AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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In vino veritas | Privado
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In vino veritas | Privado
"El día que leí que el alcohol era
malo para la salud... dejé de leer."
malo para la salud... dejé de leer."
- ¡Póngame otra, mesero! –sentenció el vampiro.
Christopher Marlowe bebía. Bebía sin parar. No era del todo culpa suya, pues la vida no le había tratado tan bien como a él le hubiera gustado y aunque la sangre era su néctar predilecto, no desechaba otros líquidos. Parte de esta culpa recaía también sobre el Cardenal de La Rive, fanático de los buenos vinos y las grandes juergas orgiásticas, que animaba al chupasangre a disfrutar de veladas donde el alcohol era casi invitado de honor.
Una tras otra, se bebía la noche esperando a que ésta finalizara. Algo bastante triste para un ser que vive de sombras y brumas nocturnas, pero ya eran muchos años, los suficientes para poder desperdiciar las noches que quisiera. ¿Cuántas más podría vivir? ¿infinitas?
París no estaba siendo muy distinto de Londres. Los mismos seres sobrenaturales camuflándose entre la población, las mismas prostitutas gordas en tabernas como aquella, viejos desdentados y rojos como tomates que pasaban el rato molestando a las camareras jóvenes en lugar de compartir el lecho de sus mujeres –tan gordas como las prostitutas anteriores, todo hay que decirlo-, jovenzuelos comenzando a sentir el cosquilleo de la pubertad en sus entrepiernas, y los peores… hombres de cartas, hombres de juergas, de gritos, de trifulcas. Marlowe era de esos otros. De los que escaseaban. Misterioso, bien vestido, despreciando todo lo que le rodeaba y creyéndose superior. Y por supuesto, cuando digo que era de esos, quiero decir que le gustaría haber podido ser de esos. Por desgracia prefería armar un buen escándalo de vez en cuando y romper alguna que otra silla.
El alcohol nunca fue un buen amigo. No tenía reparos en mentir al escritor cuando se acercaba una mujer de dudosa beldad, convencía al dramaturgo para paladear de forma escandalosa frases hirientes a cualquiera que en condiciones normales nunca diría –bueno, nunca nunca…-, pero Marlowe siempre había sido alguien muy manipulable. Por los hombres que amaba, por las mujeres que besaba y sobre todo por ese amigo suyo que vestía honorablemente el burdeos, aquel ante el que solía rezar –a modo de burla, desde luego- y siempre en contacto con Dios… me refiero al vino, claro está. Presente en más de un pasaje de la Biblia y en más de una bodega de algún que otro clérigo descarriado.
Llegados a cierto punto, dentro de la embriaguez del vampiro, Marlowe ya no estaba seguro siquiera de lo que acontecía a su alrededor. Durante un instante creyó oír su nombre –uno de los muchos que solía utilizar- e intentó agudizar el oído lo más que pudo, captando así al impresentable que estaba despotricando sobre él –o no, realmente el pobre escritor no sabía ni lo que oía ni lo que hacía-.
- ¡Eh, tú! ¿Qué acabas de decir? –pronunciando vagamente cada palabra, como si acabara de despertarse o estuviera a punto de caerse de sueño en plena tasca- ¿Sabes? A lo mejor deberías lavarte la boca antes de hablar de mí. No, te lo digo en serio, te huele bastante mal. ¿No pensáis lo mismo chicos? ¿Cómo lo aguantáis?
Christopher Marlowe- Vampiro Clase Alta
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Re: In vino veritas | Privado
“Jugarretas de vino y mal gusto”
Se me daba bien salir con aquellos a los que les quería sacar dinero. Sin duda, de actor tenía mucho y por eso constantemente estaba rodeado de gente, quizá hombres que querían lo mismo que yo. Pero en esa circunstancia no era lo de siempre. Me había reunido con colegas que conocía desde que mi madre me había amamantado. Habían estado cuando ésta había muerto e incluso más de uno sabía de la “enfermedad” que padecía. Claro que estaban al tanto de que caía en dolores de vez en vez y por eso era imposible encontrarme cuando así dictaminaban mis sirvientes. Obviaban lo de mi humanidad peluda y despreciable que estaba ligada a mi alma. Como fuese, me encontraba extrañamente relajado, con la espalda toscamente tirada sobre el respaldar; con un vaso grueso y pesado en la mano. Lleno de vaporosa cerveza rosada. Me gustaba eso, también los vinos, el whisky, en realidad, ¿qué es lo que no me gustaba de beber? Sin duda no había algo como eso. Por el contrario, amaba el sabor a quemazón en lo profundo de mi estómago, arañándome por dentro como así me gustaría que fuese por fuera. La única suerte es que debían pasar varios vasos para que empezara a delirar e intentaba jamás llegar a eso. Podía ocasionar muchos desastres con solo una escapada de lengua. Ya que aunque estaba con personas de mi agrado, tenía secretos que con nadie debía divulgar, más de uno podrían llevarme a la bancarrota.
La conversación asiduamente comenzaba con mujeres, con cual uno se había acostado o con cual no. Algunos ya tenían esposas, pero eso no importaba en la época en la que vivíamos. Nadie se casaba por amor, incluso yo tampoco lo haría cuando llegara el momento. Siempre era lo mismo, luego se vivía a amantes. Algunas hermosas y otras, simples hoyos para reemplazar el que tienen a disposición. Luego iban por política, despotricando a la actual reina, porque los rumores corrían y se decía que era una prostituta de burdel y que ahora tenía un amante. Y luego al rey que no era más que un niño intentando gobernar la tierra con más economía del mundo. Ninguna de esas cosas me importaba, pero pronto iba a encontrarme con mi tópico principal. Hacía no demasiado tiempo había terminado de leer uno de los manuscritos de Charles Murdock, escritor que en su momento me había parecido interesante. Pero que con los años había decaído y solo parecía un burdo hombre con ganas de sacar provecho de admiradores. — Es patético. No entiendo por qué siguen escribiendo cuando ya se sabe que están viejos y no les funciona el cerebro. — Mascullé en lo que bebía tranquilamente, escuchando las risas a mi alrededor, ellos mismos hablaban de cómo había declinado luego de su obra más espectacular. Me gustaban las ficciones y si algo no escaseaba en mi casa eran los muchos ejemplares de diferentes tipos de autores. Claro que tenía preferencias con las novelas de algunos autores, éste último había sido un gran descubrimiento para mí. Pero si última manera de escribir, tan alevosa y poco estudiada había acabado con mi emoción.
— ¿Eh? ¿Quién está hablando de usted? Tss… Este tipo está ebrio. — Escuché el bombardeo de malas palabras desde mi asiento, el silencio se promulgó por unos segundos. Mis compañeros lo miraron y no pasó demasiado tiempo cuando me di cuenta de su sobrenaturalidad. ¿Un vampiro? ¿Podía ser entonces aquel tipo el verdadero escritor? Una risa estrafalaria se me escapó, mientras terminaba las últimas gotas de mi vaso y lo dejaba toscamente en un costado para levantarme bruto y sin vergüenza. La risa de los demás hacia mi persona estaba haciéndose presente y un odio descomunal se alarmó en mis ojos. Sí había algo que detestaba es que me hicieran pasar vergüenza. Y no se hizo esperar aquel que gritaba blasfemias en mi contra sin siquiera conocerme. — Ya veo porque sentía olor a mierda en este lugar. Te confundes, no soy yo. Los muertos tienen que estar bajo tierra y los que no saben escribir también. Charles Murdock tiene más de ochenta años según se sabe. ¿O no te diste cuenta? — Si había algún tipo de cazador de sobrehumanos en ese lugar, probablemente estábamos muertos. Pero en mi cuerpo, una densidad alcohólica estaba anulando el filtro en mi garganta. Estiré entonces mi cuello, haciéndolo crujir de manera gustosa en lo que me acerqué con el recipiente colgando de los dedos, dirigiéndome a la barra que estaba justo detrás del hombre que siquiera podía articular correctamente las palabras. — Muévete o te voy a lavar la boca a ti. Que eres el que no se aguanta en este lugar. — No faltaron muchas frases más para que la mitad de la taberna se levantara, parecía que habíamos despertado al demonio y empezaría una pelea como todas esas que había visto a la salida de mis reuniones, violentas, ensangrentadas y descomunales. — ¿Te crees la gran cosa porque escribes basura que se vende? —
Theodore Morandé- Licántropo Clase Alta
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Re: In vino veritas | Privado
Los años pasaban y no en balde. Hasta para un ser de las tinieblas, las lunas se sucedían una tras otra sin prometer nada nuevo, nada bueno. Un escritor sabe de sobra cuando su pluma se queda sin tinta y Christopher Marlowe, poco a poco, comenzaba a despreciar aquel mundo que sólo le ofrecía ideas machacadas de libros anteriores, historias inocuas, pensamientos vacíos para sus personajes. Desde luego que Morandé tenía razón. Le había calado sin lugar a dudas, y eso ponía furioso al escritor.
Charles Murdock –el pseudónimo que utilizaba por entonces- había entrado por la puerta grande y sin embargo, con el tiempo, había perdido todo aquello que había conseguido enamorar a sus primeros lectores -incluso a aquellos que le seguían de siglo en siglo- , para prostituir su intelecto y su prosa a cambio de más y más francos. ¿Él mismo se había cavado su propia tumba –irónico, por otro lado-? Sí, pero no sería una gran carga hasta que el resto de lectores comenzaran a darse cuenta. Por desgracia, ese momento parecía haber llegado y eso le ponía furioso. Esperaba poder llenarse los bolsillos durante unos cuantos meses más hasta que se le encendiera esa chispa de la cual no parecía haber rastro.
- ¿Qué sucede? ¿No estamos disfrutando de un sexteto cervecil entre amigos? ¿No puedo unirme a la conversación, dar mi opinión sobre EL GENIO que es Christ… Charles Murdock? ¿O sólo puedes hablar tú de él? Parece que le conoces mucho. ¿No os habréis acostado y él no se acuerda –preguntó no sólo bromeando, sino dudando de si aquello sería verdad, pues no hubiera sido la primera vez. Ni la última-?
Poco después se percató de que había pocas posibilidades de haber compartido lecho en el pasado con aquel hombre. Básicamente porque no era un hombre, sino un licántropo. Aquello era algo a lo que Marlowe no daba mayor importancia, pero sí las generaciones de licántropos y vampiros que habían estado siempre enfrentados. Unos estúpidos, en realidad. Pudiendo unir sus fuerzas, doblegar y alimentarse de todos aquellos pobres humanos indefensos cuando les viniera en gana.
- Wowowo… ¿es que no somos todos iguales aquí? –preguntó abriendo sus brazos, señalando al resto de bebedores habituales-. Encima de deslenguado, ¿me juzgas también por mi condición de vampiro? Esperaba encontrarme con alguien que fuera bueno, ya sabes, algo tonto. Sin embargo, tanto tanto, no.
Charles Murdock tiene más de ochenta años según se sabe. ¿O no te diste cuenta? ¿Darse cuenta? Comenzaba a sonreír sin percatarse. Por supuesto que se había dado cuenta. Había vivido cada año, cada día de esos ochenta años y del resto que la gente solía ignorar que tenía. Su sonrisa, no obstante, no era únicamente por aquel pequeño detalle. Ante él se encontraba un admirador. Uno no muy inteligente, pero bueno, era un admirador al fin y al cabo. Una de esas pequeñas criaturitas que hacía rico al vampiro. Irónico, cuando su aversión hacia ellos era tan desmesurada.
- ¿Yo? ¿Escribir? ¿Por quién me has tomado? No soy más que un simple profesor de literatura –llevando sus manos a su propia chaqueta, colocando las solapas de ésta a la perfección, demostrando hasta que punto puede uno fingir una vanidad y una dignidad que no posee mediante el vestuario adecuado-. Aunque, que demonios. A lo mejor tienes tú razón. A lo mejor un –mirándolo de arriba abajo-… ¿mesero? No sé, no sé lo que eres. En fin. A lo mejor alguien como tú sabe más sobre libros que un profesor de literatura.
No perdía nada mintiendo. No conocía –o al menos no creía conocer- a aquel tipo y probablemente nunca volvería a verle. Era tan tentador. Abría su boca y todo lo que salía de ella era tan meticulosamente pensado para ocultar la verdad como lo era su vestuario, que perfectamente podía ser el de un profesor de literatura. Al fin y al cabo, ¿no es requisito indispensable, poseer alguna clase de locura para dedicarte a la docencia y más en ese campo?
Christopher Marlowe- Vampiro Clase Alta
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Re: In vino veritas | Privado
Un suspiro se me dejó escapar, como un rechinar de lobo escondido entre mi cuerpo, la voz del hombre era tan altiva, tan molesta y tan soberanamente sobradora que me hubiese gustado golpearlo de una vez, dejar salir esa furia que me caracterizaba en los barrios bajos, allí donde las energías de depredador salían en forma de peleas callejeras. Hasta el momento, jamás había dejado que los demás “amigos” que tenía, vieran la manera de luchar que podía llegar a tener; por el contrario, me hacía ver como un pulcro de clase alta, sin siquiera una gota de sobrenaturalidad. Pero el inmortal estaba empezando a picotear mi cabeza. ¿Un genio Charles Murdock? ¿De verdad estábamos hablando del mismo que en su último libro había escrito palabras vacías y sin sentimientos? Siquiera la trama había sido llamativa, puesto que dos años atrás me había tocado leer algo similar que había calado hasta mis huesos de la emoción. La lectura era una de las pocas cosas que me convencía de mi reticente humanidad; ya que los negocios familiares no eran para nada algo de seres vivos, se trataban con desprecio y entre más se podía hundir al otro más arriba es que uno escalaba. Y cuando no era eso, eran las citas pre hechas con mujeres pomposas y huecas que solo querían tener un anillo de diamantes y rubíes en el dedo. Y él era en donde poco a poco me había escondido y ahora salía con esa basura, obviamente se notaba que quería sacar dinero y nada más. Quizá los rumores eran verdaderos y aquel escritor era un ebrio testarudo, con mucho ego para ser real.
— ¿Acaso tú lo conoces más que yo? ¿Te has acostado con él que alegas esa clase de suposiciones? No me interesa hablar con un inepto con olor a alcohol. — Bisbiseé contra aquel cuerpo ajeno, casi chocándolo pues irónicamente estaba en mi paso y sus gritos torpes e insensatos me exasperaban. Si él quería sacarme de quicio lo estaba logrando. ¿De qué se trataba todo aquel acto insolente de él dando a conocer su miserable naturaleza? ¿Era quizá uno de esos estúpidos vampiros vanidosos que por falta de sangre en el cuerpo y con demasiado porcentaje de alcohol, terminaban por hacer locuras? Chasqueé los dientes y empujé su cuerpo a un lado, pidiendo de manera tosca otra cerveza. Aquello parecía ser un circo bien formado, todos lo miraban expectantes y temí porque hubiese alguna clase de cazador en el lugar. No me era habitual encontrarme con ellos, pasaba bastante desapercibido cuando esa era mi intención. Pero era su halo de diversión el que me propulsaba a ser igual de bruto que él. — Ya veo, entonces, si solo eres un simple profesor, vete a enseñar a otro lado. Tu voz retumba en mis oídos y no haces más que llenarlos de basura. — Mi entrecejo se frunció al tiempo que también lo hizo mi nariz y fue de un momento que me giré para agarrarle aquel saco pobre que tenía, apretándolo un poco, casi zarandeándolo. — No me interesa mostrarte lo que soy. Y si tanto quieres defender a ese escritor, deberías encontrar la dirección de su casa e ir a ser usado de bolsa semental. Seguro eso te quedará mejor que meterte conmigo. —
¿Egocéntrico? Sí, lo era, en todo mi esplendor lo que más se destacaba de mí era que me encantaba mostrar lo que sabía que me salía bien. Me había acercado desmesuradamente a aquel “profesor”, se notaba que la tensión estaba a punto de hacer que comenzara una de esas peleas taberneras de siempre, pero algo me detuvo de dar el primer golpe. Fueron quizá sus palabras, sí, probablemente había sido eso, pues una risa irónica se me prendió en la mirada, la ira me sucumbió y con molestia comencé a caminar hacia la salida. Era casi una invitación a que me siguiera. — ¿Realmente quieres pelear? Ven, voy a golpearte hasta que en tu cerebro se arregle quien escribe bien y quien mal. — Abrí la puerta, mirándole recónditamente enojado, muchos desde rato antes estaban ignorándonos, otros nos miraban de reojo, divirtiéndose; mis “amigos” estaban en ese grupo, probablemente apostaban para el simpático y ebrio profesor de literatura. Y yo, yo apostaba por descargarme, la molestia se había acrecentado en mi interior desde aquella última edición del patético libro.
Theodore Morandé- Licántropo Clase Alta
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Re: In vino veritas | Privado
La noche se encapotó. La luna desapareció y con ella, el hermoso panorama parisino. Difícil de ver, difícil de disfrutar cuando te encuentras en una taberna de mala muerte, ebrio hasta las trancas e inconsciente siquiera de que la Selene de aquellos tiempos a veces desaparecía para dejar su sitio a un Helios poco querido por algunos. Algunos como él, el vampiro. Algunos como él, el escritor. Aquellos que se inspiraban bajo su amada de piel nívea y despreciaban a aquel, el de rubios cabellos.
- No, pero en serio. ¿Eres mesero, no?
Todo el rato igual. Que demonios, toda su vida igual. Sonriendo cuando menos tenía que sonreír, burlándose cuando menos tenía que burlarse y sin miedo alguno porque durante unos días el color de su rostro se tornara más violáceo que rosa. Muchos años habían pasado para que a Marlowe le diera por cambiar. Desde luego que sufría otras facetas: enamoradizo hasta enfermar, loco de atar, una reina del drama que se escondía bajo un traje y una cara altiva. Mas los años sólo acrecentaban esas facetas, las peores en él y en cualquiera.
- Ojalá supiera donde vive. Eso sí que serían 120 días de buena Sodoma.
Los ojos del licántropo brillaban. Ciertamente el hombre era un lobo para el hombre, y aquel adorable cachorro estaba a punto de demostrarlo enzarzándose en una pelea con el vampiro. Éste, juguetón –¿cuándo no lo estaba?-, manos en la espalda y pasos ligeros, sucumbió al hechizo de una bestia que le llamaba a gritos silenciosos.
Un callejón como otro cualquiera, la parte trasera de aquella taberna repugnante. La luna, expectante, se acomodaba para el espectáculo, siendo mecenas en ambas partes. El vampiro salió. Observó el lugar sin dejar de sonreir.
- Señor mío –comenzó a recitar los diálogos de una de sus obras. Una de aquellas que parecían ya olvidadas por no llevar el seudónimo bajo el cual le nombraban en aquel momento-. ¿No creéis que la barbarie es a veces confundida con la irracionalidad? ¿Qué la guerra no hace a los hombres, sino que los embrutece? –finalizó con el diálogo-. Apuesto caballero – comenzó de nuevo. Esta vez con otro diálogo, otra obra, voz de mujer y gestos de su misma índole, dejando intuir más fácilmente lo que estaba intentando hacer. La burla, el mensaje-, las palabras, aunque licenciosas, demuestran realmente cuan bravo es un hombre. Y más tratándose de uno tan apuesto como vos. Porque vos… Oh, ¡Claudio!, sois tan hermoso... ¡Así que dime! –volvió a modificar su voz sin previo aviso, ronca esta vez. Presentando ahora a un personaje entrado en años, pelo cano, carácter irascible- ¿Qué tramas, moreno?
Christopher Marlowe- Vampiro Clase Alta
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Re: In vino veritas | Privado
Me pareció ver unos ojos de niño en un pequeño instante, ese brillo maligno y lleno de rabietas que los de menor edad siempre tenían. Era la visión de quien sabe que va a ganar su capricho; y el de aquel atorado y bruto “profesor” parecía ser el ganar unos buenos golpes que terminarían por desarmarle su inmortal rostro. Iba a sonreírle de lado, a subir mi ego un poco más que siempre, sin embargo llegué a la conclusión de que golpearlo iba a ser, en realidad, una pérdida de tiempo, pero al menos me ahorraría un día en los barrios bajos. Lugar al que me gustaba concurrir, pero era peligroso para mi apellido y reputación. ¿Acaso pelear en un callejón no? Sí, quizá fuese lo mismo, aun así no iba a detenerme. Principalmente porque era una cuestión de simple literatura, clara y concisa, él pensaba que me iba a ganar en la lectura sobre aquel famoso escritor y yo estaba casi seguro de que nadie había leído tanto de él como yo. Claro, jamás me imaginé que iba a estar tan errado en mi vida, no había manera de que supiera que él, era él y que estaba jugando conmigo como un bebe con su muñeca. — Soy un mesero y te serviré tu pedido. — Alegué con simple burla y lo observé caminar, así como una dama a punto de coquetear, el bastardo era un desviado, un cualquiera como la mayoría de los chupasangre. No les importaba el sexo y aunque a mí tampoco, las ganas de entregarle algunas patadas no se estaban haciendo menos.
— Conseguiré su calle para ti, se ve que incluso te gusta la basura sobrevalorada. — Chasqueé los dientes y me acerqué a tomarle el cuello. Era sencillo, lo apoyaría contra la pared, le marcaría su rosada y muerta mejilla hasta verla de un color que me agradara y luego me iría como siempre lo hacía. Una lástima que antes de terminar de tomarlo y con apenas una mano cerca de su nuca los balbuceos me tomaron por sorpresa. En silencio escuché, pensé y me reí entre movimientos de cabeza que se negaban a creer la ridiculez de aquel cadáver. Estaba tan ebrio como una mula y las frases recitadas comenzaban a exasperarme. No eran las obras de Charles Murdock, pero bien que la había leído. Siempre me había fascinado el mismo género literario y eran una serie de escritores los que seguíamos junto con mi padre. Las coincidencias eran extrañas, pero más lo era el hecho de sentirme nervioso por las tontas contestaciones de un vampiro. Me cansé de momento a otro, lo tomé al fin con una mano, dejándolo brutamente contra la pared. — ¿Quién eres tú? Sé claro y dilo de una vez porque estás empezando a exasperarme. ¿Por qué te sabrías esa clase de diálogos y por qué tu sucia boca los pronuncia? — Me encontraba cerca de su rostro, dejando que el vaho de mi boca se desprendiera por el frío otoño que estaba golpeándome la piel morena y tosca. Exhalaba con furia, aquel corazón acelerado latía de manera que sentía mi sangre bombear directamente hasta mis ojos y mis dedos como un reflejo se apretaban en aquel cuerpo congelado y blanquecino. ¿Qué, si se trataba del mismo escritor? Estaba odiado con él, debería desquitarme allí mismo por saber que estaba escribiendo mierda y no le importaba. Porque salía a beber solo para olvidarse de las ridículas nuevas historias que había permitido que salgan a la luz. — No tengo tiempo para escuchar cómo me sigues balbuceando libros de alto calibre y al mismo tiempo defiendes a Charles que fue a la decadencia total, ni un niño disfrutaría de su última novela. — Estaba enfurecido, loco y por supuesto, en parte me estaba divirtiendo, aunque mi conciencia no lo quería aceptar, amaba pelear, ya sea con la boca o con los cuerpos, ganar era mi disfrute favorito.
Theodore Morandé- Licántropo Clase Alta
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Re: In vino veritas | Privado
¿Qué persona humana –y no humana- sabe realmente cómo es? ¿Nuestra forma de ser no se modifica a lo largo de los años tanto como cambiamos nosotros mismos nuestros atuendos? ¿El paso del tiempo no hace mella en nosotros lo suficiente como para considerar que algo de madurez se presenta, como para considerar que evolucionamos aferrados a la mano de ésta –y algunos lo contrario-? ¿Quién puede realmente decir que se conoce a si mismo cuando, a veces, los otros aprecian rasgos o comportamientos de los cuales no teníamos gran juicio? El que dice que se conoce absolutamente es un grandísimo hipócrita. Un farsante en esencia.
Christopher Marlowe cree conocerse completamente –y está completamente equivocado-. No duda de lo que ha aprendido estos años, de cómo ha cambiado y como sigue cambiando. Siempre creyendo que cada cambio es a mejor cuando ni él mismo comprende que el paso del tiempo le ha robado tantas cosas que ya no se atreve a hacer la cuenta: la timidez, la vergüenza, la cordura, el talento, a su amado…
Es por eso que cualquiera podía conocer mejor al escritor a través de sus escritos de lo que él mismo pensaba. Con cada libro, dejaba entrever rasgos más evidentes de su contradictoria personalidad. Alguien que, era evidente, estaba cansado de permanecer en la sombra y que, inconscientemente, impregnaba a cada uno de sus protagonistas con características o pensamientos personales del vampiro. Intentando así hacerse algo más visible al resto del mundo. Que existía y no era un mero escritor de tres al cuarto que acababa de aparecer de la nada para olvidarse de él a los dos días –pues siempre y nunca ocurría. Él mismo conseguía sustituirse bajo el siguiente alias y así continuó sin cesar, perdiéndose cada vez más dentro de si, sin saber al final quien era realmente-.
- Como te he dicho, soy profesor en literatura. Bueno, debería serlo dadas las circunstancias. Pero dime, habiendo captado ya mi peculiar naturaleza, ¿no has podido pensar que he tenido mucho tiempo para leer?
Observó al muchacho. Tenía las mejores vistas posibles, a un palmo de su rostro. Olía bien. No era el primer lobo con el cual se encontraba y mucho menos con el cual discutía. Tiempo atrás recordaba haber tenido un satisfactorio encontronazo con una loba que esperaba le amamantara. Detestaba su condición de vampiro. Fue lo que la hizo posicionarse en cuanto a tratarlo u odiarlo. Algo que le resultó intrigante, puesto que él nunca había pensado en el rechazo de otro ser sobrenatural sólo por el hecho de serlo. Sí, la enemistad existente entre vampiros y licántropos era más que evidente desde siempre, pero Marlowe la consideraba tan aburrida… que esperaba estar un paso por encima.
- ¿Sabes acaso lo que es escribir –comenzó el escritor, serio, melancólico, algo apagado. Sin darse cuenta a lo mejor de lo que estaba haciendo-? ¿Alguna vez te has parado a preguntarte que es lo que hay aquí arriba –levantando la mano y señalando con su dedo índice y acompañante la cabeza del hombre lobo-? ¿O la complejidad de extraer de tus pensamientos, siempre alborotados, siempre gritando, siempre chocando… algo que sea servible? ¿Te imaginas hacer eso año tras año, tras año, tras año… espera, aún no he acabado. Tras año, tras año, tras año… y así durante más años de los que nadie se puede imaginar –había hablado demasiado, cansado ya de la pesada carga que debía soportar-?
No era fácil. Él mismo lo describía. La soledad, el intentar sobrevivir, intentar no fallarse a uno mismo, pero a la vez intentar comer y disfrutar agradando a tantas personas que habían convertido sus libros en best sellers –sin importar la calidad pésima de estos-… tantas cosas en conflicto. ¿Qué iba a hacer? Los tiempos cambiaban y era de tontos no amoldarse. Y más él, que contemplaba desde una posición alejada y privilegiada a todo aquel consumidor de literatura. Vaticinando la incultura ajena que le llevaría a venderse y convertirse en un escritorzuelo de poca monta. De nuevo, ¿qué iba a hacer?
- Charles Murdock… dejó de escribir buenos libros hace años. Lo cual no significa que sea un mal escritor, sólo que… escribe malos libros acordes a los tiempos que corren y a la demanda del mercado. Pues, ¿qué idiota seguiría escribiendo libros para eruditos o teatro para los auténticos amantes de este arte, si nadie ya querría comprarlos? No es mal escritor, creeme. Sólo… se vende con mucha facilidad.
Ring, ring. Final del combate. Morandé colmillo de plata gana tras asentar el gancho definitivo y Marlowe, el del lápiz en la nariz y los calzones en la cabeza, es derrotado cayendo al suelo de bruces. Victoria aplastante.
Christopher Marlowe- Vampiro Clase Alta
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Re: In vino veritas | Privado
El recuerdo de la primera vez que abría uno de sus libros llegaba a mi mente. Desde que había aprendido a leer mi encanto habían sido las páginas gastadas de las encuadernaciones de mi padre. Algunos escritos a mano y otros con las láminas de acero entintado purgando los papeles. Recordaba el entretenimiento tan profundo que ellos me daban, había buscado cómo se hacían y me había sorprendido que vinieran de una persona. Era tan iluso, que la creencia de que nacían de un huevo era la primera forma que se me había ocurrido. Lamentablemente para mí, ahora me encontraba una vez más en mis pesadillas. Frente a un ser inmortal que había perdido todo rasgo que se podía elogiar. Incluso sus pupilas, aunque muertas, estaban dilatadas en una constante impertinencia y soledad. Vacíos, como si no tuviese mucho más por lo que pelear. Chasqueé mis dientes en ese momento, negando como quien encuentra la respuesta absurda a un problema. Incluso escucharlo era dañar mis tímpanos. Me había acercado entonces, con simpleza, agarrando aquellas ropas que olían más a alcohol de lo que habría supuesto, apretando un poco su cuerpo, encontrando la delgadez del mismo. ¿Era posible para los vampiros embriagarse? No lo sabía, lo que sí supe es que me había cansado de escuchar burradas. — No tengo tiempo para tus años tras años, si no sale nada de tu cabeza entonces lo óptimo es que no escribas. Si quieres defender algo, mejor deberías empezar con arreglar tu orgullo y vergüenza, que tienes poca. Ensucias los nombres de los autores, te ves patético, en serio. — Insistí, acorralando su cuerpo unos momentos más contra la húmeda pared que estaba al costado del bar, allí en el mínimo callejón de un costado. No tenía pensado ser descubierto en medio de una pelea, aunque en ésta no hubiese golpes aún. Por alguna razón, el incomprendido vampiro no me daba el momento para poder destrozarle la cara de niño bonito.
Y fue al final de sus oraciones que lo comprendí. Sí, se vendía muy fácil. Era una mierda para incultos que querían verse finos. Golpeé su ser lánguido una vez más contra el muro, apenas fuerte y lo solté, dejándole hacer en lo que le daba la espalda. No había nada por hacer con alguien como él. — Uno al que le guste escribir. Obviamente has perdido tu talento, de profesor quizá tienes mucho, no se necesita escribir libros buenos para enseñar. Si lo que buscabas era arruinar tu nombre vas por un buen camino. Me deberás disculpar, tengo muy poco tiempo como para andar peleando con alimañas que no saben pensar ni moverse. Te ves como si quisieras que te golpeara, pero no haré nada que te de placer. — Hablaba de espaldas al vampiro, acomodando mis ropas que anteriormente se habían descuidado. Si fuese por mí, le habría dado una paliza, hasta que se ajustaran sus ideas. Mas ese ya no era mi problema. La victoria tenía un gusto amargo y esperé encontrarlo al mirar de refilón a donde lo había dejado. Chisté entonces, observando la escena, sintiendo al mismo tiempo la noche chispeando. Una lluvia helada de invierno como muchas otras. — El cielo está llorando, ¿no te sientes culpable? — Pregunté con ironía, notando como me iba empapando más a medida que el rosa cubría el firmamento. Para un licántropo enfermarse era muy extraño no obstante sí sentíamos el frío así como el calor, nuestro metabolismo veloz nos permitía estar tibios en todas circunstancias y el cambio de temperatura provocó un cosquilleo en mi piel. Iba a girarme hacía él una vez más, esperando arrastrarlo a otro lugar. El pensamiento de que se quedaría dormido y se haría cenizas al llegar el sol no me agradaba. Sin embargo esperé sus prontas acciones, sus nuevas palabras estúpidas, a ver si éstas me quitaban las ganas de perdonarle la existencia.
Y fue al final de sus oraciones que lo comprendí. Sí, se vendía muy fácil. Era una mierda para incultos que querían verse finos. Golpeé su ser lánguido una vez más contra el muro, apenas fuerte y lo solté, dejándole hacer en lo que le daba la espalda. No había nada por hacer con alguien como él. — Uno al que le guste escribir. Obviamente has perdido tu talento, de profesor quizá tienes mucho, no se necesita escribir libros buenos para enseñar. Si lo que buscabas era arruinar tu nombre vas por un buen camino. Me deberás disculpar, tengo muy poco tiempo como para andar peleando con alimañas que no saben pensar ni moverse. Te ves como si quisieras que te golpeara, pero no haré nada que te de placer. — Hablaba de espaldas al vampiro, acomodando mis ropas que anteriormente se habían descuidado. Si fuese por mí, le habría dado una paliza, hasta que se ajustaran sus ideas. Mas ese ya no era mi problema. La victoria tenía un gusto amargo y esperé encontrarlo al mirar de refilón a donde lo había dejado. Chisté entonces, observando la escena, sintiendo al mismo tiempo la noche chispeando. Una lluvia helada de invierno como muchas otras. — El cielo está llorando, ¿no te sientes culpable? — Pregunté con ironía, notando como me iba empapando más a medida que el rosa cubría el firmamento. Para un licántropo enfermarse era muy extraño no obstante sí sentíamos el frío así como el calor, nuestro metabolismo veloz nos permitía estar tibios en todas circunstancias y el cambio de temperatura provocó un cosquilleo en mi piel. Iba a girarme hacía él una vez más, esperando arrastrarlo a otro lugar. El pensamiento de que se quedaría dormido y se haría cenizas al llegar el sol no me agradaba. Sin embargo esperé sus prontas acciones, sus nuevas palabras estúpidas, a ver si éstas me quitaban las ganas de perdonarle la existencia.
Theodore Morandé- Licántropo Clase Alta
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Re: In vino veritas | Privado
Desde luego, el vampiro había tocado suelo de una manera que ni él se hubiera esperado. En su cabeza, la idea de ser consolado por un treintañero cuando el dramaturgo tenía más de doscientos años era cuanto menos de risa. Rozando el fango, a punto de dejarse caer y hundir aquella cabeza con aquella boca que tantas cosas había dicho y no debería haber dicho.
- No es tan fácil. El sustento no crece de los árboles y parece ser lo único importante en la sociedad en la que nos encontramos. Triste es la idea de que por tener más o menos francos, una persona te salude efusivamente o aparte la mirada violentamente.
Christopher Marlowe creía haberse delatado en más de una ocasión durante la conversación y, sin embargo, aquel joven todavía parecía no saber que se encontraba ante su escritor, Charles Murdock.
El carácter de éste no pudo más que mutan en calma, melancolía, tristeza, incluso sus ojos buscaban algo de consuelo donde antes sólo querían guerra.
Marlowe presumía de haber conseguido esconderse durante tantos años, pero comenzaba a flaquear y no se daba cuenta de que más de una persona en aquella ciudad ya conocía su secreto –unos sobre su identidad, otros sobre su naturaleza-. No obstante, no podía parar. Una vez contado, algo dentro de él había comenzado a ir mejor, y así sería el resto de veces. Actuando como la mejor droga desde el opio que hubo probado éste. Era por eso que, hasta en los momentos menos indicados, sus palabras brotaban buscando algo de compasión humana.
- Por favor, no soy profesor –ya abatido dadas las circunstancias-. Aprende a no creer todo lo que te digan y menos alguien con la lengua tan larga y suelta como yo. Eres detractor de Murdock pero le has leído. ¿Hasta qué punto? ¿Por qué? ¿Y por qué perder tu tiempo en un lugar así discutiendo sobre él? ¿Es que sólo querías descargar tus puños o hay algo más? No soy idiota. Sabes de mi naturaleza, me olisqueaste desde que entré en la taberna. ¿Es sólo por eso? ¿Por qué soy un chupasangre? ¿O es la mezcla entre ser un borracho, chupasangre y además Charles Murdock?
Ahí estaba. La confesión y la lluvia. Una dando paso a la otra y, al mismo tiempo, sirviendo al dramaturgo para deshacerse de la ira, de la tristeza, de la frustración, e incluso de su estado de embriaguez. No creía en Dios –como para creer, visto lo visto-, pero aquellas gotas de agua rozando sus ropas, su rostro, sus manos… autentica agua bendita que extinguía sus sufrimientos.
- Me siento culpable de tantas cosas –dijo para si-…
Christopher Marlowe- Vampiro Clase Alta
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Re: In vino veritas | Privado
Alcé la ceja, sublime y molesto, el maldito, estúpido y bipolar vampiro estaba sacándome de quicio. Sí, realmente lo estaba haciendo espléndidamente, tanto que me hizo apoyar los dedos sobre los ojos y frotarlos con extrema insensatez. “No puede ser que seas un maldito depresivo” Charlaba, sufría y se holgazaneaba en su propio peso. Me obligó a girarme para verlo, tan desamparado que si acaso tenía más de cien años, me daría un puto tiro en el estómago. Parecía caerse hacia el suelo, predispuesto a ensuciar cada retazo de su ropa ya desgarrada por el alcohol. ¿Responderle? Claro, había tantas cosas que quería decirle que no me daba la lengua para escupir las palabras. Y aun así me acerqué con extrema molestia, me había costado separarme para no golpearlo y ahora el chupa sangre me obligaba a ir otra vez. — Parece que no te quieres separar de mí. — Alegué con sorna y me agaché, de cuclillas para mirarlo en lo que llevaba la mano a su mentón, alzándolo, viéndole en lo que la cabeza se me iba a los dos lados. Estaba avistándolo meticulosamente. Tan infinitamente deplorable, era una bolsa de mentiras que gritaban por decir la verdad a toda costa. Y le sonreí, mostrando aquel colmillo afilado apenas por un segundo. — ¿Para qué necesita dinero alguien que no come ni necesita beber? ¿Fama? La fama es entretenida, pero no te llena, ¿no es cierto? — Dejé caer las manos, una a cada lado de mis rodillas, alzando apenas la vista hacia el cielo tormentoso.
Y nuevamente las súplicas eran escuchadas, la gente entraba y salía de la taberna como si nada sucediera, estábamos en la oscuridad después de todo, pero las siluetas eran claras. Quizá fácilmente confundibles con una pelea callejera o quizá un robo, a nadie le importaba en absoluto. Mas a mí me había sacado de mis casillas y ahora sus mentiras se desintegraban en su propia boca. No era como si le hubiese creído antes, simplemente no negaba nada de lo que me dijeran las personas, mientras a mí no me afectara directamente. Si él quería ser un profesor, un escritor o un demente era su problema, aunque ahora me lo estuviese intentando cargar. — No me importa lo que eres, simplemente no me gusta que me contradigan y tú tienes un gran interés por llevarme la contra. ¿Eres un masoquista? Acaso, ¿te gusta sentir dolor? Murdock me gusta, ya te lo he dicho, sus primeros libros tenían una esencia diferente. Tú, aunque creas que eres él, aunque quizá lo hayas sido, ya mataste ese escritor. — En mi rostro no había sorpresa o alusión alguna, sino que era pura calma, pasé entonces el índice por la frente ajena, alzando apenas unos cabellos que se hundían en los rasgos de sus ojos. ¿Tal vez el murciélago se había convertido en algo así como un gato mojado y triste? Pude haberme reído y sin embargo crucé mis brazos, alzando ambas cejas una vez más, sorprendido por la ineptitud. — ¿Y quieres redimirte o la culpa solo te agarra por momentos? ¿Vas a quedarte acá tirado hasta pudrirte o hacerte cenizas? Eres tan patético que llegaste a darme lástima, te mereces un premio, Murdock, o como quiera que te llames. — Hundí las zarpas en su vestimenta, alzándole al tiempo que me levantaba, obligándolo de cierta manera a caminar o a arrastrarse, no me importaba. Miré a un costado y al otro, no había nadie. Y seguí el camino, buscando que la lluvia dejara de bañar al susodicho. — ¿Eres así de patético desde siempre? Que indignante, menos mal que ocultas tu rostro a todos o la gente terminaría por vomitar tus libros. ¿Me estás escuchando o acaso ustedes también pueden desmayarse por el alcohol? — Sabía a donde ir, el problema es que no quería ir con él. No obstante mis pasos me estaban llevando obligadamente a las cercanías de un hotel precario que usaba como escondite en las noches donde mis instintos terminaban por bañar a la gente en sangre. La lluvia había terminado por empaparnos y pronto los truenos se hacían ver y escuchar en todo su esplendor. No volteé la vista a ver al otro, simplemente lo tenía agarrado de las ropas detrás de la nuca y en el hombro. Era demasiado lánguido y pálido como cualquier otro inmortal. Si no fuera porque parecía seguir teniendo los ojos abiertos, hubiera creído que estaba terminantemente muerto.
Y nuevamente las súplicas eran escuchadas, la gente entraba y salía de la taberna como si nada sucediera, estábamos en la oscuridad después de todo, pero las siluetas eran claras. Quizá fácilmente confundibles con una pelea callejera o quizá un robo, a nadie le importaba en absoluto. Mas a mí me había sacado de mis casillas y ahora sus mentiras se desintegraban en su propia boca. No era como si le hubiese creído antes, simplemente no negaba nada de lo que me dijeran las personas, mientras a mí no me afectara directamente. Si él quería ser un profesor, un escritor o un demente era su problema, aunque ahora me lo estuviese intentando cargar. — No me importa lo que eres, simplemente no me gusta que me contradigan y tú tienes un gran interés por llevarme la contra. ¿Eres un masoquista? Acaso, ¿te gusta sentir dolor? Murdock me gusta, ya te lo he dicho, sus primeros libros tenían una esencia diferente. Tú, aunque creas que eres él, aunque quizá lo hayas sido, ya mataste ese escritor. — En mi rostro no había sorpresa o alusión alguna, sino que era pura calma, pasé entonces el índice por la frente ajena, alzando apenas unos cabellos que se hundían en los rasgos de sus ojos. ¿Tal vez el murciélago se había convertido en algo así como un gato mojado y triste? Pude haberme reído y sin embargo crucé mis brazos, alzando ambas cejas una vez más, sorprendido por la ineptitud. — ¿Y quieres redimirte o la culpa solo te agarra por momentos? ¿Vas a quedarte acá tirado hasta pudrirte o hacerte cenizas? Eres tan patético que llegaste a darme lástima, te mereces un premio, Murdock, o como quiera que te llames. — Hundí las zarpas en su vestimenta, alzándole al tiempo que me levantaba, obligándolo de cierta manera a caminar o a arrastrarse, no me importaba. Miré a un costado y al otro, no había nadie. Y seguí el camino, buscando que la lluvia dejara de bañar al susodicho. — ¿Eres así de patético desde siempre? Que indignante, menos mal que ocultas tu rostro a todos o la gente terminaría por vomitar tus libros. ¿Me estás escuchando o acaso ustedes también pueden desmayarse por el alcohol? — Sabía a donde ir, el problema es que no quería ir con él. No obstante mis pasos me estaban llevando obligadamente a las cercanías de un hotel precario que usaba como escondite en las noches donde mis instintos terminaban por bañar a la gente en sangre. La lluvia había terminado por empaparnos y pronto los truenos se hacían ver y escuchar en todo su esplendor. No volteé la vista a ver al otro, simplemente lo tenía agarrado de las ropas detrás de la nuca y en el hombro. Era demasiado lánguido y pálido como cualquier otro inmortal. Si no fuera porque parecía seguir teniendo los ojos abiertos, hubiera creído que estaba terminantemente muerto.
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