AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Primer quiebre (+18 | Astor Gray)
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Primer quiebre (+18 | Astor Gray)
"Dibujé el itinerario hacia mi lugar al viento. Los que llegan no me encuentran. Los que espero no existen."
La carta llegó a las nueve de la mañana y traía el sello de Italia y el nombre de Anna Castiglione en la parte frontal del sobre. Como siempre, era su madre quien escribía, aunque esta vez lo hizo con más prontitud que de costumbre:
“Italia, 06 de septiembre
Querida hija, he tardado horas y horas escribiendo una carta para ti y siento que la he escrito mil veces y mil veces las he desechado. Tu padre me ha observado durante todo ese tiempo y al final me convenció que lo mejor era decirte todo sin adornar las palabras, sin sutilezas para alguien a quien criamos tan fuerte.
Los preparativos para tu boda con Luciano marchaban perfecto y con un mes de anticipación para las nupcias ya teníamos todo preparado en las dos familias. Supongo que venías preparando también tu viaje de regreso, pero quiero que lo detengas. Antes que nada te pido que leas la carta completa antes de tomar cualquier decisión o permitir que cualquier emoción te domine. Y no puedo mentirte, ya a estas alturas debes saber que son malas noticias.
Esto es complicado de decir a través de una carta, pero sabes bien por qué no puedo ir a verte ahora, sin embargo sé la clase de mujer que criamos en casa para tener claro que sabrás como tomar lo siguiente. Gianna, Luciano ha muerto y no a manos de quienes puedes imaginar. Su deceso se dio porque tenía una aventura con la mujer equivocada, con quien nunca debió meterse y quien más allá de desviarlo de su promesa para ti, lo llevó a la muerte. Es algo complicado, pero en casa consideramos que lo mejor es que no regreses por un tiempo hasta que tu mente lo asimile y tu corazón lo supere. Hubiera preferido que fuera sólo la decepción pero el destino juega malas pasadas y eso lo tenemos bien claro.
Por ahora no puedo decirte demasiado porque este medio no es suficiente. Prometo que iré a verte pronto en tanto me otorguen el permiso que solicito. En la iglesia entenderán. Sabes que te amamos, cariño, y sabemos que esto no será piedra de tropiezo para ti, aunque duela. Quédate en casa, hemos solicitado para ti un par de días y los han concedido, así que no tienes que preocuparte por avisar en Francia sobre lo sucedido. Lamento el atrevimiento cuando sé que eres tan independiente, pero lo consideramos necesario. Te han concedido quince días para tomártelos sin preocupaciones.
Con todo nuestro amor,
Phillip & Anna Castiglione”
Gianna quedó pasmada y la carta se le deslizó de los dedos como si se tratara de agua. Cayó al suelo y con ella cualquier sueño que hasta ahora tuviera la inquisidora. ¿Cómo era posible? Apenas había estado un mes lejos de su prometido y ya había pasado algo como eso. ¿Hace cuánto tiempo venía tomándola como una tonta? Deseó que estuviera vivo tan sólo para preguntarle, pero no, esa no era ella. La italiana jamás recriminaba y de haber sobrevivido Luciano, ella se habría alejado de él en el más absoluto silencio.
Sin embargo el corazón le palpitaba a toda velocidad, el nudo en la garganta le producía una terrible sensación de asfixia y el pulso le falló cuando se llevó las manos a la cara. No quería llorar, no iba a permitírselo, no admitiría una fragilidad que le destrozara los nervios y le hiciera dudar hasta de sí misma.
A la mente vinieron los recuerdos, agolpándose inmisericordes y el hecho de saberse en un tiempo espía y haber pasado por alto algo como eso le remordía la conciencia. Sin embargo ella jamás siguió a quien iba a ser su esposo, no dudó de él y respetó su privacidad como esperaba le fuera respetada la suya, pero aún así, todo eso era como una bofetada al ingenuo, un repentino cubetado de agua helada para un soñador.
La inquisidora se dejó caer sobre la cama mirando hacia el techo, buscando en los diseños explicaciones que no encontraría y sin darse cuenta pasaron unos tres días en que hacía todo por inercia. Sus baños tardaban más de una hora y salía de la bañera cuando ya el agua se ponía demasiado helada y la piel lucía deshidratada y como la de una anciana. Y en el fondo así se sentía, nada podía representar mejor su estado emocional. Sus comidas eran pobres, basadas en cualquier ensalada que la mantuviera viva mientras lo asimilaba todo. No volvió a rezar, la biblia que revisaba por las noches empezaba a llenarse de polvo y las dudas la invadían más y más.
Luciano era mayor que ella por siete años y desde siempre fue visto como un ejemplo a seguir en la inquisición. No faltaba nunca a las ceremonias religiosas, se veía colaborador en cada servicio requerido y era letal cuando sus habilidades como inquisidor eran requeridas. Pero al final era un hipócrita, un falso lobo en piel de la más reluciente oveja. Todo era mentira, él, sus palabras, su integridad… ¿De qué servía entonces decir que servían a un Dios en el que no reparaban? Las respuestas no se sabían pero la ausencia sí que le carcomía el alma completa. ¿Para qué le había servido guardarse? Aquello empezaba a sonar estúpido y entonces ella tuvo claro algo: No habría jamás un matrimonio, ni promesas en las que creer. Sería lo que le viniera en gana, en silencio, como hacían todos. No habría honor que mancillar porque no podía perder más nada, aparte de la absurda ingenuidad en cuerpo de asesina.
Era entonces el cuarto día y en todo el tiempo no había emitido ni una sola palabra. El luto lo llevaba adentro y el frío la abrazaba a las malas como si ella lo obligara a volverla dura. No podía hacer más. Cuando sintió ganas de llorar de nuevo lo contuvo otra vez y caminó por la casa buscando que los pasos se llevaran las lágrimas que no permitía salir. Hubiera bebido de tener algo de alcohol en casa, pero no estaba de ánimo para salir a ningún lugar y no habían opciones disponibles puesto que jamás bebía. La italiana preparó un té que prefirió amargo en su masoquismo y de nuevo volvió a la cama, a asimilar de nuevo que su fe se perdía y que, aunque intentara negarselo, la caída de muchas cosas lucía ya inevitable.
“Italia, 06 de septiembre
Querida hija, he tardado horas y horas escribiendo una carta para ti y siento que la he escrito mil veces y mil veces las he desechado. Tu padre me ha observado durante todo ese tiempo y al final me convenció que lo mejor era decirte todo sin adornar las palabras, sin sutilezas para alguien a quien criamos tan fuerte.
Los preparativos para tu boda con Luciano marchaban perfecto y con un mes de anticipación para las nupcias ya teníamos todo preparado en las dos familias. Supongo que venías preparando también tu viaje de regreso, pero quiero que lo detengas. Antes que nada te pido que leas la carta completa antes de tomar cualquier decisión o permitir que cualquier emoción te domine. Y no puedo mentirte, ya a estas alturas debes saber que son malas noticias.
Esto es complicado de decir a través de una carta, pero sabes bien por qué no puedo ir a verte ahora, sin embargo sé la clase de mujer que criamos en casa para tener claro que sabrás como tomar lo siguiente. Gianna, Luciano ha muerto y no a manos de quienes puedes imaginar. Su deceso se dio porque tenía una aventura con la mujer equivocada, con quien nunca debió meterse y quien más allá de desviarlo de su promesa para ti, lo llevó a la muerte. Es algo complicado, pero en casa consideramos que lo mejor es que no regreses por un tiempo hasta que tu mente lo asimile y tu corazón lo supere. Hubiera preferido que fuera sólo la decepción pero el destino juega malas pasadas y eso lo tenemos bien claro.
Por ahora no puedo decirte demasiado porque este medio no es suficiente. Prometo que iré a verte pronto en tanto me otorguen el permiso que solicito. En la iglesia entenderán. Sabes que te amamos, cariño, y sabemos que esto no será piedra de tropiezo para ti, aunque duela. Quédate en casa, hemos solicitado para ti un par de días y los han concedido, así que no tienes que preocuparte por avisar en Francia sobre lo sucedido. Lamento el atrevimiento cuando sé que eres tan independiente, pero lo consideramos necesario. Te han concedido quince días para tomártelos sin preocupaciones.
Con todo nuestro amor,
Phillip & Anna Castiglione”
Gianna quedó pasmada y la carta se le deslizó de los dedos como si se tratara de agua. Cayó al suelo y con ella cualquier sueño que hasta ahora tuviera la inquisidora. ¿Cómo era posible? Apenas había estado un mes lejos de su prometido y ya había pasado algo como eso. ¿Hace cuánto tiempo venía tomándola como una tonta? Deseó que estuviera vivo tan sólo para preguntarle, pero no, esa no era ella. La italiana jamás recriminaba y de haber sobrevivido Luciano, ella se habría alejado de él en el más absoluto silencio.
Sin embargo el corazón le palpitaba a toda velocidad, el nudo en la garganta le producía una terrible sensación de asfixia y el pulso le falló cuando se llevó las manos a la cara. No quería llorar, no iba a permitírselo, no admitiría una fragilidad que le destrozara los nervios y le hiciera dudar hasta de sí misma.
A la mente vinieron los recuerdos, agolpándose inmisericordes y el hecho de saberse en un tiempo espía y haber pasado por alto algo como eso le remordía la conciencia. Sin embargo ella jamás siguió a quien iba a ser su esposo, no dudó de él y respetó su privacidad como esperaba le fuera respetada la suya, pero aún así, todo eso era como una bofetada al ingenuo, un repentino cubetado de agua helada para un soñador.
La inquisidora se dejó caer sobre la cama mirando hacia el techo, buscando en los diseños explicaciones que no encontraría y sin darse cuenta pasaron unos tres días en que hacía todo por inercia. Sus baños tardaban más de una hora y salía de la bañera cuando ya el agua se ponía demasiado helada y la piel lucía deshidratada y como la de una anciana. Y en el fondo así se sentía, nada podía representar mejor su estado emocional. Sus comidas eran pobres, basadas en cualquier ensalada que la mantuviera viva mientras lo asimilaba todo. No volvió a rezar, la biblia que revisaba por las noches empezaba a llenarse de polvo y las dudas la invadían más y más.
Luciano era mayor que ella por siete años y desde siempre fue visto como un ejemplo a seguir en la inquisición. No faltaba nunca a las ceremonias religiosas, se veía colaborador en cada servicio requerido y era letal cuando sus habilidades como inquisidor eran requeridas. Pero al final era un hipócrita, un falso lobo en piel de la más reluciente oveja. Todo era mentira, él, sus palabras, su integridad… ¿De qué servía entonces decir que servían a un Dios en el que no reparaban? Las respuestas no se sabían pero la ausencia sí que le carcomía el alma completa. ¿Para qué le había servido guardarse? Aquello empezaba a sonar estúpido y entonces ella tuvo claro algo: No habría jamás un matrimonio, ni promesas en las que creer. Sería lo que le viniera en gana, en silencio, como hacían todos. No habría honor que mancillar porque no podía perder más nada, aparte de la absurda ingenuidad en cuerpo de asesina.
Era entonces el cuarto día y en todo el tiempo no había emitido ni una sola palabra. El luto lo llevaba adentro y el frío la abrazaba a las malas como si ella lo obligara a volverla dura. No podía hacer más. Cuando sintió ganas de llorar de nuevo lo contuvo otra vez y caminó por la casa buscando que los pasos se llevaran las lágrimas que no permitía salir. Hubiera bebido de tener algo de alcohol en casa, pero no estaba de ánimo para salir a ningún lugar y no habían opciones disponibles puesto que jamás bebía. La italiana preparó un té que prefirió amargo en su masoquismo y de nuevo volvió a la cama, a asimilar de nuevo que su fe se perdía y que, aunque intentara negarselo, la caída de muchas cosas lucía ya inevitable.
Gianna Castiglione- Condenado/Licántropo/Clase Alta
- Mensajes : 104
Fecha de inscripción : 15/04/2014
Re: Primer quiebre (+18 | Astor Gray)
Si deseas saborear tu virtud, peca de vez en cuando.
Hugo Ojetti
Ya llevaba un tiempo considerable sin saber nada de su nueva inquisidora favorita. Gianna Castiglione, aquella italiana que llegara transferida y que fuera la que le sacara de los pensamientos a Corinne. No le sorprendía no ver a la inquisidora, después de todo se las vio mal en varias circunstancias. Al regresar a su hogar encontró sus establos reducidos a cenizas y a la licántropo con quien pensó casarse por ningún sitio, únicamente el anillo que le diera para el compromiso era lo que había permanecido en la residencia de Astor Gray. Intuyo por la falta de explicaciones y la manera en la que todos le miraban cerca de su hogar que Corinne se había cansado y la realidad era que no podía culparle de eso; por esos entonces hasta él estaba cansado de si mismo y de tener que pasar tiempo sumido en sus propios pensamientos. En algún momento pensó en ir en busca de aquella que era su prometida, pero las ideas de ir tras ella cedieron al darse cuenta de que estaría bien, de que ella había decidido dejarle y lo mejor era aceptar la situación, aguardar porque estuviera a salvo siempre y seguir con la vida como si nunca la hubiera encontrado una noche de luna llena en las colinas. Por momentos no quería verla más, únicamente buscaba una explicación a su abandono. No planeaba llevarla de regreso, pero consideraba que una explicación sería necesaria. Pese a todo lo que pensara, dejo el asunto tal y como estaba; se deshizo del anillo que permanecía en su hogar y volvió a sus andanzas.
En los momentos donde no quería saber nada de la vida, lo que lograba darle algo de estabilidad a su vida era justo a lo que se dedicaba diariamente, la caza de sobrenaturales. Astor decidía que lo mejor era simplemente centrarse en lo suyo, no prestar atención a nada fuera de los deberes que tenía para con la inquisición e incluso dejo de tener las sesiones semanales de entrenamiento para Ángel. Su hija adoptiva era un fastidio y ya se imaginaba lo que le diría al verle más frío y desinteresado que de costumbre. Tampoco se preocupaba realmente por su hija, le daba igual lo que sucediera con ella y ese era un sentimiento mutuo que aunque incomprensible, era lo que les mantenía unidos. Vio a aquella inquisidora tan parecida a su madre por las misiones pero no le dirigió palabra alguna, también había visto a Gianna por algunas, pero en ningún momento volvió a tener contacto con ella; Astor dejo de ver todo a su alrededor. Hasta sus compañeros usuales de misiones se habían apartado un poco de él debido a lo agresivo que estaba por aquellos días. El siempre frío licántropo había recibido quizás demasiado en tan poco tiempo o era probable que estuviera enfadado por algo que ni siquiera él se percataba; los motivos podían ser muchos y aún así la única realidad era su insoportable manera de estar por aquellos tiempos.
Para cuando las cosas volvían a su cauce y su estado anímico regresaba a ser el usual, fue cuando se percato de la ausencia de Gianna. En otras circunstancias, la desaparición de la italiana no le hubiera resultado invisible y apenas se daba cuenta de eso, fue que se dio a una nueva misión para si mismo; saber que era de ella y el por qué de su ausencia.
Gray debió pasar 2 días cerca de los inquisidores espías, preguntando y molestando para que al final llegaran con la información esperada, obtenida de manera ilícita claro de los mandos más altos. Las notas que llegaron a sus manos de parte de aquel grupo de inquisidores era que Gianna estaba de descanso, cosa extraña ya que a los servidores de la inquisición no se les daba esa clase de cosas a menos que fuera absolutamente necesario; los motivos de esa ausencia no eran exactos, únicamente se sabía que la petición había llegado desde Italia, de parte de la familia Castiglione. Anexo a todo aquello venía una dirección, la cual supuso era la residencia donde se encontraba Gianna en su estancia en París. El licántropo creía que añadir esa clase de información era innecesario, pues si la petición llegaba desde Italia, lo más seguro desde su punto de vista era que Castiglione se encontrara reunida con toda la familia.
Después de recibir aquella información, su mente se rehuso en pensar en algo que no fuera Ginna, su manera tan ruda de tratarlo y lo hermosa que era. Reía de si mismo y de la manera en la que estaba terminando todo; abandonado por una mujer todo por estar enfocado en una que ahora no se encontraba más cerca y que de hecho, debía estar agradecida también de no tenerle más tiempo cerca. Con todo y eso, aunando la creencia de que ella no se encontraría en su hogar, salió de la inquisición por la noche, después de entregar algunos reportes sobre misiones anteriores y dirigió sus pasos en dirección al hogar de la italiana.
La idea de ir y el acto en si le parecían una reverenda estupidez, pero por motivos que ni el mismo alcanzaba aún a comprender iría hasta aquel lugar, únicamente para cerciorares de la ausencia de Gianna y después regresar a la inquisición. El hogar de Gray estaba después de todo un poco más lejos del centro de París, era de hecho un pueblecito cercano donde las cosas eran mucho más tranquilas y nadie le molestaba cuando estaba de descanso, pero ya no quería estar más por allá, prefería mantenerse al pie del cañón por si algo sucedía. Andaba entre las casas, buscando la dirección indicada cuando dio con lo que buscaba y una sonrisa se le extendió por el rostro. No estaba feliz de haber encontrado la casa sino de percatarse que el olor de la inquisidora lo podía detectar aún a la perfección, cosa que no se podría hacer si ella no se encontrara en la casa. Llevado entonces por los meros impulsos que solían caracterizarle fue que se acercó tanto a la residencia como para tocar la puerta y esperar a que alguien abriera, ya fuera algún mayordomo o la misma Castiglione. Gray no conocía casi nada de ella, pero aquel era la oportunidad de perfecta de mostrarse como un buen compañero, no solo el bruto que se rumoraba era y que en realidad si era. La realidad era, que el interés le guiaba y la curiosidad le carcomía, así como las ganas de volver a ver a la bella mujer que era Gianna.
Solo cuando la puerta se abrió, Astor sintió que ya estaba ganando algo. Fuera quien fuera la persona que abriera, estaba más cerca de su objetivo desde su punto de vista.
Hugo Ojetti
Ya llevaba un tiempo considerable sin saber nada de su nueva inquisidora favorita. Gianna Castiglione, aquella italiana que llegara transferida y que fuera la que le sacara de los pensamientos a Corinne. No le sorprendía no ver a la inquisidora, después de todo se las vio mal en varias circunstancias. Al regresar a su hogar encontró sus establos reducidos a cenizas y a la licántropo con quien pensó casarse por ningún sitio, únicamente el anillo que le diera para el compromiso era lo que había permanecido en la residencia de Astor Gray. Intuyo por la falta de explicaciones y la manera en la que todos le miraban cerca de su hogar que Corinne se había cansado y la realidad era que no podía culparle de eso; por esos entonces hasta él estaba cansado de si mismo y de tener que pasar tiempo sumido en sus propios pensamientos. En algún momento pensó en ir en busca de aquella que era su prometida, pero las ideas de ir tras ella cedieron al darse cuenta de que estaría bien, de que ella había decidido dejarle y lo mejor era aceptar la situación, aguardar porque estuviera a salvo siempre y seguir con la vida como si nunca la hubiera encontrado una noche de luna llena en las colinas. Por momentos no quería verla más, únicamente buscaba una explicación a su abandono. No planeaba llevarla de regreso, pero consideraba que una explicación sería necesaria. Pese a todo lo que pensara, dejo el asunto tal y como estaba; se deshizo del anillo que permanecía en su hogar y volvió a sus andanzas.
En los momentos donde no quería saber nada de la vida, lo que lograba darle algo de estabilidad a su vida era justo a lo que se dedicaba diariamente, la caza de sobrenaturales. Astor decidía que lo mejor era simplemente centrarse en lo suyo, no prestar atención a nada fuera de los deberes que tenía para con la inquisición e incluso dejo de tener las sesiones semanales de entrenamiento para Ángel. Su hija adoptiva era un fastidio y ya se imaginaba lo que le diría al verle más frío y desinteresado que de costumbre. Tampoco se preocupaba realmente por su hija, le daba igual lo que sucediera con ella y ese era un sentimiento mutuo que aunque incomprensible, era lo que les mantenía unidos. Vio a aquella inquisidora tan parecida a su madre por las misiones pero no le dirigió palabra alguna, también había visto a Gianna por algunas, pero en ningún momento volvió a tener contacto con ella; Astor dejo de ver todo a su alrededor. Hasta sus compañeros usuales de misiones se habían apartado un poco de él debido a lo agresivo que estaba por aquellos días. El siempre frío licántropo había recibido quizás demasiado en tan poco tiempo o era probable que estuviera enfadado por algo que ni siquiera él se percataba; los motivos podían ser muchos y aún así la única realidad era su insoportable manera de estar por aquellos tiempos.
Para cuando las cosas volvían a su cauce y su estado anímico regresaba a ser el usual, fue cuando se percato de la ausencia de Gianna. En otras circunstancias, la desaparición de la italiana no le hubiera resultado invisible y apenas se daba cuenta de eso, fue que se dio a una nueva misión para si mismo; saber que era de ella y el por qué de su ausencia.
Gray debió pasar 2 días cerca de los inquisidores espías, preguntando y molestando para que al final llegaran con la información esperada, obtenida de manera ilícita claro de los mandos más altos. Las notas que llegaron a sus manos de parte de aquel grupo de inquisidores era que Gianna estaba de descanso, cosa extraña ya que a los servidores de la inquisición no se les daba esa clase de cosas a menos que fuera absolutamente necesario; los motivos de esa ausencia no eran exactos, únicamente se sabía que la petición había llegado desde Italia, de parte de la familia Castiglione. Anexo a todo aquello venía una dirección, la cual supuso era la residencia donde se encontraba Gianna en su estancia en París. El licántropo creía que añadir esa clase de información era innecesario, pues si la petición llegaba desde Italia, lo más seguro desde su punto de vista era que Castiglione se encontrara reunida con toda la familia.
Después de recibir aquella información, su mente se rehuso en pensar en algo que no fuera Ginna, su manera tan ruda de tratarlo y lo hermosa que era. Reía de si mismo y de la manera en la que estaba terminando todo; abandonado por una mujer todo por estar enfocado en una que ahora no se encontraba más cerca y que de hecho, debía estar agradecida también de no tenerle más tiempo cerca. Con todo y eso, aunando la creencia de que ella no se encontraría en su hogar, salió de la inquisición por la noche, después de entregar algunos reportes sobre misiones anteriores y dirigió sus pasos en dirección al hogar de la italiana.
La idea de ir y el acto en si le parecían una reverenda estupidez, pero por motivos que ni el mismo alcanzaba aún a comprender iría hasta aquel lugar, únicamente para cerciorares de la ausencia de Gianna y después regresar a la inquisición. El hogar de Gray estaba después de todo un poco más lejos del centro de París, era de hecho un pueblecito cercano donde las cosas eran mucho más tranquilas y nadie le molestaba cuando estaba de descanso, pero ya no quería estar más por allá, prefería mantenerse al pie del cañón por si algo sucedía. Andaba entre las casas, buscando la dirección indicada cuando dio con lo que buscaba y una sonrisa se le extendió por el rostro. No estaba feliz de haber encontrado la casa sino de percatarse que el olor de la inquisidora lo podía detectar aún a la perfección, cosa que no se podría hacer si ella no se encontrara en la casa. Llevado entonces por los meros impulsos que solían caracterizarle fue que se acercó tanto a la residencia como para tocar la puerta y esperar a que alguien abriera, ya fuera algún mayordomo o la misma Castiglione. Gray no conocía casi nada de ella, pero aquel era la oportunidad de perfecta de mostrarse como un buen compañero, no solo el bruto que se rumoraba era y que en realidad si era. La realidad era, que el interés le guiaba y la curiosidad le carcomía, así como las ganas de volver a ver a la bella mujer que era Gianna.
Solo cuando la puerta se abrió, Astor sintió que ya estaba ganando algo. Fuera quien fuera la persona que abriera, estaba más cerca de su objetivo desde su punto de vista.
Astor Gray- Condenado/Licántropo/Clase Alta
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Re: Primer quiebre (+18 | Astor Gray)
"Confío en que sepas reconocer a los muertos.
Confío en que también sepas como revivirlos.
La muerte fue quien te abrió la puerta"
Confío en que también sepas como revivirlos.
La muerte fue quien te abrió la puerta"
Llorar por un ser querido es la cosa más natural del mundo, sin embargo Gianna se encontraba en una encrucijada. Por un lado, estaba el hecho de recordar al hombre al que había querido tanto y con el que planeaba vivir. Habían pasado días y horas juntos, hablando de cuantos hijos tendrían, de cómo los llamarían, en donde vivirían y si continuarían en la inquisición. La italiana estaba sentada en la cama pensando en eso con la taza del té amargo en las manos. Pero el dolor le recorrió el alma completa y la taza cayó al suelo rompiéndose y regando el líquido que quedaba sin que ella siquiera parpadeara. Se quedó con las manos en la misma posición, como si tuviera aún la taza en sus manos y el vidrio y el té no estuvieran a sus pies. ¿Qué había hecho mal? Buscaba explicaciones pero no sabía porque él la había traicionado. Pero también se dolía porque había muerto. Jamás le vería otra vez, sus planes se habían ido para siempre y su vida quedaba en una página en blanco que ella no era capaz de recomponer en ese preciso momento. Cuando pasaran los días vería que hacer, a donde ir, qué decir, pero ahora debía superar su lucha interna, esa misma en la que no reparaba lo debido por estar cuestionándose acerca de todo lo que había llevado a tan fatídico suceso. Era como si ella también hubiese muerto en cierto modo.
Le dolía el cuello de tanto contenerse, somatizaba sus emociones de modo indebido y depronto los ojos se le nublaron por las lágrimas no planeadas. Los cerró, los apretó fuerte y apoyando los brazos en las piernas se inclinó y se permitió llorar por la frustración. Se sentía de muchas maneras: Traicionada, dolida por el engaño y el luto, desdichada, frustrada, confundida, airada, contrariada… eran demasiadas cosas para seguirlas soportando como ya venía haciendo. Seguía sin hablar, pasando horas y horas en el agua o en la cama. Llevaba la situación de la forma más insana posible pero no sabía cómo más llevarla. Tras unos minutos se detuvo, suspiró entrecortado y sin más se recostó en su cama, haciendo un ovillo con su cuerpo y cubriéndose de cualquier modo con sus mantas. Cerró de nuevo los ojos y empezó a dormirse, por fin.
No supo cuantos minutos alcanzó a dormir cuando la puerta sonó y Gianna abrió los ojos de inmediato. No importaba el cansancio, tenía el sueño liviano. Ella no recibía visitas, por lo que lo primero que se le cruzó por la mente fue la visita de alguno de sus padres ¿Quería recibirlos? Seguramente, tal vez escuchar voces ajenas le haría bien, alguien con los sentidos bien claros que le recordara que tenía que volver a su lugar parecía necesario ahora, alguien que le dijera que debía centrarse y continuar la vida. Y Gianna sabía todo eso en el fondo, pero no tenía intenciones de admitirlo en ese preciso momento donde tenía la vida hecha una madeja difícil de desenredar y en la que sus propias palabras se ahogaban sin remedio. Se levantó de la cama y por mera casualidad no pisó los vidrios sobre el suelo, ni siquiera reparó en los mismos. Se refregó los ojos y se tiró el cabello hacia atrás con los dedos. Caminó descalza hacia la puerta, con los pantalones cortos que solía usar como pijama y una blusa sin mangas de tono gris. ¿Qué horas eran? No tuvo tiempo de mirar, sólo quería abrir la puerta y encontrar a su madre. En el fondo lo necesitaba.
Abrió la puerta lentamente, pero cuando levantó la cara parpadeo varias veces, como si no creyera lo que estaba viendo. -¿Gray?- fue la primera palabra que dijo luego de casi cinco días sin habla ¿Qué hacía él allí? No tenía ni idea pero según lo que había notado de él, seguro que era por alguna misión. Quizás no le habían informado de la licencia o ¿Si estaba solicitada como decía la carta? –Estoy de licencia, por si viene a decirme que incumplí algo- añadió sin querer mirarlo, no era un buen momento para ver a nadie y menos a él que seguramente haría algún comentario ácido. Gianna quizás no respondiera como siempre, probablemente el sarcasmo no la acompañara esa vez. –Creí que lo sabía- habló nuevamente pero bajando notablemente el tono de voz mientras se apoyaba en la puerta abierta, como si le sirviera para ocultarse.
En otra situación podría invitarlo a pasar o incluso hacer una broma, pero a la italiana jamás se le ocurriría que él estaba allí por otra razón distinta a trabajo. Eso le inspiraba Gray, más allá que le pareciera un hombre de aspecto atractivo siempre pesaba más su manera de trabajar, de exigir excelencia en las misiones y de no bajarse del pedestal egocéntrico en el que lo había puesto todo el mundo, incluido él mismo. Sin embargo ahora Gianna sólo tenía en mente que él iba a reclamar, nada más, la mente no le daba por el momento para pensar en otra cosa y él tampoco es que hubiera hecho nada para lograr una impresión diferente en ella. -Siento si parezco grosera, pero de verdad que no quiero discutir ahora y mucho menos con usted. Tal vez no es su culpa que no le avisaran, bien sé lo responsable que es usted con las cosas del... trabajo- agregó, finalmente él no tenía la culpa de nada y la italiana no pretendía añadir ningún inconveniente más en su lista. Le miró con el ceño fruncido, intentando ocultar cualquier muestra de haber llorado y se aclaró la garganta, luego de tantos días sin hablar le resultaba incluso extraño, sobre todo, teniendo en cuenta que rompía su rutina justo con él.
Le dolía el cuello de tanto contenerse, somatizaba sus emociones de modo indebido y depronto los ojos se le nublaron por las lágrimas no planeadas. Los cerró, los apretó fuerte y apoyando los brazos en las piernas se inclinó y se permitió llorar por la frustración. Se sentía de muchas maneras: Traicionada, dolida por el engaño y el luto, desdichada, frustrada, confundida, airada, contrariada… eran demasiadas cosas para seguirlas soportando como ya venía haciendo. Seguía sin hablar, pasando horas y horas en el agua o en la cama. Llevaba la situación de la forma más insana posible pero no sabía cómo más llevarla. Tras unos minutos se detuvo, suspiró entrecortado y sin más se recostó en su cama, haciendo un ovillo con su cuerpo y cubriéndose de cualquier modo con sus mantas. Cerró de nuevo los ojos y empezó a dormirse, por fin.
No supo cuantos minutos alcanzó a dormir cuando la puerta sonó y Gianna abrió los ojos de inmediato. No importaba el cansancio, tenía el sueño liviano. Ella no recibía visitas, por lo que lo primero que se le cruzó por la mente fue la visita de alguno de sus padres ¿Quería recibirlos? Seguramente, tal vez escuchar voces ajenas le haría bien, alguien con los sentidos bien claros que le recordara que tenía que volver a su lugar parecía necesario ahora, alguien que le dijera que debía centrarse y continuar la vida. Y Gianna sabía todo eso en el fondo, pero no tenía intenciones de admitirlo en ese preciso momento donde tenía la vida hecha una madeja difícil de desenredar y en la que sus propias palabras se ahogaban sin remedio. Se levantó de la cama y por mera casualidad no pisó los vidrios sobre el suelo, ni siquiera reparó en los mismos. Se refregó los ojos y se tiró el cabello hacia atrás con los dedos. Caminó descalza hacia la puerta, con los pantalones cortos que solía usar como pijama y una blusa sin mangas de tono gris. ¿Qué horas eran? No tuvo tiempo de mirar, sólo quería abrir la puerta y encontrar a su madre. En el fondo lo necesitaba.
Abrió la puerta lentamente, pero cuando levantó la cara parpadeo varias veces, como si no creyera lo que estaba viendo. -¿Gray?- fue la primera palabra que dijo luego de casi cinco días sin habla ¿Qué hacía él allí? No tenía ni idea pero según lo que había notado de él, seguro que era por alguna misión. Quizás no le habían informado de la licencia o ¿Si estaba solicitada como decía la carta? –Estoy de licencia, por si viene a decirme que incumplí algo- añadió sin querer mirarlo, no era un buen momento para ver a nadie y menos a él que seguramente haría algún comentario ácido. Gianna quizás no respondiera como siempre, probablemente el sarcasmo no la acompañara esa vez. –Creí que lo sabía- habló nuevamente pero bajando notablemente el tono de voz mientras se apoyaba en la puerta abierta, como si le sirviera para ocultarse.
En otra situación podría invitarlo a pasar o incluso hacer una broma, pero a la italiana jamás se le ocurriría que él estaba allí por otra razón distinta a trabajo. Eso le inspiraba Gray, más allá que le pareciera un hombre de aspecto atractivo siempre pesaba más su manera de trabajar, de exigir excelencia en las misiones y de no bajarse del pedestal egocéntrico en el que lo había puesto todo el mundo, incluido él mismo. Sin embargo ahora Gianna sólo tenía en mente que él iba a reclamar, nada más, la mente no le daba por el momento para pensar en otra cosa y él tampoco es que hubiera hecho nada para lograr una impresión diferente en ella. -Siento si parezco grosera, pero de verdad que no quiero discutir ahora y mucho menos con usted. Tal vez no es su culpa que no le avisaran, bien sé lo responsable que es usted con las cosas del... trabajo- agregó, finalmente él no tenía la culpa de nada y la italiana no pretendía añadir ningún inconveniente más en su lista. Le miró con el ceño fruncido, intentando ocultar cualquier muestra de haber llorado y se aclaró la garganta, luego de tantos días sin hablar le resultaba incluso extraño, sobre todo, teniendo en cuenta que rompía su rutina justo con él.
Gianna Castiglione- Condenado/Licántropo/Clase Alta
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Fecha de inscripción : 15/04/2014
Re: Primer quiebre (+18 | Astor Gray)
Un mensaje que cambiaría la vida de dos personas para siempre
Nicholas Sparks
Tuvo ganas de terminar alejandose de aquella puerta en cuanto toco. ¿Qué iba a decir? Estaba como un maldito idiota parado frente a la puerta de una inquisidora de quien estaba estúpidamente encaprichado y ella no le prestaba la menor atención o al menos no de la manera en que Astor hubiera esperado que lo hiciera. Y ahí estaba, tocando a su puerta esperando por verla y descubrir que era lo que le llevaba a ausentarse del trabajo, entre otras cosas pues era más bien el deseo de conocerla lo que impulso los actos del licántropo hasta estar en esa puerta, sin moverse a pesar de lo idiota que luciera o de lo improbable que fuera de que Gianna aceptara recibirle. Durante el tiempo apartado de ella había pensado en que las mujeres italianas serian su perdición, las únicas capaces de retarle, sacarle de sus casillas y al mismo tiempo implantar la idea en su mente de que debería cambiar al menos un poco; eso permanecía en meras ideas, sin descartar jamás que fuera a ser la realidad en determinado momento.
En los instantes antes de que la puerta se abriera se decidía finalmente a abandonar aquel lugar, esperar a que aquellas incontenibles ansias de ver a Gianna cedieran y seguir con su rutina de siempre. Aguardar por ver a la inquisidora nuevamente en las misiones y nada más que eso. Actuar de esa manera debía ser lo más prudente y correcto, como si en algún momento de su vida lo hubiera sido.
Suspiro y justo daba un paso hacía atrás cuando el sonido del picaporte girar le hizo detenerse en seco y la puerta se abrió lentamente. Más fácil le hubiera sido que un mayordomo abriera y así poder evitar todo contacto con Gianna, decir solo que se había equivocado e irse sin más; pero no, la persona que atendía la puerta era la italiana en persona. La inquisidora lucía de una manera que Astor jamás había pensado observar en nadie; las ojeras restaban el brillo de antes de sus ojos, los que se notaban no solo enrojecidos sino además hinchados. Enarco la ceja pues aquella mujer que atendía a la puerta distaba mucho de la que Astor recordaba; era como ver una sombra o más bien estar viendo directamente el cadáver de alguien que se ha entregado de manera voluntaria a la muerte en vida. Su voz incluso sonaba diferente y por algún motivo es que el licántropo agradeció el no haber tenido oportunidad alguna de retirarse de la puerta. Sus ojos trataban de descubrir que era lo que le pasaba, porque fuera lo que fuera le había dejado en un modo deplorable y captaba a medias cada una de las palabras que salían de los labios de la italiana. ¿Por qué se quedaba ahí solo viéndola? Debía de admitir que efectivamente iba a ver algo del trabajo y que se tomara cuantos días le fueran necesarios, partiendo de esa manera e ignorando lo ocurrido; pero sabía que no era tan fácil, de hacerlo no se perdonaría dejarle sola de esa manera.
Sin pensar mucho en lo que hacía llevo su mano derecha hasta la frente de la inquisidora, no existía algo visible que indicara que estuviera enferma de salud, así que seguramente sería un asunto mucho más personal el que invadiera a la inquisidora. Ahí es donde podía ver fácilmente la clase de diferencias que tenían, él había superado sus problemas sumido en misiones, ella en su hogar.
– Lo sé Castiglione, si me informaron de la licencia que tienes así que no he venido a decir que incumpliste algo – retiro la mano de la frente de la inquisidora y pese a que ella le decía que le invitaría y no lo hacía, le tomo de los hombros y le empujo suavemente dentro de la casa, cerrando la puerta tras de si. No importaba lo que ella pensara al respecto, no iba a dejarla de esa manera, en la que lucía al borde del colapso y de pasar eso se imaginaba encontrando muerta – Nadie ha venido a discutir, no decidas las cosas por ti misma – suspiro, mirando más dentro de aquella casa para luego enfocarse en la italiana que se encontraba tan cerca de él – Gianna, ¿Qué demonios te ha pasado? – enarco la ceja y su mirada fue firme – Y no me vengas con que no pasa nada, porque luces terrible – se acerco más a ella y le olió – Ni siquiera hueles como siempre – se separo de ella, observando cada uno de los gestos de Gianna. Sería una misión casi imposible que ella confiara en que no estaba ahí para causar molestias y de echarle de su casa no pensaba irse, si de algo estaba seguro en esos momentos era que su presencia ahí era algo que Gianna necesitaría.
Lanzo una nueva mirada en dirección al interior de la casa.
– Vine de improviso lo sé, pero estaba – omitió la palabra preocupado porque era algo que no se permitiría decir – tenía curiosidad de saber el motivo de tu ausencia, aunque ahora me alegra haber venido – y eso, lo decía de manera sincera.
Nicholas Sparks
Tuvo ganas de terminar alejandose de aquella puerta en cuanto toco. ¿Qué iba a decir? Estaba como un maldito idiota parado frente a la puerta de una inquisidora de quien estaba estúpidamente encaprichado y ella no le prestaba la menor atención o al menos no de la manera en que Astor hubiera esperado que lo hiciera. Y ahí estaba, tocando a su puerta esperando por verla y descubrir que era lo que le llevaba a ausentarse del trabajo, entre otras cosas pues era más bien el deseo de conocerla lo que impulso los actos del licántropo hasta estar en esa puerta, sin moverse a pesar de lo idiota que luciera o de lo improbable que fuera de que Gianna aceptara recibirle. Durante el tiempo apartado de ella había pensado en que las mujeres italianas serian su perdición, las únicas capaces de retarle, sacarle de sus casillas y al mismo tiempo implantar la idea en su mente de que debería cambiar al menos un poco; eso permanecía en meras ideas, sin descartar jamás que fuera a ser la realidad en determinado momento.
En los instantes antes de que la puerta se abriera se decidía finalmente a abandonar aquel lugar, esperar a que aquellas incontenibles ansias de ver a Gianna cedieran y seguir con su rutina de siempre. Aguardar por ver a la inquisidora nuevamente en las misiones y nada más que eso. Actuar de esa manera debía ser lo más prudente y correcto, como si en algún momento de su vida lo hubiera sido.
Suspiro y justo daba un paso hacía atrás cuando el sonido del picaporte girar le hizo detenerse en seco y la puerta se abrió lentamente. Más fácil le hubiera sido que un mayordomo abriera y así poder evitar todo contacto con Gianna, decir solo que se había equivocado e irse sin más; pero no, la persona que atendía la puerta era la italiana en persona. La inquisidora lucía de una manera que Astor jamás había pensado observar en nadie; las ojeras restaban el brillo de antes de sus ojos, los que se notaban no solo enrojecidos sino además hinchados. Enarco la ceja pues aquella mujer que atendía a la puerta distaba mucho de la que Astor recordaba; era como ver una sombra o más bien estar viendo directamente el cadáver de alguien que se ha entregado de manera voluntaria a la muerte en vida. Su voz incluso sonaba diferente y por algún motivo es que el licántropo agradeció el no haber tenido oportunidad alguna de retirarse de la puerta. Sus ojos trataban de descubrir que era lo que le pasaba, porque fuera lo que fuera le había dejado en un modo deplorable y captaba a medias cada una de las palabras que salían de los labios de la italiana. ¿Por qué se quedaba ahí solo viéndola? Debía de admitir que efectivamente iba a ver algo del trabajo y que se tomara cuantos días le fueran necesarios, partiendo de esa manera e ignorando lo ocurrido; pero sabía que no era tan fácil, de hacerlo no se perdonaría dejarle sola de esa manera.
Sin pensar mucho en lo que hacía llevo su mano derecha hasta la frente de la inquisidora, no existía algo visible que indicara que estuviera enferma de salud, así que seguramente sería un asunto mucho más personal el que invadiera a la inquisidora. Ahí es donde podía ver fácilmente la clase de diferencias que tenían, él había superado sus problemas sumido en misiones, ella en su hogar.
– Lo sé Castiglione, si me informaron de la licencia que tienes así que no he venido a decir que incumpliste algo – retiro la mano de la frente de la inquisidora y pese a que ella le decía que le invitaría y no lo hacía, le tomo de los hombros y le empujo suavemente dentro de la casa, cerrando la puerta tras de si. No importaba lo que ella pensara al respecto, no iba a dejarla de esa manera, en la que lucía al borde del colapso y de pasar eso se imaginaba encontrando muerta – Nadie ha venido a discutir, no decidas las cosas por ti misma – suspiro, mirando más dentro de aquella casa para luego enfocarse en la italiana que se encontraba tan cerca de él – Gianna, ¿Qué demonios te ha pasado? – enarco la ceja y su mirada fue firme – Y no me vengas con que no pasa nada, porque luces terrible – se acerco más a ella y le olió – Ni siquiera hueles como siempre – se separo de ella, observando cada uno de los gestos de Gianna. Sería una misión casi imposible que ella confiara en que no estaba ahí para causar molestias y de echarle de su casa no pensaba irse, si de algo estaba seguro en esos momentos era que su presencia ahí era algo que Gianna necesitaría.
Lanzo una nueva mirada en dirección al interior de la casa.
– Vine de improviso lo sé, pero estaba – omitió la palabra preocupado porque era algo que no se permitiría decir – tenía curiosidad de saber el motivo de tu ausencia, aunque ahora me alegra haber venido – y eso, lo decía de manera sincera.
Última edición por Astor Gray el Lun Oct 13, 2014 10:04 pm, editado 1 vez
Astor Gray- Condenado/Licántropo/Clase Alta
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Re: Primer quiebre (+18 | Astor Gray)
"Fingir que no duele, duele el doble."
Gianna no sólo había dejado de hablar o comer bien durante días, sino que también había omitido por completo el mirarse al espejo. No quería ver lo mal que podría lucir, no pretendía que su miseria interna la saludara con una muerta sonrisa y que se riera de su luto, de su cambio por alguien que muy seguramente no lo merecía, por alguien que bien pudo ser el mayor de los mentirosos. Pero en el fondo Gianna podría llegar a sentirse aliviada; si Luciano planeaba proseguir el engaño luego de casados, ella se había librado de un futuro matrimonio infeliz y, probablemente, de quedar viuda en muy poco tiempo. Sin embargo era muy pronto como para detenerse a pensar algo así. Era completamente comprensible.
Aquella omisión de ver su propio reflejo era lo que Astor delataba con la mirada. Por la forma en que se quedó viéndola, Gianna supo que se veía terrible y que muy probablemente él no imaginara jamás algo así. Con sorpresa la italiana se quedó inmóvil cuando lo vio avanzar y apoyó su mano en la frente como si la creyera enferma. Quizás tenía razón. Lo curioso del asunto es que verlo a él con su rostro impávido y duro haciendo algo como eso, logró que Gianna le sonriera, poco, sin enseñar siquiera los dientes, pero era algo. –No tengo fiebre- alcanzó a decir antes de verse empujada dentro de su propia casa, con él, quien cerraba la puerta como si nada. Iba a protestar, incluso abrió la boca para preguntarle que carajos le sucedía para hacer algo como eso, sin embargo él la miraba diferente, hasta parecía preocupado y fue por esto que la italiana aguardó un poco más. Ella supo entonces que realmente le desconocía ¿Por qué estaba allí? ¿Qué quería realmente? Gianna frunció el ceño de modo inevitable y le miró confundida. No se sentía del todo molesta, pero la confusión empezaba a ser mayor, a acrecentarse conforme pasaban los minutos y la visita del licántropo. –Estoy de luto- fue todo lo que atinó a decir y bajó la mirada de inmediato, cruzándose de brazos. La cercanía de él se hizo mayor e incluso lo que dijo fue lo más extraño que pudo haber dicho ¿Acaso reconocía cómo olía siempre? –No, no tengo ganas de perfumarme el cabello como siempre, eso es lo único diferente. Cualquiera estaría así- se excusó y levantó la mirada de nuevo. En efecto lo demás estaba igual, incluso se bañaba demasiadas veces porque sentía la necesidad de que el agua caliente la meciera durante mucho tiempo hasta proporcionarle somnolencia. Pero no se perfumaba el cuello, ni detrás de las orejas, ni en las muñecas, ni en ningún lugar, sobre todo el cabello, como bien había mencionado.
-No lo comprendo, Gray ¿Curiosidad? Creo que desde Italia informaron de mi luto ¿Qué quería ver exactamente?- negó con la cabeza y avanzó un poco, como quien deja la sala de estar para ir a la cocina pasando de paso el tema. Quería la respuesta, pero le aterraba la misma -¿Quiere un café? Tengo té también- un suspiro entrecortado se le escapó de los labios, como suele pasar con alguien que ha dejado de llorar recientemente. Sin esperar respuesta caminó hacia la cocina pretendiendo que él la siguiera, total, ya estaba adentro.
Si el condenado era tan perceptivo como parecía, notaría la ausencia de tonos toscos de Gianna, le hablaba tan suavemente que realmente se notaba que acababa de despertar, aunque en realidad se expresaba de ese modo dado su estado de ánimo. –No es el lugar más arreglado del mundo, pero supongo que entiende. O al menos puede tratar de hacerlo- dijo con el tono de antes, aunque esto último sonaba casi a una súplica, a un favor para alguien tan duro como Astor que seguramente le daría un par de regaños que, a la larga, vendrían bien aunque dolieran.
La sala donde había recibido a Astor estaba bien, lo único fuera de lugar eran una almohada y una frazada sobre el sillón principal donde Gianna se tendía muchas veces en silencio. La cocina no tenía más que un vaso en el fregadero en el que se había servido agua y el caos estaba realmente en su habitación: El reguero de la taza de té caída aún con parte de la bebida, la cama sin tender, ropa para arreglar sobre una silla y la completa oscuridad por las cortinas cerradas.
Cuando estuvo frente a la estufa se giró y miró a Astor –De verdad que no lo comprendo, Gray ¿Siempre es tan extraño?- se atrevió a preguntar, pero de algún modo dándose cuenta que la sola presencia de ese hombre allí la apartaba de sus pensamientos sobre la muerte de quien fuera su prometido y todo lo que lo llevó al punto del deceso. Sin mencionar que no quería demostrarle debilidad a él, no iba a permitir que se le deslizara una lágrima en su presencia aunque tuviera que fingir. Su desconocimiento sobre Astor le hacía creer que él podría aprovechar su debilidad para continuar su lucha de egos frecuente con ella y por ese motivo ella trataba de tratarlo como siempre, aunque se notara la diferencia.
Aquella omisión de ver su propio reflejo era lo que Astor delataba con la mirada. Por la forma en que se quedó viéndola, Gianna supo que se veía terrible y que muy probablemente él no imaginara jamás algo así. Con sorpresa la italiana se quedó inmóvil cuando lo vio avanzar y apoyó su mano en la frente como si la creyera enferma. Quizás tenía razón. Lo curioso del asunto es que verlo a él con su rostro impávido y duro haciendo algo como eso, logró que Gianna le sonriera, poco, sin enseñar siquiera los dientes, pero era algo. –No tengo fiebre- alcanzó a decir antes de verse empujada dentro de su propia casa, con él, quien cerraba la puerta como si nada. Iba a protestar, incluso abrió la boca para preguntarle que carajos le sucedía para hacer algo como eso, sin embargo él la miraba diferente, hasta parecía preocupado y fue por esto que la italiana aguardó un poco más. Ella supo entonces que realmente le desconocía ¿Por qué estaba allí? ¿Qué quería realmente? Gianna frunció el ceño de modo inevitable y le miró confundida. No se sentía del todo molesta, pero la confusión empezaba a ser mayor, a acrecentarse conforme pasaban los minutos y la visita del licántropo. –Estoy de luto- fue todo lo que atinó a decir y bajó la mirada de inmediato, cruzándose de brazos. La cercanía de él se hizo mayor e incluso lo que dijo fue lo más extraño que pudo haber dicho ¿Acaso reconocía cómo olía siempre? –No, no tengo ganas de perfumarme el cabello como siempre, eso es lo único diferente. Cualquiera estaría así- se excusó y levantó la mirada de nuevo. En efecto lo demás estaba igual, incluso se bañaba demasiadas veces porque sentía la necesidad de que el agua caliente la meciera durante mucho tiempo hasta proporcionarle somnolencia. Pero no se perfumaba el cuello, ni detrás de las orejas, ni en las muñecas, ni en ningún lugar, sobre todo el cabello, como bien había mencionado.
-No lo comprendo, Gray ¿Curiosidad? Creo que desde Italia informaron de mi luto ¿Qué quería ver exactamente?- negó con la cabeza y avanzó un poco, como quien deja la sala de estar para ir a la cocina pasando de paso el tema. Quería la respuesta, pero le aterraba la misma -¿Quiere un café? Tengo té también- un suspiro entrecortado se le escapó de los labios, como suele pasar con alguien que ha dejado de llorar recientemente. Sin esperar respuesta caminó hacia la cocina pretendiendo que él la siguiera, total, ya estaba adentro.
Si el condenado era tan perceptivo como parecía, notaría la ausencia de tonos toscos de Gianna, le hablaba tan suavemente que realmente se notaba que acababa de despertar, aunque en realidad se expresaba de ese modo dado su estado de ánimo. –No es el lugar más arreglado del mundo, pero supongo que entiende. O al menos puede tratar de hacerlo- dijo con el tono de antes, aunque esto último sonaba casi a una súplica, a un favor para alguien tan duro como Astor que seguramente le daría un par de regaños que, a la larga, vendrían bien aunque dolieran.
La sala donde había recibido a Astor estaba bien, lo único fuera de lugar eran una almohada y una frazada sobre el sillón principal donde Gianna se tendía muchas veces en silencio. La cocina no tenía más que un vaso en el fregadero en el que se había servido agua y el caos estaba realmente en su habitación: El reguero de la taza de té caída aún con parte de la bebida, la cama sin tender, ropa para arreglar sobre una silla y la completa oscuridad por las cortinas cerradas.
Cuando estuvo frente a la estufa se giró y miró a Astor –De verdad que no lo comprendo, Gray ¿Siempre es tan extraño?- se atrevió a preguntar, pero de algún modo dándose cuenta que la sola presencia de ese hombre allí la apartaba de sus pensamientos sobre la muerte de quien fuera su prometido y todo lo que lo llevó al punto del deceso. Sin mencionar que no quería demostrarle debilidad a él, no iba a permitir que se le deslizara una lágrima en su presencia aunque tuviera que fingir. Su desconocimiento sobre Astor le hacía creer que él podría aprovechar su debilidad para continuar su lucha de egos frecuente con ella y por ese motivo ella trataba de tratarlo como siempre, aunque se notara la diferencia.
Gianna Castiglione- Condenado/Licántropo/Clase Alta
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Re: Primer quiebre (+18 | Astor Gray)
¿Qué estás pensando? ¿Qué es lo que sientes? ¿Quién eres? ¿Qué nos hemos hecho el uno al otro? ¿Qué nos haremos?
Gillian Flynn
La debilidad femenina generalmente le tenía sin cuidado alguno pero desde que Gianna abriera la puerta la perspectiva de debilidad femenina tomaba un significado nuevo e inesperado en su mente. Antes, con Corinne todo había sido mera culpabilidad. La llevo a su hogar creyendo que eso era lo mejor para ella y que no podía simplemente dejarla abandonada después de todo lo que había conseguido confundir a la joven pero ahora, estando unos segundos apenas frente a la figura de la inquisidora que atendía a la puerta siendo una mujer completamente diferente, no sintió culpa o remordimiento. Él no le había hecho nada a ella y pese a todo, sintió esa enorme necesidad de protegerla; una necesidad mucho más intensa y prácticamente incomparable con la que le llevara a cuidar a Corinne. Su manera de moverse y actuar para asegurarse de que no se encontrara enferma eran bastante torpes pero no se podía esperar la gran cosa de un hombre que la mayor parte de su vida la pasara en solitario, atendiendo solo a sus necesidad y sin atarse jamás a nada ni a nadie.
– Igual quiero asegurarme de eso, si estas enferma no es muy conveniente fiarse de tus palabras – señalo al tiempo que alejaba su mano al haber comprado que efectivamente, la inquisidora no tenía fiebre.
– ¿Luto? – se quedo pensando unos segundos esas palabras. Nadie le había dicho realmente la razón de la ausencia y ahora que se encontraba ahí, después de creerla enferma, tenía un sentido bastante lógico que el dolor por la perdida le tuviera de esa manera. Con todo y eso no se sentía del todo tranquilo, algo le decía que existía algo más que Gianna no compartía y ¿Cómo hacerlo con él? No era precisamente el mejor hombre escuchando, si es que alguna vez se había dignado a escuchar. Si bien lo que esperaba era una razón de la ausencia, ante la respuesta de la inquisidora él ya no debería haber tenido más motivos para seguir ahí y sin embargo, no pensaba abandonar la residencia por nada del mundo; mucho menos ahora que había entrado y que ella no le negó ni se exalto al verlo entrar como si fuese lo más natural del mundo – Bueno, eso entonces tiene bastante sentido para tu aspecto y el cambio de aroma – enarco la ceja y negó cuando ella hablaba del perfume – No, a eso no me refiero. El perfume únicamente ayuda a potenciar algunos aromas, pero no es eso lo que suelo oler sino la manera natural en que hueles; eso es lo que es diferente pero con los cambios importantes de humor o ánimo eso se modifica lo que explicaría que huelas tan diferente – olisqueo el ambiente de nuevo – No me gusta este aroma, prefiero el antiguo – dijo en voz baja, pero lo suficientemente audible como para que ella escuchara claramente.
Su mirada paso de la inquisidora a lo que estaba al alcance de su vista en la casa. Pese a que no le miraba, prestaba toda su atención a ella; a sus respiraciones, a cada leve movimiento que efectuaba y sobre todo a cada una de las cosas que mencionaba.
– Pues quizás avisaron a los altos mandos del motivo, para todos los demás es únicamente una ausencia que no tiene una razón de ser. La curiosidad de hecho es algo sumamente natural cuando alguien a quien ves continuamente desaparece de un momento a otro – fijo su mirada en Gianna que comenzaba a avanzar, sin pedirle en algún momento que abandonara su hogar pese a que sus palabras parecieran una queja a la presencia del licántropo – Quería ver si es que la esencia no se debía a algún incidente que hubieras sufrido y te mantuviera incapacitada – cruzo los brazos, indispuesto a seguir hablando de algo que pudiera revelar de alguna manera el interés real que mantenía para con ella. Siguió sus pasos, detrás de ella hasta la cocina. Le miraba hasta la forma de andar que notaba desanimada, nada que ver con la seguridad que trasmitiera en la primera misión que tuvieran juntos o las ocasiones que se la topara por pasillos. No podía dejar de reconocer que pese al cambio de animo, la manera de caminar de Gianna era algo que le alteraba bastante, así que se centro nuevamente en lo que le decía – Cualquier cosa que bebas estará bien para mi – rió ante su comentario sobre el hogar – Parece que no esta consciente de que habla con un hombre que vive solo, eso hace que su casa se vea perfecta en comparación con la mía. De no haber dicho nada, juraría que esta impecable todo – Verdaderamente no le parecía el lugar más desarreglado del mundo, quizás solo le hiciera falta un poco de limpieza que pocos notarían.
Se detuvo en la entrada a la cocina que igual le parecía aún demasiado impecable como para decir que verdaderamente estuviese de luto y cuando la inquisidora se dirigió a él, mirándole de aquella manera fue que termino por suspirar, bajo ambos brazos y se quedo observándola unos instantes.
– No es necesario que me comprenda, de hecho lo mejor sería que no lo haga – le sonrió – ¿Soy extraño? Quizás tanto como eres de amable todo el tiempo, pero será mejor no hablar sobre eso –termino por entrar del todo a la cocina y acercarse a ella – Gianna, ¿Murió algún familiar? o ¿Quién? porque realmente no pareces tu y eso me preocupa – bien podría ser un idiota y un bruto, pero estaba consciente de que las muertes podían trasformar a una persona, después de todo, le había ocurrido a él.
Gillian Flynn
La debilidad femenina generalmente le tenía sin cuidado alguno pero desde que Gianna abriera la puerta la perspectiva de debilidad femenina tomaba un significado nuevo e inesperado en su mente. Antes, con Corinne todo había sido mera culpabilidad. La llevo a su hogar creyendo que eso era lo mejor para ella y que no podía simplemente dejarla abandonada después de todo lo que había conseguido confundir a la joven pero ahora, estando unos segundos apenas frente a la figura de la inquisidora que atendía a la puerta siendo una mujer completamente diferente, no sintió culpa o remordimiento. Él no le había hecho nada a ella y pese a todo, sintió esa enorme necesidad de protegerla; una necesidad mucho más intensa y prácticamente incomparable con la que le llevara a cuidar a Corinne. Su manera de moverse y actuar para asegurarse de que no se encontrara enferma eran bastante torpes pero no se podía esperar la gran cosa de un hombre que la mayor parte de su vida la pasara en solitario, atendiendo solo a sus necesidad y sin atarse jamás a nada ni a nadie.
– Igual quiero asegurarme de eso, si estas enferma no es muy conveniente fiarse de tus palabras – señalo al tiempo que alejaba su mano al haber comprado que efectivamente, la inquisidora no tenía fiebre.
– ¿Luto? – se quedo pensando unos segundos esas palabras. Nadie le había dicho realmente la razón de la ausencia y ahora que se encontraba ahí, después de creerla enferma, tenía un sentido bastante lógico que el dolor por la perdida le tuviera de esa manera. Con todo y eso no se sentía del todo tranquilo, algo le decía que existía algo más que Gianna no compartía y ¿Cómo hacerlo con él? No era precisamente el mejor hombre escuchando, si es que alguna vez se había dignado a escuchar. Si bien lo que esperaba era una razón de la ausencia, ante la respuesta de la inquisidora él ya no debería haber tenido más motivos para seguir ahí y sin embargo, no pensaba abandonar la residencia por nada del mundo; mucho menos ahora que había entrado y que ella no le negó ni se exalto al verlo entrar como si fuese lo más natural del mundo – Bueno, eso entonces tiene bastante sentido para tu aspecto y el cambio de aroma – enarco la ceja y negó cuando ella hablaba del perfume – No, a eso no me refiero. El perfume únicamente ayuda a potenciar algunos aromas, pero no es eso lo que suelo oler sino la manera natural en que hueles; eso es lo que es diferente pero con los cambios importantes de humor o ánimo eso se modifica lo que explicaría que huelas tan diferente – olisqueo el ambiente de nuevo – No me gusta este aroma, prefiero el antiguo – dijo en voz baja, pero lo suficientemente audible como para que ella escuchara claramente.
Su mirada paso de la inquisidora a lo que estaba al alcance de su vista en la casa. Pese a que no le miraba, prestaba toda su atención a ella; a sus respiraciones, a cada leve movimiento que efectuaba y sobre todo a cada una de las cosas que mencionaba.
– Pues quizás avisaron a los altos mandos del motivo, para todos los demás es únicamente una ausencia que no tiene una razón de ser. La curiosidad de hecho es algo sumamente natural cuando alguien a quien ves continuamente desaparece de un momento a otro – fijo su mirada en Gianna que comenzaba a avanzar, sin pedirle en algún momento que abandonara su hogar pese a que sus palabras parecieran una queja a la presencia del licántropo – Quería ver si es que la esencia no se debía a algún incidente que hubieras sufrido y te mantuviera incapacitada – cruzo los brazos, indispuesto a seguir hablando de algo que pudiera revelar de alguna manera el interés real que mantenía para con ella. Siguió sus pasos, detrás de ella hasta la cocina. Le miraba hasta la forma de andar que notaba desanimada, nada que ver con la seguridad que trasmitiera en la primera misión que tuvieran juntos o las ocasiones que se la topara por pasillos. No podía dejar de reconocer que pese al cambio de animo, la manera de caminar de Gianna era algo que le alteraba bastante, así que se centro nuevamente en lo que le decía – Cualquier cosa que bebas estará bien para mi – rió ante su comentario sobre el hogar – Parece que no esta consciente de que habla con un hombre que vive solo, eso hace que su casa se vea perfecta en comparación con la mía. De no haber dicho nada, juraría que esta impecable todo – Verdaderamente no le parecía el lugar más desarreglado del mundo, quizás solo le hiciera falta un poco de limpieza que pocos notarían.
Se detuvo en la entrada a la cocina que igual le parecía aún demasiado impecable como para decir que verdaderamente estuviese de luto y cuando la inquisidora se dirigió a él, mirándole de aquella manera fue que termino por suspirar, bajo ambos brazos y se quedo observándola unos instantes.
– No es necesario que me comprenda, de hecho lo mejor sería que no lo haga – le sonrió – ¿Soy extraño? Quizás tanto como eres de amable todo el tiempo, pero será mejor no hablar sobre eso –termino por entrar del todo a la cocina y acercarse a ella – Gianna, ¿Murió algún familiar? o ¿Quién? porque realmente no pareces tu y eso me preocupa – bien podría ser un idiota y un bruto, pero estaba consciente de que las muertes podían trasformar a una persona, después de todo, le había ocurrido a él.
Astor Gray- Condenado/Licántropo/Clase Alta
- Mensajes : 232
Fecha de inscripción : 22/04/2013
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Re: Primer quiebre (+18 | Astor Gray)
"Su mirada hubiera podido cambiar mi destino. ¿Qué destino? Aún estoy llena de palabras que no dicen nada"
Todo se imaginó Gianna menos que Astor Gray fuera a ver como estaba de salud sin ninguna otra intención. Había tenido razón al pensar que él era más del antipático que aparentaba ser en las misiones. Continuaba mostrándose duro e inquebrantable en prácticamente todo, pero era muy diferente de lo que la italiana recordaba. –¿Cree que estoy alucinando o que miento, Gray? – cuestionó lejos de sentirse molesta, en realidad le causaba gracia que cosas que Astor decía parecían querer decir otra.
También se sentía extraño tenerlo bajo su techo, él era un insoportable casi siempre, pero a Gianna le atraía como a la mayoría de las mujeres de la inquisición. Era algo inevitable, era un hombre que rezumaba masculinidad ayudado de su estatura, del entrenamiento y de cada marcado rasgo de su rostro adusto por mero gusto. –Sí, luto– ella sabía que la pregunta era para hablar un poco más al respecto, pero ¿Realmente quería hacerlo? Exteriorizar lo que hasta ahora habían sido pensamientos podía resultar en cualquier cosa, incluyendo un par de lágrimas que bajo ninguna circunstancia Gianna se permitiría en presencia del licántropo. –Hay cosas que no son tan sencillas de asimilar, sobre todo estando tan lejos y teniendo la información a medias– suspiró y se obligó a emitir una sonrisa –Ayy, Gray, si no fuera porque tomé un baño antes de quedarme dormida creería que está siendo en exceso sincero– negó con la cabeza, ni siquiera le quedaba ánimo para enojarse por comentarios como ese –Sin mencionar que sé bien que ser licántropo le da un olfato más desarrollado y esas cosas. Pero sí, supongo que el ánimo juega en contra para muchas cosas– como el aspecto y el aroma que él tan tranquilamente “recriminaba” aunque se notaba que no era con esa intención.
Se movía hacía adentro, a la cocina, pero no notaba las miradas de él, casi intentaba ocultar la suya para que no se notara más de lo que él ya había captado. –No pedí yo la licencia, la pidieron desde Italia. De lo contrario yo no hubiera pedido nada. Además no creo que nadie más haya notado que no estoy– y por supuesto que seguramente nadie más lo notaba. Ella era extranjera, con muy poco tiempo dentro de la inquisición Francesa y no muy dada a acercarse demasiado a nadie; de hecho, la visita de Astor representaba una enorme sorpresa para Gianna, sobre todo porque los datos de residencia de los inquisidores eran ocultos para casi todas las facciones. Sin embargo no planeaba preguntar nada para ese momento, aunque sí que lo haría después.
Otra cosa que le resultaba extraña es que Astor le hablaba con cierto cuidado, hasta ese día no le había tuteado y eso cambiaba aún más la percepción que tenía la italiana de él –Gracias por venir– “Aparentemente estoy bien” se dijo, pero no coincidía con lo que él había dicho antes ni mucho menos con lo que ella sentía, por eso lo dejó apenas en un par de palabras más enredadas en su mente. Incluso se le notaba en el caminar, en ese casi arrastrar los pies descalzos hasta la cocina. Pero ella no notaba eso, era la mitad de su mente para ese momento. –Bien, haré té entonces– dijo a la par que llenaba una pava con agua y la ponía al fuego. –Bueno, no sabía que vivía sólo. De hecho pensé que era casado, por el anillo. Pero bueno, al menos esto no se ve tan terrible– cuando Gianna lo conoció, lo notó sin habérselo propuesto, sencillamente cuando él había tomado algo, ella lo había visto, nada más. La italiana lo encontraba atractivo, pero nunca lo miró demasiado, básicamente porque lo pensaba casado y ella estaba comprometida. Era una situación normal, todos se sienten atraídos por otras personas y ceden o no a sus deseos, es todo. Y para su desgracia, ella había demasiado correcta. Desgracia porque a quien le había respetado hasta en sus pensamientos no se merecía nada de ella… suspiró de modo casi imperceptible y puso en una charola un par de tazas, los saquitos de té y un recipiente con azúcar, para él.
Se sentía tan raro verlo sonreír que ella no podía verlo mucho con ese gesto, se sentía extraña, como si el que estuviera allí con ella fuera otra persona y no justamente él. Gianna sirvió el agua caliente sobre las tazas antes de ponerla de nuevo en la estufa –Ambos sabemos que es extraño, Gray. Y que yo no tengo porque ser hostil con usted y menos ahora– ella no dejaba de llamarlo por su apellido y referirse a él de usted, por más que él se sentía más cercano que siempre. –¿Azúcar? – preguntó antes de notar que él se había acercado más. Se sentía acorralada y sintió un nudo en la garganta. No era culpa de él, era de la situación y de haber evadido una pregunta que tarde o temprano debería responder. Suspiró, apoyó las manos en la encimera y sin atreverse a mirarlo se atrevió a responder –Iba a estar aquí apenas durante un mes y regresaría a Italia a casarme. El que murió fue mi prometido– seguía con el rostro bajo, con las manos casi empuñadas sobre la encimera. Fue entonces que notó que el anillo seguía en su mano, no había reparado en él. En silencio se lo retiró de mala gana, se volvió y lo arrojó a la basura –Lo asesinó la pareja de la mujer con la que me engañaba– la carta no decía eso específicamente, pero ella lo dedujo de ese modo. La muerte de él era clara y el engaño también, los detalles eran lo de menos. Tomó aire y entrelazó sus propias manos –Creo que lo mejor es que vaya a ponerme algo adecuado y a perfumarme como siempre– ese era su modo de escape, de ocultar como la rabia y el dolor se mezclaban en uno sólo en su rostro. Ella era alta, pero él lo era un poco más, por suerte para ella que no quería verlo a la cara. Escaparía apenas por un momento, porque sin explicaciones no quería que él se fuera. Gianna se recompondría en un par de minutos y buscaría restaurar de algún modo lo que él recordaba de ella, no lo que las circunstancias le hacían. Sin decir más, pasó por el lado de Astor, esquivándolo apenas –Regreso en un minuto, aún está el té pendiente– disimuló y apuró el paso a su habitación, hacia el real desorden en el que sentía que le había quedado la vida.
También se sentía extraño tenerlo bajo su techo, él era un insoportable casi siempre, pero a Gianna le atraía como a la mayoría de las mujeres de la inquisición. Era algo inevitable, era un hombre que rezumaba masculinidad ayudado de su estatura, del entrenamiento y de cada marcado rasgo de su rostro adusto por mero gusto. –Sí, luto– ella sabía que la pregunta era para hablar un poco más al respecto, pero ¿Realmente quería hacerlo? Exteriorizar lo que hasta ahora habían sido pensamientos podía resultar en cualquier cosa, incluyendo un par de lágrimas que bajo ninguna circunstancia Gianna se permitiría en presencia del licántropo. –Hay cosas que no son tan sencillas de asimilar, sobre todo estando tan lejos y teniendo la información a medias– suspiró y se obligó a emitir una sonrisa –Ayy, Gray, si no fuera porque tomé un baño antes de quedarme dormida creería que está siendo en exceso sincero– negó con la cabeza, ni siquiera le quedaba ánimo para enojarse por comentarios como ese –Sin mencionar que sé bien que ser licántropo le da un olfato más desarrollado y esas cosas. Pero sí, supongo que el ánimo juega en contra para muchas cosas– como el aspecto y el aroma que él tan tranquilamente “recriminaba” aunque se notaba que no era con esa intención.
Se movía hacía adentro, a la cocina, pero no notaba las miradas de él, casi intentaba ocultar la suya para que no se notara más de lo que él ya había captado. –No pedí yo la licencia, la pidieron desde Italia. De lo contrario yo no hubiera pedido nada. Además no creo que nadie más haya notado que no estoy– y por supuesto que seguramente nadie más lo notaba. Ella era extranjera, con muy poco tiempo dentro de la inquisición Francesa y no muy dada a acercarse demasiado a nadie; de hecho, la visita de Astor representaba una enorme sorpresa para Gianna, sobre todo porque los datos de residencia de los inquisidores eran ocultos para casi todas las facciones. Sin embargo no planeaba preguntar nada para ese momento, aunque sí que lo haría después.
Otra cosa que le resultaba extraña es que Astor le hablaba con cierto cuidado, hasta ese día no le había tuteado y eso cambiaba aún más la percepción que tenía la italiana de él –Gracias por venir– “Aparentemente estoy bien” se dijo, pero no coincidía con lo que él había dicho antes ni mucho menos con lo que ella sentía, por eso lo dejó apenas en un par de palabras más enredadas en su mente. Incluso se le notaba en el caminar, en ese casi arrastrar los pies descalzos hasta la cocina. Pero ella no notaba eso, era la mitad de su mente para ese momento. –Bien, haré té entonces– dijo a la par que llenaba una pava con agua y la ponía al fuego. –Bueno, no sabía que vivía sólo. De hecho pensé que era casado, por el anillo. Pero bueno, al menos esto no se ve tan terrible– cuando Gianna lo conoció, lo notó sin habérselo propuesto, sencillamente cuando él había tomado algo, ella lo había visto, nada más. La italiana lo encontraba atractivo, pero nunca lo miró demasiado, básicamente porque lo pensaba casado y ella estaba comprometida. Era una situación normal, todos se sienten atraídos por otras personas y ceden o no a sus deseos, es todo. Y para su desgracia, ella había demasiado correcta. Desgracia porque a quien le había respetado hasta en sus pensamientos no se merecía nada de ella… suspiró de modo casi imperceptible y puso en una charola un par de tazas, los saquitos de té y un recipiente con azúcar, para él.
Se sentía tan raro verlo sonreír que ella no podía verlo mucho con ese gesto, se sentía extraña, como si el que estuviera allí con ella fuera otra persona y no justamente él. Gianna sirvió el agua caliente sobre las tazas antes de ponerla de nuevo en la estufa –Ambos sabemos que es extraño, Gray. Y que yo no tengo porque ser hostil con usted y menos ahora– ella no dejaba de llamarlo por su apellido y referirse a él de usted, por más que él se sentía más cercano que siempre. –¿Azúcar? – preguntó antes de notar que él se había acercado más. Se sentía acorralada y sintió un nudo en la garganta. No era culpa de él, era de la situación y de haber evadido una pregunta que tarde o temprano debería responder. Suspiró, apoyó las manos en la encimera y sin atreverse a mirarlo se atrevió a responder –Iba a estar aquí apenas durante un mes y regresaría a Italia a casarme. El que murió fue mi prometido– seguía con el rostro bajo, con las manos casi empuñadas sobre la encimera. Fue entonces que notó que el anillo seguía en su mano, no había reparado en él. En silencio se lo retiró de mala gana, se volvió y lo arrojó a la basura –Lo asesinó la pareja de la mujer con la que me engañaba– la carta no decía eso específicamente, pero ella lo dedujo de ese modo. La muerte de él era clara y el engaño también, los detalles eran lo de menos. Tomó aire y entrelazó sus propias manos –Creo que lo mejor es que vaya a ponerme algo adecuado y a perfumarme como siempre– ese era su modo de escape, de ocultar como la rabia y el dolor se mezclaban en uno sólo en su rostro. Ella era alta, pero él lo era un poco más, por suerte para ella que no quería verlo a la cara. Escaparía apenas por un momento, porque sin explicaciones no quería que él se fuera. Gianna se recompondría en un par de minutos y buscaría restaurar de algún modo lo que él recordaba de ella, no lo que las circunstancias le hacían. Sin decir más, pasó por el lado de Astor, esquivándolo apenas –Regreso en un minuto, aún está el té pendiente– disimuló y apuró el paso a su habitación, hacia el real desorden en el que sentía que le había quedado la vida.
Gianna Castiglione- Condenado/Licántropo/Clase Alta
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Fecha de inscripción : 15/04/2014
Re: Primer quiebre (+18 | Astor Gray)
Supe que era ella y que acabaríamos juntos.
Gillian Flynn
– No he dicho tal cosa, solo que la perspectiva del enfermo siempre es o que esta peor o mucho mejor de lo se encuentra en la realidad, así que solamente me aseguraba de que no fuera ninguna de las situaciones, por lo tanto no te lo tome de esas maneras Castiglione – Esperaba estarse expresando de la manera debida, no quería que ella continuara pensando que era un idiota aunque realmente lo fuera por no saber como darse a entender de una manera más fiel a sus pensamientos y a lo que realmente trataba de decir. Igual, el alivio que le inundo el cuerpo al ver que no era una enfermedad le era suficiente para darse por bien servido de lo que acababa de hacer.
Con la respuesta que Gianna le daba, dejaba en claro la ausencia de deseos de hablar sobre el tema de la muerte de quién fuera que abandonaba aquel mundo de los vivos y la dejaba en esas condiciones que dejaban mucho que desear. Por una fracción de segundo, la ridícula idea de envidiar a quien fuera el muerto le embargo y las ganas de ser él por quien ella estuviera de esa manera se apoderaron del todo sus pensamientos; agradeció sin embargo, que no hubiese sido más que la efímera idea lo que le cruzara la mente pues de estar muerto sería incapaz de ver aquella mujer que le llevaba a permanecer y debartirse momentos antes en la entrada de su casa, como un adolescente sufriendo de su primer amor. En parte era de esa manera, Astor nunca había pasado por la clase de cosas que se veía en la obligación de experimentar al lado de Gianna. Hasta el cambio de aroma en ella le molestaba y no porque oliera mal, como pareció comprenderlo ella, sino por el hecho de que se dejaba afectar y de esa manera, le afectaba a él.
– No lo supongas, te lo aseguro. Igual no es que el aroma sea malo solo es diferente y no es tanto de mi agrado, eso es todo – Se encontraba seguro de que sus palabras no le afectaría, después de todo, ella no estaba interesada en agradarle en lo más mínimo y por el contrario el inquisidor trataba de hacer que la italiana centrara su atención en él, que no le ignorara más y que viera lo que quizás otros comenzaban a notar de manera ligera; que existía algo que realmente afectaba a Astor Gray.
Enarco la ceja sin comprender del todo como es que ella no hubiera pedido licencia de descanso debido al luto. Suspiro con cierta frustración, pues si en esos momentos era únicamente el trazo de la Gianna Castiglione que había visto antes, seguro que en acción también se vería afectada y eso la pondría en peligro.
– Creo que la licencia ha sido una gran idea, sea quien sea la persona que la pidiera. Estando como te encuentras serías solo una carga para los demás inquisidores durante una misión y pondrías en peligro no solo a tus compañeros sino además a ti misma – no supo que contestar exactamente cuando ella hablo de que nadie más debía notar la ausencia. Mientras estuvo por los cuarteles investigando acerca de ella, se percato de hecho de que efectivamente, como Gianna lo sospechaba aun era prácticamente una desconocida. No agrego nada más, evitando el tener que hablar sobre los motivos que le llevaron a él a notar la falta de la inquisidora.
No se encontraba acostumbrado a que le dieran las gracias, ni en el tiempo que Corinne permaneció a su lado y que parecía ser que escuchaba esa palabra de manera más constante se acostumbro a ella. Se mantuvo ante el agradecimiento de Gianna silente, creyendo que con su silencio le indicaba que no debía darle las gracias por nada. Él por su propio pie había ido ahí a verla, no necesitaba nada más que verla a ella para sentir cómodo por lo que llevaba a cabo.
– Té suena excelente – observaba con detenimiento los movimientos ajenos, desviando la mirada de vez en cuando para enfocarla en otras cosas dentro de la cocina y cuando Gianna hablo del anillo que alguna vez le vio llevar, agradeció que no le viera pues una mueca apareció en su rostro. Aquella muestra del compromiso que había tenido con Corinne había desaparecido junto al de ella, ayudando a Astor quizás a cerrar un ciclo pero dejando aún algunas dudas respecto a la desaparición de la licántropo sin explicación alguna – Sí, vivo solo – se tranquilizo lentamente pues lo que tuviera que ver con el pasado, lo mejor era dejarlo en su sitio y no dejarse llevar por lo que pudiera sentir – El anillo era solo algo de compromiso pero mi prometida me dejo o al menos eso es lo que entendí cuando no le encontré más y su anillo apareció en mi casa; no tenía entonces sentido continuar cargando el anillo – dijo de manera sincera – Y no, este sitio no esta mal. Es mucho mejor que muchos lugares que he visitado – con eso trato de cambiar nuevamente el tema, sobre su compromiso tenía ya suficiente con las miradas de los vecinos que parecían tenerle lastima cuando para él, todo estaba mucho mejor ahora.
– Un extraño y una mujer un tanto hostil bebiendo té, el mundo es un lugar muy extraño – dijo con la misma sonrisa en los labios – y no, el té me agrada sin azúcar, gracias – llevado por su instinto fue que se acerco de nueva cuenta a ella para poder interrogarle y no dejarle escapatoria. Si mentía lo notaría. Sus ojos estaban buscando la mirada de la italiana que se limitaba a evadirle pero que aún así comenzó a hablar y lo que tuvo para decir le pareció a Astor la cosa más extraña. Ambos, de cierta manera abandonados por quienes se suponían estarían ahí para mantenerse a su lado y aunque en varias ocasiones Astor vio el anillo de Gianna, nunca había reparado realmente en el. No quería darse cuenta de que esa inquisidora estaba más lejos de él que cualquier otra mujer. En el momento de la revelación, los ojos del licántropo fueron hasta el dedo donde aún se encontraba el anillo de compromiso de la italiana; quien rápidamente se lo saco del dedo y lo arrojo a la basura, solo para después terminar diciendo más detalles sobre el asunto del luto y todo cuanto parecía estar atravesando la inquisidora cobro sentido. Engañada ¿Acaso su prometido era estúpido? Gianna era mujer hermosa, de un cuerpo seductor desde lo que podía ver y con habilidades muy desarrolladas ¿Qué buscaba ese hombre en otras mujeres? No podía comprender del todo como es que alguien había hecho semejante estupidez y la mente se le quedo tan enfocada en descubrir un motivo que solo escucho cuando ella le decía que se encargara de las cosas y salía de la cocina con rumbo a alguna otra habitación de la casa.
Los ojos de Astor ahora se encontraban fijos en las tazas de té; no era necesario nuevamente ser un genio para saber que ella iría a descargar parte de su pena fuera de la vista de él y se sintió mucho más idiota aún por su incapacidad de decirle algo que pudiera aliviar la carga que llevaba, con todo y que se encontraba consciente de que eso era imposible. Saco las tazas de la estufa, las dejo de lado y entonces fue que se encamino a buscar a Gianna. No importaba si es que ella deseaba estar sola del todo, dejarla no era la mejor solución y tampoco quería que sufriera, no mientras estuviera él ahí. Guiado por los sonidos que hiciera ella y ayudado por sus sentidos fue hasta dar frente a la puerta de lo que parecía ser la habitación de la inquisidora. Lo correcto hubiera sido aguardar por ella donde le dijo, pero no podía hacerlo y precisamente por ese detalle fue que entro en aquella habitación, deteniendo sus pasos en seco al ver el estado de aquel lugar. Toda la habitación estaba hecha un desastre, lo que supuso se debía a que pasaba la mayor parte del tiempo ahí, sobre todo sobre la cama. El engaño del prometido, había herido de una manera demasiado profunda a la italiana y él, no se creía capaz de curar sus heridas.
Gillian Flynn
– No he dicho tal cosa, solo que la perspectiva del enfermo siempre es o que esta peor o mucho mejor de lo se encuentra en la realidad, así que solamente me aseguraba de que no fuera ninguna de las situaciones, por lo tanto no te lo tome de esas maneras Castiglione – Esperaba estarse expresando de la manera debida, no quería que ella continuara pensando que era un idiota aunque realmente lo fuera por no saber como darse a entender de una manera más fiel a sus pensamientos y a lo que realmente trataba de decir. Igual, el alivio que le inundo el cuerpo al ver que no era una enfermedad le era suficiente para darse por bien servido de lo que acababa de hacer.
Con la respuesta que Gianna le daba, dejaba en claro la ausencia de deseos de hablar sobre el tema de la muerte de quién fuera que abandonaba aquel mundo de los vivos y la dejaba en esas condiciones que dejaban mucho que desear. Por una fracción de segundo, la ridícula idea de envidiar a quien fuera el muerto le embargo y las ganas de ser él por quien ella estuviera de esa manera se apoderaron del todo sus pensamientos; agradeció sin embargo, que no hubiese sido más que la efímera idea lo que le cruzara la mente pues de estar muerto sería incapaz de ver aquella mujer que le llevaba a permanecer y debartirse momentos antes en la entrada de su casa, como un adolescente sufriendo de su primer amor. En parte era de esa manera, Astor nunca había pasado por la clase de cosas que se veía en la obligación de experimentar al lado de Gianna. Hasta el cambio de aroma en ella le molestaba y no porque oliera mal, como pareció comprenderlo ella, sino por el hecho de que se dejaba afectar y de esa manera, le afectaba a él.
– No lo supongas, te lo aseguro. Igual no es que el aroma sea malo solo es diferente y no es tanto de mi agrado, eso es todo – Se encontraba seguro de que sus palabras no le afectaría, después de todo, ella no estaba interesada en agradarle en lo más mínimo y por el contrario el inquisidor trataba de hacer que la italiana centrara su atención en él, que no le ignorara más y que viera lo que quizás otros comenzaban a notar de manera ligera; que existía algo que realmente afectaba a Astor Gray.
Enarco la ceja sin comprender del todo como es que ella no hubiera pedido licencia de descanso debido al luto. Suspiro con cierta frustración, pues si en esos momentos era únicamente el trazo de la Gianna Castiglione que había visto antes, seguro que en acción también se vería afectada y eso la pondría en peligro.
– Creo que la licencia ha sido una gran idea, sea quien sea la persona que la pidiera. Estando como te encuentras serías solo una carga para los demás inquisidores durante una misión y pondrías en peligro no solo a tus compañeros sino además a ti misma – no supo que contestar exactamente cuando ella hablo de que nadie más debía notar la ausencia. Mientras estuvo por los cuarteles investigando acerca de ella, se percato de hecho de que efectivamente, como Gianna lo sospechaba aun era prácticamente una desconocida. No agrego nada más, evitando el tener que hablar sobre los motivos que le llevaron a él a notar la falta de la inquisidora.
No se encontraba acostumbrado a que le dieran las gracias, ni en el tiempo que Corinne permaneció a su lado y que parecía ser que escuchaba esa palabra de manera más constante se acostumbro a ella. Se mantuvo ante el agradecimiento de Gianna silente, creyendo que con su silencio le indicaba que no debía darle las gracias por nada. Él por su propio pie había ido ahí a verla, no necesitaba nada más que verla a ella para sentir cómodo por lo que llevaba a cabo.
– Té suena excelente – observaba con detenimiento los movimientos ajenos, desviando la mirada de vez en cuando para enfocarla en otras cosas dentro de la cocina y cuando Gianna hablo del anillo que alguna vez le vio llevar, agradeció que no le viera pues una mueca apareció en su rostro. Aquella muestra del compromiso que había tenido con Corinne había desaparecido junto al de ella, ayudando a Astor quizás a cerrar un ciclo pero dejando aún algunas dudas respecto a la desaparición de la licántropo sin explicación alguna – Sí, vivo solo – se tranquilizo lentamente pues lo que tuviera que ver con el pasado, lo mejor era dejarlo en su sitio y no dejarse llevar por lo que pudiera sentir – El anillo era solo algo de compromiso pero mi prometida me dejo o al menos eso es lo que entendí cuando no le encontré más y su anillo apareció en mi casa; no tenía entonces sentido continuar cargando el anillo – dijo de manera sincera – Y no, este sitio no esta mal. Es mucho mejor que muchos lugares que he visitado – con eso trato de cambiar nuevamente el tema, sobre su compromiso tenía ya suficiente con las miradas de los vecinos que parecían tenerle lastima cuando para él, todo estaba mucho mejor ahora.
– Un extraño y una mujer un tanto hostil bebiendo té, el mundo es un lugar muy extraño – dijo con la misma sonrisa en los labios – y no, el té me agrada sin azúcar, gracias – llevado por su instinto fue que se acerco de nueva cuenta a ella para poder interrogarle y no dejarle escapatoria. Si mentía lo notaría. Sus ojos estaban buscando la mirada de la italiana que se limitaba a evadirle pero que aún así comenzó a hablar y lo que tuvo para decir le pareció a Astor la cosa más extraña. Ambos, de cierta manera abandonados por quienes se suponían estarían ahí para mantenerse a su lado y aunque en varias ocasiones Astor vio el anillo de Gianna, nunca había reparado realmente en el. No quería darse cuenta de que esa inquisidora estaba más lejos de él que cualquier otra mujer. En el momento de la revelación, los ojos del licántropo fueron hasta el dedo donde aún se encontraba el anillo de compromiso de la italiana; quien rápidamente se lo saco del dedo y lo arrojo a la basura, solo para después terminar diciendo más detalles sobre el asunto del luto y todo cuanto parecía estar atravesando la inquisidora cobro sentido. Engañada ¿Acaso su prometido era estúpido? Gianna era mujer hermosa, de un cuerpo seductor desde lo que podía ver y con habilidades muy desarrolladas ¿Qué buscaba ese hombre en otras mujeres? No podía comprender del todo como es que alguien había hecho semejante estupidez y la mente se le quedo tan enfocada en descubrir un motivo que solo escucho cuando ella le decía que se encargara de las cosas y salía de la cocina con rumbo a alguna otra habitación de la casa.
Los ojos de Astor ahora se encontraban fijos en las tazas de té; no era necesario nuevamente ser un genio para saber que ella iría a descargar parte de su pena fuera de la vista de él y se sintió mucho más idiota aún por su incapacidad de decirle algo que pudiera aliviar la carga que llevaba, con todo y que se encontraba consciente de que eso era imposible. Saco las tazas de la estufa, las dejo de lado y entonces fue que se encamino a buscar a Gianna. No importaba si es que ella deseaba estar sola del todo, dejarla no era la mejor solución y tampoco quería que sufriera, no mientras estuviera él ahí. Guiado por los sonidos que hiciera ella y ayudado por sus sentidos fue hasta dar frente a la puerta de lo que parecía ser la habitación de la inquisidora. Lo correcto hubiera sido aguardar por ella donde le dijo, pero no podía hacerlo y precisamente por ese detalle fue que entro en aquella habitación, deteniendo sus pasos en seco al ver el estado de aquel lugar. Toda la habitación estaba hecha un desastre, lo que supuso se debía a que pasaba la mayor parte del tiempo ahí, sobre todo sobre la cama. El engaño del prometido, había herido de una manera demasiado profunda a la italiana y él, no se creía capaz de curar sus heridas.
Astor Gray- Condenado/Licántropo/Clase Alta
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Fecha de inscripción : 22/04/2013
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Re: Primer quiebre (+18 | Astor Gray)
"En el fondo no quería que le dijeran que todo iba a estar bien.
Quería que hicieran que todo estuviera bien."
Quería que hicieran que todo estuviera bien."
Astor Gray se hacía más complejo con cada minuto que pasaba. Las ideas que se hiciera Gianna no se desmoronaban por completo, sino que parecían mutar y encajarse con ideas nuevas que la italiana se iba haciendo. El cambio era interesante e incluso bueno, sobretodo porque le permitía a ella distraer su mente en otra cosa. —Tiene razón, pero sé que no estoy enferma. Al menos no por ahora— “por ahora” se repitió ella y la verdad es que no lo pudo decir mejor. Tanto tiempo encerrada y comiendo a medias no le haría mucho bien que digamos. Dormía mucho, pero aquello en exceso tampoco era saludable, incluso se sentía más liviana a pesar de la difícil situación emocional que atravesaba.
La vida le olía a ruinas, a descomposición emocional, a cansancio. Y al final era eso lo que sentía Astor Gray que no era tan básico como aparentara. —Huele a que duermo más de lo necesario, a que he cambiado mi alimentación y a que no me perfumo como siempre— respondió algo seca, dándole la razón pero deteniendo el tema como si el tono que usara hiciera las veces de punto final.
—Mis padres están en la inquisición en Italia y consideraron pertinente enviar la solicitud de la licencia. No estoy de acuerdo ni con ellos ni con usted, si tuviera una misión estaría concentrada en matar a la cosa que fuera y créame que usaría toda mi rabia como arma. Tendría la mente centrada en lo que se me ordenara— ahí estaba hablando con más especificidad, dándole a conocer uno de los sentimientos que la embargaban y que harían que matara y rematara como si todo pudiera revivir para ir detrás de ella. Y hubiera llevado la contraria si supiera que le harían caso. Pero conocía a sus padres y la influencia de los mismos. Que la pusieran en misión era algo imposible hasta que terminara la licencia. Por eso Gianna continuaba encerrada, a cortinas cerradas como si se tratara de un vampiro e hibernando como cualquier animal durante largo tiempo.
El té amargo le funcionaba como polo a tierra, o eso intentaba ella con esa amargura a la hora de tomarlo sin azúcar. Nunca le gustó así y era por lo mismo que lo bebía de ese modo. Lo detestaba, pero a su modo le recordaba que las cosas son agrias hasta que uno mismo lo endulza y le cambia todo. Gianna sabía que su estado duraría un par de días pero que luego sería capaz de recomponerse y ser más fuerte y firme que siempre. Se obligaría a ser distinta pero más difícil de quebrar. Sería más implacable, más certera, más peligrosa en cualquier ámbito en el que se moviera. —Realmente creí que era usted casado. Pero ¿No ha pensado en buscarla? Lo digo porque no creo que usted sea de los que se compromete fácilmente. Su caso y el mío aunque parecidos al final, son bastante distintos en todo su contenido— Gianna había captado bien la esencia de Astor. Él era complicado para todo y seguro la mujer con la que se comprometiera había de ser maravillosa y fuerte. Quizás era similar a él o dueña de una dulzura y belleza tal que pudiera cautivar a alguien con el carácter del licántropo. —Mmmm supongo— suspiró dejando de lado el tema y dándole una mirada a la cocina que en efecto, no lucía tan desastrosa como su habitación.
Pero Astor sí lograba distraerla, era lo más sano de toda esa semana y eso que él no era para nada convencional. —¿Hostil? Ofrecerle té no cuenta como hostilidad, Gray— respondió ella con una sonrisa en los labios. Ligeramente débil, pero al fin sonrisa. —Yo también lo tomo sin azúcar— acotó ella que odiaba el té de ese modo. Pero no había porque decirlo, finalmente darle más razones a él para cuestionar era por completo una pésima idea.
Pero salió de repente de la cocina con excusas que no disimulaban su naturaleza. Caminó deprisa como si de pronto se sintiera desnuda. La sensación completa de horas atrás volvió a ella y necesitaba lavarse la cara con agua fría para desviar aquello.
Ingresó a la habitación y sin detenerse a mirar nada, avanzó hacia el baño. Abrió la llave del lavamanos, se inclinó y con las manos ahuecadas y juntas tomó el agua fría que fue a dar luego a su cara. Lo hizo una sola vez y pasó sus manos hacía atrás, despejando el rostro de sus cabellos. Se miró al espejo y notó el cambio en ella. Sintió rabia y respiró agitada. Se apoyó en el borde del lavamanos y tamborileó los dedos allí, como si eso le despejara la mente y le cambiara el aspecto. En el fondo sabía que no sucedería, pero tomó aire de nuevo y se obligó a dejar de verse para salir de allí. Antes de alejarse del espejo, tomó uno de sus perfumes y se lo aplicó apenas para evitar que Astor dijera algo más al respecto. Lo hizo casi sin ganas e incluso el perfume estuvo a punto de caer en las manos aún mojadas de Gianna. Tuvo deseos de destruirlo, como a todo, pero no era el momento, debía salir de allí y tomar el té como había prometido.
Pero no fue hasta que salió del baño que al llegar al medio de la habitación vio a Astor parado cerca de la puerta pero adentro del lugar. La italiana no se molestó, por el contrario dirigió su mirada a la taza que había caído horas antes y yacía rota en el suelo junto a su cama. Como por puro reflejo, ella caminó hacia allí aún descalza y se inclinó rápidamente a recoger los trozos —Ignore que ha visto este desastre… — susurró ella sin mirarlo, como si no quisiera que él la conociera aún más en medio de aquél estado.
La vida le olía a ruinas, a descomposición emocional, a cansancio. Y al final era eso lo que sentía Astor Gray que no era tan básico como aparentara. —Huele a que duermo más de lo necesario, a que he cambiado mi alimentación y a que no me perfumo como siempre— respondió algo seca, dándole la razón pero deteniendo el tema como si el tono que usara hiciera las veces de punto final.
—Mis padres están en la inquisición en Italia y consideraron pertinente enviar la solicitud de la licencia. No estoy de acuerdo ni con ellos ni con usted, si tuviera una misión estaría concentrada en matar a la cosa que fuera y créame que usaría toda mi rabia como arma. Tendría la mente centrada en lo que se me ordenara— ahí estaba hablando con más especificidad, dándole a conocer uno de los sentimientos que la embargaban y que harían que matara y rematara como si todo pudiera revivir para ir detrás de ella. Y hubiera llevado la contraria si supiera que le harían caso. Pero conocía a sus padres y la influencia de los mismos. Que la pusieran en misión era algo imposible hasta que terminara la licencia. Por eso Gianna continuaba encerrada, a cortinas cerradas como si se tratara de un vampiro e hibernando como cualquier animal durante largo tiempo.
El té amargo le funcionaba como polo a tierra, o eso intentaba ella con esa amargura a la hora de tomarlo sin azúcar. Nunca le gustó así y era por lo mismo que lo bebía de ese modo. Lo detestaba, pero a su modo le recordaba que las cosas son agrias hasta que uno mismo lo endulza y le cambia todo. Gianna sabía que su estado duraría un par de días pero que luego sería capaz de recomponerse y ser más fuerte y firme que siempre. Se obligaría a ser distinta pero más difícil de quebrar. Sería más implacable, más certera, más peligrosa en cualquier ámbito en el que se moviera. —Realmente creí que era usted casado. Pero ¿No ha pensado en buscarla? Lo digo porque no creo que usted sea de los que se compromete fácilmente. Su caso y el mío aunque parecidos al final, son bastante distintos en todo su contenido— Gianna había captado bien la esencia de Astor. Él era complicado para todo y seguro la mujer con la que se comprometiera había de ser maravillosa y fuerte. Quizás era similar a él o dueña de una dulzura y belleza tal que pudiera cautivar a alguien con el carácter del licántropo. —Mmmm supongo— suspiró dejando de lado el tema y dándole una mirada a la cocina que en efecto, no lucía tan desastrosa como su habitación.
Pero Astor sí lograba distraerla, era lo más sano de toda esa semana y eso que él no era para nada convencional. —¿Hostil? Ofrecerle té no cuenta como hostilidad, Gray— respondió ella con una sonrisa en los labios. Ligeramente débil, pero al fin sonrisa. —Yo también lo tomo sin azúcar— acotó ella que odiaba el té de ese modo. Pero no había porque decirlo, finalmente darle más razones a él para cuestionar era por completo una pésima idea.
Pero salió de repente de la cocina con excusas que no disimulaban su naturaleza. Caminó deprisa como si de pronto se sintiera desnuda. La sensación completa de horas atrás volvió a ella y necesitaba lavarse la cara con agua fría para desviar aquello.
Ingresó a la habitación y sin detenerse a mirar nada, avanzó hacia el baño. Abrió la llave del lavamanos, se inclinó y con las manos ahuecadas y juntas tomó el agua fría que fue a dar luego a su cara. Lo hizo una sola vez y pasó sus manos hacía atrás, despejando el rostro de sus cabellos. Se miró al espejo y notó el cambio en ella. Sintió rabia y respiró agitada. Se apoyó en el borde del lavamanos y tamborileó los dedos allí, como si eso le despejara la mente y le cambiara el aspecto. En el fondo sabía que no sucedería, pero tomó aire de nuevo y se obligó a dejar de verse para salir de allí. Antes de alejarse del espejo, tomó uno de sus perfumes y se lo aplicó apenas para evitar que Astor dijera algo más al respecto. Lo hizo casi sin ganas e incluso el perfume estuvo a punto de caer en las manos aún mojadas de Gianna. Tuvo deseos de destruirlo, como a todo, pero no era el momento, debía salir de allí y tomar el té como había prometido.
Pero no fue hasta que salió del baño que al llegar al medio de la habitación vio a Astor parado cerca de la puerta pero adentro del lugar. La italiana no se molestó, por el contrario dirigió su mirada a la taza que había caído horas antes y yacía rota en el suelo junto a su cama. Como por puro reflejo, ella caminó hacia allí aún descalza y se inclinó rápidamente a recoger los trozos —Ignore que ha visto este desastre… — susurró ella sin mirarlo, como si no quisiera que él la conociera aún más en medio de aquél estado.
Gianna Castiglione- Condenado/Licántropo/Clase Alta
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Fecha de inscripción : 15/04/2014
Re: Primer quiebre (+18 | Astor Gray)
Estoy dudando entre pedir ayuda y desnudarme
Colleen Hoover
Si es que ella trataba de tranquilizar de alguna manera a Astor, no lo consiguió del todo. ¿Existía alguna forma de calmar a alguien cuando se decía “por ahora”? Claro que no. Ese por ahora, lo guiaba de manera inesperada a sitios que no deseaba atravesar. Imaginarse a Gianna dejarse derrotar por la tristeza y llegar a algún lugar donde Astor no fuera capaz de alcanzarla era algo que no deseaba el inquisidor. Esperaba que resistiera, que se quedara lo suficiente como para poder buscar la manera de ayudarle, aunque no fuera el hombre indicado, aunque fuera el peor error del mundo, él quería estar cerca de ella y evitarle aquello que la tenía de esa manera; con un olor diferente y siendo la mujer opuesta o lo que recordaba. Era igual de atractiva, podía notar como la presencia de ella le alteraba aún con todos los cambios y de cierta manera agradeció que no fuera la mujer de siempre porque entonces apenas hubiese abierto la puerta, no se podría haber controlado lo suficiente.
– ¿Eso crees? Que la rabia te serviría para cumplir tus objetivos. Bueno, pues tus padres han sido sabios al pedir una licencia para ti y ahora lo compruebo mucho más. Esas creencias de que podrás con las misiones es lo más peligroso que puede existir. En estos momentos no eres capaz, eres un estorbo pese a que creas lo contrario y si hubieras ido, yo mismo hubiese expuesto motivos para que te dejaran descanso y más de algún otro condenado los notaria también – Las ultimas palabras las decía como pretexto, tratando de que no fuera tan evidente la preocupación y los impulsos de protección que tenía para con ella. No tenía la más remota idea de la importancia de los padres de Gianna en Italia y tampoco le interesaba. Lo único que le mantenía ahí era Gianna y no era algo especifico de ella, sino toda ella lo que le tenía hechizado a permanecer cerca aun cuando no fuera lo más esperaba.
Había esperado que el tema de Corinne nunca se tocara nuevamente. Los acontecimientos ocurridos con ella eran los que le mantuvieron tan distante, tan perdido en si mismo que había notado la ausencia de Gianna demasiado tarde para su gusto. Corinne le había mostrado que era capaz de ser un buen hombre cuando se lo proponía y aunque las cosas no resultaran como se planearon en un inicio, sabia que todo ocurría por algo.
– Pues ahora sabe que no lo soy – suspiro y negó – Lo pensé si. Esa mujer no es de las que deja algo si es que no estaba decidida a abandonarlo por completo. Aún si la busco y la encuentro, estoy seguro que ella no regresara. Me ha abandonado, igual que como abandono su casa cuando no existía nada para ella y lo mejor es dejarla seguir su camino; yo solo fui un momento en su vida que no se planeo y que al parecer iba terriblemente mal – sonrió – No me comprometo fácilmente, en eso tiene razón pero ella era una excepción a las reglas de todo y nuestro compromiso una necesidad más que un deseo – Le había afectado pero evidentemente mucho menos que a Gianna todo; eso era fácil de explicarse. Astor realmente nunca había amado a Corinne y Gianna evidentemente si, a su prometido. Y con ese intento de explicación dio el tema por terminado.
– La hostilidad no la cuento ahora, sino de antes – le miro con diversión porque ella recordaría tan bien como él su primera misión y encuentro. Había sido algo peculiar y quizás sus encuentros de una manera extraña, lo seguían siendo – Pero mejor no pensemos en eso y concentremonos en el té, que es más apropiado que hablar de asuntos del pasado – Dejar el pasado en su sitió era lo más adecuado desde la perspectiva del licántropo, quien se daba a la búsqueda de lo que pudiera beneficiarle en las experiencias y después las dejaba de lado. No tenía porque vivir en el pasado cuando el presente era tan maravilloso, más en instantes donde era capaz de contemplar aquella hermosa sonrisa que pese a la tristeza que transmita era la más bella que hubiese visto en su vida.
La inquisidora abandono la cocina y él se lo permitió sin decir nada. Sus pensamientos le mantenían demasiado ocupado, inmóvil en el lugar por unos cuantos minutos, hasta que sus propios pensamientos se transformaron en acciones. Sus pasos y su olfato le llevaron hasta la habitación de la inquisidora. Abrir la puerta le llevo a otro sitio en aquella misma casa. El cuarto de Gianna muy poco tenía que ver con el resto de la casa y no precisamente por la decoración, sino por el hecho de que estaba hecho un completo desastre; aquella era la habitación de una mujer que enfrentaba uno de los peores episodios de su vida y él no podía culparle de eso.
Se encontraron entonces las miradas de los dos. Astor permanecía inmóvil en la puerta, que finalmente cerro tras de si. Gianna por su parte se apresuro a ir hasta los restos de una taza que descansaban en el suelo de la habitación. De alguna manera le pareció más frágil que en todo el transcurso de su visita y algo dentro de su interior comenzó a moverse en una dirección que no había planeado, pero siendo sincero ¿Había planeado realmente algo?
– Es algo imposible de ignorar Gianna, este lugar es un completo desastre y terminaras peor si es que no lo cambias – se acerco a ella y se inclino frente a ella, sujetándole las manos para que no recogiera nada más – No tiene caso que lo limpies ahora que lo he visto y tampoco dejes de mirarme cuando hables, no quiero que parezca que huyes de mi de alguna manera – Soltó una de las manos de la italiana e hizo que levantara el rostro para mirarle y cuando los ojos de ambos se encontraron, todo termino. Con firmeza y no mucha fuerza ya que no era necesaria, tiro de la mano de Gianna para hacer que se acercara más a él y le beso. Aquellos labios que antes había esperado probar finalmente estaban a su alcance y no desaprovecharía esa oportunidad, ni aunque Gianna se encontrase afectada por un idiota que no supo aprovechar a una mujer como ella.
Los labios de la inquisidora le llamaban a reclamarlos primero con delicadeza y después con algo más de ferocidad, como si de alguna manera buscara decirle que sería suya, desde ese momento y en delante. Si aquel cuarto iba a ser un desastre, que al menos lo fuera por un buen motivo.
Colleen Hoover
Si es que ella trataba de tranquilizar de alguna manera a Astor, no lo consiguió del todo. ¿Existía alguna forma de calmar a alguien cuando se decía “por ahora”? Claro que no. Ese por ahora, lo guiaba de manera inesperada a sitios que no deseaba atravesar. Imaginarse a Gianna dejarse derrotar por la tristeza y llegar a algún lugar donde Astor no fuera capaz de alcanzarla era algo que no deseaba el inquisidor. Esperaba que resistiera, que se quedara lo suficiente como para poder buscar la manera de ayudarle, aunque no fuera el hombre indicado, aunque fuera el peor error del mundo, él quería estar cerca de ella y evitarle aquello que la tenía de esa manera; con un olor diferente y siendo la mujer opuesta o lo que recordaba. Era igual de atractiva, podía notar como la presencia de ella le alteraba aún con todos los cambios y de cierta manera agradeció que no fuera la mujer de siempre porque entonces apenas hubiese abierto la puerta, no se podría haber controlado lo suficiente.
– ¿Eso crees? Que la rabia te serviría para cumplir tus objetivos. Bueno, pues tus padres han sido sabios al pedir una licencia para ti y ahora lo compruebo mucho más. Esas creencias de que podrás con las misiones es lo más peligroso que puede existir. En estos momentos no eres capaz, eres un estorbo pese a que creas lo contrario y si hubieras ido, yo mismo hubiese expuesto motivos para que te dejaran descanso y más de algún otro condenado los notaria también – Las ultimas palabras las decía como pretexto, tratando de que no fuera tan evidente la preocupación y los impulsos de protección que tenía para con ella. No tenía la más remota idea de la importancia de los padres de Gianna en Italia y tampoco le interesaba. Lo único que le mantenía ahí era Gianna y no era algo especifico de ella, sino toda ella lo que le tenía hechizado a permanecer cerca aun cuando no fuera lo más esperaba.
Había esperado que el tema de Corinne nunca se tocara nuevamente. Los acontecimientos ocurridos con ella eran los que le mantuvieron tan distante, tan perdido en si mismo que había notado la ausencia de Gianna demasiado tarde para su gusto. Corinne le había mostrado que era capaz de ser un buen hombre cuando se lo proponía y aunque las cosas no resultaran como se planearon en un inicio, sabia que todo ocurría por algo.
– Pues ahora sabe que no lo soy – suspiro y negó – Lo pensé si. Esa mujer no es de las que deja algo si es que no estaba decidida a abandonarlo por completo. Aún si la busco y la encuentro, estoy seguro que ella no regresara. Me ha abandonado, igual que como abandono su casa cuando no existía nada para ella y lo mejor es dejarla seguir su camino; yo solo fui un momento en su vida que no se planeo y que al parecer iba terriblemente mal – sonrió – No me comprometo fácilmente, en eso tiene razón pero ella era una excepción a las reglas de todo y nuestro compromiso una necesidad más que un deseo – Le había afectado pero evidentemente mucho menos que a Gianna todo; eso era fácil de explicarse. Astor realmente nunca había amado a Corinne y Gianna evidentemente si, a su prometido. Y con ese intento de explicación dio el tema por terminado.
– La hostilidad no la cuento ahora, sino de antes – le miro con diversión porque ella recordaría tan bien como él su primera misión y encuentro. Había sido algo peculiar y quizás sus encuentros de una manera extraña, lo seguían siendo – Pero mejor no pensemos en eso y concentremonos en el té, que es más apropiado que hablar de asuntos del pasado – Dejar el pasado en su sitió era lo más adecuado desde la perspectiva del licántropo, quien se daba a la búsqueda de lo que pudiera beneficiarle en las experiencias y después las dejaba de lado. No tenía porque vivir en el pasado cuando el presente era tan maravilloso, más en instantes donde era capaz de contemplar aquella hermosa sonrisa que pese a la tristeza que transmita era la más bella que hubiese visto en su vida.
La inquisidora abandono la cocina y él se lo permitió sin decir nada. Sus pensamientos le mantenían demasiado ocupado, inmóvil en el lugar por unos cuantos minutos, hasta que sus propios pensamientos se transformaron en acciones. Sus pasos y su olfato le llevaron hasta la habitación de la inquisidora. Abrir la puerta le llevo a otro sitio en aquella misma casa. El cuarto de Gianna muy poco tenía que ver con el resto de la casa y no precisamente por la decoración, sino por el hecho de que estaba hecho un completo desastre; aquella era la habitación de una mujer que enfrentaba uno de los peores episodios de su vida y él no podía culparle de eso.
Se encontraron entonces las miradas de los dos. Astor permanecía inmóvil en la puerta, que finalmente cerro tras de si. Gianna por su parte se apresuro a ir hasta los restos de una taza que descansaban en el suelo de la habitación. De alguna manera le pareció más frágil que en todo el transcurso de su visita y algo dentro de su interior comenzó a moverse en una dirección que no había planeado, pero siendo sincero ¿Había planeado realmente algo?
– Es algo imposible de ignorar Gianna, este lugar es un completo desastre y terminaras peor si es que no lo cambias – se acerco a ella y se inclino frente a ella, sujetándole las manos para que no recogiera nada más – No tiene caso que lo limpies ahora que lo he visto y tampoco dejes de mirarme cuando hables, no quiero que parezca que huyes de mi de alguna manera – Soltó una de las manos de la italiana e hizo que levantara el rostro para mirarle y cuando los ojos de ambos se encontraron, todo termino. Con firmeza y no mucha fuerza ya que no era necesaria, tiro de la mano de Gianna para hacer que se acercara más a él y le beso. Aquellos labios que antes había esperado probar finalmente estaban a su alcance y no desaprovecharía esa oportunidad, ni aunque Gianna se encontrase afectada por un idiota que no supo aprovechar a una mujer como ella.
Los labios de la inquisidora le llamaban a reclamarlos primero con delicadeza y después con algo más de ferocidad, como si de alguna manera buscara decirle que sería suya, desde ese momento y en delante. Si aquel cuarto iba a ser un desastre, que al menos lo fuera por un buen motivo.
Astor Gray- Condenado/Licántropo/Clase Alta
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Re: Primer quiebre (+18 | Astor Gray)
"Lo que realmente quiero decirte, se me queda escondido entre líneas"
Si había algo claro, era que Astor y Gianna se llevarían la contraria en absolutamente todo. Y no era porque lo planearan de ese modo, sencillamente eran polos opuestos que se habían encontrado en un mismo lugar por circunstancias completamente diferentes ¿Podían tener alguna charla o hacer algo sin contrariarse? Probablemente, no.
— ¿No vamos a estar de acuerdo nunca, verdad, Gray? — manifestó Gianna, evadiendo la mención de su ira que según ella le serviría en cualquier misión y que, según él, le costaría la vida. Sin embargo a ella le resultaba graciosa esa falta de sutileza en él y negó con la cabeza sonriendo cuando le llamó estorbo al imaginar la situación —Sin mencionar que siempre se queja de todo lo que hago. Según usted, hago todo mal. Está loco y es usted completamente insoportable cuando se lo propone— dijo ella y soltó una risita corta y desganada, como las típicas de esa noche. La visión de él no le molestaba, más bien le daba alas para hacer mejor las cosas tan sólo por cerrarle la boca a punta de actos. Todo eso, hacía parte de la personalidad típica de Gianna y su modo de contrariarlo a él.
Las palabras de Astor con respecto a quien fuera su prometida fueron confusas. Por una parte parecía dolido, como si la hubiera amado lo suficiente como para conocer bien los móviles de sus actos y dejarla partir por lo mismo. Pero por otro lado, parecía que aquello lo había presionado al punto de llamarle a su compromiso necesidad y no deseo. Era confuso, pero no era momento para preguntar nada y menos ahondar en un tema tan espinoso en donde Gianna podría pincharse con las propias espinas que le generara la enredadera. —Parece que no tenemos suerte— comentó Gianna con tono cansado, mirándolo con su propio pesar y suspirando para finalizar al igual que él, aquél doloroso tema.
—Y no era hostil, es que tenía un compañero de misión sumamente antipático— dijo casi como broma pero sabiendo que a pesar de todo, tanto él como ella, eran completamente sinceros para expresar lo que pensaban del otro aunque lo adornaran de chiste. —Pero aquí estamos, alistando un té mientras nos quejamos del otro. Usted no tiene remedio. Obviamente es su culpa— dijo ella notando que la presencia de él allí, definitivamente le hacía bien. Su humor cambiaba de a pocos y a pesar de la poca delicadeza de Astor para expresarse, le sacaba las sonrisas y le desviaba los pensamientos hacia otros más acordes al carácter que solía mostrar ella a diario. Pero eso no significaba que Gianna pudiera olvidar el pasado del todo. Aquél suceso le cambiaba la perspectiva y la llevaba a pensar en actuar diferente a como venía siendo hasta entonces.
Pero al estar en su habitación, el mundo volvía a desmoronarse y era ella de nuevo, con su luto, con la perdida de la credibilidad y la fuerza y con el caos de su tormenta emergiendo para devorarla por partes. Al cerrar Astor la puerta, obligó a la luz a apartarse y a colarse a medias para permitir ver poco pero lo necesario. Él entró en aquella burbuja estropeada y la vio a ella con el corazón desnudo, con el ánimo caído y pegado al suelo del mismo modo en que yacía lo que una vez fue té. —Es fácil decirlo, Gray. Pero el lugar no es el desastre. El desastre soy yo— la voz se sintió flaquear pero la contuvo a tiempo, justo cuando se inclinaba. Una de sus manos tomó un trozo de la porcelana rota y la dejó caer de nuevo cuando él le sujetó las manos. Ella levantó sus ojos a él, conteniendo su estado aunque no tuviera sentido, Astor seguía mostrándose igual de fuerte que siempre y eso era bueno, aunque pinchara para obligar a despertar. —No tiene sentido huir— negó con la cabeza —Tal vez es demasiado tarde para huir de nada— y antes de poder manifestar nada, sean lágrimas o quejas, se vio halada hacia adelante, de tal modo que su posición de cuclillas no pudo mantenerse y una rodilla cayó en el suelo buscando equilibrio. Para completar, sus labios se vieron atrapados en los del licántropo y su cuerpo demasiado cerca para poder retirarse en esa posición ¿Qué se supone que debía hacer? No quiso pensar nada, sencillamente le respondió.
Tras unos segundos, se retiró como si estuviera alarmada y al erguirse caminó hacia atrás, sentándose luego sobre la cama y observándolo en la penumbra —Lo lamento— dijo ella sabiendo que lo que decía ni siquiera encajaba. Era como si creyera que tenía la culpa y que él podría pensar que lo hacía por el mero despecho. Pero nada de eso tenía sentido, ella no había iniciado nada, pero tampoco le había molestado. El beso se sentía bien, la fuerza de él, aún más, pero estaba confundida, no era algo que esperara de él y aunque quería decir algo, no podía, no sabía qué —No quiero huirle, realmente no puedo— susurró confundida y se obligó a cerrar los ojos para aclararse y no ir de nuevo hacia él para que la besara de nuevo y le calmara la tormenta con otra mucho mejor.
— ¿No vamos a estar de acuerdo nunca, verdad, Gray? — manifestó Gianna, evadiendo la mención de su ira que según ella le serviría en cualquier misión y que, según él, le costaría la vida. Sin embargo a ella le resultaba graciosa esa falta de sutileza en él y negó con la cabeza sonriendo cuando le llamó estorbo al imaginar la situación —Sin mencionar que siempre se queja de todo lo que hago. Según usted, hago todo mal. Está loco y es usted completamente insoportable cuando se lo propone— dijo ella y soltó una risita corta y desganada, como las típicas de esa noche. La visión de él no le molestaba, más bien le daba alas para hacer mejor las cosas tan sólo por cerrarle la boca a punta de actos. Todo eso, hacía parte de la personalidad típica de Gianna y su modo de contrariarlo a él.
Las palabras de Astor con respecto a quien fuera su prometida fueron confusas. Por una parte parecía dolido, como si la hubiera amado lo suficiente como para conocer bien los móviles de sus actos y dejarla partir por lo mismo. Pero por otro lado, parecía que aquello lo había presionado al punto de llamarle a su compromiso necesidad y no deseo. Era confuso, pero no era momento para preguntar nada y menos ahondar en un tema tan espinoso en donde Gianna podría pincharse con las propias espinas que le generara la enredadera. —Parece que no tenemos suerte— comentó Gianna con tono cansado, mirándolo con su propio pesar y suspirando para finalizar al igual que él, aquél doloroso tema.
—Y no era hostil, es que tenía un compañero de misión sumamente antipático— dijo casi como broma pero sabiendo que a pesar de todo, tanto él como ella, eran completamente sinceros para expresar lo que pensaban del otro aunque lo adornaran de chiste. —Pero aquí estamos, alistando un té mientras nos quejamos del otro. Usted no tiene remedio. Obviamente es su culpa— dijo ella notando que la presencia de él allí, definitivamente le hacía bien. Su humor cambiaba de a pocos y a pesar de la poca delicadeza de Astor para expresarse, le sacaba las sonrisas y le desviaba los pensamientos hacia otros más acordes al carácter que solía mostrar ella a diario. Pero eso no significaba que Gianna pudiera olvidar el pasado del todo. Aquél suceso le cambiaba la perspectiva y la llevaba a pensar en actuar diferente a como venía siendo hasta entonces.
Pero al estar en su habitación, el mundo volvía a desmoronarse y era ella de nuevo, con su luto, con la perdida de la credibilidad y la fuerza y con el caos de su tormenta emergiendo para devorarla por partes. Al cerrar Astor la puerta, obligó a la luz a apartarse y a colarse a medias para permitir ver poco pero lo necesario. Él entró en aquella burbuja estropeada y la vio a ella con el corazón desnudo, con el ánimo caído y pegado al suelo del mismo modo en que yacía lo que una vez fue té. —Es fácil decirlo, Gray. Pero el lugar no es el desastre. El desastre soy yo— la voz se sintió flaquear pero la contuvo a tiempo, justo cuando se inclinaba. Una de sus manos tomó un trozo de la porcelana rota y la dejó caer de nuevo cuando él le sujetó las manos. Ella levantó sus ojos a él, conteniendo su estado aunque no tuviera sentido, Astor seguía mostrándose igual de fuerte que siempre y eso era bueno, aunque pinchara para obligar a despertar. —No tiene sentido huir— negó con la cabeza —Tal vez es demasiado tarde para huir de nada— y antes de poder manifestar nada, sean lágrimas o quejas, se vio halada hacia adelante, de tal modo que su posición de cuclillas no pudo mantenerse y una rodilla cayó en el suelo buscando equilibrio. Para completar, sus labios se vieron atrapados en los del licántropo y su cuerpo demasiado cerca para poder retirarse en esa posición ¿Qué se supone que debía hacer? No quiso pensar nada, sencillamente le respondió.
Tras unos segundos, se retiró como si estuviera alarmada y al erguirse caminó hacia atrás, sentándose luego sobre la cama y observándolo en la penumbra —Lo lamento— dijo ella sabiendo que lo que decía ni siquiera encajaba. Era como si creyera que tenía la culpa y que él podría pensar que lo hacía por el mero despecho. Pero nada de eso tenía sentido, ella no había iniciado nada, pero tampoco le había molestado. El beso se sentía bien, la fuerza de él, aún más, pero estaba confundida, no era algo que esperara de él y aunque quería decir algo, no podía, no sabía qué —No quiero huirle, realmente no puedo— susurró confundida y se obligó a cerrar los ojos para aclararse y no ir de nuevo hacia él para que la besara de nuevo y le calmara la tormenta con otra mucho mejor.
Gianna Castiglione- Condenado/Licántropo/Clase Alta
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Fecha de inscripción : 15/04/2014
Re: Primer quiebre (+18 | Astor Gray)
Estamos solos, pero desearía que el mundo entero nos estuviera mirando. Es de noche, pero ya estoy deseando que llegue el nuevo día.
Sarah Moore Fitzgerald
No quería hablar de trabajo, no había ido hasta el hogar de la inquisidora y tocado a su puerta para que ambos hablaran sobre algo de lo que ella aún tenia razón. Nunca iban a estar de acuerdo en algunas cosas y eso debían aceptarlo, tenerlo en claro y continuar en otras cosas en las que fuera más factible que no terminasen en discusión; además, Astor no fue ahí a discutir sino que fue hasta el hogar de Gianna para ver como se encontraba. No iba a conseguir por nada del mundo que la mujer cambiara la manera en la que se sentía haciendo las estupideces usuales, aunque tal vez, eso era lo que Gianna necesitaba aunque ninguno de los dos lo supiera.
– Es solo mi creencia, tampoco es como que crea que de verdad le afecta o le interesa lo que diga respecto a lo que hace – eso era al menos lo que se veía; algo que le gustaba a Astor de ella.
La italiana era un misterio. Toda mujer lo era, pero ella, era el misterio que el licántropo deseaba descubrir de manera lenta hasta llegar a conocer todo cuanto le fuera posible de ella, hasta que la tuviera solo para él. Y por un breve periodo de tiempo todas esas posibilidades se habían esfumado ante el anillo que había llevado ella en su dedo, ese que ahora no era más que un ornamento inútil que le recordaba a la fémina el dolor de un engaño. Si bien Astor Gray no era precisamente el hombre más fiel del mundo, estaba completamente seguro de que si él tuviera la oportunidad de estar con ella como aquel hombre, no cometería sus estupidos errores. La vida de cierta manera, parecía estar obsequiándole una oportunidad, pese a que no se la mereciera y a que en su servicio a la inquisición nunca había sido un buen hombre. Corinne no estaba más, el prometido de Gianna nunca volvería a interferir y ella estaba tan cerca que con tan solo estirar su mano podría alcanzarla y aún así, parecía ser que no haría nada; aquella se quedaría como una visita de cortesía y nada más que eso.
Río con algo de burla dirigida a si mismo y a su mala suerte.
– Más bien es que no es lo nuestro – le miro – Lo nuestro debe ser servir a la inquisición y nada más que eso – suspiro – al menos yo creo que ella me dejo en parte por eso, debió ser demasiado de soportar el saber que yo me dedicaría toda la vida a eso y que correríamos peligros siempre – sonrió con la melancolía de los años y las obligaciones que hasta ese momento comenzaban a pesarle – Los verdaderos motivos igual son algo que no descubrir jamás así que debería dejar de pensar en eso y continuar – no pensaba estancarse, no quería hacerlo; pero sobre todo no deseaba que ella de estancara. La italiana tenia una vida por delante y podía tener a cualquier hombre que realmente le valorara a sus pies, aunque claro que Astor quería ser el único detrás de ella.
Se encogió de hombros con la sonrisa de burla en los labios ante las palabras de que ella no era hostil. Ambos eran personalidades fuertes y obstinadas así que las discusiones eran algo que al parecer podrían llevarles días sin que se decidiera al final un resultado sobre quien tenía la razón.
– Yo no me he quejado de usted, al menos no tanto como podría porque sería de mala educación. Estamos en su hogar después de todo – No quería de verdad llevarle la contraria; era de hecho la primera mujer con la que se divertía discutiendo pero ante quien cedería cuando ella deseara. Gianna tenía un poder extraño sobre Astor, mucho más que cualquier mujer y como nunca lo tendría alguna.
Negó con seguridad ante las palabras de la inquisidora, quien para gusto de él se trataba con demasiada rudeza cuando era más que obvio que necesitaba comprensión hasta de ella misma. Gianna no tenía la culpa de que un idiota terminara por meterse donde no debía y mucho menos por el desastre de un luto que era perfectamente normal.
– ¿No somos todos un desastre? – sonrió de manera ligera, tratando de hacerla caer en cuenta de que a quien le decía aquellas palabras no era el hombre más estable del mundo – Es decir, me has visto Gianna. Tu eres un desastre y yo soy un completo caos; pero aquí estamos – Las distancias terminaron, el contenerse ya no era necesario y por eso la beso. Deseaba conocer todas las facetas de Gianna; aquellas en las que era fuerte y en las que, como en esos momentos necesitaba de alguien. Pero Astor quería ser el dueño de todo eso, no un sujeto que no existía más; eso tenía en la mente conforme profundizaba el beso y se daba cuenta de que ella le respondía. Quizás más tarde le culpara por aprovecharse de su debilidad del momento, tal vez él mismo lo hiciera pero en esos instantes nada le interesaba más que Gianna.
Ese beso le fue suficiente como para estar seguro por completo de que a ella era a quien realmente quería. Todas las demás mujeres, el compromiso; nada había valido tanto como ese momento. Enarco la ceja extrañado ante la disculpa femenina y se quedo mirándole. Continuara viendo la fragilidad en el cuerpo de la inquisidora pero eso no evitaba que la quisiera en ese momento para él.
– No hay nada de que debas disculparte – permaneció inmóvil al menos unos momentos y ante las ultimas palabras de ella fue que volvió a acercarse a ella – Entonces no me huyas de ninguna manera – paso una de sus manos por la nuca de Gianna y fue a besarla una vez más. El desastre en aquella habitación paso a segundo termino, ya habría tiempo de que fuera organizado después porque Astor solo pensaba en dejarlo peor de lo que ya estaba.
A medida que transcurría ese beso, el inquisidor la recostaba en la cama con ayuda de su cuerpo. No pudo evitar sonreír contra los labios ajenos.
– Castiglione, ¿Te dije ya que eres hermosa? – dijo con cierto tono de picardía mientras que una de sus manos le acariciaba la cintura – Aunque creo que existe una manera de que luzcas mucho mejor que ahora – sus labios fueron a parar al cuello de la inquisidora. Esa manera no debía ser la mejor para olvidar las penas, pero al menos sería un comienzo; y probablemente el inicio de algo para ambos.
Sarah Moore Fitzgerald
No quería hablar de trabajo, no había ido hasta el hogar de la inquisidora y tocado a su puerta para que ambos hablaran sobre algo de lo que ella aún tenia razón. Nunca iban a estar de acuerdo en algunas cosas y eso debían aceptarlo, tenerlo en claro y continuar en otras cosas en las que fuera más factible que no terminasen en discusión; además, Astor no fue ahí a discutir sino que fue hasta el hogar de Gianna para ver como se encontraba. No iba a conseguir por nada del mundo que la mujer cambiara la manera en la que se sentía haciendo las estupideces usuales, aunque tal vez, eso era lo que Gianna necesitaba aunque ninguno de los dos lo supiera.
– Es solo mi creencia, tampoco es como que crea que de verdad le afecta o le interesa lo que diga respecto a lo que hace – eso era al menos lo que se veía; algo que le gustaba a Astor de ella.
La italiana era un misterio. Toda mujer lo era, pero ella, era el misterio que el licántropo deseaba descubrir de manera lenta hasta llegar a conocer todo cuanto le fuera posible de ella, hasta que la tuviera solo para él. Y por un breve periodo de tiempo todas esas posibilidades se habían esfumado ante el anillo que había llevado ella en su dedo, ese que ahora no era más que un ornamento inútil que le recordaba a la fémina el dolor de un engaño. Si bien Astor Gray no era precisamente el hombre más fiel del mundo, estaba completamente seguro de que si él tuviera la oportunidad de estar con ella como aquel hombre, no cometería sus estupidos errores. La vida de cierta manera, parecía estar obsequiándole una oportunidad, pese a que no se la mereciera y a que en su servicio a la inquisición nunca había sido un buen hombre. Corinne no estaba más, el prometido de Gianna nunca volvería a interferir y ella estaba tan cerca que con tan solo estirar su mano podría alcanzarla y aún así, parecía ser que no haría nada; aquella se quedaría como una visita de cortesía y nada más que eso.
Río con algo de burla dirigida a si mismo y a su mala suerte.
– Más bien es que no es lo nuestro – le miro – Lo nuestro debe ser servir a la inquisición y nada más que eso – suspiro – al menos yo creo que ella me dejo en parte por eso, debió ser demasiado de soportar el saber que yo me dedicaría toda la vida a eso y que correríamos peligros siempre – sonrió con la melancolía de los años y las obligaciones que hasta ese momento comenzaban a pesarle – Los verdaderos motivos igual son algo que no descubrir jamás así que debería dejar de pensar en eso y continuar – no pensaba estancarse, no quería hacerlo; pero sobre todo no deseaba que ella de estancara. La italiana tenia una vida por delante y podía tener a cualquier hombre que realmente le valorara a sus pies, aunque claro que Astor quería ser el único detrás de ella.
Se encogió de hombros con la sonrisa de burla en los labios ante las palabras de que ella no era hostil. Ambos eran personalidades fuertes y obstinadas así que las discusiones eran algo que al parecer podrían llevarles días sin que se decidiera al final un resultado sobre quien tenía la razón.
– Yo no me he quejado de usted, al menos no tanto como podría porque sería de mala educación. Estamos en su hogar después de todo – No quería de verdad llevarle la contraria; era de hecho la primera mujer con la que se divertía discutiendo pero ante quien cedería cuando ella deseara. Gianna tenía un poder extraño sobre Astor, mucho más que cualquier mujer y como nunca lo tendría alguna.
Negó con seguridad ante las palabras de la inquisidora, quien para gusto de él se trataba con demasiada rudeza cuando era más que obvio que necesitaba comprensión hasta de ella misma. Gianna no tenía la culpa de que un idiota terminara por meterse donde no debía y mucho menos por el desastre de un luto que era perfectamente normal.
– ¿No somos todos un desastre? – sonrió de manera ligera, tratando de hacerla caer en cuenta de que a quien le decía aquellas palabras no era el hombre más estable del mundo – Es decir, me has visto Gianna. Tu eres un desastre y yo soy un completo caos; pero aquí estamos – Las distancias terminaron, el contenerse ya no era necesario y por eso la beso. Deseaba conocer todas las facetas de Gianna; aquellas en las que era fuerte y en las que, como en esos momentos necesitaba de alguien. Pero Astor quería ser el dueño de todo eso, no un sujeto que no existía más; eso tenía en la mente conforme profundizaba el beso y se daba cuenta de que ella le respondía. Quizás más tarde le culpara por aprovecharse de su debilidad del momento, tal vez él mismo lo hiciera pero en esos instantes nada le interesaba más que Gianna.
Ese beso le fue suficiente como para estar seguro por completo de que a ella era a quien realmente quería. Todas las demás mujeres, el compromiso; nada había valido tanto como ese momento. Enarco la ceja extrañado ante la disculpa femenina y se quedo mirándole. Continuara viendo la fragilidad en el cuerpo de la inquisidora pero eso no evitaba que la quisiera en ese momento para él.
– No hay nada de que debas disculparte – permaneció inmóvil al menos unos momentos y ante las ultimas palabras de ella fue que volvió a acercarse a ella – Entonces no me huyas de ninguna manera – paso una de sus manos por la nuca de Gianna y fue a besarla una vez más. El desastre en aquella habitación paso a segundo termino, ya habría tiempo de que fuera organizado después porque Astor solo pensaba en dejarlo peor de lo que ya estaba.
A medida que transcurría ese beso, el inquisidor la recostaba en la cama con ayuda de su cuerpo. No pudo evitar sonreír contra los labios ajenos.
– Castiglione, ¿Te dije ya que eres hermosa? – dijo con cierto tono de picardía mientras que una de sus manos le acariciaba la cintura – Aunque creo que existe una manera de que luzcas mucho mejor que ahora – sus labios fueron a parar al cuello de la inquisidora. Esa manera no debía ser la mejor para olvidar las penas, pero al menos sería un comienzo; y probablemente el inicio de algo para ambos.
Astor Gray- Condenado/Licántropo/Clase Alta
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Re: Primer quiebre (+18 | Astor Gray)
"No hay mejor remedio que el de olvidarse de la enfermedad."
Lo que sucedía esa noche, jamás había cruzado la mente de Gianna. Y lo que sucedería, nunca se le hubiera ocurrido en ninguna de las misiones con Astor. Para ella, él era un huraño comprometido con el que apenas y podía cruzar palabra. Le parecía atractivo, sí, pero finalmente era todo un conjunto de imposibilidades para el carácter de la italiana. Sin embargo, esa noche, él mismo se había encargado de tirar abajo cualquiera de las teorías de Gianna acerca de él, y le mostraba facetas desconocidas y más atractivas de él de lo que ella alguna vez pudo imaginar. —Tampoco sabemos cuál de los dos tiene razón. Eso se vería en la práctica y como se puede dar cuenta, es algo que no me permitieron— concluyó ella como si declarara un planeado empate. Ella era de las que si no ganaba una contienda, la empataba.
“Lo nuestro debe ser servir a la inquisición y nada más que eso” mencionó él como parte de la conversación, aunque Gianna se quedó meditando con disimulo en ello. —Sí, eso he pensado en estos días. Quizás lo mejor sea dedicar mi mente y tiempo completo a servir a Dios y a la iglesia y asunto terminado. Tal vez sería más sencillo— mientras mencionó aquello no lo miró. Parecía que se hablaba a sí misma aunque él había confirmado o puesto de nuevo ese tipo de pensamientos en ella. O al menos uno de sus pensamientos, puesto que el otro distaba bastante de una vida consagrada y la dejaba más al servicio de la libertad de la caza y de su vida entera. Aun así, levantó de nuevo la mirada justo a tiempo para ver la sonrisa melancólica de Astor asentándose fugazmente en su rostro —Es complicado. En mi tiempo no tuve ese problema porque quien era mi prometido servía a la inquisición. Pero eso tampoco es garantía de nada, el riesgo será algo presente siempre para nosotros— añadió. Tener una relación sentimental mientras se era inquisidor era una tarea complicada, más aún cuando uno de los amantes no pertenecía a la misma y se ponía inevitablemente en una situación de vulnerabilidad que preocupaba a quien sí servía. Cuando los dos eran inquisidores, era algo más sencillo dados los tiempos, las estrategias y los modos de defensa de los que se disponía. Sin embargo, como decía Gianna, nada era garantía de nada. Y ambos, debían dejar el tema espinoso de sus parejas sino querían terminar cambiando el té por alguna otra cosa de esas que se usan para “ahogar” las penas.
Cuando él retomó el asunto de las quejas, Gianna no pudo evitar reírse. Era increíble lo curioso que resultaba él con cada comentario filoso disfrazado a las malas de sutileza. Pero a ella le gustaba eso. —Eso quiere decir que sí tiene quejas por decir y se está conteniendo por mera educación. No es muy alentador que digamos, pero no esperaba menos de usted, Gray— sus palabras fueron amables, porque ella sabía más o menos a qué debía atenerse con él y, finalmente, sí que le había cambiado la cara a su día.
¿Pero que pasaba estando dentro de la habitación? Todo daba un vuelco y la duda sobre si realmente Astor podría cambiarle el ánimo incluso en ese lugar continuaba flotando en el aire. —No siempre creí ser el desastre que ahora tiene al frente, es sólo eso— musitó ya sin ganas, como rindiéndose a eso en lo que se había convertido y pasando por alto cualquier preocupación sobre lo que pudiera pensar él. Allí, ya no importaban las apariencias, y tampoco se hacía presente el deseo de responder con sarcasmos a las frases agudas de él. En ese lugar, él parecía más sincero y detallista y ella lucía como quien acaba de perderlo todo y empieza a comprender el duelo.
Su disculpa fue quitada del camino con las palabras suaves de Astor, de tal modo que ella se vio casi obligada a mirarle de nuevo por una extraña necesidad a la que Gianna no quería ponerle nombre. Pero no tuvo que hacer nada, porque él mismo fue quien volvió a acortar las distancias y se sentó a su lado, casi ordenándole que no huyera y sujetándola por el cuello para evitar que lo hiciera de nuevo. Como era de esperarse, ella le respondió al beso una vez más, dejando que su cuerpo fuera llevado por el peso del ajeno para terminar apoyando la cabeza en la almohada. Esa misma en la que había llorado, ahogado los gritos y las quejas y sobre la cual ahora apoyaba pensamientos distintos a los que pudieron haber cruzado su mente en apenas días anteriores. —No me elogies, sólo quiero calmar este desastre en el que me he convertido— susurró Gianna en lo que pareció una súplica y tuteandole por primera vez en aquella cercanía. Las manos de Astor acariciaron su cintura y los labios que antes besaran los suyos pasaron a su cuello. Se sentía bien todo aquello, demasiado bien hasta el punto de hacer que la inquisidora tomara una decisión radical para todo lo que le había acontecido.
Desde siempre prometió guardarse para quien fuera su esposo como era exigido en la época. A los varones no se les pedía nada, pero ninguna mujer podía llegar mancillada al matrimonio. Pero Gianna había perdido a su prometido del modo más caótico posible, y con él, cualquier ilusión que alguna vez albergara. Esa tarde dejaría que Astor Gray tomara el control de ella misma, de su mente enlutada y del cuerpo que alguna vez consagró a la iglesia. Ese era el principio del cambio, el primer quiebre a sus antiguas convicciones y al influjo del licántropo. Un quiebre, del que él no se enteraría por labios de ella.
“Lo nuestro debe ser servir a la inquisición y nada más que eso” mencionó él como parte de la conversación, aunque Gianna se quedó meditando con disimulo en ello. —Sí, eso he pensado en estos días. Quizás lo mejor sea dedicar mi mente y tiempo completo a servir a Dios y a la iglesia y asunto terminado. Tal vez sería más sencillo— mientras mencionó aquello no lo miró. Parecía que se hablaba a sí misma aunque él había confirmado o puesto de nuevo ese tipo de pensamientos en ella. O al menos uno de sus pensamientos, puesto que el otro distaba bastante de una vida consagrada y la dejaba más al servicio de la libertad de la caza y de su vida entera. Aun así, levantó de nuevo la mirada justo a tiempo para ver la sonrisa melancólica de Astor asentándose fugazmente en su rostro —Es complicado. En mi tiempo no tuve ese problema porque quien era mi prometido servía a la inquisición. Pero eso tampoco es garantía de nada, el riesgo será algo presente siempre para nosotros— añadió. Tener una relación sentimental mientras se era inquisidor era una tarea complicada, más aún cuando uno de los amantes no pertenecía a la misma y se ponía inevitablemente en una situación de vulnerabilidad que preocupaba a quien sí servía. Cuando los dos eran inquisidores, era algo más sencillo dados los tiempos, las estrategias y los modos de defensa de los que se disponía. Sin embargo, como decía Gianna, nada era garantía de nada. Y ambos, debían dejar el tema espinoso de sus parejas sino querían terminar cambiando el té por alguna otra cosa de esas que se usan para “ahogar” las penas.
Cuando él retomó el asunto de las quejas, Gianna no pudo evitar reírse. Era increíble lo curioso que resultaba él con cada comentario filoso disfrazado a las malas de sutileza. Pero a ella le gustaba eso. —Eso quiere decir que sí tiene quejas por decir y se está conteniendo por mera educación. No es muy alentador que digamos, pero no esperaba menos de usted, Gray— sus palabras fueron amables, porque ella sabía más o menos a qué debía atenerse con él y, finalmente, sí que le había cambiado la cara a su día.
¿Pero que pasaba estando dentro de la habitación? Todo daba un vuelco y la duda sobre si realmente Astor podría cambiarle el ánimo incluso en ese lugar continuaba flotando en el aire. —No siempre creí ser el desastre que ahora tiene al frente, es sólo eso— musitó ya sin ganas, como rindiéndose a eso en lo que se había convertido y pasando por alto cualquier preocupación sobre lo que pudiera pensar él. Allí, ya no importaban las apariencias, y tampoco se hacía presente el deseo de responder con sarcasmos a las frases agudas de él. En ese lugar, él parecía más sincero y detallista y ella lucía como quien acaba de perderlo todo y empieza a comprender el duelo.
Su disculpa fue quitada del camino con las palabras suaves de Astor, de tal modo que ella se vio casi obligada a mirarle de nuevo por una extraña necesidad a la que Gianna no quería ponerle nombre. Pero no tuvo que hacer nada, porque él mismo fue quien volvió a acortar las distancias y se sentó a su lado, casi ordenándole que no huyera y sujetándola por el cuello para evitar que lo hiciera de nuevo. Como era de esperarse, ella le respondió al beso una vez más, dejando que su cuerpo fuera llevado por el peso del ajeno para terminar apoyando la cabeza en la almohada. Esa misma en la que había llorado, ahogado los gritos y las quejas y sobre la cual ahora apoyaba pensamientos distintos a los que pudieron haber cruzado su mente en apenas días anteriores. —No me elogies, sólo quiero calmar este desastre en el que me he convertido— susurró Gianna en lo que pareció una súplica y tuteandole por primera vez en aquella cercanía. Las manos de Astor acariciaron su cintura y los labios que antes besaran los suyos pasaron a su cuello. Se sentía bien todo aquello, demasiado bien hasta el punto de hacer que la inquisidora tomara una decisión radical para todo lo que le había acontecido.
Desde siempre prometió guardarse para quien fuera su esposo como era exigido en la época. A los varones no se les pedía nada, pero ninguna mujer podía llegar mancillada al matrimonio. Pero Gianna había perdido a su prometido del modo más caótico posible, y con él, cualquier ilusión que alguna vez albergara. Esa tarde dejaría que Astor Gray tomara el control de ella misma, de su mente enlutada y del cuerpo que alguna vez consagró a la iglesia. Ese era el principio del cambio, el primer quiebre a sus antiguas convicciones y al influjo del licántropo. Un quiebre, del que él no se enteraría por labios de ella.
Gianna Castiglione- Condenado/Licántropo/Clase Alta
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Re: Primer quiebre (+18 | Astor Gray)
Las posibilidades eran del uno por ciento, pero lo conseguí.
Gillian Flynn
Completamente opuestos, como dos piezas de un rompecabezas que se sabe nunca en la vida podrían embonar y sim embargo ahí estaban, embonando de una manera que nadie creería posible. Dentro del dolor de Gianna, más allá del ego de Astor; eran más parecidos quizás de lo que pensaban y eran capaces de hacer que el otro olvidara sus penas al menos un momento y se centrara o en las ajenas o en las barbaridades que el otro decía y que eran imposibles de comprender por el otro. Ambos eran algo peculiar y sin embargo, se encontraban juntos en ese momento. El destino había jugado para ambos y los había llevado lentamente hasta un punto sin retorno donde solo estarían los dos; y Astor no deseaba que nadie más estuviese, para él todo se encontraba bien en esos momentos.
– Las cosas sencillas deben ser lo que mejor nos hace, lo que verdaderamente buscamos – eso quería, no complicarse más la existencia debiendo cargar con prometidas, preocupándose por cosas que no debía y pensando en tonterías que podrían causar accidentes desafortunados cuando se tratara de misiones. Claro que, si se lo preguntaba seriamente y sin tener que pensarlo durante mucho tiempo, estaba dispuesto a lo complicado si eso involucraba a Gianna. Sonrió para si, no tenía remedio absoluto pero le era imposible no decir que algo dentro de si reaccionaba instintivamente cada vez que la veía. Las ganas de protegerla, verla, olerla, hasta la idea de hacerla enojar solo par ver sus expresiones; ella era algo que no podía explicarse ni a si mismo y tal vez, eso era lo correcto. Nunca había tenido una relación dentro de la inquisición, al menos no una sería contrario a lo que vivo Gianna a quien escucho con atención, pero no dijo nada más porque cada vez que parecía salir el tema del prometido muerto, creía que ella se echaría a llorar o que él sufriría un terrible ataque de celos sin tener derecho alguno a sufrirlo realmente.
– No se lo tome personal Castiglione, yo siempre tengo quejas que dar respecto a todo – o al menos casi todo, por tanto era mejor decirle desde esos momentos para evitar que en un futuro ella malinterpretada más de sus quejas semi disfrazadas de comentarios sencillos. Astor era así y simplemente esa parte de él no podía ser cambiada.
Hasta sus quejas habían llegado a su fin cuando sus ojos se posaron sobre la mujer frágil que se encontraba en la habitación de la inquisidora. Nada le hubiese preparado para lo que sus ojos contemplaban y sin embargo, deseaba seguirla contemplando porque en su interior algo la reclamaba como suya. Esas expresiones de pena y dolor debían ser orientadas no a un imbécil que la engañara, sino a él.
– Sigues diciendo que eres un desastre y sin embargo yo no puedo ver el desastre que mencionas – ante sus ojos era simplemente una mujer dolida y herida, una mujer a la que él deseaba proteger ante todo. Abrazarle y no dejar que el exterior la dañara porque a quien se atreviera a hacerlo, debería verselas con él. Las barreras de ambos, las apalabras dichas y las que faltaban por decirse tomaban seriedad en aquella habitación. Gianna y Astor podían ser ellos mismos ahí, sin nadie que interrumpiera esa burbuja en la que se encontraban en esos momentos.
Fue arrastrado hasta ella, la necesidad de la inquisidora le inundaba cada fibra de su ser y el beso que le diera termino de derrumbar las barreras que pudieran existir entre ambos, ya nada podía detener lo inminente.
Con el segundo beso dejaba en claro que no planeaba irse, buscaría dejar su marca en aquella inquisidora en un intento de que ningún otro hombre se acercara a ella. Rió una vez que le observo recostada, era tan hermosa pese a que ella le dijese que no la elogiara.
– Es imposible no hacerlo, ante mis ojos no veo ninguna desastre pero si es que lo eres – recorrió su cuello con los labios hasta llegar a su oído – eres el desastre más perfecto que he visto jamás – no mentía, en esa habitación era lo más sincero que jamás fue aunque no pudiera decir lo mismo de su compañera que se guardaba un secreto sumamente importante y que era necesario, Astor conociera, pero ya esa decisión estaba tomada por parte de Gianna, al igual que el licántropo decidiera estar con ella y no únicamente esa noche.
Las manos masculinas se deslizaban por la fina figura de la inquisidora, memorizando cada forma del cuerpo ajeno, recorriendo con devoción cada fragmento de piel libre de telas que sus manos encontraban en el camino y que no era suficiente. Besaba aquel cuello de forma lenta y no fue hasta que sus manos se deslizaron debajo de la blusa de Gianna que se aparto y le miro a los ojos. Una sonrisa pícara asomo a sus labios; mordió el labio inferior de la italiana al tiempo que sus manos llegaban a apoderarse por debajo de las ropas de los senos femeninos. En otra ocasión se hubiera deshecho a la primer provocación de la ropa que cubría el cuerpo femenino pero en esa situación todo era diferente. Gianna era la excepción a todas y cada una de las reglas.
Gillian Flynn
Completamente opuestos, como dos piezas de un rompecabezas que se sabe nunca en la vida podrían embonar y sim embargo ahí estaban, embonando de una manera que nadie creería posible. Dentro del dolor de Gianna, más allá del ego de Astor; eran más parecidos quizás de lo que pensaban y eran capaces de hacer que el otro olvidara sus penas al menos un momento y se centrara o en las ajenas o en las barbaridades que el otro decía y que eran imposibles de comprender por el otro. Ambos eran algo peculiar y sin embargo, se encontraban juntos en ese momento. El destino había jugado para ambos y los había llevado lentamente hasta un punto sin retorno donde solo estarían los dos; y Astor no deseaba que nadie más estuviese, para él todo se encontraba bien en esos momentos.
– Las cosas sencillas deben ser lo que mejor nos hace, lo que verdaderamente buscamos – eso quería, no complicarse más la existencia debiendo cargar con prometidas, preocupándose por cosas que no debía y pensando en tonterías que podrían causar accidentes desafortunados cuando se tratara de misiones. Claro que, si se lo preguntaba seriamente y sin tener que pensarlo durante mucho tiempo, estaba dispuesto a lo complicado si eso involucraba a Gianna. Sonrió para si, no tenía remedio absoluto pero le era imposible no decir que algo dentro de si reaccionaba instintivamente cada vez que la veía. Las ganas de protegerla, verla, olerla, hasta la idea de hacerla enojar solo par ver sus expresiones; ella era algo que no podía explicarse ni a si mismo y tal vez, eso era lo correcto. Nunca había tenido una relación dentro de la inquisición, al menos no una sería contrario a lo que vivo Gianna a quien escucho con atención, pero no dijo nada más porque cada vez que parecía salir el tema del prometido muerto, creía que ella se echaría a llorar o que él sufriría un terrible ataque de celos sin tener derecho alguno a sufrirlo realmente.
– No se lo tome personal Castiglione, yo siempre tengo quejas que dar respecto a todo – o al menos casi todo, por tanto era mejor decirle desde esos momentos para evitar que en un futuro ella malinterpretada más de sus quejas semi disfrazadas de comentarios sencillos. Astor era así y simplemente esa parte de él no podía ser cambiada.
Hasta sus quejas habían llegado a su fin cuando sus ojos se posaron sobre la mujer frágil que se encontraba en la habitación de la inquisidora. Nada le hubiese preparado para lo que sus ojos contemplaban y sin embargo, deseaba seguirla contemplando porque en su interior algo la reclamaba como suya. Esas expresiones de pena y dolor debían ser orientadas no a un imbécil que la engañara, sino a él.
– Sigues diciendo que eres un desastre y sin embargo yo no puedo ver el desastre que mencionas – ante sus ojos era simplemente una mujer dolida y herida, una mujer a la que él deseaba proteger ante todo. Abrazarle y no dejar que el exterior la dañara porque a quien se atreviera a hacerlo, debería verselas con él. Las barreras de ambos, las apalabras dichas y las que faltaban por decirse tomaban seriedad en aquella habitación. Gianna y Astor podían ser ellos mismos ahí, sin nadie que interrumpiera esa burbuja en la que se encontraban en esos momentos.
Fue arrastrado hasta ella, la necesidad de la inquisidora le inundaba cada fibra de su ser y el beso que le diera termino de derrumbar las barreras que pudieran existir entre ambos, ya nada podía detener lo inminente.
Con el segundo beso dejaba en claro que no planeaba irse, buscaría dejar su marca en aquella inquisidora en un intento de que ningún otro hombre se acercara a ella. Rió una vez que le observo recostada, era tan hermosa pese a que ella le dijese que no la elogiara.
– Es imposible no hacerlo, ante mis ojos no veo ninguna desastre pero si es que lo eres – recorrió su cuello con los labios hasta llegar a su oído – eres el desastre más perfecto que he visto jamás – no mentía, en esa habitación era lo más sincero que jamás fue aunque no pudiera decir lo mismo de su compañera que se guardaba un secreto sumamente importante y que era necesario, Astor conociera, pero ya esa decisión estaba tomada por parte de Gianna, al igual que el licántropo decidiera estar con ella y no únicamente esa noche.
Las manos masculinas se deslizaban por la fina figura de la inquisidora, memorizando cada forma del cuerpo ajeno, recorriendo con devoción cada fragmento de piel libre de telas que sus manos encontraban en el camino y que no era suficiente. Besaba aquel cuello de forma lenta y no fue hasta que sus manos se deslizaron debajo de la blusa de Gianna que se aparto y le miro a los ojos. Una sonrisa pícara asomo a sus labios; mordió el labio inferior de la italiana al tiempo que sus manos llegaban a apoderarse por debajo de las ropas de los senos femeninos. En otra ocasión se hubiera deshecho a la primer provocación de la ropa que cubría el cuerpo femenino pero en esa situación todo era diferente. Gianna era la excepción a todas y cada una de las reglas.
Astor Gray- Condenado/Licántropo/Clase Alta
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Re: Primer quiebre (+18 | Astor Gray)
"Irónico, a veces el dolor es lo que une lo imposible"
Las cosas sencillas, los pequeños detalles, él tenía razón, era eso lo que importaba y lo que, en el caso de su infidelidad, había pasado por alto por culpa de una absurda e infundamentada confianza. En aquello no podía refutarle, era una cuestión simple pero que sólo se aprende con la experiencia y uno que otro estrellón causado por la autoconfianza que tantas veces se torna traicionera.
—Supongo que terminaré acostumbrándome, ya poco a poco se me hace natural escucharlo quejarse de lo que sea— dijo Gianna sinceramente y con una leve sonrisa, de esas que parecen cómplices o alcahuetas frente a un niño travieso que planea una y otra diablura sin detenerse a pensar en las consecuencias.
Pero ¿Qué pasaba con lo que pensara antes él de ella, comparado con lo que tenía al frente? Si la italiana se detenía a pensar el cómo afectaría eso sus misiones, estaba perdida. Probablemente la trataría como alguien menos experimentado o que quizás necesitaba más supervisión hasta cerciorarse que su estado mental era el adecuado para continuar con las misiones dentro de la inquisición. Y no era que Gianna se preocupara del qué dirán, pero le molestaba profundamente ser subestimada o tratada como si no hubiese sido prácticamente criada por la misma inquisición. Ella había nacido para estar ahí, para servir ahí y no para ser tratada como una recién llegada que no sabe defenderse.
—Tal vez es porque no se ve, pero ese desastre se siente— argumentó sobre cómo se sentía y haciendo parecer que ese estado permanecería por un poco más de tiempo, creía ella. Aun así él parecía querer acortar las distancias y con ello el malestar de la italiana. Era extraño sentirlo así, con el calor de su cuerpo que cortaba cualquier frío aún por encima de las ropas. Su piel de licántropo emitía un calor distinto al de un humano común y corriente. Traspasaba las ropas, los obstáculos y hasta los argumentos.
—Empiezas a admitirlo ahora…— negó ella sintiéndose incómoda al mirarlo de ese modo, al sentirlo sobre ella mientras le recorría el cuello con labios húmedos y la barba provocando que se le erizara la piel un poco más. —Un desastre no es perfecto, pero ¿Qué se yo de nada? — susurró con esa extraña y grata incomodidad. Quizás no explicó demasiado, pero realmente creía no saber lo que hacía y sus decisiones se quedaban estancadas mientras aumentaban las sensaciones en su cuerpo. Jamás había experimentado algo así y, a decir verdad, ni siquiera sabía lo que debía hacer. Pero estaba deprimida, se decía, él seguramente haría todo lo que necesitara hacer comprendiendo la rigidez derritiéndose a pedazos como la misma inquisidora.
Su cuerpo experimentaba sensaciones nuevas, unas que siempre se preguntó pero que deshizo de su mente de inmediato al considerarlas pecado. Pero en el fondo sabía que eso no sólo le pasaba a ella, sino que cualquier ser anhela experimentar con libertad el placer y sobre todo si aún no se tiene idea de lo que realmente representa. Algo intrigante era, porque por lo mismo había tantos casos de fornicación y adulterio en los confesionarios de París y de cualquier ciudad o pueblo. Era extraño pensar que Astor Gray provocaba ese tipo de sensaciones. No era sólo que luciera atractivo y con una fuerza que delataba su cuerpo; también era una cuestión de actitud, de masculinidad tal que generaba la necesidad de quererlo cerca más y más. No era de sorprenderse que buena parte de las inquisidoras miraran a Gray como uno de los mejores prospectos masculinos que habían pisado la inquisición. Y entonces no importaba su condición de licántropo.
Las manos ajenas colándose bajo la blusa la tomaron por sorpresa a pesar de lo obvio y casi se removió bajo el cuerpo ajeno. Astor se apartó un poco, sin soltarla y al observarla seguramente notó el gesto de sorpresa que asomaba apenas en los ojos de Gianna, que estaban más abiertos que de costumbre, como quien no puede ocultar que experimenta algo que no le es convencional. Él sonrió con picardía, como no le había sonreído jamás y por fin dejó de mirarla para morderle el labio inferior al tiempo que sus manos sujetaban los senos femeninos.
Gianna cerró los ojos con fuerza y besó a Astor con más necesidad, porque así era, lo necesitaba. Sintió un cosquilleo mayor recorrerle el cuerpo al descubrir la sensibilidad de esa zona en manos extrañas y fuertes. Ya no quería detenerse aunque algo en su cabeza le gritara a lo lejos que lo hiciera. Ya era tarde, ya no deseaba otra cosa que el tacto del licántropo recorriéndola para enseñarle que el placer sobrepasa al dolor y que es tan fuerte como para no querer detenerse —Pase lo que pase, no quiero que dudes, ni te detengas— le susurró ella cuando hubo separado sus labios un poco de los ajenos, y en el medio del reclamarlos de nuevo para no permitirle preguntar nada.
—Supongo que terminaré acostumbrándome, ya poco a poco se me hace natural escucharlo quejarse de lo que sea— dijo Gianna sinceramente y con una leve sonrisa, de esas que parecen cómplices o alcahuetas frente a un niño travieso que planea una y otra diablura sin detenerse a pensar en las consecuencias.
Pero ¿Qué pasaba con lo que pensara antes él de ella, comparado con lo que tenía al frente? Si la italiana se detenía a pensar el cómo afectaría eso sus misiones, estaba perdida. Probablemente la trataría como alguien menos experimentado o que quizás necesitaba más supervisión hasta cerciorarse que su estado mental era el adecuado para continuar con las misiones dentro de la inquisición. Y no era que Gianna se preocupara del qué dirán, pero le molestaba profundamente ser subestimada o tratada como si no hubiese sido prácticamente criada por la misma inquisición. Ella había nacido para estar ahí, para servir ahí y no para ser tratada como una recién llegada que no sabe defenderse.
—Tal vez es porque no se ve, pero ese desastre se siente— argumentó sobre cómo se sentía y haciendo parecer que ese estado permanecería por un poco más de tiempo, creía ella. Aun así él parecía querer acortar las distancias y con ello el malestar de la italiana. Era extraño sentirlo así, con el calor de su cuerpo que cortaba cualquier frío aún por encima de las ropas. Su piel de licántropo emitía un calor distinto al de un humano común y corriente. Traspasaba las ropas, los obstáculos y hasta los argumentos.
—Empiezas a admitirlo ahora…— negó ella sintiéndose incómoda al mirarlo de ese modo, al sentirlo sobre ella mientras le recorría el cuello con labios húmedos y la barba provocando que se le erizara la piel un poco más. —Un desastre no es perfecto, pero ¿Qué se yo de nada? — susurró con esa extraña y grata incomodidad. Quizás no explicó demasiado, pero realmente creía no saber lo que hacía y sus decisiones se quedaban estancadas mientras aumentaban las sensaciones en su cuerpo. Jamás había experimentado algo así y, a decir verdad, ni siquiera sabía lo que debía hacer. Pero estaba deprimida, se decía, él seguramente haría todo lo que necesitara hacer comprendiendo la rigidez derritiéndose a pedazos como la misma inquisidora.
Su cuerpo experimentaba sensaciones nuevas, unas que siempre se preguntó pero que deshizo de su mente de inmediato al considerarlas pecado. Pero en el fondo sabía que eso no sólo le pasaba a ella, sino que cualquier ser anhela experimentar con libertad el placer y sobre todo si aún no se tiene idea de lo que realmente representa. Algo intrigante era, porque por lo mismo había tantos casos de fornicación y adulterio en los confesionarios de París y de cualquier ciudad o pueblo. Era extraño pensar que Astor Gray provocaba ese tipo de sensaciones. No era sólo que luciera atractivo y con una fuerza que delataba su cuerpo; también era una cuestión de actitud, de masculinidad tal que generaba la necesidad de quererlo cerca más y más. No era de sorprenderse que buena parte de las inquisidoras miraran a Gray como uno de los mejores prospectos masculinos que habían pisado la inquisición. Y entonces no importaba su condición de licántropo.
Las manos ajenas colándose bajo la blusa la tomaron por sorpresa a pesar de lo obvio y casi se removió bajo el cuerpo ajeno. Astor se apartó un poco, sin soltarla y al observarla seguramente notó el gesto de sorpresa que asomaba apenas en los ojos de Gianna, que estaban más abiertos que de costumbre, como quien no puede ocultar que experimenta algo que no le es convencional. Él sonrió con picardía, como no le había sonreído jamás y por fin dejó de mirarla para morderle el labio inferior al tiempo que sus manos sujetaban los senos femeninos.
Gianna cerró los ojos con fuerza y besó a Astor con más necesidad, porque así era, lo necesitaba. Sintió un cosquilleo mayor recorrerle el cuerpo al descubrir la sensibilidad de esa zona en manos extrañas y fuertes. Ya no quería detenerse aunque algo en su cabeza le gritara a lo lejos que lo hiciera. Ya era tarde, ya no deseaba otra cosa que el tacto del licántropo recorriéndola para enseñarle que el placer sobrepasa al dolor y que es tan fuerte como para no querer detenerse —Pase lo que pase, no quiero que dudes, ni te detengas— le susurró ella cuando hubo separado sus labios un poco de los ajenos, y en el medio del reclamarlos de nuevo para no permitirle preguntar nada.
Gianna Castiglione- Condenado/Licántropo/Clase Alta
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Re: Primer quiebre (+18 | Astor Gray)
Todos los hombres culpan a la naturaleza y al destino, pero su destino es sobre todo el eco de su carácter y de sus pasiones, sus errores y sus debilidades.
Demócrito
Una sucesión de eventos casi imposibles de que se cumplieran les llevaban hasta ese momento. Ahí en la casa de la inquisidora, el lugar donde ella ocultaba todo el dolor, la realidad de su vida y los desastres que decían existían cerca de su presencia. Él también era un desastre andante, uno que se ocultaba tras la fachada de un hombre capaz de cualquier cosa; pero desde que ella comenzara a sincerarse en la cocina, él hizo lo mismo. Lentamente se sacaban partes de las armaduras que cubrían sus almas y en la habitación de la inquisidora, eran más vulnerable que en cualquier otro lugar. Ahí Astor se sentía capaz de contarle cualquier cosa, de responderle con sinceridad a las preguntas que nunca nadie realizo; sin embargo, ninguno se veía más interesado en cuestionar. Ambos parecían deseosos de olvidar, de dar paso a una nueva vida y lo que ella trajera por delante. Para Astor, eso era completamente la inquisidora a quien ahora estuviese deseando de todas las maneras posibles; se lanzaba a ella como un depredador a su presa, solo que el detalle en eso era que el depredador terminaba por enamorarse de la presa y entonces, no pensaba soltarla jamás.
Eran diferentes y al mismo tiempo eran exactamente las mismas personas. Las manos del licántropo no debían emitir un tacto tan suave, pero a su manera trataba de emitir un consuelo; disfrazado de caricias y deseos que no eran correcto ser revelados en voz alta, eran de esos que lo mejor era mostrar con el cuerpo y las acciones. Cualquiera podía emitir palabras de amor, de cuidado eterno y devoción; pero pocos eran aquellos que estaban dispuestos realmente a mostrarlo con actos. El cuerpo de Astor buscaba la cercanía del de la italiana y no le era suficiente eso; necesitaba recorrerle el cuerpo; hacerle olvidar que un hombre le había herido y alejar la tristeza de aquellos ojos que le atrajeran por primera vez cuando la vio en los cuarteles de la inquisición.
– Sería más sencillo entonces si pudieras verte con mis ojos; así te darías cuenta de que no eres un desastre – se separo de ella unos segundos y le miro a los ojos – He visto verdaderos desastres y tu no eres uno de ellos – Veía la verdadera confusión y desgracia cuando se miraba a si mismo; su existencia no era sencilla, algunos días se tornaba un infierno lleno de pesadillas de sus actos, de su pasado y de todo aquello que de cierta manera le afectaba y él no dejaba que nadie viera.
Notaba esa manera en que la inquisidora se tensaba bajo su cuerpo cuando el tacto de sus manos comenzaba a recorrerla. Con cada acercamiento del lobo a alguna parte de piel disponible de ella, se deleitaba de notar que de manera lenta, como alguien a quien se le caen todas las barreras, se relajaba. En ningún momento se había preguntado el motivo de que sus reacciones fueran como las de una mujer primeriza; todo porque sabiendo la fuerza y la intensidad con la que la inquisidora parecía hacer todo, no la creía de esas que esperaban a un matrimonio antes de perder la pureza que cualquier mujer decía cargar. Ambos trabajaban en la inquisición, sí; pero aquel lugar estaba lleno de todo lo peor del mundo. Quienes creyeran que en la inquisición se encontraban las personas más puras del mundo, debían estar completamente equivocados, en aquella asociación, se manejaban oscuridades que nadie podía imaginarse. En su mente las actitudes femeninas se debían a lo inesperado de aquella situación, después de todo, la visita de Astor se debía meramente por la excusa de ver si se encontraba a salvo y ahora, terminaba sobre el cuerpo de la inquisidora, con una sonrisa maliciosa en los labios.
– No me mires de esa manera, mejor relájate – le susurró antes de tomar su labio inferior y tirar suavemente de él, dando paso a un beso que aumentaba de intensidad conforme las manos del licántropo se daban a la tarea de conocer el cuerpo femenino, de amoldar los senos de la italiana como si nadie más que él fuera a tocarlos desde ese momento, y en la mente del lobo, así era.
Sonrió a las palabras de la italiana. Era una petición un tanto ingenua que con todo y eso, le encanto. No había pensado por nada del mundo detenerse, no cuando algo que había esperado estaba tan al alcance de su mano. Respondió al beso de la fémina y retiro las manos de los senos femeninos, dando un tirón a los pezones que se erectaban ente el tacto del lobo. Delineado los costados del cuerpo de la inquisidora, comenzó a sacar aquella ropa que cubría la vista que tanto deseaba contemplar y no fue hasta que la unión de sus bocas le impedía retirar la prenda que se separo de ella, apenas unos segundos para poder dejarle la parte superior sin nada que obstruyera a la vista de Astor. Los ojos masculinos devoraron la belleza del torso desnudo de Gianna y en esa ocasión en lugar de que sus labios se apoderaran de los labios ajenos, fueron directamente a reclamar uno de aquellos senos como suyos. Lentamente, sin prisa alguna en sus actos, el cuerpo de Gianna Castiglione sería suyo.
Demócrito
Una sucesión de eventos casi imposibles de que se cumplieran les llevaban hasta ese momento. Ahí en la casa de la inquisidora, el lugar donde ella ocultaba todo el dolor, la realidad de su vida y los desastres que decían existían cerca de su presencia. Él también era un desastre andante, uno que se ocultaba tras la fachada de un hombre capaz de cualquier cosa; pero desde que ella comenzara a sincerarse en la cocina, él hizo lo mismo. Lentamente se sacaban partes de las armaduras que cubrían sus almas y en la habitación de la inquisidora, eran más vulnerable que en cualquier otro lugar. Ahí Astor se sentía capaz de contarle cualquier cosa, de responderle con sinceridad a las preguntas que nunca nadie realizo; sin embargo, ninguno se veía más interesado en cuestionar. Ambos parecían deseosos de olvidar, de dar paso a una nueva vida y lo que ella trajera por delante. Para Astor, eso era completamente la inquisidora a quien ahora estuviese deseando de todas las maneras posibles; se lanzaba a ella como un depredador a su presa, solo que el detalle en eso era que el depredador terminaba por enamorarse de la presa y entonces, no pensaba soltarla jamás.
Eran diferentes y al mismo tiempo eran exactamente las mismas personas. Las manos del licántropo no debían emitir un tacto tan suave, pero a su manera trataba de emitir un consuelo; disfrazado de caricias y deseos que no eran correcto ser revelados en voz alta, eran de esos que lo mejor era mostrar con el cuerpo y las acciones. Cualquiera podía emitir palabras de amor, de cuidado eterno y devoción; pero pocos eran aquellos que estaban dispuestos realmente a mostrarlo con actos. El cuerpo de Astor buscaba la cercanía del de la italiana y no le era suficiente eso; necesitaba recorrerle el cuerpo; hacerle olvidar que un hombre le había herido y alejar la tristeza de aquellos ojos que le atrajeran por primera vez cuando la vio en los cuarteles de la inquisición.
– Sería más sencillo entonces si pudieras verte con mis ojos; así te darías cuenta de que no eres un desastre – se separo de ella unos segundos y le miro a los ojos – He visto verdaderos desastres y tu no eres uno de ellos – Veía la verdadera confusión y desgracia cuando se miraba a si mismo; su existencia no era sencilla, algunos días se tornaba un infierno lleno de pesadillas de sus actos, de su pasado y de todo aquello que de cierta manera le afectaba y él no dejaba que nadie viera.
Notaba esa manera en que la inquisidora se tensaba bajo su cuerpo cuando el tacto de sus manos comenzaba a recorrerla. Con cada acercamiento del lobo a alguna parte de piel disponible de ella, se deleitaba de notar que de manera lenta, como alguien a quien se le caen todas las barreras, se relajaba. En ningún momento se había preguntado el motivo de que sus reacciones fueran como las de una mujer primeriza; todo porque sabiendo la fuerza y la intensidad con la que la inquisidora parecía hacer todo, no la creía de esas que esperaban a un matrimonio antes de perder la pureza que cualquier mujer decía cargar. Ambos trabajaban en la inquisición, sí; pero aquel lugar estaba lleno de todo lo peor del mundo. Quienes creyeran que en la inquisición se encontraban las personas más puras del mundo, debían estar completamente equivocados, en aquella asociación, se manejaban oscuridades que nadie podía imaginarse. En su mente las actitudes femeninas se debían a lo inesperado de aquella situación, después de todo, la visita de Astor se debía meramente por la excusa de ver si se encontraba a salvo y ahora, terminaba sobre el cuerpo de la inquisidora, con una sonrisa maliciosa en los labios.
– No me mires de esa manera, mejor relájate – le susurró antes de tomar su labio inferior y tirar suavemente de él, dando paso a un beso que aumentaba de intensidad conforme las manos del licántropo se daban a la tarea de conocer el cuerpo femenino, de amoldar los senos de la italiana como si nadie más que él fuera a tocarlos desde ese momento, y en la mente del lobo, así era.
Sonrió a las palabras de la italiana. Era una petición un tanto ingenua que con todo y eso, le encanto. No había pensado por nada del mundo detenerse, no cuando algo que había esperado estaba tan al alcance de su mano. Respondió al beso de la fémina y retiro las manos de los senos femeninos, dando un tirón a los pezones que se erectaban ente el tacto del lobo. Delineado los costados del cuerpo de la inquisidora, comenzó a sacar aquella ropa que cubría la vista que tanto deseaba contemplar y no fue hasta que la unión de sus bocas le impedía retirar la prenda que se separo de ella, apenas unos segundos para poder dejarle la parte superior sin nada que obstruyera a la vista de Astor. Los ojos masculinos devoraron la belleza del torso desnudo de Gianna y en esa ocasión en lugar de que sus labios se apoderaran de los labios ajenos, fueron directamente a reclamar uno de aquellos senos como suyos. Lentamente, sin prisa alguna en sus actos, el cuerpo de Gianna Castiglione sería suyo.
Astor Gray- Condenado/Licántropo/Clase Alta
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Re: Primer quiebre (+18 | Astor Gray)
"¿Te fijas cómo mi poca voz parece llamarte?"
Quienes sirven en la santa inquisición siempre se muestran fuertes, duros y obstinados hasta consigo mismos. No admiten fácilmente las derrotas y están entrenados para resistir dolor y propiciarlo de la misma manera. Pero en el fondo, todos siguen siendo humanos. Unos más, otros menos, pero al final, esos deseos de compañía y las emociones escondidas en el fondo del corazón no delatan otra cosa distinta que humanidad. Aunque muchos se esfuercen en negarlo… y así eran ellos, fuertes de apariencia, pero con el corazón palpitando dentro del pecho mientras se anhelan cosas distintas a la muerte que dan y a la que se exponen. Eso había sido evidente en la corta charla en la cocina donde el té había pasado a un segundo plano una vez hubieron ingresado a la habitación como si fuera la cámara de las verdades.
Se quedó en silencio cuando Astor le dijo que no era un desastre y lo miró a los ojos como quien se toma su tiempo de meditar en las palabras que escucha. Lo miraba intentando creerle, aunque negara con la cabeza y prefiriera sus besos a sus palabras. Recordó entonces cuando le vio por primera vez y le siguió con la mirada una vez el volteó el rostro “Ni lo mires, es un engreído completo, aunque varias dicen lo bueno que es en la cama, pero que no se entere el papa” le habían cotilleado entre risas a los cuales la italiana no respondió y se alejó dando a entender que no pretendía absolutamente nada con alguien como él. Había sido apenas una mirada y no sería más que eso, había creído ella. Pero finalmente ahí estaba, con su cuerpo apresado por el ajeno de varias maneras, aunque eso no era garantía que le creyera ni que no supiera que a la mañana siguiente las cosas seguirían igual que siempre: hostiles, lejanas, engañada por otros y por ella misma que creía catarsis el entregarse a él tan irracionalmente. Él no era hombre de una sola mujer y jamás se había ligado a ninguna inquisidora con la que compartiera el lecho ¿Por qué habría de ser ella la diferencia? Tenía que tener eso claro para no caer de nuevo y no convertirse en la estúpida de todos por pensar en cosas mejores.
Relájate, pidió él y Gianna supo que pronto debería dar alguna excusa para su comportamiento torpe e inexperimentado. Bajo ninguna circunstancia pretendía que él notara que ella jamás se había entregado a nadie, no quería que él supiera que era el primero y que la viera como la tonta que era, la que había esperado para casarse con aquél que seguramente no había esperado por ella en nada —Es sólo que esto es extraño— alcanzó a susurrar antes que le atraparan los labios con los ajenos y ella respondiera con esa necesidad que le generaba él en cada roce, porque hasta para las caricias era completamente fiero. Sus pechos le recibían sin ocultar la satisfacción que le proporcionaban las caricias y muy a pesar de los nervios de la italiana, sabía que perder los estribos en ese camino tan bien guiado por él, no sería cosa difícil. Sólo era cuestión de abandonar la mente y dejar al cuerpo hacer lo suyo.
Las ropas que tenía encima no eran nada complicadas de retirar, puesto que cuando el licántropo llegó, ella estaba en una sencilla ropa de dormir. No habían corsés de por medio y más allá de la blusa, tampoco había ninguno tipo de sostén para los senos que acariciara Astor como si le pertenecieran. La blusa se retiró pronto y sus brazos cedieron fácil para que la prenda volara lejos. Su torso estaba desnudo y aunque tuvo la necesidad de cubrirse por evidentes razones, se contuvo y más bien extendió los brazos para sacar la camisa que llevaba el inquisidor puesta y dejarlo en unas condiciones ligeramente similares a las suyas. Pero no era lo mismo, ella observó el abdomen marcado en él y unos hombros fuertes que anunciaban una espalda ancha y capaz de ejercer mucha fuerza, y le gustaba, pero luego sus ojos fueron a los ajenos, que la contemplaban como si la fueran a devorar en apenas un parpadeo y sintió sonrojarse levemente, cosa que él no notaría al estar tan concentrado en los pechos de piel tersa y firme de la italiana. Gianna tendió de nuevo la espalda en la cama y fue entonces que tuvo que morderse los labios cuando la boca de Gray se fue directo a uno de sus senos. La humedad en su boca y la fricción que ejercía sobre el pezón eran suficientes para que ella no se resistiera en lo absoluto. Un jadeo salió de sus labios y la mente ya ni siquiera contemplaba los tormentos de minutos atrás. Ahí donde estaban, ella en efecto sería suya, al menos por esa noche, antes que todo volviese a la normalidad y Astor siguiera su camino luego de haberse deleitado con ella, como pasaba con muchas. O al menos, eso decían.
Se quedó en silencio cuando Astor le dijo que no era un desastre y lo miró a los ojos como quien se toma su tiempo de meditar en las palabras que escucha. Lo miraba intentando creerle, aunque negara con la cabeza y prefiriera sus besos a sus palabras. Recordó entonces cuando le vio por primera vez y le siguió con la mirada una vez el volteó el rostro “Ni lo mires, es un engreído completo, aunque varias dicen lo bueno que es en la cama, pero que no se entere el papa” le habían cotilleado entre risas a los cuales la italiana no respondió y se alejó dando a entender que no pretendía absolutamente nada con alguien como él. Había sido apenas una mirada y no sería más que eso, había creído ella. Pero finalmente ahí estaba, con su cuerpo apresado por el ajeno de varias maneras, aunque eso no era garantía que le creyera ni que no supiera que a la mañana siguiente las cosas seguirían igual que siempre: hostiles, lejanas, engañada por otros y por ella misma que creía catarsis el entregarse a él tan irracionalmente. Él no era hombre de una sola mujer y jamás se había ligado a ninguna inquisidora con la que compartiera el lecho ¿Por qué habría de ser ella la diferencia? Tenía que tener eso claro para no caer de nuevo y no convertirse en la estúpida de todos por pensar en cosas mejores.
Relájate, pidió él y Gianna supo que pronto debería dar alguna excusa para su comportamiento torpe e inexperimentado. Bajo ninguna circunstancia pretendía que él notara que ella jamás se había entregado a nadie, no quería que él supiera que era el primero y que la viera como la tonta que era, la que había esperado para casarse con aquél que seguramente no había esperado por ella en nada —Es sólo que esto es extraño— alcanzó a susurrar antes que le atraparan los labios con los ajenos y ella respondiera con esa necesidad que le generaba él en cada roce, porque hasta para las caricias era completamente fiero. Sus pechos le recibían sin ocultar la satisfacción que le proporcionaban las caricias y muy a pesar de los nervios de la italiana, sabía que perder los estribos en ese camino tan bien guiado por él, no sería cosa difícil. Sólo era cuestión de abandonar la mente y dejar al cuerpo hacer lo suyo.
Las ropas que tenía encima no eran nada complicadas de retirar, puesto que cuando el licántropo llegó, ella estaba en una sencilla ropa de dormir. No habían corsés de por medio y más allá de la blusa, tampoco había ninguno tipo de sostén para los senos que acariciara Astor como si le pertenecieran. La blusa se retiró pronto y sus brazos cedieron fácil para que la prenda volara lejos. Su torso estaba desnudo y aunque tuvo la necesidad de cubrirse por evidentes razones, se contuvo y más bien extendió los brazos para sacar la camisa que llevaba el inquisidor puesta y dejarlo en unas condiciones ligeramente similares a las suyas. Pero no era lo mismo, ella observó el abdomen marcado en él y unos hombros fuertes que anunciaban una espalda ancha y capaz de ejercer mucha fuerza, y le gustaba, pero luego sus ojos fueron a los ajenos, que la contemplaban como si la fueran a devorar en apenas un parpadeo y sintió sonrojarse levemente, cosa que él no notaría al estar tan concentrado en los pechos de piel tersa y firme de la italiana. Gianna tendió de nuevo la espalda en la cama y fue entonces que tuvo que morderse los labios cuando la boca de Gray se fue directo a uno de sus senos. La humedad en su boca y la fricción que ejercía sobre el pezón eran suficientes para que ella no se resistiera en lo absoluto. Un jadeo salió de sus labios y la mente ya ni siquiera contemplaba los tormentos de minutos atrás. Ahí donde estaban, ella en efecto sería suya, al menos por esa noche, antes que todo volviese a la normalidad y Astor siguiera su camino luego de haberse deleitado con ella, como pasaba con muchas. O al menos, eso decían.
Gianna Castiglione- Condenado/Licántropo/Clase Alta
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Re: Primer quiebre (+18 | Astor Gray)
Olían como huelen los niños pequeños: a tierra y a hierba dulce, a pura inocencia.
Nicholas Sparks
Todo aquello no parecía diferente a lo que hiciera con otras mujeres. Era una vil mentira tratar de ocultar la verdad de su naturaleza. Astor Gray era un mujeriego, alguien que solo visitaba camas en busca del placer entre nos hermosas piernas y la compañía en la cama; eso hasta que la mañana llegaba y entonces el velo de la ilusión que muchas se hacía caía y él partía para no volver hasta que se le plantara nuevamente la idea de disfrutar de aquel cuerpo. Eran contadas las mujeres que le gustaba disfrutar más de una vez y por eso era que todas hablaban de él y de lo complicado que era tenerlo en su poder. Pocos en la inquisición supieron de su compromiso de manera real; muchas y muchos creyeron que era meramente un truco para atraer a más mujeres que no buscaban compromiso o que por el contrario también se acercarían con la creencia de que le harían cambiar de opinión y entonces decidiría sucumbir a los encantos de otra y convertirse en un marido devoto y fiel. Todo aquello era un chiste, una broma de mal gusto creada por una fuerza superior -si es que existía- pero en el hogar de Gianna, algo había cambiado. Sabía que era por ella que se sentía ligeramente diferente pero no sabía como plantearse esas diferencias en aquellos precisos instantes, por eso se limitaba a sentir y a dejar que su mente le dijera “Ella es a quien no dejarás ir nunca” y la idea no le desagradaba en lo más mínimo. Esa noche no era la única que deseaba perderse entre las piernas de Gianna y de hecho no era en lo único que deseaba perderse; quería perderse también en su voz, sus ojos y todo lo que ella era.
Le pedía que confiara en él cuando le decía que se relajara. No era la primera vez que lo decía, pero definitivamente era la primera vez que lo sentía de aquella manera. Una sonrisa divertida salió de sus labios cuando la italiana aseguro que aquello era extraño.
– Lo sé; pero más que extraño, me parece irreal – susurró antes de volver a besarla. Efectivamente que ambos estuviesen entregándose de esa manera era algo que se necesitaba tomar en cuenta, porque aunque Astor había esperado por eso, ella en ningún momento demostró querer lo mismo y en aquellos instantes, ambos parecían estar enfocados en la misma meta. Claro que si ella pensaba que después de eso todo terminaría, estaba terriblemente equivocada. El licántropo planeaba hacerla suya de todas las maneras posible, por más que ella se negara o tratara de huir después y precisamente eso era lo que trataba de dejar en claro cuando sus manos y su boca disfrutaban de aquel cuerpo.
Gianna tenía un cuerpo que cualquiera desearía. Mujeres debían envidiarle y hombres desearla de aquella manera en que él lo hacía y esos pensamientos le hacían reclamar los senos femeninos para dejar su marca en ellos; para que si en algún momento alguien osaba tocarla ella pensara solo en él. No le bastaba con una noche; Astor deseaba todas las noches de la inquisidora. La ropa de ambos comenzaba a abandonar los cuerpos y la boca del inquisidor se deleitaban con el los senos de Gianna mientras que la mano que mantenía libre descendía. Aquel jadeo de parte de ella le ánimo a continuar explorando su cuerpo, pues no descansaría hasta saber en que partes parecía ella disfrutar más. Quería memorizar el cuerpo de Gianna como si fuese el suyo. Su boca abandono el seno al que daba atenciones y descendió por la piel de Gianna, dando besos y ligeros mordiscos. Una de sus manos llego a la entrepierna femenina y una sonrisa se dibujo en su rostro mientras que buscaba escuchar más de aquellos gemidos al dejar que su mano se deslizara al interior de Gianna, abriendo paso en todo aquello que le impedía enloquecerla de deseo por él.
Nicholas Sparks
Todo aquello no parecía diferente a lo que hiciera con otras mujeres. Era una vil mentira tratar de ocultar la verdad de su naturaleza. Astor Gray era un mujeriego, alguien que solo visitaba camas en busca del placer entre nos hermosas piernas y la compañía en la cama; eso hasta que la mañana llegaba y entonces el velo de la ilusión que muchas se hacía caía y él partía para no volver hasta que se le plantara nuevamente la idea de disfrutar de aquel cuerpo. Eran contadas las mujeres que le gustaba disfrutar más de una vez y por eso era que todas hablaban de él y de lo complicado que era tenerlo en su poder. Pocos en la inquisición supieron de su compromiso de manera real; muchas y muchos creyeron que era meramente un truco para atraer a más mujeres que no buscaban compromiso o que por el contrario también se acercarían con la creencia de que le harían cambiar de opinión y entonces decidiría sucumbir a los encantos de otra y convertirse en un marido devoto y fiel. Todo aquello era un chiste, una broma de mal gusto creada por una fuerza superior -si es que existía- pero en el hogar de Gianna, algo había cambiado. Sabía que era por ella que se sentía ligeramente diferente pero no sabía como plantearse esas diferencias en aquellos precisos instantes, por eso se limitaba a sentir y a dejar que su mente le dijera “Ella es a quien no dejarás ir nunca” y la idea no le desagradaba en lo más mínimo. Esa noche no era la única que deseaba perderse entre las piernas de Gianna y de hecho no era en lo único que deseaba perderse; quería perderse también en su voz, sus ojos y todo lo que ella era.
Le pedía que confiara en él cuando le decía que se relajara. No era la primera vez que lo decía, pero definitivamente era la primera vez que lo sentía de aquella manera. Una sonrisa divertida salió de sus labios cuando la italiana aseguro que aquello era extraño.
– Lo sé; pero más que extraño, me parece irreal – susurró antes de volver a besarla. Efectivamente que ambos estuviesen entregándose de esa manera era algo que se necesitaba tomar en cuenta, porque aunque Astor había esperado por eso, ella en ningún momento demostró querer lo mismo y en aquellos instantes, ambos parecían estar enfocados en la misma meta. Claro que si ella pensaba que después de eso todo terminaría, estaba terriblemente equivocada. El licántropo planeaba hacerla suya de todas las maneras posible, por más que ella se negara o tratara de huir después y precisamente eso era lo que trataba de dejar en claro cuando sus manos y su boca disfrutaban de aquel cuerpo.
Gianna tenía un cuerpo que cualquiera desearía. Mujeres debían envidiarle y hombres desearla de aquella manera en que él lo hacía y esos pensamientos le hacían reclamar los senos femeninos para dejar su marca en ellos; para que si en algún momento alguien osaba tocarla ella pensara solo en él. No le bastaba con una noche; Astor deseaba todas las noches de la inquisidora. La ropa de ambos comenzaba a abandonar los cuerpos y la boca del inquisidor se deleitaban con el los senos de Gianna mientras que la mano que mantenía libre descendía. Aquel jadeo de parte de ella le ánimo a continuar explorando su cuerpo, pues no descansaría hasta saber en que partes parecía ella disfrutar más. Quería memorizar el cuerpo de Gianna como si fuese el suyo. Su boca abandono el seno al que daba atenciones y descendió por la piel de Gianna, dando besos y ligeros mordiscos. Una de sus manos llego a la entrepierna femenina y una sonrisa se dibujo en su rostro mientras que buscaba escuchar más de aquellos gemidos al dejar que su mano se deslizara al interior de Gianna, abriendo paso en todo aquello que le impedía enloquecerla de deseo por él.
Astor Gray- Condenado/Licántropo/Clase Alta
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Re: Primer quiebre (+18 | Astor Gray)
"A veces siento que me falta el aire; justo el mismo aire que me sobra, ¿entiendes?"
—Haz que olvide que no debo hacer esto— le susurró entre los labios cuando tuvo oportunidad. Tenía la respiración agitada, el corazón cabalgándole dentro del pecho y los nervios tan a flor de piel como su necesidad del licántropo. Seguramente él tomaría aquella petición relacionándola con el pecado. Si bien Gianna tenía su carácter y distaba de comportarse como damita en apuros, se sabía de antemano que era disciplinada con lo que Dios y la inquisición ordenaban. Para él no era lo mismo, claro, Astor era un sobrenatural con deseos continuos que debía complacer y nadie le decía nada. Y no era su culpa, así era la época. Un hombre que no llegaba virgen al matrimonio se pasaba por alto. Una mujer, no. Por eso esperaba que en ningún momento Astor preguntara hace cuanto Gianna no estaba con un hombre, porque se vería en la obligación de responder que nunca y no quería eso en absoluto. Omitiría la respuesta, de ser necesario, pero bajo ninguna circunstancia confesaría esa noche la verdad. Y quizás ninguna.
Los besos entre el par de inquisidores aumentaban el ritmo. Su lengua jugueteaba con la ajena de forma natural a pesar de nunca haber besado con tal pasión y Gianna ni siquiera caía en cuenta de eso. A él se le notaba la experiencia y era la mejor arma que tenía ella para poder seguirlo y disimular su inexperiencia.
Deseó tenerlo por más tiempo entre sus pechos, cuyos pezones se erguían y endurecían en cada roce de sus manos o sus labios. A Gianna no se le había cruzado jamás un placer mayor, aunque sabía bien que la sensibilidad de los mismos era alta. No obstante, aún le faltaba mucho por experimentar bajo el dominio nocturno de Astor.
El licántropo siguió utilizando tan ágilmente sus labios y pareció trazar un camino desde sus pechos bajando por su abdomen y mordiendo de vez en cuanto, logrando que ella se retorciera en esos momentos. Le ocultaba la mirada al cerrar los ojos y el nerviosismo aumentó cuando la mano ajena se posó sobre su femineidad. Gianna se mordió los labios y el gemido no salió de su boca aunque fue audible desde su garganta. Se retorció apenas y respiró algo más entrecortado mientras se obligaba a abrir los ojos para intentar ver lo que Gray hacía. Y sonreía, observándola con embelesadora malicia. Y ella asintió, como si aprobara de algún modo el sendero del cuerpo entero del inquisidor.
Se sentía más extraña aún, porque supo que no necesitaba planear ni saber nada para que su cuerpo reaccionara. Se retorcía, temblaba, se arqueaba y sentía la humedad en su sexo como respuesta a cada cosa que hacía Astor y, aunque se sonrojara muy levemente, todo quedaba oculto en el siguiente acto de aquél hombre.
—Esto no es fácil ahora, pero haz que olvide todo, excepto este momento— susurró como si se excusara previamente por algo y como si supiera lo que debía decir, aunque su mente aparecía de vez en cuando y empezaba a sugerirle ciertas cosas. Y en ese instante, ella pensaba aunque con interrupciones que en esa misma semana debería solicitar traslado a cualquier otro país. No podría ver a Gray luego de esa noche y saber que la inquisición entera sabría de la nueva hazaña del licántropo. Ella no quería estar en una lista donde se miraba con juicio a quienes estaban en ella. No trabajaría con alguien que supiera que podía tenerla de nuevo y sobre todo tratándose de él. Pero quería borrar esos pensamientos por ese momento, aunque eso sólo lo lograría él.
Los besos entre el par de inquisidores aumentaban el ritmo. Su lengua jugueteaba con la ajena de forma natural a pesar de nunca haber besado con tal pasión y Gianna ni siquiera caía en cuenta de eso. A él se le notaba la experiencia y era la mejor arma que tenía ella para poder seguirlo y disimular su inexperiencia.
Deseó tenerlo por más tiempo entre sus pechos, cuyos pezones se erguían y endurecían en cada roce de sus manos o sus labios. A Gianna no se le había cruzado jamás un placer mayor, aunque sabía bien que la sensibilidad de los mismos era alta. No obstante, aún le faltaba mucho por experimentar bajo el dominio nocturno de Astor.
El licántropo siguió utilizando tan ágilmente sus labios y pareció trazar un camino desde sus pechos bajando por su abdomen y mordiendo de vez en cuanto, logrando que ella se retorciera en esos momentos. Le ocultaba la mirada al cerrar los ojos y el nerviosismo aumentó cuando la mano ajena se posó sobre su femineidad. Gianna se mordió los labios y el gemido no salió de su boca aunque fue audible desde su garganta. Se retorció apenas y respiró algo más entrecortado mientras se obligaba a abrir los ojos para intentar ver lo que Gray hacía. Y sonreía, observándola con embelesadora malicia. Y ella asintió, como si aprobara de algún modo el sendero del cuerpo entero del inquisidor.
Se sentía más extraña aún, porque supo que no necesitaba planear ni saber nada para que su cuerpo reaccionara. Se retorcía, temblaba, se arqueaba y sentía la humedad en su sexo como respuesta a cada cosa que hacía Astor y, aunque se sonrojara muy levemente, todo quedaba oculto en el siguiente acto de aquél hombre.
—Esto no es fácil ahora, pero haz que olvide todo, excepto este momento— susurró como si se excusara previamente por algo y como si supiera lo que debía decir, aunque su mente aparecía de vez en cuando y empezaba a sugerirle ciertas cosas. Y en ese instante, ella pensaba aunque con interrupciones que en esa misma semana debería solicitar traslado a cualquier otro país. No podría ver a Gray luego de esa noche y saber que la inquisición entera sabría de la nueva hazaña del licántropo. Ella no quería estar en una lista donde se miraba con juicio a quienes estaban en ella. No trabajaría con alguien que supiera que podía tenerla de nuevo y sobre todo tratándose de él. Pero quería borrar esos pensamientos por ese momento, aunque eso sólo lo lograría él.
Gianna Castiglione- Condenado/Licántropo/Clase Alta
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Re: Primer quiebre (+18 | Astor Gray)
Cuando te sientas débil, piensa en mí; y cuando recuperes tus fuerzas, también piensa en mí.
Blue Jeans
No era necesario que le pidiera que le hiciera olvidar. Precisamente eso era lo que el inquisidor estaba tratando de lograr mientras que su cuerpo se apegaba al de Gianna como si fuera lo único tangible en aquella habitación donde no existan más mentiras y las pasiones del cuerpo se dejaban fluir. Aquello no era algo que solamente necesitaba la italiana, sino que Gray también necesitaba para si mismo. Quería olvidar todo y al mismo tiempo iniciar algo que prometía mucho más que todo lo que había perdido porque en la mente del inquisidor, aquella no sería la única vez que estuviese con Gianna, sino que aquello era el inicio de todo. La italiana era para él una mujer de esas que hasta él veía como inalcanzables y ahora que le demostraba que si podía alcanzarle, no le dejaría por nada del mundo. No se permitió tomar las palabras femeninas como relacionadas con la inquisición, de hecho, para ser preciso, no quería pensar en la iglesia, ni el prometido muerto o el pasado. Unicamente buscaba pensar en ellos dos y en deseo que surgía en su interior, ese que amenazaba con no ser calmado a pesar de la cercanía con la italiana.
Ella respondía de manera tan natural a cada una de las caricias y besos de Astor, que nunca se hubiese podido percatar de que aquel cuerpo se encontraba completamente puro. En sus pensamientos tampoco la veía como una mujer fácil, pero aún no podía dar con el punto donde él y ella habían terminado por ceder a aquella idea que debía ser terriblemente mala. El cuerpo del licántropo le exigía contacto con el ajeno y sus mente deseaba monopolizarla. Antes había tenido una prometida más por culpabilidad que por otra cosa pero ahora, realmente estaba pensando en que si fuese Gianna la mujer con la que pudiera compartir su vida, entonces estaría gustoso de regalársela por completo.
Le fascinaba esa manera en la que ella aún parecía guardarse cosas y una ligera risa escapo de sus labios y se quedo en la piel de la italiana cuando un gemido se ahogaba en su garganta.
– No deberías contenerte – susurro sobre la delicada piel femenina. Sus dedos la recorrían con parsimonia buscando hacerle perder aquellos deseos aun de contenerse – déjame oírte Gianna – le beso el vientre, bajando sus manos desde los senos de ella y llevando una de sus manos más cerca del sexo femenino. Levanto entonces la mirada y busco la ajena al escucharle pedir nuevamente que le hiciera olvidar todo y esta vez, sin dejar de mirarle hablo – Eso es justo lo que he pensado hacer desde que te bese. No voy a permitirte olvidar ni un solo segundo de este momento y si acaso eso llega a suceder, descuida, yo voy a recordártelo cuantas veces sean necesarias – se contuvo las ganas de decirle que desde ese momento ella sería la única mujer a la que deseara de aquella manera, todo porque, no era el momento para decirlo por más que lo sintiera en su interior. Se acerco entonces de nuevo a ella y le reclamo los labios para que no volviera a dudar de que le haría olvidar todo. La mano que se mantenía cerca de la femineidad de Gianna fue deslizada por la única prenda restante en el cuerpo femenino. Noto la humedad de aquel sexo y no pudo evitar sonreír contra los labios ajenos. Dejo entonces que uno de sus dedos jugara con el punto más placentero de Gianna, pero eso, aunado a los movimientos femeninos y a la visión del cuerpo de la inquisidora que tuviera antes, no hacía más que encender aquel deseo que ya sentía que le consumía el cuerpo.
Un gruñido salió de sus labios y se alejo entonces de ella. Tenía suficiente de todo eso, su resistencia nunca había sido demasiada y mucho menos cuando se encontraba frente a alguien como Gianna. Sin aguardar a que ella dijera algo o se negara, Astor termino de desnudar aquel cuerpo y sus manos fueron entonces a su pantalón, era necesario que quedaran en igualdad de condiciones, mucho más considerando que su cuerpo ya le exigía que le liberara de aquellas prendas que le incomodaban. No deseaba perder más tiempo, quería sentir la piel ajena en contacto con la suya y fundirse con Gianna, hasta olvidar que existía un mundo que les rodeaba.
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No era necesario que le pidiera que le hiciera olvidar. Precisamente eso era lo que el inquisidor estaba tratando de lograr mientras que su cuerpo se apegaba al de Gianna como si fuera lo único tangible en aquella habitación donde no existan más mentiras y las pasiones del cuerpo se dejaban fluir. Aquello no era algo que solamente necesitaba la italiana, sino que Gray también necesitaba para si mismo. Quería olvidar todo y al mismo tiempo iniciar algo que prometía mucho más que todo lo que había perdido porque en la mente del inquisidor, aquella no sería la única vez que estuviese con Gianna, sino que aquello era el inicio de todo. La italiana era para él una mujer de esas que hasta él veía como inalcanzables y ahora que le demostraba que si podía alcanzarle, no le dejaría por nada del mundo. No se permitió tomar las palabras femeninas como relacionadas con la inquisición, de hecho, para ser preciso, no quería pensar en la iglesia, ni el prometido muerto o el pasado. Unicamente buscaba pensar en ellos dos y en deseo que surgía en su interior, ese que amenazaba con no ser calmado a pesar de la cercanía con la italiana.
Ella respondía de manera tan natural a cada una de las caricias y besos de Astor, que nunca se hubiese podido percatar de que aquel cuerpo se encontraba completamente puro. En sus pensamientos tampoco la veía como una mujer fácil, pero aún no podía dar con el punto donde él y ella habían terminado por ceder a aquella idea que debía ser terriblemente mala. El cuerpo del licántropo le exigía contacto con el ajeno y sus mente deseaba monopolizarla. Antes había tenido una prometida más por culpabilidad que por otra cosa pero ahora, realmente estaba pensando en que si fuese Gianna la mujer con la que pudiera compartir su vida, entonces estaría gustoso de regalársela por completo.
Le fascinaba esa manera en la que ella aún parecía guardarse cosas y una ligera risa escapo de sus labios y se quedo en la piel de la italiana cuando un gemido se ahogaba en su garganta.
– No deberías contenerte – susurro sobre la delicada piel femenina. Sus dedos la recorrían con parsimonia buscando hacerle perder aquellos deseos aun de contenerse – déjame oírte Gianna – le beso el vientre, bajando sus manos desde los senos de ella y llevando una de sus manos más cerca del sexo femenino. Levanto entonces la mirada y busco la ajena al escucharle pedir nuevamente que le hiciera olvidar todo y esta vez, sin dejar de mirarle hablo – Eso es justo lo que he pensado hacer desde que te bese. No voy a permitirte olvidar ni un solo segundo de este momento y si acaso eso llega a suceder, descuida, yo voy a recordártelo cuantas veces sean necesarias – se contuvo las ganas de decirle que desde ese momento ella sería la única mujer a la que deseara de aquella manera, todo porque, no era el momento para decirlo por más que lo sintiera en su interior. Se acerco entonces de nuevo a ella y le reclamo los labios para que no volviera a dudar de que le haría olvidar todo. La mano que se mantenía cerca de la femineidad de Gianna fue deslizada por la única prenda restante en el cuerpo femenino. Noto la humedad de aquel sexo y no pudo evitar sonreír contra los labios ajenos. Dejo entonces que uno de sus dedos jugara con el punto más placentero de Gianna, pero eso, aunado a los movimientos femeninos y a la visión del cuerpo de la inquisidora que tuviera antes, no hacía más que encender aquel deseo que ya sentía que le consumía el cuerpo.
Un gruñido salió de sus labios y se alejo entonces de ella. Tenía suficiente de todo eso, su resistencia nunca había sido demasiada y mucho menos cuando se encontraba frente a alguien como Gianna. Sin aguardar a que ella dijera algo o se negara, Astor termino de desnudar aquel cuerpo y sus manos fueron entonces a su pantalón, era necesario que quedaran en igualdad de condiciones, mucho más considerando que su cuerpo ya le exigía que le liberara de aquellas prendas que le incomodaban. No deseaba perder más tiempo, quería sentir la piel ajena en contacto con la suya y fundirse con Gianna, hasta olvidar que existía un mundo que les rodeaba.
Astor Gray- Condenado/Licántropo/Clase Alta
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Fecha de inscripción : 22/04/2013
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