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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por H. "Masha" McCallum Mar Sep 16, 2014 8:50 pm

Puede decirse que, de las muchas cosas que mi creadora me enseñó a lo largo de nuestra andanza juntas, una de las enseñanzas que más aprecio es el amor que me inculcó por el fuego. El fuego. Me enseñó a verlo casi como al Dios pertenecente a la religión más realista existente sobre la tierra. El fuego es perfecto: violento, salvaje e incontrolable. Un juguete de lo más excitante y que en mis manos, podía convertirse en un ente aún más poderoso de lo que ya era, más caótico, más destructor. El fuego sirve para que unas manos fuertes y poderosas intenten darle forma. Unas manos como las suyas, o las mías. Y luego, todo consiste en dejarse llevar. Por la violencia, por la fuerza imparable, para luego canalizar todo mi potencial en un único deseo: el deseo de destruir. Destruir cuanto me rodea, quitarle al mundo parte de la cordura que lo conforma, y devolverlo a su forma original, sumergido en el caos. Porque el caos es quien debería gobernarnos. No sólo seríamos más felices, sino que también estaríamos mucho menos frustrados. Y oh, no creo que haya nada más pesado e incómodo que la frustración para aquellos seres que, como yo, estamos bendecidos con la capacidad de vagar por las eras sin descanso, hasta que el mundo se caiga a pedazos. Y aún queda mucho para eso, ¿no? Reconozco que Ophelia me ha enseñado bien. Aunque ahora reniegue de mi nombre, de mi presencia, apra disfrute de su maldito creador. Que les follen a ambos.

Así pues, y decidida a romper de una vez por todas con esa absurda monotonía que me había mantenido cautiva en las últimas semanas, me marché de ese oscuro y mohoso sótano en el que estaba oculta, dispuesta a demostrarle a un París absurdamente aburrido que la maldad que impera en el mundo era muchísimo más poderosa que la poca bondad que aún sobrevivía. Hice arder la casa que me había dado cobijo desde entonces, y en la distancia, sonreí con satisfacción ante la preciosa escena que el tono anaranjado del fuego conformaba sobre el gris característico de aquella zona tan pobre de la ciudad. Los suburbios apestaban a vida, a sangre sucia y a muerte, y no necesariamente en ese orden, por eso, pese a ser uno de los mejores lugares en los que alguien como yo podría pasar desapercibido, no era precisamente de mis favoritos. Mi trasero siempre estuvo bien aposentado sobre algodones carísimos, y obviamente, dormir en un ataúd lleno de termitas era un paso atrás bastante notable. Pero aunque sabía que por mi bien debería quedarme oculta mientras la situación en la mansión de mi creadora se calmaba, digamos que nunca se me ha dado del todo bien seguir órdenes. Y menos si el lugar en que debía dormir estaba sumido en un eterno olor a orín y el motivo para mantenerme en semejante lugar era que no se atrevía a decirle la verdad a aquel que ya la abandonó una vez.

Recorrí la ciudad con el rostro contraído en una mueca satisfecha. La gente corría de un lado a otro, asustada por lo repentino del incendio, y por la incapacidad de los bomberos para apagarlo. Yo siempre hago bien las cosas, y había depositado tanto material inflamable en aquel sitio que sabía perfectamente que el fuego no se detendría hasta que ese, y los edificios colindantes, acabaran reducidos a cenizas. Yo siempre cubro bien mi rastro, y más cuando es mi propia no-vida la que está en juego. Quizá sea por ese afán perfeccionista que siempre me ha acompañado, o simplemente una cuestión de supervivencia. Ni lo sé, ni es eso lo más importante. El olor a humo me recuerda inevitablemente a mi lejana Londres, y a lo mucho que echaba de menos su cielo húmedo y la inteligencia de sus gentes. A diferencia de la gran mayoría de parisinos, eran mucho menos impresionables, y eso se notaba hasta en su sabor. Para más inri, mis pasos me llevaron justamente hasta la playa, y el olor al mar me sumió en un estado de nostalgia del que sabía que no podría salir fácilmente. Las costas de Inglaterra me sabían tan lejanas, que apenas era capaz de contener mi desazón. Me dejé caer en la arena, lo suficientemente cerca del agua para que mis pies se sumergieran en las frescas aguas que iban y venían a causa del suave oleaje. La escena, en cualquier otro momento, me hubiera parecido más que hermosa. La Luna brillaba en todo lo alto, llena, plena, centelleante... Pero aquella noche se me hacía más molesta que otra cosa. Necesitaba estar sola, completamente sola, buscando en mis deseos de generar caos y confusión una especie de salida a los recuerdos que me traían esa sensación de vacío.

Pero no pasó nada. Esperé y esperé, y el mundo pareció deshacerse a mi alrededor, como si ya no tuviera importancia. Me quedé a solas con esos recuerdos de los que no podía deshacerme, con un mar que me recordaba lo lejos que estaba de mi tierra, y la repentina pesadez que me embargó al mirar hacia atrás, y ver aquellos dos siglos de vida, repletos de vivencias mejores. Sólo entonces me di cuenta de que lo peor que tenemos los inmortales no es el hecho de ser incapaces de no sentir nada. No. Lo peor es poder recordar lo bueno que era sentir esas cosas, y lo mucho que teníamos para recordar. ¿Acaso dos siglos ya eran suficientes?
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Mensaje por Friðþjófr Yngvarr Jue Dic 25, 2014 12:01 pm

Camino por las aceras infestadas de ratas y vagabundos observando todo cuanto me rodea con altivez. La noche estaba siendo sublime. Y no sólo porque acabara de rendir cuentas ante la más oscura y perfecta de mis creaciones, que también, sino porque, además, acabo de darme un festín de esos que hacen historia. Ya podía saborear el catastrofismo de los titulares: "Masacre en la mansión de un duque extranjero" o mejor, "Sangrienta escena justo antes de la fiesta mayor". La policía pondría precio a mi cabeza, y yo me limitaría a reírme de ellos y de todos los voluntarios que estoy seguro de que se ofrecerán para encontrarme. Nunca sospecharían, ni llegarían a imaginar, la magnitud de la maldad que albergo. No verían lo que se les venía encima hasta que fuese demasiado tarde. Ya imagino las lágrimas, los gritos de auténtico pavor y el rostro contraído en una mueca de dolor de los supervivientes. Y eso, inevitablemente, me abre el apetito. De nuevo. La verdad es que en las últimas noches me está costando más saciarme. Debe ser porque, a exigencia de Ophelia, he tenido que alejarme de su entorno cercano para buscar a mis víctimas. Y a ver, objetivamente, la sangre de un marqués siempre sabrá mejor que la de un mendigo. Pero a falta de algo mejor, tengo que conformarme. Por ahora.

Cuando termine con su berrinche, volveré a imponer el orden que siempre caracterizó a nuestra relación. Tengo patria potestad sobre ella. Soy yo quien manda. Aunque no pierdo nada por hacerle pensar, aunque sea por unos momentos, que ella también tiene derecho a elegir. Siempre voy a tratar de manipularla, lógicamente, pero eso también lo hace divertido. Ella no cederá tan fácilmente. Y yo nunca me rindo. Estamos hechos el uno para el otro. Para odiarnos y desearnos con todas nuestras fuerzas. Para anhelar el tacto de la piel del uno contra la del otro y querer desgarrarla y destruirla minutos después. Eso es lo que lo hace interesante. Lo que nos diferencia de los humanos, con sus inútiles emociones fugaces. No son capaces de vivir su vida con la misma intensidad con que nosotros vivimos la nuestra. Y eso que ni siquiera estamos vivos. En fin... Sigo caminando por callejones cada vez más oscuros y decadentes. La noche está revuelta y hay gente andando de un lado para otro con evidente nerviosismo. Sólo entonces me percato de un aroma singular, que me transporta de lleno a otras épocas donde las guerras estaban presentes en cada una de mis noches. El olor del azufre, del humo, de fuego. Un incendio de considerable magnitud se ha desatado en una de las zonas más humildes de la ciudad. Y la gente, como polillas atraídas por la luz, se acerca, curiosos, a regodearse en la desgracia ajena.

Puedo ver a señoritas bien vestidas que indudablemente es la primera vez que vienen a un lugar como este. Pero claro, siempre es bueno aparentar que los demás te importan poco menos que una mierda. Me encojo de hombros y camino en dirección contraria. El instigador de aquel desastre debe ser un simple aficionado. Yo nunca hubiera sido tan descuidado. El pánico calaba más en los corazones de la gente con crímenes sangrientos, no llamativos. Como el que yo mismo acababa de cometer. Hay más violencia en una cuchillada de la que habría nunca en un disparo... Un criminal de verdad sabe eso perfectamente. Mis pasos me van alejando cada vez más del centro de la ciudad, y a medida que el número de personas a mi alrededor disminuye, mi sed comienza a disminuir de intensidad. Acabo llegando a la playa, y cuando estoy a punto de darme la vuelta para regresar a casa, percibo un aroma que me resulta extrañamente familiar, pese a que estoy seguro de no haberlo notado nunca. Avanzo por la arena, prestando atención a todos y cada uno de los detalles que me rodean. La escena, que en otro momento me hubiese resultado francamente hermosa, apenas si despierta en mi ni una pizca de interés. El aroma de esa sangre era muy similar al de esa vampiresa que tan bien conozco... Pero, ¿por qué?

Diviso una silueta en la arena y me acerco a ella sin rodeos. ¿Quién demonios es y por qué me abruma tanto? Carraspeo cuando estoy a su altura, para toparme de frente con unos ojos profundos y negros como dos ónices. Y entonces... la reconozco. Es ella. Helenna. Mis colmillos descienden abruptamente, y adopto una pose defensiva casi al instante. ¿Por qué está ella en la ciudad? Y más importante, ¿está Ophelia al tanto? - ¿Por qué estás aquí? ¿Qué quieres de ella? No te permitiré acercarte.
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Mensaje por H. "Masha" McCallum Jue Mar 12, 2015 10:03 pm

Por un momento, el murmullo del oleaje consiguió que parte de mi malestar físico se viera relegado a un segundo plano. Por un momento, sentí que la frialdad de las aguas que acariciaban mis extremidades inferiores competía con aquella que emanaba de mi interior. Por un momento, todo el caos que me había acompañado a lo largo de esos dos siglos de historia de la mano de Ophelia comenzó a cobrar parte del sentido que realmente nunca tuvo. Por un fugaz momento, logré abstraerme tanto por mis propios tormentos que había olvidado que en aquellas tierras habitaban monstruos mucho peores que yo misma. Y sólo al verle, al percibir su oscura presencia junto a mi, la realidad me sobrevino de repente, de forma tan brusca que apenas tuve tiempo para reflexionar acerca de sus amenazas antes de que mi cuerpo se tensara de golpe y me levantara de un salto, justo a tiempo para alejarme de él. Mis colmillos descendieron inmediatamente después, recalcando aún más si cabe la sed de sangre, de su sangre, que me atenazaba la garganta desde que descubrí que había vuelto a por ella. A por mi creadora. ¿Con qué derecho se creía para tratar de intentar nada nuevamente con ella, después de destruirla con su ausencia? Yo había visto y compartido todo su dolor durante años, como su paño de lágrimas, como su amiga, su amante, su compañera.

No podía permitir que él lo estropeara todo. No iba a permitirlo. Así tuviera que arriesgar mi vida para arrebatarle la suya. Nunca volvería a dañar a mi creadora. Porque esa era la misión, la promesa que yo misma me había hecho. A diferencia de él, yo sí me esforzaría por hacerla feliz. Aunque fuera lo último que hiciera. Pero él... Ah... Su simple presencia parecía invadirme, infectarme como un virus que me hacía perder toda capacidad para pensar en nada más que en las ganas que tenía de arrancar la cabeza de su estúpido cuello para luego verlo arder en las llamas de una gran fogata. Ese era el fin que se merecía. Un fin doloroso, lleno de vergüenza. Un fin perfecto para la alimaña que era, que siempre sería. No valía nada. El mundo estaría mejor sin él... Y mi creadora y yo finalmente podríamos desprendernos de los obstáculos a los que su existencia nos sometía. Podría conquistar su corazón, que ahora estaba en las manos de aquel que me observaba con fijeza, creyéndose mejor que yo. Finalmente podría saber lo que se siente cuando un ser tan repleto de perfección, de oscuridad, como Ophelia, te tenía más en cuenta que como una simple distracción cuando el dolor psíquico se hacía insoportable. Ni él ni cien como él podrían impedírmelo. No ahora que estaba tan cerca de lograrlo, de atravesar la coraza de la inmortal, y hacerle ver que los sentimientos que yo profesaba hacia ella, sí que eran correspondidos.

- ¿Y cómo, exactamente, piensas impedírmelo Friðþjófr? -Mi voz no titubeó ni un segundo, a pesar de que era plenamente consciente de que, de quererlo, el vampiro podría acabar conmigo en menos de un segundo. Pero no era miedo lo que me causaba. Era ira, rabia, una sensación de ardor en la garganta. Él era lo único que se interponía entre mi creadora y yo. Siempre había sido él. - Sabes mejor que nadie que el vínculo entre un vampiro y su progenie es casi indestructible, casi sagrado. ¿Cómo crees que reaccionaría Ophelia si se enterase de que osas amenazar a su "hija"? ¿Tocarme siquiera un pelo? Reconozco que me agradaría enormemente ser testigo de cómo te destrozaría por semejante acto, pero sé que no eres tan estúpido... Aunque nunca se sabe. -No me moví ni un ápice al notar que él también se ponía en una postura defensiva. En una pelea cuerpo a cuerpo, yo tenía todas las de perder. Él era más viejo, más fuerte, y probablemente mucho más listo que yo. Pero a diferencia de él, yo no tenía nada que perder, y sí mucho que ganar. El aprecio y confianza de mi creadora, eso me daría las fuerzas necesarias para plantarle cara, resultara o no vencedora al final. - ¿Qué es lo que tú haces aquí? Ella no querrá verte, lo sé de primera mano. ¿Acaso no le has hecho ya daño suficiente? -No pude evitar enarcar una ceja, con cierta ironía. Sabía mejor que nadie que Ophelia podía necesitar muchas cosas, pero apoyo o consuelo no era una de ellas. Se había convertido en un monstruo a la altura de competir con el que tenía justo enfrente, a pesar de que su sufrimiento sí era real. Ella prefería pagarlo con los inocentes. Le resultaba más divertido. Y yo, como buena aprendiz que siempre he sido, también. Clavé mi mirada en la suya, buscando el más mínimo indicio de que fuera a atacar. No bajaría la guardia. Tenía que vencer.
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Mensaje por Friðþjófr Yngvarr Sáb Nov 28, 2015 8:16 pm

No puedo evitar carcajearme cuando esa estúpida "neófita", esa furcia que mi progenie ha tenido a bien crear para su divertimento, osa hablarme de semejante forma. Desde luego, tener modales con sus mayores no es algo que le haya inculcado. Quizá porque ella misma se siente lo bastante vieja como para ignorar esos antiguos protocolos entre vampiros. Pero esa chiquilla, ¡ah!, su simple presencia me irrita, revive ese viejo odio, esos viejos celos que no puedo impedir que despierten en mi cuando imagino el preciado cuerpo de Ophelia, recorrido por otros dedos que no sean los míos. No porque la ame, sino porque ella es mía. Siempre lo ha sido, y siempre lo será. La creé para no tener que compartirla. Destruí a su familia humana para librarla ese vínculo, y que ahora tenga uno con esta... estúpida niña británica, no me hace ninguna gracia. Y menos cuando tiene la desfachatez de mostrarse tan altiva conmigo. Fantaseo brevemente con la sensación que me produciría retorcerle el cuello, dejándola hablar, expresar toda aquella rabia. Bufo, exasperado. Me cansa tener que fingir interés en alguien que sólo me produce ira, indiferencia y repulsión.

- Para empezar, ¿qué te hace pensar, estúpida engreída, que Ophelia desconoce mi presencia en París? Lo primero que hice nada más llegar fue tener un interesante encuentro con ella, del que salí bastante magullado, por cierto, pero del que escapé sin demasiado problema. Y en cuanto al daño que yo le haya hecho, o dejado de hacer, no es asunto tuyo, niña. ¿Cuánto llevas tú, a su lado, que te crees con derecho a opinar respecto a algo que ocurrió milenios antes de que tu patética existencia llegara a este mundo? -Sin más dilación, avanzo los pocos pasos que me separan de ella, y la sujeto por los hombros ejerciendo para ella toda la fuerza que me resulta posible. Dañarla es mi objetivo, mi misión. Todo cuanto me interesa en este momento, en este absurdo instante. ¿Cómo es posible que alguien tan insignificante sea capaz de cambiar mi humor desde un estado de cuasi euforia, a otro de rabia ciega, desmedida? ¡Maldita cualidad que ha ido a heredar de mi progenie!

- Y para concluir... Francamente, me importa bien poco lo que ella tenga o no que decir respecto a todo esto. En efecto, el vínculo entre progenie y creador es indestructible, por eso tú la amas, y por eso ella me ama a mi. Y nunca al revés. Oh, pequeña estúpida, ¿de verdad te has creído que eras algo más para ella que un simple juguete con el que entretenerse mientras no tenía nada mejor que hacer? Apuesto lo que quieras a que ahora que he vuelto, no querrá tenerte a su lado, consciente de que tu presencia me es más que desagradable. Ya no te necesita, Helenna. Ahora me tiene a mi. -Ahora mis manos se cierran bruscamente en torno a su cuello, donde comienzan a ejercer gran presión. Apretarle así, de esa forma, notando cómo el aire comienza a entrar de forma entrecortada. Un aire que no necesita, y cuya ausencia no va a provocarle más que una simple molestia, pero resulta tan placentero imaginar su carne amoratándose, la vida escapando de su cuerpo, que no me detengo, hasta que noto esos pequeños crujidos que siempre preceden al crujido final, el letal, el definitivo... No para ella, claro. Volvería a levantarse. Pero sabría de lo que soy capaz. La miro directamente a los ojos, y encuentro en ellos esa chispa, esa esencia que se que se esconde en el interior de mi progenie. Y entiendo, por primera vez, por qué la escogió precisamente a ella.

Y eso, por supuesto, me hace odiarla aún más. Con más intensidad.
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