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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Alan B. Rickman Lun Sep 22, 2014 11:14 am

París, Francia. 7:49 am.

Era un poco temprano para citar a una dama, pero dado lo apretado de su agenda, no veía otra alternativa para conocer a su futura prometida. Tenía pensado desayunar con ella en el restaurante del hotel y según se desarrollara la charla, salir con ella a dar un paseo. Siendo un hombre madrugador, el barón Rickman ya habría tomado su café matutino y habría leído con ojo crítico el periódico de París. Siempre compraba el inglés, por supuesto, para mantenerse al tanto de lo que ocurría en su tierra natal, especialmente con eventos tan desafortunados ente la Iglesia y algunos congéneres suyos. Le indignaban las noticias pero no podía ignorarlas de forma voluntaria. Doblando el periódico británico a la mitad y dando un último sorbo a su café, miró con renovado interés el reloj de péndulo que marcaban ahora las ocho menos cinco.

Frunció el ceño ligeramente al pensar que la dama que podría ser su futura esposa resultara ser, nada más y nada menos, que una impuntual. Pero decidió darle el beneficio de la duda al considerar que muchas personas llegaban a las reuniones en el minuto exacto de la hora acordada, aunque era poco común. Él mismo conocía la inmensidad de razones que podrían retrasar a un hombre, de modo que intentaba aparecer cinco minutos antes.

Dispuso una pequeña flor de color amarillo entre sus manos, preguntándose si aquella joven sería de su agrado.

Tenía muy claro que aquel posible compromiso estaba pensado para ser practico, y no romántico, pero en el fondo él tenía sus caprichos y podía rechazarla si la consideraba demasiado tosca y insufrible. Con una expresión turbada por sus propios pensamientos, se obligó a mantener la cabeza fría. El reloj no decía nada de la presencia de la muchacha y tampoco algún mensajero o asistente. Un poco incómodo por verse impaciente, el barón salió de su suite y bajó las escaleras principales, realmente hermosas, hasta llegar al Lobby. No había caído en cuenta de que conservaba la florecilla en la mano.

Se arregló la corbata de seda negra y el pulcro saco bien ajustado del mismo color. Parecía un poco más joven de ese modo, pero no le preocupaba demasiado.

Cuando la vio, sintió un pequeño pinchazo en las comisuras de sus labios, que lo invitaban a sonreír. Haciendo caso omiso de sus impulsos masculinos, hizo una reverencia a la joven, antes de tomar su mano y besar castamente el dorso de ésta.

Buenos días, señorita Sartre. Espero no haberla molestado con la hora que acordé con sus padres. Desafortunadamente mi trabajo me absorbe la mayor parte del día y es imposible tener una reunión tranquila por la tarde. —Le obsequió la sonrisa más benévola que tenía y le ofreció el brazo como ancla.— ¿Desea acompañarme a desayunar?
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Mensaje por Karla Marquand Sáb Sep 27, 2014 11:03 pm

"Me obligan a casarme y aparte de aceptar tenía que guardar un secreto para siempre"

-Mañana vas a conocer a tu prometido- esas fueron las palabras que dejaron helada a Karla en una de las tardes de té con su abuela. A diferencia de otros días, nadie más había asistido, las visitas cotidianas fueron suspendidas y su abuelo se sentó con ellas como caso excepcional. –No puedes negarte esta vez, cariño. Tus padres lo han arreglado desde Inglaterra y han dejado claro que en esta ocasión ya no puedes evadirlo. Te van a desheredar si lo haces…- aquello le resultó a ella una sentencia y poco pudo decir al respecto. Si no podía negarse ¿Para qué se quejaba? De hecho estuvo agradecida porque pese a la época, sus padres accedieron a que se hiciera la voluntad de Karla en cuanto a elección de pareja se refiere, por los menos en las ocasiones anteriores. Muchas de sus amigas no habían tenido tanta suerte y habían tenido que casarse con quienes sus padres elegían sin chistar absolutamente nada. Por eso la muchacha asintió -¿Saben algo más?- preguntó Karla una vez terminó su té en silencio y digirió la fría noticia. –Sí, es un barón. De Inglaterra, como podrás imaginar- respondió su abuelo y luego la mayor parte de la tarde fue dedicada al silencio.

Si ella durmió unas cuatro horas fue demasiado, se la pasó dando vueltas en la cama mientras imaginaba como sería él. En el fondo sabía que su título era el motivo principal por el que sus padres habían determinado que ella no podía negarse y la verdad es que no tenía otra opción. No iba a comportarse como una malcriada, eso lo tenía claro. Desde niña sabía que ese momento llegaría y la única opción posible para ella era lograr la simpatía del hombre que sería su esposo para no tener un resto de vida amargo. Karla no era la primera mujer de su clase a la que obligaban a eso. Y tampoco sería la última.

La despertaron sin dificultad a las seis de la mañana. Sus damas de compañía la bañaron, la vistieron y peinaron mientras ella mantenía el silencio. A las siete ya estaba preparada y en el carruaje que la llevaría al hotel donde se albergaba el hombre al que la habían prometido. Sus abuelos le dieron una bendición y tras una amplia sonrisa la despidieron sin advertencias. Tampoco le dijeron que él podía rechazarla aunque ella a él no.

Llegó a las siete y cuarenta y pidió poder quedarse un rato en el carruaje. Estaba nerviosa, como era de esperarse. Jugueteaba con sus propios dedos y sentía un vacío en el estómago increíble. Faltando diez minutos bajó del carruaje y se dirigió con postura firme hacia el lobby.  Llevaba puesto un inmaculado vestido de color crema, de cintura alta y anudada bajo el pecho, sin marcar demasiado la figura y largo hasta los tobillos. Era recatada como se esperaba que fuera, pero perfectamente arreglada y acorde a la clase a la que pertenecía. Así fue como la única hija del matrimonio Sartre ingresó al hotel y al anunciarse le indicaron que el varón era quien veía al fondo, el hombre de corbata y saco negro, el de la flor amarilla en la mano.


-Barón Rickman- saludó Karla con una ligera reverencia una vez lo tuvo cerca –La hora ha estado perfecta. Discúlpeme si lo he hecho esperar- se disculpó ella por más que había aparecido casi en punto al lugar acordado. Le sonrió también pero tenía un nudo en la garganta que se esforzaba en controlar para que no le flaqueara la voz. “Es mayor que a quienes rechacé y mucho mayor que yo” se dijo. –Por supuesto. Será un placer acompañarle- tomó con delicadeza su brazo y avanzó disimulando la presión que sentía en el pecho y continuando con los buenos modales para los que la habían educada. En el fondo, todas las chicas de su clase tenían que sobreponer los modales a sus emociones, a sus acuerdos y desacuerdos, a sus sentimientos y a todo. Y esa, claramente, no era la excepción.


Última edición por Karla Sartre el Dom Oct 12, 2014 8:02 pm, editado 1 vez


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Mensaje por Alan B. Rickman Vie Oct 03, 2014 8:38 pm

Aunque el caballero no se apresuró a preguntarle a la joven si se hallaba nerviosa, fue únicamente porque ya lo daba por hecho. Ninguna muchacha de su clase, belleza y edad se sentiría algo más que resignada ante la idea de contraer matrimonio con un hombre como él. En esa época, especialmente en Francia, residía la pasión de las novelas románticas y las tragedias teatrales. Todo mundo deseaba un amor como el de Romeo y Julieta, pero en la práctica, había cierta clase de acuerdos que resultaban inevitables. Él no tenía la paciencia ni el interés en uno de aquellos romances, tanto por su profesión como por su edad. Sin embargo, no debía sorprenderle que la dama que le acompañaba ahora al restaurante del hotel se sintiera algo desalentada por un matrimonio arreglado. Sobre todo si el marido era, en ese caso, un hombre bastante maduro y de expresión controlada.

Mi intención ha sido puramente altruista, señorita Sartre. —Le comentó con suavidad, protegiendo la mano femenina que tomaba su brazo con la suya. Unos hombres de aspecto pulcro les abrieron las puertas y le recibieron el abrigo con un asentimiento de cabeza.— No acordé esta reunión para ponerla al tanto de una interminable lista de deberes maritales que deberá cumplir, una vez que nos hayamos casado. —Sonrió un poco ante aquella perspectiva, viéndola necesaria pero también bastante grosera.— En realidad, sólo quería charlar con usted. Me interesa saber su opinión acerca de este matrimonio arreglado y... sus sentimientos al respecto. —La miró de reojo, sin poder evitar que su mirada resultara un tanto inquisitiva. Cuando vislumbró una mesa vacía y con vista a la ciudad, le hizo un gesto a la muchacha para que aguardara su respuesta. La condujo hasta la mesa y con un nuevo gesto, la invitó a sentarse.

Aquella mesa estaba iluminada por los escasos rayos de sol que nacían y se asomaban por encima de algunos edificios altos de enfrente. El mantel blanco y las cortinas de encaje del mismo color parecían armonizar perfectamente con el vestido de la joven, lo cual no pasó desapercibido por el mayor. Éste tuvo que suspirar, un poco decepcionado de su propia incapacidad para lanzar un cumplido.

Debo decir que es usted una mujer muy bella. —Le dijo una vez que ambos estuvieron sentados. Tomó una servilleta blanca y la colocó sobre sus piernas.— Pero no ignoro la posibilidad de que este compromiso no le sea de mucha complacencia personal. Y yo no quisiera ser la clase de marido que nunca escucha a su esposa.—Levantó la vista a la castaña y la dejó reposar ahí, haciendo un grave esfuerzo por suavizar su expresión y dedicarle la misma sonrisa de antes. El Barón estaba muy poco acostumbrado a las damas, pues pasaba más tiempo con colegas científicos y algunos colaboradores e inversionistas.— De este modo, le propongo algo. Cuénteme sus inquietudes y yo haré lo que esté a mi alcance para tranquilizarla. Esto no tiene por qué ser una experiencia amarga en absoluto. Incluso creo que podemos llegar a ser amigos.
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Mensaje por Karla Marquand Dom Oct 12, 2014 10:58 pm

Disimular, sonreír, ser cortés y no hablar demás. Ser educada, paciente, puntual, carismática pero no en exceso y un par de cosas más, constituían la lista de actitudes a la hora de conocer a quien fuera su prometido. A las mujeres mayores les encantaba hablar de eso y tanto su abuela como sus amistades le daban tanta cátedra como les fuera posible cada vez que se encontraban. Según ellas, Karla ya era demasiado mayor y el tiempo no le daría más tregua para contraer matrimonio. Pero a ella poco le importaba que aquellas mujeres hubieran contraído nupcias a los quince años o menos, lo que Karla intentaba era ser libre el mayor tiempo que le fuera posible, que le fue posible.

A leguas se notaba la educación del caballero en cuestión, incluso su postura denotaba la clase a la que pertenecía con orgullo. Quienes servían en el lugar estaban atentos a lo que pudiera necesitar él y a pesar de ser algo apenas obvio dada su mención, lograba poner a Karla aún más nerviosa. Las palabras de él eran certeras, en ello la Sartre notó la determinación y carácter que poseía su prometido. Aquello era la clara muestra del cuidado que debía tener ella en sus palabras. Ella quiso mencionar que no era necesario hablar de los deberes maritales, bien los conocía entre tanta instrucción de mayores, pero si se lo decía de ese modo sonaría extremadamente cortante. Sin embargo él continuó con otra idea y Karla sintió que el corazón se le desbocaba. Por suerte, no tuvo que hablar de momento y entonces aprovechó para tomar algo de aire con total disimulo.

Karla se sentó acomodando su vestido y tratando de aclarar las ideas, preparando un par de respuestas en su mente que le pudieran servir para aquella situación. Esperaba, claro, poder omitir su opinión acerca del matrimonio porque irremediablemente debería mentir como primer intento de hacer feliz al otro. Para eso era formada.
–Muchas gracias, Barón Rickman– le dedicó una sonrisa y un asentimiento leve que hacía las veces de delicada reverencia. Acto seguido repitió lo de la servilleta y se obligó a mirarlo a los ojos y detallar más al hombre que aparentaba tener cuarenta años pasados. A ese punto se arrepentía de haber rechazado a los jóvenes anteriores, aunque no podía juzgar nada sin que él hablara un poco más –Descuide, por favor. Me reconforta que lo que yo opine le sea de algún modo importante. – sintió su garganta cerrarse y le sonrió con recato –La idea del matrimonio es algo que motiva a cualquier joven, yo no soy la excepción– y claro que no lo era, pero su idea de las nupcias distaban mucho de ser obligada y de que su esposo le doblara la edad. Sin embargo aquello que hubo respondido, lograba no caer en la mentira y evadir al mismo tiempo la verdad que le aceleraba el pulso. –No me siento angustiada puesto que usted demuestra ser un caballero ¿Qué más podría pedir, Barón? – en cierto modo le tranquilizaba esa intensión en él de conocer las ideas de ella, al menos no parecía un tirano y eso ya era un avance. En el fondo, Karla se obligaba a ver lo mejor de él, a pasar por alto cualquier cosa que pudiera representarle infelicidad, sin mencionar que el hecho que él tuviera poco tiempo también la alentaba. Le vería poco.

–Supongo que mis padres le dijeron algo sobre mí, pero yo únicamente sabía que es usted Barón de Inglaterra y en cuanto a todo lo demás estoy completamente a ciegas. He de suponer que está radicado usted en Inglaterra ¿Verdad? – con ello buscaba saber si tenía que viajar o no. De ser así, sería un golpe fuerte para sus emociones y su vida entera.


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Mensaje por Alan B. Rickman Miér Oct 15, 2014 11:23 am

Alan, tanto como médico, como barón y como persona, se preocupaba de comprender a las personas con tan sólo un vistazo. Le importaba conocer lo que motivaba a las personas, así como lo que las molestaba y les incomodaba. No porque fuera él un santo que deseara servir al prójimo sin ningún interés, pero se tomaba muy enserio su trabajo y, en general, no creía que fuera muy difícil hacer que la gente a su alrededor de sintiera más a gusto. Karla le parecía, de hecho, una criatura hermosa y bien amaestrada, como debía ser una esposa. Pero podía ver por el temblor de sus labios y la forma automática de responder, que todo era una actuación. Quizás su madre, una tía o abuela, la había enseñado a comportarse. Todas las damas tenían que demostrar su valía de un modo que los hombres podían prescindir. Otros, quizás. Para el barón de Inglaterra, era importante sentir que su valor residía en algo más que su dinero.

De cualquier modo, no se tomó la molestia de ahondar en ese tema tan espinoso. Si ambos se casaban, sería por lo mucho que los beneficiaba mutuamente, no por un sentimiento de amor o por una pasión desenfrenada. Para él era más que suficiente. Ya sabía, cuando menos, que Karla era una mujer educada y que conocía su lugar en aquel trato.

No soy ignorante de que en realidad, una joven de su belleza pudiera desear mucho más que un caballero inglés que le dobla la edad. —Le replicó amablemente y con una sonrisa de la misma índole.— Y usted y yo sabemos que yo no puedo ofrecerle lo mismo que un hombre de veinte años que está interesado en el amor. Pero me gustaría expresarle, con toda sinceridad, que sí puedo ofrecerle respeto, paciencia y... —Desvió la mirada hacia uno de los meseros, quien les llevaba el menú del desayuno. El barón dejó que aquello le distrajera un instante, pero la comisura de sus labios se levantó en una sonrisa casi juguetona. En el fondo, podía llegar a ser un poco vigoroso. Cuando volvió la vista a la joven, concluyó en un susurro:— Puedo ofrecerle cierta libertad.

Rápidamente, mientras escuchaba a Karla, pidió para sí mismo un omelette de especias, jugo de naranja y un croissant con un poco de chocolate. El mesero se marchó de inmediato, y cuando lo hizo, Alan ya se encontraba asintiendo, comprensivo, hacia las inquietudes de la muchacha. La entendía, y en cierto modo le aliviaba saber que no la haría tan infeliz como otro hombre. Así Karla lo creyera o no, muchos caballeros jóvenes se abandonaban a los vicios por el temor de envejecer sin excesos, a veces los más atractivos eran también los más peligrosos.

He vivido casi toda mi vida en Inglaterra, pero cambié mi lugar de residencia hace tiempo. —Le explicó con pulcritud.— Heredé una mansión en París, no muy lejos del centro, de hecho. Pretendo quedarme aquí mucho tiempo, así que no tiene por qué poner esa cara de angustia. —Añadió en voz baja, sonando casi compasivo. Alan no estaba muy familiarizado con la ternura, pues en su trabajo necesitaba ser inflexible todo el tiempo. Pero la visión de Karla le hacía reconsiderar su trato con ella. Sí, la quería para ser la esposa florero de un barón, pero no por ello deseaba olvidar que seguía siendo una mujer.— No tengo ningún interés en hacerla mi esclava personal, señorita Sartre. —Soltó de pronto con seriedad.— Le he dicho que pretendo concederle cierta libertad, porque de buenas a primeras, no veo razón para que la pierda. Me interesa la imagen que de y la imagen que me haga dar a mi, pero detrás de eso, no quiero forzarla a nada. Si tiene alguna costumbre poco común, puede llevarla a cabo siempre. En casa puede prescindir de mi, o puede pedir mi presencia. Puede leer o dormir, salir a caminar o montar a caballo. Sólo le pediré, de la forma más respetuosa que puedo encontrar... —Hizo una pausa y tomó un respiro, levantando la vista hacia la fémina, como si quisiera enfatizar aquella petición.— Si encuentra a un hombre y se enamora de él, le pido que me lo haga saber.
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Mensaje por Karla Marquand Sáb Oct 18, 2014 1:20 am

Estando ahí sentada se sentía no como hija sino como objeto, uno que sus padres habían negociado por un mejoramiento social o económico que realmente no necesitaban. La familia Sartre llevaba años cultivando su fortuna e incluso su madre también había pertenecido siempre a una buena clase social que le dejaba de paso una valiosa herencia. Entonces ¿Por qué la entregaban como cordero a sacrificio? Ni lo entendía ni podía preguntarlo. Las cosas eran como eran y su lugar como mujer de esa época se ligaba a las decisiones masculinas que acataba de la mejor manera posible para al menos obtener comodidad o una especie de bienestar emocional.

Karla quiso decirle que había rechazado a dos rozagantes jóvenes anteriormente, pero no encontró una manera adecuada de mencionarlo sin caer en la comparación y hacerlo sentir mayor de lo que ya era
–La edad no define nada, barón. Estoy segura que todos conocemos un par de casos de jóvenes que actúan como niños. Jamás fue eso lo que quise y le ruego me disculpe si peco de sincera– le sonrió con cortesía, intentando aliviarlo con sus palabras como bien había aprendido. Inclusive le gustaba ser sutil y era algo muy característico en ella. En cuanto al amor, mejor no mencionaba nada, su corazón era un músculo extraño que palpitaba hacia donde quería y por lo general apuntaba mal. Por otra parte y sabiendo que de todas formas lo más probable era que se casara con alguien a quien ella no elegía, las palabras ajenas en cuanto a respeto y paciencia la alentaban de algún modo. Era leve, pero era algo. No obstante, el mencionarle libertad le sonaba a que él desde el principio era alguien con dudas sobre ella o, quizás, era demasiado consciente de cómo se sucedía la situación.  –¿Libertad? – repitió muy bajito intentando que él fuera un poco más claro. –La verdad es que prácticamente permanezco todo el día en casa. Mis instructores asisten allí y realizo la mayoría de actividades en el territorio de la mansión de mi padre– aclaró sabiendo que si ella necesitaba saber de él, a él le sucedería en teoría exactamente lo mismo. Sin embargo hablar de libertad nocturna era otra cosa, para aquello tendría que seguir huyendo, aunque, francamente pretendía suplicar al vampiro que no le pidiera asistir más para no tener que ocultar algo tan grande como eso. Pero el inmortal podía negarse y era entonces cuando quizás esa supuesta libertad le sirviera de tanto en tanto para algo.

Las ganas de comer eran pocas, pero dado que la invitación era a desayunar, pidió apenas un café, un vaso de jugo de naranja y algo de fruta para complementar la ligereza de su elección. En tanto esperaban, valoró el modo de expresarse del hombre que tenía frente a ella, al menos sus padres no la habían entregado a alguien demasiado estricto, o eso quería creer ella con esa primera impresión. Por otro lado se alegraba de no tener que salir de Francia y sonrió sin ocultar lo que aquello significaba para ella
–Siento ser tan obvia, pero es que París realmente me agrada. Inglaterra también, claro, pero he vivido más allá que en esta ciudad donde pretendo estar al pendiente de mis abuelos. Quizás mis padres lo mencionaron– ella adoraba a los ancianos y, pese a que tenían muchas atenciones, procuraba estar con ellos mucho tiempo y ser quien realmente estuviera al pendiente de lo que pudieran necesitar.

La sonrisa no le duró mucho, el nerviosismo continuaba y se acentuaba cada vez que él se ponía serio y lucía más rígido que en los otros momentos.
–Me basta con seguir recibiendo clases y poder pasar tiempo con mis abuelos. Con respecto a la imagen, no tiene de qué preocuparse, si antes la mantenía con cuidado, lo haré aún más. – el nudo en la garganta que sintió al terminar esa frase fue tal que casi sintió dificultad para respirar. Estaba bien que él aclarara todo, incluso ella era consciente que dada la posición de él, ya no podría escabullirse más de las reuniones sociales a las que debiera de asistir como la dama que era y la señora que sería. Karla estaba perfectamente entrenada por su clase y aunque no reparaba en ello con esos términos, sí conocía bien que sus límites serían acortados y que tendría que caminar en el territorio que le tocaba. –No frecuento a ningún hombre con fines amorosos y tampoco planeo hacerlo. Nunca se me permitió conversar con muchachos a solas durante más de cinco minutos si no tenían alguna justificación con mis padres o abuelos. – explicó con esfuerzo e intentó disimular lo ofendida que se sentía aunque quizás él no lo dijera con esa intención. Si bien era cierto que Karla frecuentaba a un vampiro, tenía muy claro que sólo era su alimento y nada más. Jamás había pasado otra cosa diferente a que bebiera de ella y como era de esperarse, se mantenía intacta como toda mujer a la que prometen sus padres. En esa clase social jamás se daba la mano de una mujer “mancillada” y aunque con palabras más sutiles, pretendió dejarlo claro. Sin embargo pensar en eso le hizo sentir un escalofrío, debía de retirar eso de su mente con la nueva idea que le rondaba la cabeza ¿Sería acaso ese hombre de los que frecuentaban otras mujeres? Era algo común, quizás por eso también era su petición.


Última edición por Karla Sartre el Dom Nov 23, 2014 8:42 pm, editado 1 vez


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Mensaje por Alan B. Rickman Lun Nov 10, 2014 10:03 am

Si bien, Alan no era un hombre que pudiera presumir de conocer cada rincón de una mujer, desde su cuerpo hasta su alma, reconocía fácilmente las reacciones de la gente y partía de ahí para tratarlas. Desde su perspectiva, era la forma real de ser un caballero, aunque algunos pudieran etiquetarlo como un presuntuoso. Y viendo a la joven que tenía enfrente, no dudaba que para ella el matrimonio sería un gran reto. La mayoría de las damas lo tomaban con filosofía, viéndolo casi como una meta en la vida. Pero aunque sus palabras intentasen demostrar cuan sumisa podía ser, el aura de incomodidad y tensión que la rodeaba desvelaban sus verdaderos sentimientos. Si tal acuerdo no dependiera de su futuro, ya la veía soltando la servilleta sobre la mesa y marchándose dignamente del restaurante del hotel. Aquella imagen le arrancó al inglés una sonrisa, pero se recompuso al instante.

Por lo visto, se dijo conforme la escuchaba, nada de lo que dijera podría hacer que ella aprobara completamente ese matrimonio. Sus primeras intenciones habían sido tranquilizarla con lo más básico, pero supuso que para una joven de su edad, se trataba de una virtud muy poco reconfortante.

No es para mi ningún problema el que sea sincera, señorita Sartre. —Le dijo calmadamente, viendo como pronto se acercaba el mesero con su orden.— De hecho, aprecio bastante la virtud de la honestidad en todas las personas que me rodean. —Añadió. Ciertamente, tenía un descontento natural hacia las personas que acostumbraban mentir o engañar, pero incluso de este modo, era muy consciente de que su posición en las relaciones personales siempre era secundario. No le importaba mucho siempre y cuando no se burlaran de él. Atendió al mesero en un hueco de la conversación, dejando que éste le sirviera su desayuno y a la joven su orden tan ligera. El barón se mostró ligeramente preocupado por la falta de alimento de la muchacha, pero supuso que por lo tensa que estaba, hacía bien con no poner a prueba su estómago.— Antes que barón, soy médico, así que nunca dude en pedirme ayuda si concierne a sus abuelos o a algún ser querido.

Por supuesto, no le diría que su especialidad radicaba en los sobrenaturales, puesto que era la clase de secreto que ni una esposa ni un centenar de hijos podían saber. Al pensar en los hijos, un nudo en el pecho de le formó. No se sentía capaz de obligar a esa mujer a nada, especialmente si tenía que ver con un tema tan delicado.

Me alegra escuchar eso, aunque algo me dice que retomaremos esta discusión después de que nos hayamos casado. —Murmuró con suavidad, bajando la vista a su omelette y comiendo de él un pequeño trozo. Sus modales en la mesa eran tan refinados como su propio acento, y es que ciertamente ningún inglés de esa época se permitiría comer como un crío.— Señorita Sartre, no es mi intención ofenderle. —Le dijo con claridad, como si necesitase ser tomado enserio.— Sé que no es un tema de conversación apropiado entre un hombre y una mujer, pero creo fervientemente que una pareja de casados debería mantener una comunicación armónica. He oído que el amor no llega planeado, de modo que, si ocurre, quisiera estar al tanto de una situación semejante. —Le explicó. No podía jurar que era incapaz de sentir celos, pero se creía lo suficientemente racional para afrontar algo así con la cabeza en alto.— Y perdóneme si voy más allá de lo que debería, pero... no, no soy hombre de aventuras. —Levantó la mirada a la de Karla y le dedicó una sonrisa casi burlona.— Nunca he tenido un gusto particular por los burdeles y lugares indecentes. Es tan poca mi atención en ese asunto, que lo único que me mantendrá fuera de casa será mi trabajo.


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Mensaje por Karla Marquand Dom Nov 23, 2014 9:32 pm

Karla pudo haber planeado mil veces lo que debía responder frente a quien fuera su prometido, pero ninguno de esos intentos podría haberle servido para lo que vivía en ese momento. Los suspiros parecían escapársele y quería mover los dedos y entrelazarlos con otros para calmar los nervios, pero una de sus tantas instrucciones era no mostrarse ansiosa y mantener las manos sin jugar con nada y mucho menos cruzar los brazos. Se sentaba muy derecha, con el mentón arriba como si sostuviera un libro en la cabeza y se sintiera orgullosa de ello. Parte de aquella postura se debía a los típicos corsés, pero también eran el fruto de todas las institutrices que le contrataron para hacer de ella lo que ahora tenía al frente el barón Rickman.

—Es usted muy hábil para poder aliviar con las palabras. Me disculpo por sentirme nerviosa y demostrarlo, pero no se conoce a quien será su esposo todos los días— mencionó sonriendo de un modo tan natural que incluso parecería feliz a los ojos ajenos. Y así era mejor, más allá de todas las contrariedades que se sucedían en su mente, ella se encargaría de ser una buena mujer para él, quizás podría esforzarse en quererlo y en ganar su favor y afecto. Sería un bien para él y también para ella que sabía lo insano de su amor por un vampiro que la trataba tan mal. Dorian d’Auxerre la maltrataba como podía y dejaba las marcas de sus colmillos y de sus dedos en el cuerpo frágil de Karla, que debía permanecer maquillando cada huella de la fuerza del vampiro al alimentarse de ella.

El desayuno llegó y ver el alimento le recordó lo que debía de alimentarse para recuperarse de cada pérdida de sangre. Por suerte para ella, la noche anterior Dorian no le había pedido asistir a sus extraños lugares y Karla había permanecido en casa alimentándose como debía a pesar de no complementarlo con las horas que debía dormir. Sin embargo, saberlo médico le dibujó un gesto de sorpresa que no pudo disimular por no haberlo planeado
—Me sorprende gratamente que sea usted médico. Me alegra saber que mis padres han elegido a un hombre bueno e inteligente y sobre todo que lo tendré cerca en caso de cualquier eventualidad. Mis abuelos son sanos, por suerte, pero me gusta ser prevenida en todo cuando se trata de ellos— mencionó tranquila, aunque con sentimientos encontrados. Por una parte, tenía la concepción de la bondad de quienes dedicaban su vida para sanar a otros y eso era bueno. Pero también habían dos factores más; el primero, era que probablemente él no pasaría mucho tiempo con ella dada su profesión y, lo segundo, que no podría ocultarle absolutamente nada con respecto a su salud. Eso último fue lo que la dejó realmente pensativa. Si Dorian no accedía a otorgarle la libertad ¿Cómo justificaría las secuelas de alimentarlo? Le sería imposible y de confesar, él la creería loca o, infiel.

—Puede sin embargo preguntarme lo que desee. Aunque sé que las mayores dudas surgirán una vez nos hallamos casado. Con respecto a ello, mis padres no me dieron fecha ninguna y no puedo negarle que siento curiosidad por eso— claro que la sentía, se atrevía a decir eso porque así podría calcular el tiempo que tenía para suplicar al vampiro su libertad y borrar así las huellas que quedaran de todo el tiempo como mero saco de sangre. Suspiró con disimulo y tomó el tenedor para pinchar un trozo de fruta pequeño y comerlo en tanto se calmaba, planeaba y esperaba. —El amor es algo complicado de ocultar, según dicen— se encogió de hombros, mostrando así lo poco conocedora del tema que era, puesto que lo suyo parecían meras teorías sobre cosas sin sentido. —Pero me continúa reconfortando con cada minuto que pasa. Puede confiar en mi sinceridad y respeto para usted y para los deseos que usted tenga para el matrimonio. Mis tiempos serán conocidos por usted y dado que no tengo muchas amistades debido a mi reciente regreso de Inglaterra, sólo tengo como punto externo la casa de mis abuelos— Karla hablaba como si estuviera en medio de un negocio en vez de su propia boda, pero ese modo de ver las cosas la tranquilizaba un poco. Ya tendría tiempo para preocuparse y enloquecer a solas al pensar en lo que debía hacer y sobre todo, en las obligaciones que debería cumplir como esposa y de las que probablemente hablaran de modo previo dada la seriedad del asunto.

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Mensaje por Alan B. Rickman Jue Dic 04, 2014 2:37 am

Asentía prudentemente a las palabras de la joven, prestando su debida atención sin distraerse demasiado en su desayuno. Afortunadamente, a tales horas de la mañana, no había hambre que ofreciera batalla contra los buenos modales. Mientras el día comenzaba y la gente iba llegando al restaurante, empezando la típica sonata de murmullos, el caminar de los meseros y el choque de cubiertos, platos y copas, el barón fue fiel a su palabra: Escuchó a Karla y meditó sus palabras. Ya casi no había nada que discutir, pero no por ello era menos importante lo que la refinada mujer le decía. Aunque sólo fuera parte del protocolo, se sentía halagado de que su futura esposa apreciara su disciplinada profesión.

Un título es entregado del modo más simple, aunque ceremonioso, posible. Disculpe si en mi afán de ser sincero con usted, resulto incluso vanidoso. Lo cierto es que me enorgullece mi ocupación como médico, pues es gratificante ayudar a los demás. —Dijo con un extraño sentimiento en su mirada. Era la primera vez en mucho tiempo que hablaba bien de sí mismo frente a otra persona. Creyó, de buena manera, que el matrimonio podía ser una nueva forma de compartir buenas costumbres con otra persona.

Las siguientes palabras de la joven Sartre no pudieron sino divertir al mayor. Le agradaba descubrir que no era sólo un rostro bonito y un conjunto de buenos modales, sino que además era inteligente, sabia y razonables; virtudes que en esa época eran difíciles de hallar en la misma persona. De pronto empezó a gustar más de Francia y su gente.

Habla usted con la refinación de una baronesa, si me permite el halago. —Le comentó con mal disimulada diversión. Se limpió del modo más pulcro la boca con una servilleta, exhalando un benéfico suspiro. Serenó un poco su expresión, aunque no desapareció de ella el encanto y la amabilidad.— Dado que siempre tengo mucho trabajo encima, la fecha de la boda es, en efecto, nuestra prioridad por el momento. —Suspiró y sacudió ligeramente la cabeza.— Reitero mis disculpas por las inconveniencias que le puedan causar mis prisas, pero le aseguro que si tuviera más opción modificaría la fecha. Seis semanas, de preferencia. Dos meses, a lo mucho. —Frunció el ceño, claramente contrito por su propia presura.— Sus padres no le han brindado una fecha dado que yo mismo no lo discutí con ellos. Antes quería conocerla y saber sus opiniones acerca de esta alianza. Ahora estoy seguro.

De pronto, como si toda la conversación anterior hubiese perdido sentido sobre la razón, el inglés se levantó de su asiento y se arrodilló ante la joven, sin darle tiempo a que lo imitara. Las personas admiraron la escena con gran variedad de opiniones, e incluso algunos meseros se tomaron su tiempo para echar un vistazo.

Tal vez sea innecesario, pero le aseguro que para mi es importante hacerle una propuesta seria y correcta, señorita Sartre. —Le explicó, tomando su mano con ínfima delicadeza.— ¿Aceptaría usted casarse conmigo?
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Mensaje por Karla Marquand Dom Dic 21, 2014 3:36 pm

La idea del matrimonio agita la mente de quien va a contraer las nupcias. Siempre. Sin importar si es arreglado o no. Por lo tanto, Karla no era la excepción y probablemente el barón Rickman tampoco. Cada uno manifestaría sus dudas y preocupaciones más relevantes en aquella charla, y guardarían las preguntas más privadas para cuando asimilaran un poco mejor toda aquella situación. Lo que se determinara allí, marcaría el resto de las vidas de ambos, dado que la separación no era algo común o bien visto para plena época victoriana. Sus senderos se unirían, la privacidad se compartiría y los secretos se harían más complicados de guardar que siempre. Ella, tenía su asunto del vampiro, él, seguramente algún delicado asunto político o médico que posiblemente rayara en lo personal. La cuestión en sí, era que todo adquiriría un halo de transparencia que sólo sería cortado para el primero que enviudara. Y con respecto a eso y sin importar la edad, ambos estaban en las mismas condiciones.

—Lo comprendo. Cuando era niña fui llevada a Inglaterra por una extraña enfermedad que me aquejaba. Por suerte tuve los mejores médicos y mi salud mejoró al poco tiempo. Es por lo mismo que su profesión siempre me ha sido cercana y la he valorado como mi vida misma. Casi puedo afirmar que tal profesión es para mí una virtud— comentó sin encontrar razón a ocultar algo que ya había sido superado en su niñez y atribuyendo características a la medicina que había creído durante toda su vida. Ahora, era una mujer completamente sana y cuyo temprano episodio había contribuido a formar su carácter y sensibilidad frente a muchas cosas.

Una corta y casi muda risita se manifestó con aquél elogio. Ella era prudente hasta para la risa y dado el nerviosismo que sentía, se potenciaba mucho más al intentar no parecer una histérica que no puede controlarse. Era difícil, pero el reto de manejar su inteligencia emocional le agradaba hasta cierto punto.
—Gracias. Es lo menos que merece alguien como usted— respondió con total respeto. Aquél mismo respeto podría llegar al límite de tratarlo como un educado adulto al que no se tendrá como esposo y fue por lo mismo que Karla sonrió intentando mermar la distancia que ponía automáticamente con comportamientos como ese. Si bien en el matrimonio la mujer respeta ampliamente al esposo y cabeza de lo que será el hogar, hay un extremo que se evita para lograr la cercanía que finalmente será la responsable de la felicidad o complacencia que sienta cada uno de los esposos. Definitivamente Karla Sartre era un desastre emocional que había sido rellenado con teorías como si la hubieran educado sólo para casarse.

La fecha del matrimonio pareció detenerle el corazón y con lentitud tomó del vaso de jugo y bebió apenas un sorbo antes de devolverlo a su lugar.
—Entiendo. Debe usted ser un hombre muy ocupado y por lo mismo quédese tranquilo, sean seis semanas o dos meses, está bien— respondió con total seriedad mientras que la cabeza le daba vueltas al pensar que tendría que suplicar la liberación de su sangre a más tardar en una o dos semanas. Aquello le llevaría los nervios a la cima de sus límites, pero no era que tuviera alternativas en nada. No podía decir que estaba segura de casarse porque no se trataba de su voluntad y había dado su palabra. El sí, venía implícito en la amenaza de sus padres y abuelos, aunque eso la metiera aún más en el riesgo de las amenazas de Dorian.

Sin embargo, él se encargó de moverle de nuevo los pensamientos y cuando se pudo dar cuenta, el inglés que sería su esposo se hallaba de rodillas frente a ella. La Sartre cerró los ojos apenas un segundo, como si pudiera comprenderlo con ello y acto seguido parpadeó un par de veces seguidas, mientras se giraba un poco para quedar algo más de frente a él. Lo que él hizo la conmovió, le mostró otra faceta de su educación y de la caballerosidad que poseía y la sorpresa le invadió el semblante pese a mantener su postura. En el lugar pareció reinar el silencio y ser cortado a veces por susurros y risitas cómplices que admiraban la escena, y fue por lo mismo que ella cedió su mano sin rigidez. La vida le pasó por la mente en un segundo, cada palabra, cada ilusión, cada riesgo, cada lágrima y esbozando una risita que parecía más preocupada que feliz, respondió
—Por supuesto que sí. Acepto—.


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