AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Ad orbis non veritas | Privado
En el mundo no hay verdad.
El movimiento en su residencia era inusual. No sólo recibía pocas visitas, lo que le había forjado una reputación de excéntrico entre los altos estratos de la sociedad, sino que pocas veces hacía tanto por una sola persona. Movió a toda su servidumbre para que todo fuera perfecto.
Hace días que había enviado la misiva. No esperaba recibir respuesta, en un pesimismo que era común en él, después de haber visto tantas cosas, sobre todo. El mundo colapsar y la gente ciega por poder, fanática por sus ídolos, las guerras y la peste consumirlo todo. Pero existían situaciones que lo mantenían de pie, pero sobre todo, cuerdo. Relativamente cuerdo, al menos. Y sentía con la pasión de escritor en el que se había convertido hace siglos, que ésta podía ser una de esas situaciones raras pero hermosas. Se sentía extrañamente esperanzado. Sabía que ahí, justo en ese sitio blando, podía yacer su error. Pero es que no sólo obtuvo respuesta, sino que fue favorable y a algo debía asirse en la vida para no hundirse en el océano frío de la soledad y la tristeza.
Sí, había hecho que todo fuera perfecto. Todo debía serlo, pero de algún modo, también luchó para que todo se sintiera casual. Debía ser de ese modo.
Su interés por la princesa de Inglaterra era meramente profesional. Curiosidad de autor, si se quiere, pero la joven le parecía una gema tan preciosa y rara, que debía tratarla con cuidado. Pero sabía, también, que seguramente estaría acostumbrada a todo eso y en ese aspecto quería destacarse. Conocía bien su papel, su lugar en la escalera social y aristocrática. Estaba por debajo de ella, jamás podrían ser iguales, pero si lograba reducir la sensación de esa verdad, ya era algo bueno.
Estuvo listo antes de la hora acordada. De noche, por conveniencia propia. Y se sentó en la amplia estancia que proseguía al recibidor. Esta casa era grande, pero no tan grande como la que dejó atrás en el condado.
Un sirviente se acercó. Había llegado. Se puso de pie y se dirigió a la puerta. Aguardó con inflando el pecho, recto como soldado y las manos entrelazadas en la espalda. Una vez que ella bajó de su carruaje, se giró y le dedicó una sonrisa cortés, aunque plagada de sinceridad. Hizo una pronunciada reverencia y la tomó de la mano.
—Su Majestad —la saludó, besando el dorso de su mano—. Tan hermosa como siempre — la soltó con suavidad y la condujo al interior—. Es un honor para mí y para todo el Imperio que haya aceptado mi invitación —se refería al Sacro Imperio Romano Germánico, desde luego. No perdía de vista quién era Mina Zwaan: la princesa del Reino de Inglaterra, nada más y nada menos.
Arribaron a la estancia. En cuanto dieron el primer paso, las notas de un piano empezaron a sonar. Ahí estaba el músico, listo para amenizar la velada.
—Espero que la música sea de su agrado —se sentía tenso, y eso le disgustaba. Vamos, no estés tan nervioso, se dijo—. Por aquí —luego la guio a una mesa lista para dos en un balcón, desde donde podían escuchar la música sin que resultara molesta. Unos sirvientes separaron las sillas para que pudieran sentarse—. Espero que la comida del sur de Baviera sea de su agrado —continuó, poco a poco se le notaba menos inquieto, más tranquilo en cambio—. Gracias por aceptar mi invitación —su voz, esta vez, fue suave, tímida incluso, desestendida de la formalidad anterior y la miró de tal modo que no sabía duda de lo cuán agradecido estaba con ella.
Baldric Purcell- Vampiro/Realeza
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Re: Ad orbis non veritas | Privado
"Es la naturaleza la que da la nobleza en la conducta;
pero la educación, con todo, enseña las reglas".
Pestañeando una vez cada tanto, los azulados orbes de la princesa se mantenían fijos sobre el traslucido cristal de la ventanilla del carruaje que le transportaba a la residencia donde se dirigía esa noche. Sin embargo poco, captaba la damisela de lo que sucedía a las afueras del vehículo, quizás, por simple falta de interés en ese preciso instante.
Con las manos apoyadas, una sobre otra encima de la abultada falda de tonos marfil que formaba parte de su delicado atuendo para aquella reunión, Mina respiraba serena y casi imperceptiblemente, como si finalmente tras un largo periodo de tiempo estuviese contenta de regalarse una velada donde solo se preocupase por un interés en particular; el suyo propio.
Es que últimamente la realidad solicitaba de la neerlandesa mucho más de lo que ella normalmente solía sobre exigirse. Y no es que Mina fuese de esas nobles que pueden tacharse fácilmente de haraganas, al contrario, las obligaciones atadas a los cargos que le fueron impuestos a lo largo de su corta vida siempre fueron tomados con un compromiso tal, que era la propia muchacha -con sus sueños y metas personales- la que siempre quedaba relegada al último lugar.
No obstante allí se encontraba, sobria y reluciente como siempre, pues así debía de ser. Aunque la angustia generada por no descubrir el paradero de su hermano le asfixiase. Aunque la soledad y la incomprensión de la época le agobiasen, allí se encontraba. Impecable, estática y lista para dar el próximo paso en la persecución de aquel deseo que jamás se borraría de su cabeza por más oscuridad que ataviase su mente y alma; el bienestar de las dos naciones -por las que a su personal modo- luchaba indeteniblemente; Los Países Bajos e Inglaterra.
Pero aquella noche se desenvolvería bajo los términos de una promesa secreta. Una en la que Mina permitiría darse el espacio para distención, para dejar sus atosigantes asuntos atrás y finalmente centrase en ella. Simplemente porque ésta así lo merecía también.
Recordaba al Conde, no mentiría. Sin embargo el cosquilleo de la curiosidad en la velada que le conoció no fue el suficiente como para haber querido saber más sobre él con premura. Y aunque así lo desease, jamás se hubiese atrevido. Mina tendía a ser más compleja de lo necesario en algunos asuntos…
Respondió la misiva amable y protocolarmente, como era de esperarse en ella. No obstante, la princesa era conocida por cumplir presencia más bien en eventos de índole política, artística y filantrópica. Las fiestas de sociedad no eran su mayor júbilo, aunque debía presentarse de vez en cuando en alguna, pues su título le obligaba. Y Mina jamás pondría mala cara ante el cumplimiento de un deber. Es que solamente su forma de obrar para con su pueblo se veía –a sus ojos- más productiva en festines que tratasen temas respectos a éste, que a los que se centraban en banalidades y apariencias.
En su interior, una sensación peculiar le hizo sonreír, quizás por ansiedad, tal vez por curiosidad. Pero había algo que indicaba que la velada sería distinta. Ojala que para bien.
Tras descender del carruaje y ser anunciada, le alegró secretamente ver una sonrisa en el rostro del Conde. Un pequeño detalle que podía dictaminar lo casual de la reunión. Una en donde la protocolaria seriedad no protagonizase la noche. Al igual que el señor Purcell, la princesa le dedicó una reverencia al noble, justo antes de ser tomado el dorso de una de sus manos por los labios del caballero – El placer también es mío su Honorablísima – respondió delicadamente aquella que parecía tener un porte más severo de lo que en verdad era, pues su forma de avanzar, de observar los alrededores y hasta de pronunciarse promovían lo contrario a lo que su a veces frío rostro proyectaba.
Percibió un cosquilleo en su interior al hacerse auditivamente con las primeras notas del piano. Nada como una melodía serena en la noche para bien acompañar un encuentro de dos.
Tomó asiento, agradeciendo con un asentimiento de su cabeza a los sirvientes que le proporcionaron las comodidades para ubicarse frente al Conde. Recién allí sus ocelos pudieron darse el gusto de vislumbrar fijamente al noble. Mina se deleitaba silenciosamente denotando las singularidades de cada rostro que le llamase la atención. Y el hombre delante sí le resultaba peculiar, distinto. Y eso causaba curiosidad y también un poco de confusión en la neerlandesa.
Basta experiencia en algunos campos… Demasiada candidez a la hora de explorar ciertos horizontes…
- No recuerdo con exactitud la última vez os vi, lo cierto es que poco he oído de vosotros en este tiempo. Es bueno saber que os encontráis saludable. Vuestro pueblo debe estar alegre de ello también – la sonrisa no era completamente evidente, más bien dejaba entrever las líneas donde los camanances de las mejillas de la princesa tomarían lugar si su sonrisa hubiese sido completa. Le avergonzaba parecer una dama de tomar confianzas velozmente. Y aunque la idea fuese relajarse –gusto que ambos podían darse en aquella instancia- quizás él no se olvidase que ella era Princesa, ni ella que él era Conde. Bendita protocolaria.
Mina Zwaan- Realeza Neerlandesa
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Re: Ad orbis non veritas | Privado
Había algo en la princesa que en las escasas ocasiones que se habían visto había llamado su atención, y lo seguía haciendo con poderoso afán. Desde luego, no sabía el qué. Pero era precisamente eso lo que buscaba descubrir. Mina Zwaan, princesa de Inglaterra por conveniencias políticas, a las que no era ajeno, le parecía una dama encantadora, como cualquiera que ocupara su lugar, pero detrás de ese velo de perfección, parecía alguien con algo que contar y eso era lo que verdaderamente le interesaba. Porque Baldric, bajo cualquier nombre que hubiera adoptado en el pasado, era un tipo interesado en eso, en los relatos y las palabras. En los secretos, en los detalles. Guardaba todo como si se tratara de un cofre y algún día alguien descubriría el tesoro secreto ahí preservado por siglos.
Alzó el rostro con sonrisa afable. El nerviosismo inicial seguía ahí como molesto insecto que zumba cerca de los oídos, simplemente le era imposible separar el portento de título que poseía la joven dama, pero como se había dicho, quería brindar un aire de normalidad a la situación. Se conocía, sabía que era capaz de tal empresa y no parecía que la mujer fuera a ponerle trabas.
—Pero yo lo recuerdo perfectamente —se llevó una mano al pecho, no mentía—. Lo mismo puedo decir, sin embargo. Saberla saludable desde la última vez que nos vimos. No importa que usted no lo recuerde con claridad, fue hace tiempo; aunque me alegra que me recuerde al menos lo suficiente como para haber aceptado esta invitación. De una vez pido una disculpa por el atrevimiento —pausó, pero en ningún momento dejó de sonar no sólo calmado, sino tranquilizador; era un buen conversador que a veces pecaba de demasiado taciturno, era todo—. Creo que fuimos interrumpidos justo en el instante que nuestra conversación iba a ponerse interesante; aquella vez, quiero decir y me gustaría poder retomarla —no iba a hablarle con rodeos, eso no quería decir que fuera a ser directo con las palabras. Abordaba el tema que le interesaba desde ya, eso era todo.
Pero sus palabras parecieron premonitorias. Antes de poder continuar, una cuadrilla de mayordomos arribó al lugar con la cena. Dentro de la casa y hasta el balcón, las notas del piano seguían amenizando la velada como si quisieran hacer danzar a las estrellas. Baldric se calló al momento que su servidumbre hizo aparición, sólo musitó un «gracias» educado cuando cumplieron con su trabajo. Los siguió con la mirada hasta que desaparecieron de su vista. Giró el rostro una vez más en dirección a la princesa y alzó ambas cejas.
—Nuestro destino es ser interrumpidos —bromeó. Tampoco es que estuvieran decidiendo el destino de las naciones de toda Europa en ese preciso instante. Después de todo, él no era más que el Conde de una región más bien rural del imperio. Hubiera creído que la amante que indirectamente le dio ese puesto, tendría miras mucho más altas. Aunque le sentaba bien la tranquilidad de la región de Werdenfels; le daba tiempo para seguir con su escritura que precisamente era lo que lo tenía ahí, en una reunión con la princesa de Inglaterra, ni más, ni menos.
—¿Puedo preguntarle algo, Su Majestad? Puede no contestarme si cree que me estoy metiendo demasiado donde no me llaman —se calló y la miró inquisitivo, aunque su gesto seguía siendo amable. No quería asustarla, aunque su título fuera menor, en años la rebasaba, ya ni decir en las centurias reales que cargaba a cuestas. Suspiró quedamente y continuó cuando lo creyó prudente—: ¿Cómo se toman en Inglaterra a alguien extranjera en su corte? No debe… no debe ser fácil —sobre todo si consideraba el lugar que estaba tomando en la escalera.
Su cuestionamiento venía a raíz de sus propios miedos. El temor latente, presente, inamovible de sentirse observado, cada mínimo detalle, cada cosa que hiciera o dijera o dejara de hacer o decir. Era claro que sus historias eran distintas, pero algo de claridad podría ofrecerle ella. Además, estaba la parte que le causaba más curiosidad, cómo podía mantenerse tan… perfecta todo el tiempo. Incluso ahí, frente a él. Aunque desde luego, ella poco o nada sabía que Baldric no iba a juzgarla y toda ese elegancia parecían inmanente a su persona.
Y era eso, precisamente, el mayor impulsor de su relativa insistencia por volver a encontrarla. Ahora solos, en un ambiente más controlado.
Alzó el rostro con sonrisa afable. El nerviosismo inicial seguía ahí como molesto insecto que zumba cerca de los oídos, simplemente le era imposible separar el portento de título que poseía la joven dama, pero como se había dicho, quería brindar un aire de normalidad a la situación. Se conocía, sabía que era capaz de tal empresa y no parecía que la mujer fuera a ponerle trabas.
—Pero yo lo recuerdo perfectamente —se llevó una mano al pecho, no mentía—. Lo mismo puedo decir, sin embargo. Saberla saludable desde la última vez que nos vimos. No importa que usted no lo recuerde con claridad, fue hace tiempo; aunque me alegra que me recuerde al menos lo suficiente como para haber aceptado esta invitación. De una vez pido una disculpa por el atrevimiento —pausó, pero en ningún momento dejó de sonar no sólo calmado, sino tranquilizador; era un buen conversador que a veces pecaba de demasiado taciturno, era todo—. Creo que fuimos interrumpidos justo en el instante que nuestra conversación iba a ponerse interesante; aquella vez, quiero decir y me gustaría poder retomarla —no iba a hablarle con rodeos, eso no quería decir que fuera a ser directo con las palabras. Abordaba el tema que le interesaba desde ya, eso era todo.
Pero sus palabras parecieron premonitorias. Antes de poder continuar, una cuadrilla de mayordomos arribó al lugar con la cena. Dentro de la casa y hasta el balcón, las notas del piano seguían amenizando la velada como si quisieran hacer danzar a las estrellas. Baldric se calló al momento que su servidumbre hizo aparición, sólo musitó un «gracias» educado cuando cumplieron con su trabajo. Los siguió con la mirada hasta que desaparecieron de su vista. Giró el rostro una vez más en dirección a la princesa y alzó ambas cejas.
—Nuestro destino es ser interrumpidos —bromeó. Tampoco es que estuvieran decidiendo el destino de las naciones de toda Europa en ese preciso instante. Después de todo, él no era más que el Conde de una región más bien rural del imperio. Hubiera creído que la amante que indirectamente le dio ese puesto, tendría miras mucho más altas. Aunque le sentaba bien la tranquilidad de la región de Werdenfels; le daba tiempo para seguir con su escritura que precisamente era lo que lo tenía ahí, en una reunión con la princesa de Inglaterra, ni más, ni menos.
—¿Puedo preguntarle algo, Su Majestad? Puede no contestarme si cree que me estoy metiendo demasiado donde no me llaman —se calló y la miró inquisitivo, aunque su gesto seguía siendo amable. No quería asustarla, aunque su título fuera menor, en años la rebasaba, ya ni decir en las centurias reales que cargaba a cuestas. Suspiró quedamente y continuó cuando lo creyó prudente—: ¿Cómo se toman en Inglaterra a alguien extranjera en su corte? No debe… no debe ser fácil —sobre todo si consideraba el lugar que estaba tomando en la escalera.
Su cuestionamiento venía a raíz de sus propios miedos. El temor latente, presente, inamovible de sentirse observado, cada mínimo detalle, cada cosa que hiciera o dijera o dejara de hacer o decir. Era claro que sus historias eran distintas, pero algo de claridad podría ofrecerle ella. Además, estaba la parte que le causaba más curiosidad, cómo podía mantenerse tan… perfecta todo el tiempo. Incluso ahí, frente a él. Aunque desde luego, ella poco o nada sabía que Baldric no iba a juzgarla y toda ese elegancia parecían inmanente a su persona.
Y era eso, precisamente, el mayor impulsor de su relativa insistencia por volver a encontrarla. Ahora solos, en un ambiente más controlado.
Última edición por Baldric Purcell el Miér Nov 05, 2014 8:48 pm, editado 1 vez
Baldric Purcell- Vampiro/Realeza
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Re: Ad orbis non veritas | Privado
Incomodar a la Princesa era una acción bastante compleja de lograr. Quizás porque la neerlandesa pocas veces se daba el gusto de sentirse aludida por aquellas conversaciones que le mencionaban directa o indirectamente. Y no era precisamente que Mina gustase de evadir asuntos que pudiesen dejarle mal parada, al contrario, la rubia damisela había optado por responder a todo aquello que le pareciese meritorio de responder. Tampoco todo se trataba de una cuestión ególatra y subjetiva de decir “esto me parece relevante y aquello no” sino que la voluntad de evitar confrontaciones innecesarias prevalecía sobre el interés o no que la Princesa tuviese en esclarecer dichos sobre su persona. Después de todo, las personas siempre van a hablar. Sean sus respuestas aclaradas o no. Y para generar una confrontación, un debate o una guerra, siempre serian necesarios mas de uno. Y ella no conformaría parte de nada de eso.
Agradeció a la servidumbre con una sonrisa y un gesto de su cabeza por la atención brindada y mientras observaba el variado colorido de los diferentes platos que se posaron a su alrededor hasta sonrió por la suspicacia del Conde, más luego solo se permitió tomar una de las copas frente a sí para beber un poco de agua, quizás para esclarecer su garganta y también sus pensamientos tras la precisa interrogativa que el caballero impartió después.
Le miró fijamente a los ojos, elevando levemente su mentón, como si las palabras a esbozar en ese instante requiriesen de un énfasis mayor al de cualquier otras.
- Las reacciones son varias Honorablísima, pero he de asegurarle que todas concuerdan en que una intrusa siempre tendrá en su interior más de enemiga que de aliada – bajo la mirada y apenas se dio espacio para sonreír, aquella idea despertaba en ella tanto gracia como pena. Posó sus azulados ojos nuevamente en el dueño de casa, sentado al otro lado de la mesa – No habrá martirio peor que el vivido por mis padres, exiliados de su propia tierra, así que puede imaginarse que para mí no es molestia alguna ser la Princesa de una nación ajena a la mía... – sus palabras parecían impregnadas de melancolía en ese fugaz momento en que menciono a sus progenitores, más tras una leve pausa, prosiguió normalmente - ...el bienestar de los Países Bajos me implicó ser coronada en tierras extranjeras, alejada del cariño de mi pueblo y enfrentada a la ira de otro casi desconocido. Pero heme hoy aquí, luchando día a día para alcanzar la recompensa de ser apreciada por dos tierras que después de tantas guerras, no tienen tanto de diferentes, Monsieur – y es que así lo creía y sentía ella. Más allá de las adversidades, de la falta de confianza y de la abundancia de malicia, Mina Zwaan había generado en su corazón dos espacios exactamente iguales uno al otro, esos que ocuparían las dos naciones por las que ahora debía de representar en cuerpo y alma: Holanda e Inglaterra.
Sabía que podía ahondar mucho más en el tema, pero lo que desconocía era el interés del Conde precisamente en ese asunto. Posiblemente él había escuchado o no lo que sus mente requería saber. Aunque Mina no podía asegurar eso con firmeza. Si algún detalle había sido salteado, si alguna espina aún no había sido arrebatada de la curiosidad ajena, se haría saber, eso era claro. No veía al caballero como alguien inundado en dudas, sino más bien como a un buscador de la claridad. Intuición femenina se dijo a sí misma la rubia, para excusar tal suposición de la personalidad ajena.
Miró los cubiertos plateados, más no tocaría bocado hasta que el Conde lo hiciese. Protocolos y respetos de la Princesa para con los anfitriones de eventos a los que asistía. Y aunque aquella fuese una cena de dos, la regla no se quebrantaría. Así de rigurosa era la neerlandesa a veces.
- Por las instalaciones donde reside, gustaría decir que París le retiene por algo más que meros deberes diplomáticos. Más si mis deducciones son erróneas es todo su deber el aclarar mis ideas, Conde – la curiosidad comenzó a aflorar de su piel por el recuerdo de aquella promesa a si misma sobre distenderse, por salir levemente de la norma por una noche. Por lo visto al llamativo hombre no le incomodaría tal cosa, o lo que es mejor, no vería tales actos como aberraciones a los títulos que ambos portaban.
Así que sin más, la Princesa esperaba una afirmación, una negación o quizás todo un relato sobre algo que no estuviese relacionado con acuerdos, tratados y obligaciones.
Mina Zwaan- Realeza Neerlandesa
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Re: Ad orbis non veritas | Privado
Sonrió casi imperceptible al notar el gesto que la princesa adoptaba a punto de responderle. Él mismo alzó ligeramente el mentón, aunque su actitud fue más apocada. Era casi como si esperara algo, una lluvia de estrellas o la danza de las aves migratorias, con esa expectación la observó, sus ojos se llenaron de un anhelo desconocido y del que no fue concierte. Es que sintió, en ese sencillo movimiento de ella, después imitado por él, que lograba ver a la verdadera Mina Zwaan, a la que le interesaba conocer. Su sonrisa terminó por ser más abierta una vez que la escuchó responder y asintió levemente como tratando de acomodar las palabras dentro de su cabeza con ese movimiento de vaivén.
—Es muy joven para ser tan sabia. Pero conozco hombres que le triplican la edad que no ven más allá de sus narices. Quizá no es cosa de años, ¿cierto? Disculpe el entusiasmo y voy a sonar como un anciano, pero me brinda… ¿cómo decirlo? Cierta esperanza escuchar a alguien de su juventud y posición pensar con tanta claridad —Ese pequeño fragmento de verdad tocó una fibra especialmente sensible en su interior. Al pasar los años, las décadas y los siglos, Baldric, bajo cualquier nombre que lo cobijara, sólo veía el deterioro progresivo de una humanidad por la que él se había sacrificado, junto a su maestro —el primero— y sí, eso calaba hondo, golpeaba la moral y luego existían personas como Mina Zwaan, que le daban a entender que no todo estaba perdido y que tal vez, sólo tal vez, todo había valido la pena.
También comprendió el pesar que significa el exilio. Él era un exiliado eterno. A veces se preguntaba si su castigo era ese, si Vinicius, su maestro —el segundo— no había sido un enviado de Dios para terminar de condenarlo. Llenó los pulmones con aire y ensanchó la caja torácica para luego soltarlo en forma de suspiro. Al fin tomó el cubierto correspondiente para iniciar la cena, era su deber con anfitrión.
—Espero que el sabor del sur del Imperio sea de su agrado —era broma y lo dijo con esa intención, el Sacro Imperio Romano Germánico no se caracterizaba por su gran tradición culinaria, excepto en algunos postres, pero esos eran especialidad de Baviera; y el chocolate y la cerveza, aunque esos no se podían considerar manjares muy sofisticados. De todos modos, confiaba en la habilidad de sus cocineros para hacer resaltar los sabores campestres del condado.
Se detuvo un momento en su labor de comer, todo era una falacia para él, en todo caso. Comer no era una de sus necesidades, pero qué se suponía que hiciera si la había invitado a cenar. Fingir y nada más. Sabía, había aprendido con los años, que algunos de los más grandes negocios y algunas de las alianzas más importantes se había firmado en una cena, porque la comida tenía este poder para unir a las personas, por eso era importante que fuera así. Él no quería sellar ningún negocio y ni forjar ninguna alianza, sólo quería escuchar lo que la princesa de Inglaterra tuviera que decir. Qué podía contarle; estaba intrigado.
—Tiene razón —contestó y aceptó—. Por probabilidad yo no debía ser conde, siempre me interesé en las letras y a pesar de este nuevo puesto con el que lidio y trato de hacer lo mejor, nunca me he dejado de interesar en esa disciplina. ¿Qué tiene París que atrae a los artistas? No lo sé, pero es un poderoso imán, y eso es lo que me tiene aquí, tratando de seguir escribiendo sin descuidar el condado —«por probabilidad» había dicho, vaya elección de palabras. Claro que no iba a contarle la verdad sobre cómo llegó a ser Conde y la verdad, era lo menos importante en su respuesta—. ¿Puedo hacer la misma pregunta? París tiene su encanto, pero Londres es un centro de ebullición considerable también. ¿Política o simple deseo de no estar en el fuego cruzado? A veces estamos en sitios que parecen ajenos a nuestros lugares de origen por razones muy poderosas y que no comprendemos —Y dio un nuevo bocado a la comida, porque no debía olvidar su mentira. Mentalmente le agradeció la pregunta, porque le dio pie para poder revirarla y conocer algo más de ella.
—Es muy joven para ser tan sabia. Pero conozco hombres que le triplican la edad que no ven más allá de sus narices. Quizá no es cosa de años, ¿cierto? Disculpe el entusiasmo y voy a sonar como un anciano, pero me brinda… ¿cómo decirlo? Cierta esperanza escuchar a alguien de su juventud y posición pensar con tanta claridad —Ese pequeño fragmento de verdad tocó una fibra especialmente sensible en su interior. Al pasar los años, las décadas y los siglos, Baldric, bajo cualquier nombre que lo cobijara, sólo veía el deterioro progresivo de una humanidad por la que él se había sacrificado, junto a su maestro —el primero— y sí, eso calaba hondo, golpeaba la moral y luego existían personas como Mina Zwaan, que le daban a entender que no todo estaba perdido y que tal vez, sólo tal vez, todo había valido la pena.
También comprendió el pesar que significa el exilio. Él era un exiliado eterno. A veces se preguntaba si su castigo era ese, si Vinicius, su maestro —el segundo— no había sido un enviado de Dios para terminar de condenarlo. Llenó los pulmones con aire y ensanchó la caja torácica para luego soltarlo en forma de suspiro. Al fin tomó el cubierto correspondiente para iniciar la cena, era su deber con anfitrión.
—Espero que el sabor del sur del Imperio sea de su agrado —era broma y lo dijo con esa intención, el Sacro Imperio Romano Germánico no se caracterizaba por su gran tradición culinaria, excepto en algunos postres, pero esos eran especialidad de Baviera; y el chocolate y la cerveza, aunque esos no se podían considerar manjares muy sofisticados. De todos modos, confiaba en la habilidad de sus cocineros para hacer resaltar los sabores campestres del condado.
Se detuvo un momento en su labor de comer, todo era una falacia para él, en todo caso. Comer no era una de sus necesidades, pero qué se suponía que hiciera si la había invitado a cenar. Fingir y nada más. Sabía, había aprendido con los años, que algunos de los más grandes negocios y algunas de las alianzas más importantes se había firmado en una cena, porque la comida tenía este poder para unir a las personas, por eso era importante que fuera así. Él no quería sellar ningún negocio y ni forjar ninguna alianza, sólo quería escuchar lo que la princesa de Inglaterra tuviera que decir. Qué podía contarle; estaba intrigado.
—Tiene razón —contestó y aceptó—. Por probabilidad yo no debía ser conde, siempre me interesé en las letras y a pesar de este nuevo puesto con el que lidio y trato de hacer lo mejor, nunca me he dejado de interesar en esa disciplina. ¿Qué tiene París que atrae a los artistas? No lo sé, pero es un poderoso imán, y eso es lo que me tiene aquí, tratando de seguir escribiendo sin descuidar el condado —«por probabilidad» había dicho, vaya elección de palabras. Claro que no iba a contarle la verdad sobre cómo llegó a ser Conde y la verdad, era lo menos importante en su respuesta—. ¿Puedo hacer la misma pregunta? París tiene su encanto, pero Londres es un centro de ebullición considerable también. ¿Política o simple deseo de no estar en el fuego cruzado? A veces estamos en sitios que parecen ajenos a nuestros lugares de origen por razones muy poderosas y que no comprendemos —Y dio un nuevo bocado a la comida, porque no debía olvidar su mentira. Mentalmente le agradeció la pregunta, porque le dio pie para poder revirarla y conocer algo más de ella.
Baldric Purcell- Vampiro/Realeza
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