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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Alenna Donovan Mar Ago 04, 2015 12:44 pm

La vida es el arte del encuentro.
Refrán. — Anónimo.


Como cada mañana me encontraba sentada frente a la gran ventana del salón principal. Desde allí observaba los caminantes pasar por la calle. Una sonrisa se extendió por mis labios al ver uno de mis diseños puestos en una dama, a quien no logré ver el rostro, ni reconocer. Cada vez más gente llevaba uno de mis vestidos y aquello me alegraba. No tendría clientela concurrida, ni aglomeraciones a mi puerta. Aún menos recados importantes. Sin embargo, tenía lo suficiente para poder mantener el nivel de vida que acostumbrábamos. Para que no nos faltara nada en la vida, y ahora que nos faltaba lo más importante; el apoyo de una familia unida. Aún era más importante el mantenernos. Garantizando la mejor vida a mi madre, la que seguía ciega y enferma, tras meses atrás sufrir el ataque de aquellos cazadores. Tras invadirme unos instantes la melancolía, suspiré. Debía animarme. La partida de Isaac inminente y el estado de madre no ayudaban al cometido. Cierto. No obstante no podía martirizarme por aquello que escapaba de mi control. Debía centrarme en lo que si podía controlar. En mis diseños, en la costura. Así que con el pensamiento de estar haciendo las cosas bien o todo lo que podía hacerlo, volví mi atención en la tela que en mis manos yacía esperando ser cosida. En un futuro aquel simple retazo de tela, iba a ser un bonito vestido. Con sus lazos y complementos que yo misma había diseñado por encargo y debía ser volteado miles de veces en distintos salones de baile. Algunos se divertían más que yo, pensé mordiéndome el labio empezando con el delicado trabajo con la aguja. Siempre desde bien pequeña me había resultado sencillo toda la tarea de coser. Por ello era que mis dedos conocían a la perfección su trabajo y la forma en que debían de trabajar para no terminar lastimados. No obstante esa mañana me sentía extraña. Más pesada de lo que acostumbraba y mis dedos respondiendo a mi estado, erraron no una; sino tres veces seguidas. Un nuevo suspiro nació de mis labios y tercamente, volví a intentarlo. Se me echaba el tiempo encima y debía de tenerlo terminado en poco tiempo.

Centrada en la tarea, no me di cuenta de la presencia de la doncella, hasta que teniéndola frente a mí, me acercó una carta que recién habían traído. Dejé de lado las telas y la aguja, dejándola a buen recaudo y leí con suma curiosidad la carta. Era de un joven que me citaba en una de las habitaciones del gran hotel de París para hacerme un encargo. Desconocía la identidad del joven. Lo que si podía adivinar por la caligrafía exquisita de su letra, era la clase social de la que provenía. Y no tenía duda algún sobre que era un joven de clase alta. —Lidiane por favor trae el desayuno y las medicinas a mi madre, y cuidaos de que se lo tome. Me ausentaré quizás por toda la mañana. —Avisé levantándome del sillón en que me encontraba. — Aprovecharé para hacer diligencias en la ciudad esta mañana y seguidamente concertaré con suerte una visita con un nuevo cliente. Por lo que desconozco mi hora de llegada aproximada. — Añadí. No me gustaba dejar a mi madre y a Lidiane, quien desde pequeña serbia con nosotras sin saber mi paradero. Se preocupaban prontamente y no deseaba hacerles pasar un mal momento, de no llegar para la hora de la comida. Lidiane asintió asegurándome de recaer el estado de mi madre, llamar al médico rápidamente. Se lo agradecí y tras cambiarme, alistándome con uno de mis vestidos del color parecido al azul de mis ojos. Salí internándome en las calles de París, sujetando la bolsa con un encargo dentro. Tras unas calles, puse rumbo al norte de París. Hacia el hotel, donde casualmente no solo tenía la entrega de la prenda; Sino también la reunión con aquel nuevo cliente. El cual se me hacía desconocido y el misterio, siempre había conquistado mis pieles caninas. Que curiosas; ya querían saber de quien se trataba el dueño de la fina escritura de la misiva.

El camino se me hizo corto. Quizás fuera que acostumbrada a largos paseos, el tiempo se pasó rápido y más pronto de lo que pensé, ya me encontraba en el vestíbulo del hotel. Fue fácil pasar, ya que me conocían de otras veces que había acudido allí con mis entregas. Así que me resultó fácil dejar el vestido a buen recaudo en manos de la señorita Dianche, la joven que había acudido hacia unas semanas a mi hogar en persona para pedirme un vestido a medida. Único e irrepetible. No me costó mucho ofrecerle lo que me había pedido, y tras la sonrisa encantada de la joven, marché hacia donde se alojaba el señor. Encontrándome que debía llegar hacia los últimos pisos del hotel, siendo aquel lugar en donde residían las suites de lujo del hotel. No podía negar mi nerviosismo. Era la primera vez que me citaban allí y por unos instantes temí, no estar vestida para la ocasión. Respiré hondo y al llegar ante la puerta, piqué suavemente dos veces.

— ¿Monsieur? Soy la señorita Donovan. En respuesta a vuestra misiva acudí personalmente a verlo. ¿Se encuentra ahí? —Y tras mis palabras me quedé esperando que se me abriera la puerta y fuera invitada o echada. Ahora todo dependía del señor que sentía respirar tras la puerta.


Última edición por Alenna Donovan el Lun Oct 19, 2015 2:36 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Leto Radamanto Jue Sep 24, 2015 5:26 pm

Leto comenzaba a tener el control de sí, la sabiduría de Gaia por fin llegaba a él y con ésta; decisiones que preocuparon a los líderes de la Orden. Leto se comportaba distinto, seguía sin cuestionar las ordenes pero ya se debatía moralmente por lo correcto y lo bueno; entre el fanatismo y el orden social. Abreviando la situación, Leto era un condenado peligroso, su mente se estaba abriendo más de lo que tenía que ser. Existía un sólo remedio para evitar un desafortunado problema para la Inquisición, la muerte. Y Leto fue sentenciado, no sin antes aprovecharlo.

Algunos inquisidores de París estaban en modo pasivo, un incentivo era necesario. Además, para fortuna de la Orden los Donovan habían sido descubiertos. Leto encararía su conflicto moral, ya no mataba y se llevaba el cadáver, ahora conversaba y aquella mujer a la que estaba destinado a matar lo llevaría a una charla que terminaría por una luna llena en lo más alto de París, un licántropo en una habitación del Hotel des Arenes, una cambiante y una legión de inquisidores alertas al cuadro creado para la muerte de uno de los más fieles de la iglesia.

Así es como Leto, al escuchar la voz de su víctima se recargó en la puerta para imaginar como era. Sabia que era una cambiante canina, con una edad aproximada de 40 años reales en estimación a sus aparentes 20, el informe subrayaba la facultad de transformarse en Collie Rough comúnmente, aunque de verse amenazada en una lobo blanco, Alenna Donavan. Leto abrió la puerta extendiendo su mano en gesto de dejarla pasar. —Bienvenida, pase por favor —cerró la puerta y la siguió hasta el lobby de la suite—. Usted debe de ser la señorita Donovan.
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Mensaje por Alenna Donovan Lun Oct 19, 2015 2:35 pm

Era fácil estar nerviosa en un lugar como aquel. Volvería a repetirlo mil veces más y no dejaría de ser verdad. Podría estar acostumbrada a visitar a los clientes importantes directamente en sus mansiones o en sus negocios. Muchos eran de los importantes, en los últimos meses el trabajo había ido cuesta arriba, habíamos remontado los malos resultados de los primeros años en que era difícil hacerse con clientes fieles al diseño, pero ahora ya lo teníamos y a pesar de ello, y por más ricos que estos fueran, las suites de lujo del Hotel Des Arenes debían de ser una maravilla. El suelo lustrado y brillante, parecía no poder ensuciarse y si así era, debían de tener un solo sirviente ocupado en limpiar a consciencia esos suelos. Las puertas enmarcadas en una muy fina madera, estaba esculpida en un relieve único e incluso, el pomo de la  puerta que parecía ser de oro, bien parecía ser un diseño hecho por y para alguno de los grandes reyes del mundo. Quizás alguno que sin saber qué hacer con esas piezas las entregase en pago o como regalo, al hotel cuya visita habría gestionado en su alojamiento. Aún en mi mente resonaban a causa de mi nerviosismo, el sonido del picaporte al picar la puerta dos veces. Intentaba aparentar serenidad y seguramente lo conseguía pero mi corazón latía apresurado sin saber por qué. Sentí en un momento dado tras mi llamada, la respiración más fuerte detrás la puerta y unos pasos que irremediablemente eran el signo de que en breves me abrirían y quizás entonces, pudiese respirar.

Al abrir, sin embargo, lo que me encontré de frente no fue lo esperado. Habría esperado un señor mayor, quizás alguna señora, ya que eran estas últimas las más abundantes entre mi clientela, pero jamás un hombre joven en apariencia. Le miré y sonreí antes de dedicarle una breve y sutil reverencia y pasar por su lado, entrando en la suite. Susurré un “gracias” al entrar y pasé rápidamente por su lado, apenas rozándole. Al entrar, por unos segundos pareció que todo cuanto se encontraba en aquella habitación llamaba mi atención. La decoración era toda luminosa, había color por doquier y al llegar al salón, unos gigantescos y muy caros cuadros adornaban la pared. En otras circunstancias me habría dado una vuelta y lo habría contemplado todo, y cada uno de esos detalles, no obstante, el tiempo apremiaba y además un curioso olor y una sensación, me tenían aturdida. No me había topado anteriormente con muchos licántropos en los últimos años, pero a pesar de ese pequeño detalle, el aroma; el perfume de un licántropo, podía diferenciarlo fácilmente. Y en sus ojos al verle fijamente, lo había sentido. Yo no era la única loba en esa sala, aunque si parecía ser que si era la única que podría convertirse a consciencia en una de ellas, en ese momento.

Sí, la señorita Donovan, Alenna Donovan. — Le contesté presentándome al tiempo que dejaba de darle la espalda y me volteaba para verle. Enseguida mis ojos azules toparon con los suyos, sentí esa sensación de encontrarme ante un ser sobrenatural, muy parecido y distinto a mí. Ambos éramos unos lobos, aunque con alguna pequeña diferencia. —Normalmente acudiría mi madre, la señora Donovan, pero por causas eventuales el negocio ha pasado a mis manos y de alllí viene el motivo por el que mucho de mis clientes se asombran al verme a mí, y no a ella. —Añadí. Sí, me encontraba nerviosa y es que sus ojos no dejaban de mirarme. ¿Era aquella la mirada del lobo feroz mirando a la oveja de su desayuno? Yo como buena cambiante moría de curiosidad y en mi psique mi parte loba atendía con las orejas en alto, alerta de cualquier movimiento del lobo y su intensa mirada.  —Me alegro que usted sea la diferencia de toda esa gente y haya tenido la bondad de no haceros el sorprendido. — Le sonreí y examinando su tosco y duro cuerpo, uno que parecía haber trabajado y del que intenté no fijarme mucho a pesar de las intenciones de mi loba de hacer todo lo contrario, intenté hacerme a la idea de la forma de su cuerpo, para así poder saber que tipos de telas y medidas le irína mejor. Me mordí el labio inferior y subiendo inmediatamente la mirada de nuevo a sus ojos, tras aquel breve desviamiento de mi mirada sobre su cuerpo, le miré fijamente. A ese paso, él ya habría descubierto mi naturaleza y seguramente, supiera que yo la de él también.

¿Qué deseáis de mí, mi señor? — Terminé por preguntar, esperando para saber cuál era el motivo de mi visita a ese tan costoso y fino lugar. Y de paso que aquel lobo me dijera su nombre. Necesitaba saberlo.
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