Crossing Barriers | Caprice [FB]

La invitación del señor Crawley dejó tentada la idea de Albert el querer asistir a su fiesta de cumpleaños, no solo iba a ser una reunión de caballero, si no que una fiesta en su casa de veraneo, a las afueras de Londres. Asistirían una gran cantidad de gente nobiliaria y de la burguesía. De todo el tiempo que el vampiro llevaba hospedándose en Inglaterra, conocía a cada uno de ellos gracias a la frecuencia con la que asistía al teatro de la ciudad, pero el doctor se mantenía al margen, ninguno sobrepasaba los límites de una amistad cordial.

Junto a una copa baja de champagne en sus manos, Albert solo pretendía pasarlo bien, estaba mucho más interesado en introducir sus temas novedosos en cuando a nuevas técnicas dentro del pabellón. Cada día las mujeres en embarazo y con probabilidad de cursar con una placenta previa iban en aumento, y las ideas y los nuevos implementos propuestos para detener la hemorragia uterina eran todas interesantes, más era una pena que ningún profesión se atreviera utilizarlas y llevarlas a cabo.


Más de alguna joven se ha sentido interesada en querer compartir la noche con el apuesto e interesante doctor Schnitzler, y claro que así era, su capa externa creada por una maldición eterna atraía hasta a humanos de su mismo género, no había discriminación en cuanto a gustos, pero no era una novedad que el doctor tenga que utilizar su presunción para evitar cualquier tipo de conflicto mayor.

—Mi querida hija, Agatha, pronto se presentará como debutante en el palacio de Lambeth, Dr. Schnitzler, es una joven muy hermosa, llena de talentos… ¿la recuerda usted?

Acostumbrado a las ofertas de matrimonio, amablemente siempre tiende a declinar, a veces no muy bien tomado por los jefes de hogar y otras veces más insistentes que antes.
Y con respecto a su trabajo y su excusa por no seguir ejerciendo su profesión más activamente como le gustaría, tiende a mentir sobre una desgracia ocurrida en su ojo izquierdo, una leve y latente ceguera que no es compatible con sus constantes actividades dentro de un pabellón quirúrgico. Más de algún jerarca se ha manifestado en querer introducir a Albert como médico de la familia, u ofrecerle nuevas ofertas de trabajo, como ser profesor en una prestigiada universidad, tristemente todas ellas también deben ser rechazada por el vampiro, todo con tal de mantener segura su identidad.

Entre risas y cumplidos, Albert termina de beber de su última copa de alcohol de la noche,

—Mira que belleza de mujer —comentó un hombre dentro del círculo, admirando Caprice no muy lejos de ellos. Sorprendido por su llegada (e inesperada por el reencuentro), al igual que los humanos que lo acompañaban, se ciega completamente, embobado con su presencia. —¿Quién es ella? —pregunto otro.

—Caprice Broussard…— comentó el vampiro dejando su copa vacía junto a uno de los meceros —está en la ciudad disfrutando de sus vacaciones, proviene de Francia. —Nadie con la capacidad de querer simular un poco la impactante presencia de un ser tan bello, deja de mirar a la vampiresa, en cambio, Albert se abstiene e intenta recobrar la calidad de la conversación, pero todo fue en vano.

Decide caminar entre la multitud con solo un propósito: acercarse a Caprice y averiguar los motivos de la coincidencia.

Su habilidad como criatura de la noche le ha proporcionado la ubicación exacta de Caprice, muy lejos de la mansión, en una zona muy oscura y privada de cualquier otro ser vivo. Albert no era ingenuo, entendió a la perfección cuales eran las intenciones de la señorita Broussard dentro de la fiesta, y eso le molestó.
La idea arraigada de Albert de querer ser lo más delicado posible en cuanto a sus relaciones con humanos, y la necesaria excepción de cada una de esas personas presentes de no considerarlas como su fuente de alimentación, era tajante e inquebrantable. Que un vampiro viniese a interrumpir con aquella posición tan ferviente y honorable del Doctor, le era inconcebible.  

La figura altiva e imponente del vampiro se acerca a la delicada y curvilínea figura de Caprice. Dos cuerpos que se contradecían enormemente a simple vista, él parecía indulgente, severo y fornido, mientras que ella una delicada mujer que abundaba en comprensión, amor y ternura.

—Señorita Broussard, buenas noches —la saludó con seriedad y con ambas manos detrás en su espalda —es un placer verla nuevamente —la cordialidad era su protocolo, viendo que ambos estaban rodeados de miradas curiosas y oídos muy bien posicionados para no perder detalle alguno, Albert mantiene su caballerosidad intacta. Si tan solo superan todos que Albert había pasado una noche llena de pasión sexual al borde de la locura y la perversión con aquella mujer, sería el escándalo de todo reino unido. —¿ha venido sola?

—Doctor Albert, ¿conoce a la dama? —preguntó curiosa una de las esposas de los señores con quien anteriormente había conversado en el círculo —podría presentárnosla, vamos, no sea descortés, ¿Cómo se conocieron? —deja escapar una fuerte respiración por su nariz, sin otra alternativa.

—Ella es la señorita Broussard, Caprice Broussard, ha venido a pasar sus vacaciones a la isla.

—Señorita Broussard, es un placer conocerla —se acerca a estrecharle la mano —dígame, ¿Cómo fue que conoció al doctor? Es sumamente intrigante, desde que se ha unido a nuestro círculo, poco se le ve acompañado de una mujer, y mucho menos una tan linda y hermosa como usted. —finalizo con una risa picara.

—Unos apuntes médicos, muy importantes… —aclaró inmediatamente Albert, preocupado por que nada se pudiera mal interpretar en aquella sociedad tan amante de los chismes y los malos entendidos.  

¿Podría Caprice opacar, detener o inhibir sus encantos?, Albert entendía que la figura física, la apariencia de un vampiro, estaban hechas para atraer a sus víctimas: belleza extrema. Una atracción que no costaba gran trabajo el querer llamar la atención de los mortales. Pero ella parecía ser diferente... era como si Caprice hubiese nacido para ello, para cautivar y para enamorar, un descontrol que ni por toda la voluntad del mundo pudiese abstenerse de ser como es (eso pensaba el vampiro). Sus delicados movimientos, ese perfecto y calculado parpadeo de sus pestañas, cada detalle era parte de su seducción, algo que incluso, ha logrado dejado encandilado al propio vampiro, pero no estaba seguro de querer tolerarlo sobre su “rebaño” más preciado, los humanos con quienes intentaba mantener una relación. Por otra parte, Albert jamás se consideró un buen candidato para una mujer, y no solo porque era poco agraciado, si no que sus encantos y emociones sentimentales son escasos y limitados. Y muy a diferencia de Caprice, él podía controlar su esencia de vampiro.

—Así es, esta noche aprovechamos de celebrar el cumpleaños del señor Crawley y del señor Chapman, oh, creo que están a punto de celebrarlo, ¿por qué no nos acercamos?

Albert esperó a que la humana abandonara la charla, al igual que todos los presentes en el enorme salón, solo muy pocos invitados se quedan. El vampiro mira directamente a los ojos a Caprice, no muy contento y tampoco queriendo transmitir cercanía en cuando a su nuevo encuentro.

—¿A quién has matado esta noche? —su voz acariciaría los odios de cualquier humano, era tan bajo su volumen, que solo la vampiresa sería capaz de escuchar. —Caprice, no puedes… — la agarra del antebrazo —no te permito que te acerques a estos humanos. Al menos no para que les quites la vida, están bajo mi protección. —Y así era. Albert adoraba estar rodeado de gente y mucho más si son de clase alta. No había cariño, ni tampoco amor o un aprecio importante por ellos… pero si otro vampiro llegaba a pisar terreno de Albert, no dudaría en protegerlos. Si alguien encontraba el cuerpo del hombre (o mujer) a quien Caprice ha bebido… asustaría a su rebaño. —Por favor — pidió al ver que quizás se estaba sobrepasando en cuando a su actitud sobreprotectora.

Sea cual sea la reacción de ella ante la vulnerabilidad del vampiro, Albert conocería más sobre Caprice, y puede que incluso, encuentre algo que no le guste, o al contrario… que le fascine. Tenían todo el tiempo, una eternidad para relacionarse y conocerse mutuamente. Para Albert era fácil abandonar a las personas que no forman parte de su cercanía más intima... difícil fue dejar a su creadora.

Sostuvo sus brazos, esta vez con más cuidado que antes, para limitarse a que se acercara más de lo permitido. Percibió en ella su aroma, su perfume, el olor de su piel con tanta facilidad, que sus recuerdos nuevamente llegaron a invadirlo, rememorando a una Caprice desnuda, completamente suya y a su merced, protagonista de una erótica escena. Apretó levemente sus manos que estaban alrededor de ambos brazos, inevitable ante su inseguridad de querer seguirle su juego, por lo tanto, recibió el beso como una premonición, la cual no fue correspondido por el molesto doctor. Dio un paso hacia atrás y la dejó ir, ya no quería tenerla cerca, al menos no mientras seguía dentro de esa casa, con sus humanos.

—No entiendo a qué es lo que quieres jugar, Caprice —comentó negando, incrédulo en su seducción. El vampiro de sentimientos limitados no lograba entender los mensajes. —No quiero creer que todo esto sea una coincidencia. —Si tan solo pudiera explicarle que ésta era su vida, explicarlo lo bien que le hacía estar rodeado de humanos y de vitalidad… pero era patético e injustificable que un vampiro pudiera sentir ese tipo de emociones con su propio alimento —será mejor que salgamos —se estaba arriesgando a que más gente pudiera verlo con la señorita Broussard y que las malas lenguas pudieran asignarle un inapropiado tipo de relación indecorosa.

Salieron a la terraza cubierta por arbustos y flores blancas, todas ellas la mayoría eran unas preciosas gardenias. La noche estaba recién comenzando, el cielo estaba completamente despejado, dejando ver la constelación completa que solo a ojos de seres sobrenaturales estaba dispuesta a ser admirada. La brisa era tibia en estos días de verano, lo que lo llevó a recordar con nostalgia aquellas largas caminatas que daba con su prometida por las calles de Munich.

Albert se acomodó y colocó ambas manos en los bolsillos de su pantalón, se giró para ver a su acompañante, quien asimilaba ser la misma Afrodita en persona, la diosa de la belleza y el amor.
—Te lo agradeceré si decides no volver a reunirte con estos humanos. —confesó en voz baja. Tenía la esperanza que Caprice pudiera comprender de alguna forma la solicitud de Albert, no quería dar mayores explicaciones.

La luz de la luna llena junto a unos faroles encendidos por todo el jardín, eran los guías que acompañaban a ambos vampiros esa noche… pero ellos nunca necesitaron de una luz que los guiara en sus constantes pasos bajo la oscuridad, todo era oscuro y sus ojos era capaces de ver todo bajo un manto lleno de un terror eterno.

Había tanto de qué hablar, tanto que decir. Los años, las experiencias y las historias acarreaban la ansiedad por saber el uno del otro, al menos Albert quería saber más sobre Caprice, conocer su pasado, su vida como humana y tener la seguridad de que podía confiar en ella, de verdad que lo deseaba. La inseguridad del doctor parecía ser una barrera de concreto, tan firme y sólida, que parecía ser incapaz de ser derribada por cualquier persona. Pero al parecer, la vampiresa de cabellos rubios supo cómo perforarlo de a poco.

La miró concentrado inclinando un poco su cabeza, su altura era la culpable de estar alejado de una Caprice que estaba cerca de su persona. Consideró que en el fondo tenía mucha razón, supo acertar cual centro de una diana a todos los temores, pensamientos e ideales del vampiro. ¿Era cierto entonces que las mujeres contaban con un sexto sentido?, ella ha vivido menos años que Albert, lo podía sentir y ver en sus ojos, ¿y cómo es posible que pudiera ser tan filosófica de la vida eterna?

Por un segundo se sintió comprendido, apaciguado con sus palabras junto a su delicado y dulce tacto. Sonrió levemente mientras seguía admirando a la mujer que lo acompañaba en esa solitaria noche sin saber que decirle o como corresponderle. Posó una de sus manos sobre la mejilla, y con su dedo pulgar quito una de las lágrimas, mientras que su vista ahora se concentraba en una tentadora boca de anis.

—Eres fascinante, Broussard… —le dijo en voz baja. ¿Se podría abrir tan fácilmente el doctor a una desconocida? —No… no quería llegar a ese punto. Quiero que sepas que no necesito de nadie para ahogar mis… penas o mis preocupaciones —dijo incomodo —pero si hay algo en que pueda servirte o ayudarte, con gusto haré el intento de hacerlo. —quitó su mano de la mejilla de Caprice para volver a incorporarse, podía sentir humanos caminando cerca —No acostumbro a introducir personas a mi vida, no tengo relaciones importantes con nadie, y espero eso lo entiendas.

En cuanto vio a los humanos caminar por la terraza, tomó la mano de Caprice para rodearla con su brazo y llevarla de paseo por lo que parecía ser un laberinto de arbustos. El paseo era largo y decidió que perfecto para contarle en resumen su desgraciada transformación como vampiro, como aún extrañaba a su esposa y familia y lo mucho que anhelaba volver a sentir su propio corazón latir.

—Siento que es un gran peso con el que tengo que lidiar a diario… es por eso que me mantengo ocupado en lo único que sé hacer… —comentó encogiéndose de brazos.

Una vez dentro del inmenso laberinto, Albert se siente mucho más seguro el no estar cerca de alguna presencia humana e indebida. Únicamente se escuchaban los grillos, alrededor de lo que parecía ser tranquilidad.

—¿No es así que debemos vernos, aparentar rudeza y ser implacables ante los humanos? — preguntó mientras seguía observando el perfil femenino mientras caminaban a paso lento. —Yo respeto a la vida humana, y me considero un verdugo de los humanos que no merecen vivir, aquellos que delincan, que maltratan y que sienten derecho sobre otros para robarles vitalidad. Es una de mis doctrinas que siquiera mi propia creadora se dignó a enseñarme.

—No estoy seguro de querer abrirme tanto, Caprice… lo siento mucho —Y era cierto. Su vida pasada, sus sentimientos que pese a los años aún seguían intactos por su familia, no eran tema de conversación para nadie.

La vida del doctor, solo si se podía considerar vida, era caótica. Jamás descansaba, sus estudios siempre han sabido mantenerlo ocupado, excluido de toda vanidad vampírica, o de grandes tentaciones como las que su creadora ha decidido seguir, ambiciones totalmente fuera de los rangos de moralidad del mismo Albert.

—Creo que ya es momento de que me cuentes de ti, sobre tu vida… ya te he contado la mía en grandes rasgos. —Era lo que quería saber y conocer. Caprice se había convertido en alguien de su interés personal, era sumamente interesante además de enigmática, incluso llegó a pensar que aquello no era normal o propio del vampiro, que una mujer estuviese dentro de sus intereses significaba algo. —¿Quién te ha convertido? —le pregunto en voz baja.

Sonrió levemente por la visión de Caprice por los humanos.
—Podría decirse que todo es un ciclo, Caprice. Al igual que ellos nosotros también nos reproducimos, en condiciones totalmente diferente y en tiempos más reducidos. —Albert aun no daba por finalizado su estudio por su propia raza, era fascinante y llena de misterios. Pero la frustración y la poca claridad en sus resultados y en sus hipótesis, lo hacía desistir en querer seguir su exploración, incluso llegaba a pensar que su cuerpo (y el de todos los vampiros) estaba hechizado por algún demonio o ser todo poderoso, un pensamiento irracional para alguien que desde joven ha dejado de creer en divinidades. —Y bueno, no hasta hace poco nosotros también fuimos frágiles y también nos complicábamos la vida por sencilleces.  —Siquiera sus casi doscientos años era suficiente para considerarse un experto, sin lugar a dudas, Albert quería llegar a ser el más viejo de todos.

Caprice seguía llenando en gracia y admiración al doctor Schnitzler. Las breves reflexiones sobre cómo veía a los humanos y la importancia de reconocer que los vampiros son una raza tan peligrosa para la sobrevida humana, era de estimar. Tal vez se debía a la poca interacción que el doctor llevaba con el grupo femenino, ¿qué mujer querría hablar sobre humanidades, ciencias o conocer la propia vida del doctor?, tristemente, hasta ahora, ninguna, estaba tan arraigada la idea de que los estudios debían ser únicamente para hombres, que era eso lo que a Albert le impresionaba de Caprice. Ella parecía ser diferente a todas, incluso de su propia convertidora.

Ante su última pregunta, se tomó unos segundos para recordar donde había visto un arbusto de rosas.
—No estoy muy seguro, pero creo que la señora Crawley ha comentado que tiene un jardín de rosas rojas en su invernadero. —Colocó sus manos detrás de su espalda y se detuvo en la caminata —¿por qué la necesidad de querer rosas ahora? —preguntó gracioso. —Vamos, te llevaré al invernadero. —Aceptó sin dar más rodeos ni preguntas.


Definitivamente la fiesta había acabado para Albert, con este desvío y la presencia de la vampiresa, se olvidaría completamente de la existencia de un gran número de humanos dispuestos a compartir con él, como si fuese uno más de ellos. Aun así, no pensaba dejar sola a Caprice.

Dentro del jardín invernadero estaba sumamente cálido y bochornoso, y de no ser porque su cuerpo sólido, frío y carente de toda sensibilidad humana, ya se habría abstenido de entrar a sofocarse innecesariamente.  

—Allí… —apunto con el dedo a un grupo de rosas. Miro curioso el actuar de la vampira, ¿serían las rosas sus flores preferidas? al conocer tal atractivo gusto por las flores, Albert no dudaría en un futuro (si la inmortalidad de lo permitiese), regalarle un gran arreglo florar o tal vez un jardín completo.