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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Alenna Donovan Dom Ago 31, 2014 7:01 pm

La vida es el arte del encuentro.
Refrán. — Anónimo.

Como cada mañana me encontraba sentada frente a la gran ventana del salón principal. Desde allí observaba los caminantes pasar por la calle. Una sonrisa se extendió por mis labios al ver uno de mis diseños puestos en una dama, a quien no logré ver el rostro, ni reconocer. Cada vez más gente llevaba uno de mis vestidos y aquello me alegraba. No tendría clientela concurrida, ni aglomeraciones a mi puerta. Aún menos recados importantes. Sin embargo, tenía lo suficiente para poder mantener el nivel de vida que acostumbrábamos. Para que no nos faltara nada en la vida, y ahora que nos faltaba lo más importante; el apoyo de una familia unida. Aún era más importante el mantenernos. Garantizando la mejor vida a mi madre, la que seguía ciega y enferma, tras meses atrás sufrir el ataque de aquellos cazadores. Tras invadirme unos instantes la melancolía, suspiré. Debía animarme. La partida de Isaac inminente y el estado de madre no ayudaban al cometido. Cierto. No obstante no podía martirizarme por aquello que escapaba de mi control. Debía centrarme en lo que si podía controlar. En mis diseños, en la costura. Así que con el pensamiento de estar haciendo las cosas bien o todo lo que podía hacerlo, volví mi atención en la tela que en mis manos yacía esperando ser cosida. En un futuro aquel simple retazo de tela, iba a ser un bonito vestido. Con sus lazos y complementos que yo misma había diseñado por encargo y debía ser volteado miles de veces en distintos salones de baile. Algunos se divertían más que yo, pensé mordiéndome el labio empezando con el delicado trabajo con la aguja. Siempre desde bien pequeña me había resultado sencillo toda la tarea de coser. Por ello era que mis dedos conocían a la perfección su trabajo y la forma en que debían de trabajar para no terminar lastimados. No obstante esa mañana me sentía extraña. Más pesada de lo que acostumbraba y mis dedos respondiendo a mi estado, erraron no una; sino tres veces seguidas. Un nuevo suspiro nació de mis labios y tercamente, volví a intentarlo. Se me echaba el tiempo encima y debía de tenerlo terminado en poco tiempo.

Centrada en la tarea, no me di cuenta de la presencia de la doncella, hasta que teniéndola frente a mí, me acercó una carta que recién habían traído. Dejé de lado las telas y la aguja, dejándola a buen recaudo y leí con suma curiosidad la carta. Era de un joven llamado Verhoyen, citándome en una de las habitaciones del gran hotel de París para hacerme un encargo. Desconocía la identidad del joven. Lo que si podía adivinar por la caligrafía exquisita de su letra, era la clase social de la que provenía. Y no tenía duda algún sobre que era un joven de clase alta. —Lidiane por favor trae el desayuno y las medicinas a mi madre, y cuidaos de que se lo tome. Me ausentaré quizás por toda la mañana. —Avisé levantándome del sillón en que me encontraba. — Aprovecharé para hacer diligencias en la ciudad esta mañana y seguidamente concertaré con suerte una visita con un nuevo cliente. Por lo que desconozco mi hora de llegada aproximada. — Añadí. No me gustaba dejar a mi madre y a Lidiane, quien desde pequeña serbia con nosotras sin saber mi paradero. Se preocupaban prontamente y no deseaba hacerles pasar un mal momento, de no llegar para la hora de la comida. Lidiane asintió asegurándome de recaer el estado de mi madre, llamar al médico rápidamente. Se lo agradecí y tras cambiarme, alistándome con uno de mis vestidos del color parecido al azul de mis ojos. Salí internándome en las calles de París, sujetando la bolsa con un encargo dentro. Tras unas calles, puse rumbo al norte de París. Hacia el hotel, donde casualmente no solo tenía la entrega de la prenda; Sino también la reunión con aquel nuevo cliente. El cual se me hacía desconocido y el misterio, siempre había conquistado mis pieles caninas. Que curiosas; ya querían saber de quien se trataba el dueño de la fina escritura de la misiva.

El camino se me hizo corto. Quizás fuera que acostumbrada a largos paseos, el tiempo se pasó rápido y más pronto de lo que pensé, ya me encontraba en el vestíbulo del hotel. Fue fácil pasar, ya que me conocían de otras veces que había acudido allí con mis entregas. Así que me resultó fácil dejar el vestido a buen recaudo en manos de la señorita Dianche, la joven que había acudido hacia unas semanas a mi hogar en persona para pedirme un vestido a medida. Único e irrepetible. No me costó mucho ofrecerle lo que me había pedido, y tras la sonrisa encantada de la joven, marché hacia donde se alojaba el señor Verhoyen. Encontrándome que debía llegar hacia los últimos pisos. En donde las suites de lujo del hotel. No podía negar mi nerviosismo. Era la primera vez que me citaban allí y por unos instantes temí, no estar vestida para la ocasión. Respiré hondo y al llegar ante la puerta, piqué suavemente dos veces. — ¿Monsieur Verhoyen? Soy la señorita Donovan. En respuesta a vuestra misiva acudí personalmente a verlo. ¿Se encuentra ahí? —Y tras mis palabras me quedé esperando que se me abriera la puerta y fuera invitada o echada. Ahora todo dependía del señor que sentía respirar tras la puerta.


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Mensaje por Simon Monroe Lun Sep 15, 2014 2:58 am

"Y en la profunda oscuridad permanecí largo tiempo atónito, temeroso... Soñando sueños que ningún mortal se haya atrevido a soñar jamás"
Edgar Allan Poe.


"Uno, dos, tres, cuatro."

Simon camina por el borde del agua, olas frías abrazándose a sus pies como el roce de un amante, tierno y refrescante. El arena crea un camino con cada paso que hace y la luna ilumina el sendero. Un fuego ruge en la distancia, el humo llenando su nariz y su boca, pero no le importa. El agua lo mantiene a salvo, mantiene a distancia las cosas malas y amenaza con apagar las llamas que intentan consumirle. Paz y comodidad, un beso de ensueño que le envela con calor y tranquilidad. El agua canta, desafinada pero hermosa, llamando su nombre en la distancia.

"Simon."

Es un buen nadador, podría llegar al otro lado si el océano no estuviera tan frío y oscuro. El agua lo guiaría, lo llevaría a casa. Pero el fuego crepita, impío y enmascarado, hermoso en sus piras retorcidas que alcanzan el paraíso.

"Déjalo ir, ¡oh señor!"
___________________


Los primeros rayos del sol lo despertaron de aquel sueño. Tenía suerte de tener una ventana que daba al amanecer, pues odiaba esos despertadores que habían inventado; ruidosos y molestos. A quien madruga, Dios le ayuda. Eso decía el famoso refrán que Simon se repetía como una mantra cuando le costaba levantarse por la mañana. No podía holgazanear pues una costurera vendría poco antes de la hora de la comida para tomar sus medidas.  

Aún desnudo, pues así era como dormía, caminó hasta el baño para lavarse la cara e intentar arreglar su pelo. Se puso algo de ropa cómoda, dispuesto a bajar para ir a desayunar y luego a correr. Mantenerse saludable le era necesario y como decían; el desayuno es la comida más importante del día.

Fue saludado por las dos mujeres de recepción, con cierto nerviosismo en sus voces. Simon fijó sus orbes fríos sobre ellas e hizo un movimiento leve con la cabeza para darlas de notar. No le gustaba hablar recién levantado y menos aún que le molestaran. Igualmente ya tenía esa reputación del “príncipe” de hielo y esas dos mujeres estaban caladas por sus huesos. Pasó de ellas y ambas comenzaron a chismorrear, cosa que siempre hacían y a todas horas.

Entró al comedor principal donde fue recibido con sonrisas y buenos días. Se sirvió su café y su croissant, lo habitual. Luego se sentó en una mesa solo, aunque el comedor estuviera lleno a esas horas. ¿Por qué no pide que le suban el desayuno a su habitación si prefiere estar solo? Podrían pensar algunas personas, equivocándose. No es que fuera asocial, bueno recién levantado puede que sí lo fuera, pero, le gustaba el ambiente del lugar y por eso prefería desayunar allí. Las conversaciones que se mezclaban hasta ser incomprendidas y el olor a café era algo que le inspiraba y le ayudaba a comenzar el día.  

Al acabar su desayuno; salió por la puerta principal, anduvo hasta el parque que había al lado y comenzó a estirar y calentar. Luego de esto echó a correr a paso elevado, llevando un ritmo respiratorio equilibrado durante todo el recorrido. Acabó corriendo durante una hora, unos diez kilómetros ida y vuelta, lo cual era lo normal para él pues tenía una buena capacidad cardiovascular.  

Volvió hasta el hotel y subió a su habitación rápidamente deseoso de darse un baño para quitarse el sudor que se le pegaba por todo el cuerpo. Abrió el grifo y dejó correr el agua caliente, dejando que la bañera se llenara. Se fundió en el agua caliente poco a poco mientras esta se enroscaba a su alrededor, relajando sus músculos. Se estremeció con placer cuando estuvo sumergido hasta los hombros, con su nuca relajándose sobre un cojín. Movió los dedos de sus pies y simplemente se quedó ahí tumbado, respirando profundamente y relajándose, intentando de pensar y acordarse del sueño que había tenido y que se repetía en algunas ocasiones.

Se dio cuenta que llevaba mucho tiempo en el agua cuando escuchó que alguien estaba llamando a la puerta. Alguien del servicio probablemente. Salió de la bañera y se puso su albornoz azul real. Caminó hasta la puerta aún empapado, dejando huellas y gotas en el suelo. Con intenciones de pedir que volvieran más tarde. Abrió la puerta pero, sin embargo, se encontró con una mujer hermosa de ojos verdes. Su mente se paralizó una milésima de segundos.

– Oh, usted debe de ser la señorita Donovan–dijo en cuanto su cerebro volvió a funcionar–. Lo siento, no sé si es que usted llega temprano o me quedé demasiado tiempo en la bañera–siguió molesto consigo mismo por aquella situación–. Adelante, pase, iré a ponerme algo de ropa.

La suite del hotel era un apartamento; tenía una habitación espaciosa con una cama real, un salón luminoso debido a las cristaleras y un baño que era casi tan grande como la habitación. Se dirigió al armario, tomando una camiseta blanca y unos pantalones negros. Se cambió detrás de las puertas del armario pues la suite no tenía puertas algunas a parte de la principal. Ambas prendas se le ceñían perfectamente al cuerpo, haciendo relucir su silueta y marcando sus músculos. Ya vestido, cerró las puertas del armario y salió en busca de la señorita que había invitado a pasar en su suite, mientras él estaba prácticamente desnudo debajo de un albornoz. Fijó su carismática mirada fría en ella.

– Lamento la escena anterior. Bonjour Madame Donovan–dijo con su mejor sonrisa encantadora para cortar el hielo–. ¿Le parece si empezamos con lo que ha venido?
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Mensaje por Alenna Donovan Lun Sep 15, 2014 5:39 pm

La perfección se encuentra en los pequeños detalles.
Anónimo.

Jamás me habría esperado aquello, sin embargo el ruido de las pisadas tras la puerta y del agua gotear al suelo me hizo fruncir el ceño. ¿Quizás me hubiese equivocado de habitación? Negué para mí misma y suspiré, esperando con cierto nerviosismo a que me abrieran la puerta. Sentía el aroma lujoso de una habitación para y por la realeza de distintos países. Los perfumes que embriagaban las paredes de la estancia y el aroma picante y fresco; limpio de un joven proveniente de la realeza. Los olores eran fáciles de distinguir cuando no todos podían permitirse el lujo de una tina de agua caliente, o de asearse a menudo. Eh ahí la diferencia de clases y rangos. Los privilegiados y la muchedumbre de las calles. Por suerte y providencia, pese a todas las desgracias reciente en mi familia, podía permitirme el lujo como joven de clase alta de cuidar mi higiene personal e imagen. Asearme, bañarme… algo esencial para mi trabajo y para realizar los pedidos de forma exquisita y limpia. Sin destrozos y con punzadas suaves y delicadas, como mis finas manos.

Exhalé el aire de mis pulmones, entreabriendo los labios y aún extrañada del ruido del agua caer al suelo y unas pisadas que distaban de húmedas, lo sentí al otro lado de la puerta. Se movió el pomo de la puerta y me descubrí observando a un joven vestido – si así podemos decir a su atuendo. – con un albornoz de aspecto costoso, fino y con bordes de hilos hechos en partículas de oro. Simplemente me fije en aquel detalle al haber recientemente haber tratado con aquel material para un pedido extravagante de una mayor condesa, que prefería aparentar más que conservar. Volví mis ojos a los de él y apartando la mirada avergonzada, bajándola a mis pies, le dedique una reverencia educada. A fin de cuentas era de la realeza y yo una mera plebeya. Oí sus palabras y sonreí suavemente viéndole de nuevo. — La misma,  Monsieur Verhoyen. — Asentí a sus palabras, negando en tanto sus vocablos siguieron, hasta dándome la sensación de que se molestaba consigo mismo. — Temo que sea mi culpa, acudí demasiado temprano. Debería haberos avisado con más tiempo de antelación de mi visita Monsieur. — Me disculpé asumiendo mis culpas de haber sido una imprudente. Sin duda no tenía otro nombre para definirme. Solo a mí se me ocurría acudir a una cita mucho antes de la hora acordada. Y aún más cuando el cliente era tan importante, como lo aparentaba y prometía. — Ruego vuestro perdón, si deseáis podría volver más tar…— me quedé a media sugerencia de acudir más tarde a la cita, cuando me invitó y para no contradecirle, y molestarle más asentí entrando tras una breve sonrisa dirigida al joven.

Al instante de entrar en la estancia real, me vi rodeada de lujo y de materiales de primera calidad, procurados a las mejores personas y estatus. Jamás había estado en un lugar como aquel. Normalmente acudían a mi mansión y allí tomaba las medidas pertinentes para sus pedidos. Por ello al entrar en aquel lugar, perdí de vista al joven a quien sentía por mis instintos desarrollados cerca de mi posición, y que por los ruidos y el susurro de la tela acobijándose en un cuerpo, adiviné que debía estar cambiándose y seguí fijándome en la estancia. Caminé de espaldas al joven, hacia el gran ventanal que daba a las vistas privilegiadas de la ciudad. El sol a estas horas se cernía en lo más alto del cielo, alumbrando todo con su dorado color y desde aquel lugar, pensé en como debía de ser levantarse con aquellas vistas de un amanecer glorioso o de los bellos atardeceros rojizos de París sobre las laderas y montañas, hasta que un ruido me hizo voltearme, topándome de nuevo con aquellos ojos que me habían dado la bienvenida y otorgado el paso. — No por favor… no lo lamentéis. Fue un error mío, que os prometo no repetir. No soy quien para interrumpiros en un baño. — Dije viéndole sin dejar mi sonrisa. — Habéis sido altamente servicial y educado, perdonando mi falta al dejarme entrar en vuestra habitación, sin el debido respeto del acuerdo. — Sentía todo lo que había pasado y aunque en cierto sentido, me resultó gracioso el encontrármelo de aquella forma, no podía permitirme ser maleducado o atrevida fallando en mi educación con un cliente como él. Él podía significar la muerte de mi madre, si no conseguía prontamente el dinero para sus medicinas. Las que cada vez urgían más y más en su delicado estado. — Como deseéis, para eso vine. — Le sonreí y dejando la vista de Paris a mi espalda, me acerqué prudentemente a él tomando en mis manos la bolsa que llevaba colgada y donde guardaba lo necesario para tomar medidas, y ofrecerle una idea de la tela que prefería para sus prendas.

— Debería de tomaros las medidas si no os importa antes de proceder a enseñaros las telas con las que trabajo más frecuentemente. Todo y que puedo adaptarme a vuestros deseos, consiguiendo cualquier cosa. Hilos bañador en oro, bordados italianos, seda extranjera… — Comuniqué esperando así poder hacerme una idea de que era lo que deseaba, mientras sacaba la cinta métrica de la bolsa. — ¿Tiene alguna prenda en mente, Monsieur? —Pregunté por lo que deseaba encargarme. Me quedé a unos pasos de él, observándole a los ojos, todo y que mis ojos algunas veces discretamente se fueron a su cuerpo, midiendo a ojo. Haciéndome una vaga idea de las medidas a esperar. —Debo anunciarle que quizás necesite que os quitéis la camisa. De desear la prenda a medida, debo tener un escaso error de unos pocos centímetros en la confección, por lo que frecuento tomar así las medidas de las chaquetas. — le sonreí y esperé a su permiso. — Si no os resulta molestia, Monsieur. —Y de nuevo aquel leve sonrojo que acudía a mis mejillas. Sin duda alguna una joven no debía de andar pidiendo que un joven descubriera su torso y en otras circunstancias, esa habría sido faena de mi madre. Una joven respetada, mayor y viuda. No obstante, al ahora llevar yo el pequeño taller debía de asumir yo esos deberes y aunque lo hacía todo con una profesionalidad envidiable, no podía dejar de ser una educada joven desde mi  más tierna niñez.


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