella. Por eso  parte de su vestido de montar y sus piernas flexionadas quedaron  aprisionadas bajo  la espalda masculina, - válgame Dios, como pesas – resopló mientras empujaba para salir de esa situación – a ver… vamos, pon de tu parte… -  se exasperó, como su él estuviera haciéndolo aproposito. Cuando por fin logró acomodarle, para que ambos estuvieran libres y cómodos, se dedicó a averiguar si tenía  heridas. Le sorprendió que aunque se notaban heridas que parecían cicatrizar bien, existiera rastro de sangre, - ¿Cómo es posible? – susurró. Su mirada dejó de examinar el cuerpo para dedicarse a buscar indicios que le ayudaran en el diagnóstico. Pronto descubrió que no muy lejos de donde él se encontraba había una flecha, con su punta de metal, que brilló cuando un haz de luz la toco, - ¿plata?, pero… - miles de historias y leyendas acudieron a su cabeza, - vamos… que eso es una tontería… imposible… - rió con solo la posibilidad de creer que estuviera frente a un hombre lobo – ya vez… si sigo leyendo tonterías antes de dormir… terminaré en una institución mental – se reprendió.  

Luego de revisar concienzudamente a su paciente y a pesar de conocer el cuerpo humano, por sus horas como enfermera auxiliar y por sus escasos años de casada, le costó horrores comprobar que ciertas partes estaban en su lugar, sanas y sin rasguños. Llegó, así, a la conclusión que el caballero, por llamarlo de algún modo, se encontraba en buen estado de salud. Suspiró aliviada, - buena sería que tuviera que coser alguna herida y yo… aquí… sin ningún material –.

Lo palmeó suavemente en el hombro, - a ver, no te me vayas, voy por agua -, por supuesto no esperó contestación alguna. Caminó hasta donde se encontraba su caballo, extrajo  el recipiente que contenía agua y buscó en la alforja un paño para poder higienizarlo. No encontró nada, a lo que sin tardanza volvió al lado de su paciente. Como aún parecía estar inconsciente y creyendo que estaba segura, levantó sus faldas, desprendió su enagua y la dejó deslizar por sus largas y torneadas piernas, hasta que cayeron  ocultando parte de sus botas. Acomodó su falda lo más rápido que pudo, lo único que faltaba era que el hombre despertara y viera sus calzones de seda y puntilla. Se inclinó, tomó su enagua, rasgándola en trozos bastante generosos, a  uno de ellos lo embebió en agua, y se dedicó a limpiar las heridas.  Cuando hubo sacado la mayor cantidad de sangre seca y suciedad, colocó uno de los paños ocultando las partes íntimas, - bueno, que no necesito ver nada por esos lugares – le dijo, risueña y dejando que el rostro se ruborizara e iluminara por su ocurrencia.

Con dificultad se acomodó en la zona de la cabeza del hombre. Se  acuclilló y sentó en sus talones, apoyó parte de la espalda, hombros, cuello y cabeza de él en su regazo, con otro trozo limpio refrescó el rostro e intentó mojar un poco esos labios que parecían estar agrietados. Le acarició la frente y los cabellos, - no eres  feo… para nada feo… y eres buena compañía… ademas - sonrió, sabiendo que dijera lo que dijera, el hombre estaba inconsciente – pero sería bueno que despertaras, así podría llevarte a un lugar mejor, terminar de curar tus heridas y… vestirte decentemente – le susurró inclinando su cuerpo sobre la cabeza masculina y sonriendo al comprobar que seguía  dormido, - vamos dormilón, despierta -.
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Mensaje por Aitor Copado Lun Nov 03, 2014 7:41 pm

A su mente llegaron las imágenes de aquel día, cuando después de su transformación se refrescó en un arroyo y luego, apareció la figura de Isabeau entre el agua, su obstinada y terca felina que nunca lo dejó pese al rechazo, pese a que la bestia la hubo atacado y aún su cuerpo sufriera de las heridas provocadas por el lobo. Y ahí, bajo el bosque como testigo se amaron por vez primera, luego, la aparición repentina y asombrosa del lobo, y el control de Aitor sobre ésta. Ese día se juraron, aunque no en palabras, permanecer para siempre juntos. Él y ella, nadie más en su vida. Su cuerpo percibió el agua y ese recuerdo obtuvo más fuerza. Se imaginó que se trataba de Isabeau y ahora vino a su mente un día en la cabaña cuando ambos se bañaban, las manos de ella acariciando su piel y sus labios sobre su boca.

Abre los ojos… abre los ojos… abre los ojos— le hablaba el lobo y él fruncía el cejo negando a escucharle. Las caricias que sentía quería que se prolongaran, se imaginaba que era la muerte que pretendía llevárselo y él quería imaginarse que era Isabeau, nadie más. —¡Cobarde!— le gritó y finalmente, sintiéndose retado abrió los ojos encontrándose una mirada femenina distinta a la de su amada, primero, vio miedo en sus ojos, luego solidaridad. El victoriano quiso reincorporarse pero sintió el abrazo femenino que le pedía no se moviera. —¡La han matado!— fue lo que dijo y se levantó pese a la reprobación de la mujer.

Salió desnudo dirigiéndose descalzo hacia el santuario, la nieve se colaba entre los dedos de sus pies y el viento helado lo golpeaba con frenesí; él no reaccionaba ante el clima y no le importaba que la intrusa viniera tras sus pasos o sobre todo, lo que pudiera pensar de él, después de todo era un hombre que desnudo se paseaba en una ventisca de nieve como si nada, como si estuviese bien arropado. Al llegar, aún había sangre por la nieve, pero no rastros de ella, el olor de su perfume ya había sido arrastrado por el viento y las mismas pisadas de sus atacantes desaparecieron como el cadáver de Isabeau.

Aitor se dejó caer de rodillas sobre la sangre de su amada, sangre que comenzaba a ocultarse por la nieve cruel. La tomó entre sus manos y soltó varias lágrimas. Percibió que la mujer le hablaba pero el podía escucharle, no quería hacerlo; mas cuando se dio cuenta de que estaba desnudo y ella podía bien sospechar de su naturaleza finalmente encaró sus ojos. Era una rubia bella, no hermosa para ojos de cualquier hombre mas no para los de Aitor, estaba enajenado con Isabeau y sólo reconocía esa belleza. Entonces él la miraba como un persona y nada más, por un par de segundos miró sus ojos y luego desvió su mirada para ponerse de pie y caminar al interior de la cabaña, tenía que irse a cambiar ya era extraño que estuviera así en la nieve para que permaneciera desnudo frente a la que parecía una dama de alta clase.

Se abrió paso sobre ella y llegó hasta la cabaña, rápidamente se puso algo y cuando volteó la vio ahí. —He de suponer que no eres de la compañía nos atacó anoche— a cortó la distancia de forma intimidante. —Dime quién eres y qué es lo que haces aquí— ordenó sin ningún tono de agradecimiento por haberlo cuidado, pero, su mente no podía quitarse el hecho de la ausencia de la mujer a la que amaba.
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