AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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No era su ambiente, estaba seguro de que no era algo que debiera permitirse, pero había tenido la noche anterior un encuentro con un cliente que siempre solía hacerle regalos. Según tenía anotado en su diario, era un asiduo suyo desde hacía más de dos años y lo visitaba cada tres meses. Era un señor de mediana edad, seguramente casado por algún compromiso pero con claras tendencias homosexuales. A pesar de haber tenido hijos, él siempre preferiría la compañía de muchachitos jóvenes y dulces, por supuesto Fran entraba en ese grupo y era uno de sus preferidos. Siempre que iba le hacía algún regalo caro; una joya, ropa, algún alimento exótico o algo así.
En esa ocasión habían sido dos entradas para el teatro, ya que ir solo habría sido raro y complicado para el chico. Su reacción había sido de sorpresa, más tarde de preocupación al pensar en cómo o con quién podría ir. Pensó en su madre, pero esta en seguida se negó alegando que no tenía ropa como para ir a un lugar así, que ni loca se lo compraría, así que quedó descartada. Tras echar un vistazo más a su diario, especialmente a las últimas páginas, se decidió a invitar a Jules. Como no quería hacerle pasar por el apuro de negarse, le dejó una pequeña nota en su habitación del burdel.
¿Sería guapo? ¿Alto, bajo, delgado o robusto? ¿Iría siquiera? ¿Cómo tendría el pelo? Los nervios se lo estaban comiendo y se sentía como una tonta doncella esperando a conocer a su pretendiente. Que estupidez...si tampoco eran nada, solo dos amigos que a veces vivían situaciones especiales.
En esa ocasión habían sido dos entradas para el teatro, ya que ir solo habría sido raro y complicado para el chico. Su reacción había sido de sorpresa, más tarde de preocupación al pensar en cómo o con quién podría ir. Pensó en su madre, pero esta en seguida se negó alegando que no tenía ropa como para ir a un lugar así, que ni loca se lo compraría, así que quedó descartada. Tras echar un vistazo más a su diario, especialmente a las últimas páginas, se decidió a invitar a Jules. Como no quería hacerle pasar por el apuro de negarse, le dejó una pequeña nota en su habitación del burdel.
"Tengo dos entradas para el teatro, esta noche. Si quieres y puedes venir, te estaré esperando en la entrada a las 7:30. No te veas obligado a hacerlo, piensa que si no te apetece, no lo anotaré en mi diario y no podré enfadarme al día siguiente.
Saludos, Fran."
Dibujó una carita sonriente, para que supiera que iba de buenas y que no le molestaba realmente poner que no había ido a esa especie de...cita, por así decirlo. La gente pasaba a su alrededor mientras él aferraba en sus manos las dos entradas. Se había puesto un traje elegante, también cortesía de aquel hombre, que se lo había regalado como medio año atrás. Llevaba el pelo bien peinadito hacia atrás, con una pequeña coletita en la nuca para mantenerlo todo en su sitio. Estaba nervioso, mirando a los lados, incapaz de distinguir entre todas aquellas personas al cambiaformas, ya que no lo había visto. Solo se había despertado y leído en su diario que ese día había quedado con Jules en la entrada del teatro. Saludos, Fran."
¿Sería guapo? ¿Alto, bajo, delgado o robusto? ¿Iría siquiera? ¿Cómo tendría el pelo? Los nervios se lo estaban comiendo y se sentía como una tonta doncella esperando a conocer a su pretendiente. Que estupidez...si tampoco eran nada, solo dos amigos que a veces vivían situaciones especiales.
François*- Prostituto Clase Baja
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La nota que François le había dejado no le había llegado tan pronto como cabría esperar a pesar de que ese día Jules se había personado en el burdel relativamente temprano. Por todos era sabido ya a esas alturas que Lombard n orespondía a horarios ni a restricciones, que aparecía por el local cuando le venía en gana y que de igual modo podía estar tres días sin salir de su habitación atendiendo clientes con un ímpetu admirable como una semana entera sin aparecer. Las reprimendas de la madame no habían conseguido nada en absoluto, y únicamente lo perdonaba a regañadientes porque los ingresos que le reportaba el inconstante cambiaformas seguían siendo a pesar de todo más cuantiosos que los que generaban otras de sus putas más fieles a la causa. Jules entraba y salía cuando quería, pero aquella mañana se había presentado tan solo unos minutos después que la doncella que pasaba a asear las habitacions se hubiera encargado de la suya, con la mala fortuna de que la muchacha había abierto la ventana y una corriente de aire inoportuna había enviado volando la nota de Fran al otro extremo del cuarto.
Acudió preguntanto por él un hombre que aparentaba su misma edad y que pese a no identificarse Lombard siempre reconocía como un humano de alta cuna, ya que su aura lo delataba con tanta fuerza como si llevara un foco luminoso apuntándole a la cabeza como una vedette del espectáculo musical. Estaba bien, a él no le importaba, salvo por el hecho de que su posición social significaba que pagaba mejor que los otros y por tanto cada minuto de trabajo se optimizaba al máximo. No podía decirse que en la cama fuera un as pero no se podía tener todo, y como el hacendado se contentaba con abrir las piernas y dejar que Lombard lo tomara como mejor le pareciera tampoco había que tener en cuenta su habilidad. Era grande y torpe, algo lento de movimientos, por lo que el cambiaformas terminó encima de él un poco aburrido mientras empujaba rítmicamente y los gemidos del otro le ambientaban la habitación. Así estaba cuando divisió una esquina de papel cuadrado saliendo a medias de debajo de la almohada, e intrigado lo sacó de allí para leerlo sin dejar de lado su rutina de baile para el caballero. - Puta mierda... - Se le escapó. Su cliente le preguntó qué sucedía. - Tengo un pariente enfermo. ¿Sabrá disculparme? Deje su dirección a la recepcionista y yo lo visitaré mañana para acabar lo que empezamos, ¿le parece bien? Servicio a domicilio. - No supo si le parecía bien o mal porque casi lo sacó de la habitación a empujones, desnudo como estaba, con su ropa bajo el brazo y los zapatos sujetos en su mano derecha.
Tan pronto el hombre estuvo fuera Jules abrió armarios y cajones como una tromba, y al no encontrar ninguna ropa apropiada para un lugar como el teatro - vaya idea había tenido François, joder - salió por la ventana descolgándose como un mono por las cañerías de la fachada. Estaba en el segundo piso, así que llegó pronto al suelo, y perseguido por los gritos de la madame que le exhoneraba por ser el peor cortesano de toda Francia y por haber dejado a medias a un cliente - ¡¿qué quieres, arruinarme?! - tomó la primera diligencia que encontró y la hizo parar en una tienda de confección para caballeros antes de llegar al teatro. Se cambió de atuendo dentro del mismo coche, así que no le extrañaría en absoluto llegar a su cita con la chaqueta abotonada por la espalda o el sombrero puesto del revés, pero lo importante es que llegó y tan solo con diez minutos de retraso. Saltó al pavimento y corrió hacia donde estaba François mientras se abrochaba los pantalones, cosa que causó gran alboroto entre las damas que aguardaban en la cola a la taquilla. Tomó al muchacho del brazo y lo arrastró al interior del edificio. - Soy Jules, luego te explico todo, ahora entra rápido antes de que lleguen los gendarmes y me detengan por escándalo público. - Cuando estuvieran en sus asientos podría explayarse en contarle mejor toda la historia.
Acudió preguntanto por él un hombre que aparentaba su misma edad y que pese a no identificarse Lombard siempre reconocía como un humano de alta cuna, ya que su aura lo delataba con tanta fuerza como si llevara un foco luminoso apuntándole a la cabeza como una vedette del espectáculo musical. Estaba bien, a él no le importaba, salvo por el hecho de que su posición social significaba que pagaba mejor que los otros y por tanto cada minuto de trabajo se optimizaba al máximo. No podía decirse que en la cama fuera un as pero no se podía tener todo, y como el hacendado se contentaba con abrir las piernas y dejar que Lombard lo tomara como mejor le pareciera tampoco había que tener en cuenta su habilidad. Era grande y torpe, algo lento de movimientos, por lo que el cambiaformas terminó encima de él un poco aburrido mientras empujaba rítmicamente y los gemidos del otro le ambientaban la habitación. Así estaba cuando divisió una esquina de papel cuadrado saliendo a medias de debajo de la almohada, e intrigado lo sacó de allí para leerlo sin dejar de lado su rutina de baile para el caballero. - Puta mierda... - Se le escapó. Su cliente le preguntó qué sucedía. - Tengo un pariente enfermo. ¿Sabrá disculparme? Deje su dirección a la recepcionista y yo lo visitaré mañana para acabar lo que empezamos, ¿le parece bien? Servicio a domicilio. - No supo si le parecía bien o mal porque casi lo sacó de la habitación a empujones, desnudo como estaba, con su ropa bajo el brazo y los zapatos sujetos en su mano derecha.
Tan pronto el hombre estuvo fuera Jules abrió armarios y cajones como una tromba, y al no encontrar ninguna ropa apropiada para un lugar como el teatro - vaya idea había tenido François, joder - salió por la ventana descolgándose como un mono por las cañerías de la fachada. Estaba en el segundo piso, así que llegó pronto al suelo, y perseguido por los gritos de la madame que le exhoneraba por ser el peor cortesano de toda Francia y por haber dejado a medias a un cliente - ¡¿qué quieres, arruinarme?! - tomó la primera diligencia que encontró y la hizo parar en una tienda de confección para caballeros antes de llegar al teatro. Se cambió de atuendo dentro del mismo coche, así que no le extrañaría en absoluto llegar a su cita con la chaqueta abotonada por la espalda o el sombrero puesto del revés, pero lo importante es que llegó y tan solo con diez minutos de retraso. Saltó al pavimento y corrió hacia donde estaba François mientras se abrochaba los pantalones, cosa que causó gran alboroto entre las damas que aguardaban en la cola a la taquilla. Tomó al muchacho del brazo y lo arrastró al interior del edificio. - Soy Jules, luego te explico todo, ahora entra rápido antes de que lleguen los gendarmes y me detengan por escándalo público. - Cuando estuvieran en sus asientos podría explayarse en contarle mejor toda la historia.
Jules L. Allamand- Cambiante Clase Alta
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Sé lo que puede parecer, sé lo que estáis pensando, pero quiero dejaros muy claro algo: yo no soy homosexual. Es que eso va en contra de todo lo que me han enseñado, de todo lo que la religión dicta. La verdad, lo que menos quiero es acabar retorciéndome en el infierno porque Dios piense que soy un pecador, un desviado, un enfermo. Claro que no, es más, si no fuera por pura necesidad, ni mis padres me habrían mandado a trabajar en el burdel. Que no los juzgo, ni culpo, la verdad es que hacía falta. Sé que ellos no se sienten felices con lo que han tenido que hacer, pero yo siempre les digo que es lo mejor, que cualquiera en su sano juicio lo haría. Lo que no es justo es que yo sea una carga para ellos, que esté en su casa solo siendo una boca más que alimentar. No, mis padres han hecho bien y yo no los culpo.
Pero me estoy liando, solo quería dejar en claro todo esto porque...bueno, sé que estoy frente al teatro, esperando justa y precisamente por otro hombre. ¡Pero ir al teatro no es tan malo! Es simplemente algo que se puede hacer con un amigo y Jules es mi amigo. Vale, sé lo que pone en mi diario, yo también lo he leído, ¿de acuerdo? Pero eso no quiere decir nada. Seguramente han sido días en los que me ha pillado un poco confundido o que necesitaba afecto, porque esta cosa mía de la cabeza no es algo fácil, tenéis que entenderlo. A veces se hace un poco cuesta arriba, aunque me digo a mi mismo que algún motivo debe existir para que me pase, que todo tiene un por qué, que los caminos del Señor tienen un motivo. ¡Y ya me he vuelto a liar! Realmente ni siquiera sé por qué estoy haciendo esto, seguro que Jules es un tipo feo, porque en el burdel hay mucha gente desagradable, he visto prostitutas que me han conseguido dar arcadas. ¿Cómo soy capaz de trabajar en un lugar así? Ah, claro, la familia. Si yo no hubiera tenido ese accidente, probablemente ahora tendría mi propia familia, estaría casado con ella, tan hermosa. Bueno, os seré sincero, pensé que me dolería más. Es decir, he leído en el diario que está casada, hace dos años que contrajo matrimonio con un hombre escogido por su padre, ya tiene un chiquillo y todo, y yo debería estar muerto de celos y rabia, y sin embargo no siento más que una ligera pena. Es extraño, ¿no? Supongo que algo en mi se ha acostumbrado a su ausencia. ¡Y no tiene nada que ver con Jules! Porque él es un hombre, no es más que otro tipo cualquiera que...
El rubio fue repentinamente agarrado del brazo, sacado de sus propios pensamientos en los que estaba tan sumido. Sus ojos se clavaron en el cortesano. No alcanzó a decir nada, en un primer momento simplemente caminó con él de forma apurada, extendiendo una mano con los tickets para que les dejaran paso y así poder ir al palco que les habían asignado. Porque las entradas eran de palco, el señor de los regalos, si los hacía, los hacía de calidad. Fran se mantuvo callado hasta que llegaron a dicho lugar y pasaron, sentándose en la zona de la izquierda.
— Hola, Jules. Estás...un poco apurado, ¿es que se te hizo tarde? — terminó por hablar, en un susurro allí dentro, girándose un poco para poder mirarlo con una de sus suaves sonrisas, ahora que parecía medio haber asimilado la situación. Es que había sido tan repentino que lo había dejado un poco fuera de juego — Perdona si no tenías ganas de venir, es que no se me ocurrió nadie más a quién invitar. — se disculpó, alzándose un poquito de hombros con esa inocencia tan característica suya. Ahora ya estaban allí, y tampoco era como que se fuera a marchar, ¿no?
¡Está bien! Juzgarme, condenadme y mandadme al maldito infierno. ¿Qué culpa tengo yo si sus ojos son tan hermosos? ¿Se me puede acaso acusar de que miento cuando digo que la forma de su mentón es simplemente perfecta? Este hombre no es para nada como lo había imaginado, o como lo había querido imaginar. Es atractivo, no puedo dejar de mirarlo y temo que note que mis mejillas se han encendido. Menos mal que la luz aquí dentro no es muy fuerte y él parece agitado.
Vale, lo reconozco, siento cosquillas por todo mi cuerpo ante su cercanía. Siento que solo quiero suspirar como una doncella, confieso que jamás me había pasado algo así, ni tan siquiera con ella. Y también os diré algo, si Dios me quiere castigar con el infierno...valdrá la pena si lo comparto con Jules Lombard.
Off: Perdona la paranoia, no lo haré más xDDDDDD
Pero me estoy liando, solo quería dejar en claro todo esto porque...bueno, sé que estoy frente al teatro, esperando justa y precisamente por otro hombre. ¡Pero ir al teatro no es tan malo! Es simplemente algo que se puede hacer con un amigo y Jules es mi amigo. Vale, sé lo que pone en mi diario, yo también lo he leído, ¿de acuerdo? Pero eso no quiere decir nada. Seguramente han sido días en los que me ha pillado un poco confundido o que necesitaba afecto, porque esta cosa mía de la cabeza no es algo fácil, tenéis que entenderlo. A veces se hace un poco cuesta arriba, aunque me digo a mi mismo que algún motivo debe existir para que me pase, que todo tiene un por qué, que los caminos del Señor tienen un motivo. ¡Y ya me he vuelto a liar! Realmente ni siquiera sé por qué estoy haciendo esto, seguro que Jules es un tipo feo, porque en el burdel hay mucha gente desagradable, he visto prostitutas que me han conseguido dar arcadas. ¿Cómo soy capaz de trabajar en un lugar así? Ah, claro, la familia. Si yo no hubiera tenido ese accidente, probablemente ahora tendría mi propia familia, estaría casado con ella, tan hermosa. Bueno, os seré sincero, pensé que me dolería más. Es decir, he leído en el diario que está casada, hace dos años que contrajo matrimonio con un hombre escogido por su padre, ya tiene un chiquillo y todo, y yo debería estar muerto de celos y rabia, y sin embargo no siento más que una ligera pena. Es extraño, ¿no? Supongo que algo en mi se ha acostumbrado a su ausencia. ¡Y no tiene nada que ver con Jules! Porque él es un hombre, no es más que otro tipo cualquiera que...
El rubio fue repentinamente agarrado del brazo, sacado de sus propios pensamientos en los que estaba tan sumido. Sus ojos se clavaron en el cortesano. No alcanzó a decir nada, en un primer momento simplemente caminó con él de forma apurada, extendiendo una mano con los tickets para que les dejaran paso y así poder ir al palco que les habían asignado. Porque las entradas eran de palco, el señor de los regalos, si los hacía, los hacía de calidad. Fran se mantuvo callado hasta que llegaron a dicho lugar y pasaron, sentándose en la zona de la izquierda.
— Hola, Jules. Estás...un poco apurado, ¿es que se te hizo tarde? — terminó por hablar, en un susurro allí dentro, girándose un poco para poder mirarlo con una de sus suaves sonrisas, ahora que parecía medio haber asimilado la situación. Es que había sido tan repentino que lo había dejado un poco fuera de juego — Perdona si no tenías ganas de venir, es que no se me ocurrió nadie más a quién invitar. — se disculpó, alzándose un poquito de hombros con esa inocencia tan característica suya. Ahora ya estaban allí, y tampoco era como que se fuera a marchar, ¿no?
¡Está bien! Juzgarme, condenadme y mandadme al maldito infierno. ¿Qué culpa tengo yo si sus ojos son tan hermosos? ¿Se me puede acaso acusar de que miento cuando digo que la forma de su mentón es simplemente perfecta? Este hombre no es para nada como lo había imaginado, o como lo había querido imaginar. Es atractivo, no puedo dejar de mirarlo y temo que note que mis mejillas se han encendido. Menos mal que la luz aquí dentro no es muy fuerte y él parece agitado.
Vale, lo reconozco, siento cosquillas por todo mi cuerpo ante su cercanía. Siento que solo quiero suspirar como una doncella, confieso que jamás me había pasado algo así, ni tan siquiera con ella. Y también os diré algo, si Dios me quiere castigar con el infierno...valdrá la pena si lo comparto con Jules Lombard.
Off: Perdona la paranoia, no lo haré más xDDDDDD
François*- Prostituto Clase Baja
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Había empleado parte de sus ahorros en una chaqueta y un pantalón medio decentes, pero nadie tenía por qué saber que debajo ocultaba una camisa que distaba mucho en calidad a las otras dos prendas. Se había frotado mientras venía en el coche los zapatos con la tela de fieltro en la que el sastre le había vendido envuelto el sombrero, y así su aspecto final no era destacable pero tampoco tenía nada que se pudiera censurar haciendo estricto honor al protocolo. No le había dolido nada gastar en eso su dinero porque siempre había vivido al día, incluso permitiéndose guardar los francos que ganaba en cajones dispersos que luego no recordaba dónde estaban. Lo de ahorrar era para las personas responsables que pensaban en su futuro o que querían formar una familia algún día, pero como el cambiaformas no pensaba casarse jamás y tener que mantener a su esposa le iba bien así: cuando quería comprarse algo pasaba tres días seguidos en el burdel y después liquidaba sus ganancias de un plumazo sin la menor sombra de arrepentimiento. No era sin embargo ningún jugador compulsivo, si quisiera adquirir por ejemplo una propiedad sabría guardar cada céntimo ganado con tesón, pero como no era el caso podía permitirse caprichos como el traje que llevaba.
François también estaba muy elegante y peinado de esa forma parecía otro, un muchacho más mayor incluso, Jules no podría llamarlo niño como acostumbraba mientras lo viera con ese aspecto. A sus veinte años ya era todo un hombre, y al pensarlo el cambiaformas sintió una pizca de orgullo como si de algún modo hubiera tomado parte activa en su educación cuando claramente no era así, más bien al contrario: durante los tres años que se conocían se había dedicado a darle el peor ejemplo posible al ser un pendenciero pervertido siempre listo para la juerga. ¿Era eso una pizca de culpabilidad acaso? - Discúlpame pero tu nota se voló con una corriente de aire y la encontré debajo de la almohada hace tan solo un rato. - Se sentó cuando les condujeron a sus asientos y pudo por fin relajarse y respirar tranquilo. No estaba acostumbrado a llevar sombrero y tenía calor después de su carrera apresurada, pero sabía que tendría que esperar a que apagaran las luces para quitárselo.
No necesitaba ver el rostro de Fran para saber su estado de ánimo porque toda su aura se había sonrojado con él como si fuera la de una doncella, y su habitual tinte cálido palpitaba ahora como un corazón. Jules se sintió todavía más culpable pero le agradó saberse el motivo de ese desasosiego, en el fondo solo indicaba que a pesar de todo el chico tenía la capacidad de revivir sensaciones cuando estaba con él pese a no haber sido vivenciadas ese mismo día. ¿Estaría camino de su recuperación? - ¿Vamos a estar solos en el palco? - Inquirió mirando la distribución del resto de asientos en el teatro. Era un lugar muy elegante y los asistentes esgrimían sus mejores galas para ser admirados en la misma medida que el espectáculo, pero lo cierto es que sus butacas quedaban bastante resguardadas del resto de la concurrencia gracias a su situación, y si nadie había de compartirla cuando corrieran las cortinas tendrían privacidad. Jules podría incluso desabotonarse la chaqueta. - Tenía muchas ganas de venir, Fran. - Lo tranquilizó. - Ayer no nos vimos. - Le tomó la mano sin exponerse, como si se topara con ella por casualidad debajo del asiento, y entrelazó sus dedos sin querer dar más importancia a ese gesto. Solo sabía que hacía un instante estaba en la cama con un hombre que se le antojaba totalmente insulso y que ahora era feliz porque alguien le había invitado a una velada mucho más interesante. - ¿Cómo conseguiste las entradas, ha sido un cliente? - Se le pasó por la cabeza la idea de que podría ser el mismo caballero insistente que le había propuesto que fuese a vivir con él y sin darse cuenta le apretó un poco más la mano con un aire posesivo que no le pasó desapercibido ni a él. Para relajar la tensión le sonrió y se inclinó sobre su oído. - Estás muy guapo.
FdR. Qué dices, me encanta (:
François también estaba muy elegante y peinado de esa forma parecía otro, un muchacho más mayor incluso, Jules no podría llamarlo niño como acostumbraba mientras lo viera con ese aspecto. A sus veinte años ya era todo un hombre, y al pensarlo el cambiaformas sintió una pizca de orgullo como si de algún modo hubiera tomado parte activa en su educación cuando claramente no era así, más bien al contrario: durante los tres años que se conocían se había dedicado a darle el peor ejemplo posible al ser un pendenciero pervertido siempre listo para la juerga. ¿Era eso una pizca de culpabilidad acaso? - Discúlpame pero tu nota se voló con una corriente de aire y la encontré debajo de la almohada hace tan solo un rato. - Se sentó cuando les condujeron a sus asientos y pudo por fin relajarse y respirar tranquilo. No estaba acostumbrado a llevar sombrero y tenía calor después de su carrera apresurada, pero sabía que tendría que esperar a que apagaran las luces para quitárselo.
No necesitaba ver el rostro de Fran para saber su estado de ánimo porque toda su aura se había sonrojado con él como si fuera la de una doncella, y su habitual tinte cálido palpitaba ahora como un corazón. Jules se sintió todavía más culpable pero le agradó saberse el motivo de ese desasosiego, en el fondo solo indicaba que a pesar de todo el chico tenía la capacidad de revivir sensaciones cuando estaba con él pese a no haber sido vivenciadas ese mismo día. ¿Estaría camino de su recuperación? - ¿Vamos a estar solos en el palco? - Inquirió mirando la distribución del resto de asientos en el teatro. Era un lugar muy elegante y los asistentes esgrimían sus mejores galas para ser admirados en la misma medida que el espectáculo, pero lo cierto es que sus butacas quedaban bastante resguardadas del resto de la concurrencia gracias a su situación, y si nadie había de compartirla cuando corrieran las cortinas tendrían privacidad. Jules podría incluso desabotonarse la chaqueta. - Tenía muchas ganas de venir, Fran. - Lo tranquilizó. - Ayer no nos vimos. - Le tomó la mano sin exponerse, como si se topara con ella por casualidad debajo del asiento, y entrelazó sus dedos sin querer dar más importancia a ese gesto. Solo sabía que hacía un instante estaba en la cama con un hombre que se le antojaba totalmente insulso y que ahora era feliz porque alguien le había invitado a una velada mucho más interesante. - ¿Cómo conseguiste las entradas, ha sido un cliente? - Se le pasó por la cabeza la idea de que podría ser el mismo caballero insistente que le había propuesto que fuese a vivir con él y sin darse cuenta le apretó un poco más la mano con un aire posesivo que no le pasó desapercibido ni a él. Para relajar la tensión le sonrió y se inclinó sobre su oído. - Estás muy guapo.
FdR. Qué dices, me encanta (:
Jules L. Allamand- Cambiante Clase Alta
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El simple hecho de que el cambiaformas se hubiera apurado para llegar hasta allí después de que se le hiciera tarde por accidente fue...bueno, le hizo sentir muy importante. Se mordió el labio inferior mientras miraba hacia abajo, hacia el resto de la gente que iban ocupando ya prácticamente todos los asientos. La pregunta contraria le hizo darse cuenta de que sí, iban a estar solos, los dos completamente solos en aquel palco que cuando se oscureciera el teatro y solo brillara el escenario, nadie prestaría atención. Por su mente pasaron ideas de roces sutiles en las manos, acercamientos hombro con hombro, quizás hasta podría disfrutar de un pequeño y fugaz beso.
— Sí, es solo para nosotros. — comentó, dedicándole una suave sonrisa y ya cada vez más relajado. Al menos hasta que sintió aquella mano aferrar la suya. Pudo sentir de nuevo esa corriente eléctrica que invadía su cuerpo cada vez que el otro lo tocaba, viajando desde su mano hacia su espina dorsal y queriendo escapar de él por la boca, en un suspiro que esta vez contuvo para no terminar aun más avergonzado. Parecía un toque tan casual que no podía pensar mal, pero al mismo tiempo era más de lo que había estado imaginando segundos antes — Y-yo también tenía ganas de verte. He leído mucho sobre ti. — agachó un poco la cabeza, con cierta timidez. en ese momento sentía que estaba en una nube y no quería bajar nunca — Sí, fue el mismo que me regaló el traje. — sonrió ahora algo más relajado y contento. No podía negar que saber que al menos le trataban bien y le hacían regalos era algo que le hacía sentir mejor.
Dejó escapar un suspiro, notando ese apretón que no terminó de entender muy bien, ¿le molestaría que alguien le hiciera regalos? Eso le regaló un cosquilleo de satisfacción en el vientre, porque aquello era agradable, sonaba a celos, no es que estuvieran bien pero le hacían sentir querido. Dejó escapar un suspiro cuando las luces se fueron apagando porque la obra ya iba a dar comienzo. Fue al sentir su voz tan cerca que entrecerró los ojos, encogiéndose un poquito. Se mordió el labio inferior y se giró para mirarlo, estaba tan cerca, tan sumamente cerca que sus narices se rozaron y el corazón del cortesano comenzó a latir a mil por hora.
— Tú también estás muy guapo...— su susurro fue suavísimo y sus ojos en seguida se centraron en los labios del contrario, así que sonrió con nerviosismo, desviando el rostro de nuevo hacia el escenario — ¿Alguna vez habías venido al teatro? — preguntó, intentando distraerse de las sensaciones y sentimientos que estaba experimentando, mientras daba todo comienzo y podía centrarse en eso.
— Sí, es solo para nosotros. — comentó, dedicándole una suave sonrisa y ya cada vez más relajado. Al menos hasta que sintió aquella mano aferrar la suya. Pudo sentir de nuevo esa corriente eléctrica que invadía su cuerpo cada vez que el otro lo tocaba, viajando desde su mano hacia su espina dorsal y queriendo escapar de él por la boca, en un suspiro que esta vez contuvo para no terminar aun más avergonzado. Parecía un toque tan casual que no podía pensar mal, pero al mismo tiempo era más de lo que había estado imaginando segundos antes — Y-yo también tenía ganas de verte. He leído mucho sobre ti. — agachó un poco la cabeza, con cierta timidez. en ese momento sentía que estaba en una nube y no quería bajar nunca — Sí, fue el mismo que me regaló el traje. — sonrió ahora algo más relajado y contento. No podía negar que saber que al menos le trataban bien y le hacían regalos era algo que le hacía sentir mejor.
Dejó escapar un suspiro, notando ese apretón que no terminó de entender muy bien, ¿le molestaría que alguien le hiciera regalos? Eso le regaló un cosquilleo de satisfacción en el vientre, porque aquello era agradable, sonaba a celos, no es que estuvieran bien pero le hacían sentir querido. Dejó escapar un suspiro cuando las luces se fueron apagando porque la obra ya iba a dar comienzo. Fue al sentir su voz tan cerca que entrecerró los ojos, encogiéndose un poquito. Se mordió el labio inferior y se giró para mirarlo, estaba tan cerca, tan sumamente cerca que sus narices se rozaron y el corazón del cortesano comenzó a latir a mil por hora.
— Tú también estás muy guapo...— su susurro fue suavísimo y sus ojos en seguida se centraron en los labios del contrario, así que sonrió con nerviosismo, desviando el rostro de nuevo hacia el escenario — ¿Alguna vez habías venido al teatro? — preguntó, intentando distraerse de las sensaciones y sentimientos que estaba experimentando, mientras daba todo comienzo y podía centrarse en eso.
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Jules se dio cuenta de que al cogerle la mano el aura de François emitía un brillo nuevo, como una chispa de luz, y eso hizo que se sintiera también importante a su vez. No quedó muy claro si tenía o no la intención de seguir enlazando así sus dedos mucho rato o poco porque tampoco parecía que lo hubiera hecho a propósito. El cambiaformas era un experto en disfrazar todos sus deseos de casualidad, así los demás no lo veían venir y tendían más a pensar que sus errores eran fruto de un desafortunado incidente. Así lograba más fácilmente el perdón de toda la gente a la que ofendía, que no era poca. - ¿Ah sí? - Le preguntó con simpatía, aunque ya sabía de sobra gran parte de lo que el chico había escrito en su diario sobre él, casi cada día el pobre Fran se lo contaba creyendo que era una novedad. Lo cierto era que Jules lamentaba que se repitiera más por el otro que por sí mismo, porque le hacía ser más consciente de que vivir con amnesia era un fastidio, y no porque le incomodara oír la misma historia varias veces. Si ese era el precio que su amigo tenía que pagar por conservar siempre pura su aire inocente tan peculiar entonces era un precio más que justo.
No quería pensar en sus clientes y eso fue lo que hizo: fingir que no existían y omitir descaradamente la parte de su mente que quería agobiarse con eso. Aunque siguiera comportándose en muchas ocasiones como un crío inmaduro ya tenía casi setenta años y eso le otorgaba cierta experiencia sobre cómo lidiar con ciertos asuntos: las ideas que no traían nada bueno era mejor pasarlas por alto, el hombre sabio era a menudo un hombre mucho más torturado que el inconsciente que vivía el presente sin remordimientos. Sonrió ladinamente cuando sus rostros quedaron pegados pero no hizo nada, dejó que la ocasión se escapara entre ellos como el aliento entre sus labios y luego miró al escenario unos segundos antes de que François desviara también la vista. - En alguna ocasión, pero ya hace años que lo pisé por última vez. - En realidad no tenía ni idea de qué representación iban a contemplar, bastante que le había dado tiempo a ponerse correctamente los pantalones.
En cuanto todas las luces se apagaron Lombard dobló el brazo y se llevó con él hasta su regazo la mano del chico, que guardó como un tesoro entre las suyas. Hasta el más activo y fogoso podía dedicar unos minutos de vez en cuando a disfrutar de la tranquilidad de momentos como aquel, ¿qué prisa tenía? El mundo no se iba a disolver a su alrededor y no hacía daño a nadie jugando a ser un ciudadano apacible mientras durase la obra.
No quería pensar en sus clientes y eso fue lo que hizo: fingir que no existían y omitir descaradamente la parte de su mente que quería agobiarse con eso. Aunque siguiera comportándose en muchas ocasiones como un crío inmaduro ya tenía casi setenta años y eso le otorgaba cierta experiencia sobre cómo lidiar con ciertos asuntos: las ideas que no traían nada bueno era mejor pasarlas por alto, el hombre sabio era a menudo un hombre mucho más torturado que el inconsciente que vivía el presente sin remordimientos. Sonrió ladinamente cuando sus rostros quedaron pegados pero no hizo nada, dejó que la ocasión se escapara entre ellos como el aliento entre sus labios y luego miró al escenario unos segundos antes de que François desviara también la vista. - En alguna ocasión, pero ya hace años que lo pisé por última vez. - En realidad no tenía ni idea de qué representación iban a contemplar, bastante que le había dado tiempo a ponerse correctamente los pantalones.
En cuanto todas las luces se apagaron Lombard dobló el brazo y se llevó con él hasta su regazo la mano del chico, que guardó como un tesoro entre las suyas. Hasta el más activo y fogoso podía dedicar unos minutos de vez en cuando a disfrutar de la tranquilidad de momentos como aquel, ¿qué prisa tenía? El mundo no se iba a disolver a su alrededor y no hacía daño a nadie jugando a ser un ciudadano apacible mientras durase la obra.
Jules L. Allamand- Cambiante Clase Alta
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Era bastante satisfactorio pensar que le estaba regalando algo a lo que no acostumbraba, algo nuevo y que esperaba le gustase. Solo asintió, ya en silencio porque la obra había comenzado y se concentró en ver cómo los actores tomaban sus respectivos papeles, fingiendo ser lo que no eran para deleitarlos con una historia dramática de amor y muerte, tan típica y al mismo tiempo tan de moda.
Su mano reposaba entre las ajenas como si hubiera sido hecha para estar allí y en ningún otro lugar. Las reacciones de Fran ante la obra eran dignas de ver. A veces se llevaba la mano libre a los labios cuando se sorprendía. Se los mordía en momentos tensos y no fue raro que sus ojos se humedecieran cuando las cosas se ponían tristes. Se notaba que se dejaba llevar completamente por la magia de recrear hechos escritos.
— ¿No crees que...si amas a alguien...dejar que ese amor se te escape es de necios? — susurró a su compañero en un momento dado, apretando los labios y el agarre de su mano mientras una de las parejas formadas en la obra no tenía muy buen final. No se habían decidido a estar juntos y por azares del destino uno de ellos había muerto, ya no tenía remedio. No comprendía por qué la gente disfrutaba tanto con los finales dramáticos en esa época, pero bueno así eran las tendencias. Por un instante se acordó de la muchacha que había amado, que aun estaba fresca en sus recuerdos como si fuera el día anterior, pero su pecho ya no sentía lo mismo, su corazón no palpitaba tan fuerte al pensar en ella, no era lo mismo — Si yo fuera yo mismo, si no estuviera enfermo, jamás dejaría que la mujer que amo se alejara de mi lado. — sonrió un poco, mirándolo con esa ternura que le caracterizaba — A fin de cuentas, tenemos fecha para dejar este mundo, ¿no?
Si él pudiera ser él mismo, ¿volvería a buscarla? Él había luchado por esa relación a pesar de ser tan jóvenes, es más, lo que le había pasado había sido por fugarse con la chica que quería, pero él no recordaba nada de esa trampa, ni tan siquiera la nota que le había subido a las nubes. No, sabía que si ahora recuperase el control de su memoria no volvería a por la misma chica, pero tampoco dejaría escapar a la persona de la que se enamorase, no volvería a decidir que su destino estaba viviendo solo, eso lo tenía muy claro.
Su mano reposaba entre las ajenas como si hubiera sido hecha para estar allí y en ningún otro lugar. Las reacciones de Fran ante la obra eran dignas de ver. A veces se llevaba la mano libre a los labios cuando se sorprendía. Se los mordía en momentos tensos y no fue raro que sus ojos se humedecieran cuando las cosas se ponían tristes. Se notaba que se dejaba llevar completamente por la magia de recrear hechos escritos.
— ¿No crees que...si amas a alguien...dejar que ese amor se te escape es de necios? — susurró a su compañero en un momento dado, apretando los labios y el agarre de su mano mientras una de las parejas formadas en la obra no tenía muy buen final. No se habían decidido a estar juntos y por azares del destino uno de ellos había muerto, ya no tenía remedio. No comprendía por qué la gente disfrutaba tanto con los finales dramáticos en esa época, pero bueno así eran las tendencias. Por un instante se acordó de la muchacha que había amado, que aun estaba fresca en sus recuerdos como si fuera el día anterior, pero su pecho ya no sentía lo mismo, su corazón no palpitaba tan fuerte al pensar en ella, no era lo mismo — Si yo fuera yo mismo, si no estuviera enfermo, jamás dejaría que la mujer que amo se alejara de mi lado. — sonrió un poco, mirándolo con esa ternura que le caracterizaba — A fin de cuentas, tenemos fecha para dejar este mundo, ¿no?
Si él pudiera ser él mismo, ¿volvería a buscarla? Él había luchado por esa relación a pesar de ser tan jóvenes, es más, lo que le había pasado había sido por fugarse con la chica que quería, pero él no recordaba nada de esa trampa, ni tan siquiera la nota que le había subido a las nubes. No, sabía que si ahora recuperase el control de su memoria no volvería a por la misma chica, pero tampoco dejaría escapar a la persona de la que se enamorase, no volvería a decidir que su destino estaba viviendo solo, eso lo tenía muy claro.
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Se preguntó como infinitas veces antes por qué era precisamente ese muchachito imberbe e impresionable el que había conseguido llegarle tan hondo en lugar de una de esas mujeres de curvas deliciosas y ojos felinos y maliciosos que tanto le gustaban. François había llegado a su vida de forma mucho más impactante que cualquiera de esas femmes fatales y quizá precisamente por esa especie de invisibilidad se había ido abriendo camino en la cotidianeidad del cambiaformas sin que éste se percatara hasta que ya lo tenía tan integrado en su existencia que sabía que notaría un vacío doloroso si lo perdiera. Nunca había intentado poner distancia entre él y Fran porque no consideraba al chico como una amenaza para su independiente vida de juerguista soltero y ahora era tarde. Ahora se preocupaba por ese niño y de algún modo sentía que su seguridad y felicidad dependían de él, cosa que por un lado era una agradable novedad y por otra le parecía una responsabilidad con la que no sabía si estaba listo para cargar.
No supo qué narices contestar a eso porque no sabía lo que era el amor pero tampoco se sentía con ánimo para chafarle a Fran su momento romántico. - Solo son actores. - Dijo a falta de algo mejor, como si el muchacho no lo supiera ya de sobra y eso pudiera contribuir a tranquilizarle. - Tú eres tú mismo. - Añadió luego con un poco más convencimiento que su frase vaga de antes. - Y cada día que pasas en este mundo lo haces un poco mejor, créeme. Voy a cumplir sesenta y nueve años y nunca he conocido a nadie tan bueno como tú, Fran. Y viniendo de mí eso es un cumplido muy grande porque soy un sinvergüenza. - Apuntó, no sin su malicia característica tiñéndole los ojos con un brillo travieso.
FdR. Mierda, qué corto me ha quedado, lo siento u.ú
No supo qué narices contestar a eso porque no sabía lo que era el amor pero tampoco se sentía con ánimo para chafarle a Fran su momento romántico. - Solo son actores. - Dijo a falta de algo mejor, como si el muchacho no lo supiera ya de sobra y eso pudiera contribuir a tranquilizarle. - Tú eres tú mismo. - Añadió luego con un poco más convencimiento que su frase vaga de antes. - Y cada día que pasas en este mundo lo haces un poco mejor, créeme. Voy a cumplir sesenta y nueve años y nunca he conocido a nadie tan bueno como tú, Fran. Y viniendo de mí eso es un cumplido muy grande porque soy un sinvergüenza. - Apuntó, no sin su malicia característica tiñéndole los ojos con un brillo travieso.
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Jules L. Allamand- Cambiante Clase Alta
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Las palabras ajenas le hicieron rodar un poco los ojos. No era idiota, sabía de sobra que eran actores, pero actores que interpretaban historias que bien podrían darse en la vida real. Incluso probablemente las habría peores o con finales aun más tristes. Suspiró, mirando al frente y entrecerrando los ojos con cierto toque de pereza. ¿Nada acabaría bien en el París que conocía? Habían muchas historias en su diario, pequeños retazos de lo que algunos clientes o compañeras le contaban. En el fondo tenía ganas de poder escuchar sobre un final feliz.
—Yo no soy yo mismo, porque no puedo crecer. No soy quién debería ser. — dijo muy seguro de sus palabras, volviendo a girar el rostro hacia el cambiaformas — Eres un sinvergüenza porque has crecido, porque tienes todos esos años de experiencia acumulada. Tú eres tú, pero yo no puedo acumular nada, no puedo madurar ni puedo aprender de mis errores, estoy destinado a caer siempre en lo mismo una y otra vez. No sé el hombre que habría podido llegar a ser, seguramente diferente a lo que ahora soy. Así que...yo no soy yo, yo soy el que era, pero ya no debería ser.
Sus palabras prácticamente habían pasado a ser una disertación de algo que corría por su mente, en lugar de intentar que fuera una explicación comprensible para su compañero. Seguramente de haber seguido siendo él mismo, de desarrollarse según las vivencias, no estaría en ese momento allí sentado, no tendría su mano entre las de Jules, su corazón no latiría fuerte a causa de ese roce ni se sentiría como lo hacía. Al pensar en todo eso volvió a sonreír, agachando un poco la cabeza.
— Pero...en cierto modo así está bien. — murmuró, sin querer mirarlo a los ojos, fijándose en las manos de ambos — Soy quién debo ser para estar justamente aquí. Y creo que aquí estoy bien, en este momento...es donde debo estar. O al menos, donde quiero estar. — se mordió el labio inferior, algo azorado porque sabía que era casi una declaración, no de algo muy intenso, pero sí declaración a fin de cuentas. No podía decir qué era lo que sentía por ese hombre, porque no era algo lógico que pudiera explicar, era algo que tenía guardado en algún lugar, tal vez en cada célula de su cuerpo, que no sabía comunicarse con su cerebro pero que recordaba perfectamente el calor de aquel cuerpo, su olor, su cercanía. Estar así con él era todo lo que deseaba, no había que darle más vueltas.
—Yo no soy yo mismo, porque no puedo crecer. No soy quién debería ser. — dijo muy seguro de sus palabras, volviendo a girar el rostro hacia el cambiaformas — Eres un sinvergüenza porque has crecido, porque tienes todos esos años de experiencia acumulada. Tú eres tú, pero yo no puedo acumular nada, no puedo madurar ni puedo aprender de mis errores, estoy destinado a caer siempre en lo mismo una y otra vez. No sé el hombre que habría podido llegar a ser, seguramente diferente a lo que ahora soy. Así que...yo no soy yo, yo soy el que era, pero ya no debería ser.
Sus palabras prácticamente habían pasado a ser una disertación de algo que corría por su mente, en lugar de intentar que fuera una explicación comprensible para su compañero. Seguramente de haber seguido siendo él mismo, de desarrollarse según las vivencias, no estaría en ese momento allí sentado, no tendría su mano entre las de Jules, su corazón no latiría fuerte a causa de ese roce ni se sentiría como lo hacía. Al pensar en todo eso volvió a sonreír, agachando un poco la cabeza.
— Pero...en cierto modo así está bien. — murmuró, sin querer mirarlo a los ojos, fijándose en las manos de ambos — Soy quién debo ser para estar justamente aquí. Y creo que aquí estoy bien, en este momento...es donde debo estar. O al menos, donde quiero estar. — se mordió el labio inferior, algo azorado porque sabía que era casi una declaración, no de algo muy intenso, pero sí declaración a fin de cuentas. No podía decir qué era lo que sentía por ese hombre, porque no era algo lógico que pudiera explicar, era algo que tenía guardado en algún lugar, tal vez en cada célula de su cuerpo, que no sabía comunicarse con su cerebro pero que recordaba perfectamente el calor de aquel cuerpo, su olor, su cercanía. Estar así con él era todo lo que deseaba, no había que darle más vueltas.
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Entendía todo lo que François le estaba diciendo pero era un hilo de pensamiento que se alejaba mucho de su proceder habitual. Jules nunca le había dado tantas vueltas a la mollera si no era para urdir algún plan absurdo con resultado erótico o festivo, y desde luego jamás para filosofar sobre la vida que llevaba o el sentido de la existencia. Comprendía que también se debía a que siempre había tenido buen pasar y una manutención cómoda, y que nunca había sentido la necesidad de angustiarse por el hambre o la enfermedad. Había nacido en el seno de una familia rica y cuando se cansó de sentirse como un canario en una jaula dorada se escapó, nadie lo buscó y él pudo actuar conforme sus instintos le dictaban sin deber nada a nadie. Cada día adquiría un nuevo significado para él, cada jornada era un regalo precioso de veinticuatro horas sin estrenar para invertir en lo que le apeteciera y a su modo de ver las cosas lo que le pasaba a Fran no era un problema sino un don del cielo. La oportunidad perfecta para desmadrarse, para probarlo todo, para rozar el límite de las locuras más perversas que pudiera idear sabiendo que si salían mal el dulce manto de la amnesia no permitiría nunca que sus errores dejaran mella alguna en su ánimo. - ¿Te estás oyendo? - Lo encaró consigo mismo con la finalidad de hacerlo percatarse de lo evidente. - Dices que no puedes madurar pero tienes veinte años y suenas como un sabio erudito de la psicología y la mente humana. Yo parezco mucho más crío que tú si comparamos. - Y por su sonrisa se deducía que eso no le creaba la menos preocupación. - Tu situación es única y como tal te hace una persona única. ¿Por qué tienes tanto interés en ser del montón? Mira a toda esa gente. - Se inclinó un poco para poder contemplar a los espectadores que se amontonaban en el patio de butacas absortos por la función que se desarrollaba sobre el escenario. - Ahí apiñados como borregos, indistinguibles unos de otros, con la misma rutina todos los días y sus vidas aburridas...
Estaba claro que para Jules lo peor que le podía pasar a uno era tener estabilidad y responsabilidades. Quizá sus abuelos se habían preocupado tanto de que no fuera como su padre que habían acabado por asfixiarlo y lograr todo lo contrario de lo que pretendían, o tal vez era cierto que llevaba la impronta de los genes de su progenitor grabada a fuego y no podía hacer nada por evitarlo. Fuera como fuera allí estaba, sosteniendo entre sus manos la de un muchacho al que no le unía ninguna relación lógica ni demasiado saludable y que sin embargo le hacía sentir bien. Si hubiera sido una persona más dada a la lógica y las reflexiones haría mucho tiempo que se habría apartado de François - por motivos sociales, por conveniencia o por el propio bien del chico - pero ser quienes eran les había conducido a ese lugar, y como el mismo joven acababa de decir ninguno de los dos querría estar en otra piel en ese momento. El cambiaformas se acercó al otro hasta que el escollo que los separaba pudo salvarse con un simple movimiento de cuello, y entonces depositó un beso suave en la comisura de su boca antes de tomar sus labios con más seguridad. - A mí me gusta que seas así. - Le dijo con simpleza antes de llevar las manos a los lados de su rostro para sujetarlo y besarlo de nuevo. Sus sentidos más desarrollados le aseguraban que no había nadie en el pasillo, al otro lado de la cortina que los aislaba en el palco.
Estaba claro que para Jules lo peor que le podía pasar a uno era tener estabilidad y responsabilidades. Quizá sus abuelos se habían preocupado tanto de que no fuera como su padre que habían acabado por asfixiarlo y lograr todo lo contrario de lo que pretendían, o tal vez era cierto que llevaba la impronta de los genes de su progenitor grabada a fuego y no podía hacer nada por evitarlo. Fuera como fuera allí estaba, sosteniendo entre sus manos la de un muchacho al que no le unía ninguna relación lógica ni demasiado saludable y que sin embargo le hacía sentir bien. Si hubiera sido una persona más dada a la lógica y las reflexiones haría mucho tiempo que se habría apartado de François - por motivos sociales, por conveniencia o por el propio bien del chico - pero ser quienes eran les había conducido a ese lugar, y como el mismo joven acababa de decir ninguno de los dos querría estar en otra piel en ese momento. El cambiaformas se acercó al otro hasta que el escollo que los separaba pudo salvarse con un simple movimiento de cuello, y entonces depositó un beso suave en la comisura de su boca antes de tomar sus labios con más seguridad. - A mí me gusta que seas así. - Le dijo con simpleza antes de llevar las manos a los lados de su rostro para sujetarlo y besarlo de nuevo. Sus sentidos más desarrollados le aseguraban que no había nadie en el pasillo, al otro lado de la cortina que los aislaba en el palco.
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Aquel hombre realmente sabía cómo hacer sentir bien al cortesano con pocas palabras. Quizás por eso siempre se sentía a gusto cuando estaba a su lado, quién sabe. Agachó un poco la cabeza y sonrió. No sabía si sentirse especial, lo cierto es que con cada nueva palabra que le decía conseguía que fuera un poquito más así, que en lugar de pensar en si mismo como un pobre enfermo lo hiciera como en un muchacho con una capacidad única para vivir cada día como si fuera el primero de su vida.
— Gracias, Jules...— casi susurró, sintiendo aquel acercamiento y notando como en el estómago algo parecía volverse loco, porque se le empezó a retorcer como si hubiera una fiesta montada y él no estuviera enterado. Pero en cuanto sus labios se unieron a los contrarios, ni siquiera pudo pensar en lo que ocurría con su cuerpo, porque este se dedicó por entero a corresponderlo. No se detuvo a plantearse si alguien podría verlos, si aquello estaba bien o mal, simplemente existían esos labios y esas manos que lo acunaban. Definitivamente podría haberse quedado así el resto de su vida.
No tuvo claro cuánto tiempo pasó ni en qué momento sus manos se había aferrado a la ropa ajena, pero las luces se encendieron, los aplausos llenaron el teatro y la gente comenzó a marcharse. Parecía que la función había terminado, para desgracia del rubio. Dejó escapar un suspiro contra los labios del mayor, entreabriendo los ojos y mirándolo, casi como si saliera de un profundo sueño del que realmente habría preferido no despertar jamás.
— Parece que hay que irse...— formó un pequeño puchero. Sus labios estaban enrojecidos y húmedos a causa de los besos. Jules sabía cómo besar a un hombre, eso no lo podía poner en duda — ¿Tienes que ir a trabajar? — la idea de que después de aquello tuviera que marcharse para tener sexo con alguna otra persona le daba vueltas en la cabeza y le resultaba verdaderamente desagradable, pero no pensaba decir ni media palabra al respecto, no era quién y no tenía ningún derecho a hacerlo. Se preguntó si el roedor también sentiría algo similar cuando era él quién debía acostarse con desconocidos...no, claro que no, Jules no era ese tipo de hombre, no sentiría celos por alguien como él. No importaba, lo que tenía era más que suficiente.
— Gracias, Jules...— casi susurró, sintiendo aquel acercamiento y notando como en el estómago algo parecía volverse loco, porque se le empezó a retorcer como si hubiera una fiesta montada y él no estuviera enterado. Pero en cuanto sus labios se unieron a los contrarios, ni siquiera pudo pensar en lo que ocurría con su cuerpo, porque este se dedicó por entero a corresponderlo. No se detuvo a plantearse si alguien podría verlos, si aquello estaba bien o mal, simplemente existían esos labios y esas manos que lo acunaban. Definitivamente podría haberse quedado así el resto de su vida.
No tuvo claro cuánto tiempo pasó ni en qué momento sus manos se había aferrado a la ropa ajena, pero las luces se encendieron, los aplausos llenaron el teatro y la gente comenzó a marcharse. Parecía que la función había terminado, para desgracia del rubio. Dejó escapar un suspiro contra los labios del mayor, entreabriendo los ojos y mirándolo, casi como si saliera de un profundo sueño del que realmente habría preferido no despertar jamás.
— Parece que hay que irse...— formó un pequeño puchero. Sus labios estaban enrojecidos y húmedos a causa de los besos. Jules sabía cómo besar a un hombre, eso no lo podía poner en duda — ¿Tienes que ir a trabajar? — la idea de que después de aquello tuviera que marcharse para tener sexo con alguna otra persona le daba vueltas en la cabeza y le resultaba verdaderamente desagradable, pero no pensaba decir ni media palabra al respecto, no era quién y no tenía ningún derecho a hacerlo. Se preguntó si el roedor también sentiría algo similar cuando era él quién debía acostarse con desconocidos...no, claro que no, Jules no era ese tipo de hombre, no sentiría celos por alguien como él. No importaba, lo que tenía era más que suficiente.
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De algún modo pensaba que François solo lo reconocía de verdad cuando lo besaba. Era extraño y a veces parecía que en sus ojos había una chispa de identificación, pero a menudo el cambiaformas se preguntaba si no era más producto de su imaginación que otra cosa. Si el chico necesitaba escribir todos los días en su diario lo que le sucedía era porque estaba amnésico oficialmente y Lombard debería acostumbrarse a ello de una buena vez, así que asumía que cada mañana cuando se veían todo era nuevo para el menor y volvía a presentarse sin aguardar a ver si Fran reaccionaba al simple contacto visual establecido durante el tiempo suficiente. Sin embargo en sus besos no cabía duda de que algo se le despertaba, y no se refería solo a la posible excitación. Era algo más mecánico, más instintivo de su cuerpo, y aunque su mirada fuera a veces inocente y tímida como la de una doncella cuando sus labios se unían se le erizaba la piel y los brazos le respondían de inmediato rodeando el cuello de Jules o agarrando su ropa para mantenerlo cerca. La mente del muchacho no lo recordaba pero su cuerpo sí, y eso hacía que el roedor tuviera aún más ganas de comerle la boca cada vez que lo tenía a tiro. Podría decirse que en su caso era como una presentación no oficial.
A decir verdad él tampoco se dio ni cuenta de que la obra terminaba. ¿Al final se había muerto la pesada de la protagonista o no? Bah. - Eso parece. - Coincidió. La gente empezaba a salir de los palcos al pasillo y se oía ajetreo, así que se separó de su acompañante y se colocó bien la camisa con las manos remetiéndola en la cintura de su pantalón y levantándose luego para estirarse, que de mantener esa postura encogida y de lado tanto tiempo parecía que se le iba a caer un brazo. - Bueno, ya sabes... debería. - Rodó los ojos mientras le dedicaba una sonrisa traviesa que parecía preguntarle a François desde cuándo seguía él los horarios laborales que trataba de imponerle en vano la Madame. Aparecía por el burdel cuando le daba la gana y a la hora de irse más de lo mismo. - ¿Se te ocurre algo mejor que podamos hacer? - Si el menor tenía alguna idea divertida en mente podían ir juntos, si no tal vez se pensara lo de regresar al lupanar donde, ahora que se acordaba, había dejado a un cliente a medias antes de largarse corriendo por la nota del muchacho. Decididamente su patrona estaría que trinaba.
A decir verdad él tampoco se dio ni cuenta de que la obra terminaba. ¿Al final se había muerto la pesada de la protagonista o no? Bah. - Eso parece. - Coincidió. La gente empezaba a salir de los palcos al pasillo y se oía ajetreo, así que se separó de su acompañante y se colocó bien la camisa con las manos remetiéndola en la cintura de su pantalón y levantándose luego para estirarse, que de mantener esa postura encogida y de lado tanto tiempo parecía que se le iba a caer un brazo. - Bueno, ya sabes... debería. - Rodó los ojos mientras le dedicaba una sonrisa traviesa que parecía preguntarle a François desde cuándo seguía él los horarios laborales que trataba de imponerle en vano la Madame. Aparecía por el burdel cuando le daba la gana y a la hora de irse más de lo mismo. - ¿Se te ocurre algo mejor que podamos hacer? - Si el menor tenía alguna idea divertida en mente podían ir juntos, si no tal vez se pensara lo de regresar al lupanar donde, ahora que se acordaba, había dejado a un cliente a medias antes de largarse corriendo por la nota del muchacho. Decididamente su patrona estaría que trinaba.
Jules L. Allamand- Cambiante Clase Alta
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Cuando el mayor se puso en pie, él mismo aprovechó para recobrar la compostura y colocarse también sus prendas, así como su pelo, intentando volver a dar un aspecto de señorito, al menos así podría disimular sus dos mayores defectos: ser pobre y además cortesano. Al escuchar las palabras ajenas lo miró con curiosidad, ¿algo mejor? Lo cierto es que no había pensado absolutamente nada, ni siquiera sabía cómo iban a acabar las cosas en ese encuentro, si sería demasiado incómodo, tanto como para hacer que se marchara, o qué. Pero, para ser completamente sincero consigo mismo, debía reconocer que no tenía ganas de dejar que se marchara a retozar con otro hombre después de haber compartido con él tan deliciosos besos.
— Me temo que ahora mismo no tengo nada en mente. — dijo con cierto fastidio, torciendo un poco el gesto en un mohín casi infantil, mientras salían de allí, mezclándose con el gentío — Podríamos ir de visita a algún lugar bonito o...no sé, pasear por las calles. Podríamos ir a ver el circo...— cualquier plan era bueno con tal de retenerlo, de verdad que sí.
Estaban ya bajando las escaleras de la entrada del teatro, la muchedumbre se dispersaba para subirse a sus carros, otros tantos se habían quedado en el interior para conversar sobre la obra. La cuestión es que estaba todo mucho más despejado, lo suficiente como para sentir unos ojos que se clavaban en ellos. Fran alzó una ceja, mirando hacia la parte baja, donde una muchacha lo miraba casi como si quisiera traspasarlo con los ojos. Lo peor de todo, es que cuando dejó de lado sus ropas de clase humilde y su pelo que y a había perdido su volumen y brillo, el cortesano la reconoció y sus ojos se abrieron como platos. Era la muchacha de la que había estado tan enamorado años atrás, ¿pero por qué tenía ese aspecto? Casi sintió que el corazón se le iba a parar. Aunque, tal vez, lo más sorprendente de todo fue el pequeño niño que estaba a su lado, de unos dos años aproximadamente, meses arriba o abajo, de ojos celestes y vivaces.
— Jules...— susurró, casi como en una búsqueda de apoyo por parte del mayor, porque necesitaba saber que no se había vuelto loco ni nada parecido. Bajaron las escaleras, o por lo menos él, acercándose a la muchacha.
— Hola, Fran. — lo saludó, con voz suave — Hacía tiempo que no nos veíamos.
— Bastante, supongo que unos tres años más o menos. — teniendo en cuenta su enfermedad, todo era de tres años hacia atrás, la daba por casada, ¿cómo iba a ser menos tiempo?
— Buenas noches, monsieur. — saludó ella al acompañante del muchacho, aferrando la mano del pequeño para que no se alejara mucho, haciendo de paso una pequeña reverencia — Y en realidad no hace tanto, nos vimos hace un tiempo, pero...tú ya tenías...bueno...tu problema. — parecía un poco reticente a hablar del tema y él no sabía cómo afrontar aquella situación. ¿Debía despedirse de Jules y quedarse a conversar de los viejos tiempos o tal vez despedirse de ella y marcharse a seguir reteniendo al roedor? Lo cierto es que se sentía bastante perdido en ese instante.
— Me temo que ahora mismo no tengo nada en mente. — dijo con cierto fastidio, torciendo un poco el gesto en un mohín casi infantil, mientras salían de allí, mezclándose con el gentío — Podríamos ir de visita a algún lugar bonito o...no sé, pasear por las calles. Podríamos ir a ver el circo...— cualquier plan era bueno con tal de retenerlo, de verdad que sí.
Estaban ya bajando las escaleras de la entrada del teatro, la muchedumbre se dispersaba para subirse a sus carros, otros tantos se habían quedado en el interior para conversar sobre la obra. La cuestión es que estaba todo mucho más despejado, lo suficiente como para sentir unos ojos que se clavaban en ellos. Fran alzó una ceja, mirando hacia la parte baja, donde una muchacha lo miraba casi como si quisiera traspasarlo con los ojos. Lo peor de todo, es que cuando dejó de lado sus ropas de clase humilde y su pelo que y a había perdido su volumen y brillo, el cortesano la reconoció y sus ojos se abrieron como platos. Era la muchacha de la que había estado tan enamorado años atrás, ¿pero por qué tenía ese aspecto? Casi sintió que el corazón se le iba a parar. Aunque, tal vez, lo más sorprendente de todo fue el pequeño niño que estaba a su lado, de unos dos años aproximadamente, meses arriba o abajo, de ojos celestes y vivaces.
— Jules...— susurró, casi como en una búsqueda de apoyo por parte del mayor, porque necesitaba saber que no se había vuelto loco ni nada parecido. Bajaron las escaleras, o por lo menos él, acercándose a la muchacha.
— Hola, Fran. — lo saludó, con voz suave — Hacía tiempo que no nos veíamos.
— Bastante, supongo que unos tres años más o menos. — teniendo en cuenta su enfermedad, todo era de tres años hacia atrás, la daba por casada, ¿cómo iba a ser menos tiempo?
— Buenas noches, monsieur. — saludó ella al acompañante del muchacho, aferrando la mano del pequeño para que no se alejara mucho, haciendo de paso una pequeña reverencia — Y en realidad no hace tanto, nos vimos hace un tiempo, pero...tú ya tenías...bueno...tu problema. — parecía un poco reticente a hablar del tema y él no sabía cómo afrontar aquella situación. ¿Debía despedirse de Jules y quedarse a conversar de los viejos tiempos o tal vez despedirse de ella y marcharse a seguir reteniendo al roedor? Lo cierto es que se sentía bastante perdido en ese instante.
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Por simple que pareciera también a él le apetecía ir al circo con Fran. No quería decir buscar una atracción poco transitada como la casa del terror abandonada para tratar de bajarle los pantalones detrás de un decorado oscuro y apartado, sino ir a pasear y tal vez comprarle una golosina para ver cómo sonreía y se ponía contento. La alegría natural del chico era algo a lo que Jules podría considerarse adicto porque le gustaba demasiado el buen humor y las personas que le rodeaban - básicamente otros trabajadores del burdel - casi siempre parecían rodeados de un halo de desgracia muy poco gratificante. - Vale. - Accedió sin hacerse de rogar lo más mínimo.
Comenzó a bajar la escalera detrás de su amigo mientras intentaba trazar algo parecido a un plan. - Si nos damos prisa podremos coger un coche de alquiler en la puerta, ayer cobré un dinero que no esperaba y creo que... - Se detuvo al captar aprensión en el tono de voz del muchacho, y siguiendo la dirección de su mirada topó con esa joven que para ser sinceros en otras circunstancias no le habría llamado la atención. ¿François la conocía? Así parecía, porque fue directo a hablar con ella y el cambiaformas sintió una punzada como de rabieta infantil. ¿Por qué tenía que acordarse de esa chica y de él no? La respuesta era obvia: a ella la conocía desde antes de su accidente. Quizá una amiga de la niñez, y por lo que deducía ahora tenía un hijo, un retoño de ojos celestes que sin duda llamaría la atención de todas las señoras con aire maternal de diez kilómetros a la redonda. - No es un problema. - Le salió solo como reacción a las palabras de ella, aunque afortunadamente en voz tan baja que seguramente no lo escuchó. De todos modos Lombard rectificó pronto. - Madame. - Correspondió a su saludo.
Se agachó a hacer carantoñas al crío mientras su madre y François hablaban porque en ningún momento se le ocurrió que podría estar de más. De todos modos el muchacho parecía muy consternado para tratarse solo de una vieja conocida. De pronto la historia que el menor le había contado sobre su amor por una muchacha de clase social superior le volvió a la mente y se le ocurrió que tal vez... Y en ese momento en el que se quedó como congelado el niño aprovechó para cogerle un dedo con una de sus manos regordetas de pequeño y balbucear encantado. Sus ojos se cruzaron con los de Jules y él se percató del asombroso parecido que tenían con los de... - No puede ser. - Volvía a hablar en voz alta. Se levantó, dejando en el suelo al crío, y miró a la joven madre con un aire inquisitivo que debió de resultarle bastante incómodo. ¿No estaría paranoico? Solo porque tuviera ojos azules no tenía por qué ser hijo de Fran. Joder, si lo pensaba bien era bastante estúpida su teoría, no sabía por qué se había asustado tanto. Y además, ¿qué pasaría si lo fuera? No debería importarle nada en absoluto. - Tiene un niño encantador. - Comentó con aire más relajado.
Comenzó a bajar la escalera detrás de su amigo mientras intentaba trazar algo parecido a un plan. - Si nos damos prisa podremos coger un coche de alquiler en la puerta, ayer cobré un dinero que no esperaba y creo que... - Se detuvo al captar aprensión en el tono de voz del muchacho, y siguiendo la dirección de su mirada topó con esa joven que para ser sinceros en otras circunstancias no le habría llamado la atención. ¿François la conocía? Así parecía, porque fue directo a hablar con ella y el cambiaformas sintió una punzada como de rabieta infantil. ¿Por qué tenía que acordarse de esa chica y de él no? La respuesta era obvia: a ella la conocía desde antes de su accidente. Quizá una amiga de la niñez, y por lo que deducía ahora tenía un hijo, un retoño de ojos celestes que sin duda llamaría la atención de todas las señoras con aire maternal de diez kilómetros a la redonda. - No es un problema. - Le salió solo como reacción a las palabras de ella, aunque afortunadamente en voz tan baja que seguramente no lo escuchó. De todos modos Lombard rectificó pronto. - Madame. - Correspondió a su saludo.
Se agachó a hacer carantoñas al crío mientras su madre y François hablaban porque en ningún momento se le ocurrió que podría estar de más. De todos modos el muchacho parecía muy consternado para tratarse solo de una vieja conocida. De pronto la historia que el menor le había contado sobre su amor por una muchacha de clase social superior le volvió a la mente y se le ocurrió que tal vez... Y en ese momento en el que se quedó como congelado el niño aprovechó para cogerle un dedo con una de sus manos regordetas de pequeño y balbucear encantado. Sus ojos se cruzaron con los de Jules y él se percató del asombroso parecido que tenían con los de... - No puede ser. - Volvía a hablar en voz alta. Se levantó, dejando en el suelo al crío, y miró a la joven madre con un aire inquisitivo que debió de resultarle bastante incómodo. ¿No estaría paranoico? Solo porque tuviera ojos azules no tenía por qué ser hijo de Fran. Joder, si lo pensaba bien era bastante estúpida su teoría, no sabía por qué se había asustado tanto. Y además, ¿qué pasaría si lo fuera? No debería importarle nada en absoluto. - Tiene un niño encantador. - Comentó con aire más relajado.
Jules L. Allamand- Cambiante Clase Alta
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Sin lugar a dudas ella sí se dio cuenta de la mirada del cambiaformas, a pesar de que Fran no tenía la cabeza para esas cosas en aquel instante. Se sintió incómoda al momento, apretando un poco los labios y agachando la mirada, casi con arrepentimiento, no se sentía orgullosa de esa situación, ni mucho menos, no era una mala persona, simplemente las circunstancias habían sido poco propícias.
— G-gracias. — sonrió de forma un tanto forzada — Se llama Franchesco. — murmuró, mirando de reojo al rubio, el cual la miró con los ojos como platos, con una muda pregunta que no llegó a formular, tal vez por miedo a la respuesta, pero no le hizo falta, ella lo dio por hecho — Tenemos que hablar.
No pareció que estuviera pidiendo que Jules se marchara, en realidad no se veía en el derecho de algo así, no le molestaba. A decir verdad, ni siquiera vio oportuno marcharse antes de soltar todo lo que debía, primeramente por la actitud de François, el cual parecía en completo estado de confusión,incluso comenzó a retroceder muy levemente, pero de forma más que evidente. Su cabeza se movió de lado a lado, negando lo que sabía que estaba por escuchar.
— Te necesitamos, él te necesita. De una forma u otra, solo puedo suplicarte que nos ayudes. — cuando ella se arrodilló, el muchacho ya creyó que se rompía por completo por dentro. Los ojos se le empañaron y dejó escapar un jadeo de pavor, pero intentó controlarse, porque el niño miraba confuso a su madre y a aquellos dos desconocidos, con su miradita inocente, su cabello rojo como el de su progenitora, era ciertamente precioso, pero el cortesano no estaba como para fijarse en aquello — Te lo ruego.
Algunas personas que pasaban por allí comenzaron a mirarlos y a murmurar. Los chismes corrían como fuego por París, aunque los protagonistas fueran completos desconocidos para todos. El muchacho trató de serenarse, inclinándose para agarrarla y que se levantara, no podía ver así a la mujer que había amado tanto, aunque ahora se sintiera diferente hacia ella.
— V-vam-mos a otro sitio. — pidió, mirando a Jules, casi en una súplica porque no se apartara de su lado - ¿Crees que podríamos ir igualmente al circo? El...el...pequeño se puede distraer y...— era más que evidente que él necesitaba aclarar aquello en otro sitio, así de paso en el trayecto tendría unos minutos para poder pensar, para asumir aquella situación que se le escapaba de las manos. Ella también miró al cambiaformas, dándose cuenta de que era una especie de apoyo importante para Fran, y casi rogándole ahora a él con los ojos que accediera, porque si él decía que no, ¿a dejaría el muchacho ahí tirada sin poder siquiera darle las explicaciones?
— G-gracias. — sonrió de forma un tanto forzada — Se llama Franchesco. — murmuró, mirando de reojo al rubio, el cual la miró con los ojos como platos, con una muda pregunta que no llegó a formular, tal vez por miedo a la respuesta, pero no le hizo falta, ella lo dio por hecho — Tenemos que hablar.
No pareció que estuviera pidiendo que Jules se marchara, en realidad no se veía en el derecho de algo así, no le molestaba. A decir verdad, ni siquiera vio oportuno marcharse antes de soltar todo lo que debía, primeramente por la actitud de François, el cual parecía en completo estado de confusión,incluso comenzó a retroceder muy levemente, pero de forma más que evidente. Su cabeza se movió de lado a lado, negando lo que sabía que estaba por escuchar.
— Te necesitamos, él te necesita. De una forma u otra, solo puedo suplicarte que nos ayudes. — cuando ella se arrodilló, el muchacho ya creyó que se rompía por completo por dentro. Los ojos se le empañaron y dejó escapar un jadeo de pavor, pero intentó controlarse, porque el niño miraba confuso a su madre y a aquellos dos desconocidos, con su miradita inocente, su cabello rojo como el de su progenitora, era ciertamente precioso, pero el cortesano no estaba como para fijarse en aquello — Te lo ruego.
Algunas personas que pasaban por allí comenzaron a mirarlos y a murmurar. Los chismes corrían como fuego por París, aunque los protagonistas fueran completos desconocidos para todos. El muchacho trató de serenarse, inclinándose para agarrarla y que se levantara, no podía ver así a la mujer que había amado tanto, aunque ahora se sintiera diferente hacia ella.
— V-vam-mos a otro sitio. — pidió, mirando a Jules, casi en una súplica porque no se apartara de su lado - ¿Crees que podríamos ir igualmente al circo? El...el...pequeño se puede distraer y...— era más que evidente que él necesitaba aclarar aquello en otro sitio, así de paso en el trayecto tendría unos minutos para poder pensar, para asumir aquella situación que se le escapaba de las manos. Ella también miró al cambiaformas, dándose cuenta de que era una especie de apoyo importante para Fran, y casi rogándole ahora a él con los ojos que accediera, porque si él decía que no, ¿a dejaría el muchacho ahí tirada sin poder siquiera darle las explicaciones?
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Oh venga, no me jodas. Parecía que todo aquello estuviera sucediendo a cámara lenta y a Jules le había caído como un mazazo, aunque por una vez en su vida se daba cuenta de que el protagonista de esa escena no era él, que estaba de mero expectador, y que no quería ni pensar cómo se sentiría François que ahora además de amnesia tenía un hijo. Yuju. Le importó tres pimientos que les mirara la gente, ya estaba acostumbrado a dar la nota, pero se percató de que el otro rubio estaba bien incómodo y parecía a punto de entrar en colapso nervioso. En un abrir y cerrar de ojos los dos le miraban a él como si tuviera la respuesta a todos los problemas del universo. - Al circo. - Repitió. Era absurdo que pensaran en ir a pasearse en un momento como aquel pero tenían que salir del teatro y después ya verían cómo se las arreglaban.
No entendía por qué se estaba incluyendo todo el rato en esa especie de nueva unidad familiar cuando era evidente que sobraba, pero algo en él se resistía a largarse y dejar a François con su nueva mujercita y su retoño. Estaba tan celoso que ni siquiera podía odiarlos, solo los miraba con ojos lánguidos como si acabaran de robarle lo más valioso que tenía y él ni siquiera hubiera tenido tiempo de verlo venir. Esa fulana y su crío. Miró al enano pretendiendo sentir rencor pero era tan gracioso que no pudo, y además tenía los ojos de su amigo. «Un amigo al que te follas y que no quieres que te quite nadie», le hizo notar esa molesta voz de su conciencia que creía tener totalmente dominada pero que de vez en cuando volvía a la carga a dar por saco.
Se agachó otra vez para coger en brazos al niño al que su madre parecía haber olvidado momentáneamente allí en la escalera porque tenía asuntos más urgentes que resolver. Jules no quería que nadie lo pisara o que se fuera a perder, aunque dudaba que con esa edad pudiera correr demasiado. Lo levantó notando lo poco que pesaba y admiró su pelo rojo y sus mejillas regordetas, que a él personalmente no le despertaban más ternura que las divertidas orejas de un perro de compañía. Lo cierto es que no tenía el instinto paternal muy desarrollado pero empezó a caminar hacia la puerta con el pequeño en brazos. - Franchesco. - Le dijo, hablándole como si ya tuviera conocimiento de algo. - Vaya nombre te han puesto, ¿eh? Pareces un marqués. ¿No sería mejor Pierre o Henri? Ya sabes, algo más estándar. - El niño le puso una mano en la barba, parecía encontrarla divertida.
No entendía por qué se estaba incluyendo todo el rato en esa especie de nueva unidad familiar cuando era evidente que sobraba, pero algo en él se resistía a largarse y dejar a François con su nueva mujercita y su retoño. Estaba tan celoso que ni siquiera podía odiarlos, solo los miraba con ojos lánguidos como si acabaran de robarle lo más valioso que tenía y él ni siquiera hubiera tenido tiempo de verlo venir. Esa fulana y su crío. Miró al enano pretendiendo sentir rencor pero era tan gracioso que no pudo, y además tenía los ojos de su amigo. «Un amigo al que te follas y que no quieres que te quite nadie», le hizo notar esa molesta voz de su conciencia que creía tener totalmente dominada pero que de vez en cuando volvía a la carga a dar por saco.
Se agachó otra vez para coger en brazos al niño al que su madre parecía haber olvidado momentáneamente allí en la escalera porque tenía asuntos más urgentes que resolver. Jules no quería que nadie lo pisara o que se fuera a perder, aunque dudaba que con esa edad pudiera correr demasiado. Lo levantó notando lo poco que pesaba y admiró su pelo rojo y sus mejillas regordetas, que a él personalmente no le despertaban más ternura que las divertidas orejas de un perro de compañía. Lo cierto es que no tenía el instinto paternal muy desarrollado pero empezó a caminar hacia la puerta con el pequeño en brazos. - Franchesco. - Le dijo, hablándole como si ya tuviera conocimiento de algo. - Vaya nombre te han puesto, ¿eh? Pareces un marqués. ¿No sería mejor Pierre o Henri? Ya sabes, algo más estándar. - El niño le puso una mano en la barba, parecía encontrarla divertida.
Jules L. Allamand- Cambiante Clase Alta
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Si le preguntaban no sabría explicar cómo era posible que una simple cita se hubiera convertido en aquello, en ese extraño encuentro en el que de repente confiaba en quién apenas conocía y no confiaba en la persona de la que había estado enamorado. Todo su mundo parecía ponerse patas arriba y se caería en cualquier momento. Casi agradeció que Jules tomara la decisión y que, además, se hiciera cargo del pequeñajo.
Cuando empezaron a andar, la chica le echaba un vistacillo de reojo al niño, pero se quedó tranquila. Era obvio que tenía instinto maternal, pero tampoco uno enorme, o al menos eso pensaba Fran, que caminaba a su lado y ambos tras el cambiaformas. Él solo quería escuchar, no quería hablar, aun no estaba preparado.
— Nos vimos hace un par de años. Yo ya me había casado por orden de mi padre, pero llegó un momento en el que no pude aguantarlo más, tenía que verte y al menos ser yo misma quién te dijera, cara a cara, lo que había ocurrido. — comenzó a hablar, lo suficientemente bajo como para no armar escándalo, pero sí que podrían escucharlo Jules y el niño, lo cual parecía no preocupar mucho a la madre, tal vez porque aun era demasiado joven como para absorber nada de aquello — Fui a tu casa y tus padres me contaron todo, la nueva situación, yo me sentí horrible. Por supuesto fui al burdel, pues mi marido estaba de viaje en ese momento. Allí me encontré contigo y...ya sabes...tuvimos nuestro momento. Deseé poder quedarme contigo, darte dinero, lo que fuera, pero no aceptaste pues decías que no podrías hacerme feliz de ninguna manera y que no querías mi caridad. — no era de extrañar, eso sonaba muy propio de él a fin de cuentas, en el fondo tenía algo de dignidad y a ella la había amado tanto que el sentimiento del orgullo era mucho más fuerte — Bueno, ya sabes lo que pasó. — sus ojos se dirigieron de nuevo a la criaturita — Por supuesto el pequeño no pasó por hijo de mi marido, los tiempos no coincidían y la matrona no quiso ayudarme. Apenas aguantó unos meses con nosotros en casa antes de echarnos. Yo he intentado sobrevivir por mi cuenta, de verdad que lo he intentado pero...
Sus ojos se habían humedecido, y de nuevo Fran sentía que algo se le rompía por dentro. Ni se había dado cuenta de que ya avanzaban por una calle con apenas gente, pero se detuvo igualmente para darle una palmada conciliadora en el hombro a la que había sido su mejor amiga. Ella se pasó una mano por los ojos y asintió a modo de agradecimiento, tomando aire. Por supuesto la pregunta del cortesano no se hizo esperar, "¿por qué ahora?" que fue apenas un susurro.
— Hace poco, mi marido vino a verme. Me dijo que se marchaba al extranjero para un largo periodo y que...— aquellas palabras se le atragantaron de forma visible en la garganta, pero continuó —...si quería volver con él, no tendría inconveniente en recibirme de nuevo en su familia, ya que fuera nadie sabría mi desliz. Pero para ello, debería dejar al niño, él no podría venir. — los ojos del muchacho se abrieron como platos, ahora totalmente quieto, olvidándose de caminar.
— ¿Abandonarías a tu hijo solo para recuperar tu posición y a ese hombre? — dijo alarmado, sin poder evitar el tono de sorpresa y casi de decepción al escuchar aquella confesión.
— ¿Y qué podría hacer? Nadie nos ayuda, nos moriremos de hambre. — protestó la joven, de nuevo al borde del llanto — ¡Dime François! ¿Es que tú nos mantendrías a los dos? ¿Podrías hacerte cargo de tu familia? A fin de cuentas esto no fue solo cosa mía, tú también formaste parte. — contraatacó. Era más que obvio lo que pretendía, estaba dando dos opciones, claras y entre líneas: podía hacerse cargo de su familia, llevarse al niño solo con sus padres y confiar en que lo ayudaran a criarlo o...no, la idea de dejar que el pequeño y ella se muriesen de hambre, aunque existente, estaba totalmente fuera de su mente.
— Ne...necesito pensar...— susurró, con la vista perdida en algún punto del suelo. No quería mirarla, no quería mirar al crío, no quería mirar a nadie. Solo tenía la enorme necesidad de ser él quién ocupara ese hueco en los brazos de Jules, cobijarse como un niño pequeño y apretar los ojos hasta que todo hubiera pasado.
— Tengo hasta la semana que viene para poder elegir lo que hacer, Fran. Hazlo tú también, no dejes que esto simplemente se borre de tu mente como todo lo demás. — le pidió, acercándose a Jules con la clara idea de recuperar a su retoño y poder marcharse. aunque una cosa estaba clara...volvería.
Cuando empezaron a andar, la chica le echaba un vistacillo de reojo al niño, pero se quedó tranquila. Era obvio que tenía instinto maternal, pero tampoco uno enorme, o al menos eso pensaba Fran, que caminaba a su lado y ambos tras el cambiaformas. Él solo quería escuchar, no quería hablar, aun no estaba preparado.
— Nos vimos hace un par de años. Yo ya me había casado por orden de mi padre, pero llegó un momento en el que no pude aguantarlo más, tenía que verte y al menos ser yo misma quién te dijera, cara a cara, lo que había ocurrido. — comenzó a hablar, lo suficientemente bajo como para no armar escándalo, pero sí que podrían escucharlo Jules y el niño, lo cual parecía no preocupar mucho a la madre, tal vez porque aun era demasiado joven como para absorber nada de aquello — Fui a tu casa y tus padres me contaron todo, la nueva situación, yo me sentí horrible. Por supuesto fui al burdel, pues mi marido estaba de viaje en ese momento. Allí me encontré contigo y...ya sabes...tuvimos nuestro momento. Deseé poder quedarme contigo, darte dinero, lo que fuera, pero no aceptaste pues decías que no podrías hacerme feliz de ninguna manera y que no querías mi caridad. — no era de extrañar, eso sonaba muy propio de él a fin de cuentas, en el fondo tenía algo de dignidad y a ella la había amado tanto que el sentimiento del orgullo era mucho más fuerte — Bueno, ya sabes lo que pasó. — sus ojos se dirigieron de nuevo a la criaturita — Por supuesto el pequeño no pasó por hijo de mi marido, los tiempos no coincidían y la matrona no quiso ayudarme. Apenas aguantó unos meses con nosotros en casa antes de echarnos. Yo he intentado sobrevivir por mi cuenta, de verdad que lo he intentado pero...
Sus ojos se habían humedecido, y de nuevo Fran sentía que algo se le rompía por dentro. Ni se había dado cuenta de que ya avanzaban por una calle con apenas gente, pero se detuvo igualmente para darle una palmada conciliadora en el hombro a la que había sido su mejor amiga. Ella se pasó una mano por los ojos y asintió a modo de agradecimiento, tomando aire. Por supuesto la pregunta del cortesano no se hizo esperar, "¿por qué ahora?" que fue apenas un susurro.
— Hace poco, mi marido vino a verme. Me dijo que se marchaba al extranjero para un largo periodo y que...— aquellas palabras se le atragantaron de forma visible en la garganta, pero continuó —...si quería volver con él, no tendría inconveniente en recibirme de nuevo en su familia, ya que fuera nadie sabría mi desliz. Pero para ello, debería dejar al niño, él no podría venir. — los ojos del muchacho se abrieron como platos, ahora totalmente quieto, olvidándose de caminar.
— ¿Abandonarías a tu hijo solo para recuperar tu posición y a ese hombre? — dijo alarmado, sin poder evitar el tono de sorpresa y casi de decepción al escuchar aquella confesión.
— ¿Y qué podría hacer? Nadie nos ayuda, nos moriremos de hambre. — protestó la joven, de nuevo al borde del llanto — ¡Dime François! ¿Es que tú nos mantendrías a los dos? ¿Podrías hacerte cargo de tu familia? A fin de cuentas esto no fue solo cosa mía, tú también formaste parte. — contraatacó. Era más que obvio lo que pretendía, estaba dando dos opciones, claras y entre líneas: podía hacerse cargo de su familia, llevarse al niño solo con sus padres y confiar en que lo ayudaran a criarlo o...no, la idea de dejar que el pequeño y ella se muriesen de hambre, aunque existente, estaba totalmente fuera de su mente.
— Ne...necesito pensar...— susurró, con la vista perdida en algún punto del suelo. No quería mirarla, no quería mirar al crío, no quería mirar a nadie. Solo tenía la enorme necesidad de ser él quién ocupara ese hueco en los brazos de Jules, cobijarse como un niño pequeño y apretar los ojos hasta que todo hubiera pasado.
— Tengo hasta la semana que viene para poder elegir lo que hacer, Fran. Hazlo tú también, no dejes que esto simplemente se borre de tu mente como todo lo demás. — le pidió, acercándose a Jules con la clara idea de recuperar a su retoño y poder marcharse. aunque una cosa estaba clara...volvería.
François*- Prostituto Clase Baja
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Oyó toda la historia porque la noviecita de François no parecía querer molestarse en bajar la voz. Chica de buena familia casada con patán y enamorada de chico pobre que no le convenía, era tan típico que parecía calcado de cualquier obra de teatro como la que el otro rubio y él acababan de ver. Normalmente Jules se mantendría al margen de los follones de amoríos de los demás, pero por motivos obvios no podía alejarse emocionalmente de ese embrollo. Había estado tres años velando por Fran como si fuese su ahijado y haciendo caso omiso a esa tensión sexual tan palpable que había crecido entre ambos pese a que el muchacho no podía recordarle cada día, y justo cuando la historia dejaba de estar atascada en el mismo punto frustrante... entonces aparecía un obstáculo que la volvía a atascar. ¿Pero acaso no había estado echando el freno el propio Jules? Diciéndole al otro cortesano que no podrían ser nada nunca más que amigos con derecho a divertirse. Y ahora se daba cuenta de que si no podía verlo sonreír cada mañana al entrar al burdel, con su habitual gesto tímido, no le valía de nada acostarse con él de vez en cuando. Quería hacerlo reír y verlo sorprenderse por enésima vez con la misma cosa que ya sabía de antemano que le gustaba. Quería proporcionarle todas esas cosas.
Y sin embargo la historia de la joven madre le removió por dentro algo que creía enterrado, algo mucho más olvidado que su historia con François, el episodio de su propio nacimiento. Al menos agradecía a sus abuelos que no le hubieran mentido nunca a ese respecto, les habría sido muy fácil fingir que era hijo de una chica respetable que falleció en el parto y no obstante habían optado por contarle siempre la verdadera historia de su padre y la desdichada criada que se había esfumado sin dejar rastro para no sufrir de por vida la humillación de ser madre soltera. Una madre a la que Jules nunca conoció y que posiblemente habría muerto, ya que ella era humana y ahora debería andar por los ochenta. Era poco probable dado que en esa época la esperanza de vida de la población era mucho menor, y más aún tratándose de una persona de poca fortuna que tampoco podía pagarse a los mejores médicos ni estancias de reposo en balnearios de postín. Los recuerdos se le atragantaron y vino a rescatarlo quien menos imaginaría: el pequeño Franchesco. - Pincha. - Anunció manoseando su barba a dos manos. - Pues claro que pincha niño, es una barba. Cuando seas mayor tendrás una igual. - Le cogió con delicadeza una de sus manitas y se la puso en su propio moflete, suave como un melocotón. El crío encontró muy divertida la comparación y se rio con alegres gorjeos que devolvieron al cambiaformas a la realidad.
Ese niño y esa mujer necesitaban alguna clase de ayuda y ciertamente no se la podía censurar por querer que su hijo comiera. - ¿Tienes hambre? - Le preguntó al enano. - Hambre. - Repitió. - Sí, hambre. ¿Tienes? ¿Ñam ñam? - Franchesco no contestó y llegó el momento de devolvérselo a su madre, pero a Jules le quedó la desagradable sensación de que a lo mejor sí tenía apetito. Los vio alejarse y quiso abrazar a François pero había gente en la calle, era un mal momento para ponerse mimoso. - Igual puedo ayudar. - Dijo sin mirarlo directamente. - Es una larga historia pero mis abuelos son ricos. - Resopló y se dio cuenta de que acababa de tirar por la borda en un segundo toda su vida por un bebé recién aparecido y una muchacha que le había robado una de las cosas a las que más cariño tenía. - Mi madre era una criada a la que también dieron a escoger, ¿sabes? Fue práctica y me dejó con quien mejor podía cuidarme. No se lo reprocho. - Se pasó una mano distraidamente por la mejilla y recordó como muy lejanamente que había pasado buena parte de la tarde besándose con Fran en un palco oscuro. Qué diferente le parecía el rubio ahora que era padre y se le iba. - ¿Es lo que quieres? ¿Estar con ellos? - Le miró por fin sin juzgarle, solo con los ojos francos y abiertos de un amigo. - Tú la amas. - Constató. - Ayer la amabas.
Y sin embargo la historia de la joven madre le removió por dentro algo que creía enterrado, algo mucho más olvidado que su historia con François, el episodio de su propio nacimiento. Al menos agradecía a sus abuelos que no le hubieran mentido nunca a ese respecto, les habría sido muy fácil fingir que era hijo de una chica respetable que falleció en el parto y no obstante habían optado por contarle siempre la verdadera historia de su padre y la desdichada criada que se había esfumado sin dejar rastro para no sufrir de por vida la humillación de ser madre soltera. Una madre a la que Jules nunca conoció y que posiblemente habría muerto, ya que ella era humana y ahora debería andar por los ochenta. Era poco probable dado que en esa época la esperanza de vida de la población era mucho menor, y más aún tratándose de una persona de poca fortuna que tampoco podía pagarse a los mejores médicos ni estancias de reposo en balnearios de postín. Los recuerdos se le atragantaron y vino a rescatarlo quien menos imaginaría: el pequeño Franchesco. - Pincha. - Anunció manoseando su barba a dos manos. - Pues claro que pincha niño, es una barba. Cuando seas mayor tendrás una igual. - Le cogió con delicadeza una de sus manitas y se la puso en su propio moflete, suave como un melocotón. El crío encontró muy divertida la comparación y se rio con alegres gorjeos que devolvieron al cambiaformas a la realidad.
Ese niño y esa mujer necesitaban alguna clase de ayuda y ciertamente no se la podía censurar por querer que su hijo comiera. - ¿Tienes hambre? - Le preguntó al enano. - Hambre. - Repitió. - Sí, hambre. ¿Tienes? ¿Ñam ñam? - Franchesco no contestó y llegó el momento de devolvérselo a su madre, pero a Jules le quedó la desagradable sensación de que a lo mejor sí tenía apetito. Los vio alejarse y quiso abrazar a François pero había gente en la calle, era un mal momento para ponerse mimoso. - Igual puedo ayudar. - Dijo sin mirarlo directamente. - Es una larga historia pero mis abuelos son ricos. - Resopló y se dio cuenta de que acababa de tirar por la borda en un segundo toda su vida por un bebé recién aparecido y una muchacha que le había robado una de las cosas a las que más cariño tenía. - Mi madre era una criada a la que también dieron a escoger, ¿sabes? Fue práctica y me dejó con quien mejor podía cuidarme. No se lo reprocho. - Se pasó una mano distraidamente por la mejilla y recordó como muy lejanamente que había pasado buena parte de la tarde besándose con Fran en un palco oscuro. Qué diferente le parecía el rubio ahora que era padre y se le iba. - ¿Es lo que quieres? ¿Estar con ellos? - Le miró por fin sin juzgarle, solo con los ojos francos y abiertos de un amigo. - Tú la amas. - Constató. - Ayer la amabas.
Jules L. Allamand- Cambiante Clase Alta
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Un tornado había llegado para revolucionarlo todo, directo desde el pasado. Sus ojos siguieron clavados en la espalda de ella y en los ojitos azules que los miraba a modo de despedida mientras se iba alejando. Se le revolvían mil cosas por dentro, ¿qué sería de ese muchacho si simplemente se negaba a ayudarla? Moriría de hambre o de frío, ella misma podría enfermar y no poder cuidarlo, ¿cómo iba a vivir con eso? Aunque, si pensara de forma egoísta, bastaría con no apuntar nada, con pedirle a Jules que no le recordara aquella escena en ningún momento y simplemente lo olvidaría, no habría ocurrido. Pero no, Fran no era de esos, jamás podría hacer algo semejante aunque supiera con seguridad que en un día habría olvidado todo.
La voz de su amigo lo sacó de su pequeño ensimismamiento y casi lo agradeció. Despacio giró la cabeza hacia él, escuchando ese pequeño pero nada insignificante detalle. ¿Cómo debía haberse sentido el roedor ante esa situación? Puede que le hubiera removido recuerdos que habría preferido dejar enterrados. Y sin embargo, le estaba ofreciendo su ayuda, o eso era lo que podía entender, ¿para qué si no le diría que sus abuelos eran ricos? Pero algo en sus siguientes palabras ya no le hizo tanta gracia, creía entender que su idea era darle dinero para que él viviera con ella y con el pequeño, ¿qué demonios significaba eso?
— No sé lo que quiero, ahora mismo solo sé lo que no quiero...— murmuró, muy bajo, volviendo a mirar al frente, por el lugar donde ya habían desaparecido — No quiero que ese pequeño pase hambre, Jules. No quiero que ninguno de los dos muera en la pobreza. — apretó los puños, consternado a más no poder. Y finalmente, cuando escuchó lo que el otro dijo, notó la sensación en su interior. Sus sentimientos estaban completamente revolucionados, tenía tantos diferentes que poder distinguir algo era complicado, y sin embargo de nuevo pudo saber lo que no quería, o en este caso, lo que no sentía — La amaba. — terminó por conceder, girándose despacio para ponerse frente a frente con él, mirándolo a los ojos con una chispa casi de fuego que nunca antes se habría visto en él — Me...me da igual qué tan estúpido pueda llegar a sonar, pero si aceptara estar con ella, sería por el bien del pequeño, para poder cuidarlos a ambos. Sin embargo, cuando estuviéramos a solas, dudo mucho que su piel o sus besos me hagan sentir nada, dudo que mi estómago se encoja como si lo estuvieran estrujando con fuerza...— agachó la cabeza, con los ojos ligeramente húmedos, mirando al suelo — Tú no lo entiendes, pero cada día que me despierto me noto vacío. Me levanto como lo habría hecho años atrás, sin embargo sé que me falta algo, tengo un agujero que no sé cómo llenar. Cuando empiezo a leer mi diario, cuando aparece tu nombre, siento calor en el pecho y en mis labios se forma una sonrisa. — bajó la voz prácticamente a un susurro que solo quedara entre ellos dos — ¿Cómo podría hacer feliz a una mujer y a un hijo si cada día del resto de mi vida sentiré que me falta lo más importante de mi vida?
¿Cómo iba a fingir ser feliz si mientras los tenía a los dos en frente él solo había deseado correr a esconderse en los brazos de Jules como un niño en las faldas de su madre? Puede que fuera algo egoísta, que solo estuviera pensando en él...pero...¿acaso ella no había dicho que si se quedaba con el niño podría volver con su marido? ¿No era esa una opción aceptable? Tal vez si hablaba con sus padres aceptarían ayudarlo, a criar a ese pequeñajo como si fuera hijo de ellos o algo así. Tenía que pensarlo, tenía que buscar la manera en la que nadie saliera herido, a ser posible él tampoco. ¿Tan malo era? No quería que Jules se alejase de él, pensar en perderlo hacía que la respiración se le acelerase y casi la perdiese. No entendía cómo era posible siendo prácticamente un desconocido, al menos para su parte consciente. No podía imaginar cómo habrían sido las cosas de haberlo conocido estando totalmente sano, definitivamente habría perdido la razón por él, si es que no la había perdido ya.
La voz de su amigo lo sacó de su pequeño ensimismamiento y casi lo agradeció. Despacio giró la cabeza hacia él, escuchando ese pequeño pero nada insignificante detalle. ¿Cómo debía haberse sentido el roedor ante esa situación? Puede que le hubiera removido recuerdos que habría preferido dejar enterrados. Y sin embargo, le estaba ofreciendo su ayuda, o eso era lo que podía entender, ¿para qué si no le diría que sus abuelos eran ricos? Pero algo en sus siguientes palabras ya no le hizo tanta gracia, creía entender que su idea era darle dinero para que él viviera con ella y con el pequeño, ¿qué demonios significaba eso?
— No sé lo que quiero, ahora mismo solo sé lo que no quiero...— murmuró, muy bajo, volviendo a mirar al frente, por el lugar donde ya habían desaparecido — No quiero que ese pequeño pase hambre, Jules. No quiero que ninguno de los dos muera en la pobreza. — apretó los puños, consternado a más no poder. Y finalmente, cuando escuchó lo que el otro dijo, notó la sensación en su interior. Sus sentimientos estaban completamente revolucionados, tenía tantos diferentes que poder distinguir algo era complicado, y sin embargo de nuevo pudo saber lo que no quería, o en este caso, lo que no sentía — La amaba. — terminó por conceder, girándose despacio para ponerse frente a frente con él, mirándolo a los ojos con una chispa casi de fuego que nunca antes se habría visto en él — Me...me da igual qué tan estúpido pueda llegar a sonar, pero si aceptara estar con ella, sería por el bien del pequeño, para poder cuidarlos a ambos. Sin embargo, cuando estuviéramos a solas, dudo mucho que su piel o sus besos me hagan sentir nada, dudo que mi estómago se encoja como si lo estuvieran estrujando con fuerza...— agachó la cabeza, con los ojos ligeramente húmedos, mirando al suelo — Tú no lo entiendes, pero cada día que me despierto me noto vacío. Me levanto como lo habría hecho años atrás, sin embargo sé que me falta algo, tengo un agujero que no sé cómo llenar. Cuando empiezo a leer mi diario, cuando aparece tu nombre, siento calor en el pecho y en mis labios se forma una sonrisa. — bajó la voz prácticamente a un susurro que solo quedara entre ellos dos — ¿Cómo podría hacer feliz a una mujer y a un hijo si cada día del resto de mi vida sentiré que me falta lo más importante de mi vida?
¿Cómo iba a fingir ser feliz si mientras los tenía a los dos en frente él solo había deseado correr a esconderse en los brazos de Jules como un niño en las faldas de su madre? Puede que fuera algo egoísta, que solo estuviera pensando en él...pero...¿acaso ella no había dicho que si se quedaba con el niño podría volver con su marido? ¿No era esa una opción aceptable? Tal vez si hablaba con sus padres aceptarían ayudarlo, a criar a ese pequeñajo como si fuera hijo de ellos o algo así. Tenía que pensarlo, tenía que buscar la manera en la que nadie saliera herido, a ser posible él tampoco. ¿Tan malo era? No quería que Jules se alejase de él, pensar en perderlo hacía que la respiración se le acelerase y casi la perdiese. No entendía cómo era posible siendo prácticamente un desconocido, al menos para su parte consciente. No podía imaginar cómo habrían sido las cosas de haberlo conocido estando totalmente sano, definitivamente habría perdido la razón por él, si es que no la había perdido ya.
François*- Prostituto Clase Baja
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Fecha de inscripción : 03/03/2013
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Re: • Cita a ciegas •
Se contuvo para no abrazar a François y buscó con la mirada un lugar un poco más apartado de la vista de la gente, pero al encontrarlo en una bocacalle contigua dudó si deberían ir. No estaba seguro de que demostrarle una vez más que la suya no era una relación de amistad a la usanza le convenía. Por una vez tenía en cuenta lo que debía hacer más que lo que deseaba, y ese sentimiento nuevo en su persona llegaba con cincuenta años de retraso. Si hubiera dado muestras de ese temperamento cuando sus abuelos le habían mandado al despacho del abogado que iba a ser su tutor podría haber salido adelante en un camino muy diferente al de ahora. Pero entonces tampoco habría conocido a Fran.
Lo tomó del codo y lo condujo hacia esa esquina poco transitada en la que se detuvo y lo soltó, mirándolo. No podía fingir que tenía respuestas cuando toda la vida había estado huyendo de ellas. - Quieres mantener al niño pero no la quieres a ella. - Resumió, plasmando en voz alta la idea que había creído percibir de las palabras del rubio hacía escasos minutos. - No la quieres a ella. - Repitió. El que llenaba ese hueco en el corazón del muchacho era él, era Jules, acababa de confesarlo. Sin poder reprimir una sonrisa rodeó con los brazos el cuerpo trémulo de el cortesano y lo estrechó contra su pecho, besándole el pelo y hundiendo la nariz en él. - Puedes criarlo. - Soñó sin pararse a meditar las consecuencias de dejarse llevar en ese arrebato de felicidad momentánea. - Pero si te quedas con tus padres tendrás que seguir trabajando como hasta ahora, y no puedes decirle a ese pequeño que su padre... - Bueno, era obvio. «Cielo, papi es puto» no quedaba precisamente como para estampar en las tarjetas de visita. - Tienes que retirarte, ve a vivir con él. Deja que la chica vuelva con su marido. - Volvió a posar los labios en el cabello dorado de François una vez más antes de respirar hondo como para tomar coraje. - Yo iré a Marsella. Puede que mi abuelo me eche de su casa como si fuera un perro, pero tengo que intentarlo. Si quisieran avalarme... - Sería difícil ganarse su confianza pero contaba con una baza: Jeròme. Su padre había sido igual que él con la salvedad de que él nunca jamás regresó, y tal vez su abuela no podría resistir dejar pasar la segunda oportunidad de reunirse con su nieto antes de morir. Oh Dios, esperaba que no hubieran muerto ya. ¿Cuánto tiempo había pasado? - Yo cuidaré de ti. - Le prometió corriendo un gran riesgo, pues no podía realmente asegurarle una cosa así. - Saldrás adelante Fran, no tienes ningún problema. Puedes hacerlo.
Les diría a sus abuelos que si no querían apiadarse de él lo hicieran al menos de su amigo, un joven que nada tenía que ver con sus desventuras pero que se veía en situación comprometida porque era viudo y tenía un niño a su cargo. Quizá no les importara nada a los Lombard, pero si mal no recordaba a pesar de ser estrictos sus parientes tenían buen corazón. ¿Cuánto podía haberse agriado con el paso el tiempo? - Cuidaré de ti. - Repitió.
Lo tomó del codo y lo condujo hacia esa esquina poco transitada en la que se detuvo y lo soltó, mirándolo. No podía fingir que tenía respuestas cuando toda la vida había estado huyendo de ellas. - Quieres mantener al niño pero no la quieres a ella. - Resumió, plasmando en voz alta la idea que había creído percibir de las palabras del rubio hacía escasos minutos. - No la quieres a ella. - Repitió. El que llenaba ese hueco en el corazón del muchacho era él, era Jules, acababa de confesarlo. Sin poder reprimir una sonrisa rodeó con los brazos el cuerpo trémulo de el cortesano y lo estrechó contra su pecho, besándole el pelo y hundiendo la nariz en él. - Puedes criarlo. - Soñó sin pararse a meditar las consecuencias de dejarse llevar en ese arrebato de felicidad momentánea. - Pero si te quedas con tus padres tendrás que seguir trabajando como hasta ahora, y no puedes decirle a ese pequeño que su padre... - Bueno, era obvio. «Cielo, papi es puto» no quedaba precisamente como para estampar en las tarjetas de visita. - Tienes que retirarte, ve a vivir con él. Deja que la chica vuelva con su marido. - Volvió a posar los labios en el cabello dorado de François una vez más antes de respirar hondo como para tomar coraje. - Yo iré a Marsella. Puede que mi abuelo me eche de su casa como si fuera un perro, pero tengo que intentarlo. Si quisieran avalarme... - Sería difícil ganarse su confianza pero contaba con una baza: Jeròme. Su padre había sido igual que él con la salvedad de que él nunca jamás regresó, y tal vez su abuela no podría resistir dejar pasar la segunda oportunidad de reunirse con su nieto antes de morir. Oh Dios, esperaba que no hubieran muerto ya. ¿Cuánto tiempo había pasado? - Yo cuidaré de ti. - Le prometió corriendo un gran riesgo, pues no podía realmente asegurarle una cosa así. - Saldrás adelante Fran, no tienes ningún problema. Puedes hacerlo.
Les diría a sus abuelos que si no querían apiadarse de él lo hicieran al menos de su amigo, un joven que nada tenía que ver con sus desventuras pero que se veía en situación comprometida porque era viudo y tenía un niño a su cargo. Quizá no les importara nada a los Lombard, pero si mal no recordaba a pesar de ser estrictos sus parientes tenían buen corazón. ¿Cuánto podía haberse agriado con el paso el tiempo? - Cuidaré de ti. - Repitió.
Jules L. Allamand- Cambiante Clase Alta
- Mensajes : 122
Fecha de inscripción : 03/03/2013
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