AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Primer quiebre (+18 | Astor Gray)
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Primer quiebre (+18 | Astor Gray)
Recuerdo del primer mensaje :
"Dibujé el itinerario hacia mi lugar al viento. Los que llegan no me encuentran. Los que espero no existen."
La carta llegó a las nueve de la mañana y traía el sello de Italia y el nombre de Anna Castiglione en la parte frontal del sobre. Como siempre, era su madre quien escribía, aunque esta vez lo hizo con más prontitud que de costumbre:
“Italia, 06 de septiembre
Querida hija, he tardado horas y horas escribiendo una carta para ti y siento que la he escrito mil veces y mil veces las he desechado. Tu padre me ha observado durante todo ese tiempo y al final me convenció que lo mejor era decirte todo sin adornar las palabras, sin sutilezas para alguien a quien criamos tan fuerte.
Los preparativos para tu boda con Luciano marchaban perfecto y con un mes de anticipación para las nupcias ya teníamos todo preparado en las dos familias. Supongo que venías preparando también tu viaje de regreso, pero quiero que lo detengas. Antes que nada te pido que leas la carta completa antes de tomar cualquier decisión o permitir que cualquier emoción te domine. Y no puedo mentirte, ya a estas alturas debes saber que son malas noticias.
Esto es complicado de decir a través de una carta, pero sabes bien por qué no puedo ir a verte ahora, sin embargo sé la clase de mujer que criamos en casa para tener claro que sabrás como tomar lo siguiente. Gianna, Luciano ha muerto y no a manos de quienes puedes imaginar. Su deceso se dio porque tenía una aventura con la mujer equivocada, con quien nunca debió meterse y quien más allá de desviarlo de su promesa para ti, lo llevó a la muerte. Es algo complicado, pero en casa consideramos que lo mejor es que no regreses por un tiempo hasta que tu mente lo asimile y tu corazón lo supere. Hubiera preferido que fuera sólo la decepción pero el destino juega malas pasadas y eso lo tenemos bien claro.
Por ahora no puedo decirte demasiado porque este medio no es suficiente. Prometo que iré a verte pronto en tanto me otorguen el permiso que solicito. En la iglesia entenderán. Sabes que te amamos, cariño, y sabemos que esto no será piedra de tropiezo para ti, aunque duela. Quédate en casa, hemos solicitado para ti un par de días y los han concedido, así que no tienes que preocuparte por avisar en Francia sobre lo sucedido. Lamento el atrevimiento cuando sé que eres tan independiente, pero lo consideramos necesario. Te han concedido quince días para tomártelos sin preocupaciones.
Con todo nuestro amor,
Phillip & Anna Castiglione”
Gianna quedó pasmada y la carta se le deslizó de los dedos como si se tratara de agua. Cayó al suelo y con ella cualquier sueño que hasta ahora tuviera la inquisidora. ¿Cómo era posible? Apenas había estado un mes lejos de su prometido y ya había pasado algo como eso. ¿Hace cuánto tiempo venía tomándola como una tonta? Deseó que estuviera vivo tan sólo para preguntarle, pero no, esa no era ella. La italiana jamás recriminaba y de haber sobrevivido Luciano, ella se habría alejado de él en el más absoluto silencio.
Sin embargo el corazón le palpitaba a toda velocidad, el nudo en la garganta le producía una terrible sensación de asfixia y el pulso le falló cuando se llevó las manos a la cara. No quería llorar, no iba a permitírselo, no admitiría una fragilidad que le destrozara los nervios y le hiciera dudar hasta de sí misma.
A la mente vinieron los recuerdos, agolpándose inmisericordes y el hecho de saberse en un tiempo espía y haber pasado por alto algo como eso le remordía la conciencia. Sin embargo ella jamás siguió a quien iba a ser su esposo, no dudó de él y respetó su privacidad como esperaba le fuera respetada la suya, pero aún así, todo eso era como una bofetada al ingenuo, un repentino cubetado de agua helada para un soñador.
La inquisidora se dejó caer sobre la cama mirando hacia el techo, buscando en los diseños explicaciones que no encontraría y sin darse cuenta pasaron unos tres días en que hacía todo por inercia. Sus baños tardaban más de una hora y salía de la bañera cuando ya el agua se ponía demasiado helada y la piel lucía deshidratada y como la de una anciana. Y en el fondo así se sentía, nada podía representar mejor su estado emocional. Sus comidas eran pobres, basadas en cualquier ensalada que la mantuviera viva mientras lo asimilaba todo. No volvió a rezar, la biblia que revisaba por las noches empezaba a llenarse de polvo y las dudas la invadían más y más.
Luciano era mayor que ella por siete años y desde siempre fue visto como un ejemplo a seguir en la inquisición. No faltaba nunca a las ceremonias religiosas, se veía colaborador en cada servicio requerido y era letal cuando sus habilidades como inquisidor eran requeridas. Pero al final era un hipócrita, un falso lobo en piel de la más reluciente oveja. Todo era mentira, él, sus palabras, su integridad… ¿De qué servía entonces decir que servían a un Dios en el que no reparaban? Las respuestas no se sabían pero la ausencia sí que le carcomía el alma completa. ¿Para qué le había servido guardarse? Aquello empezaba a sonar estúpido y entonces ella tuvo claro algo: No habría jamás un matrimonio, ni promesas en las que creer. Sería lo que le viniera en gana, en silencio, como hacían todos. No habría honor que mancillar porque no podía perder más nada, aparte de la absurda ingenuidad en cuerpo de asesina.
Era entonces el cuarto día y en todo el tiempo no había emitido ni una sola palabra. El luto lo llevaba adentro y el frío la abrazaba a las malas como si ella lo obligara a volverla dura. No podía hacer más. Cuando sintió ganas de llorar de nuevo lo contuvo otra vez y caminó por la casa buscando que los pasos se llevaran las lágrimas que no permitía salir. Hubiera bebido de tener algo de alcohol en casa, pero no estaba de ánimo para salir a ningún lugar y no habían opciones disponibles puesto que jamás bebía. La italiana preparó un té que prefirió amargo en su masoquismo y de nuevo volvió a la cama, a asimilar de nuevo que su fe se perdía y que, aunque intentara negarselo, la caída de muchas cosas lucía ya inevitable.
“Italia, 06 de septiembre
Querida hija, he tardado horas y horas escribiendo una carta para ti y siento que la he escrito mil veces y mil veces las he desechado. Tu padre me ha observado durante todo ese tiempo y al final me convenció que lo mejor era decirte todo sin adornar las palabras, sin sutilezas para alguien a quien criamos tan fuerte.
Los preparativos para tu boda con Luciano marchaban perfecto y con un mes de anticipación para las nupcias ya teníamos todo preparado en las dos familias. Supongo que venías preparando también tu viaje de regreso, pero quiero que lo detengas. Antes que nada te pido que leas la carta completa antes de tomar cualquier decisión o permitir que cualquier emoción te domine. Y no puedo mentirte, ya a estas alturas debes saber que son malas noticias.
Esto es complicado de decir a través de una carta, pero sabes bien por qué no puedo ir a verte ahora, sin embargo sé la clase de mujer que criamos en casa para tener claro que sabrás como tomar lo siguiente. Gianna, Luciano ha muerto y no a manos de quienes puedes imaginar. Su deceso se dio porque tenía una aventura con la mujer equivocada, con quien nunca debió meterse y quien más allá de desviarlo de su promesa para ti, lo llevó a la muerte. Es algo complicado, pero en casa consideramos que lo mejor es que no regreses por un tiempo hasta que tu mente lo asimile y tu corazón lo supere. Hubiera preferido que fuera sólo la decepción pero el destino juega malas pasadas y eso lo tenemos bien claro.
Por ahora no puedo decirte demasiado porque este medio no es suficiente. Prometo que iré a verte pronto en tanto me otorguen el permiso que solicito. En la iglesia entenderán. Sabes que te amamos, cariño, y sabemos que esto no será piedra de tropiezo para ti, aunque duela. Quédate en casa, hemos solicitado para ti un par de días y los han concedido, así que no tienes que preocuparte por avisar en Francia sobre lo sucedido. Lamento el atrevimiento cuando sé que eres tan independiente, pero lo consideramos necesario. Te han concedido quince días para tomártelos sin preocupaciones.
Con todo nuestro amor,
Phillip & Anna Castiglione”
Gianna quedó pasmada y la carta se le deslizó de los dedos como si se tratara de agua. Cayó al suelo y con ella cualquier sueño que hasta ahora tuviera la inquisidora. ¿Cómo era posible? Apenas había estado un mes lejos de su prometido y ya había pasado algo como eso. ¿Hace cuánto tiempo venía tomándola como una tonta? Deseó que estuviera vivo tan sólo para preguntarle, pero no, esa no era ella. La italiana jamás recriminaba y de haber sobrevivido Luciano, ella se habría alejado de él en el más absoluto silencio.
Sin embargo el corazón le palpitaba a toda velocidad, el nudo en la garganta le producía una terrible sensación de asfixia y el pulso le falló cuando se llevó las manos a la cara. No quería llorar, no iba a permitírselo, no admitiría una fragilidad que le destrozara los nervios y le hiciera dudar hasta de sí misma.
A la mente vinieron los recuerdos, agolpándose inmisericordes y el hecho de saberse en un tiempo espía y haber pasado por alto algo como eso le remordía la conciencia. Sin embargo ella jamás siguió a quien iba a ser su esposo, no dudó de él y respetó su privacidad como esperaba le fuera respetada la suya, pero aún así, todo eso era como una bofetada al ingenuo, un repentino cubetado de agua helada para un soñador.
La inquisidora se dejó caer sobre la cama mirando hacia el techo, buscando en los diseños explicaciones que no encontraría y sin darse cuenta pasaron unos tres días en que hacía todo por inercia. Sus baños tardaban más de una hora y salía de la bañera cuando ya el agua se ponía demasiado helada y la piel lucía deshidratada y como la de una anciana. Y en el fondo así se sentía, nada podía representar mejor su estado emocional. Sus comidas eran pobres, basadas en cualquier ensalada que la mantuviera viva mientras lo asimilaba todo. No volvió a rezar, la biblia que revisaba por las noches empezaba a llenarse de polvo y las dudas la invadían más y más.
Luciano era mayor que ella por siete años y desde siempre fue visto como un ejemplo a seguir en la inquisición. No faltaba nunca a las ceremonias religiosas, se veía colaborador en cada servicio requerido y era letal cuando sus habilidades como inquisidor eran requeridas. Pero al final era un hipócrita, un falso lobo en piel de la más reluciente oveja. Todo era mentira, él, sus palabras, su integridad… ¿De qué servía entonces decir que servían a un Dios en el que no reparaban? Las respuestas no se sabían pero la ausencia sí que le carcomía el alma completa. ¿Para qué le había servido guardarse? Aquello empezaba a sonar estúpido y entonces ella tuvo claro algo: No habría jamás un matrimonio, ni promesas en las que creer. Sería lo que le viniera en gana, en silencio, como hacían todos. No habría honor que mancillar porque no podía perder más nada, aparte de la absurda ingenuidad en cuerpo de asesina.
Era entonces el cuarto día y en todo el tiempo no había emitido ni una sola palabra. El luto lo llevaba adentro y el frío la abrazaba a las malas como si ella lo obligara a volverla dura. No podía hacer más. Cuando sintió ganas de llorar de nuevo lo contuvo otra vez y caminó por la casa buscando que los pasos se llevaran las lágrimas que no permitía salir. Hubiera bebido de tener algo de alcohol en casa, pero no estaba de ánimo para salir a ningún lugar y no habían opciones disponibles puesto que jamás bebía. La italiana preparó un té que prefirió amargo en su masoquismo y de nuevo volvió a la cama, a asimilar de nuevo que su fe se perdía y que, aunque intentara negarselo, la caída de muchas cosas lucía ya inevitable.
Gianna Castiglione- Condenado/Licántropo/Clase Alta
- Mensajes : 104
Fecha de inscripción : 15/04/2014
Re: Primer quiebre (+18 | Astor Gray)
"Él era de los que borran la memoria sólo con los labios"
La experiencia de Astor en el campo de las pasiones le daba a Gianna una ventaja enorme, y no era sólo con respecto a guiarla en lo que debía hacer, sino que también lo era con respecto a la omisión de muchas preguntas que resultarían incómodas en un momento como ese y que, finalmente, terminarían deteniendo todo antes de llegar a culminarse. También era favorable con el tema de los cuestionamientos; puesto que hasta ahora, Gianna había notado que Astor detestaba ser cuestionado en muchos aspectos y eso mismo era lo que él ofrecía: el silencio antes de juzgar ciertos detalles o frases.
Quizás se debía a que en un momento como el que vivían no se podía pensar mucho, incluso los análisis estaban fuera de lugar cuando las hormonas aparecían en altos niveles. Seguramente Gray sólo quería hacerla suya, complacer su cuerpo esa noche con el de la italiana y dejar que la pasión de hombre y lobo que emergían en él, fluyeran hasta encontrar el éxtasis. Por eso mismo debía ser fiero, creyó ella.
No obstante y sin necesidad de análisis él notaba que en algunas cosas ella se contenía. Su inexperiencia era la responsable, aunque para Gray fuera más un asunto propio de la personalidad de Gianna, por suerte. A aquello era imposible responder y la inquisidora apenas se mordió los labios, obligándose a mantenerle la mirada con la misma seguridad que hacía siempre, sin temerle, sin dejarse opacar en absoluto aunque ahora estuviera bajo su total dominio. Pero ¿Qué quería decir con que se lo podía recordar cuantas veces fueran necesarias? Quizás era parte de su estrategia, tal vez el hacer creer a la mujer con la que se encamaba que volvería de nuevo era parte de su rictus de buen amante. Y sonaba bien, no podía negarse, pero ella sabía que luego de esa noche no volvería, e incluso que cuando ella abriera los ojos él ya no estaría más. Aun así ¿Qué importaba? Astor seguía siendo el inicio de su cambio, de su quiebre para traicionar todas sus creencias como ellas lo habían hecho primero con Gianna. Eso era lo importante, y que no debía ligarse a él como decían sus amigas que pasaba con el primer hombre que las tomara.
Astor la besó de nuevo, ella respondió con ese deseo que él le generaba por vez primera y hasta puede decirse que disfrutó con esa sonrisa sobre los labios una vez se apoderó con una mano de su sexo y sintió la humedad que él mismo le provocaba. Movió los dedos con habilidad y Gianna no pudo contener un gemido que otorgó sobre los labios ajenos. Si había disfrutado con el momento en que el licántropo besara sus pechos, aquél tacto sobrepasaba con creces cualquier otra sensación. Allí ella no pensó nada más, pero sí se retorció bajo el cuerpo ajeno al tiempo que flexionaba una pierna contra las ajenas. Arqueó la espalda porque él continuaba con el jugueteo y sus pezones rozaron con necesidad el desnudo pecho ajeno. Para entonces Gianna se vio obligada a cerrar los ojos, a morderse los labios y jadear como si se estuviera desesperando de placer en cada movimiento.
Hasta ahora todo era placentero e incluso nada dolía, como solían decir. Ese pensamiento había desaparecido de su mente por unos buenos minutos y la curiosidad se sobrepuso a cualquier otra idea ¿Qué más podría sentir? ¿Era por eso que tanta gente sucumbía al placer del sexo sin importarle otra cosa? empezaba a entenderlo, aunque aún le seguía faltando camino.
El silencio de Gianna entre los jadeos no era otra cosa más que la confirmación que de verdad olvidaba todo. Había hecho lo que él pedía, no contenerse, e incluso lograba lo que ella misma pidiera segundos atrás. Astor se separó de ella un momento, detuvo el movimiento y ella abrió los ojos para terminar de comprobar que la desnudaba con rapidez y ella lo permitía sin dudarlo. Era la primera vez que un hombre la contemplara de esa manera y aunque era incómodo, pronto sus ojos fueron a parar a las manos de Astor que se dirigían hacia su propio pantalón.
En un deseo de ocultar de nuevo su inexperiencia, Gianna se sentó con rapidez en la cama y le retiró las manos al licántropo para desabrocharle ella misma el pantalón. Tenía curiosidad de conocerlo completo y ver lo que ocultaba bajo la ropa y que había complacido a tantas y, aunque cierto pudor se apoderaba de ella, se propuso mantener el rostro sin ningún gesto extraño que la delatara. Desabrochó entonces el botón y bajó la cremallera. Llevó las manos a las caderas de Gray y tiró hacia abajo llevando consigo no sólo el pantalón sino también la ropa interior que aún lo cubriera. Un miembro firme y erecto asomó como si quisiera ser liberado y en vez de sentirse avergonzada de su vista, sintió un deseo enorme recorrerle el cuerpo completo. Alzó las manos y lo sujetó de los hombros, obligándolo a posar sobre ella de nuevo mientras sus piernas se encargaban de terminar de liberar el pantalón hasta que ambos estuvieron completamente desnudos.
—Estoy segura que no voy a poder olvidarlo— le susurró de frente, teniéndolo sobre sí y mirándolo a los ojos. Obviamente ese momento sería imborrable, sobre todo porque Gianna temblaba aunque intentaba contenerlo o disimularlo y el corazón le latía a mil. Tenía miedo, le era inevitable, pero también lo deseaba.
Quizás se debía a que en un momento como el que vivían no se podía pensar mucho, incluso los análisis estaban fuera de lugar cuando las hormonas aparecían en altos niveles. Seguramente Gray sólo quería hacerla suya, complacer su cuerpo esa noche con el de la italiana y dejar que la pasión de hombre y lobo que emergían en él, fluyeran hasta encontrar el éxtasis. Por eso mismo debía ser fiero, creyó ella.
No obstante y sin necesidad de análisis él notaba que en algunas cosas ella se contenía. Su inexperiencia era la responsable, aunque para Gray fuera más un asunto propio de la personalidad de Gianna, por suerte. A aquello era imposible responder y la inquisidora apenas se mordió los labios, obligándose a mantenerle la mirada con la misma seguridad que hacía siempre, sin temerle, sin dejarse opacar en absoluto aunque ahora estuviera bajo su total dominio. Pero ¿Qué quería decir con que se lo podía recordar cuantas veces fueran necesarias? Quizás era parte de su estrategia, tal vez el hacer creer a la mujer con la que se encamaba que volvería de nuevo era parte de su rictus de buen amante. Y sonaba bien, no podía negarse, pero ella sabía que luego de esa noche no volvería, e incluso que cuando ella abriera los ojos él ya no estaría más. Aun así ¿Qué importaba? Astor seguía siendo el inicio de su cambio, de su quiebre para traicionar todas sus creencias como ellas lo habían hecho primero con Gianna. Eso era lo importante, y que no debía ligarse a él como decían sus amigas que pasaba con el primer hombre que las tomara.
Astor la besó de nuevo, ella respondió con ese deseo que él le generaba por vez primera y hasta puede decirse que disfrutó con esa sonrisa sobre los labios una vez se apoderó con una mano de su sexo y sintió la humedad que él mismo le provocaba. Movió los dedos con habilidad y Gianna no pudo contener un gemido que otorgó sobre los labios ajenos. Si había disfrutado con el momento en que el licántropo besara sus pechos, aquél tacto sobrepasaba con creces cualquier otra sensación. Allí ella no pensó nada más, pero sí se retorció bajo el cuerpo ajeno al tiempo que flexionaba una pierna contra las ajenas. Arqueó la espalda porque él continuaba con el jugueteo y sus pezones rozaron con necesidad el desnudo pecho ajeno. Para entonces Gianna se vio obligada a cerrar los ojos, a morderse los labios y jadear como si se estuviera desesperando de placer en cada movimiento.
Hasta ahora todo era placentero e incluso nada dolía, como solían decir. Ese pensamiento había desaparecido de su mente por unos buenos minutos y la curiosidad se sobrepuso a cualquier otra idea ¿Qué más podría sentir? ¿Era por eso que tanta gente sucumbía al placer del sexo sin importarle otra cosa? empezaba a entenderlo, aunque aún le seguía faltando camino.
El silencio de Gianna entre los jadeos no era otra cosa más que la confirmación que de verdad olvidaba todo. Había hecho lo que él pedía, no contenerse, e incluso lograba lo que ella misma pidiera segundos atrás. Astor se separó de ella un momento, detuvo el movimiento y ella abrió los ojos para terminar de comprobar que la desnudaba con rapidez y ella lo permitía sin dudarlo. Era la primera vez que un hombre la contemplara de esa manera y aunque era incómodo, pronto sus ojos fueron a parar a las manos de Astor que se dirigían hacia su propio pantalón.
En un deseo de ocultar de nuevo su inexperiencia, Gianna se sentó con rapidez en la cama y le retiró las manos al licántropo para desabrocharle ella misma el pantalón. Tenía curiosidad de conocerlo completo y ver lo que ocultaba bajo la ropa y que había complacido a tantas y, aunque cierto pudor se apoderaba de ella, se propuso mantener el rostro sin ningún gesto extraño que la delatara. Desabrochó entonces el botón y bajó la cremallera. Llevó las manos a las caderas de Gray y tiró hacia abajo llevando consigo no sólo el pantalón sino también la ropa interior que aún lo cubriera. Un miembro firme y erecto asomó como si quisiera ser liberado y en vez de sentirse avergonzada de su vista, sintió un deseo enorme recorrerle el cuerpo completo. Alzó las manos y lo sujetó de los hombros, obligándolo a posar sobre ella de nuevo mientras sus piernas se encargaban de terminar de liberar el pantalón hasta que ambos estuvieron completamente desnudos.
—Estoy segura que no voy a poder olvidarlo— le susurró de frente, teniéndolo sobre sí y mirándolo a los ojos. Obviamente ese momento sería imborrable, sobre todo porque Gianna temblaba aunque intentaba contenerlo o disimularlo y el corazón le latía a mil. Tenía miedo, le era inevitable, pero también lo deseaba.
Gianna Castiglione- Condenado/Licántropo/Clase Alta
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Fecha de inscripción : 15/04/2014
Re: Primer quiebre (+18 | Astor Gray)
Las historias que no se viven, que no se consuman, que quedan en suspenso, son las más importantes. Pero entonces es cierto, ¿solo los amores imposibles no acaban nunca?
Federico Moccia
Pasaron de las preguntas a las acciones. Las preguntas y las palabras se volvían cada vez más innecesarias. La manera de comunicarse entre ambos estaba cambiando y eso a Astor le agradaba en gran medida. Gianna respondía a sus caricias, a sus besos y eso únicamente aumentaba el deseo que el inquisidor sentía por ella, ese deseo que hasta esos momentos no había sido más que un sueño y que ahora se volvía realidad. Sus manos firmes se aferraban al cuerpo delicado pero bien formado de la inquisidora, constatando de esa manera que realmente se encontraban en aquella situación y que ya no existía vuelta atrás. Parte de las ropas de ambos ya les habían abandonado y con cada prenda que continuaba cayendo al suelo parecía ser como que una barrera entre ellos se derrumbaba. Para Astor, aun existía peligro de que ella se arrepintiera de aquello, por eso buscaba llenarle con sus besos, hasta el punto en que la cordura de la italiana quedara tan nublada que lo único que pudiera pensar fuera en desearlo y su manera de actuar y de moverse sobre el cuerpo femenino, parecía estar surtiendo efecto.
Las ideas más sensatas también dejaban de a poco la mente de Astor. Lo único en lo que podía pensar era en la suavidad de la piel de Gianna, en esa manera en la que se mordía los labios para evitar que algún sonido de placer emergiera de sus labios, en como su cuerpo se movía debajo del suyo y que únicamente lograba tentarle mucho más. Estaba completamente seguro de que lo que hacía la italiana era con la completa consciencia de que sabía que no podría resistirse mucho a sus encantos. Ante los ojos del licántropo, Gianna era una mujer demasiado seductora, alguien que jugaba sus cartas demasiado bien como para tener a cualquier hombre muriendo por ella; al menos en su caso, era justo de esa manera. Con cada roce su cuerpo le exigía poder perderse entre las piernas femeninas para nunca más escapar de aquel embrujo que parecía estar sufriendo por parte de la italiana. Era obvio que ella no poseía poder mágico alguno, cosa que no le hacía falta. Toda ella ya era un hechizo que atraía a cualquiera. De nuevo esas ideas posesivas hacían gala en la mente de Astor y se inclino para morderle el hombro apenas lo suficiente como para dejarle una ligera marca rojiza. Necesitaba verla suya, que nadie más la mirara de la manera en la que él lo hacía y el inquisidor estaba dispuesto a hacer cualquier cosa porque fuera de esa manera.
Con la necesidad cada vez más latente de tomarla como suya, Astor se encargo de darle placer a la italiana, todo para asegurarse de que ella estaba del todo lista para recibirle cuando fuera el momento de unirse a ella de la manera más natural posible. Las reacciones de la fémina eran simplemente maravillosas ante los ojos masculinos. El cuerpo de Gianna rozaba el suyo, parecía también estarle exigiendo que dejara de torturarle de esa manera y se limitara a satisfacer los deseos de ambos cuerpos. Se estaban haciendo sufrir a ellos mismos y fue por eso que se alejo para terminar con todo aquel jugueteo que ya no era considerado necesario; ella estaba lista para lo que vendría y él también. No quería esperar más tiempo y tampoco pensaba esperar más tiempo. Desde que ella llegara a la inquisición la deseo de una forma que nunca antes sintió y en aquellos momentos estaba seguro de que nunca más volvería a sentir aquello con otra mujer. Contrario a lo que se creía de él; Astor Gray tenía una debilidad terrible, una que respondía al nombre de Gianna Castiglione.
El cuerpo desnudo de la inquisidora era magnifico. Podía el licántropo pasar horas delineado aquella figura, todo en busca de los puntos más sensibles del cuerpo femenino, así como también memorizando cada parte de ella. Estaba de sobra decir que no le quería lejos, pero aún no sabía hasta donde es que llegarían después de esa noche, aunque en su mente todo estaba muy claro.
Una nueva sonrisa cruzo su rostro cuando las manos de Gianna alejaron las suyas y ella tomo las cosas en su poder. Definitivamente aquello era algo que no le desagradaba, de hecho, si ella se lo pedía, estaba dispuesto a cederle el poder no solo en aquella ocasión ni en esas circunstancias sino en todo lo que se lo pidiera. Su cuerpo agradeció en gran medida que le liberara de aquella presión que estaba sintiendo y se dejo entonces guiar de nuevo por ella, hasta que ambos cuerpos terminaron completamente desnudos y el cuerpo de Astor quedo sobre el de Gianna. De esa manera era como no le molestaría pasar todas las noches y todas las mañanas. Los ojos masculinos se mantuvieron firmes sobre la mirada de Gianna.
– Yo tampoco voy a olvidarlo – le aseguro. Aquello no era una mentira, sino una verdad completa. Una de sus manos termino al costado de la cabeza de Gianna y la otra fue a rozar el sexo femenino antes de colocarse él entre sus piernas para dejar entonces que fuera su miembro el que se rozara con el sexo de Gianna y con un gruñido que se ahogo en su garganta; ¿Para que negarse aquello? Si la realidad era que el deseo ya le dominaba por completo y no podía más. Se inclino entonces más sobre ella para morderle el labio y terminar entrando en ella.
Federico Moccia
Pasaron de las preguntas a las acciones. Las preguntas y las palabras se volvían cada vez más innecesarias. La manera de comunicarse entre ambos estaba cambiando y eso a Astor le agradaba en gran medida. Gianna respondía a sus caricias, a sus besos y eso únicamente aumentaba el deseo que el inquisidor sentía por ella, ese deseo que hasta esos momentos no había sido más que un sueño y que ahora se volvía realidad. Sus manos firmes se aferraban al cuerpo delicado pero bien formado de la inquisidora, constatando de esa manera que realmente se encontraban en aquella situación y que ya no existía vuelta atrás. Parte de las ropas de ambos ya les habían abandonado y con cada prenda que continuaba cayendo al suelo parecía ser como que una barrera entre ellos se derrumbaba. Para Astor, aun existía peligro de que ella se arrepintiera de aquello, por eso buscaba llenarle con sus besos, hasta el punto en que la cordura de la italiana quedara tan nublada que lo único que pudiera pensar fuera en desearlo y su manera de actuar y de moverse sobre el cuerpo femenino, parecía estar surtiendo efecto.
Las ideas más sensatas también dejaban de a poco la mente de Astor. Lo único en lo que podía pensar era en la suavidad de la piel de Gianna, en esa manera en la que se mordía los labios para evitar que algún sonido de placer emergiera de sus labios, en como su cuerpo se movía debajo del suyo y que únicamente lograba tentarle mucho más. Estaba completamente seguro de que lo que hacía la italiana era con la completa consciencia de que sabía que no podría resistirse mucho a sus encantos. Ante los ojos del licántropo, Gianna era una mujer demasiado seductora, alguien que jugaba sus cartas demasiado bien como para tener a cualquier hombre muriendo por ella; al menos en su caso, era justo de esa manera. Con cada roce su cuerpo le exigía poder perderse entre las piernas femeninas para nunca más escapar de aquel embrujo que parecía estar sufriendo por parte de la italiana. Era obvio que ella no poseía poder mágico alguno, cosa que no le hacía falta. Toda ella ya era un hechizo que atraía a cualquiera. De nuevo esas ideas posesivas hacían gala en la mente de Astor y se inclino para morderle el hombro apenas lo suficiente como para dejarle una ligera marca rojiza. Necesitaba verla suya, que nadie más la mirara de la manera en la que él lo hacía y el inquisidor estaba dispuesto a hacer cualquier cosa porque fuera de esa manera.
Con la necesidad cada vez más latente de tomarla como suya, Astor se encargo de darle placer a la italiana, todo para asegurarse de que ella estaba del todo lista para recibirle cuando fuera el momento de unirse a ella de la manera más natural posible. Las reacciones de la fémina eran simplemente maravillosas ante los ojos masculinos. El cuerpo de Gianna rozaba el suyo, parecía también estarle exigiendo que dejara de torturarle de esa manera y se limitara a satisfacer los deseos de ambos cuerpos. Se estaban haciendo sufrir a ellos mismos y fue por eso que se alejo para terminar con todo aquel jugueteo que ya no era considerado necesario; ella estaba lista para lo que vendría y él también. No quería esperar más tiempo y tampoco pensaba esperar más tiempo. Desde que ella llegara a la inquisición la deseo de una forma que nunca antes sintió y en aquellos momentos estaba seguro de que nunca más volvería a sentir aquello con otra mujer. Contrario a lo que se creía de él; Astor Gray tenía una debilidad terrible, una que respondía al nombre de Gianna Castiglione.
El cuerpo desnudo de la inquisidora era magnifico. Podía el licántropo pasar horas delineado aquella figura, todo en busca de los puntos más sensibles del cuerpo femenino, así como también memorizando cada parte de ella. Estaba de sobra decir que no le quería lejos, pero aún no sabía hasta donde es que llegarían después de esa noche, aunque en su mente todo estaba muy claro.
Una nueva sonrisa cruzo su rostro cuando las manos de Gianna alejaron las suyas y ella tomo las cosas en su poder. Definitivamente aquello era algo que no le desagradaba, de hecho, si ella se lo pedía, estaba dispuesto a cederle el poder no solo en aquella ocasión ni en esas circunstancias sino en todo lo que se lo pidiera. Su cuerpo agradeció en gran medida que le liberara de aquella presión que estaba sintiendo y se dejo entonces guiar de nuevo por ella, hasta que ambos cuerpos terminaron completamente desnudos y el cuerpo de Astor quedo sobre el de Gianna. De esa manera era como no le molestaría pasar todas las noches y todas las mañanas. Los ojos masculinos se mantuvieron firmes sobre la mirada de Gianna.
– Yo tampoco voy a olvidarlo – le aseguro. Aquello no era una mentira, sino una verdad completa. Una de sus manos termino al costado de la cabeza de Gianna y la otra fue a rozar el sexo femenino antes de colocarse él entre sus piernas para dejar entonces que fuera su miembro el que se rozara con el sexo de Gianna y con un gruñido que se ahogo en su garganta; ¿Para que negarse aquello? Si la realidad era que el deseo ya le dominaba por completo y no podía más. Se inclino entonces más sobre ella para morderle el labio y terminar entrando en ella.
Astor Gray- Condenado/Licántropo/Clase Alta
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Re: Primer quiebre (+18 | Astor Gray)
"Lo tenía más cerca que nunca y así descubrió que su miedo, era que se fuera"
Esa noche, él se reía más que siempre y ella estaba más seria que nunca. Los papeles se habían invertido y eso quizás era lo que lograba el deseo, más allá de las situaciones de cada uno. Para Astor el sexo debía de ser una cosa necesaria, tan vital como si en vez de quitarle energía lo proveyera de más. Para Gianna había sido algo sagrado, valioso para entregar a uno sólo y que ahora pretendía pisotear por más que llegara a disfrutar el momento y aunque estuviera segura de lo bien que aquello se sentía con el licántropo.
El tiempo había pasado sin que ninguno tuviera consciencia de ello. Aquél encuentro había sido tan extraño que aún en momentos posteriores no entenderían los por qué. Había iniciado como una sencilla visita para alguien que no tiene idea del luto ajeno. Luego fueron pequeños debates típicos en ellos, después un intento de té. Acto seguido la verdad en la habitación, esa misma donde ahora yacían desnudos luego de minúsculas quejas y movimientos no planeados que al final incitaban al otro. Estar con él ahí en la cama donde tanto había llorado se sentía bien, tener sus manos fuertes acariciando cada espacio de su piel también, e incluso el mordisco fuerte que dejaría marca en su hombro también se había sentido placentero. Y eso era lo que ella quería para esa noche, más allá que luego, a la mañana siguiente, se tuviera que replantear su estadía en la inquisición, en Francia, en Italia y en su vida.
El frío no tenía cabida ni en su corazón ni en su cuerpo porque eran cubiertos temporalmente por el licántropo. Sus piernas estaban a los costados de las ajenas y la entrepierna de Astor le acariciaba los muslos con firmeza como si anunciara lo que era capaz de hacer. Él se sentía enorme sobre su cuerpo que aunque fuerte era delgado. Sus manos se aferraban a su espalda ancha y se sentían frágiles pero ansiosas como ella misma. Sus pechos continuaban erguidos como si quisiera sólo sentir el roce ajeno y su entrepierna reaccionaba al contacto como si hubiese sido diseñada para ser complacida por él.
—Shh, sin mentiras por esta noche— le susurró sobre los labios cuando él dijo que tampoco iba a olvidarlo. Ella no quería un solo engaño más y según sus pensamientos sobre él, aquello era sólo un modo de decir que recordaría haber sido capaz de llevársela a la cama luego que ella le mostrara tanta indiferencia en las misiones que emprendieran juntos. Sin mencionar que seguramente Astor había tenido excelentes amantes y vendrían muchas más que le borraran el recuerdo de las malas en la cama, de las flojas, de las temerosas y de las vírgenes que apenas si rogaban a su cuerpo hacer todo por ellas de modo automático y sin pensar.
La mano de Astor le acarició el sexo de nuevo y ella agradeció para sí misma la sensación de aquellos dedos usurpando su intimidad. El miembro que antes observara con disimulada curiosidad y deseo le rozó la entrepierna y se sintió aún mejor, pese a que ya empezaba a respirar entrecortado dado el nerviosismo que sentía por la sensación que tendría al experimentarlo dentro. Astor gruñó entonces, de nuevo, y Gianna adoró ese sonido que emitía por momentos y que no hacía otra cosa más que provocarla. Sin embargo eso vino seguido de la mordida de su labio y por suerte lo tenía tan cerca, porque en el momento preciso en que entró en ella, Gianna cerró los ojos con fuerza y el gemido que le salió de los labios fue más alto que los anteriores y también más extenso. Sus manos se aferraron con fuerza a la espalda ajena y estuvo segura de marcarle las uñas a causa del dolor que sintió. También se sentía bien, pero era imposible negar que ese momento también dolía. Se aferró con tal fuerza a su espalda que le ocultó el rostro y abrió más las piernas, levantando las rodillas y apoyando la planta de los pies en la cama. No iba a mirarlo por un buen momento, sólo esperaba que ese dolor también desapareciera y diera paso al placer que tantos prometían.
Jamás planeó que su primera vez fuera de ese modo, tan improvisada, tan cargada de necesidad de cambios y oculta tras ese mismo secreto. Pero en su mente sólo rogaba que él no lo notara, que la presión que ejercía su interior no la delatara por ahora y que, si lo hacía, no hiciera que el licántropo se detuviera y luego partiera como si nada. Tenía miedo de eso y, lo peor, es que estuvo casi segura que aquello no pasaría por alto para él si tenía tanta experiencia como se decía.
El tiempo había pasado sin que ninguno tuviera consciencia de ello. Aquél encuentro había sido tan extraño que aún en momentos posteriores no entenderían los por qué. Había iniciado como una sencilla visita para alguien que no tiene idea del luto ajeno. Luego fueron pequeños debates típicos en ellos, después un intento de té. Acto seguido la verdad en la habitación, esa misma donde ahora yacían desnudos luego de minúsculas quejas y movimientos no planeados que al final incitaban al otro. Estar con él ahí en la cama donde tanto había llorado se sentía bien, tener sus manos fuertes acariciando cada espacio de su piel también, e incluso el mordisco fuerte que dejaría marca en su hombro también se había sentido placentero. Y eso era lo que ella quería para esa noche, más allá que luego, a la mañana siguiente, se tuviera que replantear su estadía en la inquisición, en Francia, en Italia y en su vida.
El frío no tenía cabida ni en su corazón ni en su cuerpo porque eran cubiertos temporalmente por el licántropo. Sus piernas estaban a los costados de las ajenas y la entrepierna de Astor le acariciaba los muslos con firmeza como si anunciara lo que era capaz de hacer. Él se sentía enorme sobre su cuerpo que aunque fuerte era delgado. Sus manos se aferraban a su espalda ancha y se sentían frágiles pero ansiosas como ella misma. Sus pechos continuaban erguidos como si quisiera sólo sentir el roce ajeno y su entrepierna reaccionaba al contacto como si hubiese sido diseñada para ser complacida por él.
—Shh, sin mentiras por esta noche— le susurró sobre los labios cuando él dijo que tampoco iba a olvidarlo. Ella no quería un solo engaño más y según sus pensamientos sobre él, aquello era sólo un modo de decir que recordaría haber sido capaz de llevársela a la cama luego que ella le mostrara tanta indiferencia en las misiones que emprendieran juntos. Sin mencionar que seguramente Astor había tenido excelentes amantes y vendrían muchas más que le borraran el recuerdo de las malas en la cama, de las flojas, de las temerosas y de las vírgenes que apenas si rogaban a su cuerpo hacer todo por ellas de modo automático y sin pensar.
La mano de Astor le acarició el sexo de nuevo y ella agradeció para sí misma la sensación de aquellos dedos usurpando su intimidad. El miembro que antes observara con disimulada curiosidad y deseo le rozó la entrepierna y se sintió aún mejor, pese a que ya empezaba a respirar entrecortado dado el nerviosismo que sentía por la sensación que tendría al experimentarlo dentro. Astor gruñó entonces, de nuevo, y Gianna adoró ese sonido que emitía por momentos y que no hacía otra cosa más que provocarla. Sin embargo eso vino seguido de la mordida de su labio y por suerte lo tenía tan cerca, porque en el momento preciso en que entró en ella, Gianna cerró los ojos con fuerza y el gemido que le salió de los labios fue más alto que los anteriores y también más extenso. Sus manos se aferraron con fuerza a la espalda ajena y estuvo segura de marcarle las uñas a causa del dolor que sintió. También se sentía bien, pero era imposible negar que ese momento también dolía. Se aferró con tal fuerza a su espalda que le ocultó el rostro y abrió más las piernas, levantando las rodillas y apoyando la planta de los pies en la cama. No iba a mirarlo por un buen momento, sólo esperaba que ese dolor también desapareciera y diera paso al placer que tantos prometían.
Jamás planeó que su primera vez fuera de ese modo, tan improvisada, tan cargada de necesidad de cambios y oculta tras ese mismo secreto. Pero en su mente sólo rogaba que él no lo notara, que la presión que ejercía su interior no la delatara por ahora y que, si lo hacía, no hiciera que el licántropo se detuviera y luego partiera como si nada. Tenía miedo de eso y, lo peor, es que estuvo casi segura que aquello no pasaría por alto para él si tenía tanta experiencia como se decía.
Gianna Castiglione- Condenado/Licántropo/Clase Alta
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Re: Primer quiebre (+18 | Astor Gray)
No existen secretos para quienes cambian las sábanas.
David Mitchell
Muchos secretos podían guardarse celosamente del otro, cada uno de ellos callaba los aspectos más personales de su vida, aunque ya se habían hablado ligeramente de ellos y de cierta manera, fueron las palabras que dijeron de más sobre cada uno de ellos lo que les guiara hasta aquel punto sin retorno. Eso era en gran parte la razón de lo que en esos momentos estaba pasando y aunque las certezas del por qué quedarían por siempre como una incógnita para ambos, lo importante, desde el punto de vista del licántropo, era el presente en el que se hallaban. Ese donde el dolor se callaba a besos y los malos recuerdos junto con el dolor, eran calmados por las caricias y la cercanía ajena. Aquel era un remedio momentáneo. Gianna no olvidaría a su prometido mágicamente después de aquello y Astor tampoco olvidaría sus problemas, sin embargo, era un primer paso rumbo al futuro.
En la parte más profunda de los pensamientos de cada uno, ahí donde aún se encontraban conscientes de lo que ocurría, cada uno pensaba de diferente manera con respecto a lo que estaba pasando y no era para nada de extrañarse. Astor siempre había sido el hombre que pasaba de una cama a otra, sin atarse a ninguna mujer jamás pero esas ideas suyas de escapar de los compromisos se desmoronaban al lado de la italiana que se encontraba tan cerca de él como muchas otras antes, pero que sin embargo, se instalaba en los deseos del inquisidor de una manera más permanente que las de las demás mujeres.
No volvió a decir nada después de que ella le pidiera que no mintiera más. Astor mintió a muchas en determinado momento de su vida, pero lo que le decía a Gianna distaba mucho de ser una de las tantas mentiras que decía en su vida. Para ella, tenía verdades y decisiones que le guiaban en el sentido opuesto de quien hasta esos momentos fuera. No había mujer como ella. Nadie le hacía pensar de una manera tan posesiva y diferente, únicamente ella parecía surtir ese efecto en él y eso le agradaba. Le mantuvo la mirada hasta que no le fue posible hacerlo más y termino por reclamar de golpe aquel cuerpo que se encontraba debajo de suyo.
La italiana era tan única que Gray buscaba marcarle el cuerpo completo y hasta esos momentos lo estaba haciendo, pero al entrar el cuerpo de la inquisidora se tenso. De manera natural, Astor se quedo quieto unos momentos, asimilando realmente lo que estaba ocurriendo en aquella cama, donde Gianna se aferraba a él de una manera que era imposible que pasara desapercibida, las uñas de ella también se habían clavado en su espalda y aunque había entrado en ella de golpe, había notado esa resistencia natural del cuerpo femenino ante una situación como aquella experimentada por vez primera. Él había dado por sentadas algunas cosas y tan bestia había sido que se dejo llevar por la situación y no pregunto tanto como debió haber hecho. Las reacciones anteriores de parte de la inquisidora no habían sido notorias, pero si dejaron unas cuantas ventanas de duda que ahora terminaban por llevar al licántropo a la verdad. El cuerpo de la italiana nunca había conocido el de un hombre. Se sentía un bruto, un completo idiota que se dejo llevar únicamente por el placer y que no se percato de lo que sucedía con ella, pero en aquel punto, donde ella tampoco se había negado, ya tampoco podía dar marcha atrás; pensaba además que Gianna debía tener una razón para no decir aquello y si ella no hablaba al respecto, él tampoco diría nada.
No podía ser tampoco que únicamente se sintiera un idiota, pues dentro de todo lo que pasaba, Astor Gray se encontraba verdaderamente complacido. No había esperado ser el primer hombre que tuviese relaciones con Gianna pero su planeaba ser el último y ahora que se descubría siendo el primero, planeaba ser el único.
Sus labios fueron al hombro de Gianna y le beso con suavidad, acariciando después esa piel simplemente con los labios. Era necesario que ella se relajara, que dejara que su cuerpo aceptara el del lobo y entonces, las cosas serían más sencillas y placenteras para ambos. Una de sus manos se paseo por un costado del cuerpo femenino, otorgándole caricias y dejando la manera en que antes llevara a cabo las cosas, Astor se movió de manera lenta, encontrarse de esa manera con la inquisidora era sin duda alguna placentero para él, pero deseaba que fuera de la misma manera para ella, aunque para eso debiera hacer que su cuerpo se acostumbrara. Aún se mantenía en silencio, sin revelar a inquisidora la realidad de la que se había dado cuenta, pero para eso, ya existía un futuro. Su cuerpo rozaba el femenino con cada movimiento que se iba permitiendo, notaba como cada fragmento de la piel de Gianna estaba en contacto con él y eso le impedía pensar claramente, aunque se esforzaba por no llevar a cabo algo que terminara lastimando a la humana.
David Mitchell
Muchos secretos podían guardarse celosamente del otro, cada uno de ellos callaba los aspectos más personales de su vida, aunque ya se habían hablado ligeramente de ellos y de cierta manera, fueron las palabras que dijeron de más sobre cada uno de ellos lo que les guiara hasta aquel punto sin retorno. Eso era en gran parte la razón de lo que en esos momentos estaba pasando y aunque las certezas del por qué quedarían por siempre como una incógnita para ambos, lo importante, desde el punto de vista del licántropo, era el presente en el que se hallaban. Ese donde el dolor se callaba a besos y los malos recuerdos junto con el dolor, eran calmados por las caricias y la cercanía ajena. Aquel era un remedio momentáneo. Gianna no olvidaría a su prometido mágicamente después de aquello y Astor tampoco olvidaría sus problemas, sin embargo, era un primer paso rumbo al futuro.
En la parte más profunda de los pensamientos de cada uno, ahí donde aún se encontraban conscientes de lo que ocurría, cada uno pensaba de diferente manera con respecto a lo que estaba pasando y no era para nada de extrañarse. Astor siempre había sido el hombre que pasaba de una cama a otra, sin atarse a ninguna mujer jamás pero esas ideas suyas de escapar de los compromisos se desmoronaban al lado de la italiana que se encontraba tan cerca de él como muchas otras antes, pero que sin embargo, se instalaba en los deseos del inquisidor de una manera más permanente que las de las demás mujeres.
No volvió a decir nada después de que ella le pidiera que no mintiera más. Astor mintió a muchas en determinado momento de su vida, pero lo que le decía a Gianna distaba mucho de ser una de las tantas mentiras que decía en su vida. Para ella, tenía verdades y decisiones que le guiaban en el sentido opuesto de quien hasta esos momentos fuera. No había mujer como ella. Nadie le hacía pensar de una manera tan posesiva y diferente, únicamente ella parecía surtir ese efecto en él y eso le agradaba. Le mantuvo la mirada hasta que no le fue posible hacerlo más y termino por reclamar de golpe aquel cuerpo que se encontraba debajo de suyo.
La italiana era tan única que Gray buscaba marcarle el cuerpo completo y hasta esos momentos lo estaba haciendo, pero al entrar el cuerpo de la inquisidora se tenso. De manera natural, Astor se quedo quieto unos momentos, asimilando realmente lo que estaba ocurriendo en aquella cama, donde Gianna se aferraba a él de una manera que era imposible que pasara desapercibida, las uñas de ella también se habían clavado en su espalda y aunque había entrado en ella de golpe, había notado esa resistencia natural del cuerpo femenino ante una situación como aquella experimentada por vez primera. Él había dado por sentadas algunas cosas y tan bestia había sido que se dejo llevar por la situación y no pregunto tanto como debió haber hecho. Las reacciones anteriores de parte de la inquisidora no habían sido notorias, pero si dejaron unas cuantas ventanas de duda que ahora terminaban por llevar al licántropo a la verdad. El cuerpo de la italiana nunca había conocido el de un hombre. Se sentía un bruto, un completo idiota que se dejo llevar únicamente por el placer y que no se percato de lo que sucedía con ella, pero en aquel punto, donde ella tampoco se había negado, ya tampoco podía dar marcha atrás; pensaba además que Gianna debía tener una razón para no decir aquello y si ella no hablaba al respecto, él tampoco diría nada.
No podía ser tampoco que únicamente se sintiera un idiota, pues dentro de todo lo que pasaba, Astor Gray se encontraba verdaderamente complacido. No había esperado ser el primer hombre que tuviese relaciones con Gianna pero su planeaba ser el último y ahora que se descubría siendo el primero, planeaba ser el único.
Sus labios fueron al hombro de Gianna y le beso con suavidad, acariciando después esa piel simplemente con los labios. Era necesario que ella se relajara, que dejara que su cuerpo aceptara el del lobo y entonces, las cosas serían más sencillas y placenteras para ambos. Una de sus manos se paseo por un costado del cuerpo femenino, otorgándole caricias y dejando la manera en que antes llevara a cabo las cosas, Astor se movió de manera lenta, encontrarse de esa manera con la inquisidora era sin duda alguna placentero para él, pero deseaba que fuera de la misma manera para ella, aunque para eso debiera hacer que su cuerpo se acostumbrara. Aún se mantenía en silencio, sin revelar a inquisidora la realidad de la que se había dado cuenta, pero para eso, ya existía un futuro. Su cuerpo rozaba el femenino con cada movimiento que se iba permitiendo, notaba como cada fragmento de la piel de Gianna estaba en contacto con él y eso le impedía pensar claramente, aunque se esforzaba por no llevar a cabo algo que terminara lastimando a la humana.
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Re: Primer quiebre (+18 | Astor Gray)
"Hacerse el fuerte jamás salva de las debilidades"
Gianna podía agradecerle a Astor el silencio luego que ella pidió que no le mintiera. Era lo que quería, porque para ella no había otro motivo para que Astor le dijera aquello, distinto a anotarla en su lista mental de mujeres que caían bajo su influjo y con las cuales no tendría ningún otro trato cercano distinto a lo que podían hacer entre las sábanas. A menos que aquello se volviera verdad cuando descubriera que era la primera vez con un hombre que tenía la italiana y la recordara como un extraño suceso que lo llevó a ella en medio del luto. O quizás fuera una de las noches más simples que pasara el licántropo dada la inexperiencia de ella.
Sea como fuere, Gianna tenía la mente enteramente centrada en lo que estaba sucediendo. Agradecía que fuera de noche, que la luz fuera poca y que él no hablara mucho en ese preciso momento. Por eso mismo fue que sintió cuando Astor se tensó y creyó que su secreto se venía al piso ¿Sería capaz de irse luego de aquello? Sería completamente humillante, al punto que ella sería capaz de arrancar sin rumbo a cualquier país sin importar cómo se acomodaría. Por lo mismo relajó sus manos y las deslizó de la espalda de Astor que arañara recientemente y las pasó a los hombros de él, hasta que una de ellas buscó la mejilla ajena y en vez de ocultar más su rostro, lo que buscó fue que la mirada de ambos se encontraran —Acuérdate de lo que te dije. Pase lo que pase no quiero que dudes ni te detengas— le susurró absolutamente llevada por los nervios de todo, citando sus propias palabras cuando empezara todo y a las que él no se había negado. Seguramente no lo había hecho porque no imaginaba la magnitud del asunto, pero según la italiana, no era algo que pudiera importarle demasiado a él a menos que realmente le afectara.
El corazón le palpitaba fuerte y casi daba la impresión de eso en el modo de respirar de Gianna. Astor aún continuaba dentro de ella y Gianna decidió no ocultar más el rostro en el hombro ajeno como si fuera una niña. En vez de eso, dejó que su cabeza se apoyara completamente sobre la almohada y con el rostro completamente serio aunque con dejos de nerviosismo y ansiedad observándolo sobre ella.
Los besos suaves que le dio esta vez sobre el hombro que antes hubiera mordido la reconfortaron un poco. Quizás él no era tan austero hasta para las cuestiones sobre la cama, pero Gianna se dejaba en claro que no se permitiría ligarse a él por más que fuera una estupenda noche, de esas que se recuerdan siempre y que se superponen al dolor de las pérdidas.
Sin embargo las caricias más suaves de él la relajaron un poco. Ahora él lucía más serio que antes pero también como más consciente. Gianna respiró, profundo, comprendiendo que si no era de ese modo empeoraría las cosas, otorgándole una rigidez adicional a su cuerpo nada acostumbrando al sexo. Él se movió más lento, más suave incluso que cuando entró en ella por primera vez y Gianna lo agradeció en el fondo, dejando que sus manos se apoyaran en los brazos de él primero y luego fueran a su cuero cabelludo como si lo acariciara en cada intento. Eso no lo planeaba ella, sencillamente le fluía del mismo modo sencillo en que lo besara.
—Por favor, no quiero que te contengas— musitó de nuevo entre los jadeos suaves que emitía ella. Aún dolía, pero cada vez era menos porque parecía acostumbrarse y empezar a disfrutar ese modo lento que no la lastimaba pero que la hacía pensar en que podría sentir más. Había pedido que no se contuviera del mismo modo que él lo hizo primero cuando notó que ella acallaba sus propios gemidos, aunque era evidente que ambos lo hacían por distintos motivos. No así, ella se arriesgaba porque aunque desaparecieran de la vida del otro a la mañana siguiente, tampoco pretendía recordar esa primera vez como una ocasión más de convertirse en un desastre y extender eso a otro.
Gianna se jugaba todo esa noche, su cuerpo, su estadía en la inquisición y París, su corazón, su vida entera. Así que no callaría cuando necesitara decir algo, ese momento debía extenderse para no destruirla aún más, porque a la mañana siguiente, cuando al abrir los ojos estuviera sola, tendría más tiempo para pensar en un nuevo método para resarcir su casi descocida vida, como la sentía ella.
Sea como fuere, Gianna tenía la mente enteramente centrada en lo que estaba sucediendo. Agradecía que fuera de noche, que la luz fuera poca y que él no hablara mucho en ese preciso momento. Por eso mismo fue que sintió cuando Astor se tensó y creyó que su secreto se venía al piso ¿Sería capaz de irse luego de aquello? Sería completamente humillante, al punto que ella sería capaz de arrancar sin rumbo a cualquier país sin importar cómo se acomodaría. Por lo mismo relajó sus manos y las deslizó de la espalda de Astor que arañara recientemente y las pasó a los hombros de él, hasta que una de ellas buscó la mejilla ajena y en vez de ocultar más su rostro, lo que buscó fue que la mirada de ambos se encontraran —Acuérdate de lo que te dije. Pase lo que pase no quiero que dudes ni te detengas— le susurró absolutamente llevada por los nervios de todo, citando sus propias palabras cuando empezara todo y a las que él no se había negado. Seguramente no lo había hecho porque no imaginaba la magnitud del asunto, pero según la italiana, no era algo que pudiera importarle demasiado a él a menos que realmente le afectara.
El corazón le palpitaba fuerte y casi daba la impresión de eso en el modo de respirar de Gianna. Astor aún continuaba dentro de ella y Gianna decidió no ocultar más el rostro en el hombro ajeno como si fuera una niña. En vez de eso, dejó que su cabeza se apoyara completamente sobre la almohada y con el rostro completamente serio aunque con dejos de nerviosismo y ansiedad observándolo sobre ella.
Los besos suaves que le dio esta vez sobre el hombro que antes hubiera mordido la reconfortaron un poco. Quizás él no era tan austero hasta para las cuestiones sobre la cama, pero Gianna se dejaba en claro que no se permitiría ligarse a él por más que fuera una estupenda noche, de esas que se recuerdan siempre y que se superponen al dolor de las pérdidas.
Sin embargo las caricias más suaves de él la relajaron un poco. Ahora él lucía más serio que antes pero también como más consciente. Gianna respiró, profundo, comprendiendo que si no era de ese modo empeoraría las cosas, otorgándole una rigidez adicional a su cuerpo nada acostumbrando al sexo. Él se movió más lento, más suave incluso que cuando entró en ella por primera vez y Gianna lo agradeció en el fondo, dejando que sus manos se apoyaran en los brazos de él primero y luego fueran a su cuero cabelludo como si lo acariciara en cada intento. Eso no lo planeaba ella, sencillamente le fluía del mismo modo sencillo en que lo besara.
—Por favor, no quiero que te contengas— musitó de nuevo entre los jadeos suaves que emitía ella. Aún dolía, pero cada vez era menos porque parecía acostumbrarse y empezar a disfrutar ese modo lento que no la lastimaba pero que la hacía pensar en que podría sentir más. Había pedido que no se contuviera del mismo modo que él lo hizo primero cuando notó que ella acallaba sus propios gemidos, aunque era evidente que ambos lo hacían por distintos motivos. No así, ella se arriesgaba porque aunque desaparecieran de la vida del otro a la mañana siguiente, tampoco pretendía recordar esa primera vez como una ocasión más de convertirse en un desastre y extender eso a otro.
Gianna se jugaba todo esa noche, su cuerpo, su estadía en la inquisición y París, su corazón, su vida entera. Así que no callaría cuando necesitara decir algo, ese momento debía extenderse para no destruirla aún más, porque a la mañana siguiente, cuando al abrir los ojos estuviera sola, tendría más tiempo para pensar en un nuevo método para resarcir su casi descocida vida, como la sentía ella.
Última edición por Gianna Castiglione el Lun Mar 23, 2015 3:13 pm, editado 1 vez
Gianna Castiglione- Condenado/Licántropo/Clase Alta
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Re: Primer quiebre (+18 | Astor Gray)
–¡Mañana me parecerá que ha sido un sueño! –exclamaba–. No me podré creer que mis ojos te han visto, que te he tocado, que he vuelto a hablar contigo.
Emily Brontë
Era bastante peculiar la manera en la que se tornaban las cosas. Para alguien como Astor era relativamente común encontrarse con mujeres virgenes durante sus aventuras sexuales y aunque Gianna entraba en el grupo de mujeres virgenes, ella estaba en un lugar completamente diferente en Astor; lo estuvo desde el primer momento en que las miradas de ambos se encontraron en la inquisición y esa parte animal de Astor que existiera desde que se convirtiera en licántropo, gritará que ella sería suya durante toda su vida. Se había dejado guiar desde un inicio por ese instinto de depredador tras su presa, pero en el hogar de Gianna había encontrado que no era una simple presa, ella era mucho más que eso para la existencia de Gray, porque hasta sus pensamientos más sensatos le decían que no debía dejarle ir, que debía tomarla y atesorarla; nunca debía dejarle partir. Una mujer virgen no era la gran cosa -o al menos no hasta ese momento-, ella no era la primera pero definitivamente, Astor quería que fuera la ultima y con la sorpresa del momento que llegaba hasta él, permaneció quieto.
La vida no solo había dado un giro al dejarle nuevamente soltero, sino que ahora volvía a girar para de cierta manera, embelesarle más al tener el cuerpo de Gianna desnudo y completamente a su disposición. Aún sabiendo eso, lo único que acerto a hacer fue a mirarle y a dejar que su mente se tornara incluso más posesiva respecto a todo lo que vendría después. Las manos de la italiana se relajaron y no clavo ella más las unas en la espalda del licántropo sino que pareció acariciarle hasta que la mano femenina de Gianna se detuvo en su mejilla y de manera casi imperceptible, Astor se pego más a esa mano, como un canino que pide realmente atenciones de la persona a quien más aprecia. Movió el rostro apenas un poco y fue capaz entonces de besarle la palma, pero entonces, ella se movió y los ojos de ambos se encontraron.
– ¿Quién ha dicho que voy a detenerme? Estoy disfrutando de ti, eso es todo – aseguro en un intento por no hacer tan evidente la situación de la que se había percatado al estar dentro de ella y tampoco mentía con sus palabras. Astor había llegado hasta ese punto con la inquisidora y no estaba dispuesto a ceder de ninguna manera por lo que también se permitía disfrutar de ella, de la suavidad de su piel, de su aroma, de la manera en la que gemía aun sin desear que él le escuchara del todo, como se sentían aquel par de perfectos senos entre sus manos y la forma en que el sexo femenino ejercía presión en su miembro que exigía al mismo tiempo que se moviera dentro de ella.
Pese a las exigencias de su cuerpo, busco la manera de ser suave con ella. No buscaba dañarle ni terminar con aquello pronto. En otras circunstancias se hubiese apurado a cumplir simplemente con sus deseos y después salir de aquel lugar, pero cerca de ella lo que deseaba era tenerla tanto tiempo como fuera posible y hacerla sentir tan bien que facilitara el hecho de que Astor se quedara cerca de ella. La deseaba como nunca antes lo había hecho y no solo de la manera meramente carnal.
Sus primeros movimientos demostraban cuanto se estaba conteniendo y la forma en que buscaba hacerle olvidar todo lo malo y el dolor. Podía estar moviendose suave pero aún con eso y el saber que era Gianna la mujer que se encontraba bajo su peso, Astor sentía una enorme excitación pero terminaron por ser nuevamente las palabras de Gianna las que le hicieron observarle y sonreír.
– Si tu me lo pides, por mi esta bien – y quizás aquellas palabras sonaban frías o carentes de sentido, pero la verdad es que él nunca hubiese dicho algo así. Por la italiana estaba dispuesto a cosas que antes no pensó ni de broma. Con esa necesidad salvaje que poseía de ella y dejandose llevar por las caricias y los gemidos de Gianna, el licántropo termino por besarle, reclamando aquellos labios casi con salvajismo mientras que una de sus manos sujetaba una de las piernas femeninas para de esa manera comenzar un vaivén más enérgico que antes. Se dejaba llevar por el deseo que tenía de ella, esas ganas de destruir todos los recuerdos de algun otro hombre que hubiese habitado su mente, porque en el cuerpo de Gianna y en su mente, solo estaría él – Gianna… – pronuncio su nombre más en un gruñido de posesividad que otra cosa y entro en ella tan profundo como le era posible, dejando la pierna que antes sujetaba para llevar su mano hasta uno de los senos femeninos, donde permitió que su mano descansara como si fuera su lugar usual.
Ese cuerpo era su lugar ideal. Donde podría pasar todas las mañanas, las tardes y las noches; perdido en esas curvas que le provocaban una necesidad sin igual.
Emily Brontë
Era bastante peculiar la manera en la que se tornaban las cosas. Para alguien como Astor era relativamente común encontrarse con mujeres virgenes durante sus aventuras sexuales y aunque Gianna entraba en el grupo de mujeres virgenes, ella estaba en un lugar completamente diferente en Astor; lo estuvo desde el primer momento en que las miradas de ambos se encontraron en la inquisición y esa parte animal de Astor que existiera desde que se convirtiera en licántropo, gritará que ella sería suya durante toda su vida. Se había dejado guiar desde un inicio por ese instinto de depredador tras su presa, pero en el hogar de Gianna había encontrado que no era una simple presa, ella era mucho más que eso para la existencia de Gray, porque hasta sus pensamientos más sensatos le decían que no debía dejarle ir, que debía tomarla y atesorarla; nunca debía dejarle partir. Una mujer virgen no era la gran cosa -o al menos no hasta ese momento-, ella no era la primera pero definitivamente, Astor quería que fuera la ultima y con la sorpresa del momento que llegaba hasta él, permaneció quieto.
La vida no solo había dado un giro al dejarle nuevamente soltero, sino que ahora volvía a girar para de cierta manera, embelesarle más al tener el cuerpo de Gianna desnudo y completamente a su disposición. Aún sabiendo eso, lo único que acerto a hacer fue a mirarle y a dejar que su mente se tornara incluso más posesiva respecto a todo lo que vendría después. Las manos de la italiana se relajaron y no clavo ella más las unas en la espalda del licántropo sino que pareció acariciarle hasta que la mano femenina de Gianna se detuvo en su mejilla y de manera casi imperceptible, Astor se pego más a esa mano, como un canino que pide realmente atenciones de la persona a quien más aprecia. Movió el rostro apenas un poco y fue capaz entonces de besarle la palma, pero entonces, ella se movió y los ojos de ambos se encontraron.
– ¿Quién ha dicho que voy a detenerme? Estoy disfrutando de ti, eso es todo – aseguro en un intento por no hacer tan evidente la situación de la que se había percatado al estar dentro de ella y tampoco mentía con sus palabras. Astor había llegado hasta ese punto con la inquisidora y no estaba dispuesto a ceder de ninguna manera por lo que también se permitía disfrutar de ella, de la suavidad de su piel, de su aroma, de la manera en la que gemía aun sin desear que él le escuchara del todo, como se sentían aquel par de perfectos senos entre sus manos y la forma en que el sexo femenino ejercía presión en su miembro que exigía al mismo tiempo que se moviera dentro de ella.
Pese a las exigencias de su cuerpo, busco la manera de ser suave con ella. No buscaba dañarle ni terminar con aquello pronto. En otras circunstancias se hubiese apurado a cumplir simplemente con sus deseos y después salir de aquel lugar, pero cerca de ella lo que deseaba era tenerla tanto tiempo como fuera posible y hacerla sentir tan bien que facilitara el hecho de que Astor se quedara cerca de ella. La deseaba como nunca antes lo había hecho y no solo de la manera meramente carnal.
Sus primeros movimientos demostraban cuanto se estaba conteniendo y la forma en que buscaba hacerle olvidar todo lo malo y el dolor. Podía estar moviendose suave pero aún con eso y el saber que era Gianna la mujer que se encontraba bajo su peso, Astor sentía una enorme excitación pero terminaron por ser nuevamente las palabras de Gianna las que le hicieron observarle y sonreír.
– Si tu me lo pides, por mi esta bien – y quizás aquellas palabras sonaban frías o carentes de sentido, pero la verdad es que él nunca hubiese dicho algo así. Por la italiana estaba dispuesto a cosas que antes no pensó ni de broma. Con esa necesidad salvaje que poseía de ella y dejandose llevar por las caricias y los gemidos de Gianna, el licántropo termino por besarle, reclamando aquellos labios casi con salvajismo mientras que una de sus manos sujetaba una de las piernas femeninas para de esa manera comenzar un vaivén más enérgico que antes. Se dejaba llevar por el deseo que tenía de ella, esas ganas de destruir todos los recuerdos de algun otro hombre que hubiese habitado su mente, porque en el cuerpo de Gianna y en su mente, solo estaría él – Gianna… – pronuncio su nombre más en un gruñido de posesividad que otra cosa y entro en ella tan profundo como le era posible, dejando la pierna que antes sujetaba para llevar su mano hasta uno de los senos femeninos, donde permitió que su mano descansara como si fuera su lugar usual.
Ese cuerpo era su lugar ideal. Donde podría pasar todas las mañanas, las tardes y las noches; perdido en esas curvas que le provocaban una necesidad sin igual.
Última edición por Astor Gray el Miér Abr 01, 2015 11:20 pm, editado 1 vez
Astor Gray- Condenado/Licántropo/Clase Alta
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Re: Primer quiebre (+18 | Astor Gray)
"Todo va bien aunque nunca acierto, todo va bien aunque nada se olvida."
No iba a detenerse, decía. Y por supuesto, quizás tenía bien claro que esa sería la única vez que Gianna le permitiría tener tal cercanía con ella. La italiana no estaba del todo segura de continuar o no en París, pero lo que sí tenía seguro es que no sería una amante más de Astor Gray ¿Cómo podría funcionar? ¿Se repartía acaso por días con ellas o sencillamente le ganaban las ganas a la hora de elegir su temporal compañera nocturna? Era mejor no preguntarse eso, sobre todo porque ella no sería una más.
También había dicho que disfrutaba de ella y esa parte estaba bien, aunque sonara egoísta. Pero eso era mejor que quedarse sola y desnuda sobre la cama mientras él se iba cargándose sólo una decepción. Por eso no respondió nada, se obligó a creer que allí sucedía algo natural para él y como tal debía ella comportarse. Nada más. De corazón para fuera, al menos.
El impulso con el que empezara todo mermaba, pero no por eso era menos intenso. Él se movía más suave, como si intentara ser cuidadoso en vez de sólo certero. La miraba también, al punto que parecía buscar señales de algo en su rostro mientras se movía acompasado, sostenido por los brazos y rozando su pecho contra el de Gianna entre jadeos. Pareció querer complacerla de nuevo en lo que le pedía y la italiana sintió un nuevo escalofrío recorrerle el cuerpo. No sabía bien porque lo hacía Astor, pero no había espacio para eso, porque sus labios fueron reclamados con mayor determinación y ella respondió del mismo modo. La necesidad que surgía entre ellos por el otro era tan evidente que incluso sus brazos lo apegaron a ella durante esos segundos en que ni siquiera le importó que la corta barba le quemara la piel que alcanzaba. El licántropo le sujetó con más fuerza el muslo y en modo automático ella subió aquella pierna a la altura de la cintura de Astor, dando una mejor postura para que la velocidad de cada embestida aumentara tanto en fuerza como en velocidad. Si dolía o no ya no importaba, el objetivo de olvidarlo todo funcionaba y en su mente sólo estaba esa idea de querer sentirlo más en cada movimiento.
Y se sentía mejor ahora, porque la virginidad jamás es igual en una dama que borda y teje esperando por un hombre, y una que pasa horas entrenando, montando a caballo y sobreviviendo como si hubiera nacido para eso. Sin embargo abrir esa puerta a su verdadera femineidad le resultaba placentero, al punto que incluso gemía con menos temor porque ya no pensaba y se mordía los labios a causa de la ausencia de los ajenos. Hasta ese día había sido apenas una asesina, porque ahora sentía como la mujer que hacía Astor Gray y que se negaría a sí misma durante los días posteriores en que sintiera que lo deseaba de nuevo.
Sólo la mención de su nombre la sacó del trance. La voz rasposa que usó Astor para llamarla sonó a reclamo, a poder, a posesión o a decirle que todo lo que sentía era por causa suya y de su pasión para tomar a cualquier mujer. La italiana dejó de mirar a la nada, al techo o a lo que fuera y volvió sus ojos a tiempo a él, que entraba en ella una vez más y aún con más fuerza. Un gemido más largo aunque de tono bajó se escapó de los labios de ella mientras cerraba los ojos y erguía la espalda bajo el peso del cuerpo ajeno. Su interior completo se sentía hormigueante, sus manos iban de los brazos de Astor a sus cabellos, a las sábanas, a lo que pudiera o a lo que su cuerpo por sí mismo determinara.
—¿Qué hacemos, Gray? — le murmuró entre un jadeo al oído, aunque no era una pregunta que esperara respuesta. Sobre todo porque ella tenía una idea de lo que hacía cada uno. Él buscar placer, ella olvido, un quiebre. Por lo mismo, se irguió apenas lo necesario y lo besó de nuevo, en busca del prolongado silencio que no le gritara la verdad.
También había dicho que disfrutaba de ella y esa parte estaba bien, aunque sonara egoísta. Pero eso era mejor que quedarse sola y desnuda sobre la cama mientras él se iba cargándose sólo una decepción. Por eso no respondió nada, se obligó a creer que allí sucedía algo natural para él y como tal debía ella comportarse. Nada más. De corazón para fuera, al menos.
El impulso con el que empezara todo mermaba, pero no por eso era menos intenso. Él se movía más suave, como si intentara ser cuidadoso en vez de sólo certero. La miraba también, al punto que parecía buscar señales de algo en su rostro mientras se movía acompasado, sostenido por los brazos y rozando su pecho contra el de Gianna entre jadeos. Pareció querer complacerla de nuevo en lo que le pedía y la italiana sintió un nuevo escalofrío recorrerle el cuerpo. No sabía bien porque lo hacía Astor, pero no había espacio para eso, porque sus labios fueron reclamados con mayor determinación y ella respondió del mismo modo. La necesidad que surgía entre ellos por el otro era tan evidente que incluso sus brazos lo apegaron a ella durante esos segundos en que ni siquiera le importó que la corta barba le quemara la piel que alcanzaba. El licántropo le sujetó con más fuerza el muslo y en modo automático ella subió aquella pierna a la altura de la cintura de Astor, dando una mejor postura para que la velocidad de cada embestida aumentara tanto en fuerza como en velocidad. Si dolía o no ya no importaba, el objetivo de olvidarlo todo funcionaba y en su mente sólo estaba esa idea de querer sentirlo más en cada movimiento.
Y se sentía mejor ahora, porque la virginidad jamás es igual en una dama que borda y teje esperando por un hombre, y una que pasa horas entrenando, montando a caballo y sobreviviendo como si hubiera nacido para eso. Sin embargo abrir esa puerta a su verdadera femineidad le resultaba placentero, al punto que incluso gemía con menos temor porque ya no pensaba y se mordía los labios a causa de la ausencia de los ajenos. Hasta ese día había sido apenas una asesina, porque ahora sentía como la mujer que hacía Astor Gray y que se negaría a sí misma durante los días posteriores en que sintiera que lo deseaba de nuevo.
Sólo la mención de su nombre la sacó del trance. La voz rasposa que usó Astor para llamarla sonó a reclamo, a poder, a posesión o a decirle que todo lo que sentía era por causa suya y de su pasión para tomar a cualquier mujer. La italiana dejó de mirar a la nada, al techo o a lo que fuera y volvió sus ojos a tiempo a él, que entraba en ella una vez más y aún con más fuerza. Un gemido más largo aunque de tono bajó se escapó de los labios de ella mientras cerraba los ojos y erguía la espalda bajo el peso del cuerpo ajeno. Su interior completo se sentía hormigueante, sus manos iban de los brazos de Astor a sus cabellos, a las sábanas, a lo que pudiera o a lo que su cuerpo por sí mismo determinara.
—¿Qué hacemos, Gray? — le murmuró entre un jadeo al oído, aunque no era una pregunta que esperara respuesta. Sobre todo porque ella tenía una idea de lo que hacía cada uno. Él buscar placer, ella olvido, un quiebre. Por lo mismo, se irguió apenas lo necesario y lo besó de nuevo, en busca del prolongado silencio que no le gritara la verdad.
Gianna Castiglione- Condenado/Licántropo/Clase Alta
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Re: Primer quiebre (+18 | Astor Gray)
Por un segundo pienso que, si la vida se detuviera como en una imagen congelada, podría quedarme durante horas degustando la embriaguez de ese momento, el dulce sabor de un sueño con los ojos abiertos.
Federico Moccia
Su mente le exigía contenerse, cuidar de aquella mujer que estaba ofreciéndole algo que para él tenía más valor que lo de alguna otra. Su cuerpo por otro lado, exigía que le tomara con el salvajismo y la necesidad que mantenía contenidas desde hacía tiempo; así que Astor trataba de encontrar un equilibrio, algo que no le era tan complicado al ver el rostro de Gianna. ¿Por qué ella era diferente a todas las demás? Eso ya tendría oportunidad de analizarlo más delante, de preguntárselo al día siguiente a si mismo, porque en aquellos instantes su devoción radicaba en el cuerpo de Gianna, en aquel sexo que se abría por primera vez para él y que le brindaba un deleite sin igual.
No se cuestionó realmente si ella había notado la manera en que cambio de un momento a otro. Esperaba que con sus palabras que parecían frías y carentes de sentido, se hubiera desviado la atención lo suficiente como para que ella no se percatara de que hacía las cosas con cuidado, todo por esperar que su cuerpo virgen se acoplara a él y dejara de provocar el malestar que seguramente ella experimentaba pero que se negaba a hacer evidente como otras. Hasta ese detalle le pareció fascinante a Astor. En varias ocasiones le había tocado lidiar con mujeres que eran únicamente unas dramáticas; princesas que creían que el acto sexual les uniría por siempre y que descubrían un mundo completamente opuesto a lo que esperaban. Gianna sin embargo, era completamente diferente, porque había sido él quien se diera cuenta de lo que pasaba, mientras que ella se tragaba el dolor y lo marcaba con sus uñas en la espalda del licántropo; lo que le hacía saber a él que cuando todo aquello terminará no sería de las que esperaba tenerlo a su lado por siempre y contrario a lo que había pensado él hasta ese entonces, era Astor quien no quería irse, era él quien esperaba poder tenerla para si.
Sus movimientos que iniciaron suaves, entre caricias que buscaban desviar la atención de la mente de la italiana de cualquier otra cosa que alejara sus pensamientos o sensaciones de él. La quería ahí, entregada a aquel acto, tal y como él se entregaba a ella, sin dejar que nadie del pasado se interpusiera entre ellos. Con el salvajismo que cargo el nuevo beso, aumento el ritmo de sus movimientos, volviéndolo un vaivén más intenso pero sin dejar que sus manos reclamaran cada parte del cuerpo de Gianna y sus labios aquella boca que emitía suaves gemidos contra la suya. El sexo de la inquisidora complacía cada vez más el miembro del licántropo. Astor pronuncio su nombre con el deseo cargado en la voz y el perfecto cuerpo de Gianna se movió bajo su peso. El torso de Astor rozaba contra aquellos senos perfectos y con cada movimiento que hacía, notaba la manera en que los pezones erectos de la italiana le delineaban la piel. Los ojos del licántropo observaban con atención a Gianna, le devoraba entera, guardaba aquella imagen para siempre en su memoria, al igual que guardaba aquellas sensaciones que parecía solo experimentar con ella, más que con ninguna otra mujer.
La pregunta que formulara Gianna le hizo cuestionarse, pero no responder debido a que cualquier intento de hacerlo le fue impedido por los labios ajenos. ¿Qué hacían? Eliminaban el pasado entre aquellas sabanas que no volverían a verse igual. Tejían un futuro que ninguno de los dos estaba esperando pero que adquiría más fuerza, al igual que las embestidas que daba Astor a aquel cuerpo, en aquel interior que ya le aceptaba de una manera natural y que amenazaba con terminar de atar la cordura del licántropo a Gianna desde ese momento y en delante. Empujado por aquella necesidad que tenía de ella y que ya le era imposible contener, sus movimientos fueron más certeros. Ya no únicamente buscaba que ella se adecuara a él, porque eso parecía haberse logrado ya, sino que ahora buscaba el completo placer de ambos.
De los labios del licántropo y sobre los ajenos, fue emitido un gemido placentero. Se aparto de ella y le mordió el mentón, escondió su rostro en la curvatura de su cuello y debido a la nueva intensidad con la que embestía a la fémina, jadeaba. Las paredes de la femineidad de la italiana presionaban su miembro cada vez más, llevándole a perderse en ese momento donde buscaba que ambos cuerpos llegaran al limite, a ese estallido de placer que los embriagaría a ambos lo suficiente como para no hacer preguntas. Al menos hasta que la mañana llegara.
Federico Moccia
Su mente le exigía contenerse, cuidar de aquella mujer que estaba ofreciéndole algo que para él tenía más valor que lo de alguna otra. Su cuerpo por otro lado, exigía que le tomara con el salvajismo y la necesidad que mantenía contenidas desde hacía tiempo; así que Astor trataba de encontrar un equilibrio, algo que no le era tan complicado al ver el rostro de Gianna. ¿Por qué ella era diferente a todas las demás? Eso ya tendría oportunidad de analizarlo más delante, de preguntárselo al día siguiente a si mismo, porque en aquellos instantes su devoción radicaba en el cuerpo de Gianna, en aquel sexo que se abría por primera vez para él y que le brindaba un deleite sin igual.
No se cuestionó realmente si ella había notado la manera en que cambio de un momento a otro. Esperaba que con sus palabras que parecían frías y carentes de sentido, se hubiera desviado la atención lo suficiente como para que ella no se percatara de que hacía las cosas con cuidado, todo por esperar que su cuerpo virgen se acoplara a él y dejara de provocar el malestar que seguramente ella experimentaba pero que se negaba a hacer evidente como otras. Hasta ese detalle le pareció fascinante a Astor. En varias ocasiones le había tocado lidiar con mujeres que eran únicamente unas dramáticas; princesas que creían que el acto sexual les uniría por siempre y que descubrían un mundo completamente opuesto a lo que esperaban. Gianna sin embargo, era completamente diferente, porque había sido él quien se diera cuenta de lo que pasaba, mientras que ella se tragaba el dolor y lo marcaba con sus uñas en la espalda del licántropo; lo que le hacía saber a él que cuando todo aquello terminará no sería de las que esperaba tenerlo a su lado por siempre y contrario a lo que había pensado él hasta ese entonces, era Astor quien no quería irse, era él quien esperaba poder tenerla para si.
Sus movimientos que iniciaron suaves, entre caricias que buscaban desviar la atención de la mente de la italiana de cualquier otra cosa que alejara sus pensamientos o sensaciones de él. La quería ahí, entregada a aquel acto, tal y como él se entregaba a ella, sin dejar que nadie del pasado se interpusiera entre ellos. Con el salvajismo que cargo el nuevo beso, aumento el ritmo de sus movimientos, volviéndolo un vaivén más intenso pero sin dejar que sus manos reclamaran cada parte del cuerpo de Gianna y sus labios aquella boca que emitía suaves gemidos contra la suya. El sexo de la inquisidora complacía cada vez más el miembro del licántropo. Astor pronuncio su nombre con el deseo cargado en la voz y el perfecto cuerpo de Gianna se movió bajo su peso. El torso de Astor rozaba contra aquellos senos perfectos y con cada movimiento que hacía, notaba la manera en que los pezones erectos de la italiana le delineaban la piel. Los ojos del licántropo observaban con atención a Gianna, le devoraba entera, guardaba aquella imagen para siempre en su memoria, al igual que guardaba aquellas sensaciones que parecía solo experimentar con ella, más que con ninguna otra mujer.
La pregunta que formulara Gianna le hizo cuestionarse, pero no responder debido a que cualquier intento de hacerlo le fue impedido por los labios ajenos. ¿Qué hacían? Eliminaban el pasado entre aquellas sabanas que no volverían a verse igual. Tejían un futuro que ninguno de los dos estaba esperando pero que adquiría más fuerza, al igual que las embestidas que daba Astor a aquel cuerpo, en aquel interior que ya le aceptaba de una manera natural y que amenazaba con terminar de atar la cordura del licántropo a Gianna desde ese momento y en delante. Empujado por aquella necesidad que tenía de ella y que ya le era imposible contener, sus movimientos fueron más certeros. Ya no únicamente buscaba que ella se adecuara a él, porque eso parecía haberse logrado ya, sino que ahora buscaba el completo placer de ambos.
De los labios del licántropo y sobre los ajenos, fue emitido un gemido placentero. Se aparto de ella y le mordió el mentón, escondió su rostro en la curvatura de su cuello y debido a la nueva intensidad con la que embestía a la fémina, jadeaba. Las paredes de la femineidad de la italiana presionaban su miembro cada vez más, llevándole a perderse en ese momento donde buscaba que ambos cuerpos llegaran al limite, a ese estallido de placer que los embriagaría a ambos lo suficiente como para no hacer preguntas. Al menos hasta que la mañana llegara.
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Re: Primer quiebre (+18 | Astor Gray)
"Me rompía los silencios y los paradigmas,
y los llenaba con mis ganas de él, de su forma de llenarme"
y los llenaba con mis ganas de él, de su forma de llenarme"
La idea inicial de olvidar todo lo sucedido con su prometido se resumía en largas horas de sueño, de baños, de llanto, de té. Sin embargo la visita del condenado a su casa y la manera que tuviera este de mirarla le había otorgado una idea mayor y más certera para dejar su mente con todos sus recuerdos incluidos a un lado. El primer beso que le diera fue abrir la puerta a la idea de minutos antes, la confirmación de entregarse a un pecado que le borrara del alma la traición de su fidelidad no retribuida, de su mala observación para ver que algo andaba mal y de su confianza tan estúpida como ciega.
Y así, en su cama y bajo el cuerpo medio suspendido de Astor sobre ella, no se arrepentía. El dolor de cada embestida era menor conforme aumentaban, y el placer que empezara a sentir se iba elevando en cada movimiento ajeno. Era la primera vez que sentía algo de ese calibre, porque en su soledad en París jamás se había atrevido a buscar el placer para sí misma y por sí misma. Y en Italia tampoco, porque esperaba a conocer el placer con un anillo en la mano, como la mayoría de estúpidas que aún creen en la bondad masculina cuando se sabe que ceden cuando los logra excitar cualquiera. Por eso lo había elegido a él, a Astor, porque era la peor opción para enamorarse de todos los que conociera. Y al tiempo era la mejor alternativa para el sexo, una que no le preguntaría nada a la mañana siguiente porque sencillamente no se quedaría a esperar que una mujer más pretendiera atarlo a ella tan sólo por unos pocos minutos de sexo.
Los gemidos rasposos de Astor la ponían en un punto más alto, la masculinidad de ese hombre era algo incomparable, sobrenatural en todo el sentido de la palabra. Su naturaleza se hacía viva en ese momento y cada gruñido podía lograr un estremecimiento más en el cuerpo de la que fuera su compañera. Verlo excitado era placentero, tanto que Gianna realmente empezaba a sentir que su cuerpo respondía a todo en conjunto, que se tensaba, que se le crispaban las manos contra las sábanas por cada sensación nueva y mejor que la anterior.
Descubrió también que le encantaba que la mordiera, porque se mostraba feroz aunque no dañino, sabedor de los puntos donde podía encontrar placer mientras mostraba ese rostro adusto y seductor como ninguno. Quiso emitir un “por favor”, algo que le diera a entender que ahora necesitaba más, que quería sentirlo llenándola de nuevo pero de un modo más profundo, más inolvidable. La Gianna de siempre no estaba, porque había dado paso a una mujer que busca encontrar el placer como único objetivo, como si la mente se hubiese largado a tejer sus líos lejos de allí. No podía negar que sentir a Gray dentro de sí le generaba muchas cosas con las que seguro se sentiría avergonzada a la mañana siguiente y cada vez que lo recordara estando sola. Pero nada de eso importaba, porque el objetivo se seguía cumpliendo e incluso se sobrepasaba.
Por suerte no tuvo que decir nada, porque él aumentó la fuerza para entrar en ella. Sintió sus deseos acrecentarse de un modo más profundo y se permitió gemir algo más alto, no mucho, pero lo suficiente para ser escuchada por él e interpretada como se debía. Sintió temblar su cuerpo entero y aprisionó las caderas ajenas con sus propias piernas, llevando sus caderas a él, a cada movimiento que se volvía más acompasado en ambos. No era necesario ser experimentada en la cama, porque no se necesita otra cosa distinta al placer para hacer lo necesario para encontrarlo. Lo que fuera aprendiendo con la práctica era otra cosa, aunque sinceramente dudaba mucho que aquello volviera a ocurrir con él o con cualquier otro. La italiana pretendía cerrarse a cualquier hombre luego de eso, pero eran planes apresurados que nada conocían del futuro.
El mentón de Gianna pareció irse hacia atrás, cerró los ojos y se estremeció bajo el cuerpo de Astor. Pero se irguió un poco de nuevo, sujetándolo por esos brazos en extremo fuertes y de nuevo se volvió a apoyar en la almohada. Su interior se sentía vibrar, como si un calor desconocido apareciera y la sacara de cualquier modo racional de pensar. Era la primera vez de la italiana, por lo mismo no podría extender la aparición del orgasmo durante mucho tiempo, estaba a punto de su clímax provocado por él, para él.
Y así, en su cama y bajo el cuerpo medio suspendido de Astor sobre ella, no se arrepentía. El dolor de cada embestida era menor conforme aumentaban, y el placer que empezara a sentir se iba elevando en cada movimiento ajeno. Era la primera vez que sentía algo de ese calibre, porque en su soledad en París jamás se había atrevido a buscar el placer para sí misma y por sí misma. Y en Italia tampoco, porque esperaba a conocer el placer con un anillo en la mano, como la mayoría de estúpidas que aún creen en la bondad masculina cuando se sabe que ceden cuando los logra excitar cualquiera. Por eso lo había elegido a él, a Astor, porque era la peor opción para enamorarse de todos los que conociera. Y al tiempo era la mejor alternativa para el sexo, una que no le preguntaría nada a la mañana siguiente porque sencillamente no se quedaría a esperar que una mujer más pretendiera atarlo a ella tan sólo por unos pocos minutos de sexo.
Los gemidos rasposos de Astor la ponían en un punto más alto, la masculinidad de ese hombre era algo incomparable, sobrenatural en todo el sentido de la palabra. Su naturaleza se hacía viva en ese momento y cada gruñido podía lograr un estremecimiento más en el cuerpo de la que fuera su compañera. Verlo excitado era placentero, tanto que Gianna realmente empezaba a sentir que su cuerpo respondía a todo en conjunto, que se tensaba, que se le crispaban las manos contra las sábanas por cada sensación nueva y mejor que la anterior.
Descubrió también que le encantaba que la mordiera, porque se mostraba feroz aunque no dañino, sabedor de los puntos donde podía encontrar placer mientras mostraba ese rostro adusto y seductor como ninguno. Quiso emitir un “por favor”, algo que le diera a entender que ahora necesitaba más, que quería sentirlo llenándola de nuevo pero de un modo más profundo, más inolvidable. La Gianna de siempre no estaba, porque había dado paso a una mujer que busca encontrar el placer como único objetivo, como si la mente se hubiese largado a tejer sus líos lejos de allí. No podía negar que sentir a Gray dentro de sí le generaba muchas cosas con las que seguro se sentiría avergonzada a la mañana siguiente y cada vez que lo recordara estando sola. Pero nada de eso importaba, porque el objetivo se seguía cumpliendo e incluso se sobrepasaba.
Por suerte no tuvo que decir nada, porque él aumentó la fuerza para entrar en ella. Sintió sus deseos acrecentarse de un modo más profundo y se permitió gemir algo más alto, no mucho, pero lo suficiente para ser escuchada por él e interpretada como se debía. Sintió temblar su cuerpo entero y aprisionó las caderas ajenas con sus propias piernas, llevando sus caderas a él, a cada movimiento que se volvía más acompasado en ambos. No era necesario ser experimentada en la cama, porque no se necesita otra cosa distinta al placer para hacer lo necesario para encontrarlo. Lo que fuera aprendiendo con la práctica era otra cosa, aunque sinceramente dudaba mucho que aquello volviera a ocurrir con él o con cualquier otro. La italiana pretendía cerrarse a cualquier hombre luego de eso, pero eran planes apresurados que nada conocían del futuro.
El mentón de Gianna pareció irse hacia atrás, cerró los ojos y se estremeció bajo el cuerpo de Astor. Pero se irguió un poco de nuevo, sujetándolo por esos brazos en extremo fuertes y de nuevo se volvió a apoyar en la almohada. Su interior se sentía vibrar, como si un calor desconocido apareciera y la sacara de cualquier modo racional de pensar. Era la primera vez de la italiana, por lo mismo no podría extender la aparición del orgasmo durante mucho tiempo, estaba a punto de su clímax provocado por él, para él.
Gianna Castiglione- Condenado/Licántropo/Clase Alta
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Re: Primer quiebre (+18 | Astor Gray)
“Si voy a perderme, que sea entre las piernas de una mujer.
En el santuario de su femineidad”
El deseo que le invadiera en un inicio regresaba con mucha más intensidad que antes. Cada movimiento volvía a Gianna algo que ningún otro hombre había visto jamás. Era la mujer más seductora del mundo, aquella con la que Astor estaría gustoso de pasar cada noche y cada mañana. Si antes le había parecido una criatura capaz de tener a cualquiera comiendo de su mano, ahora que la observaba respondiendo de aquella manera, la italiana se superaba con creces.
Una posesividad mayor se despertó dentro del licántropo, porque ni siquiera en su mente podía permitir que alguien más le observara de aquella manera, no podía siquiera pensar en otro hombre haciendo que Gianna respondiera de esa manera, ni siquiera se la podía imaginar gimiendo con alguien que no fuera él y por eso fue que esos pensamientos aunados al aumento del deseo y la forma en que ella le respondía a los movimientos, provoco que Astor entrara más profundo, con movimientos más veloces pero no menos profundos. La italiana reaccionaba a cada uno de ellos, provocando en el rostro del licántropo una sonrisa de satisfacción.
No podía compararla con nadie más, porque para Gianna no existía rival para compararle. En sus experiencias comparo a muchas mujeres, pero simplemente con ella le resultaba imposible porque la italiana no podía entrar en ninguna categoría que su mente hubiese hecho antes. Superaba cualquier expectativa que se pudo hacer antes, cuando la veía de lejos y como una mujer que rayaba en lo intocable. Ahora, no le parecía más aquella mujer de difícil acceso, ella estaba ahí, debajo de su cuerpo y Astor no la deseaba en ningún otro lugar que no fuera ahí o cerca de él.
Reclamaba a la inquisidora con cada movimiento, con cada caricia que ejercía sobre su perfecta piel y con cada mordida que daba a la piel que encontraba. Una de sus manos le recorría el cuerpo y la detuvo en una de las piernas de la italiana que había terminado por rodearle ocasionando así que un gemido profundo saliera de los labios de Astor. Había ocultado después su rostro en el cuello de Gianna, sin aminorar en ningún momento las embestidas y fue así como observo con deleite como ella levanto el cuerpo, ocasionando a su vez que el interior de ella se sintiera mucho más estrecho para Astor quien con la voz y la resistencia casi al limite volvió a hablarle a la inquisidora.
– Un poco más… – quiso decir su nombre, pero se ahogo en su garganta. Le resultaba sumamente complicado extender el momento del orgasmo dentro de aquella cavidad que lo único que hacía era estimular más el miembro del licántropo.
De un instante a otro gruño nuevamente y busco con desesperación los labios de Gianna. Le mordió con la ferocidad que le implicaba estar llegando a su limite y entre movimientos intensos, así como el roce de ambos cuerpos, Astor Gray termino por ceder y se permitió entonces llegar al culmen del acto sexual en el interior de Gianna. Se separo de los labios de la italiana, solo para repartir besos por su mentón y cuello al tiempo que terminaba por salir de ella; aunque las manos de Astor continuaban recorriendo el cuerpo, centrandose en el vientre de la inquisidora. Quería decirle tantas cosas en aquellos momentos, pero no lo haría, porque aquel momento en particular no era el apropiado, pero ya llegarían otros y cuando eso pasara, se encargaría de atar a él a la italiana, tal cual ella al parecer ya había hecho con el licántropo.
En el santuario de su femineidad”
El deseo que le invadiera en un inicio regresaba con mucha más intensidad que antes. Cada movimiento volvía a Gianna algo que ningún otro hombre había visto jamás. Era la mujer más seductora del mundo, aquella con la que Astor estaría gustoso de pasar cada noche y cada mañana. Si antes le había parecido una criatura capaz de tener a cualquiera comiendo de su mano, ahora que la observaba respondiendo de aquella manera, la italiana se superaba con creces.
Una posesividad mayor se despertó dentro del licántropo, porque ni siquiera en su mente podía permitir que alguien más le observara de aquella manera, no podía siquiera pensar en otro hombre haciendo que Gianna respondiera de esa manera, ni siquiera se la podía imaginar gimiendo con alguien que no fuera él y por eso fue que esos pensamientos aunados al aumento del deseo y la forma en que ella le respondía a los movimientos, provoco que Astor entrara más profundo, con movimientos más veloces pero no menos profundos. La italiana reaccionaba a cada uno de ellos, provocando en el rostro del licántropo una sonrisa de satisfacción.
No podía compararla con nadie más, porque para Gianna no existía rival para compararle. En sus experiencias comparo a muchas mujeres, pero simplemente con ella le resultaba imposible porque la italiana no podía entrar en ninguna categoría que su mente hubiese hecho antes. Superaba cualquier expectativa que se pudo hacer antes, cuando la veía de lejos y como una mujer que rayaba en lo intocable. Ahora, no le parecía más aquella mujer de difícil acceso, ella estaba ahí, debajo de su cuerpo y Astor no la deseaba en ningún otro lugar que no fuera ahí o cerca de él.
Reclamaba a la inquisidora con cada movimiento, con cada caricia que ejercía sobre su perfecta piel y con cada mordida que daba a la piel que encontraba. Una de sus manos le recorría el cuerpo y la detuvo en una de las piernas de la italiana que había terminado por rodearle ocasionando así que un gemido profundo saliera de los labios de Astor. Había ocultado después su rostro en el cuello de Gianna, sin aminorar en ningún momento las embestidas y fue así como observo con deleite como ella levanto el cuerpo, ocasionando a su vez que el interior de ella se sintiera mucho más estrecho para Astor quien con la voz y la resistencia casi al limite volvió a hablarle a la inquisidora.
– Un poco más… – quiso decir su nombre, pero se ahogo en su garganta. Le resultaba sumamente complicado extender el momento del orgasmo dentro de aquella cavidad que lo único que hacía era estimular más el miembro del licántropo.
De un instante a otro gruño nuevamente y busco con desesperación los labios de Gianna. Le mordió con la ferocidad que le implicaba estar llegando a su limite y entre movimientos intensos, así como el roce de ambos cuerpos, Astor Gray termino por ceder y se permitió entonces llegar al culmen del acto sexual en el interior de Gianna. Se separo de los labios de la italiana, solo para repartir besos por su mentón y cuello al tiempo que terminaba por salir de ella; aunque las manos de Astor continuaban recorriendo el cuerpo, centrandose en el vientre de la inquisidora. Quería decirle tantas cosas en aquellos momentos, pero no lo haría, porque aquel momento en particular no era el apropiado, pero ya llegarían otros y cuando eso pasara, se encargaría de atar a él a la italiana, tal cual ella al parecer ya había hecho con el licántropo.
Astor Gray- Condenado/Licántropo/Clase Alta
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Fecha de inscripción : 22/04/2013
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Re: Primer quiebre (+18 | Astor Gray)
No hablo, pero no porque no quiera, sino porque he sentido mucho
Ahora entendía porque el sexo antes del matrimonio era considerado pecado. Lo era porque el placer que proporcionaba no podía ser comparado con nada. Pero exigía tanto como cualquier necesidad, como el hambre, que reclama alimento sin importar cuál, cómo y en dónde. No obstante Gianna no quería ceder a sus placeres como animal en celo. Ella no era así, y seguramente sería primero asceta antes que libertina, antes que pasar de cama en cama para luego fingir que no pasaba nada y continuar su solitaria vida.
Pero ahí estaba, gimiendo para él, con el cuerpo perlado por el sudor de ambos en cada movimiento, en cada jadeo, en cada momento en que sentían que la respiración se les iba y la ansiedad les aumentaba desde la entrepierna hasta recorrerles el cuerpo entero. Lo vio sonreír y de nuevo fue aquello extraño, aunque ella no iba a repetir tal gesto pese a que realmente disfrutaba de lo que estaba sucediendo. El dolor de su teórica virginidad perdida había sido leve, porque seguramente la había perdido años atrás montando a caballo, en algún entrenamiento lo suficientemente fuerte como para lograr algo como eso. Por lo mismo no había marca alguna de aquella perdida sobre las sábanas y era una suerte, aunque la italiana tuviera todo en la mente menos eso.
Astor Gray lucía más fuerte sobre ella, desde esa visión donde él apoyaba todo su cuerpo en los brazos y en la punta de los pies para lograr entrar y salir de ella con la fuerza y profundidad que lo hacía. Gianna gimió de nuevo cuando lo sintió llenarla aún más, hasta donde las paredes del interior de su sexo lo detenían y la estremecían a ella en cada roce. Era algo que no podía describir, pero que sentía necesitar aún más cada vez que lo sentía salir para volver a tomar impulso y llenarla de nuevo de sí mismo.
¿Cómo se verían en los días siguientes? Hasta donde sabía, ella intentaría tratarlo como siempre, sin prestarle mayor importancia aunque quisiera mirarlo, y fingiendo que él era un mueble más dentro de aquél “sagrado” lugar. En las misiones sería lo mismo, un par de palabras para cerrar acuerdos y luego emprender la acción antes de finalizar y partir en equipo, como la primera vez que compartieran misión. Pero eso lo había pensado cuando apenas estaba empezando la noche y las prendas de su cuerpo iban siendo alejadas por él. Ahora sabía que no sería tan sencillo el hecho de ignorarlo. Lo mejor sería partir.
El hecho que Gray gimiera más profundo y rasposo cuando ella le rodeó con las piernas, le indicó que aquello estaba bien. En medio de su placer aprendía, de modo inconsciente e incluso se sentía menos preocupada de estar obteniendo placer mientras que él la miraba serio y sin gesto complacido. No obstante parecía que no sólo ella sentía, sino que él también acrecentaba su deleite en cada movimiento. Lo comprobó cuando su voz sonó ahogada, pretendiendo extender más un momento que Gianna aún no contenía en la receptividad de su primera vez. Su cuerpo había respondido desde el principio, desde las primeras caricias en que se hubo humedecido como suplicando avanzar. Y realmente intentó contenerlo, pero la ferocidad del nuevo beso de Astor y el movimiento más fuerte que ejecutó, la dejaron fuera de combate. Arqueó la espalda, gimió por última vez más alto y sintió el cuerpo temblar por completo, al tiempo que sentía una humedad mayor entre sus piernas producto del orgasmo de ambos.
No hubiese querido ni por error que él terminara dentro de ella, pero sentía el placer aún en su cuerpo, terminando en pequeños temblores y en la respiración escuchándose en el nuevo silencio aún más agitada. El pecho se inflaba en cada toma de aire y extrañamente Astor le cubrió el mentón y el cuello de un par de besos justo antes de salir de ella. Gianna suspiró y guardó silencio.
¿Qué se suponía que debía pasar ahora? No tenía ni la menor idea y se sintió colapsada de nuevo. ¿Tendría que levantarse a tomar un baño? O ¿Quizás hablar del tema con él? No tenía ni idea, pero el cansancio que tenía le dio la respuesta. Espero en silencio, con los ojos cerrados y recuperando el ritmo normal de su respiración, hasta que Astor tomara una posición sobre la cama y no sobre ella para poder descansar. Lucía agotado y era evidente el por qué. No obstante lucía aún mejor después del sexo, como si aquello lo hiciera más poderoso y deseable que siempre. Y en eso pensaba Gianna hasta que se negó a sí misma todo lo que creía y extendió las manos lo suficiente como para alcanzar la sábana y una manta con la que cubrió su cuerpo.
Contrario a lo que podría esperarse, le dio la espalda al hombre con el que había yacido por primera y única vez, encogió un poco su cuerpo que ahora se sentía distinto y cerró los ojos, no había forma de no quedarse dormida, y de nuevo, era aquello una suerte.
Pero ahí estaba, gimiendo para él, con el cuerpo perlado por el sudor de ambos en cada movimiento, en cada jadeo, en cada momento en que sentían que la respiración se les iba y la ansiedad les aumentaba desde la entrepierna hasta recorrerles el cuerpo entero. Lo vio sonreír y de nuevo fue aquello extraño, aunque ella no iba a repetir tal gesto pese a que realmente disfrutaba de lo que estaba sucediendo. El dolor de su teórica virginidad perdida había sido leve, porque seguramente la había perdido años atrás montando a caballo, en algún entrenamiento lo suficientemente fuerte como para lograr algo como eso. Por lo mismo no había marca alguna de aquella perdida sobre las sábanas y era una suerte, aunque la italiana tuviera todo en la mente menos eso.
Astor Gray lucía más fuerte sobre ella, desde esa visión donde él apoyaba todo su cuerpo en los brazos y en la punta de los pies para lograr entrar y salir de ella con la fuerza y profundidad que lo hacía. Gianna gimió de nuevo cuando lo sintió llenarla aún más, hasta donde las paredes del interior de su sexo lo detenían y la estremecían a ella en cada roce. Era algo que no podía describir, pero que sentía necesitar aún más cada vez que lo sentía salir para volver a tomar impulso y llenarla de nuevo de sí mismo.
¿Cómo se verían en los días siguientes? Hasta donde sabía, ella intentaría tratarlo como siempre, sin prestarle mayor importancia aunque quisiera mirarlo, y fingiendo que él era un mueble más dentro de aquél “sagrado” lugar. En las misiones sería lo mismo, un par de palabras para cerrar acuerdos y luego emprender la acción antes de finalizar y partir en equipo, como la primera vez que compartieran misión. Pero eso lo había pensado cuando apenas estaba empezando la noche y las prendas de su cuerpo iban siendo alejadas por él. Ahora sabía que no sería tan sencillo el hecho de ignorarlo. Lo mejor sería partir.
El hecho que Gray gimiera más profundo y rasposo cuando ella le rodeó con las piernas, le indicó que aquello estaba bien. En medio de su placer aprendía, de modo inconsciente e incluso se sentía menos preocupada de estar obteniendo placer mientras que él la miraba serio y sin gesto complacido. No obstante parecía que no sólo ella sentía, sino que él también acrecentaba su deleite en cada movimiento. Lo comprobó cuando su voz sonó ahogada, pretendiendo extender más un momento que Gianna aún no contenía en la receptividad de su primera vez. Su cuerpo había respondido desde el principio, desde las primeras caricias en que se hubo humedecido como suplicando avanzar. Y realmente intentó contenerlo, pero la ferocidad del nuevo beso de Astor y el movimiento más fuerte que ejecutó, la dejaron fuera de combate. Arqueó la espalda, gimió por última vez más alto y sintió el cuerpo temblar por completo, al tiempo que sentía una humedad mayor entre sus piernas producto del orgasmo de ambos.
No hubiese querido ni por error que él terminara dentro de ella, pero sentía el placer aún en su cuerpo, terminando en pequeños temblores y en la respiración escuchándose en el nuevo silencio aún más agitada. El pecho se inflaba en cada toma de aire y extrañamente Astor le cubrió el mentón y el cuello de un par de besos justo antes de salir de ella. Gianna suspiró y guardó silencio.
¿Qué se suponía que debía pasar ahora? No tenía ni la menor idea y se sintió colapsada de nuevo. ¿Tendría que levantarse a tomar un baño? O ¿Quizás hablar del tema con él? No tenía ni idea, pero el cansancio que tenía le dio la respuesta. Espero en silencio, con los ojos cerrados y recuperando el ritmo normal de su respiración, hasta que Astor tomara una posición sobre la cama y no sobre ella para poder descansar. Lucía agotado y era evidente el por qué. No obstante lucía aún mejor después del sexo, como si aquello lo hiciera más poderoso y deseable que siempre. Y en eso pensaba Gianna hasta que se negó a sí misma todo lo que creía y extendió las manos lo suficiente como para alcanzar la sábana y una manta con la que cubrió su cuerpo.
Contrario a lo que podría esperarse, le dio la espalda al hombre con el que había yacido por primera y única vez, encogió un poco su cuerpo que ahora se sentía distinto y cerró los ojos, no había forma de no quedarse dormida, y de nuevo, era aquello una suerte.
Gianna Castiglione- Condenado/Licántropo/Clase Alta
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Fecha de inscripción : 15/04/2014
Re: Primer quiebre (+18 | Astor Gray)
¿Es posible que mi casa sea una persona y no un lugar?
Stephanie Perkins
Ambos cuerpos se tomaron uno durante aquellos momentos en los que reinaba en las mentes de ambos el deseo. Se movían impulsados por los deseos más básicos y pese a lo básico que fuera aquel acto, se sentía como lo mejor que se pudiera experimentar. Para Astor le complacía el saber que ella se había relajado al punto de que no pareciera que aquella era su primera vez con un hombre, los movimientos que efectuaba Gianna eran tan naturales que la excitación de Astor aumentaba más y más, llevándole de manera inequívoca a aquel momento en que deseaba llegar al limite de la resistencia de su cuerpo, todo junto a ella.
No existía otra forma de unirse tanto a alguien que aquella en la que se encontraban. Al menos, no lo existía carnalmente, porque emocionalmente aún se encontraban distantes, sumidos cada uno en las creencias que tenían del otro y lo que podía o no suceder. Todo fuera del acto sexual eran especulaciones de la mente de ambos, especulaciones para las que en esos momentos no existía espacio, porque los vacíos los llenaba el deseo y el silencio lo cubrían los gemidos y jadeos de ambos. Astor gruñía de puro deseo de vez en cuando, en un acto meramente animal que no podía contener pues no era completamente humano y hasta esa parte más feroz y salvaje de él, exigía a aquella inquisidora como suya. Gianna era algo inigualable, alguien a quien deseaba aferrarse y no separarse; pero por aquellos momentos debía conformarse con tener su cuerpo, después trataría de obtenerla en todos los sentidos posibles, hasta llenar a la italiana de él mientras que él se llenaba de ella.
No existía futuro, lo dejaba para cuando el momento presente terminara. Los sentidos del licántropo se enfocaban únicamente en el cuerpo de la italiana y en aquel acto que llevaban a cabo. Todo él exigió a Gianna y con la intensidad en sus embestidas y el beso que le diera, noto el cuerpo femenino tensarse bajo su peso. Su torso sintió como el cuerpo de Gianna se apegaba al suyo y de manera inevitable el cuerpo de Astor se dejo envolver por el placer, llegando al orgasmo. Aquel era el final del camino que ambos habían decidido atravesar sin estar seguros de nada, pero si de algo había servido aquello, era para que ambos tomaran resoluciones de las cuales no hablaron en esos momentos. El licántropo salió antes del interior de Gianna, sin decir palabra alguna porque no se encontraba seguro sobre que era lo que debía decir en aquellos momentos y si bien nunca antes le había sido complicado decir algo, la mujer con quien se encontraba no era cualquiera de las otras.
La respiración de ambos era irregular y quizás usaban eso de excusa para no decir nada. Astor termino por moverse hasta quedar recostado de espaldas en aquella cama que hasta ese momento no se había dado la oportunidad de apreciar. De reojo pudo apreciar como la italiana tomaba una sabana para cubrirse el cuerpo desnudo y una sonrisa ligera cruzo el rostro del inquisidor, porque ya no importaba cuanto se cubriera ella, él ya sabía perfectamente la forma de su cuerpo y como era la textura de su piel; la manera en que ella reaccionaba a las caricias y hasta la manera en que se movía. Aspiro de manera profunda y aunque en una situación habitual ya se hubiese levantado para partir, se quedo recostado. Lentamente la respiración de Gianna iba a volviendo a la normalidad, tornándose cada vez más calma y acompasada, así que Astor termino por cerrar los ojos y de manera casi imperceptible, justo al igual que la italiana, Gray se quedo dormido. Ambos cuerpos relajados después de una noche ajetreada, ambos cuerpos sin consciencia en esos momentos de lo que les deparaba la mañana.
TERMINADO
Stephanie Perkins
Ambos cuerpos se tomaron uno durante aquellos momentos en los que reinaba en las mentes de ambos el deseo. Se movían impulsados por los deseos más básicos y pese a lo básico que fuera aquel acto, se sentía como lo mejor que se pudiera experimentar. Para Astor le complacía el saber que ella se había relajado al punto de que no pareciera que aquella era su primera vez con un hombre, los movimientos que efectuaba Gianna eran tan naturales que la excitación de Astor aumentaba más y más, llevándole de manera inequívoca a aquel momento en que deseaba llegar al limite de la resistencia de su cuerpo, todo junto a ella.
No existía otra forma de unirse tanto a alguien que aquella en la que se encontraban. Al menos, no lo existía carnalmente, porque emocionalmente aún se encontraban distantes, sumidos cada uno en las creencias que tenían del otro y lo que podía o no suceder. Todo fuera del acto sexual eran especulaciones de la mente de ambos, especulaciones para las que en esos momentos no existía espacio, porque los vacíos los llenaba el deseo y el silencio lo cubrían los gemidos y jadeos de ambos. Astor gruñía de puro deseo de vez en cuando, en un acto meramente animal que no podía contener pues no era completamente humano y hasta esa parte más feroz y salvaje de él, exigía a aquella inquisidora como suya. Gianna era algo inigualable, alguien a quien deseaba aferrarse y no separarse; pero por aquellos momentos debía conformarse con tener su cuerpo, después trataría de obtenerla en todos los sentidos posibles, hasta llenar a la italiana de él mientras que él se llenaba de ella.
No existía futuro, lo dejaba para cuando el momento presente terminara. Los sentidos del licántropo se enfocaban únicamente en el cuerpo de la italiana y en aquel acto que llevaban a cabo. Todo él exigió a Gianna y con la intensidad en sus embestidas y el beso que le diera, noto el cuerpo femenino tensarse bajo su peso. Su torso sintió como el cuerpo de Gianna se apegaba al suyo y de manera inevitable el cuerpo de Astor se dejo envolver por el placer, llegando al orgasmo. Aquel era el final del camino que ambos habían decidido atravesar sin estar seguros de nada, pero si de algo había servido aquello, era para que ambos tomaran resoluciones de las cuales no hablaron en esos momentos. El licántropo salió antes del interior de Gianna, sin decir palabra alguna porque no se encontraba seguro sobre que era lo que debía decir en aquellos momentos y si bien nunca antes le había sido complicado decir algo, la mujer con quien se encontraba no era cualquiera de las otras.
La respiración de ambos era irregular y quizás usaban eso de excusa para no decir nada. Astor termino por moverse hasta quedar recostado de espaldas en aquella cama que hasta ese momento no se había dado la oportunidad de apreciar. De reojo pudo apreciar como la italiana tomaba una sabana para cubrirse el cuerpo desnudo y una sonrisa ligera cruzo el rostro del inquisidor, porque ya no importaba cuanto se cubriera ella, él ya sabía perfectamente la forma de su cuerpo y como era la textura de su piel; la manera en que ella reaccionaba a las caricias y hasta la manera en que se movía. Aspiro de manera profunda y aunque en una situación habitual ya se hubiese levantado para partir, se quedo recostado. Lentamente la respiración de Gianna iba a volviendo a la normalidad, tornándose cada vez más calma y acompasada, así que Astor termino por cerrar los ojos y de manera casi imperceptible, justo al igual que la italiana, Gray se quedo dormido. Ambos cuerpos relajados después de una noche ajetreada, ambos cuerpos sin consciencia en esos momentos de lo que les deparaba la mañana.
TERMINADO
Astor Gray- Condenado/Licántropo/Clase Alta
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