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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Imara Rákóczi Mar Oct 07, 2014 10:37 am

“Distraigo sonrisas con un cuchillo afilado, en el horizonte y justo antes de que abras los ojos”


Podría parecer extraño, quizá algo que nunca había pensado hacer, pero esa tarde de verano, en mi día libre, me hallaba caminando por las cercanías del circo de la ciudad. Era un lugar con demasiados colores para mi gusto. Repleto de personas que se ponían alrededor de los artistas. Palmeaban y reían de manera tal que casi parecía una festividad anual. Tenía curiosidad, una demasiado seca y poco profunda para ser real. Pues mi rostro no mostraba ese sentimiento en absoluto, al contrario parecía ser la expresión de un policía buscando a quien llevarse a la cárcel. De repente, suspiré, con ambas manos en los bolsillos me paseé por dentro de una carpa. Ya había pagado la debida entrada, así que ahora solo me quedaba examinar los actos que había hasta aburrirme. Sorprendentemente, me encontré con varios cambiantes, que hacían demostraciones de sus habilidades como un acto de ilusionismo. Años atrás hubiese salido al ataque para llevarlos presos a la inquisición. Pero eso era historia pasada y al no tener nada que ver con mi trabajo actual, me apoyé en una columna, mirando con dichosa curiosidad las danzas que proporcionaban. Muchos tiraban francos hacía arriba, me sorprendía que hubiese gente con dinero de más como para malgastarlo de esa forma.

Al cabo de diez minutos me giré. Hice tronar los huesos de mi cuello y proseguí hacía otro costado, mis ojos celestes brillaban levemente por lo entretenido del ambiente. Iba vestida con las ropas cotidianas de un barón de clase media-alta. Bucaneras hasta por arriba de la rodilla, unos pantalones ajustados con el debido cinturón y una camisa manga larga para nada pomposa, algo abierta de modo que me entrara el aire fresco, apretada en las muñecas y suelta por los brazos. Esos días mi piel se sentía más caliente de lo habitual, parecía que la tenía prendida fuego y gran parte se lo debía a mi licantropía.
Al ser día de no trabajar, mi cabello rubio albino estaba suelto y caía de manera lacia por arriba de los hombros. Así que allí estaba, medio llamando la atención por mis características poco comunes. Pero pronto nadie me notaría. Fueron segundos los que tardé en notar un nuevo círculo, pero con mucho más movimiento que los anteriores. Una muchacha delgada de cabellos morenos saltaba por los aires, parecía tener un trampolín en sus piernas. Sonreí de lado, apenas una media luna que se escondía en mi rostro. Crucé mis brazos con recelo y me quedé en un costado, observando como los demás el acting que nos daba. Quizá podría tirarle un franco más a ella. Era curioso, de a ratos parecía un pájaro, pero luego se convertía en un felino. Así que no tardé demasiado en notar su naturaleza cambiante. ¿Cómo hacía para saber las razas tan fácilmente? Había vivido cazando gente como esa por casi veinte años. Desde niña me habían enseñado las formas y los colores de las auras. Aun siendo una humana había tenido la capacidad de visualizar todo aquello que fuese ‘dañino’ para la humanidad.

Pero como antes, todo eso estaba roto y ahora, permanecía a un rincón, como un vil espectador de lo mundano. La cercanía de la muchacha para con los espectadores era asombrosa, los rozaba pero tenía el cálculo perfecto para no lastimarlos. Me acerqué un poco más. En el exacto momento en el cual me movía, algo sucedió, no supe qué, pues bien me había distraído para no pisar a nadie en el camino. Miré de reojo y un joven de clase empujaba a la cambiaformas a un costado. La apuntaba con el dedo de manera acusadora y noté en su pierna el próximo impulso a patearla. ¿Qué había pasado? Lo primero que imaginé fue que ella había rozado un poco más de lo habitual al joven. Pero no se lo notaba dañado así que no había necesidad de tal acto denigrante. Mis sentidos me alertaron, había actuado de manera perfectamente humana hasta el momento. Pero ahora, en un instante aparecí frente a él, destruyendo todo mi esfuerzo por pasar desapercibida. Estaba demasiado lejos como para poder llegar a detener el ataque, así que simplemente lo acepté y con un brazo cubrí mi rostro, sintiendo el golpe seco en mis huesos. Me había agachado, estaba de cuclillas deteniendo la patada que iba hacía la quijada ajena. —Tss… ¿Qué haces? — No fue como si esperara respuesta, sin embargo, quería una palabra ajena, lo suficiente para darme el empuje a romperle la cara de un puñetazo. Estaba enojada, incluso con la muchacha a la que había protegido, no me gustaba ser el caballero azul de nadie.


“Incluso doy justicia en mis pesadillas” 
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Mensaje por Györgyike Cšillá Mar Oct 07, 2014 4:57 pm

"El miedo es natural en el prudente, y el saberlo vencer es ser valiente."

En el mundo hay dos tipos de personas: las que se arriesgan y se atreven a tomar decisiones difíciles, aunque tengan todas las de perder; y las que se conforman con lo que tienen, incapaces de reaccionar de forma creativa ante las adversidades y enfrentarse al mundo... Por miedo. Yo, por suerte, siempre he formado parte del orgulloso primer grupo de valientes, y aunque mi existencia a causa de este hecho no haya estado precisamente exenta de problemas, estoy convencida de que me lo he pasado muchísimo mejor que todos esos cobardes que temen a las consecuencias más que a cualquier otra cosa. Que se creen las chorradas del destino al pie de la letra, y que realmente confían en que su Dios les ha marcado un camino del que no pueden salirse. ¡Menudos idiotas! Yo siempre he aspirado a ser más y mejor, consciente de que estoy en continua evolución. Personal, física, mental e incluso espiritual, si es que realmente existe un espíritu y alguien como yo tiene uno. El cómo evolucionar es otra cosa, y los métodos que he utilizado para hacerlo son de lo más variopintos. Desde mis fallidos intentos por vender mis creaciones artísticas, hasta la decisión de hacer actuaciones callejeras, pasando por el cuidado de niños llorones y mascota oficial de circo, la verdad es que, pese a todo, no creo que me haya ido tan mal. Haber visto tanto mundo me ha permitido desarrollar una visión crítica acerca de la sociedad, de la realidad, además de mostrarme cuáles son las formas más eficaces para ganarme la vida y seguir progresando.

En este punto, creo que es necesario hacer otra división, pero esta vez entre personas que tienen suerte y personas que no la tienen. Obviamente, en este caso también formo parte del primer grupo. Sea por casualidad o porque realmente tengo tantas vidas como el gato que llevo dentro, soy bastante más afortunada que la mayoría, al menos, en lo referente a que las cosas me salgan exactamente igual a como las planeo, incluso cuando no invierto ni la mitad de tiempo que el resto de personas en sopesar los pros y los contras. Yo soy más dada a improvisar, a actuar sobre la marcha, y aún así, todo suele salirme a pedir de boca... Casi siempre, claro. A lo que debo añadir que cuando me equivoco, lo hago estrepitosamente. Sí, soy de las que cuando meten la pata la meten hasta el fondo, y aunque no tarde mucho en recuperarme del golpe, no suelo olvidarlo nunca. Los errores sirven para aprender de ellos, ¿no?

Y ganándome la vida estaba en uno de esos días en los que metí la pata de manera exagerada en algo que se suponía que sabía hacer mejor que bien: robar. Si la vida ya era bastante dura para cualquier parisino en aquella época, para aquellos que no tenían demasiados recursos la situación se complicaba bastante más. Yo no me quejaba, en realidad, con mi trabajo en el circo tenía suficiente para pagarme un techo que, aunque mediocre, era mío. Claro que, desahogada, lo que se dice, desahogada, no acababa a final de mes, precisamente. Y si una cosa tenemos los cambiaformas es un hambre voraz, quizá motivada por nuestras formas animales. La verdad, nunca me lo he planteado, pero ¿cuántos kilos de carne consume un jaguar? Pues imagina cuando en su cuerpo viven otros tres seres que tienen necesidades alimenticias diferentes y variadas. Pues eso, que allí estaba yo, danzando y ejecutando acrobacias imposibles, como si más que saltar y hacer volteretas, estuviese navegando por las corrientes de aire, cual grácil ave aun sin tener alas. Si alguno de aquellos espectadores hubiera sido lo bastante observador como para entrever entre mis movimientos mi verdadera identidad, se habría podido dar cuenta que entre paso y paso, entre salto y salto, entre sonrisa y sonrisa, se escondía el felino que realmente era, y soy, y seré por siempre. Y los felinos, además de traicioneros, somos bastante inteligentes, bastante astutos. En cada acercamiento sutil al entusiasmado público, mis manos se deslizaban, con la misma gracilidad que mostraban mis movimientos, en bolsillos y bolsos, sustrayendo de ellos cualquier cosa que pudiera resultarme de valor.

Todo parecía estar saliendo bien. El negocio redondo. La actuación perfecta. En cada ida y venida depositaba pequeños tesoros dentro de una caja situada en las alturas, que hacía las veces de apoyo para luego poder lanzarme nuevamente hacia el suelo. Nadie sospechaba nada. ¿Cómo podrían hacerlo? La música resonaba, estridente, por todo el recinto. Los vítores y aplausos me hacían sentirme totalmente segura. Eran mi banda sonora predilecta, dentro y fuera del escenario. Pero algo salió mal. No sé si fue por mostrar demasiada avaricia, o por no tener en cuenta que no todos los que estaban entre el público se mostraban igual de abstraídos por mis acrobacias para no estar pendientes de sus billeteras. El caso fue que un tipo se dio cuenta de mi farsa, y no dudó ni un segundo en recriminármelo. Lógicamente, me hice la loca en un intento por distraerlo y poder salir corriendo con el botín, pero el hombre pareció ofenderse y comenzó a ponerse tan rojo de la rabia que me extrañó que no le saliese humo por las orejas. Le saqué la lengua y di una voltereta hacia atrás, pero no me fijé y acabé chocando con una viga, por lo que el hombre, en dos zancadas, se situó ante mi. Cerré un ojo cuando predije que el impacto de su gruesa pierna iba a alcanzarme de lleno, como si por no estar mirando con los dos fuera a dolerme menos... Pude ver cómo la pierna se acercaba más, y más, y más... Y luego... Nada. Abrí ambos ojos de par en par, entre confusa y sorprendida, y allí estaba, una cabellera rubia me había servido de escudo defensor. Una risilla nerviosa se escapó de mis labios, y en un ágil salto me subí a una viga que pasaba justo por encima de nuestras cabezas. Observé la escena con curiosidad, sin perder de vista la caja, que ahora se me antojaba excesivamente lejos.

- Gracias... Tú. Este tío se ha vuelto loco. ¡Qué agresivo! ¿Si no le gustan los acróbatas, para qué demonios vienes al circo? -El hombre respondió a mi clara provocación poniéndose aún más rojo de rabia, aunque la cara de mala hostia de la rubia parecía ser su prioridad en aquellos momentos. Me senté en la viga, dejando que mis pies colgaran a ambos lados, y me limité a observar desde las alturas. No parecía que la mujer necesitase mi ayuda. El tipo sí, pero la verdad es que me importaba bastante poco lo que le ocurriese.


"La temeridad cambia de nombre cuando obtiene éxito. Entonces se llama heroísmo."


Última edición por Györgyike Cšillá el Sáb Oct 25, 2014 2:42 am, editado 1 vez
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Mensaje por Imara Rákóczi Jue Oct 16, 2014 8:08 am

“Es una mentira de patas cortas, que no me cansaré de creer”


Observé la escena de reojo, casi podía percibir las miradas en mi espalda, buscando reconocerme, pensando que era un hombre, para luego mirarme y notar que era una mujer. Sí, esas eran las cosas que siempre sucedían a mi alrededor. No me importaba en absoluto, no me moría por hacer exageradamente fina mi cintura, ni por levantar pomposamente mis pechos. Así que acepté con un suspiro largo las miradas y me quedé en mi círculo diminuto de aura. El hombre observaba alborotado, apuntaba a la muchacha, pero se había quedado sin habla. ¿Qué quería explicar? ¿Qué le había hecho la joven cambiante para que intentara golpearla? Lo peor del asunto es que podría haberle roto una costilla si la patada daba en un lugar indicado. Eso me exasperaba, no había explicación ninguna a aquello, así que dejé que mis ojos aguamarina se profundizaran y la intimidación salió como algo natural de mi cuerpo. A sangre fría hubiese deseado darle una paliza, pero bastó con mover una pierna para hacerle retroceder. — Tss… Si la ibas a golpear a ella, ¿por qué a mí no? No seas cobarde. — Enfaticé y de repente sentí ganas de volver a unas épocas que yo desconocía, pero que sabía que existían. A la edad promedio de los adolescentes, en ese tiempo muchos se meten en grandes peleas callejeras. Yo jamás había tenido esa posibilidad, la iglesia era un lugar para aprender a matar, sin dar una lucha donde solo unos cuantos golpes se podían llevar. Allí te jugabas la vida. Mordí mi labio inferior y cuando lo hice, la cambiante habló.

Estaba sentada en la viga detrás de mí, enarqué la ceja, repasando su rostro y su esencia. Si ella había cometido algún crimen lo iba a recordar. Su lengua gatuna salía con gracia y se podía notar que era tramposa a leguas. Negué con una media sonrisa y cuando me volví a girar, el hombre estaba muerto de la ira. Tan rojo que no me resultó extraño que atine a golpear una vez más. Esta vez no tuve que ser el escudo más que de mí misma. Paré el golpe con mí ante brazo y con el otro puño me agité para golpear su abdomen. Golpe seco y preciso, luego me separé. Él volvió de forma ridículamente tosca hacía mí, moviendo los brazos como quien quiere espantar una mosca. Y en breves el sonido de los pasos de los oficiales se escuchó en el otro lado del lugar. Mis ojos se abrieron, me sentí amenazada. No porque hubiese hecho algo, pero mi identidad era demasiado importante para mí. Así que me giré a la chica y moví la cabeza, esquivando al hombre que volvía hacía mí cual resorte. Hacerlo era más fácil que bloquearlo y golpearle, pero no era entretenido. — Salte de ahí arriba. Te llevarán a ti también por hacer disturbios y actos callejeros. — Mascullé sin humor aparente y con la facilidad de un sobrenatural me deslicé hacía un costado. Metiendo las manos en los bolsillos del pantalón, así que ese sería mi día libre. Me dije a mi misma y sin mirar atrás me metí entre medio de dos carpas. No estaba apurada, sabía que si de verdad quería huir de allí, solo tenía que dar un par de saltos y estaría a mitad de camino. Pero aún no terminaba de ver todo el lugar.

Me vi metida en un callejón entre las carpas, el final estaba lejos y me preocupé porque me siguieran. Así que me acomodé en el costado, cruzada de brazos y mirando de reojo hacía el lado del que venía. Curiosa, esperé, el ruido de antes empezaba a disiparse, imaginé que si la muchacha había sido lo suficientemente inteligente se había escapado. Fue una lástima no haber visto que sucedía. Me había deslizado demasiado rápido por entre medio de las carpas. La sola idea de que pidieran mis documentos para saber quién había protegido a una simple muchachita pobre, me hostigaba por completo. No quería darle explicaciones a nadie, nunca más. Y por ello me quedé allí. Esperando que el destino caprichoso hiciera que la joven se encontrara nuevamente conmigo. Mal que mal la finura de su rostro y la elasticidad de sus extremidades me habían llamado mucho la atención. Deseaba saber sus habilidades cambiantes y principalmente, notar que no me había confundido, pensar en que había protegido a una ladronzuela no me hacía ningún bien. ¿Pasaría de ser una protectora de la iglesia a una guerrillera de las calles? No había caído tan bajo como ello, o eso esperaba.

“Las decisiones son las más difíciles de aceptar, cuando ya se han decidido solas.” 
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Mensaje por Györgyike Cšillá Sáb Oct 25, 2014 3:50 am

"En un mundo de cambios, el valiente es el que se deja llevar."

Desde las alturas pude apreciar con bastante claridad cómo el público que antes había lanzado vítores a mi dirección, ahora lanzaba amenazas contra el hombre que los había privado del espectáculo. Por suerte para mi a ninguno se le ocurrió hacer caso de sus advertencias y exabruptos y no se pusieron a revisar si sus billeteras seguían donde se suponía que debían estar, porque de otro modo dudaba mucho que mi desconocida defensora pudiera aguantar semejante linchamiento. Me moví con gracia por la viga, haciendo varias volteretas alejándome y acercándome al lugar donde permanecía mi botín. Estaba comprobado que hacer piruetas era una de las mejores formas de distraer la atención de la gente. Estaban tan acostumbrados a vivir inmersos en la monotonía y el aburrimiento, que cualquier suceso, por irrelevante que fuera, les resultaba de lo más gratificante. Y bueno, puede que para ellos no fuera precisamente frecuente ver a alguien moverse de la forma en que yo lo hacía, pero para mi era la cosa más simple y normal del mundo. Lo hacía con naturalidad, como si formara parte de mi ser ejecutar acrobacias como si estuviese más cómoda por los aires que caminando por el suelo... y quizá precisamente ese fuera el mayor atractivo de mis actuaciones. Claro que eso lo pensé bastante después de aquel momento, porque entonces en lo único que pensaba era en recuperar lo que había sustraído, y salir corriendo de allí.

Finalmente llegué a la caja justo después de ejecutar un mortal que provocó nuevos y potentes aplausos. Sonreí con picardía, haciendo una reverencia ante el público, para luego recogerla e ir hacia el extremo en el que el hombre todavía permanecía discutiendo con la mujer. Volví a sentarme en la viga con despreocupación, dejando que mis pies volvieran a quedarse colgando a ambos lados, tomándome mi tiempo para examinar el botín conseguido. Sorprendentemente había más de lo que acostumbraba a recoger. Lo suficiente para permitirme vivir bien durante dos o tres meses. Entre las pertenencias sustraídas a los presentes, pude identificar la billetera del hombre que ahora parecía más interesado en la mujer rubia que en mi misma -por suerte para mi-. Revisé el contenido de la cartera para luego soltar una carcajada lo suficientemente sonora para hacerlo alzar la vista. Seguía igual o más rojo que antes, probablemente por el golpe que la mujer acababa de propinarle. ¡Por favor! Había gente exagerada en el mundo, y luego estaba lo de ese hombre. Apenas si habían cincuenta francos, además de una llave de color bronce que me pareció más bonita que valiosa. Me guardé el contenido de la cartera en el bolsillo, al tiempo que pude ver cómo el hombre intentaba devolverle el golpe a la mujer en un patético intento de conservar su postura de macho dominante. O algo así. Probablemente no tenía demasiado éxito con las mujeres. Y no me extrañó nada en absoluto. Entre lo feo y lo tacaño -¿en serio? ¿ponerse así por cincuenta míseros francos?- dudaba mucho que ninguna mujer inteligente quisiera tener nada que ver con él. Bueno, ni inteligente ni tonta, porque ya había que tener mal gusto.

Esperé con emoción que la chica que me había defendido asestara un nuevo golpe a su ego masculino, pero de pronto su rostro se contrajo en una mueca temerosa que no comprendí al principio. ¿Cómo podría nadie temer a semejante tipejo? Imponer no imponía demasiado, y aquellos gestos ridículos que trataban de ser amenazantes, hasta a mi me causaron más gracia que otra cosa. ¿Le habría hecho daño al recibir el golpe que iba directo a mi cuerpo? Una punzada de culpabilidad me asaltó de repente. Por un error mío, otra persona había sido dañada. Otra vez. A punto estuve de disculparme en voz alta cuando la mujer echó a andar en dirección contraria, al tiempo en que vi a la multitud abrirse dejando paso a los cuerpos de seguridad. - Mierda. -Ahora sabía el por qué de la cara de susto de la fémina. Un simple y rápido vistazo a la viga donde me encontraba y la expresión de los policías reflejó su desconfianza. Ellos, por supuesto, ya me conocían, y aunque nunca habían podido comprobar si los rumores acerca de mis robos eran ciertos, les resultaba sospechoso -lógicamente- que siempre que había un problema de ese tipo, yo estaba de algún modo involucrada. Claro que mi facilidad para hacerme pasar por la víctima era un punto a mi favor. Y en aquella ocasión, también. Aún así, opté por hacer caso a la desconocida: era momento de salir de allí.

Dejé a la multitud hablar por mi, y todos coincidieron en acusar al hombre, que ahora agitaba los brazos en todas direcciones, entre furioso y ofendido, de haber intentado golpear a una pobre y escuálida muchacha que sólo estaba ganándose la vida dando un espectáculo. Puse mi mejor cara de pena antes de dar una voltereta y aterrizar detrás de mi "agresor", no sin antes interceptar un bicornio a uno de los guardias aprovechando la confusión generada. Tras golpear al hombre en la nuca con su billetera vacía, salí corriendo como alma que lleva el diablo en dirección al callejón de detrás del recinto, sujetando con firmeza mi preciado tesoro. Una vez fuera, el aire fresco hizo que aminorara el paso, y más al comprobar que nadie me seguía. Me puse el sombrero de policía y caminé en dirección a la carpa donde guardaban a las "bestias", dispuesta a contarle mi hazaña a alguno de mis colegas de profesión. Fue entonces, cuando al girar en una de las esquinas, me choqué bruscamente contra la joven que antes me había ayudado, cayéndome de culo. Dibujé una sonrisa de oreja a oreja. - ¡Vaya! ¡Si es mi escudo humano! Gracias por lo de antes, y siento si ese bruto te lastimó. -Dije con sinceridad mientras recogía algunas billeteras que se habían desparramado por el suelo. - Oye, ¿trabajas por aquí? No te había visto antes... Y bueno, si necesitas algo hoy conseguí bastante, qué menos podría hacer por mi salvadora. -Y desde allí abajo, pude fijarme finalmente y más de cerca en el aspecto de la muchacha que me había salvado el pellejo sin conocerme de nada. Nunca había visto unos ojos tan profundos.


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Mensaje por Imara Rákóczi Dom Nov 02, 2014 9:54 pm

“Solo tus piernas te llevarán a dónde quieres ir. No dejes que el viento te acarreé.”


Observaba las hazañas de la chica de reojo y en gran parte sentía que había cometido un error. Aquella niña tenía todas las pintas de ser una asalta carteras. Me reí para mí misma, ahora entendía a las personas clásicas, que daban todo por proteger lo indefendible, siempre que se tratara de alguien a quien le tenían afecto. Como si se les nublara la vista por el solo hecho de ser “esa persona especial”. Lo mismo ocurría con las madres, cuando los niños revoltosos eran devueltos por los policías a las casas. Siempre igual, ‘imposible, él no haría algo así, es un buen chico’. Sí, lo mismo pensaba yo de aquella hermosa figura que representaba la finura y la atracción en mi mente. Unos labios perfectamente anchos, que contrarrestaban completamente con los míos, que eran más bien finos y largos. Una nariz pequeña como una nuez, respingada, como la nariz de un gato a punto de meter la trompa donde no debe. Y esos ojos oscuros y curiosos que sin duda daban la alusión a estar apretados al final, felinos y tajantes. Deseé tenerla un momento para mí, tan solo verla indefensa, pero con las garras y los colmillos afuera me causaba entre diversión y placer. Jamás había podido ignorar a ese tipo de personalidades, por alguna razón, me llamaban a enseñarles las cosas que no tenían que hacer, de maneras extrañas y dulces. Pero al mismo tiempo, me generaban un rechazo que no podía calmar. Una línea delgada que separaba ambos extremos. Me preguntaba dónde iría a caer aquella muchachita, ¿del lado donde mis deseos se profundizaban o en aquella parte seca y distante, donde no terminaría teniendo nada de mí?

Así que allí estábamos, yo había alzado vuelo antes que ella, me había disparado entremedio de las carpas, pero sentí, segundos más tarde, como aquella aura se avecinaba a varios metros por detrás. Tenía todo controlado, sabía exactamente qué estaba ocurriendo y por ello podía quedarme tranquila. Los policías no me encontrarían, estaban demasiado ocupados intentando calmar a la multitud y sin duda, sus corazones me decían que estaban algo impacientes por agarrar a aquella acróbata que no paraba de dar volteretas aun cuando salía huyendo. — ¿Escudo humano? — Fue una respuesta inmediata a su exclamación, que salió cuando su pequeño cuerpo se abalanzó contra mí. Y en seguida consulté con una incomprensión absoluta, abrí los ojos y no moví un solo músculo. Ella se había tropezado conmigo, sin embargo era casi imposible que pudiese robarme algo tan fácilmente, tenía todas las habilidades para mínimamente poder detectarla. Así que me quedé en silencio  esperé por alguna palabra ajena. Allí estaba la marca del delito, carteras, billetes sueltos, billeteras, en el suelo había de todo. Y dejé que una risa divertida se agarrara a mi garganta. Aquella belleza realmente no tenía cordura; no hice otra cosa más que acercarme a agarrar uno de los bolsos de dinero, moviéndolo a los costados con la ceja arqueada. — ¿Así que acabo de defender a una ladronzuela? No deseo francos y menos si están sucios. — Corté sus palabras, golpeando suavemente la cabeza ajena  con la billetera que antes había agarrado. La dejé caer sobre su pequeño cráneo y la miré disgustada, la curva de mis labios se mal formaba.

La tomé entonces del hombro, con fuerzas, pero sin las suficientes para lastimarla. Pasaban dos cosas por mi cabeza, por un lado, la descarada idea de llevarla hacía los policías y mandarla a la cárcel de una vez. La segunda, eran los pasos que a muchos metros se acercaban por diferentes direcciones. Mi balanza interna se movía de un lado a otro, ¡qué descaro! ¿Por qué el rostro de mi persona ideal estaba en el cuerpo de una criminal de circo? Fue en vano, cuando estuve a punto de girarla para entregarla, el sonido quejoso de un policía gritando que le habían robado el bicornio me asaltó. La vi entonces a ella con el sombrero girado, le quedaba grande. No solté su hombro, sin embargo, con mi otra mano tomé su cuello, lo apreté y tironeé atrayéndola hacía mí, casi podía rozarle los labios. Caminé hacía atrás con rapidez y giré segundos más tardes, escondiéndome así dentro de una carpa. Con ella contra mí, la aferraba como si se tratara de un animal que empieza a ponerse furioso. — Deberías morir de hambre en un calabozo. — Mascullé sobre su oreja en el momento que las personas doblaban por la esquina derecha y sin reparo solté su cuerpo por ambos lados. Ya había sido suficiente de ayudar a criminales por un día. Mis ojos mostraban sin duda el calvario, la molestia y casi la repulsión. Aunque a pesar de ello, en contra cara, la curiosidad y el entusiasmo se hacían presente con los orbes enmascarados en profundidad. Su cabello oscuro y su piel trigueña me hacían sentir extraña. Y como siempre, mi rigidez y simple comunicación, directa y sin pensamientos de por medio, me obligó a agarrarle un mechón de cabello para observarlo. Solo eso, mirarlo y volverlo a soltar, separándome como quien ya ha terminado de ver un puesto del zoológico.

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Mensaje por Györgyike Cšillá Sáb Nov 08, 2014 3:04 pm

"La belleza se encuentra en las pequeñas cosas. Una caricia, una mirada, un beso... Un encuentro fortuito. Incluso cuando acaba mal."

Tras recoger rápidamente las billeteras que se habían dispersado por el suelo debido a mi tonta caída, me froté con cuidado el trasero con la mano. Al principio no me había dado cuenta, pero la verdad era que el golpe había sido lo bastante seco para que un agudo dolor se instalase en la nalga derecha. No estaba acostumbrada al dolor. Quizá por mi naturaleza ágil y flexible, no lo sé, pero era la primera vez que me caía en mucho, mucho tiempo. Y me sentía rara, patosa, aunque la verdad es que en ese momento estaba más agradecida de haberme ido a chocar precisamente con ella que otra cosa... Claro que no sería por mucho tiempo. Alcé la vista desde aquella posición, con esa sonrisa pícara que siempre me ha caracterizado, y la miré sin ningún tipo de pudor. Era alta, atlética, y poseía una belleza difícil de definir. Nada en ella parecía usual, ni frecuente, y su cabello, tan rubio que casi parecía plateado, le daba un aspecto de lo más exótico. Una mezcla extraña, sin duda, que me llamó la atención desde el primer momento, pese a que el hecho de que me arrebatara uno de mis tesoros no me hizo especial gracia. - Sí, escudo humano porque me has cubierto, y no eres de madera o metal... Y, eh, que sepas que la moral es un terrible lastre para la gente de la calle. No eres muy lista si no lo sabes. -Refunfuñé contrariada, para luego responder al gesto con un gruñido de queja, que no fue a mucho más porque al poco tiempo sentí el peso del objeto caer sobre mi cabeza. Enarqué una ceja, entre atónita y divertida. Su simple presencia me hacía sentir pequeña, y en ese momento me di cuenta, porque aquella acción me arrojó de inmediato a una época muy anterior. Aquel vampiro le había golpeado más de una vez en la cabeza con aquellos libros que al principio me costaban tanto comprender. Y quizá por aquel repentino ataque de nostalgia no supe ver el peligro brillar en sus orbes fríos e intensos. Craso error por mi parte. Las rubias no son de fiar. Y ella era mucho más rubia que las rubias que yo había conocido.

- ¡¿Eh?! ¡¿Pero qué demonios?! -En pocos segundos, toda la escena pasó a convertirse en una muy diferente. Sorprendida pude ver cómo mi cuerpo era arrastrado sin esfuerzo por aquella mujer que, de pronto, se me antojaba una loca bipolar con serios problemas de ira. - ¡Serás abusona...! ¡Métete con alguien de tu tamaño! -Su mirada me atravesaba, trataba de perforarme el alma, los huesos, y sus manos, demasiado cálidas en comparación con la frialdad que transmitían sus ojos, rodearon mi cuello sin que yo tuviera tiempo de hacer nada... Y la verdad es que aún hoy albergo serias dudas de si hubiera hecho algo para evitarlo. Estaba paralizada, como en trance. Me sentía como una muñeca de trapo en sus manos y extrañamente, no me disgustaba. Al menos, no tanto como cabría esperar dada la situación. - Tampoco es para ponerse así... A ti no te he robado nada -Su cercanía me ponía nerviosa, aunque no tanto para titubear. Sus labios, finos y contraídos por una mueca enfadada, captaban toda mi atención inevitablemente. Ni yo misma entendía qué narices me estaba ocurriendo, pero la verdad es que no me importaba demasiado... Hasta que abrió la boca, y lo estropeó todo. ¿Morir de hambre en un calabozo? ¿Y por qué merecía tal cosa? ¡Ninguna de esas personas echarían de menos unos cuantos francos, que a mi me servirían para sobrevivir! Empecé a plantearme que tal vez sus palabras de antes no iban en broma. Dinero sucio, lo había llamado. ¿Y por qué debería importar de dónde proviniese si servía para algo más importante que malgastarlo en lujos? No es que nunca me hubiese planteado si robar estaba bien o mal, pero yo nunca hice daño a personas necesitadas, al contrario. Así que si lo que hacía estaba feo, me importaba muy poco.

El gruñido de la bestia salió de mi garganta en cuanto se dignó a soltarme, momento que aproveché para dar un salto hacia atrás, y quedármela mirando. - ¿De verdad piensas que robar cuando lo necesitas está tan mal como para merecer morir? Parece que el dicho de que las rubias son tontas no está tan equivocado después de todo. -Dije tratando de sonar más seria de lo que realmente conseguí. No podía evitarlo: todo en ella me parecía llamativo, lo suficiente para que ni mis instintos me avisaran de que no era buena idea jugar con ella. Y eso que no solían fallarme con demasiada frecuencia. En lugar de salir corriendo, algo que hubiera resultado de lo más lógico -¿pero cuándo demonios he hecho yo caso a la lógica?-, me acerqué a ella con sigilo. Mis movimientos, antes ágiles y ligeros, se habían vuelto notablemente más hoscos. Sentía mi cuerpo agitarse, como solía ocurrir momentos antes del cambio, pero en aquel momento era distinto. Estaba reaccionando a su presencia. Me situé justo delante, encarándola. No había rastro de temor en mi rostro, ni en mis pensamientos... y pese a que probablemente eso no fuera bueno para mi, no me importó lo más mínimo. Hacía mucho que nadie lograba hacerme actuar de aquel modo tan extraño, haciendo que aquella curiosidad tan felina despertara de forma abrupta, llevándose todo lo demás. Di una vuelta a su alrededor, como el buitre que examina a su presa antes de abalanzarse sobre ella, y una sonrisa de oreja a oreja se adueñó de mi semblante. - Por lo menos tienes buen culo, porque si no... -Solté de pronto, justo antes de agarrarle el trasero con descaro, para inmediatamente después dar una voltereta hacia atrás, alejándome. Probablemente aquella acción no fuese la más inteligente, pero definitivamente lo mío no era pensar antes de actuar. Nunca lo había sido.

Al otro lado de la carpa pude escuchar las voces de los policías, que se movían rápidamente de un lado a otro, farfullando. Me había vuelto a escapar de ellos, como solía suceder siempre. Pero la pregunta era, ¿me desvelaría o respondería a mi provocación? Por mi bien, y por el suyo, esperaba que fuera lo segundo. Los gatos somos muy vengativos. Y los jaguares, más.


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Mensaje por Imara Rákóczi Dom Nov 16, 2014 8:25 pm

“Solo una mirada que ahuyente al pasado podrá convenir para el futuro.”


No estoy segura si la escuchaba hablar cuando lo hacía, solo observaba como movía sus tupidos labios y mis ojos se abrían con curiosidad, con asombro porque era una pequeña mocosa que tenía un aura especialmente entretenida, se notaba que era un ser sobrenatural a leguas y podía imaginarme de qué estilo, me había topado muchos como ella en la época en la que asesinaba cruelmente a todo aquel que no era simplemente humano. Suspiré entonces y metí las manos en mis bolsillos, intentando recordar sus palabras, que sin duda no me hacían ningún chiste, pero era imposible que me encargara de llevarla a la policía, su mirada y sus expresiones completamente sinceras me activaban en más de un sentido, quizá porque me gustaba lo que yo misma no era. — Al parecer no soy muy lista entonces. — Clarifiqué aquello que ella suponía y observé como ella misma veía caer la billetera y luego la agarraba, era flexible y sus instintos eran increíblemente agudos, sonreí de lado y miré sus piernas, apenas un deje de suciedad estaba en su rodilla derecha por la caía, no supe si se había lastimado, pero no era algo que preguntaría tan fácilmente, suficiente había sido sacarla de aquel lugar y aguantarme los golpes de un señor que había sido ultrajado de sus pertenencias. Porque yo no podía verlo como un viejo gordo y refunfuñoso, era imposible para mí; al menos por ahora, poder distinguir ese tipo de personas. Para mí, el mundo estaba dividido en humanos y en sobrenaturales. En negro y blanco y solo eso. Aunque esperaba el día en poder sacar aquellas enseñanzas de mi cabeza.

Cuando se movió hacia todos lados, la tomé con fuerzas, su cintura, su delgadez y sus pequeños hombros se afianzaban a mi cuerpo. Sabía que podía deslizarse por todos lados si realmente lo deseaba, así que tenía que cerciorarme que no se fuese huyendo. Escuché sus palabras toscas y solo intimidé su ser con mi mirada. Mis orbes se afilaban y mis labios se curveaban de manera que el enojo se podía notar fieramente. Pocas veces me habían tratado de abusona, aunque en esa época era más habitual, pues no sabía tratar con las personas que no eran de mi misma calaña, pero aun así, no aceptaría tal forma de hablar. — Sht. ¿Quién te enseñó esas palabras? — Tomando su cuello con frialdad, mi otra mano se deslizó por su cintura y luego de un movimiento me inmiscuí en su boca, tomando su lengua, para agarrarla con fuerzas, apretándola, como quien le lava a un niño con jabón por una mala palabra. — Sí lo haz hecho, me haz robado la atención. Haz silencio, deja que se alejen un poco. Tsk, no me mires así, sabes cómo son las reglas. — Apreté mis ojos un poco con la yema de los dedos y luego volví para observarla, tan hermosamente molesta y sus cabellos parecían electrizantes en la parte superior, como un gato apunto de atacar. Aún sentía la tibieza de su cuello en la palma de mis manos, la apreté suavemente, buscando volver a sentir su piel y sonreí de lado por mi propio accionar. Hasta el momento no había notado la situación tan patética, en la cual estaba lastimándola solo para mantenerla un momento más cerca de mí, como un niño que toma un animal por la fuerza solo para diversión propia.

Sonreí de lado y alcé los hombros, mi cabello, mis ojos, mi piel, incluso mi pensamiento, no era algo que pudiese cambiar, teñirme o tomar sol, cambiar mis facciones físicas no era algo que podía aceptar y aunque no podía negar el hecho de que muchas mujeres rubias eran tontas. Sí podía pensar que las morenas también lo eran, en igual o mayor medida, no me importaba, no era algo en lo que me fijara simplemente. — ¿No trabajas en este circo? Hazlo y cobrarás más dignamente que de esta manera. — Suspiré, ella metía cosas en su habla que yo no estaba capacitada para terminar de comprender, que era eso de necesitar robar y mucho peor, ¿qué clase de cosas estaba diciendo sobre mi trasero mientras me recorría como una pequeña alimaña? Crucé mis brazos, uno por arriba del otro y esperé a su ataque, incluso si quería clavarme algo, a menos que fuese de plata, no me haría ningún daño. Pero me sorprendió mucho más que una bala de plata su accionar. Sus pequeñas manos se aferraban a mi parte posterior con tal ansia y mis ojos se abrieron, me quedé apática por unos segundos. Pestañeando como si algo me hubiese golpeado en seco las mejillas. Luego la observé correr y no pude evitar soltar una pequeña risa que mostraba los colmillos caninos y la mirada cansina. — [...] ¿Si no, qué? — Consulté momentos antes de verla huir y estiré el cuello, guardando las manos en mis bolsillos mientras me encaminaba hacia donde ella, ignorando a los guardias que sentía a unos metros nuestros. No había nada que deseara más que hacerla pagar con mis propios dedos.

— ¿Ya te has terminado de divertir? — Consulté y miré alrededor, observando la carpa, los animales que estaban allí, algunos enjaulados, otros caminando en círculos, era triste verlos de ese modo, siempre me los había imaginado con más felicidad en sus rostros, quizá las cosas eran muy diferentes a las que me decían en la iglesia. — ¿En qué animal te transformas, cambiante? — Consulté mientras caminaba en dirección exacta a ella, no importaba en qué situación me encontrara, yo no hacía círculos o cuadrados, si tenía que ir a alguien, a menos que fuese una situación donde hubiese planos y un plan, iba derecho a mi presa. Y en este caso, aquella morocha pequeña y saltona estaba particularmente en mi cabeza, sin querer salir de allí.

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Mensaje por Györgyike Cšillá Jue Dic 11, 2014 10:08 pm

"Ser sincero no es decir todo lo que se piensa, sino no decir nunca lo contrario de lo que se piensa." -André Maurois

A veces la vida te somete a numerosas pruebas en las que tienes que demostrar tu fortaleza, tu empeño por salir adelante pese a todo, pruebas que has de superar para conseguir salir de determinados apuros, o de pozos profundos en los que te vas cayendo a causa de múltiples y variados inconvenientes. Al final, lo más importante acaba siendo tener la valentía suficiente para plantar cara a la vida y devolverle las hostias que te va dando, además de no dejarse vencer por las adversidades, aunque vengan a montones. Y yo, de eso, como de todo, sabía mucho. Me había tenido que enfrentar a situaciones complicadas en más de una y más de mil ocasiones, así que puede decirse que en eso soy más que una experta. Pero si había algo en el mundo a lo que no podía acostumbrarme, era a la presencia de imprevistos. Sobre todo si estos tenían que ver con mujeres. Recordaba una vez, cuando aún estaba en Hungría, que me enamoré locamente de una joven pelirroja que no hacía más que sacarme los nervios. Casi tanto como la despampanante rubia que tenía justo delante. Y digo casi, porque por aquella chica casi acabo arrojada a los cerdos, cuando su padre descubrió que el chico que asaltaba su habitación noche sí y noche también, tenía bastante poco de chico. Y no era ni más ni menos que yo, su mejor "amiga". Después me reí del suceso, pero en aquel momento, de verdad creía que iba a acabar siendo devorada por bestias malolientes.

Pero ahora, volviendo al presente, no es que me encontrara en una situación mucho mejor. Aquella loca abusona, si bien no tenía mucho interés en arrojarme al ganado, podría haber conseguido que acabara pasando bastantes noches entre rejas. Podría, pero no lo hizo. Y por un momento, mientras me tenía atrapada entre sus brazos, supliqué mentalmente porque lo hiciera. Clavé mi mirada en la suya, sintiéndome intimidada casi instantáneamente. Era extraño. Nadie nunca se me había quedado mirando por encima del hombro sin que yo hiciera nada por remediarlo, pero en aquellos instantes, mientras notaba sus manos aferrarse a mi cintura con una crudeza inusitada, en mi cabeza había muchas cosas, menos algo lógico y sarcástico que decir. Me sentía atrapada y reconfortada al mismo tiempo. Furiosa y agradecida. Nerviosa y satisfecha. Con ganas de abofetearla y de besarla a la vez... Y se me adelantó. Primero me quedé como en shock, con los ojos abiertos como platos, incapaz de responder ni a sus palabras ni al beso... ese apasionado beso en el que me sumergí sin pensar ni un momento en las consecuencias. ¡Ah! ¡Pensar! Era demasiado cansado, y aquel cosquilleo que ascendía desde mi vientre no iba tampoco a permitírmelo. Además, ¡qué demonios! ¿Cuánto tiempo había pasado desde que una mujer, y más tan sensual y exótica como aquella, me besaba de aquella manera? ¡Nunca me había pasado algo como eso! Mientras su lengua y la mía se entrelazaban de forma juguetona, ni siquiera me importaba que la tipa estuviera chalada. Una vez superado el "shock" agarré su cintura con una mano y deslicé la otra hacia su trasero, sin ningún tipo de pudor. A la mierda los guardias y a la mierda el peligro. En aquel instante lo único que veía, sentía y deseaba era lo que tenía justo enfrente... y entre manos. Ella también parecía deseosa de regodearse en el momento, o al menos, eso pude deducir ante sus manoseos. Sentí la presión de sus manos sobre mi cuello, hiriente pero extrañamente satisfactoria. Esa sensación leve de asfixia, de ingravidez, siempre me había gustado. Me sentía atrapada, como en un hechizo...

Al menos hasta que me mandó a callar, y aquella especie de gen rebelde que siempre ha estado conmigo, me hizo reaccionar de forma brusca, dándole un manotazo para apartarme de ella y dar un grácil salto hacia atrás para alejarme. Ahora, una vez superado el estupor inicial, las preguntas comenzaron a agolparse en mi cabeza. ¿Eso a qué demonios había venido? ¿Se había tratado de una maniobra de distracción para alejarme de los policías, o había sido algo repentino, fruto del deseo? Obviamente no iba a preguntárselo. - Pues sí, eres bastante tonta, y una horrible besadora. En serio, ¿de dónde sacas tantas babas? -Mentí descaradamente, pero por suerte para mi, eso tampoco se me da precisamente mal. - Maldita rubia oxigenada... estáis todas mal de la cabeza... -Mi lengua, afilada como siempre, parecía tener vida propia, ayudándome a escupir bilis, aunque empezaba a creer que ese órgano tenía sus propias inquietudes, y en realidad sólo estaba quejándose de haber abandonado la calidez de la boca de esa rubia, a la que yo tanto fingía despreciar.

- Supongo que no eres capaz de entender que dignamente no significa que gane lo suficiente para poder vivir. Además, ¿tú quién demonios eres para juzgarme? Vas besando y manoseando a la gente por ahí, como si fueras dueña y señora de todo. Cada uno robamos lo que podemos robar. -Una sonrisa pícara se dibujó en mi semblante al verla acercarse. - Porque si no tuvieras un buen culo sí que estarías perdida. Loca y fea, sería terrible para ti. Por suerte, estás buena. -Solté una carcajada, algo nerviosa debido a la nueva cercanía que la rubia puso entre ambas. Me deslicé a un lado de la carpa, alejándome, y sintiendo en mi cuerpo aquel inconfundible temblor que siempre tenía lugar antes del cambio. La palabra cambiante, al salir de entre esos labios finos y firmes, provocó que me sacudiera aún más. - ¿Quieres averiguarlo? -Mi voz se convirtió en apenas un rugido, y tras la joven aparecieron los guardias, justo para encontrarse conmigo... bueno, con la parte jaguar de mi. Rugí hacia ellos, y hacia la rubia, dibujando lo más parecido a una sonrisa que una bestia puede dibujar.


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Mensaje por Imara Rákóczi Lun Dic 22, 2014 12:06 pm

“Incluso aunque seas valiente, el mundo te chocará de frente y te hará temblar”


Sus repulsivas palabras taladraban mi cráneo de manera que querían pasarse a mi ser y estrangular mi paciencia. La tenía, era de esas personas que podía contenerse si de verdad lo deseaban, pero que usualmente no lo hacían. No lo necesitaba, mi personalidad podía fluir en cualquier ámbito porque había sido criada, o más bien domesticada para hacer las cosas rápidas y sencillas. Tomaba el camino más corto, aunque fuese el más peligroso y me enfrentaba a lo que estuviese delante de mí, matándolo sin ninguna clase de consuelo. Así era el mundo para mí y aunque ahora estaba intentando cambiar, los alaridos de una cambiante me afectaban demasiado. Era como volver a cargar la estaca y la cruz. Quería clavarle las manos, inmovilizarla y llevármela muy lejos de aquel lugar. Quizá no necesariamente a hacerla destruir, pero era un buen camino para empezar. Pues sus pequeñas mejillas y grandes labios me llamaban la atención como mil demonios encadenados. Era rara, tenía una cintura demasiado pequeña y parecía ser tan elástica como un gato. Sus dientes se notaban filosos y sus ojos eran alargados, bordeados con un negro estrepitante. Demasiado contraria a mí, pensé. Su piel era pálida, media grisácea como el pelaje de un animal salvaje a la espera de camuflarse con su alrededor. Me preguntaba qué tal se veía sin una sola prenda cubriendo su piel. Y fue gracias a su timbre de voz y a su dulce figura que no rompí su cuello a la mitad. Y solo le sonreí discretamente, esperando a que dejara de chillar como una fiera, el ácido que escupía se deslizaba por mi piel. Había experimentado cosas peores, podía recibir más maltratos físicos y psicológicos de los que aparentaba.


— ¿Terminaste de llorar? — Consulté con una ceja arqueada, esporádicamente noté que había olvidado seguir el aroma de los policías, me había hundido en ella, en su esencia y en sus palabras que brotaban como si fuese un volcán en erupción. Me provocaba reír y mover la cabeza a los lados. Metiendo mis manos en los bolsillos, dejaba que tocara, aún si quería robarme en el transcurso, no podría hacerlo, sus movimientos eran perseguidos por mi mente como si se tratara de un hilo de sangre, incluso miraba sus labios de manera perturbadora, no eran como los labios de los demás. No había conocido a nadie como ella, tan pequeña y aparentemente frágil, rebelde y a su vez mantenía una pizca del sentido de la pureza que me bañaba en un placer sofocante. Quería asfixiarla, robarle el aire hasta que caiga como una pluma a mis pies. Mordí entonces mi labio inferior, intentando controlar mis sentidos y no fue hasta que ella terminó de hablar todo lo que quería que me giré para mirar hacia atrás. Espetando que nadie nos viese, aunque estaba claramente distraía y lo sabía. — Te juzgo porque puedo y porque quiero. Tss… — Maldije cuando el sonido del metal de los policías se sintió detrás de mí, los miré de reojo y pronto el rugir de la cambiante me tomó por sorpresa. Esperaba ver a un hermoso gato entre mis brazos, pero para lamento mío un jaguar se asomaba en su rostro y cambiaban sus huesos de manera que me resultaba doloroso de ver. Me preguntaba si ella sentía lo mismo que yo cuando la luna daba contra mi piel. Supuse que estaría acostumbrada, los cambiantes podía hacerlo cuando deseaban, diferente a nosotros, que era más una maldición que un don.


No esperé demasiado para actuar, era demasiado tarde para escapar y ya me había cansado de ser perseguida, lo único que deseaba era atrapar a la felina, incluso si no era de mi incumbencia, deseaba tocarla, solo por un momento deslizar mis dedos huesudos sobre ella. Golpeé entonces con las piernas, justo en sus estómagos. Momento en el que temí que ella saliera huyendo, era su oportunidad perfecta para escapar de ambos grupos. Me sentí acorralada entonces, pues al mirar toscamente para su lado uno de los policías me apuntó con la pistola de un solo tiro y dejó que el disparo se arrebate en mi hombro derecho. Era acero, perfecto para detener a humanos, pero no servía contra mí. Le miré con deseos de matarlo y antes de ir a él;engullí mis dedos sobre la herida, tomando la bala, deslizándola por el piso como quien acaba de quitarse un pedazo de mugre. Incluso cuando era humana, eso no era algo que pudiese detenerme, se necesitaban al menos cinco de ellas hundidas en mi estómago para terminar de desmayarme. Y ahora, con la dote de la fortaleza en mi cuerpo, mi resistencia y fuerzas eran peor que la de los demás sobrenaturales. Me acerqué a él y tomando su arma de un manotazo la doble, lentamente la punta quedó como un hisopo y la lancé al suelo. Esperando que así notaran su posición y se largaran de una vez. Lo único que deseaba para entonces era volverme a encontrar con unos ojos oscuros y latentes de fuerza salvaje. — Quiero averiguarlo. — Al final murmuré, sin saber exactamente donde se encontraba aquel intento de jaguar. Mi hombro me pinchaba, la herida se estaba sanando y aún no me acostumbraba a ese tipo de reacciones, era algo caliente y el dolor era similar a que me estuviesen cociendo y quemando al mismo tiempo. Claro que podía controlarlo, era resistente y mi rostro no demostraba ninguna clase de aflicción.  



“Los bordes de tu mirada son la razón de la cacería mal hecha” 
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Mensaje por Györgyike Cšillá Lun Ene 12, 2015 5:29 pm

"La fortaleza de una persona no reside en su fuerza o resistencia, sino en su capacidad de levantarse pese a haber caído innumerables veces."

Los ropajes cayeron desordenados a mi alrededor, mientras yo me sacudía con violencia, dejándome envolver por aquella sensación, salvaje, desgarradora. El cambio. Sentía cómo mi piel se estiraba y se encogía, se retorcía en algunos sitios y parecía querer reducirse a la nada en otros. El cambio iba de dentro a fuera, desde mi mente hasta mi anatomía, pero donde más lo sentía era a nivel corporal, siempre había sido así. No era exactamente dolor lo que sentía cuando mi piel comenzaba a transformarse, aunque debo reconocer que no es una sensación precisamente agradable. Es una mezcla entre molestia, incomodidad, y liberación. Molestia porque hasta que no se terminaba, me sentía como si fuera un ser incompleto, como si me faltaran trozos del cuerpo que no podía ver, ni mover, ni notar. Incomodidad porque siempre estaba la duda de si en la conversión me convertiría en el animal escogido, en el que yo prefiriese de los que habitaban en mi interior, o si por el contrario no sería capaz de hacerlo. Los cambios requieren mucha energía, y yo me paso el día derrochándola en un sinfín de acrobacias. A veces, simplemente, estoy demasiado exhausta para conseguirlo. Pero aquel no era el caso. La excitación que me habían provocado los manoseos con la rubia fueron suficientes para volver a "cargarme" las baterías. Aquel cosquilleo en el bajo vientre se había convertido en temblor, y el temblor, en la necesidad de cambiar... Y era aquí donde aparecía el tercer sentimiento que siempre experimentaba cuando me transformaba.

Liberación. Cuando el cambio se iniciaba, la piel se hacía pesada, tirante, y todo cuanto piensas es querer deshacerte de ella, como si se convirtiera de repente en un traje demasiado ajustado del que necesitas desprenderte con urgencia. Sí, era exactamente eso. De pronto, tu parte humana ya no te representa, y todo cuanto quieres es recuperar tu forma salvaje, animal, por defecto. Y esa forma, para mi, era el jaguar. Fuerte, rápido, ágil y especialmente peligroso si te lo encuentras en un mal día. Su definición, de hecho, casi parecía ser perfecta para mi, tal era el nivel con que encajaba, y encaja, con mi propia forma de ser. Rugí con entusiasmo, encarándola de forma directa. Esperaba que ahora que finalmente se enfrentaba con mi naturaleza, la rubia se diera cuenta de que yo no era un simple juguetito que podía manejar a su antojo. Por muy hermosa que fuera, por mucho que deseara tomar nuevamente el dulce y violento elixir de sus labios. Yo soy incontrolable, nadie tiene potestad sobre mi, ni sobre mi cuerpo o mis acciones. Ella no era quién para decirme qué hacer o qué no. Aunque me hubiera protegido de los guardias. Yo no se lo había pedido. ¡Ah! Podía notar cómo mi sangre se hacía también más cálida, y más salvaje. Ahora que el cambio estaba completo, mi cuerpo, mi alma, todo mi ser, se guiaba por instintos. Y no hay forma de expresar lo mucho que me gustaba, lo bien que me hacía sentir.

Y entonces, un golpe certero en mi vientre me hizo emitir un siseo animal, fruto de la rabia que despertó en mi interior. La rubia había vuelto a golpearme. Y la ira, ciega, me hizo querer despedazarla en aquel mismo momento. Supongo que es hora de explicar también qué pasa con mi mente cuando me transformo... Pues bien, mis pensamientos se vuelven simples, superficiales y fugaces, como los de un animal. El raciocinio queda oculto tras la necesidad imperiosa de atacar, de defenderse, de huir... En definitiva, tras los instintos más puros y primitivos que, aunque también se hayan en el fondo de las personas, de los humanos, son lo más evidente e importante en los animales. Por eso cuando me golpeó me revolví, tratando de hundir mis colmillos en su carne, y por eso cuando escuché el disparo un rugido escapó de mi garganta, y trepé por la carpa hasta subirme a una de las vigas, observando la escena desde arriba. Es como más cómoda me sentía, porque me permitía acechar a la presa sin correr el menor riesgo. Misma postura que adoptaba como humana. ¿Veis cómo de parecidas somos mi parte humana, y la animal? Así somos los cambiaformas, varias naturalezas fusionadas, conviviendo en armonía y dotándonos de muchas más capacidades de las que los simples humanos podrían llegar a sentir... Y entonces, lo percibí.

Tan despistada había estado a causa de sus curvas, de la belleza de su cuerpo y su inusual y exótico rostro, que no me había percatado hasta aquel momento que aquella mujer, de humana, tenía tan poco como yo misma. Su aroma a lobo me invadió las fosas nasales, e hizo que el vello de mi lomo se erizase de forma instantánea. Era un instinto más. Los lobos no tenían mucho que hacer contra los grandes felinos, pero no nos llevábamos bien. Lo raro era que además de la sensación de rabia, la excitación seguía presente. ¿Sería acaso que el hecho de que ambas fuéramos sobrenaturales era más importante que nuestras naturalezas? Eso parecía. Sea como fuere, cuando la mujer despojó a uno de los guardias de su arma, rugí desde las alturas, haciendo que los que le seguían se marcharan corriendo, gritando de pánico. Y entonces volví a clavar mi vista en ella y en el hombrecillo que a su lado parecía patéticamente diminuto. Quise ver lo que haría con él, si aprovecharía que estaban solos para despedazarlo. Quería saber de lo que era capaz. Me relamí, esperando internamente ver brotar la sangre desde el guardia. Ah, la sangre... Su olor, su sabor, así como el de la carne fresca y cruda proveniente de una presa recién cazada, me enloquecía. Tanto o más que la visión de aquella rubia, justo debajo. En el breve lapso de tiempo que había tardado su herida en cerrarse, había podido saborear levemente el aroma de su sangre. Y era casi tan salvaje como la que corría por mis venas. Esperé desde las alturas a que ella me encontrara. ¿No quería averiguar qué era lo que se escondía en mi interior? Ahora podría hacerlo.

Y me abalancé sobre ella. Mi presa.


"Tentación, el más salvaje de los sentimientos cuando no se domina. Caigamos en ella, hundámonos en sus delicias. Perdámonos, hasta que el sudor nos recubra, y el corazón bombee demasiado deprisa para poder detenerlo. Que la locura nos embargue, porque al final, todos tenemos un animal dentro."
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Mensaje por Imara Rákóczi Miér Ene 21, 2015 2:59 pm

“Pero luego de caerte, saborea el elixir del saber”


Siquiera miré al humano que tenía frente a mí, estaba cansada de jugar al gato y el ratón. Yo no era ninguna de las dos cosas, por mi interior corría la sangre de un hombre lobo y con ello -aparte de haber heredado dotes de increíble magnitud-, me había dejado debilidades. Mi paciencia se agotaba rápidamente, mis instintos eran más agudos y sin duda alguna había dejado de lado la estrategia que en su momento tanto había añorado, me comportaba como una bestia cuando mi mente se dejaba volar. Claro que no era algo que dejara todo el tiempo, me valía de mí ser calculador en gran parte del día y la noche. Pero cuando llegaban esos instantes, en donde me sentía más poderosa que los demás, en donde el hilo de cordura se movía levemente hacía un costado. Aquellos caninos que estaban envueltos en mi mandíbula se alargaban para querer ir a arrasar con lo que estuviese en mi camino. Y estuve a punto de hacerlo, de atravesar a aquel hombre de lado a lado en el pecho. Hundir las garras de mis manos hasta sentir el órgano latente del corazón en mi piel y explotarlo dulcemente. Sí, la muerte siempre me había hecho sentir viva. Como si con ello tomara venganza por la maldición que me habían dejado. Pero no podía, interiormente me negaba a hacerlo por más placer propio que me quisiera dar. El lobo gritaba y por lo contrario mi humanidad me decía que era suficiente. Así como mi cuerpo escupía la bala de acero simple, el hombre intentaba escapar del lugar. Allí nada había pasado. Aunque la realidad era que teníamos que largarnos o terminaría cayendo la inquisición a hacernos cenizas. Los demás policías ya habían salido, pero no habían terminado de ver el espectáculo montado por ambos sobrenaturales.

¿Cuánto tiempo nos quedaba para correr hacía la ciudad y desaparecer en la multitud? Menos de una hora. Eso era lo que yo tardaba en mis épocas de llevar la cruz en mano. Alcé mi cuerpo y desesperada por sentir más adrenalina en mis venas alcé la pierna derecha. La patada fue directamente a la oreja y cuello del polizonte, haciendo así que éste cayera al suelo adormecido. Si lo dejaba ir, probablemente les daría más datos de los necesarios y sería más fácil rastrearnos. No podía permitir que eso sucediera, por lo que era preferible que durmiera plácidamente hasta que pudiésemos escaparnos. Mi cuello se movió a ambos lados y haciéndolo crujir hermosamente me dirigí a la búsqueda de aquel atroz animal que se había escapado de mí.  — Ven aquí de una vez. — Girándome pesadamente, con la cabeza baja, estaba inspeccionando el agujero que había quedado en mi camisa. Completamente redondo y con leves manchas de sangre alrededor. Que porquería. Pensé desdichada y cuando hube levantado la mirada pude sentir la presencia iracunda de un animal al acecho. Estaba lanzándose hacía mí con tal intensidad que cuando me cayera arriba me haría derrumbar al suelo con extrema brusquedad. No tenía tiempo de esquivarla, así que solo tensé mis músculos y me preparé para su peso. Aquel jaguar terminaba de descender y probablemente pesaría más de tres veces la humana que era antes. Mis ojos cerrados se apretaron con tal intensidad que no llegué a sentir la caída, pues estaba concentrada en la presión de mí mirar.

Pensé en aquel entonces que terminaría de morderme cada pedazo de piel que encontrara. Pero no estaba segura del por qué. Si bien el encuentro había sido hostil y yo me había quedado con la idea de un gatito, no pensaba que terminaría teniendo que luchar contra una bestia como esas. Dejé escapar un gemido grueso, así como lo era mi voz y removiéndome alcé mis manos, buscaba aquella mandíbula. La agarraba con toda la fiereza que podía. Lo peor de pelear contra aquello es que tenía que buscar la manera de que no me matara y que yo tampoco lo hiciera. Tenía la cabeza preparada para eso, mi pasado me proveía de movimientos hacía las estacas de mi bota. Tan solo un poco más y podía llegar a la madera, pero haciendo aquello solo terminaría por perderme la figura de esa mujer que tanto me había atraído. Unos ojos felinos y un cuerpo tan elástico que me daba a pesar demasiadas cosas. — ¿Qué pretendes hacer? ¿Acaso estás buscando matarme? — Pregunté con ira y al cabo de temer contra esos colmillos dejé que mi brazo se hunda en su mandíbula. Tenía que sacrificar el movimiento de mi brazo izquierdo. La habilidad de la fortaleza me habilitaría a soportar el dolor. Mientras que con la otra mano apresaba su cuello y con las piernas inmovilizaba las ajenas. Gruñendo me sentí como una bestia luchando por un pedazo de carne, pero allí no había por qué pelear.

Decidí que me arrastraría con ella por el suelo. Aquello era un circo y como tal debía haber artefactos para animales en estado de crisis. Clavé mis uñas en la parte de la nuca del animal y mientras me dejaba llevar por mis instintos busqué una soga gruesa por los suelos. No tardé en dar con ella, había cuerdas por todo el lugar, al igual que jaulas y trampolines. — ¿De verdad quieres pelear contra mí? — Susurré con los ojos inyectados en deseo, tanto sexual como violento. Me dediqué entonces a seguir apresándola, ella podía estar en su forma más violenta, pero le quitaba la elasticidad que los gatos comunes tenían. Aunque pudiese estirarse a montones, no haría desaparecer esos huesos a menos que se transformara en otro animal. Y si lo hacía le tomaba unos segundos, perfectos momentos para encarcelar cada pequeña parte de ella entre mis fauces. — Vuelve a ser humana. No me gustas de esta manera. — Arreando la soga en el cuello ajeno me las apañaba para soportar el ácido dolor incrustado en mi piel de las garras y colmillos del felino. Era como si me estuviesen metiendo espinas con veneno. Pero así la había obligado yo a hacer. Para no tener que luchar contra sus colmillos, había metido a la fuerza mi antebrazo. — Chillona. — Sonreí en lo que cansada buscaba sus ojos, me preguntaba si seguirían siendo igual de bellos que antes, oscuros y penetrantes y sí, allí estaban tan enojados que parecían que fuesen a comerme.


“Estás en mis manos.” 
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Mensaje por Györgyike Cšillá Dom Feb 15, 2015 11:39 pm

"No puedes controlar la furia de un huracán pues su naturaleza consiste en arrasar con todo a su paso."

Como ya he dicho, cuando el animal que vive en mi interior cobra el control de mi cuerpo, de mi alma, de mis acciones, mi pensamiento se hace simple, lineal, caótico. Nada tiene el mismo sentido que tendría siendo humana, y las emociones se convierten en simples, básicas. La sangre me hierve por cualquier cosa... En el buen sentido, pero también en el peor. Y esa maldita loba conseguía sacarme con demasiada facilidad esas dos partes de mi misma, la buena, pero también la mala. Era una mezcla extraña entre pasión, locura y deseo y unas ganas terribles de hacerla pedazos por aquella forma de ser suya que tanto me fastidiaba. Aun cuando, debo reconocer, que nos parecíamos muchísimo. Sobre todo en el hecho de no saber mantener la boca cerrada en ningún momento. Me había pasado antes a mi, incapaz de dejar de molestarla pese a su superioridad física; y le pasaba ahora ella, cuando al verme convertida en jaguar no tuvo nada mejor que hacer que tocarme las narices. ¡Ah! ¡Por Dios! ¿A quién demonios se le ocurre intentar dar órdenes a un animal salvaje? Yo sólo pretendía jugar un poco con ella, asustarla, babearla quizá, pero de ahí a comérmela... ¡No tengo tan mal gusto! A ese cuerpo le haría muchas cosas, pero devorarlo, literalmente, no era una de ellas. Por lo visto, ella no lo entendió del mismo modo.

Bufé aún más enfadada cuando a aquella rubia loca se le ocurrió la fantástica idea de meterme la mano dentro del hocico -sí, sí, ¿os lo podéis creer?- cuando yo únicamente planeaba darle un lametazo en toda la cara como venganza por lo de antes. ¡Pero no! Mis dientes, obviamente, desgarraron su carne y claro, la sangre es la sangre. Es decir, o sea, era un maldito jaguar, y los jaguares comemos carnes crudas... Es como darle un caramelo a un niño. Entonces mis instintos, esos que se vuelven casi irrefrenables, anularon casi por completo la parte de mi cerebro que seguía teniendo conciencia de mis actos. Ahora sí quería despedazarla y comerme sus trocitos. ¡Pero era culpa suya! Toda aquella locura era culpa suya. Arremetí con aún más fuerza contra el brazo que ahora me fastidiaba dentro de la boca, intentando quebrarlo, o arrancarlo, o lo que fuera para que de una vez me dejase terminar con todo aquello... Pero mi cuerpo cedía ante su presión, como si junto a la rabia sin sentido que había despertado en mi interior, aquella otra parte que aún la deseaba, pese a querer destruirla, no deseaba que mis instintos terminasen la escena con su muerte. Desde luego, no hubiera podido soportar no volver a ver esos ojos fastidiosamente hermosos, ni esos cabellos que parecían querer competir con la nieve en su blancura.

Y cuando ambas comenzamos a rodar, aquella inconfundible sensación volvió a recorrerme por completo, como si de una descarga eléctrica se tratara. Noté la soga al cuello, presionando, aunque no lo suficiente para dañarme, cuando mi cuerpo se sacudió con violencia, presa de un nuevo cambio. Me dolían los huesos, los músculos, todo mi ser pujaba por recuperar la forma humana de la que antes había huido, abandonándose el animal. Y otra vez, ella había tenido la culpa. Me había provocado para que le mostrara lo que en realidad soy, y ahora me volvía a instar a que me convirtiera en aquella ladrona de ojos negros que todos veían a diario. ¡Ah! ¡Maldita! ¿Por qué aceptaba sus mandatos? ¿Por qué me dejaba engatusar? ¿Qué había visto en ella que me hubiera llamado la atención tanto, hasta el punto de ser capaz de "domar" a la bestia? La odiaba y deseaba a partes iguales. Y allí estaban, otra vez, mis manos delgadas y ágiles, mis piernas largas y elásticas. Aquel cuerpo que se me hacía pequeño tan a menudo, como si fuese una prisión, pero que ahora necesitaba adoptar más que nunca. ¡¡Por su culpa!!

Bufé y la miré directamente a los ojos, deshaciéndome de su agarre sin demasiado esfuerzo. Ahora yo era mucho más pequeña, y ella estaba dolorida. Era una "presa" fácil. Nos hice rodar por el suelo hasta quedar yo encima, y me senté a horcajadas sobre su cadera, haciendo presión con las piernas para que se quedase quietecita. Una fina capa de sudor me recorría por completo. Demasiados cambios en poco tiempo. Mi cuerpo temblaba debido al cansancio, sí, pero también por culpa de la expectación. ¿Por qué quería verme así? Mientras que el resto del mundo sólo sentía interés por mi cuando me convertía en aquel hermoso animal que la había atacado, ella parecía más interesada en ver a la humana. Pues ahí la tenía. Puse mis manos sobre sus hombros y presioné con firmeza, fijándome con atención en todos sus gestos. Más que nunca me parecía que aquella belleza exótica tenía algo de especial. Me acerqué a ella levemente, flexionando mi espalda. Debía estar tan cansada como yo.

- Tal vez esa fuera, después de todo, la mejor de las ideas. Matarte, digo. ¿Cómo te atreves a darme órdenes, ah? Loba del demonio... Fuiste tú quien dijo que quería conocer mi naturaleza, y ahora que la conoces, pareces decepcionada. ¿Qué esperabas, un lindo gatito? -Dije para luego seguirme aproximando a ella muy despacio, acercando mi cuerpo al suyo. Notaba su respiración sobre mi rostro. Cálida, tan cálida y tan dulce como salvaje. Sí, sí que nos parecíamos. Dispuestas a luchar contra lo que fuera. Su pecho se movía debajo de mi con lentitud, a pesar de que su corazón latía tan deprisa como el mío. Ah, me estaba volviendo completamente loca. - Sabes que los instintos no están hechos para controlarse, loba... Los míos... Tampoco. Fue culpa tuya haberlos despertado. -Y justo entonces exploté. Dejé que el fuego se apoderara de mi cuerpo en una sacudida casi tan violenta como la experimentada momentos antes, durante el cambio. Y busqué sus labios. Con violencia, con anhelo. Quería atraparlos, morderlos, arrancarlos y guardármelos. Quería despojarla de ellos, para así demostrarle que desde aquel momento, me pertenecían. Porque ardían, ardían y respondían ante mi contacto de forma generosa. Busqué su lengua, me sumergí en el elixir que inundaba su boca, ese elixir que desde el primer beso que me había robado se había convertido en lo que más anhelaba. En mi obsesión.

¡Maldita loba!


"Sólo cuando nos hemos sumergido en el deseo, nos damos cuenta de que es demasiado tarde para dar marcha atrás."
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Mensaje por Imara Rákóczi Mar Feb 24, 2015 11:38 pm

“El ojo es su debilidad, de allí nada ni nadie podrá sacarme. Sucumbirás.”


Sus largos y afilados colmillos estaban perforando mi piel como si quisiera arrancarme todo el pedazo entero, sus garras intentaban apartarme del lugar y en sus ojos veía a una bestia. Tan oscura como las que había encontrado muchas veces en mi pasado, llena de instintos, de hambre. Incluso pensé escuchar su estómago gruñir, pero bien podía ser el éxtasis que estaba pasando por mi cuerpo en ese momento. El arrebato trágico de tener una hermosa chica entre las manos y de repente a un vil jaguar feroz. Me hubiese entretenido ver a un lindo gatito, sin duda eso hubiese terminado por llenar mi libido. Después de todo era un perro, un lobo, una vil fiera. Y me gustaban las cosas contradictorias, le había agarrado un gusto especial a aquellas cosas que no tienen sentido cuando están juntas. Pero ahora no había tiempo para pensar demasiado, mis dedos se agazapaban contra aquel ser, rodábamos y nos golpeábamos. Yo ignoraba por completo que me estaba quitando un pedazo, jadeaba toscamente, como si en mi garganta hubiese un nudo imposible de soltar. Hacía estampar la espalda del animal al suelo, apretándome sobre él. Terminado así por obligarla a parar sus movimientos y que volviera a ser la chica de labios gruesos que antes había visto. Una ladrona y acróbata que en cualquier otro momento la hubiese dejado bajo rejas. Que se pudra en sus doscientos años de vida. Pero ahora no era necesario hacer eso, ahora mis principios estaban intentando cambiar y ella incluso podía ser un jodido vampiro y yo sucumbiría a sus labios igual. — Deja de quejarte con esas miradas. Debería quitarte ese par de colmillos por lo que has hecho. —


La reprendía con una media sonrisa en el rostro, mi pecho subía y bajaba. Mi corazón latía asquerosamente rápido y mis propios caninos estaban dispuestos a mostrarse frente a ella. Sentía una oleada de adrenalina que era culpa de Gaia, aquella maldición de los licántropos, ya que se suponía que tenía origen en esa ‘diosa’ y ésta era quien nos daba más o menor control de nuestras habilidades. Muchas leyendas aseguraban que luego de años de entrenamiento en las lunas llenas, la diosa te daba el don de controlar a la bestia. En aquel caso, solo estaba desconfigurando cada uno de mis sentidos, estaba bajando mi inteligencia a solo querer poseerla y dominarla. No podía permitirlo, no podía caer tan bajo en aquella situación. Mis orbes claros se cerraron por una fracción de segundo, momento clave en el que ella terminó su conversión y apareció como un dulce querubín bajo mis manos. Sus pequeños labios inflados y su mirada penetrándome no me dieron tiempo a reaccionar a sus retorcijos. Me dejé envolver por ella, manteniendo las abdominales apretadas, observando así cada instante en el que se acomodaba sobre mí y se inquietaba. ¿Qué estaba pensando? No podía saberlo, pero la sonrisa se formaba socarrona en mi rostro, una modestia tan singular que podría causarle irritación a cualquiera. — Sí, esperaba un lindo gatito. Como el que tengo ahora en mis piernas, creo que se asemeja bastante. — Con la ceja alzada, sentí como sus piernas empezaban a apretarse a mí, me sujetaban como si con ello fuese a detenerme por siempre.

El brazo escocía y la sangre caía por un costado con completa normalidad. Pero mis heridas ya habían comenzado el proceso de curación; era mucho más lento que antes con las balas, pues ésta vez se trataba de otro ser sobrenatural. Así como sucedía con los vampiros, las mordidas y lastimaduras entre seres malditos eran más difíciles de procesar. Y aunque no lo necesitaba por ahora, estaba esperando que terminara de sanar. Por el momento me dediqué a alzar la mano sana, apoyándola en su cintura en tanto la deslizaba por su piel. Mirando aquella curvatura de su espalda, como se retorcía hasta mi rostro y se quedaba especulando. — Los instintos… Tal parece que son todo un peligro, ¿es mi culpa? Mmm. No me arrepiento. — Acentué al final, ya que simplemente no lo hacía, como podía afligirme el hecho de haber visto a una mocosa convertirse en jaguar y luego volver a restaurarse en sí misma. Había sido toda una obra teatral, tenía que ser sincera, cuando los cazaba no veía todo aquel movimiento, mis pasos eran certeros, demasiado calculados como para disfrutar aquellos desplazamientos de huesos y almas. Apenas tuve tiempo a decir aquello cuando la vi treparse, agarrarse de mis labios como quien está desesperado por un pedazo de pan. Como si no hubiese alimentado su estómago en más de dos semanas. Me engullía y su felina forma de moverse me estimulaba a tironear un poco más. Aunque deseaba detenerme y salir de allí para dejarla tirada, no pude hacerlo. Mi mano dañada se terminó de acomodar lo suficiente para poder ser utilizada y no esperé un segundo más para agarrar el otro lado de su cintura.


Comenzando a apretarla contra mí, ajustarla a mi pecho en tanto levantaba mi espalda, dejando las caderas sobre el suelo. Sentada y con la columna arqueada no me detuve hasta saber que se le iba a acabar el aire. Pues para mi suerte, yo tenía una capacidad totalmente fuera de lo normal para mantener el aliento, producto de los muchos entrenamientos que me habían dado bajo el agua. Mastiqué su lengua hasta estirarla a mi placer y pronto me vi subiendo la mano hasta su mentón. Lo agarré con fuerzas en lo que me separaba y la miraba ególatramente, mis cejas normalmente estiradas estaban salidas de contexto y una sonrisa que dejaba ver mis dientes se asomó para observar su rostro completo. — ¿Acaso te has enamorado ladronzuela? No creo tener interés en tener que criar a alguien como tú. ¿O es que siguen tus instintos al habla? — Con una diversión malvada seguía manteniendo su torso agarrado al mío, con el mentón obligando a que me mirara fijamente, me volví a acercar a sus labios, mordiendo el contorno, demasiado grueso, parecía hinchado incluso, mi cuerpo la deseaba tanto que me acerqué un poco más, hasta notar su busto contra el mío, su pequeño ser y su gran trasero estaba pegado y al notarlo, aquellos dedos libres se fueron deslizando hacia abajo, no tocaban demasiado, tan solo sentía su calor, y veía su transpiración bajando por un costado de su rostro. — Tenemos que salir de acá, ¿lo sabías? ¿Quieres que te encierre en mi propia cárcel? — Con una risa muy baja, gruesa y tosca, esperé a que ella se saliera de mis piernas. Aunque no quería, no deseaba que se escapara de mis garras pero no tenía otra salida. La gente podía volver en cualquier momento y yo, yo quería poseerla en ese lugar y era imposible. 
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Mensaje por Györgyike Cšillá Sáb Mar 14, 2015 7:53 am

"Qui vit sans folie n'est pas si sage qu'il croit."

Aquella respuesta provocó que me carcajeara contra sus labios, cuando finalmente mi cerebro, obnubilado por la febril sensación de querer tenerla aún más pegada a mi cuerpo, se dignó a procesarlo. ¿Así que quería ver un lindo gatito, eh? - Pues siento haberte decepcionado, licántropa. Me has cabreado tanto que convertirme en un gato hubiera resultado incluso más difícil que mostrarte la verdadera bestia que llevo aquí dentro. -No me demoré más de dos segundos en volver a atrapar sus labios entre los míos. Ahora que los había probado, por nada del mundo me iba a dignar a estar ni un minuto más sin ellos. Eran míos, toda ella, porque así debía ser. Mi naturaleza y la suya eran tan distintas que aquel extraño magnetismo instaurado entre ambas parecía prácticamente indestructible. Y por un momento recé que lo fuera. ¿Cómo podría ahora que conocía las mieles de una pasión tan desbocada seguir como siempre? No, no pensaba despegarme de ella tan fácil. Me convertiría en su sombra, en una sanguijuela. Y me importaba poco lo que tuviera que decir al respecto. Aunque la verdad, es que ella parecía tan encantada de estar aprisionada bajo mi cuerpo como yo misma por tenerla justo allí. Sus manos, sujetando firmemente mis caderas, eran prueba de ello. - Oh, no, claro que no te arrepientes. Estás encantada siendo engullida por la bestia. ¿No serás algo masoquista, no? Porque confieso que me encantaría darte una buena tanda de azotes en ese culo pálido tuyo. -Una sonrisa traviesa se instaló en mi semblante, y entonces me la quedé observando. Ella también sudaba, y no pude evitar preguntarme qué secretos escondería bajo toda aquella molesta e incómoda ropa. Aunque tenía bastante claro que tarde o temprano lo descubriría.

Y entonces reaccionó, seguramente por haberse recompuesto ya de las heridas que por su culpa yo le había provocado -porque otra cosa también tenía clara, y es que la rubia estaba totalmente loca-, reaccionó de la única forma que siempre supe que lo haría. Porque aunque sus ojos querían ocultar la verdad, bajo todo aquel autocontrol había otra bestia como yo misma, tan cargada de instintos reprimidos que expulsó en aquella oleada de pasión en la que nos vimos nuevamente envueltas. Esta vez fui yo quien se sintió atacada, devorada, desgarrada por sus besos, por sus movimientos. Y ¡ah! ¡Joder! La deseaba tanto que sólo ansiaba deshacerme de toda aquella tela y demostrarle que los animales son mucho más capaces de disfrutar que los humanos. Porque ellos se reprimían, y nosotros no teníamos la necesidad de hacerlo. Los pensamientos se marchaban a un segundo plano, y nuestros cuerpos tomaban el control. Porque así debía ser, porque así era más sencillo todo y el disfrute era muchísimo mayor que en el otro caso. Me dejé engullir por la loba, sin dejar de retorcerme sobre su cuerpo. Yo tan elástica, ella tan firme. ¡No se me ocurría una mejor combinación! Dejé que sus manos tantearan el terreno, aún algo tímidas, y le facilité el camino acercándome tanto como podía, hasta el punto de que era imposible saber dónde acababa yo, y dónde comenzaba ella.

Y cuando habló me di cuenta de que había estado tan absorta en la necesidad de sentirla cerca de mi, tan cerca como para que su calor y el mío se fundieran, que el mundo había dejado de importarme. Había dejado de oír el ruido y la música del exterior. Las voces lejanas del gentío, e incluso de los guardias que seguramente aún me perseguían. Y aunque de haber sido amor nunca lo hubiese reconocido -al menos en aquel entonces-, no pude evitar preguntarme si tal vez fuera posible. Yo creía que lo que me ataba a ella en aquel momento era la extraña necesidad que tienen todos los seres de experimentar, ¿y con quién mejor que con alguien que era tan distinto a mi? Yo deseaba explorar su cuerpo, conquistar su alma, comprobar si las bestias que se dejan llevar únicamente por sus impulsos consiguen llegar al éxtasis del que todos siempre hablaban. Y en cierta forma, ya sabía que la respuesta era sí. Porque pese a tener naturalezas casi opuestas, también éramos extrañamente parecidas. ¡Cómo era posible! ¡¿Cómo los opuestos pueden ser también idénticos?! Por eso no supe cómo contestarle, y simplemente sonreí, observando atentamente su rostro. Si era o no amor, lo descubriría, porque ya había decidido que iba a perseguirla hasta los confines del infierno si fuera necesario. Y el viaje empezaría aquella misma noche.

- ¡A quién le importa! Que nos encuentren. Prefiero que me encierren por escándalo público, conducta indecente y por ser una desviada que por robarle el birrete a un policía. ¿Sabes lo entretenido que sería que nos encerraran en la misma celda? Te tendría toda para mi. Por completo. Y me vengaría, loba del demonio, no dudes que me vengaría por hacerme sentir así. -Dije, para luego devolverle los mordiscos en aquellos labios tan delgados en comparación a los míos, sin mostrar en ningún momento ni una pizca de delicadeza. Pensaba desgarrarlos, porque ese era el castigo que se merecía. ¿O más bien porque eso era lo que yo deseaba hacer? Y yo siempre obtengo aquello que quiero, y más cuando me obsesiona tanto como lo hacía esa mujer y su extraña y espectral belleza. Descendí con mis labios por su mentón, apresando cada ápice de piel que me encontraba a su paso con los dientes. Lamiendo aquellos lugares que sabía que la harían enloquecer... Pero me detuve, justo cuando notaba que su cuerpo se estremecía ante el contacto de mi lengua en su cuello. Y entonces la volví a mirar de frente, con esa sonrisa de malicia que siempre acude a mi semblante cuando quiero salirme con la mía. - ¿Sabes qué? Estás ardiendo en deseos tanto como yo. Así que no voy a darte el gusto, “rubita”. Pero que sepas, que no te voy a dejar escapar. Estos labios, son míos. -Dije para volverlos a morder con violencia, levantándome después de un salto. Obviamente, tenía razón en algo, y es que nos teníamos que largar de allí. - ¿Y bien? ¿Dónde dices que vamos? Tenemos que continuar con esta interesante conversación... -Busqué mi ropa con la mirada, sopesando entre vestirme o ir así por la calle. Desde luego, lo segundo me parecía mucho más divertido. Dejé que se levantara para después, sin mediar palabra, treparme a su espalda con facilidad. - Vamos, grandullona. Llévame, que estoy exhausta. -Y aunque me imaginé que gruñiría -¿eso es lo que hacen los perros, no?-, estaba segura de que lo haría.

Porque ella, en el fondo, también deseaba que yo la persiguiera..


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Mensaje por Imara Rákóczi Mar Mar 24, 2015 11:24 pm

“El color del deseo se tiñe de negro”


Mi ceja estaba arqueándose, tanto que quizá se saldría de mi rostro, mis cabellos amarillos platinados se encontraban hacía atrás y mi visión debajo de ella era completamente panorámica. Aquellos gestos, incluso su rostro pequeño y febril estaban demasiado cerca de mí. Eran sus labios los que me robaban las palabras, pero el tic tac de mi cabeza me reprendía por seguir allí con una muchacha que no tenía nada de seriedad en el mundo. Lo cual significaba que no la podría controlar y cuando las cosas no estaban sobre las palmas de mis manos empezaba a molestarme. Incluso sus palabras me hacían negar rotundamente, era de saber que había nacido en la iglesia y aunque mis deseos siempre habían estado firmes en mi interior, era difícil sacarlos a la luz así como así. Porque aquel pequeño felino era más hermoso que las mujeres con las que me había dignado a estar. Y tenía el alma dispuesta para estrangular y acariciar. Un completo peligro. Alguien a quien no debería acercarme más de la cuenta. Suspiré entre quejidos suaves y poco a poco me fui removiendo, apretando su cintura para disponerla a un lado, en lo que una media sonrisa se formaba en mis labios. — Creo que tu boca habla de más. Estás a mil años de poder darme “unos azotes”, sigue intentándolo. — Jugué con aquella insistencia en lo que recibía uno de sus besos y mordía la comisura de su ribete, siguiendo por sus mejillas para terminar en el borde de su oreja. Sujetando aquel cuello con fuerzas, las suficientes para impedir que se pudiese apartar del acercamiento. La libido subía por mi piel como una extraña cosquilla en el vientre. Pero estaba claro que mi rostro no demostraba siquiera un apiste de placer. Por lo contrario estaba seria, pensando demasiadas cosas al mismo tiempo.

No tenía las más mínimas intenciones de que me encuentre la policía. Sabía que de allí podía ser fácilmente transferida a la cárcel de la inquisición, que se veía como un centro policial más, debido a que los humanos normales no conocían por completo de su existencia. No tenían idea las torturas que se les podía hacer a los sobrenaturales. Ellos solo tenían conocimiento de decapitaciones o prendidas de fuego en las plazas. Pero la realidad era mucho más aterradora y aquel pequeño gato que se arrullaba entre mis piernas tampoco estaba consciente de ello. Por lo cual le sujeté firmemente su mentón y comencé a desprenderme de su agarre. Parecía que intentaba despegarme un pedazo de venda pegoteada porque su elasticidad buscaba aferrarse estrechamente. — Tu venganza tendrá que hacerse en un futuro, mocosa. Apártate o me levantaré contigo a cuestas. — Sancioné en lo que comenzaba a pararme, si ella era capaz de mantenerse arriba de mis hombros entonces caminaría con ella arriba. No me importaba, después de todo aquella cosa no podía pesar demasiado, aunque mis manos apretando su trasero me decían otras cosas. Que me quede a darle placer, que inyecte cada parte de mis labios en ella hasta saciar mi eternidad en su sabor. Pero allí estaba mi autocontrol siempre pendiente de hacer las cosas en regla. Y aunque aquella piel morena estaba seduciéndome más de lo que cualquier persona había podido, me negaba a estar en aquel lugar un segundo más.

— ¿Ardiendo en deseo? Creo que alguien tiene el cerebro en los pies. Levántate y ponte la ropa. — Mi entrecejo estaba fruncido, desbocaba odio y deseo, mis labios me habían traicionado, pues habían temblado ligeramente cuando sus besos se habían dedicado a bajar como una serpiente por mi piel. Pero no dejaría que se salga con la suya, por lo contrario, me hice la desentendida. Alzándome por completo cuando su cuerpo terminó de salir del mío. Su hermosura era desmedida, sus pequeñas curvas en la parte de arriba y su alzado trasero me hacían desviar la vista a cada momento que pasaba. Y no sé cuándo pasó que agarré aquella carne de su parte de atrás, apreté un poco y antes de que pudiese notarlo aquella goma de elasticidad se las había arreglado para subirse a mi espalda enteramente. A lo que un gruñido se escapó flameante y mis colmillos se salieron como si quisiera comerme aquello que me molestaba, partirlo en pedazos y devorarlo rápidamente. — Estás portándote demasiado mal. Tú te irás a donde sea que vivas. — Refunfuñé en lo que comenzaba a caminar, poniendo una mano atrás de la espalda, buscando así que ella no pudiese caer al suelo. Aunque estaba negada a llevármela conmigo, eso no significaba que mis deseos no fuesen aquellos, casi era como ganarme un trofeo por salir a la calle al descubierto después de tanto tiempo. Pero para mis lamentos, no podía quedármela, sería una enorme responsabilidad por mi parte, no era digna de disfrutar una compañía. Por lo contrario, era una mujer que había traicionado todas y cada una de sus reglas. Había abandonado mi destino y ahora me encontraba vagando, atendiendo una tienda que tenía dentro toda clase de seres sobrenaturales.


— ¿A dónde quieres que te lleve? Me llamo Pavilion. Por si te llegaba a interesar. — Bromeé, dejando salir una sonrisa seca, suspirando en cuanto comenzaba a caminar algo rápido, no dejaría tiempo a que nadie pudiese encontrarnos en el camino. Por lo que me dispuse a cortar distancias y en menos de lo pensado estaba cerca de las calles parisenses, donde a muy pocas cuadras estaba aquel recinto que era mi hogar. Pues vivía en el mismo lugar donde trabajaba, la planta alta era mi habitación y a decir verdad estaba muy cómoda con ello, podía dormir hasta el ras del horario. Ya que dormir era uno de los mayores placeres que había conseguido luego de convertirme en licántropo. Aunque ahora, competía con el calor y el latir de aquella alimaña que llevaba por arriba de mis hombros. — ¿Tengo que llevarte conmigo acaso? Me niego. No tendré una ladronzuela a mi lado, así que ve pensando en donde te bajarás de este carruaje. — Y aun así, en el fondo me negaba a soltarla. 
Imara Rákóczi
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