...Sueños...

Una suave brisa ablandaba la suave ventana de la iglesia de Madrid, una de las tantas que profetizaban la fe católica, esta fe que había dominado al mundo, desde la muerte por crucificación que había asesinado  a su profeta, la verdad que no entendía por que la gente alababa tanto a Cristo en esta fe, lo único que hiso fue repartir el mensaje, como lo hicieron muchos otros. En esa mañana Madrid estaba precioso. No había mejor cosa que esa ciudad, aun recordaba Nach como habían partido aquel domingo a las ocho de la madrugada, cuando los primeros rayos de sol arreciaban el cielo, abriéndose paso entre las nubes y el imponente océano atlántico. Esa era una mañana soleada, una de las más bellas que había visto ese año en Madrid. Era un jueves primaveral.
-Madre ¿Por qué debo ir a la iglesia? Siempre me aburro, tengo sueño y el cura nunca habla de nada interesante
-Te lo explicare cuando seas grande.
Esa era la frase utilizada por su madre cada vez que le preguntaba algo acerca de la religión. Nach solo tenía ocho años. Pero no era un niño normal de ocho años, no, si no que era superdotado, mas allá de su edad, veía muchas cosas que pasaban en ese podrido mundo. Las religiones se peleaban, aunque eran todas hermanas, eso lo sabe todo el mundo, cada religión es exactamente lo mismo pero con pequeñas diferencias, quien hubiera pensado que el comer o el no comer cerdo hubiera llevado a la exterminación casi total de una religión. Y allí tenia que ir todos los domingos, completamente todos los domingos a las ocho de la mañana, para que un viejo que tenia menos visión que el le relatara mentiras al oído.
Otra cosa que odiaba de la iglesia, la religión y las personas que la habitaban (Por ejemplo, su familia) Era que nadie se pregunta el “porque” y, nadie interpretaba individualmente la biblia, no, sino que lo leían textualmente. Seguramente ese viejo que estaba parado allí, enfrente de él pensaba que Adán y Eva habían comido una manzana de verdad, en vez de abrir la cabeza a otras interpretaciones, aunque claro, eso más que nada era la iglesia católica Española, terca.
Al terminar la misa, un cura un tanto mas joven que el que estaba parado reatando cosas a los oídos de Nach, estaba pasando una palangana de dinero, en donde las personas depositaban hasta a sus hijos, para que ellos sigan engordando como los cerdos que eran, porque no eran nada menos que eso, cerdos asquerosos.
Por fin había terminado esa tortura, ahora, a esperar hasta una semana más para ir a oler la misma mierda que había olido ese día.
Al salir de la iglesia con su madre y su padre, estos lo abrazaron, y rezaron con el. Le rezaron a un santo ¿Pedro? ¿Tomas? No lo recordaba con precisión, aunque ese era uno de los días que mejor retuvo su memoria, puesto a que al llegar a a su casa por primera vez en el día, se saco esa maldita vestimenta que le hacían llevar a la iglesia, se puso ropas menos incomodas, saludo a su buena madre, y salió a la calle. En la puerta, lo estaba esperando uno de sus mejores amigos de la infancia, por no decir el mejor. Ese día lo recordaba tan bien por lo que vendría a continuación, había sido el día en el que su mejor amigo le había enseñado el secreto para no pasar mas hambre, para seguir sobreviviendo, para poder vivir un día mas, el y sus seres querido, aunque ese era un riesgo enorme, que debía tomar Nach. Pero si se trataba de ayudar a su familia, a Nach no le importaba nada. Tan solo quería ayudarlos a vivir más. Ayudar a su padre era imposible, su padre siempre decía que no iba a dejar que su hijo trabajara hasta que tuviera la mayoría de edad, lo que tenia que hacer en ese momento era jugar y divertirse. Pero no se podía vivir de diversión, ni de juegos, ni de amor. Lo que debía hacer era poner una ternera en su boca, tan solo eso, y había tantos que tenían tanto…
En el norte de Madrid, se encontraban los pueblos de la gente rica, sus casas llegaban hasta las nubes y más alla, no se podía ver la punta de los lujosos apartamentos, hechos para soportar hasta la embestida de un elefante, mientras que su casa se derrumbaba por el simple paso del tiempo. Retomando al tema de su amigo, ese fue el día que robo por primera vez.
Era un niño jovial, inteligente, rápido, todo lo que tenía que tener un buen ladrón. Su amigo lo llevo hasta un callejón, entrada entre las calles de la gente con dinero, conectando a los barrios bajos de Madrid. Al llegar allí, saco un cuchillo y exclamo
-¿Acaso viste alguna vez una mayor preciosidad a la de este cuchillo?
-Si, muchísimas veces
Exclamo Nach, entre risas, y rieron juntos. Pero no todo fue color de rosas. Al pasar la primera dama revestida en ceda que vieron, su amigo le apunto con el arma. La damisela prácticamente lo noto, la verdad que su amigo era poco inteligente. Así que Nach actuó rápido, tomo el cuchillo y corto el pliegue del bolso de la mujer. Lo que paso luego fue obvio, Nach tomo el bolso y salió corriendo como un rayo, no pensó en nada más que correr, y correr, con esa adrenalina que tenia en sus venas. En ese momento recordó como avanzaba la ciencia, la adrenalina, la adrenalina era una de las mejores sensaciones que podía sentir el ser humano.  Probablemente, los científicos idearían una inyección cargada de adrenalina, la cual los deportistas y los soldados se la inyectaran en las venas, y nadie los podrá parar, serán como maquinitas de matar. Pero, volviendo al tema del robo, fue todo un éxito. Al llegar a los barrios pobres de Madrid, completamente sudados gracias al sol exhibido que había esa tarde, sumado a las corridas que tuvieron que hacer entre Nach y su amigo, al llegar a unas cuadras cerca de su barrio, se sentaron en el banco d una plaza y sacaron el bolso, vieron su contenido, y allí se encontraban un par de cartas, documentos sin importancia y unos pocos billetes. ¡Si! ¡Billetes! ¡El premio mayor! Solo se necesitaba un poco de suerte, y instinto matador, al menos eso parecía, esa era la respuesta para cuidar cualquier enfermedad y malestar del ser humano

“Adrenalina”