Flashback - Alouette {Privado}

Una enorme y resplandeciente sonrisa iluminaba el rostro angelical de la pequeña Thylane mientras atravesaba la entrada del gran salón del palacio Royal. Su Padre caminaba a su lado, tan regio y elegante como siempre, saludando educadamente a los invitados con quienes se cruzaban y presentándola a ella como el menor de sus retoños. Emoción y alegría inundaba el cuerpo de la niña mientras con la cabeza erguida y porte adulto devolvía los saludos y brindaba halagos. Desde hacía algún tiempo había deseado con toda su alma poder asistir a uno de los bailes, hasta entonces siempre se lo habían negado. Ignoraba la razón que impulsó a su progenitor a llevarla consigo esa tarde, pero le era indiferente siempre y cuando no fuese la primera y última oportunidad. Tampoco cuestionó el hecho de que asistieran ellos solos, ni sus hermanos ni las mujeres que se hospedaban en su casa les habían acompañado. De todos los mencionados solo extrañaba la compañía de Octavien, solo con él se sentía lo suficientemente relajada como para haberle considerado una compañía agradable. Su mirada vagaba con rapidez por sobre las damas que asistían al evento, observando y memorizando los atuendos, escuchando las palabras que utilizaban y prestando mucha atención a su acento y cadencia, el tono de su risa, el movimiento de sus manos. De cada pequeño detalle obtenía información valiosa para su propio comportamiento en sociedad. Anhelaba tanto ser una de aquellas delicadas y hermosas jóvenes, con sus vestidos confeccionados con las telas más finas, de modales refinados y comportamiento impecable. En resumen, la prometida perfecta.

Se encontraba mirando fijamente a una hermosa joven rubia cuando su padre le informó que tenía que reunirse con algunas personas, liberándola de su compañía e instándola a que deambulara por el salón. Inmediatamente la dejó, dirigiéndose a una esquina donde tres hombres, con aspecto tan pulcro como intimidante, le esperaban. El temor empezó a reemplazar la alegría. Era la primera vez que se encontraba completamente sola en un espacio que no conocía, rodeada de extraños que minutos antes había encontrado encantadores pero que, ahora, le generaban ansiedad y aprensión. Apretando una mano entre la otra, y juntando el poco valor que tenía, avanzó buscando entre la multitud algún rostro conocido al cual afianzarse. Algunas miradas se posaban en ella, susurros sobre su tierna edad y su elegante apariencia que rápidamente eran reemplazados por temas más interesantes. En ese instante se sintió como solo un adorno curioso y creyó comprender el porqué nunca le habían llevado a ese tipo de reuniones. ¡Oh, pero que tonta era! El palacio estaba hermosamente adornado, la música inundaba cada esquina del salón y los invitados parecían divertirse ¿permitiría acaso que su evidente corta edad arruinase la que debía ser una velada de ensueño? Seguro no sería la única chica invitada. Su padre tenía mejor juicio y nunca la colocaría adrede en una situación incomoda, menos aún en una que representara el más mínimo peligro para su persona. Si la había traído era porque estaba seguro de que el ambiente sería apropiado para ella, por lo tanto, seguramente, estarían presentes invitados de menor edad a los que había visto hasta ese momento.

Recobrando parte de su seguridad continuó caminando en derredor, forzando una sonrisa en su rostro e inclinando la cabeza con cortesía cuando notaba que alguien se refería a ella. Y entonces empezó a verles. Una chica por allá, un muchacho detrás, otra pequeña sentada en una mesa frente a un suculento trozo de pastel. Tal vez fuese la aprehensión del momento el que le impidió notarlos, tal vez estaba tan enfocada en lo que le consideraba primordial que los pasó olímpicamente por alto. No importaba, el todo es que allí estaban y eso aligeraba la angustia de su alma. Mejor aún, acababa de reconocer una cara adulta. Se trataba de Monsieur Candau, un amigo de la familia, que hablaba vivamente a otro hombre, dos mujeres y un joven apuesto de cabellera oscura y ojos claros. Los ojos amables de Monsieur Candau se posaron en ella y, para su fortuna, le reconoció al instante. – Madeimoselle Chevigné, no sabía que se encontraba usted aquí, por favor acérquese y hónrenos con su compañía – sonriendo de oreja a oreja Thylane se aproximó al grupo. Un poco de aceptación era todo lo que necesitaba en ese momento, y si a eso le sumaba el tener la oportunidad de conocer al poseedor de tan hermosos orbes, pues podía decir que el poco sufrimiento vivido desde que su padre la dejara habría valido por completo la pena.