AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Amapolas recónditas. |Privado
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Amapolas recónditas. |Privado
Seamos ese pedazo de cielo, ese trozo en que pasa la aventura misteriosa,
la aventura del planeta que estalla en pétalos de sueño.
—Vicente Huidobro
la aventura del planeta que estalla en pétalos de sueño.
—Vicente Huidobro
— ¿Que os ocurre pequeño duque? ¿Es vuestro caballo el más lento de vuestras cuadras? ¿Le presan los cuartos traseros? — Solté el aire de mis pulmones y riendo divertida volví mi vista atrás por unos segundos para observar así a mi seguidor, el joven que me acompañaba aquella mañana en una excursión secreta. Una escapada clandestina al galope de nuestros corceles por los extensos terrenos de su villa estacional.
El aire azotaba mi tez, la capucha de la capa había terminado por ceder contra aquella fuerza de la naturaleza y ahora no únicamente las crines de mi yegua bailaban al sol del viento, sino también mi cabello que liberado de la restricciones de aquella capa que me había puesto se lucía brillante, tanto o más que los propios rayos de sol. Amaba estos momentos en que simplemente podíamos ser solo dos jóvenes libre de las obligaciones de la sociedad. Sobre todo él. Era en estos fugaces mañanas en las que podía vislumbrar en él realmente la libertad. Libertad de soltarse, de correr, gritar… reír. Siempre me había agradado desde bien pequeña quedarme mirando aquella sonrisa pícara que solía tener.
Reí nuevamente al verlo bastante atrás nuestro y volviendo la mirada adelante me encontré con un sol resplandeciente saliendo entre las montañas, saludando a un nuevo día. Hoy, como todo ese verano, había adoptado la manía de levantarme a escondidas, aun cuando de noche e ir a buscar a quien era el hijo de nuestros vecinos, los condes Ballester originarios de España. Los primeros días lo desperté tirando piedras contra su ventanal, hasta que anticipándose a mis escapadas y visitas, había pasado de encontrármelo con su cara adormilada, a un rostro lleno de gozo y divertido esperándome junto la entrada preparado para nuestras excursiones matutinas y nuestras ocasionales aventuras. Atka –mi yegua- hizo una cabriola feliz de correr en libertad y yo seguí aquella emoción con mi sonrisa. Si algo en aquella carrera se escuchaba, sin duda eran nuestras risas y mi voz entre el retumbar de las pezuñas de los corceles contra el suelo. Mi suave risa aún seguía en mis labios, acompañada por el coro ajeno mientras intentábamos tomar ventaja del uno sobre el otro. Por el momento las que iban por delante éramos nosotras, como ya era costumbre. — Mi señor, creo que seguís aún dormidos. No sois joven de madrugar… ni tampoco vuestro corcel. ¿No es eso cierto, Alde? Que Dios se apiade de nosotras por tener a unos hombres tan vagos a nuestro lado — Únicamente yo, tenía suficiente confianza de reírme con él y de llamarle de ese modo, sin ganarme una reprimenda por faltar de tal modo al joven y futuro duque de España.
Alexandra De Lacour- Humano Clase Alta
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Re: Amapolas recónditas. |Privado
".. De vez en cuando hay un amor que es más claro que el Sol"
- Louie Ortega
- Louie Ortega
Entonces ahí estaba yo un amanecer más, cabalgando a Nocturno quien como fiel compañero me hacía segunda en cada una de mis locuras, mayormente inspiradas por la señorita que evidentemente me inspiraba a cometerlas… u obligaba –No cantes victoria aun, Alex… Solo te estamos dejando ir a la delantera- contesté más que con orgullo como un especie de jugueteo; nunca fui una persona mañanera, siempre prefería todo de noche pero si había algo en esta vida que me llenara justamente de eso –vida- era compartir mis días al lado de la pequeña ladrona que va frente a mí.
-¡ARRE!- dije con autoridad cuando al instante mi caballo de piel azabache responde con un relinchar que yo tomé como respuesta de complicidad; sus patas empezaron a andar con más rapidez hasta que logré alcanzar a mi cómplice por un segundo “… Por tener a unos hombres tan vago a nuestro lado” y eso fue justamente lo que me distrajo… No, de hecho creo que hasta Nocturno se sintió tambaleado ante tal frase.
Quedé un poco atrás, mi corazón latía aceleradamente y ¿cómo no hacerlo? Si pese a mi corta edad ella me ha despertado algo que aún no defino pero que me causa una reacción en el estómago, me hace sentir… Un aleteo.
-Nosotros solo preferimos ir atrás para cuidar de ustedes. Además, ese será mi deber toda la vida… Después de todo, estaremos nosotros juntos siempre… ¿verdad?-
Cuestioné con todo fervor una vez que sentí los rayos del sol tocar mi piel morena. Mis cabellos que eran cortos se mecían con el andar contra corriente eólica y entonces una respuesta por parte de mi fiel corcel, como si apoyara mis palabras, me brindaba junto con los ojos de Alexandra la inspiración para sentirme vivo, para sentirme feliz aunque sea solo en esos momentos donde éramos solo ella y yo.
Mis ojos marrones atontados observaban a la pequeña que yo mismo me había jurado proteger por siempre. Que no me importara si yo iba o no a ser Duque, yo solo sabía dos cosas en ese mismo momento de mi corta vida: Que quería ser libre y que quería compartir esa libertad junto con la niña que me ha despertado algo…
¿Será amor?
No sé como me atrevo siquiera a preguntarlo.
Aldebaran Ballester- Realeza Española
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Re: Amapolas recónditas. |Privado
Jamás quise detener aquel tiempo en el que entre juegos y gritos, nos contábamos al oído lo bello que éramos. Lo irrompible que seriamos al paso del mendigo tiempo que nos impulsaba a abrir nuestras alas.
—Anónimo
—Anónimo
Mi risa estalló al aire al verlo tambaleante e inclusive Nocturno, su corcel parecía haberse detenido en su galope tras aquella frase que terminó saliendo de mis labios. — Que os sucede ahora, duque? Aceptáis vuestra derrota y asumís que nosotros somos más rápidas que ambos? O ¿aún necesito sacaros más de la villa, y aún más temprano a poder ser? — Sonreí internamente mientras bromeaba aún con el galope encendido de mi corcel, quien parecía dispuesta a ganar esa mañana la carrera al oscuro corcel al que él montaba. En el verano de aquel mismo año había sido consciente de que mi yegua solía buscar en demasía la compañía de Nocturno y él consintiéndola, muchas veces había parecido como un chiquillo haciendo cabriolas frente a ella, para llamar su atención. Habían sido buenos tiempos, sin embargo algo debió de suceder que de un día para otro Atka no quiso saber de él y hasta en alguna ocasión llegó a intentar mordisquearle. Siempre me había resultado gracioso el que nuestros caballos se parecieran tanto a sus jinetes, ya que entre Aldebarán y yo no siempre todo había estado tan bien como ahora. Sobre todo de pequeños en qué solíamos molestarnos mutuamente en nuestras horas libres, pasando así el tiempo hasta que al crecer nos enderezamos, y empezamos a comportarnos, fijándonos quizás, en lo parecido que realmente somos. El viento seguía soplando fuerte, despeinando mi largo cabello y sonreí intentando pasar por alto el sonrojo de mi tez. El de mis mejillas.
— ¿Juntos para siempre amado duque? — Volví mi vista atrás y le miré por unos segundos, sin disimular la sonrisa que sus palabras habían provocado en mí. — No sería extraño que terminemos juntos. Vecinos y amigos desde la niñez… ¿sabéis? a mi padre no le gustáis… demasiado inquieto, más mi madre os adora. —Dije en voz alta esperando que él oyera mis palabras al tiempo que mis manos se agarraban a las crines blancas de mi yegua. El día despertaba y con él, nosotros ya llevábamos tiempo despiertos.
—No necesitamos protección, ¿dónde está la aventura sin riesgo? ¡Vamos Atka, dejémosles atrás!— Alenté a mi corcel a acelerar el galope, al punto en que sentí que podía volar con ella en aquellas colinas que ahora eran parte de nuestro hermoso secreto. — Creo que Atka desea una revancha después de la carrera de ayer. ¿Nos lo permitiríais? —Provoqué al saberlos cerca de nosotros, pero aún atrás. La vida en aquellos instantes era una simple aventura y cada día una nueva que explorar y donde esconderse, de aquellos que querían arrebatarnos nuestro momento. Aquel nuestro y sagrado tiempo.
Alexandra De Lacour- Humano Clase Alta
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Re: Amapolas recónditas. |Privado
Pasó. Yo estaba ahí sentado sobre Nocturno mientras ella me pedía reafirmar mis palabras, ¿cómo es que se atreve? No podría yo jugar con algo tan sagrado… No, no podría yo siquiera jugar con ella. Es todo para mí, ni el Ducado, ni mi posición social, nada en esta vida se comparaba a lo que Alex había creado en mi inexperta y joven alma.
-Por siempre…- murmuré, casi como impulso y mera reacción cuando de pronto sus palabras hicieron estragos en todo mi pecho. Mis manos y piernas dejaron de existir para mí pues no las sentía, mi respiración se volvió agitada y mis ojos marrones se abrieron tanto como pudieron –Aun cuando te llevaran lejos de mí… Perseguiría los rayos del Sol y los de la Luna para ir a encontrarte- mi sonrisa sonó descarada cuando escuché el contraste de sus padres.
-La verdad es que yo adoro a tu madre y admiro mucho a tu padre… Pero no nos estamos haciendo jóvenes y no me importaría ir ahora mismo con él para pedirte en mano… No me gusta para nada la idea de ser Duque, pero si te tengo a mi lado… Bueno… Esa sería una historia diferente-
Y sin ninguna clase de filtro mis palabras salieron desde dentro de mi corazón, de mi alma. Su desafió rompió con esa nube pues antes de poderme dar cuenta ella ya estaba cabalgando en busca de una revancha por lo que con dos talonazos a los costados de mi Corcel terminé saliendo a toda velocidad para ir a por ella -¡Te protegeré de todo!.. ¡LO JURO!- grité con fervor, expandiéndose todo cual eco por el marco escénico, quedando con el amanecer ese juramento hecho de amor.
Ya en la carrera ella iba tan distraída y sonriente, volteando solo para atrás que olvidó un pequeño detalle el cual era ese límite del terreno, formado por rocosas que no serían buena idea cruzar -¡ALEX! ¡CUIDADO CON LOS LÍMITES!- grité con terror, sabía bien que por lo distraída que ella era no lo había recordado, por eso, cabalgué lo más rápido que pude junto a Nocturno, dándole varios golpes en sus caderas para que entendiera mi orden y la cual acató sin problema.
Logré emparejarme a ella y sin embargo ya era muy tarde, por lo que acaricié el pelaje de Nocturno y con un relinche cual respuesta decidí colocarme en cuclillas para así arrojarme suicidamente hacia mi protegida, abrazándola con toda fuerza para derribarla y caer juntos al suelo; ella sobre mí evidentemente. Por otro lado, mi corcel se interpuso en el camino de Atka por lo que la yegua se detuvo de golpe, relinchando ya sea por coraje o sorpresa.
-¿Estás bien?- me apresuré a decir, buscando inmediatamente el rostro de Alexandra.
-Por siempre…- murmuré, casi como impulso y mera reacción cuando de pronto sus palabras hicieron estragos en todo mi pecho. Mis manos y piernas dejaron de existir para mí pues no las sentía, mi respiración se volvió agitada y mis ojos marrones se abrieron tanto como pudieron –Aun cuando te llevaran lejos de mí… Perseguiría los rayos del Sol y los de la Luna para ir a encontrarte- mi sonrisa sonó descarada cuando escuché el contraste de sus padres.
-La verdad es que yo adoro a tu madre y admiro mucho a tu padre… Pero no nos estamos haciendo jóvenes y no me importaría ir ahora mismo con él para pedirte en mano… No me gusta para nada la idea de ser Duque, pero si te tengo a mi lado… Bueno… Esa sería una historia diferente-
Y sin ninguna clase de filtro mis palabras salieron desde dentro de mi corazón, de mi alma. Su desafió rompió con esa nube pues antes de poderme dar cuenta ella ya estaba cabalgando en busca de una revancha por lo que con dos talonazos a los costados de mi Corcel terminé saliendo a toda velocidad para ir a por ella -¡Te protegeré de todo!.. ¡LO JURO!- grité con fervor, expandiéndose todo cual eco por el marco escénico, quedando con el amanecer ese juramento hecho de amor.
Ya en la carrera ella iba tan distraída y sonriente, volteando solo para atrás que olvidó un pequeño detalle el cual era ese límite del terreno, formado por rocosas que no serían buena idea cruzar -¡ALEX! ¡CUIDADO CON LOS LÍMITES!- grité con terror, sabía bien que por lo distraída que ella era no lo había recordado, por eso, cabalgué lo más rápido que pude junto a Nocturno, dándole varios golpes en sus caderas para que entendiera mi orden y la cual acató sin problema.
Logré emparejarme a ella y sin embargo ya era muy tarde, por lo que acaricié el pelaje de Nocturno y con un relinche cual respuesta decidí colocarme en cuclillas para así arrojarme suicidamente hacia mi protegida, abrazándola con toda fuerza para derribarla y caer juntos al suelo; ella sobre mí evidentemente. Por otro lado, mi corcel se interpuso en el camino de Atka por lo que la yegua se detuvo de golpe, relinchando ya sea por coraje o sorpresa.
-¿Estás bien?- me apresuré a decir, buscando inmediatamente el rostro de Alexandra.
Aldebaran Ballester- Realeza Española
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Re: Amapolas recónditas. |Privado
Hay amores tan bellos que justifican todas las locuras que hacen cometer.
—Plutarco
—Plutarco
— No hagáis promesas a la ligera duque. —Reí acompañando su sonrisa que aún no verla, me encontraba segura de dibujarla en sus labios. —El sol y la luna hasta para el mayor de nuestros reyes es y será por siempre inalcanzables. ¿Tanto me amáis que podéis jurar al cielo vuestro propósito?
A nuestro alrededor el mundo parecía silenciarse para contemplarnos. O quizás fueran mis oídos que desconectados de mi mente, olvidaban todo aquello que no fueran el golpeteo de los caballos contra el suelo y las fiel dignas sonrisas que compartíamos Aldebarán y yo. Fuera como fuera él también parecía concentrado en nosotras que apenas nos fijábamos en las direcciones que iban tomando nuestros corceles. Por suerte los terrenos de mi familia se encontraban unidos a los del conde, excepto de las plantaciones y los pastos de los caballos. Así que no debía de preocuparme de dejar de pisar las tierras del condado y entrar en las que si algún día mi hermana se desposaba, iban a ser nuestras. Sin dejarle ni un segundo de ventaja, aceleré el paso de mi yegua que tras saltar por encima de un tronco en medio del camino, haciéndome caso se alejó mucho más de Nocturno. Me volví atrás y volví a llamarle. Era un claro desafío y él en ningún momento me defraudó, aun así por más que ganara terreno perdido, nosotras le llevábamos la delantera.
— De desposarnos seriamos los peores duques de la historia. ¡Aventureros, caprichosos…! — Me tensé un segundo en la silla de montar tras que mi yegua se desequilibrara y reponiéndose enseguida evitara una caída. — Nuestras madres deberían de invertir más en tutores y nuestros padres en extremar la seguridad. —Comenté divertida de imaginar los rostros desencajados de nuestros padres de saber en dónde solíamos meternos y en qué pasábamos nuestro tiempo libre.
Permanecí simplemente agarrada a las crines de Atka, luchando con mis sentimientos, con mis ilusiones. Esas que siempre habían estado allí desde bien pequeña y le observaba aprender a montar desde la ventana de la biblioteca. Lugar al que no solía asistir, más que para verle a escondidas mientras apenas era una niña. Los sentimientos y las palabras que rogaban por salir me quemaban el pecho. ¡Me ardían! Como el aire que golpeando mi figura, también lo hacía contra mis mejillas, sonrojándolas por el frio primaveral a esas primeras horas de la mañana.
Perdida en mis pensamientos no iba dándome cuenta del rumbo que llevábamos, cada vez más próximos a los límites del condado, hasta que la voz de Aldebarán atrajo mi atención y aunque por culpa del aire que no dejó que su voz llegara plenamente a mis oídos, fijando mi vista en frente de nosotras vi el motivo de su preocupación. Mi yegua parecía aún no darse cuenta de donde nos dirigíamos y aunque intenté detenerla no aminoró en ningún momento la marcha. — ¡Alde! —Lo llamé aterrorizada sin darme cuenta de sus propósitos hasta que sobresaltándome se echó sobre mí y Atka, cayendo ambos al suelo por el impacto. Yo entre sus brazos. Por unos segundos mi respiración se atascó en mi pecho, hasta que viéndole bajo de mí, dejé que mi pecho bajar ay subiera nuevamente con normalidad. Sentí sus manos en mi rostro, encarándolo al suyo y fijando mis ojos en los de él, finalmente asentí. Era mi primera caída de un caballo. — Estoy… bien. — Lo intenté calmar sonriendo suavemente al sentir sus manos aun así examinar mi rostro en busca de golpes o heridas. — Al final será verdad que os importo... Detuvisteís el golpe como todo un caballero. — Sonreí y apartando las manos de su pecho donde habían quedado agarrándose a él, le acaricié el rostro en busca de magulladuras. — ¿Te duele algo? ¿Deseas que vaya y llame a un médico? —Le pregunté preocupada centrada en él y únicamente en él. Mis manos se sentían tan bien en su piel… Suspiré e inconscientemente descansé mi cuerpo contra su pecho, sintiéndome a salvo.
Alexandra De Lacour- Humano Clase Alta
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Re: Amapolas recónditas. |Privado
La verdad es que mi cuerpo podía estar lleno de raspones, quizás huesos rotos o inclusive dañado con seriedad, nada de eso me importaba una vez que logré cerciorarme que Alex estaba bien y por eso mismo es que sin preocupación alguna por los resultados que había dejado esa caída en mí, decidí sentir las tenues y perfectas caricias de su suave piel al tocar mi mejilla, sentirla recargada en mi pecho, la emoción que se revoloteaba por todo mi cuerpo una vez que de sus propios labios salió esa confesión de sentirse segura o mejor dicho, protegida por mí. ¿Importarme? Por Satanás... Daría mi vida sin pensarlo por ella.
-Alexandra, no te preocupes por mí... Solo son rasguños- Sonreí una vez que mi brazo la acurrucó en mí y con el otro empecé a acariciarle la cabeza. Ahí recostados, reposando en el verde pasto con amapolas rodeándonos y el marco escénico de nuestros caballos cuidándose el uno al otro como ella y yo siempre nos hemos y nos habremos de cuidar. El cielo despejado, azul y glorioso con el sol resplandeciente que con su calor va cubriendo nuestras pieles con los halos dorados que despide. El viento que mecía nuestros cabellos y confortaba el calor para así transformar todo en sinónimo de la palabra perfección. No podía ser más feliz.
De pronto mis ojos marrones volvieron hacia Alex, mi cuerpo se reincorporó lo suficiente como para quedar frente a frente. Tomé un mechón de su cabello y lo llevé tras su oreja, hipnotizado y con un rostro que idolatraba su presencia, su belleza, su forma de ser.. A toda ella. A mi musa, mi fuerza pero también mi debilidad, a esa mujer que despierta en mi tantas cosas y que podría ser la razón por la cual puedo saltar de un caballo a otro sin el miedo de perecer porque volvería de la muerte de ser necesario por una mirada suya...
-Lo que dije allá atrás no fue mentira, ¿sabes? Realmente me importas, realmente me preocupo por ti. Cuando te vi ahí en peligro, a punto de irte de mi lado no pude hacer otra cosa salvo poner todo de mí para que no sucediera, para salvarte.. Porque no iba a renunciar a ti... Eres mi mundo, Alex, eres mi propio pedazo de paraíso y eres tú quien hace estragos en mí-
Sonreí ilusionado, tomándole de las mejillas con ambas manos, perdiéndome en la laguna de sus ojos mientras seguía echando palabras desde el fondo de mi alma -No puedo dejarte ir así como así, no después de todo esto, de nuestras promesas.. de mí promesa hacia ti.. Un día, serás mi esposa y con o sin título noble dedicaré mi cuerpo y alma en hacerte feliz, en buscar darte toda la felicidad que mereces.. Porque respiro cada día con la ilusión de verte una vez más, porque al ir a dormir eres lo último en lo que pienso y cuando abro mis ojos lo primero que quiero ver... Porque somos impulsivos, somos incorregibles, aventureros... Pero sobre todo... Porque.. Porque...-
Ahí fue, mi abdomen se contrajo junto con cada músculo de mi cuerpo, cada nervio que se aglomeraba en calambres bajo el matiz de un sudor que se formaba en mi frente, una temperatura corporal que ascendía sin precedentes y un titubeo muy ligero que se vio opacado por la seriedad y sobre todo sinceridad con la que mis palabras habían salido. Mis manos tomaron su rostro y acerqué el mío al de ella; Las amapolas formaron una danza que las hacía circular alrededor de nosotros dejándonos en el epicentro donde una corriente eólica trajo al flujo más brillante de los rayos solares e inclusive podía jurar que la misma naturaleza actuaba como cómplice mía.
Tragué saliva, lo decidí y con un suspiro hondo mantuve mi distancia de aquel rostro tan perfecto para así deslindarme de todo tabú, de toda vergüenza y dar el primer paso que esperaba se convirtiera en un sendero infinito que me atrevería a recorrer con ella, tomados de la mano y no solo ese sino cualquiera que la vida nos ofreciera.
-Porque.. Te amo-
-Alexandra, no te preocupes por mí... Solo son rasguños- Sonreí una vez que mi brazo la acurrucó en mí y con el otro empecé a acariciarle la cabeza. Ahí recostados, reposando en el verde pasto con amapolas rodeándonos y el marco escénico de nuestros caballos cuidándose el uno al otro como ella y yo siempre nos hemos y nos habremos de cuidar. El cielo despejado, azul y glorioso con el sol resplandeciente que con su calor va cubriendo nuestras pieles con los halos dorados que despide. El viento que mecía nuestros cabellos y confortaba el calor para así transformar todo en sinónimo de la palabra perfección. No podía ser más feliz.
De pronto mis ojos marrones volvieron hacia Alex, mi cuerpo se reincorporó lo suficiente como para quedar frente a frente. Tomé un mechón de su cabello y lo llevé tras su oreja, hipnotizado y con un rostro que idolatraba su presencia, su belleza, su forma de ser.. A toda ella. A mi musa, mi fuerza pero también mi debilidad, a esa mujer que despierta en mi tantas cosas y que podría ser la razón por la cual puedo saltar de un caballo a otro sin el miedo de perecer porque volvería de la muerte de ser necesario por una mirada suya...
-Lo que dije allá atrás no fue mentira, ¿sabes? Realmente me importas, realmente me preocupo por ti. Cuando te vi ahí en peligro, a punto de irte de mi lado no pude hacer otra cosa salvo poner todo de mí para que no sucediera, para salvarte.. Porque no iba a renunciar a ti... Eres mi mundo, Alex, eres mi propio pedazo de paraíso y eres tú quien hace estragos en mí-
Sonreí ilusionado, tomándole de las mejillas con ambas manos, perdiéndome en la laguna de sus ojos mientras seguía echando palabras desde el fondo de mi alma -No puedo dejarte ir así como así, no después de todo esto, de nuestras promesas.. de mí promesa hacia ti.. Un día, serás mi esposa y con o sin título noble dedicaré mi cuerpo y alma en hacerte feliz, en buscar darte toda la felicidad que mereces.. Porque respiro cada día con la ilusión de verte una vez más, porque al ir a dormir eres lo último en lo que pienso y cuando abro mis ojos lo primero que quiero ver... Porque somos impulsivos, somos incorregibles, aventureros... Pero sobre todo... Porque.. Porque...-
Ahí fue, mi abdomen se contrajo junto con cada músculo de mi cuerpo, cada nervio que se aglomeraba en calambres bajo el matiz de un sudor que se formaba en mi frente, una temperatura corporal que ascendía sin precedentes y un titubeo muy ligero que se vio opacado por la seriedad y sobre todo sinceridad con la que mis palabras habían salido. Mis manos tomaron su rostro y acerqué el mío al de ella; Las amapolas formaron una danza que las hacía circular alrededor de nosotros dejándonos en el epicentro donde una corriente eólica trajo al flujo más brillante de los rayos solares e inclusive podía jurar que la misma naturaleza actuaba como cómplice mía.
Tragué saliva, lo decidí y con un suspiro hondo mantuve mi distancia de aquel rostro tan perfecto para así deslindarme de todo tabú, de toda vergüenza y dar el primer paso que esperaba se convirtiera en un sendero infinito que me atrevería a recorrer con ella, tomados de la mano y no solo ese sino cualquiera que la vida nos ofreciera.
-Porque.. Te amo-
Aldebaran Ballester- Realeza Española
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Re: Amapolas recónditas. |Privado
El alma que hablar puede con los ojos,
También puede besar con la mirada.
—Gustavo Adolfo Bécquer
También puede besar con la mirada.
—Gustavo Adolfo Bécquer
— Eso dice también mi padre cuando cae de su montura y luego nada de eso es cierto, ya que luego acude al médico con un brazo torcido o hematomas por todo su cuerpo. Y entonces mi madre le reclama por no decirle antes, así que no me hagas hacer lo mismo y deja que te examine, duque cabezota. —Le dije con una sonrisa que no borró mi preocupación de mis ojos mientras mis manos acariciaban su rostro, bajaban por su cuello y hombros hasta los brazos, buscando la más leve señal de dolor en él o cualquier gesto que delatara incomodidad. Me pasé unos segundos más buscando y recorriéndole en busca de algún signo tras la caída, hasta que un brazo suyo me acurrucó contra él y rindiéndome en seguir con mi búsqueda, me recosteé en su hombro, rodeándole el torso disfrutando en silencio de la brisa matutina que jugaba con mi pelo y acariciaba mis mejillas.
Suspiré contra él, alcanzándome su perfume y sonreí. Desde pequeños siempre me había agradado la forma en que a pesar de estar lleno de barro o alguno de nuestros otros juegos olía, y ese aroma al paso de los años solo ha ido que agradándome más, hasta soñar en ocasiones con él cuando su figura se hacía presente en mis sueños. Inconscientemente con la mano sobre su pecho empecé a dibujarle círculos y a acariciarle con los dedos mientras los pájaros empezaban a entonar sus cantos alrededor nuestro con las luces del alba. En algún lugar del campo en el que nos encontrábamos nuestros caballos se cortejaban entre sí, saltando, relinchando dando cabriolas al aire. Era un lugar mágico y en su compañía, no había nada que pudiera faltarme jamás. Con él inclusive entre piedras y rocas, estaría perfecta en sus brazos.
Se incorporó del suelo donde estábamos tumbados y yo con él me quedé viéndole de frente preguntándome que estaría pensando cuando el roce de sus nudillos y de su tacto delicado en mí me dejó sin aliento. Otras veces me había recolocado mechones de cabello tras mi oreja y besado en la mejilla, sin embargo fue la conexión de nuestras miradas lo que me rebeló que aquel contacto no era como los otros. Ese silencio, esa calma se parecía al preludio del beso del que tanto había oído hablar. ¿Qué quería mi príncipe? Me pregunté encontrándome indefensa ante sus orbes, quedándome sin aliento de verle. Solo él lograba que con una de sus miradas me sintiera princesa de mi propio cuento de amor. Entonces habló y mi mundo se vino abajo para alzarse inmortalizado en amapolas, aquellas que ahora eran nuestros cómplices, las que por siempre guardarían nuestras promesas.
—Lo que dije allá atrás no fue mentira, ¿sabes? Realmente me importas, realmente me preocupo por ti. Cuando te vi ahí en peligro, a punto de irte de mi lado no pude hacer otra cosa salvo poner todo de mí para que no sucediera, para salvarte... Porque no iba a renunciar a ti... Eres mi mundo, Alex, eres mi propio pedazo de paraíso y eres tú quien hace estragos en mí. — Sus palabras se graban a fuego en mi corazón y mis ojos se humedecieron ligeramente temiendo que todo aquello solo fuera un sueño mío. Un cruel sueño y al despertar nada de eso fuera real. —No puedo dejarte ir así como así, no después de todo esto, de nuestras promesas, de mí promesa hacia ti... Un día, serás mi esposa y con o sin título noble dedicaré mi cuerpo y alma en hacerte feliz, en buscar darte toda la felicidad que mereces. Porque respiro cada día con la ilusión de verte una vez más, porque al ir a dormir eres lo último en lo que pienso y cuando abro mis ojos lo primero que quiero ver... Porque somos impulsivos, somos incorregibles, aventureros... Pero sobre todo... Porque... Porque...Te amo.
Su declaración aturdió mis sentidos y en mi estómago miles de mariposas revolotearon llenándome de sentimientos encontrados. Ahora viéndole, con sus manos tomando con delicadeza mi rostro, cada uno de mis sueños y de las esperanzas en aquellas promesas que nos habíamos dado, se hacían realidad y no cabía de alegría. El corazón empezó a latirme acelerado y con él mis mejillas se tornaron del bello color de un amanecer. Sus ojos se encontraron con los míos y allí lo tuve todo claro, deseaba pasar mi vida con él. Toda mi vida, empezando por el ahora. En este instante de vida.
—Oh Alde, a mí también me importáis. ¿Sabéis? Siempre lo habéis hecho y no puedo, ni he podido nunca concebir ningún futuro si no estás tú en él. — le contesté emocionada sin poder apartar mi mirada de la suya. No podía ni quería, él me llamaba como el sol a las amapolas de nuestros pies. Él era mi sustento, la ecuación más importante de mi vida. —Padres me dicen que algún día creceremos y que nos daremos cuenta que esto nuestro no es real, pero yo juro que lo siento así. Es lo más real que he sentido y el pensar que te dañes, que puedas estar dañado por protegerme hace que me muera de la angustia. No quiere perderte, ahora ni nunca ¿Me oyes? Jamás te alejes, ni si quiera lo pienses por qué algún día seré tu esposa…— Coloque mis manos sobre las de él y le sonreí feliz, sintiendo que en cada declaración de mis labios estábamos más unidos. —Quiero serlo…ser tu esposa, y así permaneceremos por siempre juntos. Siempre a tu lado. ¡Y que venga lo que deba de ser! no tengo miedo si estás conmigo, porqué sé que nadie jamás me podrá separar de ti...Yo también os amo. ¡Os amo!—Confirmé finalmente con una feliz sonrisa apartando sus manos de mi rostro para dejar mi frente contra la ajena y sonrojada buscar sus ojos en aquella intima cercanía. Podía sentir como su aliento se entremezclaba con el mío y como su corazón latía igual de apresurado que el mío. Apenas nuestros labios se encontraban separados por un suspiro y deseé que me besara. Lo deseé con todas mis fuerzas. Mis labios temblaron por besarle. —Siempre soñé con amaros y que me amaráis. —Quizás solo éramos unos adolescentes, y nos estábamos precipitando, pero le amaba… le amaba como a toda una vida. Como toda mi vida.
Alexandra De Lacour- Humano Clase Alta
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Re: Amapolas recónditas. |Privado
Tenerla ahí mismo podía transformar cualquier clase de sensación a una simple chispa pues mis ojos, mi respiración y hasta mis pensamientos tenían una sola dueña, solo una persona que estaba ahí mismo conmigo, frente a mí. Sus manos sobre las mías, nuestros rostros tan apegados como lo son las estrellas en el cielo y nuestras frentes unidas bajo el sello donde dos locos enamorados se olvidan del mundo entero, dejándose llevar por sus impulsos o mejor dicho... Por sus sentimientos, de esos que son reales, que existen, que cambian no solo al mundo sino a ellos mismo una vez que los descubren y aun mejor, se arrojan de manera suicida a ellos.
-Alexandra De Lacour... Me haces en este mismo momento el hombre más feliz del mundo, ¿lo sabías?- Mi sonrisa pendía de oreja a oreja, mostrando un brillo único y enigmatico en mis ojos que proyectaban esa emoción al tenerla ahí, para mí -Te amo- me limité a decir invadido por una sensación que se apoderaba de todo mi sistema nervioso llevandome a temblar muy subitamente; ligeras descargas electricas nacían en mi espina dorsal y se transportaban velozmente hasta cada una de mis extremidades, permitiendome entonces saber que ese momento era real, que era solo de nosotros dos.
Decidí hacerlo. Mis manos le acariciaron sus mejillas y en esos zafiros donde podía perder mi alma al ver mi propio reflejo en ellos pude notar el amor que me correspondía, ese que se siente solo una vez en la vida y queda marcado para siempre. Era un momento que nunca jamás en la vida podría llegar a olvidar, todo era perfecto y así, con la compañía del ocaso mas bello que jamás habíamos presenciado di un suspiro efímero que de pronto se convirtió en un beso que fundió nuestros labios de manera sublime, arrojando todas esas explosiones que se eglomeraban en mi abdomen y se dispersaban cual estrellas fugaces que detenían el tiempo en mis manos, entre nosotros.
Cerré mis ojos, no podía creerlo. Pensé que en la vida no había algo que me hiciera sentir más feliz que estar a su lado pero me equivoqué. Lo único que me brinda un fuego más incandecente que el sentirme cerca de ella era justamente eso: besarla. Sentir su boca tocar la mía y sentir su respiración golpeandose en mis mejillas; la acaricié de estas mismas y entonces no dije nada más, proseguí con ese mágico acto que hizo de mi un loco y más puesto que no podía creer que después de tantas noches de desvelo, tantas tardes de anhelo y muchas otras más mañanas de regocijo... Por fin pude experimentar eso de lo que solamente los adultos saben supuestamente: el amor.
Todo lo que me dijo, eso que me confesó y me arrojó hacia el más puro ejemplo de paraíso. ¿En verdad quería pasar el resto de su vida conmigo? ¡Pero qué! Soy el hombre más afortunado también, no solo el más feliz... Porque ella me amaba y yo la amaba, nada nos quitaría ese amor ni tampoco esos momentos. Ya ni siquiera los dioses podrían separarnos y de intentarlos conocerían la voluntad que llevo porque tomaré su mano y nunca la soltaré, la llevaré en mi corazón y así juntos desafiaremos a la vida misma. Porque no quiero una existencia si no es a su lado, no deseo riquezas ni tampoco poder, muchísimo menos reconocimientos si no puedo compartir eso con mi guapa, con mi Alexandra... Porque la amo y la amaré hasta el fin de todas y cada una de las realidades.
-Alexandra De Lacour... Me haces en este mismo momento el hombre más feliz del mundo, ¿lo sabías?- Mi sonrisa pendía de oreja a oreja, mostrando un brillo único y enigmatico en mis ojos que proyectaban esa emoción al tenerla ahí, para mí -Te amo- me limité a decir invadido por una sensación que se apoderaba de todo mi sistema nervioso llevandome a temblar muy subitamente; ligeras descargas electricas nacían en mi espina dorsal y se transportaban velozmente hasta cada una de mis extremidades, permitiendome entonces saber que ese momento era real, que era solo de nosotros dos.
Decidí hacerlo. Mis manos le acariciaron sus mejillas y en esos zafiros donde podía perder mi alma al ver mi propio reflejo en ellos pude notar el amor que me correspondía, ese que se siente solo una vez en la vida y queda marcado para siempre. Era un momento que nunca jamás en la vida podría llegar a olvidar, todo era perfecto y así, con la compañía del ocaso mas bello que jamás habíamos presenciado di un suspiro efímero que de pronto se convirtió en un beso que fundió nuestros labios de manera sublime, arrojando todas esas explosiones que se eglomeraban en mi abdomen y se dispersaban cual estrellas fugaces que detenían el tiempo en mis manos, entre nosotros.
Cerré mis ojos, no podía creerlo. Pensé que en la vida no había algo que me hiciera sentir más feliz que estar a su lado pero me equivoqué. Lo único que me brinda un fuego más incandecente que el sentirme cerca de ella era justamente eso: besarla. Sentir su boca tocar la mía y sentir su respiración golpeandose en mis mejillas; la acaricié de estas mismas y entonces no dije nada más, proseguí con ese mágico acto que hizo de mi un loco y más puesto que no podía creer que después de tantas noches de desvelo, tantas tardes de anhelo y muchas otras más mañanas de regocijo... Por fin pude experimentar eso de lo que solamente los adultos saben supuestamente: el amor.
Todo lo que me dijo, eso que me confesó y me arrojó hacia el más puro ejemplo de paraíso. ¿En verdad quería pasar el resto de su vida conmigo? ¡Pero qué! Soy el hombre más afortunado también, no solo el más feliz... Porque ella me amaba y yo la amaba, nada nos quitaría ese amor ni tampoco esos momentos. Ya ni siquiera los dioses podrían separarnos y de intentarlos conocerían la voluntad que llevo porque tomaré su mano y nunca la soltaré, la llevaré en mi corazón y así juntos desafiaremos a la vida misma. Porque no quiero una existencia si no es a su lado, no deseo riquezas ni tampoco poder, muchísimo menos reconocimientos si no puedo compartir eso con mi guapa, con mi Alexandra... Porque la amo y la amaré hasta el fin de todas y cada una de las realidades.
Aldebaran Ballester- Realeza Española
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Re: Amapolas recónditas. |Privado
El primer beso es mágico...
Jamás se olvida.
—Raymond Thornton Chandler
Jamás se olvida.
—Raymond Thornton Chandler
¿Qué era un beso? ¿Cómo se hacían? Realmente desde bien pequeña a escondidas de mis padres, Georgiana y yo habíamos criticado y espiado cada uno de sus besos. Algunos eran breves, como la caricia de una ligera pluma. Otros más duraderos. Bellos, largos, cortos, intensos… aun así el peor de todos, el que más nos asqueaba de ver y apenas vimos más de tres veces, fue el beso en el que ambas bocas se unían y parecían jugar mientras el cuerpo de ambos se apretaba contra el otro, uniéndose. Más de un castigo recibimos, ya que más de una vez nos llegaron a ver y así por ser tan mal disimuladas dejaron de hacerse besos, guardándolos para cuando se encerraran en la alcoba. O aquello por lo menos era lo que yo le decía a mi hermana, que aunque ella pareciera siempre tan inteligente y bueno, como yo sentía curiosidad para lo que nos era negado hasta de mayores. «Cuando las campanas anuncien vuestra boda, besad entonces a vuestro marido. Pero hasta entonces, los besos quedaran prohibidos en esta casa señoritas.» Eso decía siempre padre y entonces madre reía al oírle, uniéndose las risas de mi hermana y la mía a la de ella, sin saber jamás realmente si hablaba en serio o no. Todo y que por el rostro serio que adoptaba padre, pondría la mano al fuego al afirmar que se lo tomaba muy enserio y esperaba que siguiéramos sus palabras.
Georgiana, la más bondadosa y obediente de la familia haría caso sin importar nada más que aquellas ordenes, sin embargo yo, realmente jamás pensé en hacerle caso. Madre se había dado su primer beso con otro hombre que no fue él, entonces… ¿Por qué no podía seguir sus pasos? Pero y aun así, pensando en desobedecer a mi padre, jamás me sentí tan nerviosa como aquel instante en que deseaba que finalmente Aldebaran, me besara.
—Alexandra De Lacour... Me haces en este mismo momento el hombre más feliz del mundo, ¿lo sabías?— ¿Podría ser más feliz que en aquel momento? Lo dudo. La forma en que nos miramos y que sonreí correspondiendo a la suya, fue mágico. Lo nuestro había nacido cuando apenas era una niña pequeña que él venía a visitar por cortesía, hasta forjar aquella camaradería en la que siempre habíamos estado unidos. Como dos mitades de uno. Como un beso nacido en la cuna del amor. ¡Oh, por favor… besadme! Rogué de nuevo en el silencio de mi alma al tener tan cerca su aliento del mío. Jamás creí desear algo con tanta fuerza. El corazón yacía oprimido bajo mi pecho. En mi vientre podría jurar sentir mariposas aletear. ¿Buscarían ellas también sus labios?
— Yo también os amo, Alde. — Contesté a sus palabras sin pensar si quiera. Si todo aquel vorágine de sentimientos que llenaban mi cuerpo y mi mente, nublándolo de su perfume, no era amor… entonces que viniera Dios y me explicase que eran aquellos sentimientos, aquel temblor que imperceptible acudió a mis manos al sentir la palma cálida de mi amor en mi mejilla, acariciándome. Le sonreí y pasando una de mis manos por su cabello, me acerqué más a él hasta que aquel beso anhelado fue un hecho y nuestros labios sellados, eran la prueba. Al primer contacto cerré los ojos y al sentir sus labios moviéndose contra los míos, suspiré extasiada entreabriendo los labios para él. No tenía palabras para describirlo, para definir aquello que liberó finalmente por unos segundos mis mariposas las que se posaron felices en mi frenético corazón.
Sentí sus manos en mi mejilla. Mis labios suaves acariciando los suyos y por primera vez me sentí plena. Si aquello era el amor, sin duda volvería a desobedecer a padre mil veces más, siempre que me saltara las normas con él. Con mi amor.
Tras apenas unos breves segundos nuestros labios se separaron quedándonos frente a frente, aun entrelazando nuestros alientos, como si ninguno de los dos quisiera romper la magia del momento y felizmente le sonreí. Nuestro primer beso y jamás lo lamentaría. Solo con repetirlo creía poder morirme en su boca, acobijada entre sus suaves labios. No aparté mi mirada de la de él. No podía hacerlo, ni se me habría pasado por la cabeza hacerlo hasta que un relincho conocido a mi espalda me sobresaltó, sacándome de aquella perfección. Sintiendo mis mejillas ruborizarse me volteé a tiempo de que el poni Welsh de mi hermana nos separara, interponiéndose entre ambos.
— Tal cual eres, fuiste creado para mi hermana. —Reí suave acariciando los flancos del poni que de reojo observaba a Aldebaran como si supiera que estábamos haciendo antes de su interrupción. Mi hermana también nos habría interrumpido de encontrarnos de ese modo. Reí de nuevo y desviando de nueva cuenta la mirada hacia sus ojos y descubrirle mirándome, bajé la mirada sonrojada descubriendo una cesta que cargaba atada a la silla de montar. — Creo que nuestra hermana nos preparó el desayuno… ¿Teneís hambre?—dije al desatar la cesta y abrirla, encontrándome con bollería y fruta acompañada de un poco de pan y queso. Mis ojos brillaron al ver la comida y para darme a entender lo hambrienta que me encontraba mi estómago rugió. En la noche anterior no me había encontrado bien para bajar a cenar y ahora mi cuerpo me lo pedía. Si, en efecto estaba hambrienta, pero mis labios hormigueantes solo deseaban volver a probar del elixir de sus frescos labios.
Alexandra De Lacour- Humano Clase Alta
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Re: Amapolas recónditas. |Privado
Me sorprendí cuándo ella misma se levantó una vez que aparentemente la mayor cómplice de su hermana había llegado. Era Welsh y me echó una mirada de la cuál no pude hacer otra cosa más que girar mis propios ojos y terminar ayudando a Alexandra con las cosas; Sonreí ante sus palabras y poco a poco fui acomodando todo empezando por una manta sobre el pasto, luego la comida y las bebidas al último, yo mismo acaricié al caballo y con un golpe en el trasero volvió a toda velocidad hacia su hogar, dejándonos probablemente un regalo de complicidad enviado por mi ¿próxima cuñada? Que gracioso y maravilloso empezar a pensar así.
Tomé la mano de Alex y juntos nos sentamos con todo cuidado, observé su rostro... Tan hermoso y perfecto, esos ojos que me enloquecían y su sonrisa que me podía dar las herramientas para desafiar a aquel que llaman Dios y conquistar al nombrado Satanás. Nada me podía vencer, nada me podía dañar si ella estaba a mi lado, era mi inspiración mi todo, mi mundo, mi universo... Era mi amor, mi eterno amor.
-¿Quieres comer?- pregunté retóricamente, quise disimular el sonido de su estómago vacío y aunque quería reclamarle el dejar su cuerpo sin alimentos tanto tiempo preferí tomar un poco de fruta y servirla en los platos, ofreciendo un poco a mi belleza para luego tomar un poco de queso y colocarlo sobre un par de galletas saladas buscando dar una buena merienda a la mujer que hace de mí cómo ella desee... Quería cuidarla, protegerla, amarla... Si, inclusive con su alimentación.
Sonriente le acerqué juguetón y romántico un poco de queso y galleta a la boca para que la comiera, le acaricié la mejilla, le veía cómo imbécil y le llenaba de atenciones, me desmoronaba a sus pies por cuidarla, por complacerla y quererla. Parecía que mi estomago estaba revoloteando por completo cómo las amapolas que recorrían los aires libremente y nos rodeaban bajo el calor del sol así cómo la complicidad de un viento que nos refrescaba. Todo era perfecto, ¿Yo?...
Yo era feliz a su lado.
Tomé la mano de Alex y juntos nos sentamos con todo cuidado, observé su rostro... Tan hermoso y perfecto, esos ojos que me enloquecían y su sonrisa que me podía dar las herramientas para desafiar a aquel que llaman Dios y conquistar al nombrado Satanás. Nada me podía vencer, nada me podía dañar si ella estaba a mi lado, era mi inspiración mi todo, mi mundo, mi universo... Era mi amor, mi eterno amor.
-¿Quieres comer?- pregunté retóricamente, quise disimular el sonido de su estómago vacío y aunque quería reclamarle el dejar su cuerpo sin alimentos tanto tiempo preferí tomar un poco de fruta y servirla en los platos, ofreciendo un poco a mi belleza para luego tomar un poco de queso y colocarlo sobre un par de galletas saladas buscando dar una buena merienda a la mujer que hace de mí cómo ella desee... Quería cuidarla, protegerla, amarla... Si, inclusive con su alimentación.
Sonriente le acerqué juguetón y romántico un poco de queso y galleta a la boca para que la comiera, le acaricié la mejilla, le veía cómo imbécil y le llenaba de atenciones, me desmoronaba a sus pies por cuidarla, por complacerla y quererla. Parecía que mi estomago estaba revoloteando por completo cómo las amapolas que recorrían los aires libremente y nos rodeaban bajo el calor del sol así cómo la complicidad de un viento que nos refrescaba. Todo era perfecto, ¿Yo?...
Yo era feliz a su lado.
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Re: Amapolas recónditas. |Privado
El amor no se olvida,
Se siente.
—Pablo Neruda
Se siente.
—Pablo Neruda
Nunca antes la fruta había sabido tan bien, no como cuando él me la acercaba y yo entre mis labios la tomaba. Era tan feliz que ya nada más importaba, solo él y su sonrisa. Él y sus ojos y sobretodo esa mirada en la que únicamente yo me reflejaba, como él en la mía. No podía dejar de sonreír entre mordisco y mordisco de lo que fuera que él me acercaba, yo por mi lado solo podía sonreírle y comer de todo cuanto me diera deseando que aquel momento jamás terminase. ¿Alguna vez pensé que una simple cesta me haría tan feliz? Admito que jamás pensé en ello, pero ahora aquí, a su lado, todo parece diferente, ya no es negro o blanco. Ya no hay miedo, solo una alegría infinita y un deseo hormigueante por volver a besarle. ¿Y cómo podía resistirme cuando sentía que él también lo deseaba? Cada caricia, cada gesto, cada acercamientos nos llevaba a estar más cerca del otro hasta terminar hombro con hombro y a apenas una pequeña separación como lo era la bandeja con la comida.
— Quiero más. Acércame más. —Pedí con una gran sonrisa en mi rostro tras probar la galleta salada con queso que me acercaba, yo por mi lado tomé también una galleta con queso y se la acerque a sus labios lentamente, rozando con la galleta y mis suaves dedos sus labios. Ladeé el rostro y sonreí abriendo la boca para que pudiera darme la comida. Roce con los labios sus dedos y sonrojada le miré tomar la galleta que yo le acercaba de nuevo y todo, absolutamente todo a nuestro alrededor pareció desaparecer en aquel juego de sonrisas cómplices y secretos de aquel amor que nos profesábamos. Parecía ser el cielo, más no lo era pero allí entre sus brazos, a su lado lo poseía todo y ya nada más deseaba que perdurar entre aquellas mariposas y aquella bonita mañana como nunca antes había tenido.
Sus manos acariciaron mi rostro y mirándole, devolviéndole aquella mirada brillante e intensa por todo lo que sentía en aquel instante me acerqué más a él y tomando una fresa en silencio se la acerque a sus labios esperando que me diese permiso y en cuanto abrió los labios aparté la fresa y apoye mis labios contra los suyos. Mis brazos se apoyaron en sus hombros y acercándome más nuestros labios se movieron, acariciándose, besándose. Su aliento se fundía con el mío, su calor… sus brazos me rodearon y cerrando los ojos suspiré contra él embargada por aquella sensación de júbilo que se extendía por todo mi cuerpo.
— Quiero que me prometas algo. — Susurré finalmente contra sus labios tras separarnos. — Necesito que me des tu palabra de que pasé lo que pasé jamás nos alejaremos, que jamás podrán separarnos y que me esperarás hasta que crezcamos y podamos estar juntos, por qué no sabría vivir en algún lugar donde tú no estés. —Sonreí y esperando por su respuesta permanecí bebiendo de su aliento, allí muy próxima de nuevo al beso que se hacía de rogar y que hacía que los míos palpitaran por unirse de nuevo. ¿Las frutas, el desayuno? Ya habían quedado atrás, ahora él era lo único que quería. Lo único que querría por siempre.
Alexandra De Lacour- Humano Clase Alta
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Re: Amapolas recónditas. |Privado
Tomé entre mis labios luego una galleta cubierta de queso, mastiqué un poco y entonces riendo besé sus labios, le acaricié el rostro, le observé. Estaba tan ilusionado en ese segundo que mi corazón parecía salirse de mi pecho solo para poder brincar a las manos de mi hermosa Mariposa; luego proseguí, cuidando de ella, velando para que estuviera bien... Feliz... Conmigo.
Luego con sorpresa se abalanzó contra mí, no pude hacer otra cosa salvo recibirla entre mis brazos, me hundí en el césped y solo escuché cómo la comida salía volando hacia los lados. Al final solamente era ella sobre mi pecho y mis ojos queriendo tatuar su imagen tan perfecta para siempre -Te escucho- susurré cuándo me pidió prometerle algo, paso seguido atendí su petición y mi respuesta más repentina fue besarla con ternura.
-Te lo prometo, Alexandra... Esperaré a por ti, para poder desposarte y entonces construir un mundo juntos, nuestra propia historia de amor... Dónde seremos felices... No pido algo eterno contigo, yo pido algo tranquilo, algo real, algo sólido... No apresuraré lo que está hecho para ser eterno... Hoy, mañana siempre... Yo solamente quiero amarte-
Tomé su rostro entre mis manos y le besé con dulzura, le mordí el labio inferior y entonces suspiré profundamente, no esperé a que ella me besara, no quería dejar pasar más tiempo sin probar sus labios, sin saberme enamorado de ella... Yo fui hecho para ella, para amarla, para protegerla, para hacerla feliz... Yo nací para Alexandra.
Porque la amo.
Porque me ama.
Luego con sorpresa se abalanzó contra mí, no pude hacer otra cosa salvo recibirla entre mis brazos, me hundí en el césped y solo escuché cómo la comida salía volando hacia los lados. Al final solamente era ella sobre mi pecho y mis ojos queriendo tatuar su imagen tan perfecta para siempre -Te escucho- susurré cuándo me pidió prometerle algo, paso seguido atendí su petición y mi respuesta más repentina fue besarla con ternura.
-Te lo prometo, Alexandra... Esperaré a por ti, para poder desposarte y entonces construir un mundo juntos, nuestra propia historia de amor... Dónde seremos felices... No pido algo eterno contigo, yo pido algo tranquilo, algo real, algo sólido... No apresuraré lo que está hecho para ser eterno... Hoy, mañana siempre... Yo solamente quiero amarte-
Tomé su rostro entre mis manos y le besé con dulzura, le mordí el labio inferior y entonces suspiré profundamente, no esperé a que ella me besara, no quería dejar pasar más tiempo sin probar sus labios, sin saberme enamorado de ella... Yo fui hecho para ella, para amarla, para protegerla, para hacerla feliz... Yo nací para Alexandra.
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Re: Amapolas recónditas. |Privado
El amor verdadero no tiene final feliz...
Por qué sencillamente,
el amor verdadero no tiene final.
—Anónimo
Por qué sencillamente,
el amor verdadero no tiene final.
—Anónimo
Su beso fue tan inesperado, como esperado. Por mí bien podría pasarse los días a mi lado, adueñándose de mi aire, de mí aliento… como ya se había adueñado de mi corazón, que ahora y por siempre solo cantaría para él.
Con una sonrisa, una de las más felices que en años había mostrado en mi rostro, escuché cada una de sus palabras y de no ser porque aún su sabor latía en mis labios, habría jurado estar únicamente en un sueño en el que sus palabras eran solo un artífice de mi mente. Más así no fue, y tampoco era. Era tan real allí a mi lado, tan real besándome con dulzura tras sus palabras, que completamente adueñada de los sentimientos que hacían latir este enamorado corazón me colgué de su cuello y con desesperación le besé, siguiendo cada uno de sus besos y sus caricias. Deseaba postergar por siempre en mi memoria esa sensación de sus labios rozando los míos, nuestros alientos fusionados y su lengua tímidamente buscando la mía. Jadeé contra sus labios al tirar de los míos y sonriendo intenté morderle para seguidamente seguir besándole, con el único deseo de desgastar y quedarme sus labios por siempre.
— Tú ya eres todo lo que necesito y necesitaré… que sea eterno, profundo, violento, sólido o como el destino nosotros escribamos sobre este amor, porque no hay ningún deseo más grande que el de descubrirlo; que el de dibujar un nuevo amanecer juntos, donde solo estemos tu y yo, solos. Sin nadie más. — Susurré contra sus labios mientras con las manos le agarraba del rostro y le mantenía a escasa distancia de mis labios. — Tú y yo solos ante el mundo y este amor que nos une como dos mitades. Os amo Aldebarán y siempre lo he hecho, ¿Cómo podría no hacerlo, cuando eres todo lo que pido y quiero? —Sonreí contra sus labios y esta vez sin argumentar más nada a mis palabras, me acerqué y tiernamente le besé sedienta de sus besos y labios. Aquellos que siempre quise probar y tener, decir míos… tanto como deseaba que él me considerara suya.
La mañana fue pasando y entre sus brazos, volteando en el césped, rodando en el campo, retándonos a besos y susurrándonos palabras de amor y promesas de dos almas enamoradas y afines, el tiempo pasó muy rápido. Apenas parecieron minutos y fueron horas en brazos del uno y del otro, enlazados y sonrientes, felices como nunca antes lo habíamos sido. Con cuidado le quité las hierbas que se habían enredado en su cabello y acomodándome luego contra él, con la cabeza en su hombro y sentada en su regazo, suspiré. Ya habíamos recogido la comida que había sido esparcida por culpa nuestra y ahora nos encontrábamos junto un sauce, en su sombra admirando el horizonte.
— No deseo que esto termine. —susurré en voz baja intentando no interrumpir aquel silencio que felizmente se había impuesto entre nosotros, mientras simplemente disfrutábamos de tenernos el uno al otro en ese paraje tan conocido como el de nuestro hogar. Suspiré y mirándole, sonreí con amor al ver sus ojos en los míos. A veces parecía que podía verme, no solo exteriormente sino interiormente. Ver quien era y quien iba a ser; mis deseos, mis temores y alegrías. Él lo veía todo de mí, como yo de él, por eso reí cuando vi en sus ojos la pregunta silenciosa que sus labios no decían, quizás al no desear dejar de observarme ni un segundo más ahora que me tenía solo para él. — Desearía que esta noche cenaras conmigo y mi familia… Me gustaría que te conocieran, pero no como Aldebarán, si no como quien deseo que pase el resto de su vida a mi lado. —Le comuniqué acariciándole el rostro con una mano mientras con la otra le acariciaba el brazo con el que me sostenía contra él. Estaba ansiosa por presentarles a mis padres, pero aún más por saber su respuesta. Por permanecer unas horas más bebiendo de su presencia.
Porque nací para ello, para servirle y amarle.
Nací para ser suya, y él para ser mío.
Alexandra De Lacour- Humano Clase Alta
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Re: Amapolas recónditas. |Privado
Sus ojos sobre los míos tratando de escarbar hasta el fondo de mi alma donde yace un altar solo para ella… Mi sonrisa de lado a lado ante la hipnosis de sus palabras que me sirven como canto de sirena… Mi respiración agitada al sentirme tan feliz de sus palabras. Es que simplemente dar un paso tan serio y sobre todo tan grande no hacía otra cosa salvo llenarme de emoción por lo que con un fuerte abrazo y un beso efímero en sus labios respondí –Que así sea mi amor… Solo llevo a Nocturno a casa y me dirigiré a la tuya para cenar, avisare a mis padres que cenare contigo y juntos le daremos las noticias a tu madre y a tu padre-
La abracé tan fuerte, como si fuese el ultimo abrazo –Te amo, Alexandra… Te amo con toda mi alma- le dije con seguridad, con todo el amor que en ese momento mi cuerpo y alma podrían sentir. No mucho tiempo paso para que conforme las acciones, nos termináramos los bocadillos y asimismo el día tan efímero a nuestro ver fue poco a poco acabándose hasta dejarnos en el ocaso.
Ahí estábamos, ella entre mis brazos y yo con mi mentón recargado en su hombro. Besaba su mejilla incontables veces, disfrutaba ese momento único mientras mis ojos se fijaban en el horizonte con un Sol casi muriendo ante el precioso atardecer –Alexandra… Que quieres de la vida?- le pregunté con ilusión, quería saber bien sus ideales, sus anhelos, sus miedos, sus metas… Quería conocerla de principio a fin.
Quería dejar ese día no solo en la memoria…
Sino en un tatuaje de mi alma.
La abracé tan fuerte, como si fuese el ultimo abrazo –Te amo, Alexandra… Te amo con toda mi alma- le dije con seguridad, con todo el amor que en ese momento mi cuerpo y alma podrían sentir. No mucho tiempo paso para que conforme las acciones, nos termináramos los bocadillos y asimismo el día tan efímero a nuestro ver fue poco a poco acabándose hasta dejarnos en el ocaso.
Ahí estábamos, ella entre mis brazos y yo con mi mentón recargado en su hombro. Besaba su mejilla incontables veces, disfrutaba ese momento único mientras mis ojos se fijaban en el horizonte con un Sol casi muriendo ante el precioso atardecer –Alexandra… Que quieres de la vida?- le pregunté con ilusión, quería saber bien sus ideales, sus anhelos, sus miedos, sus metas… Quería conocerla de principio a fin.
Quería dejar ese día no solo en la memoria…
Sino en un tatuaje de mi alma.
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