AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Más que su institutriz | Charlotte Hinault | BSTE
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Más que su institutriz | Charlotte Hinault | BSTE
Residencia White "Londinenses"
Había viajado mucho. Audrey se convirtió en el agente de la casa Londinense. Ya había establecido tratados en el Imperio Sacro Germánico, Italia y Francia; en España la familia Moncourt y Montero no atendieron su petición al tener relación comercial con los Yorkshires y Nottinghams respectivamente. Por eso, el viaje no se terminó de prolongar como lo esperaba Camile.
Audrey llegó el primer Viernes de marzo por la mañana. El cielo estaba despejado pero las corrientes de aire mantenían un frío que él ya extrañaba. Fue recibido por la ama de llaves, se acercaba el medio día y se le ofreció el almuerzo, que él rechazó amablemente. —Tengo que atender un pendiente— había comentado Audrey mientras caminaba al lobby. —por cierto…— se detuvo y giró para ver a la criada. —¿Dónde está mi pequeña?— preguntó extrañado de que aún no se presentara ante él con esa sonrisa que le llenaba su corazón solitario. —Se encuentra con la señorita Hinault— respondió.
Audrey cambió de semblante. —Así que ya ha llegado— dijo más para así que para ella. Si era cierto que su viaje había sido largo, él creyó que la institutriz de su sobrina llegaría para el verano, y aunque sintió un poco de celos al no tener la presencia de su pequeña, supo dentro de sí que era lo mejor. —Muy bien, llámeme cuando esté dispuesto el té— y Audrey caminó hasta su estudio encerrándose. Inmediatamente se ocupó en sus deberes. Sacó los registros de las rutas que Camile había descartado a las tierras pertenecientes a los Cisnes Negros en Africa. Para ella no representaban un valor, al monos no el que representaba la industria. Cuando echó el montón de papeleo en el escritorio llegó a él una curiosidad que le impidió sentarse. ¿Cómo será aquella mujer que es la institutriz de Viviana? Lo único que sabía de ella era su nacionalidad, y nada más.
Impulsado por su curiosidad salió de su estudio y caminó hasta los jardines del lado oeste donde su hermosa sobrina jugaba y donde intuía estarían. Cuando se fue acercando pudo ver la silueta de su niña y la de una mujer que le daba la espalda, salió a la terraza y entre las columnas de mármol continuó su camino hasta quedar frente a Viviana. Audrey se recargó en un pilar viéndola reír y sintió una gran alegría. Pensó en todo el tiempo en el que la casa Londinense fue envuelta en un manto de soledad donde él era el protagonista. Cuando sus padres habían muerto y él, al no estar Camile, asumió muy joven el poder de la casa Londinense. ¿Cuánta soledad lo había abrumado? Era muy difícil de describirlo, ninguna compañía podía satisfacerlo, pero todo cambió con la llegada de Camile y su sobrina. La alegría volvió a danzar en la mansión de los Londinenses y el corazón de Audrey estaba muy agradecido.
Audrey salió de sus cavilaciones cuando escuchó la voz de su amada sobrina, la vio correr hacía él y agachándose la esperó para que saltara a sus brazos. —¡Tío has vuelto!— gritó alegre y rió. Audrey no pudo más que devolverle la sonrisa y besarle la frente cuando ya la tenía en sus brazos. —¿Qué me trajiste?— dijo la pequeña y ahora Audrey rió. —¿Cómo te has portado princesa?— cuestionó en un tono fraternal mientras acomodaba los pequeños cabellos que se habían desacomodado y ahora estaban acariciando el rostro infantil. —Muy bien, he estado estudiando con Charlotte, ¿sabes? Es mi mejor amiga—.
En ese momento Audrey alzó la vista y la vio. Era la mujer que Camile le había dicho que trajera de París. No lo podía creer, Camile no le había dicho él motivo de la presencia de Charlotte en aquel entonces por lo que no se esperaba esto. Por un momento se sumió en un mutismo, después, se cuestionó «¿cómo es que alguien tan joven pueda enseñarle filosofía, historia, literatura, música y lenguas a mi princesa?, no tendrá más que 20, 21 quizás 22 años» era un misterio que Camile nunca quiso revelarle. —Ven te la presentaré— dijo la pequeña tomándole la mano. Audrey no dijo nada, tan sólo la siguió volviendo en reparar en la juventud de la institutriz de Viviana, había creído que sería una mujer grande, nunca, ni aunque se lo hubieran dicho, hubiera creído que se tratara de una jovencita. —Charlotte, él es mi tío Audrey del que te he contado— rió la pequeña, Audrey hizo una reverencia, le cogió la mano y le besó en el dorso. —Es un placer volver a verla y debo expresarle mi gratitud por ver por mi sobrina, en sus ojos veo que la está haciendo feliz— y no dijo más.
Audrey llegó el primer Viernes de marzo por la mañana. El cielo estaba despejado pero las corrientes de aire mantenían un frío que él ya extrañaba. Fue recibido por la ama de llaves, se acercaba el medio día y se le ofreció el almuerzo, que él rechazó amablemente. —Tengo que atender un pendiente— había comentado Audrey mientras caminaba al lobby. —por cierto…— se detuvo y giró para ver a la criada. —¿Dónde está mi pequeña?— preguntó extrañado de que aún no se presentara ante él con esa sonrisa que le llenaba su corazón solitario. —Se encuentra con la señorita Hinault— respondió.
Audrey cambió de semblante. —Así que ya ha llegado— dijo más para así que para ella. Si era cierto que su viaje había sido largo, él creyó que la institutriz de su sobrina llegaría para el verano, y aunque sintió un poco de celos al no tener la presencia de su pequeña, supo dentro de sí que era lo mejor. —Muy bien, llámeme cuando esté dispuesto el té— y Audrey caminó hasta su estudio encerrándose. Inmediatamente se ocupó en sus deberes. Sacó los registros de las rutas que Camile había descartado a las tierras pertenecientes a los Cisnes Negros en Africa. Para ella no representaban un valor, al monos no el que representaba la industria. Cuando echó el montón de papeleo en el escritorio llegó a él una curiosidad que le impidió sentarse. ¿Cómo será aquella mujer que es la institutriz de Viviana? Lo único que sabía de ella era su nacionalidad, y nada más.
Impulsado por su curiosidad salió de su estudio y caminó hasta los jardines del lado oeste donde su hermosa sobrina jugaba y donde intuía estarían. Cuando se fue acercando pudo ver la silueta de su niña y la de una mujer que le daba la espalda, salió a la terraza y entre las columnas de mármol continuó su camino hasta quedar frente a Viviana. Audrey se recargó en un pilar viéndola reír y sintió una gran alegría. Pensó en todo el tiempo en el que la casa Londinense fue envuelta en un manto de soledad donde él era el protagonista. Cuando sus padres habían muerto y él, al no estar Camile, asumió muy joven el poder de la casa Londinense. ¿Cuánta soledad lo había abrumado? Era muy difícil de describirlo, ninguna compañía podía satisfacerlo, pero todo cambió con la llegada de Camile y su sobrina. La alegría volvió a danzar en la mansión de los Londinenses y el corazón de Audrey estaba muy agradecido.
Audrey salió de sus cavilaciones cuando escuchó la voz de su amada sobrina, la vio correr hacía él y agachándose la esperó para que saltara a sus brazos. —¡Tío has vuelto!— gritó alegre y rió. Audrey no pudo más que devolverle la sonrisa y besarle la frente cuando ya la tenía en sus brazos. —¿Qué me trajiste?— dijo la pequeña y ahora Audrey rió. —¿Cómo te has portado princesa?— cuestionó en un tono fraternal mientras acomodaba los pequeños cabellos que se habían desacomodado y ahora estaban acariciando el rostro infantil. —Muy bien, he estado estudiando con Charlotte, ¿sabes? Es mi mejor amiga—.
En ese momento Audrey alzó la vista y la vio. Era la mujer que Camile le había dicho que trajera de París. No lo podía creer, Camile no le había dicho él motivo de la presencia de Charlotte en aquel entonces por lo que no se esperaba esto. Por un momento se sumió en un mutismo, después, se cuestionó «¿cómo es que alguien tan joven pueda enseñarle filosofía, historia, literatura, música y lenguas a mi princesa?, no tendrá más que 20, 21 quizás 22 años» era un misterio que Camile nunca quiso revelarle. —Ven te la presentaré— dijo la pequeña tomándole la mano. Audrey no dijo nada, tan sólo la siguió volviendo en reparar en la juventud de la institutriz de Viviana, había creído que sería una mujer grande, nunca, ni aunque se lo hubieran dicho, hubiera creído que se tratara de una jovencita. —Charlotte, él es mi tío Audrey del que te he contado— rió la pequeña, Audrey hizo una reverencia, le cogió la mano y le besó en el dorso. —Es un placer volver a verla y debo expresarle mi gratitud por ver por mi sobrina, en sus ojos veo que la está haciendo feliz— y no dijo más.
Killian White- Humano Clase Alta
- Mensajes : 65
Fecha de inscripción : 10/01/2014
Re: Más que su institutriz | Charlotte Hinault | BSTE
La estancia en la mansión White ya le resultaba como estar en la suya propia, en aquel lugar solo tenía una preocupación y esa era estar al lado de Viviana, ayudando a que la pequeña aprendiera todo lo necesario para ser toda una dama, además de mostrarle también como era que la vida de los cambiantes no era tan mala como ella lo pensaba en un inicio. Se enfocaba en enseñarle de todo, no unidamente centrarse en lo que a la pequeña no le agradaba tanto, pero de poco veía un poco más de interés de parte de la niña en las transformaciones y las cosas que se podía lograr. Eso a ojos de Charlotte era un gran logro.
A ojos de la ahora institutriz, no era Viviana únicamente su aprendiz, era también una amiga. Tal y como le pidiera la pequeña que lo fueran la primera vez que se encontraron en aquella mansión, cuando Charlotte aún temía de que la inquisidora cambiara de parecer y la matara o peor aún, que estando lejos asesinara a su familia y luego experimentaran con ella en la inquisición. Nada de esos temores se volvió realidad, agradecía ahora que Camille enviara por ella y le permitiera compartir su tiempo con quien ahora le sacaba sonrisas por montones, alguien a quien por primera vez estaba dispuesta a defender con garras y dientes aunque no fuese de su familia.
Esa mañana como ya era usual se levanto temprano para tomar algo de desayuno e ir al lado de la pequeña de los White, iniciando así un nuevo día de actividades y conocimientos para la aún joven cambiante. A ambas les gustaba pasar el tiempo en los jardines, sitio donde Viviana la llevaba siempre y al que Charlotte no se negaba porque de esa manera se sentía en libertad, haciendo que su parte más animal y salvaje se sintiera cómoda. Parte de la mañana la pasaron en lecciones teóricas sobre diversos temas y fue cuando vio la cara de cansancio de Viviana que dejo los estudios a un lado.
– Juguemos un rato, así nos divertimos también – dejo todo lo demás de lado y comenzaba a divertirse al lado de la niña cuando la vio mirar más allá de ella con ilusión y salir corriendo a Viviana. No supo que era lo que sucedía hasta que se giro y la vio lanzarse a los brazos de un hombre que llamaba tío. La figura masculina no podía apreciarla debidamente porque el hombre se enfocaba en la pequeña que tenia bajo su cuidado y además, las palabras de Viviana la desconcertaban, haciéndola sumamente feliz que la considerara siempre de esa manera.
Camino a paso lento en dirección a lo White, no podía dejar a Viviana sola y fue cuando él hombre levanto la mirada que le reconoció. Si no se equivocaba era quien fuera por ella antes a París, aquel que les diera la mala noticia de que era momento de pagar la deuda con la inquisidora y en quien no presto mucho atención en aquel entonces por la preocupación de desconocer el destino que le aguardaba allá. Se detuvo a una distancia prudente, que fue eliminada rápidamente por su pequeña aprendiz.
– Ya le había visto una vez, pero no imagine que fuera el tío favorito de Viviana – aquel beso en su mano le provoco un rubor en las mejillas que trato de ocultar sonriendo de manera amplia y respondiendo a la reverencia junto a las palabras de aquel hombre – No existe nada de que agradecer, la verdad es que Viviana es la mejor alumna que alguien podría pedir y soy muy feliz estando a su lado – la mirada de la cambiante se detuvo en la niña, a quien observo con todo el cariño que ya había acumulado por ella en ese tiempo y después regreso a Audrey – Escuche que no estaría aquí para mi llegada, pero me sorprende verlo antes de lo que esperaban todos ¿El viaje fue bien? – se mordió a si misma la lengua por preguntar aquellas cosas – Perdone, no es de mi incumbencia eso suelo ser demasiado curiosa así que… – los ojos de aquel hombre le desconcertaban y los esquivo con la intriga del por qué escrita en el rostro – Ire por los libros, con su permiso – rápido les dio la espalda, caminando en dirección a donde antes estuvieras, regañandose por ser tan tonta y causarse vergüenzas a si misma frente al White que acababa de conocer más debidamente.
A ojos de la ahora institutriz, no era Viviana únicamente su aprendiz, era también una amiga. Tal y como le pidiera la pequeña que lo fueran la primera vez que se encontraron en aquella mansión, cuando Charlotte aún temía de que la inquisidora cambiara de parecer y la matara o peor aún, que estando lejos asesinara a su familia y luego experimentaran con ella en la inquisición. Nada de esos temores se volvió realidad, agradecía ahora que Camille enviara por ella y le permitiera compartir su tiempo con quien ahora le sacaba sonrisas por montones, alguien a quien por primera vez estaba dispuesta a defender con garras y dientes aunque no fuese de su familia.
Esa mañana como ya era usual se levanto temprano para tomar algo de desayuno e ir al lado de la pequeña de los White, iniciando así un nuevo día de actividades y conocimientos para la aún joven cambiante. A ambas les gustaba pasar el tiempo en los jardines, sitio donde Viviana la llevaba siempre y al que Charlotte no se negaba porque de esa manera se sentía en libertad, haciendo que su parte más animal y salvaje se sintiera cómoda. Parte de la mañana la pasaron en lecciones teóricas sobre diversos temas y fue cuando vio la cara de cansancio de Viviana que dejo los estudios a un lado.
– Juguemos un rato, así nos divertimos también – dejo todo lo demás de lado y comenzaba a divertirse al lado de la niña cuando la vio mirar más allá de ella con ilusión y salir corriendo a Viviana. No supo que era lo que sucedía hasta que se giro y la vio lanzarse a los brazos de un hombre que llamaba tío. La figura masculina no podía apreciarla debidamente porque el hombre se enfocaba en la pequeña que tenia bajo su cuidado y además, las palabras de Viviana la desconcertaban, haciéndola sumamente feliz que la considerara siempre de esa manera.
Camino a paso lento en dirección a lo White, no podía dejar a Viviana sola y fue cuando él hombre levanto la mirada que le reconoció. Si no se equivocaba era quien fuera por ella antes a París, aquel que les diera la mala noticia de que era momento de pagar la deuda con la inquisidora y en quien no presto mucho atención en aquel entonces por la preocupación de desconocer el destino que le aguardaba allá. Se detuvo a una distancia prudente, que fue eliminada rápidamente por su pequeña aprendiz.
– Ya le había visto una vez, pero no imagine que fuera el tío favorito de Viviana – aquel beso en su mano le provoco un rubor en las mejillas que trato de ocultar sonriendo de manera amplia y respondiendo a la reverencia junto a las palabras de aquel hombre – No existe nada de que agradecer, la verdad es que Viviana es la mejor alumna que alguien podría pedir y soy muy feliz estando a su lado – la mirada de la cambiante se detuvo en la niña, a quien observo con todo el cariño que ya había acumulado por ella en ese tiempo y después regreso a Audrey – Escuche que no estaría aquí para mi llegada, pero me sorprende verlo antes de lo que esperaban todos ¿El viaje fue bien? – se mordió a si misma la lengua por preguntar aquellas cosas – Perdone, no es de mi incumbencia eso suelo ser demasiado curiosa así que… – los ojos de aquel hombre le desconcertaban y los esquivo con la intriga del por qué escrita en el rostro – Ire por los libros, con su permiso – rápido les dio la espalda, caminando en dirección a donde antes estuvieras, regañandose por ser tan tonta y causarse vergüenzas a si misma frente al White que acababa de conocer más debidamente.
Ackley Hinault- Cambiante Clase Alta
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