Cuando ya no esperas nada, vez la luz al final del camino [John Hamish Freeman]

Todo había sido perfecto, al menos en un principio. El señor le había ofrecido un empleo, uno decente, habían hablado del salario y solo tenía que esperar un par de días a que le llevara a la zona de granjas a donde ella se sumaría al resto de los campesinos y campesinas que se dividían las tareas en preparar la tierra, sembrar y cosechar. Ella se uniría, según le había dicho el caballero, a los que sembraban. No le temía al trabajo y aunque no tenía idea de que labor debía llevar a cabo la paga iba a ser buena, más aún le aseguraba techo y comida. ¿Mejor? Imposible.

Ahora lo veía de otra forma, había escuchado por ahí "cuando la limosna es grande, hasta el santo desconfía" y era cierto. Todo había tomado color cuando le había solicitado que se presentara en el hotel alrededor de las seis de la tarde. Allí había estado, pensando que tal vez partiría esa misma noche hacia su nuevo (y esperaba que duradero) empleo. Ni bien había preguntado al portero, algo en su mirada le había dejado incómoda, era como si dijera "tan joven y en esos asuntos". Le había llevado con la recepcionista y esta había solicitado a uno de sus empleados más jóvenes que le dirigiera hacia la habitación.

Completamente avergonzada se había introducido allí, segura que el caballero de al menos unos 73 años, quería que arreglara sus cosas para partir, o tal vez que le ayudara con sus maletas. Grande fue su sorpresa cuando le invitó a cenar. Lo cierto era que hacía un par de días que no tenía alimentos decentes, así que bastante apenada, se había sentado a su lado tomando una rebanada de pan, mientras esperaba que le indicara que hacer. Lo primero que había dicho fue -"De este lado de la mesa pequeña" -y ella con una suave sonrisa de disculpas, había girado para colocarse a su lado. -"Te he pedido que vengas, porque veremos esta noche que tan buena empleada serás" -había dado un leve asentimiento, pensando que tras la cena le solicitaría algo, pero no había dado ni un solo mordisco al pan cuando una  mano algo temblorosa se había posicionado sobre su muslo. Alerta, completamente en guardia había elevado la cabeza de golpe, encontrándose con una sonrisa y unos ojos brillantes casi hambrientos. Estaba asustada. Sin saber cómo, ni cuándo, ni por qué, sintió la otra mano sobre su pecho derecho que subía y bajaba al compás acelerado de su propia respiración. Los labios húmedos del “señor” estaban sobre su mejilla y su única reacción había sido extender la mano para tomar la botella de vino y golpearle con toda su fuerza sobre su cabeza. Tras romperle literalmente la botella sobre la cabeza, se lo había quitado de encima a empujones, un par de lágrimas corrieron por sus mejillas al darse cuenta de pronto de toda la situación.

Tenía que salir de allí lo antes posible, corrió hacia la puerta pero se detuvo a tiempo para regresar por una sola cosa, tomar su dinero. Pronto había salido llorando del hotel, corriendo entre las distintas calles, estaba segura que en breve le estarían buscando, así que guardando el dinero entre sus prendas menores, se había internado en los oscuros callejones, aún lagrimeando. “¿Cómo fuiste tan tonta?” se preguntaba una y otra vez, mientas se estremecía al recordar el calor de las manos del tipo y su respiración rozando su mejilla.

Se ubicó en el zaguán de la destartalada puerta de una fábrica abandonada, tratando de que las sombras le cubrieran por completo. Lo más lógico sería que buscara alguna pensión de baja categoría en la que pasar la noche, pero estaba tan asustada, que lo único que quería era desaparecer, quizá por eso se había encogido de tal forma que lo único visible eran sus cabellos rojizos, que cubrían su rostro surcado por las lágrimas y ahogaban sus incesantes sollozos. Aún así por encima del sonido ahogado que ella emitía, se escuchaban los truenos, pronosticando una noche de tormenta.

Al fin podía lamer sus heridas sola, había encontrado ese sitio en la oscuridad de la fabrica y dejaba que sus lágrimas corrieran mientras sus sollozos le hacían sostener su cuerpo encobrado, su espalda en la pared y las manos sobre sus mejillas, segura de que estaban tras ella.

No llevaba ni veinte minutos allí, cuando escuchó la voz fuerte y clara de un hombre. Su respiración se aceleró al igual que su corazón, lo primero que buscó fue una salida, la única puerta que había visto estaba del lado que venía la voz y las ventanas demasiado altas, para saltar, subir no sería difícil pero la caída al otro lado sería dolorosa por decir lo menos.

"He venido a ayudarla, la he oído! Soy doctor! Está herida?!" no, no iba a caer en eso, no de nuevo. Buscó entre los restos de madera, una de buen tamaño, que pudiera mover en su defensa, esta vez no iba a confiar en nadie.

"No voy hacerla daño!" escuchó y sin dudarlo salió de su escondite aún llorando con la madera en sus manos, sujeta con firmeza, si tenía que golpearlo lo haría. Sus rizos rojizos estaban revueltos, los ojos violáceos brillantes y vidriosos, los labios un tanto hinchados de mordérselos, las mejillas sonrosadas y aunque aparentaba valentía un temor bien fundado comenzaba a acosarla. -No-no se acerque -gritó aunque su voz temblaba, tenía miedo. -Y-yoo... yo estoy bi-bien -las lágrimas bajaban por sus mejillas a la par que escuchaba pasos fuera y gritos de "Búscala", "Es una golfa pelirroja..." y detallaban su vestimenta.

O confiaba en el doctor o se la llevarían de allí. Bajó la madera sin soltarla aún -Por amor de Dios ayúdeme... -Le miró suplicante, sus posibilidades nulas, él caballero podía ver que era a ella a quién buscaban, el vestido verde ceñido a su figura sus cabellos delatándola, si le ayudaba estaría infligiendo la ley, y sería su cómplice, no parecía un caballero de ese tipo, no parecía del tipo que tomaba riesgos y sin embargo era su única posibilidad -Fue... solo me defendía -su voz apenas un susurro, dejó la madera en el suelo y agarró sus faldas para elevarlas y caminar con pies descalzos un par de pasos a él, espectante y temblorosa.

Apelar a la bondad de alguien porque si nada más era una utopía sin embargo ahí estaba, el milagro que tanto había esperado se hacia presente y venía en el cuerpo de un caballero elegante y distinguido.

Él la tomó en brazos y su temor que sentía por sus atacantes se disipó al instante, sin embargo de quien comenzó a temer fue de si misma, su seguridad flaqueó temerosa de traicionar sus propios principios. Escuchó como tronaba su voz a la par que percibía el cambio de tonalidad en sus ojos, dónde antes se veía el azul de una tormenta o las profundidades del mar, ahora se veía el brillo de la luna. Se estremeció ante el reconocimiento y tembló en sus brazos, podía escuchar claramente el latir de su corazón.

Escuchó su voz y aunque deseaba ver la reacción de aquellos hombres se concentró en la forma protectora en la que le ponía contra su firme pecho, era un hombre robusto sin lugar a dudas. Alcanzó a ver el inicio de sus colmillos y se quedó mirándole mientras sus brazos rodeaban a ese hombre que le estaba rescatando.

Todo fue relativamente rápido, pero ella no tuvo noción del tiempo. Hacía minutos aseguraba que no iba a confiar en nadie más y ahora volvía a ver a ese doctor y asentía, cierta parte de ella aún temerosa, la otra osada y decidida. -Voy con usted a dónde quiera señor. -Ni bien las palabras salieron de sus labios se sintió avergonzada. -Quiero decir, si usted puede atenderme yo buscaré la forma de retribuírle. -Después de lo que había escuchado de ella seguro se lo pensaba mal, así que se sintió obligada a aclarar- En cuanto encuentre un empleo le devolveré todo lo que gastó en mi doctor.

Sin pensarlo más, comenzó a andar a su lado, aferrada a su brazo, las lágrimas comenzaban a cecarse en sus mejillas, dejando algunos rastros. Ella no se apartó de su lado, temerosa de que aún le buscaran, subió al carruaje que el doctor le indicó y  recogió su falda para hacerle espacio mientras el cochero empezaba a andar. -¿Su nombre es? -dijo tratando de ignorar el hecho de lo que había visto, pero era por naturaleza curiosa y sin importarle que se estaba metiendo en la boca del lobo literalmente, se  acercó hasta alcanzar la intimidad de su oído y dejando que el calor de su respiración le rozara murmuró lo más bajo que fue capas -¿Es usted la clase de criatura que creo que es? -curiosamente no tenía miedo, sino que su voz sonaba excitada.