Rendez-vous

Una fina capa de nieve cubría la grama de los jardines de la residencia Boissieu. Al ser invierno, los rayos del sol poco o nada podían filtrarse a través del pesado conjunto de nubes que se habían reunido allí, en lo alto del cielo. Antoinette adoraba el invierno, por el simple hecho, de que al oscurecer más pronto podía salir con libertad, respirar un poco de aire fresco y disfrutar de la claridad el paisaje; que afectaba en lo más mínimo su humanidad, si es que aún podía llamarse de esa manera.

Las refacciones de la casa estaban ya casi terminando, y podía apreciarse en el ambiente el olor de pintura fresca, muebles recién lacados y tapizados. A pesar de que todo el proceso de embellecimiento de la mansión había dejado su dosis de fino polvillo, las muchachas que trabajaban a medio tiempo en  la residencia se habían encargado de eliminarlo con el leve toque de sus plumeros. El ambiente era realmente pacífico, lo que le había motivado un poco a salir y a socializar con todos aquellos que ahora eran sus nuevos "vecinos". Un círculo social compuesto por los hijos y nietos de sus contemporáneos, muchos de los cuales, habían fallecido ya a causa de la edad.

Mathilde era la muchacha más leal que tenía en aquel entonces en la mansión. La joven mulata ignoraba su naturaleza vampírica, por lo que los lazos que se habían formado entre ellas todavía no se habían roto a causa de ningún incidente desafortunado. Mathilde gustaba de pasar algo de su tiempo con la señora, que a pesar de su aparente juventud llevaba en el alma un dolor que no sabía explicar. La criada gozaba de hablar con Antoinette, que en cada conversación no podía evitar envolver sus palabras con cierta dosis de misterio que fascinaba a la mulata. Aquella tarde como otra cualquiera, Mathilde había pasado la mayor parte de su jornada viendo a su señora probarse hermosos y finos vestidos, que combinados con la belleza de sus formas eran una mezcla encantadora. La vampiresa se encontraba realmente animada, intentando encontrar el vestido perfecto para una mascarada que tendría lugar en un par de semanas, y por eso había organizado aquel improvisado show, en el que su única espectadora era la jovencita que aplaudía a rabiar cada vez que la castaña giraba sobre sus talones, tratando de lucir sus finos ropajes.

El silencio y los aplausos se vieron interrumpidos por un suspiro proveniente de la dama.

—Nada de esto me convence. He de lucir lo más decente posible si quiero dejar huella en aquel baile. ¿Que opiniais? —Inquirió, mirando a la muchacha a través de sus largas pestañas. Si tan solo conociera un modisto, alguien que pudiera confeccionar algo solo para ella, algo que rayara fuera de lo normal... De repente tuvo una idea. A pesar de que la hora era un poco inusual para mandar a traer a alguien a la casa -puesto que ya había anochecido-; Antoinette decidió probar suerte y enviar a Mathilde al taller de aquel renombrado modisto del que todos hablaban. Si la fortuna estaba de su lado, el artesano se atrevería a cruzar sus dominios, y entonces podrían hablar de negocios.

Con rapidez, escribió con finos y breves rasgos una nota para Monsieur Westminster, y se la envió a la criada que partió acompañada de la luz de la luna. Acto seguido, se dirigió a su vestidor, y eligió un vestido azul real que destacaba la palidez de su piel. Aguardaba con ansias al regreso de Mathilde, esperaba que viniera acompañada de Monsieur Westminster.

Un sueño inquietante... El sudor frió me empapaba, mientras, el alba despuntaba sobre el índigo azul del amanecer, se escuchaba algo de movimiento sobre la calle, el galope de algunos equinos junto con el aire helado, eran detenidos por los ventanales traslucidos que llenos del halo de la habitación escurrían tímidamente, la férrea zozobra me sumergió en la duda.

Con mis famélicas manos tome aun tembloroso un cigarrillo de tabaco extranjero, forjado sobre la misma hoja, un ex amante marino dejo una caja en mi ropero, como gesto de caballerosidad por aquella noche, ¡Vaya bastardo!, Si piensa que soy como una barata cortesana de París, para que me obsequie cigarrillos y luego desaparezca. Aunque tenga un par de oquedades de hueso excelentes para emanar chispas incandescentes, son solo de adorno, ya que se enciende con solo darle una calda, ventajas de convivir con lo sobrenatural. Levantándome entre el tambaleo matutino enredado aun entre el cubre cama satinado, jale la silla de la mesa de centro mientras barajaba un tarot, sabia que era antiguo ya que era heredado de hace varios años, tenia inscripciones egipcias en tintas vegetales o tal vez... En fin, yo mismo había restaurado algunas, ¡Estaba en lo cierto!, Me sobresalte mientras volvía a lanzar tirada sobre tirada, mi futuro había cambiado, y todo era por aquella mestiza en la tienda mientras el atardecer me alcanzaba, mi visión era interrumpida.  

Apenas escuche la puerta de la estancia -Minerva- exclame apurado, salí de la habitación mientras me topaba a esa anciana de sesenta años, de origen español, era una antigua amiga de la matriarca, sin embargo debido a las cruzadas inquisidoras fue desposeída de sus bienes, apenas es creíble lo que hizo para escapar.  Si algo había aprendido yo de Minerva era conservar la calma, apacible con sus ojos blanquecinos por la edad, de azul pálido remarcados por las décadas, sin inmutarse si quiera comento - Mande a Jossep por el resto del desayuno, sera mejor que te arregles, luces repugnante-. Minerva no era precisamente una dama de llaves común y corriente, era algo así como el rezago edipico de una nana y mi madre muerta, por lo cual poseía autoridad sobre mi, incluso al ser el único heredero. - ¡¿Jossep?! Pero si es un obtuso.- pensé.

Siempre tenían mi agua tibia a esas horas, a pesar de no ser rico, tenia dos empleados a mi disposición, no es fácil hacerse cargo de uno en estos días, escrupulosamente tome un baño, elegí un conjunto cómodo, un casaca cortada al sesgo y especialmente ceñida debido a mi figura, con algunas modificaciones para que luciera un poco mas lujoso, junto con pantaloneros del mismo color grisaseo que combinaba bien con el jubón de seda. La casa de modas abría igual de temprano que el resto de los negocios, las costureras tenían orden de atender las entregas a primer hora, por lo regular mis clientes saben que arribo al medio día.

El desayuno transcurrió con naturalidad, pan francés, que novedad, al menos la leche estaba fresca y bastante fría con el gélido ambiente. Minerva interrumpió, entre sus diálogos soeces cotidianos conmigo, el punto de mi exabrupto matutino. - Llévate esto, la familia siempre ah sido fuerte, no temas defendedla- Un amuleto antiguo, lo colgó de mi muñeca, mientras la tela resbalaba cubriéndolo, Minerva se levanto de la mesa ordenando a los otros dos los deberes de la casa, mientras yo terminaba mi te.  

-Esto es un muladar- exclame enfadado a las costureras mientras la tarde se ahogaba en azul profundo nocturno, la nieve empezaba a rociar Francia, y ahí estaba, aquella morocha atrevida, era peligroso en ese entonces que estas mujeres fueran vistas cerca de los negocios, ya que la mayoría era relacionada con la brujería o sectas especificas. -¿Si?- Inqueri una respuesta levantando un ceja dominante, la mujer gacho su cabeza dándome una nota, esa fue la primera vez que la vi... No fue necesario leerla, para ordenar a dos de mis trabajadoras me acompañaran por un pago extra. Atravesar el umbral de la restaurada mansión dentro de mi carruaje, que seguía al de la misteriosa Antoinette con su dama de compañía dentro, -Anúnciame por favor- Ordene educadamente a su sirviente a nuestra llegada, para que esta me diera un cortés acceso a la mansión.

Después de ser anunciado mis huesudos dedos tocaron con ligereza la madera costosa de sus talladas puertas en una de las habitaciones, para empujar el portón en donde se encontraba la heredera de los Boissieu, -Buenas noches madame, espero no requerir una exhaustiva introducción, soy Élie Westminster... Es un placer... ¿A que debo su inhóspita invitación? ... ... Solo eh de advertirle, si usted llega portar alguna de mis creaciones, sera imposible omitirla por su gélida belleza, si es que cabe lugar... ¿Cual es la ocasión? - permanecía sonriente, mientras mis pupilas casi incoloras se dilataban en busca de las suyas. La sutileza no hace menos feroz al que la utiliza, sabia que este suceso era definitorio, pero... No podía ver nada claro, aquella mística mujer tenia algo que me hechizaba, lo cual es sorprenderte al no sentir ninguna fascinación por las damiselas en lo absoluto.  

Observe su delicada figura, esa piel tan blanca similar al mármol -¿Puedo?- dije señalando el cigarrillo que estaba por sacar de mis bolsillos. Había hecho que mis ayudantes esperaran en la estancia principal mientras yo conversaba con la hermosa joven adinerada.

La castaña se había posicionado cómodamente, en una de las butacas del salón de estudios, cuyo nombre era más tradicional, debido a que ya había sido mucho tiempo desde la última vez que alguien  hubiese estudiado entre aquellas paredes.

Las estanterías repletas de libros de todos los temas, daba la bienvenida a cualquiera que se encontrase en la cómoda estancia, invitando a leer uno de los libros quizá acomodado en una de las magníficas butacas recientemente tapizadas. Una mesita de té, era el complemento perfecto, puesto que se podía disfrutar de cualquier bocadillo mientras se leía uno de los libros  existentes. Aquel sitio en particular traía recuerdos agridulces a la heredera, recuerdos de añoranza y felicidad que quizás jamás podría volver a revivir.

Sus pensamientos se dispersaron a medida que la nieve caía en las afueras. El clima no era el más idóneo para una visita de ese tipo, y el pensamiento de que Mathilde no hubiese logrado su cometido la inquietaba enormemente. Había llegado a tomar mucho aprecio a la mulata, que con su inocencia aportaba un poquito de claridad a su mundo oscuro, como ella lo sentía. La chimenea encendida aportaba calidez a la habitación. Aunque Antoinette no podía percibir el calor del fuego en la chimenea, la alegría que una pequeña chispa de ese tipo podía ocasionar en la estancia era básicamente lo que le incentivaba a mantener la chimenea encendida la mayoría del tiempo. Con cuidado, se levantó de su asiento y se dirigió con delicadeza hacia las llamas de la chimenea. Se acercó con cautela, puesto que no quería quemar el vestido de seda que lucía en aquel momento. Consideró con semblante divertido la posibilidad de que Monsieur Westminster la encontrara con el vestido quemado, y aquel pensamiento, aportó un tinte de calidez y diversión en su rostro. No tuvo que esperar mucho, afortunadamente; y sus desarrollados oídos le avisaron que un grupo de personas se acercaban. Momentos después Mathilde anunciaba al caballero.

Antoinette esperó a que el modisto ingresara a la habitación, bastante agradecida por que hubiese aceptado su proposición con tan poco tiempo de anticipación. El caballero ingresó con una sonrisa amable en el rostro, y Antoinette no pudo menos que devolvérsela. A pesar de la calidez que reflejaba Monsieur Westminster, la heredera Boissieu percibió unos breves toques de algo inusual en la presencia del sujeto. Algo que sin duda llamó su atención.

— Monsieur Westminster, que agradable es tenerlo aquí. Agradezco su disposición a venir a estas horas poco usuales, y le aseguro que será usted muy bien recompensado... —Aseguró con una sonrisa cordial, mirando al recién llegado con una pizca de curiosidad. Sonrió con aún más amplitud ante las palabras zalameras de Élie.

—Sus palabras son muy gentiles, Monsieur. Créame si le aseguro que no he escuchado más que grandezas sobre sus diseños por las calles de París. Al parecer todas las damas están tremendamente encantadas con su trabajo, y eso es lo que me ha envalentonado a citarlo a usted, aquí, a esta hora tan poco usual. —Se sinceró, observando al caballero extraer un cigarrillo de sus bolsillos. Ante la pregunta, la heredera no pudo menos que sonreír tenuemente, invitándolo a fumar con tranquilidad. Hace mucho, mucho tiempo que había  sido la última vez que había fumado un caballero en aquella mansión, y su memoria evocó sus recuerdos junto a Frederic, atrayendo olores a su mente: tabaco, canela, lima y café. A pesar de que casi 50 años habían transcurrido desde aquella pérdida, la vampiresa no pudo evitar que un ligero rastro de nostalgia cruzara por su rostro. Su casi perfecta máscara de serenidad y amabilidad no tardó en recomponerse, justo a tiempo para contestar la pregunta formulada por Élie.

—Pues en sí la ocasión... una mascarada —Comentó, mirando al hombre que tenía enfrente directamente a los ojos. —Llegué a París hace unas semanas, y me ha parecido una buena ocasión de conocer a algunos miembros de esta respetable sociedad, sin embargo no he encontrado ningún atuendo que me conquiste, para dicho evento... sé que una de sus maravillosas creaciones es justamente eso que estoy buscando. ¿Cree usted posible el diseñar algo para mi? —Invitó, acortando las distancias que los separaban, y deteniéndose a casi medio metro del recién llegado.

El atronador sonido de la leña remarcaba el silencio que se perpetraba seguido de nuestras cortesías, el aciago del viento había disminuido en las ultimas semanas hasta convertirse en el blando soplo de la nieve, los libros, pareciera que iban a verterse dentro de la habitación, en un mar de literatura, palabras atrapadas en papel pidiendo ser libres. La fina tapicería de la sala era rosada con las yemas de mis dedos, que con ansia intentaban averiguar el valor y la pulcritud de la misma, aunque el lujo excesivo pueda resulta algo cutre según el color, las elecciones eran de mi agrado a excepción del tapete.

Analizaba a detalle cada movimiento de la mujer, estaba muy interesado en sus reacciones, inhóspitamente la conversación tomo un giro repentino, ella estaba... ¿Sola?, No tenia que ser un adivino precisamente para ver como la vida se había escapado de sus manos, la tristeza es casi una locura en tiempos de cacería, pero en lo profundo, aquellos que han sido alcanzados por la pena se reconocen.

Mi sonrisa apacible continuaba inmutable, mientras sorprendido contraía un poco los labios, -¡¿Una Mascarada?!, ¡Que conveniente!,- comente entusiasmado- la verdad es que París, ah caído en la monotonía debido... Supongo que una dama como usted, esta consciente de la situación que predomina actualmente- di una calada al cigarrillo mientras el humo dejaba turbio el rastro de nuestra mirada.

-¿Creer?, Estoy seguro madame, me parece que usted no percibe los alcances de su juventud, pero no se preocupe, causara sensación, ¡No!, sensación es poco para una obra de arte. -Di nuevamente una calada al pitillo en mis dedos diestros, mientras lo descansaba en el filo del cenicero, estire mi mano con delicadeza, invitando a Antoinette, aprovechando la cercanía que ella misma había ganado para mi, la mano siniestra apartaba la cinta métrica bajo la solapa de mi casaca. -Es imperativo que tome medidas madame, conserve su confianza, su honor permanecerá impoluto, mis intenciones con las damiselas son... Particularmente enflaquecidas por mi falta de ímpetu, aunque me encanta disfrutar su compañía, ¿Me permite?-

Los rosales asomados por el ventanal ya casi marchitos por el frió, me recordaron a la joven, mis retinas ya estaban mas acostumbradas a la luz del salón, fue entonces cuando note algo diferente, ella no brillaba como todos. - Esa fuerza, no, ¡Ese aura! tan pálido, tan extenso, tan dominante. ¡¿Quien es?!, Yo no... ¡Tranquilo!, Calma... Sigue sonriendo-- pensaba, mi postura permanecía impecable, así como mi calma y la pose engreída que con recelo guardaba, siendo una de mis mejores cartas.

La castaña no podía dejar de observar al modisto con una pizca de curiosidad. No, no era la mirada típica como quien está observando una presa, sino más bien... el entusiasmo y maneras de Élie le resultaban sumamente encantadores. Haciendo a un lado sus costumbres de desconfiar, decidió que probaría quizá un poquito más la personalidad del caballero para decidir si aquella sensación de renuencia podía menguar. Hace mucho tiempo que no tenía un vínculo cercano con nadie, y al llegar a París, se sintió vacía. Quizás tener alguien con quien hablar no estaría del todo mal, puesto que Mathilde era una muchachita dulce, pero no lograba satisfacer del todo el vacío que sentía la heredera.

—Oh monsieur, como quisiera decirle que estoy al tanto de lo que ocurre en París, pero no es del todo cierto. Con mi llegada y tantas cosas que he tenido por hacer, he tenido verdaderamente poco tiempo para enterarme de lo que se vive en estos momentos. Sin embargo, oh créame que los rumores no son del todo alentadores. Mathilde siempre llega con cosas nuevas para contarme... yo, yo no soy mucho del tipo que sale. Más bien me quedo en casa, hasta aclimatarme, aunque esa mascarada seguro fue una sorpresa... —Comentó, con gesto ausente. Si bien ella había vivido la mayor parte de su estancia en Francia cuando la nación aún estaba bajo el régimen monárquico, podía asegurar que muchas cosas habían cambiado desde entonces. Notaba a la gente mucho más... rebelada. Libertinaje y un caos moral era lo que había encontrado al volver, y sabía que al menos tendría que aguardar un tiempo para considerar todo aquello como normal.

Rió con delicadeza ante las palabras de Monsieur Westminster. —No se preocupe, Monsieur, que yo no seré un impedimento para que realice usted su trabajo. Es más, disfruto siempre la experiencia de un vestido nuevo y todo lo que eso implica... —Aseguró, dando total confianza a Élie para que tomase las medidas que necesitaba. A medida que el joven modisto tomaba medidas, Antoinette no pudo menos que maravillarse ante el profesionalismo con el que trabajaba. Con un toque sutil, la cinta métrica se movía apenas tocándola, lo cual fue un total alivio. ¿Qué pasaría si monsieur Westminster notificara la ausencia de sangre caliente en sus venas? Su piel de marfil, pálida, y de suave tacto era tan dura como una roca. El frío de su humanidad se asemejaba al de un muerto. ¿Por cuanto tiempo más iba a pasar desapercibida para el mundo?  Decidió hacer a un lado sus reflexiones, pues cuando empezaba a pensar en todo aquello no podía evitar reflejar sus preocupaciones. Para distraerse un poco, decidió entablar una conversación con Élie.

—Pero bueno, dígame Monsieur Westminster ¿cuánto tiempo lleva usted en este bello negocio de la moda? Siempre he sentido una gran fascinación por el diseño,  y por lo mismo me he estado planteando la posibilidad de incursionar en el negocio de las finas telas —Sonrió. Jamás le había comentado a nadie sus proyectos. —Aunque claro que eso es solamente un plan a futuro. Por lo pronto debo aclimatarme aquí para decidir cómo y dónde empezar mis inversiones. Usted sabe, una mujer sola debe tener al menos un as bajo la manga y saber defenderse por si misma... —Sonrió una vez más. Ya habían sido muchos los años en los que había tenido que aprender a vivir y valerse por si misma. Ahora que estaba regresando al ojo público, tendría que encontrar la manera de hacerlo correcta y sutilmente, para no llamar la atención.

Desafiante divisaba a la doncella permitiéndome comenzar a trabajar, ¡Algo estaba raro!, La cinta métrica con normalidad al hacer presión sobre las adiposidades naturales de su anatomía, se deformaría de manera dúctil por algunos milímetros, pero ella era como un maniquí, incluso aplicando un poco de firmeza con intención sobre todo en la cintura, ella continuo con su platica en total integridad, ¿Una chica tan frágil, con el temple de un marino?. Intentaba deslizar con naturalidad mis pensamientos no quería que nada me delatara, el temor se acrecentaba en mi, pero después de todo aun me conformaba mi humanidad, el espíritu inquebrantable que cada hombre merece obtener, el discernimiento, la paciencia, la política... ¿La integridad?, Esa no te da para comer, tampoco te salva de la miseria, de la inquisitiva religión, ni hablar de las pestes divinas que estigmatizan París al capricho de ese infantil Dios.

Si es que estaba en lo cierto, mi estancia de estar comprometida ya hubiese sido cesada por algún atentado, sin embargo, como una gran señora Antoinette esclarecía su ausencia social mientras terminaba mi labor, -Ya veo madame, normalmente no me atrevería a hacer mención, - esclarecí la voz volviéndola mas sedosa- aunque el cambio sea inexorable, muchos se mantienen inflexibles con los progresistas ... ... - Guarde silencio durante un momento, aprovechando para mirarle retador. -Incluso una dama de su porte, impoluta, debe tocar este tema con mesura, en muy pocas personas usted debe confiar madame, la discreción es algo que es valorado últimamente en Francia... Disculpe usted, no eh querido incomodarla, pero doy por hecho que por sus modales, comprende es un tema delicado.-

Observe a lo lejos el pequeño mesón, con bastantes y variadas licoreras iluminadas por las llamas en la chimenea. Sin darle la espalda, me tome un atrevimiento poco usual, pero mierda, vaya que mis nervios lo necesitaban - Disculpad nuevamente, ¿Me permitiría? - exclame con un ademan ligeramente prepotente, señalando la estantería repleta de garrafas alcohólicas, - Aunque el whisky sea mas británico que francés, mi paladar me traicionara esta vez, ¿Gusta le sirva algo? - Mientras preparaba el trago asentía con la cabeza, sin embargo me reserve por algunos segundos, para mirarle al responderle.

- Toda mi vida madame, ah sido una profesión heredada, aunque mi nombre tiene relevancia apenas hace 3 años entre las doncellas parisinas, me ayudo sublevarme en algunos estilos, escotes amplios, faldas sueltas y aveces hasta hombros descubiertos, como comprenderá, mis ganancias provienen de las mujeres del nuevo siglo-  Sorbí del whisky como si de agua se tratara, moderadamente, pero con la suavidad del te, esclarecí mi lengua con el halo herviente del licor- ¡Una inversionista! Sabe... Usted es una mujer de progreso, no solo lucirá la mas hermosa seda de París, sabe hacer negocios, estaría encantado de brindarle mi experiencia para solucionar sus inquietudes- comente confiado.

Deje el grueso vaso de cristal junto al cenicero que aun conservaba la mitad del cigarrillo que vehemente se consumía, al enlazar nuevamente la cinta métrica alrededor de mi cuello mi dedo, quedo prensando con un alfiler en el filo de la solapa, causándome un ligero desgarre, la sangre broto con sutileza, dos o tres gotas resbalaron escurridizas por mi dedo medio, una de las cuales paro en el piso del salón - !Que descuido! Es repugnante- al ser obsesivo compulsivo, tenia graves problemas con mi exceso de higiene, saque mi pañuelo personal para limpiar el masivo desastre en el lustroso piso, envolviendo mi dedo posteriormente, tiñendo de rojo el marfil bordado en gris, mis mandíbulas se tensaron haciendo notar los hoyuelos en mis mejillas, -¡Que desagradables son los accidentes!- exclame con mas compostura.

-Volviendo a los negocios, ¿Tiene algún reparo con la nueva moda parisina? Descuide, seré guardián de su elegancia ante todo-  Observaba detenidamente a Antoinette mientras hacia presión con el mismo vaso del whisky sobre el lino que resguardaba mi herida. !Que buen whisky¡, Tiene varios años que no probada uno tan fino, podría beber hasta tres mas de tal calidad, si mis modales ya turbados no me obedecieran. -¿ Y dígame, tiene pensado algún tema para la mascarda? - dije con mi característica calma sonriente, que un maldito alfiler me hizo perder momentáneamente.

La inmortal no podía dejar de ver el minucioso trabajo del caballero como si de un espectáculo se tratase. Le entretenía de sobremanera el hecho de poder entablar una conversación de un nivel diferente al que estaba acostumbrada con la mulata. Monsieur Élie era sin duda un caballero interesante, y estaba segura que no era alguien común y corriente.

El comentario del modisto causó algo de gracia en la castaña, que lo miró con un ápice de discreta diversión en los ojos. —Oh monsieur, disculpad mi indiscreción, pero no he podido evitarlo. Comprenderá que me es difícil comentar ciertos temas con Mathilde,  la pobre no entiende mucho de ciertas cosas. Me he dejado llevar por el entusiasmo... —Explicó, con una tenue sonrisa de disculpa. ¿Cómo explicar que algo como las ideologías políticas eran lo de menos cuando de arrancar vidas se trataba? Afortunadamente esa era una faceta que nadie conocía sobre ella.

A medida que pasaban los minutos, la atmósfera de la habitación cambió, hasta el punto donde podía sentir los nervios de su acompañante como un ligero cosquilleo en la piel. ¿Es que acaso había permitido que su perfecta máscara dejara entrever su anormalidad? Sus inquietudes se vieron resueltas al pedir él, nerviosamente un vaso de licor.  

Su mente empezó a maquinar pensamientos rápidos, a medida que lo veía alejarse hacia la mesita donde reposaban las finas botellas de cristal. Con un asentimiento, Antoinette indicó al hombre que procediera con toda confianza, procesando qué es lo que haría ella en caso de que su naturaleza quedase evidente. Podría... matarlo en menos de un latido. Pero... ¿cómo explicaría luego el cadáver en su estudio? Aunque siempre quedaba la opción de engatusarlo para llevarlo hacia un callejón oscuro, como muchas de sus otras víctimas. El solo pensamiento le produjo repulsión. Ella no mataba por placer... mejor esperaría a ver como evolucionaban las cosas.

—Oh, aceptaré una copa de lo que vayáis a serviros... — Agradeció, con un voz dulce. Monsieur Élie bebió un poco de su copa tras tenderle otra igual a ella. La heredera jugueteó un poco con el vaso, sin beber del líquido ambarino. Estaba sin duda, expectante.

—Eso que me cuenta es fascinante. Apuesto que a medida que pase el tiempo, será usted uno de los más reconocidos en toda Francia. —Alabó, bebiendo un poco de su vaso. Al contacto con su garganta, el líquido quemó, dejando una placentera sensación de abrasamiento que distrajo un poco los sentidos de Antoinette. La propuesta que salió del moreno, interesó a la castaña que contestó con una sonrisa amable. —Sería para  mi un placer contar con vuestro consejo. No soy del todo inexperta en el mundo de los negocios, pero las telas son sin duda algo que yo no domino todavía, y no puedo dudar que usted es un experto en la materia —Sonrió, aún con más amplitud.

Las cosas pasaron quizás un poco más rápido de lo que debían. Un alfiler mal posicionado, un dedo pinchado y luego... el embriagador olor de sangre fresca. No, no era el olor a sangre intoxicada como estaba ella acostumbrada al cazar solamente a alcohólicos infelices... sino... era el dulce olor de sangre limpia, pura, deliciosa. Una gota se escapó, cayendo sobre el piso, dejando una pequeña salpicadura. La postura de la vampira se tensó de inmediato. Tuvo que utilizar todo su dominio para no abalanzarse sobre el caballero y beber de su torrente sanguíneo. El olor era cada vez más fuerte, invitándola a seguir sus instintos. Finalmente un fino pañuelo bordado llegó a cubrir el finísimo punto herido, aunque quizás esparció el olor más pronto de lo que debía.

Por el contrario, los ojos de la dama habían revelado unas pupilas dilatadas, un rostro quizá aún más pálido de lo usual; dedos crispados, intentando disimular   su tensión jugueteando los unos con los otros, y estaba segura de que de haber podido sudar, su marfileño rostro hubiese estado cubierto de un fino sudor perlado.  

—Oh... no se preocupe... los... los accidentes suceden —Intentó hablar con naturalidad, alejándose sutilmente del herido dedo del moreno. Con una sonrisa de disculpa, se alejó unos cuantos pasos, y se dirigió a la ventana, intentando distraerse con los copos de nieve que caían suavemente. Con las espaldas hacia el caballero, cerró los ojos, y apoyó la frente en los fríos cristales. Si bien era imposible para ella diferenciar el frío del calor, esa era un acto reflejo muy suyo, cuando quería disipar sus pensamientos y reconfortarse.

Su voz salió mucho más calmada, aunque todavía podía percibirse un ligerísimo tono de ansiedad en sus palabras.

—La nueva moda parisina es estupenda. Nada que envidiar de Londres, créame. En lo personal me gusta mucho el diseño actual, y estoy segura que es usted un gran exponente... — Giró un poco su cuerpo, para que el caballero pudiese verle el rostro sonriente. —Respecto a la mascarada... no he pensado  en el tema —Mencionó, con un tono de disculpa.  —Ha sido un poco impulsiva mi decisión de citarlo aquí esta noche, aunque sé que usted sabrá cuales son las tendencias del momento... ¿no es así? — Rió, levemente. Quería estar segura de que no sería traicionada por sus impulsos, antes de acercarse nuevamente a Élie.