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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Julia Rondizzoni Vie Oct 24, 2014 8:50 pm

Caminó por la calle bien iluminada, aquella que conducía al teatro. Muchas veces había caminado por aquel  lugar, desde su llegada a Paris. Aunque  nunca se  animó a entrar o aunque mas no fuera  detenerse a contemplar las marquesinas. No se trataba que fuera imposible para ella  pagar la entrada. Como todo en Kelsey, tenía que ver con su postura moral, -¿Cómo asistir a un lugar, en donde la mayoría de las mujeres, van vestidas como preciosas muñecas  que deben aparentar ser bellas pero sin poder dar su opinión? Siempre de acuerdo con lo que decida su esposo, como si no supieran pensar por sí solas -  solía decir - ¿Acaso  podría permitirme colaborar con un lugar donde el arquetipo de la mujer objeto se vanagloria y acepta abiertamente?  Felicitando a los hombres que poseen  mujer exótica,  exuberante,  solo buenas anfitrionas, esposas y compañeras que debían quedar en el hogar, sin dar opinión alguna, ni en la educación de los hijos y menos en negocios o política… concurrir a un lugar así es  simplemente   imposible – sentenciaba, cada vez que alguien la invitaba al teatro, - ¿que podría encontrar allí?, prefiero  café y un buen libro – suspiró, la verdad, no negaba que desearía tener una buena compañía, y que por supuesto,  no le vendría nada mal. Hacía días que sentía la soledad de una forma  tan corpórea que le daba la impresión, le costaba respirar. Pero definitivamente allí, no la encontraría. No era una mujer que le faltara belleza, pero muy pocas veces usaba algún afeite o maquillaje, prefería la cara lavada, los vestidos sencillos que la ocultaran, tal vez su problema radicaba en la necesidad de pasar inadvertida, así, nadie podría herirla.

Cuando pasó por  delante de las marquesinas del teatro, que anunciaban las obras a estrenar o las que estaban en escena, un nombre, escrito en letras negras llamó poderosamente su atención,  haciendo que se detuviera instantáneamente. Era  el nombre de alguien que creyó conocer, - no, no puede ser – se dijo mientras sonreía y se acercaba más al cartel – de seguro he leído mal -.  Su rostro mostró  asombro, su mirada se  clavó en las palabras que aseguraban, el mejor espectáculo de ilusionismo, por el extraordinario y máximo exponente, el  aclamado  Tristán Rêveur.  Hizo dos pasos hacia tras, como si algo la pudiera herir – Tristán – susurró, - no puedes ser tu  -.

Inmersa en recuerdos, dio media vuelta sin preocuparse si alguien se encontraba detrás de ella, apenas unos pasos y chocó con su hombro el  brazo de un caballero. No levantó la mirada, apenas si salió de sus labios un  - lo siento – casi inaudible,  la voz le fallaba, pues en  el océano de sentimientos que ocultaba,  la tormenta  se había desatado, pronto  la máscara de tranquilidad que dejaba ver su rostro se resquebrajaría y necesitaba alejarse lo más rápido que pudiera, del teatro, de las luces, pero sobre todo de ese fantasma que pensaba ya no volvería a encontrar.
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Mensaje por Tristan Rêveur Dom Nov 09, 2014 11:05 pm

Luego de un exhaustivo ensayo de la que sería su próxima función en uno de los teatros más concurridos de la ciudad, el ilusionista decidió tomar un receso y se dirigió hasta el café más cercano. Allí ordenó una taza de café y un pastelillo de chocolate, y eligió para sentarse la mesa que acostumbraba tomar en todos los restaurantes y cualquier establecimiento que fuera público: la del rincón, la que más alejada estuviera de los ventanales y del resto de las mesas, en la que pudiera pasar lo más desapercibido que le fuera posible. Así pues, el mesero lo condujo al final del establecimiento, y dejó sobre la mesa la orden del caballero, aunque él apenas dio un sorbo al café y pellizcó la orilla de su postre, el cual le pareció exageradamente empalagoso.

Los próximos minutos permaneció absorto en sus pensamientos y, solamente cuando a sus oídos llegaron los cuchicheos de dos mujeres que se encontraban en una mesa cercana a la suya, fue que dejó de contemplar la taza de café que sostenía entre la manos. Alzó la vista, y en ese instante, las damas que hasta entonces habían estado observándolo, haciendo de su apariencia su principal tema de conversación, se volvieron con discreción, apartando la vista del hombre, en un intento de disimular. Pero fue tarde, porque él lo había notado, había escuchado claramente entre sus tenues murmullos la palabra “cicatriz”, y eso le había bastado para deducir lo que ocurría.

Apartó la vista y frunció el ceño, mientras distraídamente alzaba la mano y se acariciaba la larga marca que tenía en la cara, una línea rojiza que nacía un poco más allá de la ceja, cruzaba el ojo, y moría al final de su mejilla derecha. Él detestaba esa cicatriz, porque era el recordatorio más latente de lo desgraciada que se había vuelto su vida. Sus pesares habían iniciado con ella, y aunque estaba consciente de que no era una bestia, no podía dejar de sentirse como una. Así era como la gente lo hacía sentir, cuando lo miraban con grosera insistencia, al percatarse de su desfiguración. Aunque, definitivamente, la cicatriz que llevaba en el corazón, era mucho más profunda, horrible y dolorosa que la que los demás podían presenciar en el exterior.

Cuando se dio cuenta de que había perdido el apetito por completo, pidió la cuenta, pagó dejando una generosa propina, se colocó el sobrero de copa sobre la cabeza y se alejó del establecimiento para volver al teatro. Pero cuando estuvo a punto de entrar, tropezó con una persona. Momentáneamente desorientado, Tristan se tambaleó, pero logró encontrar el equilibrio. Abrió la boca, dispuesto a quejarse, pero las palabras no llegaron a salir, quedándose allí, obstruyendo su garganta, cuando reconoció a la mujer que tenía enfrente.

Kelsey… —musitó sorprendido, sin poder creer lo que sus ojos veían.

Se quedó mudo, respirando y tragando saliva, tratando de entender lo que estaba pasando, el por qué de la repentina aparición de Kelsey Faulkner, quien no era en absoluto una extraña para él, sino que por el contrario, la conocía bastante bien. Sus padres se conocían de toda la vida, motivo por el cual ellos dos habían crecido juntos; habían jugado de pequeños, habían tomado algunas lecciones juntos, y más tarde, cuando hubieron alcanzado la edad pertinente, sus padres se propusieron hacer todo lo posible porque los muchachos se vieran como algo más que amigos, con la esperanza de verlos comprometidos y más tarde unidos en matrimonio. Por supuesto, eso no había ocurrido. Lo habían intentado, sí, porque no habían tenido demasiadas opciones, y si bien Tristan había notado que la idea no le desagradaba a Kelsey, él nunca había podido sentir por ella algo más que una amistad y la fugaz atracción que los jóvenes solían sentir por las muchachas en la adolescencia. Siempre le había parecido muy bonita, pero él siempre había tenido la mente puesta en otros intereses. Quizá por eso nunca se había tomado muy en serio lo del compromiso, hasta que años más tarde conoció a Elizabeth, la mujer de su vida, y que lamentablemente había fallecido hacía menos de dos años.

¿Qué haces aquí? —preguntó, intentando mantener el tono de su voz lo más neutro posible—. No tenía idea de que estuvieras en París. Me has tomado realmente desprevenido.

Nunca hubiese esperado encontrarla así, tan inesperadamente, con esa expresión extraña en el rostro, similar a la manera en que lo miraban algunas personas cuando advertían sorprendidos, quizá un tanto impactados, la marca que afeaba su rostro. Él no habría querido que lo viera así, que se diera cuenta del monstruo en el que se había convertido. Pero era demasiado tarde para huir o intentar ocultar su vergüenza.

¿Cuanto tiempo hacía que no la veía? ¿Cuatro, seis años? Tal vez más. En efecto, era el reencuentro más incómodo al que había tenido que enfrentarse. Quería huir, quería que la tierra se abriera bajo sus pies y lo engullera por completo.
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Mensaje por Julia Rondizzoni Lun Dic 01, 2014 6:14 pm

Sus pasos la alejaban del lugar como un autómata, uno, dos, tres… entonces, esa voz conocida, querida,  quebró el silencio que mantenía su mente, ahogada en el recuerdo de aquel ser que jamás debía volver a ver, para no olvidarse de ser la mujer fuerte, intransigente  y poco expresiva que era. Sentía como por todo su cuerpo se resquebrajaba aquella coraza que lograra formar, para protegerse de la tristeza que provocara el alejamiento de quien creyó sería su amigo y tal vez su pareja. Cuando las ilusiones se cayeron como trozos de cristales, cuando la dura realidad golpeó su rostro despertándola de un sueño que jamás llegó a vivir, supo que él nunca la había amado. Del día a la noche se encontró, sola, en mitad de un pueblo, que la creía abandonada por un prometido que jamás había sido tal, pero que todo los que llegaron a verlos, daban por sentado que estaban predestinados. Había tenido que aguantar por años, el estigma de ser la muchacha abandonada, la pobre ingenua, la que terminaría solterona, cuidando a los demás.

Pero Kelsey no permitió que eso pasara, por eso se había mudado a la  capital y estudiado cinco años para ser maestra, ahora podía convertirse en una institutriz, o poner un instituto para niñas, allí, además de todos los conocimientos básicos, les  enseñaría que no deberían jamás creer del todo en los hombres, y que jamás éstos debía llegar a ser la base de sus vidas. Menos  permitir  que las trataran como las muñequitas, eso siempre lo  había detestado. Sabía bien que una vez ella había sido también una dulce poupee. Que ingenua había sido creyendo  que con su amor sería suficiente, que él terminaría amándola.

Cerró los ojos y giró para enfrentar a ese fantasma que se atrevía a cruzarse en su camino. Algo del rencor, se podía ver en su mirada, pero cuando posó ésta en él, en aquellos ojos de mirada esquiva, supo que todo el amor que había sentido por él, estaba intacto y se maldijo por ello. Sus celestes orbes recorrieron los cabellos renegridos, las cejas pobladas, su nariz que tanto le gustaba y aquellos labios finos, que marcaban el carácter fuerte de Tristán.  Descubrió esa cicatriz, pero no sintió repulsión o disgusto, jamás podría pasarle algo así. Solo que desvió la mirada y estrujó su pequeño bolso, para impedir que, en un gesto involuntario terminara acariciando dulcemente aquella cicatriz.

Pudo percibir la incomodidad de él, y no necesitó que se lo dijera para saber que no se trataba de su presencia, sino de aquella marca en su rostro, - ¿cómo puedes pensar que algo así me podría molestar?-  caviló mientras le sonreía y bajaba su mirada antes de responder a las preguntas que él le formulara. Su vista se detuvo en aquellas manos, esas que alguna vez rosaron sus mejillas, un escalofrío recorrió su cuerpo, - como puede ser que no olvides… debes hacerlo… por tu bien… por el bien de… ambos – suspiró y volvió a levantar la vista.

Se acomodó su sombrero al sentir una ráfaga de viento que tiraba de éste, - pues… no hace mucho que estoy,  apenas unos meses, aún estoy acostumbrándome a una ciudad tan… particular – dijo volviendo su mirada a la ajena. Intentó no quedarse mirándole como tonta, por eso dirigió su mirada a las marquesinas – felicidades por el espectáculo… me encantaría venir a verte – su piel se ruborizo – digo, si puedo… si tengo tiempo… emmm… no… digo que me haré un tiempo – cada vez se sentía más incómoda – me refiero… bueno… que de seguro vendré a verte… si quieres… - volvió a contemplarle - ¿quieres? – temió que él le dijera que no, pero tal vez era lo mejor para ella, alejarse lo más rápido posible, intentar olvidar que  Tristán,  había parecido en su vida nuevamente.
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Mensaje por Tristan Rêveur Mar Feb 10, 2015 12:45 am

Eh… por supuesto. Sí… —Balbuceó Tristan después de un rato utilizando el tono más educado que le fue posible, intentando sonar amable y entusiasmado con la idea de tenerla cerca, pero olvidándose por completo de sonreír—. Puedes venir cuando quieras. Eres bienvenida.

Se quedó ahí, completamente estático, quizá paralizado por el asombro y la incomodidad. No hubo un abrazo, ni siquiera ese apretón de manos que suelen utilizar los amigos para demostrar el gusto que sienten por volver a verse. Tristan se mostró tan serio y tan frío como un témpano de hielo, como acostumbraba ser al tratar a cualquier persona, fuera pariente, amigo o desconocido. Tenía esa mirada distraída que utilizaba cuando algún impertinente admirador se le acercaba con la esperanza de entablar una conversación con su ídolo, o cuando algunas mujeres se esmeraban en atraer su atención sin demasiado éxito. Esa frialdad debió lastimar en lo más hondo a Kelsey, hacerla sentir aún más incómoda de lo que él se estaba sintiendo. Pero eso él no pudo verlo, porque estaba demasiado concentrado en su propia vergüenza como para preocuparse por la ajena.

Así, transcurrieron algunos minutos en los que ambos se quedaron callados, mirándose el uno al otro o desviando la mirada, completamente incómodos, pretendiendo que no ardían en deseos de escapar y creyendo ingenuamente que el otro no se daba cuenta de ello. Hasta que Tristan se vio obligado a hablar nuevamente para romper el hielo.

Y… ¿cómo estás, Kelsey? —Preguntó suavizando su tono pero sin abandonar del todo su frialdad.

No se le ocurrió otra cosa de la cual poder hablar con ella. Por supuesto, había demasiadas cosas por decirse, pero prefería desviarse a cosas menos desagradables, entablar una conversación mucho más banal. Definitivamente hablar sobre el pasado no era opción. En ese instante, antes de poder escuchar la respuesta de la muchacha, un hombre les interrumpió y tuvieron que hacerse a un lado para dejarlo pasar al interior del teatro. Fue entonces que se percató de que estaban en la calle, justo en la entrada del edificio, obstruyendo la puerta principal.

Tal vez deberíamos… Me refiero a que… Es decir… No creo que este sea el mejor lugar para… hablar.

Hablar. No, él no quería eso, pero, ¿acaso tenía otra opción? ¿No podía tan solo huir inventándose alguna estúpida excusa, como solía hacer con el resto de las personas? ¿Qué lo detenía exactamente? La miró a los ojos y eso le bastó para obtener la respuesta. Ella no se lo merecía. Ya la había hecho sufrir demasiado. Se lo debía.

¿Quieres que vayamos a otro sitio? —Preguntó, esperando no arrepentirse el resto de su vida por haberlo hecho—. ¿Tal vez a un café? —Propuso, pero en seguida recordó el incómodo momento que acababa de vivir en uno de ellos, y cambió de opinión—. No. Mejor a mi casa. En realidad... creo que deberíamos hacerlo. Tal vez hay cosas de las que tú quieras hablar.

Todo lo hacía por ella. En el fondo tuvo la esperanza de que Kelsey se negara, que no aceptara su invitación argumentando que tenía poco tiempo y que solo había pasado por el teatro para saludarlo, que ya era hora de volver a sus actividades y compromisos. Su corazón apesadumbrado le pesaba más que nunca y clamaba por un descanso. Pero algo le decía que eso no terminaría ahí, que por el contrario, apenas comenzaba.
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Mensaje por Julia Rondizzoni Sáb Feb 28, 2015 8:41 am

¿Cómo podía ser que su voz provocara ese sentimiento?  A pesar de la tonalidad fría,  algo distante. Era verdad, aquello  la hería y seguramente esa tristeza la acompañaría toda la vida. Pero comprendía que  él no podía tratarla de otra manera. Allí, de los dos, la que había construido castillos en el aire, soñado imposibles. Creado en su imaginación un futuro juntos,  totalmente inexistente, había sido ella. Seguramente apoyado por las buenas intenciones de los padres de ambos, del anhelo de los padres de Tristan, de mantenerlo  junto a ellos y que de alguna forma olvidará aquellos sueños de ser Ilusionistas, pero aquello  había sido imposible, ¿Cómo pedir a un caballo que no galope libre por las praderas, igual de imposible que a un delfin, exigirle que jamás vuelva surcar las aguas saltando y jugando con otros de su especie. No, haberlo retenido hubiera sido matarlo lentamente, asfixiarle. Tal vez, si él la hubiera visto de otra manera, no como la niña tonta e ingenua que fuera entonces, sino como la mujer independiente que también corría tras sus sueños, tal vez, solo tal vez, él hubiera reparado aunque fuera un instante en su presencia, en el amor que ella sentía por él  - pero el amor… no se puede obligar – reflexionó en silencio, en ese instante en el que Tristan  expresaba su entusiasmo por que concurriera a la función. No pudo despegar su mirada de aquellas pupilas, aquellas que cada noche desde hacía tantos años,  bosquejaba  en su cuaderno de dibujo, su mirada de enojo, indolente, triste, melancólico, arrogante. Todas aquellas miradas, poblaban los innumerables cuadernos que guardaba en su pequeña casita, a las afueras de la ciudad.  Aunque él jamás se lo dijera, podía intuir que sería más fácil que ella jamás volviera a verle. Tragó saliva y sonrió antes de contestar, - pues entonces, una de éstas noches, allí estaré – susurró, con la garganta apretada por la emoción que no lograba abandonar su cuerpo.

Su mirada bajó al suelo, intentando que él no percibiera el brillo acuoso de sus pupilas, contempló sus manos, que temblaban levemente ocultas tras los guantes de cabritilla. La pregunta llegó a sus oídos, como un pequeño golpe, - ¿cómo estoy? -  una sonrisa triste se dibujó en sus labios – como puedo estar si el hombre que quise, me trata como a una de sus admiradoras, una completa extraña… ¿acaso no merezco un abrazo, un beso en la mejilla,  un rose de nuestras manos…  que ha pasado contigo Tristan? – quiso decirle pero no pudo, las palabras se le atragantaban y solo el silencio la poseía. Entonces un hombre  los separó al pedir permiso para acceder al teatro. Fue en ese momento que, como al descuido, secó aquella lágrima y pudo levantar la mirada, erguir su cabeza, inspirar profundo y clavarse una sonrisa despreocupada en el rostro. Aunque en su interior, los pedazos seguían desmoronándose, como un castillo de arena al ser lamido por la marea al anochecer, abandonado por quienes creyeron que sería eterno.

Los ojos de Kelsey se volvieron a sostener en la mirada fría de Tristan, - creo que tienes razón,  sería más prudente, si fuéramos a otro lugar… - calló por un segundo - ¿tu casa? – la voz le salió quebradiza, no estaba segura de querer ir a un lugar donde seguramente estaría su esposa, su nueva familia, su vida. Una pequeña arruga de preocupación se posó en la frente de la joven, hasta que suspiró, nada podía hacer, si el destino quería que las cosas se dieran así, pues no lo modificaría. Sonrió y asintió con la cabeza, - pues si no tendrás problema con… bueno, tu familia – dijo apretujando su pequeño bolso entre las manos. Su mirada huyó de los orbes masculinos a la calle que a esa hora de la noche intensificaba su febril movimiento, más en un lugar como el teatro, en donde en pocos minutos comenzaría la función principal de aquella noche.

Otro hombre, acompañado por una señorita, se dirigía hacia donde ellos se encontraban,  dispuestos a estar al teatro, - creo que de irnos deberíamos hacerlo pronto…  - dijo, tomando el brazo de Tristan y tirando de él con suavidad, para que dejara pasar a la pareja. Su mirada, su gesto entre tímido y avergonzado por haberle atraído hacia donde ella se encontraba, la hicieron sonrojar levemente, - disculpa, es que… -  el calor subió a su cuello trepando a sus mejillas, cuando se percató que aún mantenía su mano aferrando levemente el brazo de Tristan.
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Mensaje por Tristan Rêveur Miér Mar 11, 2015 1:15 am

Cuando Kelsey tomó su brazo para escoltarla, el acercamiento, el contacto físico, lo hicieron sentir aún más incómodo. No obstante, le bastó mirarla sus ojos para darse cuenta de que allí no había señal alguna de malicia, tan solo se percibía el débil anhelo que siempre había caracterizado a la muchacha y que hacía un tiempo había estado muy acostumbrado a ver en sus ojos. En ese instante, tuvo un deja vu. Su mente se transportó a diez o quince años atrás, cuando un Tristan y una Kelsey mucho más jóvenes paseaban del brazo por las calles y todo el mundo se volvía para observarles y les sonreían por el simple hecho de que creían que hacían una pareja muy hermosa. En esa época, muchas personas habrían jurado que eran el uno para el otro, y que, sin duda, todo terminaría en matrimonio con al menos cuatro bellos y saludables hijos. Es probable que Kelsey también hubiera soñado con esa ilusión, pero no Tristan. Había llegado a la edad de treinta y cinco años sin una familia. Al llegar a casa, encontraba una estancia lúgubre, fría y polvorienta, sin ninguna esposa que lo esperara para preguntarle sobre cómo fue su día, sin niños que corrieran a encontrarlo y esperarlo en la entrada principal. Todo lo que tenía era su carrera como ilusionista, misma que algunos, pese a su gran éxito, aseguraban que iba en decadencia. Pero, ¿cómo podía ser de otro modo? Si él mismo lo estaba, se deterioraba lentamente, y lo peor es que, sabiéndolo, no hacía nada para remediarlo, como si en el fondo se hubiera acostumbrado a esa forma de vida.

Tu presencia no me ocasionará ningún tipo de problema con nadie, puedes estar tranquila —le aseguró con aire distante, pensando en lo que pensaría Kelsey de él en el momento en que se diera cuenta de que la familia que imaginaba que tenía, era completamente inexistente.

Dieron apenas unos pasos lejos del teatro. No fue necesario caminar más porque un carruaje negro, reluciente y con adornos dorados a los costados, ya esperaba frente al edificio.

Mi casa queda un poco retirada de aquí. Iremos en carruaje —indicó conduciéndola hasta el elegante vehículo.

Abrió la puerta del coche y alargó la mano para ayudarle a subir. Le pareció que ella dudaba un momento, porque tuvo que esperar unos instantes con la mano extendida. En silencio se preguntó si aquello le resultaba tan incómodo como a él, y llegó a la conclusión de que sí. Cuando ella colocó su mano enguantada sobre la de él, también pudo percibir que temblaba un poco. Sintió que el corazón le daba un vuelco. Se preguntó si con los años Kelsey había terminado convirtiéndose en una persona tan insegura como él. Y si sus sospechas eran ciertas, ¿por qué? Ella era hermosa, ninguna cicatriz le afeaba… al menos no una que fuera visible. De pronto sintió el inexplicable deseo de saber qué había sido de su vida en todos esos años. ¿Estaría ella casada? ¿Tendría hijos? ¿En dónde vivía? ¿Estarían sus padres con ella en París? Hacía tanto que no los veía, aunque no estaba muy seguro de querer hacerlo.

Ya dentro del carruaje, Tristan se sentó a su lado. El recorrido hasta la casa transcurrió en completo silencio. Ambos miraban por la ventanilla del coche y de vez en cuando al frente, pero siempre volvían su vista al exterior, como si no se tratara de una excusa y la visión de París de noche los tuviera realmente interesados. Finalmente, el coche se detuvo y el chofer abrió la puerta anunciándoles la llegada. Tristan bajó primero y luego ofreció su mano a Kelsey para ayudarle. Una enorme y lujosa propiedad se erigía ante a sus ojos. Tenía un extenso jardín y un par de fuentes que hacía tiempo estaban secas. El pasto y las flores también estaban secos, descuidados y marchitos. Era poco el verde que podía apreciarse en esa casa que se encontraba en penumbras, completamente descuidada.

Es el día de descanso de todos los empleados, así que te atenderé yo mismo —le hizo saber en cuanto la hizo pasar a la sala.

Mentía, pero eso era mucho mejor que admitir que los empleados no estaban de descanso, sino que no los tenía, porque era tanta su necedad de permanecer solo, que hacía tiempo había decidido despedirlos a todos. ¿Cómo explicarle que la presencia de otras personas le resultaba molesta sin ofenderla? Además, de decirle eso, también tendría que explicarle la razón, y no tenía ninguna que resultara coherente para el resto de los humanos. Tal vez ella entendería su depresión por la muerte de su prometida, su frustración por la cicatriz en su cara, pero ¿cómo explicarle que ya no era completamente humano, que cada luna llena se transformaba en una bestia horrible y asesina? Imposible.

¿Quieres beber algo? —preguntó acercándose a la pequeña cantina—. O tal vez prefieras un té... un vaso de agua —añadió tras darse cuenta de que quizá ofrecerle una bebida alcohólica no era lo más apropiado para una dama.
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Mensaje por Julia Rondizzoni Dom Mar 22, 2015 11:50 pm

Aquella inseguridad que no la dejaba en paz desde el momento en que se encontró con Tristán, se agudizó cuando él le ofreció ir a su casa, y aún peor  subiendo al coche que los llevaría al hogar del ilusionista, un sitio desconocido para Kelsey, -¿qué haré si me presenta a su esposa? -  pensó ya sentada a su lado en el carruaje, suspiró suavemente, intentando que él no se diera cuenta de su temor, - ¿acaso le habrá contado de mí? Ay no seas tan tonta… ¿Cómo le hablaría de ti? si de seguro ni se acordaba de ti,  hasta que chocaron en la puerta del teatro  – una pequeña arruga se marcó en su frente, la pudo observar al pasar por un lugar más iluminado y su reflejo se mostró en el cristal de la ventanilla. Se sorprendió y llevó sus dedos a esa zona masajeándola, - lo único que falta, que te veas más vieja – sonrió, riendo interiormente por sus pensamientos  algo infantiles y de joven enamorada.  La sonrisa que se había creado en su rostro, desapareció al comprender que, a pesar de los años transcurridos, jamás había podido olvidar sus  sentimientos. Bajó la mirada a su regazo y suspiró.

Disimuladamente lo contempló, se lo notaba intranquilo, agobiado, y Kelsey estuvo a punto de sollozar, de abrir la portezuela del vehículo y salir huyendo. Era tan horrible esa sensación que la invadía, de sentir que estaba demás,  intentó abrir su boca,  decirle que no era necesario que pasara por esto,  si no soportaba su presencia, simplemente con decírselo, sería suficiente y ella desaparecería de su vida. Giró su cabeza hacia el paisaje que, tras los cristales, se podía contemplar y una lágrima corrió por su mejilla,  con su mano derecha, en un movimiento disimulado, secó aquella delatora señal,  Estoica, siguió en silencio el trayecto que restaba  hasta  la mansión.

Cuando llegaron, bajó del carruaje con ayuda de Tristán, no tanto porque lo necesitara, sino por no despreciar el gesto caballeroso que  el hombre había tenido. Le abrió la puerta que permitía el acceso a los jardines de la construcción,  Kelsey pudo notar la falta de mantenimiento,  para ella, que tenía a su cargo todos los detalles del Palacio Royal, ¿Cómo no se iba a dar cuenta que el descuido de aquel lugar no era el resultado de un día libre, sino de un abandono de meses o años. Pero, por cortesía, por no importunar se calló. Cuando entraron, la situación no era mejor, el lugar se notaba que no había sido repasado en bastante tiempo. Los muebles mostraban una espesa capa de polvo, y aunque el piso estaba limpio y bastante bien conservado todo en general, pudo  entender que allí, no existía ninguna señora Reveur, que su “amigo”, hacía tiempo que vivía en una soledad que podía destrozar  a cualquier humano.
Ella sonrió al escucharle dar nuevamente una excusa  sobre aquella soledad, - oh, no,  preferiría un té, creo que te has olvidado que no debo beber  – sonrió recordando el día en que habían querido probar una bebida suave y Kelsey terminó con un mareo insoportable y hundida en una tina de agua, para pasar la borrachera. Claro talvez, aquello él no lo había sabido, porque siempre correcta,  había esperado a estar en su hogar para desmoronarse.  Toda la vida había sido una mujer correcta, discreta, pero por momentos se preguntaba si ese modo de ser, le había valido en algo, ¿acaso no estaba también sola? Sin familia, sin prometido, sin nadie que la fuera a extrañar si mañana moría.

Cerró sus ojos, por un instante intentando sacar de su mente aquellos pensamientos.  Se levantó del asiento en que se había sentado, - porque mejor no me permites que prepare el té -  miró para todos lados y como buena ama de llaves, pronto se dio cuenta donde estaba cada cosa. No le llevó mucho tiempo preparar la infusión,  Colocó  un juego de té en una bandeja y la llevó a una mesilla, cerca de donde Tristán se encontraba.  Sirvió dos tazas de té y  al ver que se había servido dos medidas o más de alcohol, retiró el vaso vacío  que estaba en la mesa y tomó una de las tazas, con delicadeza, se la entrego, su mano tembló imperceptiblemente, y sonrió, quitándole importancia a esa sensación.

Tomó la otra taza de té, se sentó en el sillón enfrentado al que ocupaba Tristán y probó la infusión, -¿Hace mucho que estas en París?  En verdad apenas llevo unos cuantos meses aquí -.
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Mensaje por Tristan Rêveur Miér Mayo 27, 2015 1:13 am

Su fama seguía intacta, incluso se había acrecentado luego de su accidente a causa del morbo que las personas mostraban por querer ver al artista con el rostro desfigurado; las ofertas le llovían, era él quien con cada vez más frecuencia se negaba a aceptarlas. Su representante, que también podía ser considerado su único amigo, el único que no había podido alejar como al resto de las personas, solamente porque era él quien se encargaba de manejar su carrera, estaba al borde del colapso. El hombre, que tenía más o menos su edad y que a esas alturas de su vida poseía todo eso de lo que Tristan carecía, se negaba a creer que Rêveur deseara acabar también con la única cosa que realmente le apasionaba en la vida. Lo veía como una especie de suicidio, porque estaba seguro de que si permitía que él terminase con su carrera, el artista ya no tendría excusas para salir a la calle y simplemente se internaría en esa enorme y lúgubre mansión, a beber alcohol hasta perder la consciencia y paulatinamente la vida. Sí, eso definitivamente sonaba como algo proveniente de la atormentada mente de Tristan. Seguramente, si su representante se hubiera enterado de que su ermitaño amigo tenía una visita en su casa, no habría dado crédito de ello y al mismo tiempo lo habría festejado con un brindis, porque era algo simplemente insólito. Además de él, ella era la primera persona que pisaba la residencia desde… bueno, desde hacía demasiado tiempo.

Bueno… sí, llevo bastante tiempo en Francia —respondió a su pregunta, mostrándose serio y distraído.

Kelsey había acaparado toda su atención. Los siguientes minutos se dedicó a observarla detenidamente, estudiando cada movimiento. Sin esperar una respuesta o alguna indicación de su anfitrión, ella se puso de pie y como si se tratase de la señora de la casa se encargó de buscar por cuenta propia todos los elementos que necesitaba para preparar el té, los cuales logró reunir en un tiempo increíblemente corto, pese a no conocer la casa. Realizó una tarea que era propia de la servidumbre sin perder la elegancia y la gracia de una dama. Cuando volvió a él, Tristan no tuvo corazón para negarse a aceptar la taza de té que con tanto esmero ella había preparado para ambos, así que la tomó con cuidado olvidándose, por lo menos por ese día, de cualquier bebida embriagante que tuviera a su alcance. Kelsey tomó su taza y se sentó frente a él. La vio alzar sus bellos ojos de mirada risueña y dulce, mientras bebía tranquilamente la infusión. Allí, frente a ella, de pronto sintió la imperiosa necesidad de hablar, de contárselo, quizá no todo, pero lo que su corazón fuera capaz de liberar. Alzó la taza de porcelana hasta su boca con la intención de dar el primer sorbo, pero ésta nunca llegó a tocar sus labios.

Sé lo que debes estar pensando —dijo de pronto al darse cuenta de que ella lo miraba fijamente mientras bebía—. No debes sentirte mal por ello. Después de todo, es lo mismo que la gente suele pensar en la calle, o en cualquier lugar. Supongo que es normal, es difícil que algo como esto pase desapercibido —sin necesidad de ser explícito, de algún modo hizo evidente que se refería a la cicatriz en su cara que tanto le avergonzaba.

Dejó la taza intacta sobre la mesita y se puso de pie, dirigiéndose hasta la ventana más próxima, donde apartó un poco la cortina para poder visualizar el exterior. Antes de proseguir, Tristan contempló un momento la belleza del cielo parisino, la cálida oscuridad que lo envolvía todo, las tenues nubes que flotaban alrededor de la resplandeciente luna que lo miraba desde lo alto, a la que tanto temía una vez al mes. Mientras la observaba, Tristan se internó en sus recuerdos, permitiendo que lo desgarraran una vez más. Su mente lo remontó al momento exacto en el que una enorme bestia le había caído encima, apareciendo de la nada, y atacándolo por la espalda, lo había herido, primero en la cara, cuello y pecho, finalmente en uno de sus brazos, dándole una mordida que, de no haber portado la maldición licana, probablemente habría sido mortal para él. Cerró los ojos al instante, recordando la desgarradora sensación de los enormes dientes atravesando su carne, despedazándolo sin piedad. Le llevó unos instantes reponerse de las desagradables memorias.

Ocurrió hace dos años —prosiguió cuando se hubo recuperado—. Algunos piensan que es un tiempo lo suficientemente razonable como para ya haberme acostumbrado. Ojalá fuera tan sencillo como se escucha —torció el gesto en una sonrisa llena de ironía, demostrando así lo incomprendido que se sentía por todo aquel que le había hecho semejante comentario. Entornó la vista en la silueta femenina que permanecía inmóvil y a la expectativa, y de pronto pareció tener una revelación: ella no se merecía tanta amargura.

Lo siento, Kelsey. Lo cierto es que ya no soy una amistad que te convenga, ni creo que la tuya sea una que yo merezca. A estas alturas creo merecer tan poco… —Tristan se sentía como una manzana podrida, pero afortunadamente aún se consideraba lo suficientemente coherente para entender que lo más razonable era mantenerse alejado del mundo, antes de que pudiera contaminar a algún otro inocente.
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Mensaje por Julia Rondizzoni Dom Jun 14, 2015 6:25 pm

Lo observó atenta a cualquier necesidad que él pudiera tener, presta a ser la ayuda idónea, suavemente se ruborizo, - tonta, sabes que tu mirada es un libro abierto, ¿qué es lo que pretendes, gritarle a la cara que lo amas? – bajó la mirada a la taza de té, el reflejo de sus ojos le respondieron, - sí, eso desearía, si supiera que él no me volvería a rechazar – se volvió a contestar mentalmente mientras  la mirada le ardía y la nariz se volvía como el botón de una rosa.

Oyó decir que sabía lo que pensaba, y el sonrojo llegó al cuello, - ¡Dios! ¿Lo sabes? –  se alarmó, pero la tranquilidad llegó cuando le habló de la cicatriz. Lo vio levantarse, ir al ventanal, con sus hombros caídos, como un hombre abatido, hundido, vencido, y se negó a eso, él, su Tristán, jamás, jamás se daría por vencido, porque era dueño de un espíritu luchador, aguerrido, fuerte y tenaz como los lobos de los valles escoceses, ella, nunca  permitiría que, el espíritu del hombre más importante en su vida, se quebrara.  Si por las tornas de la vida eso había pasado con su amigo, tendría la paciencia y el amor para curar cada una de sus heridas, sin esperar a cambio nada,  porque lo único que podía desear, jamás sería para ella.

Se había girado para contemplarle mejor,  sus oídos no quisieron escuchar lo que él decía, negó con un suave movimiento de cabeza, - no, la amistad no es así… sería demasiado fácil ser amiga de alguien que siempre está bien, es en los momentos de amargura, de tristeza, en los que conoces quienes son tus amigos… y yo… siempre… lo seré – se levantó, dejando la taza en la pequeña  bandeja, acercándose lentamente a donde Tristán se encontraba. Cuando estuvo frente a él, tan cerca como las normas le permitían, le miró a los ojos, con la ternura que jamás podría ocultarle, - no sé si es mucho, o poco el tiempo para sanar de una herida, para que las cicatrices no duelan… aquí – se llevó la mano al pecho marcando el corazón, - o aquí – su mano se movió hasta tocar su cien, - pero… jamás… óyeme… jamás sientas vergüenza… por lo menos… no con los que te am…  - las mejillas volvieron a dar un suave color rosado – queremos bien – sonrió.

No supo en que momento su mano izquierda cruzó el espacio hasta el rostro amado, y acaricio la extensión  de la cicatriz, - jamás sentiría miedo, rechazo, por nada que te hubiera pasado, soy tu amiga, nunca dejaré de serlo, aunque me eches de tu lado… -  delicada y lentamente retiró su mano del rostro de Tristán,  - no eres el único que tiene cicatrices… tal vez las tuyas sean visibles… pero las mías… permanecerán por más tiempo… aquí, - esta vez fue osada y tocó el pecho del hombre, sonrió con tristeza – y sé muy bien quien me las ha infringido -.
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Mensaje por Tristan Rêveur Jue Jun 25, 2015 2:22 am

Tristan cerró los ojos cuando, de manera inesperada, Kelsey alzó su mano para tocar su cicatriz. Inmediatamente, su rostro adoptó un gesto de angustia y un latigazo de dolor sacudió sus ya trastornados nervios. No toleraba que las personas lo miraran, y cuando alguien moría de curiosidad y mostraba interés por querer tocar esa marca que él consideraba una maldición –y lo era- para poder inspeccionarla con más detenimiento, para él era lo más similar a una humillación. Se sentía como uno de los fenómenos de circo que tanto morbo causaba al público. Para él, su cicatriz no estaba tan alejada de las deformidades, las rarezas biológicas que comúnmente presentaban las criaturas que allí se exponían a la audiencia. Se sentía tan grotesco como uno de ellos, capaz de despertar el retorcido atractivo que despierta una persona que puede resultar desagradable a la vista. Desde luego, detestaba sentirse así, compadecerse todo el tiempo de sus propias desgracias, pero, ¿acaso había otra forma para no padecerlo? Desde luego, él tenía muy claro que no era el único ser el mundo que sufría por algo, que había personas cuyas desdichas podían ser mucho peores que las suyas, pero lamentablemente eso no era suficiente para lograr consolarse, no significaba ningún alivio. De hecho, solo lograba acentuar su dolor, porque entendía que muchas de esas personas que sufrían pronto decidían poner fin a su desdicha, en lugar de ir por allí padeciéndolas, causando lástimas. Algunos, en un profundo ataque de abatimiento, acababan con sus vidas de distintos modos, arrojándose desde un edificio alto o sumergiéndose hasta perderse en las turbias y profundas aguas del río Sena. Él no era tan valiente. Desde luego, desde hace tiempo mostraba una actitud autodestructiva, bebiendo cada noche hasta casi perder el sentido, matándose lentamente, pero no tenía el coraje para hacerlo de una vez por todas. En alguna ocasión consideró seriamente adquirir un arma para dispararse, pero la sola idea le produjo escalofríos. Era tan irónico. ¿Acaso las personas que deseaban morir no simplemente tomaban la decisión y lo hacían? Tal vez se debía a que en el fondo Tristan no deseaba morir, que pese a todos los males que lo aquejaban, aún no había tocado fondo. Quizá, aunque lo expresara jamás, estaba esperando algo, o a alguien que pudiera cambiarle la vida. Alguien que se le adelantara a la muerte.

Turbado por la insoportable sensación de su realidad desagradable, Tristan abrió los ojos y se quedó completamente inmóvil mirando los ajenos. Con su mirada dulce y cálidas palabras, Kelsey lograba conmoverlo. Por un momento estuvo a punto de bajar la guardia y lanzarse a sus brazos en busca de un poco de consuelo, como cuando siendo niños su madre había enfermado gravemente, permaneciendo en cama una larga temporada, sin demasiadas esperanzas. En esa época, Kelsey fue un gran consuelo. Probablemente, si ella no hubiera estado apoyándolo en ese entonces, él habría enloquecido de miedo, pues como cualquier niño temía perder a su madre. ¿Por qué ahora que era mayor le costaba tanto admitir que necesitaba el apoyo de alguien? Quizá porque con los años los adultos se vuelven orgullosos, necios y tienen miedo de casi todo; desde luego, él no era la excepción.

He sido yo. —Dijo Tristan, visiblemente convencido de lo que decía, cuando Kelsey habló de sus propias cicatrices. Desde luego, enterarse de aquello, en ese preciso instante de su vida, no le producía ningún placer. Solo lo hacía sentirse peor—. Yo te provoqué esas heridas, lo sé. ¿Y aún así me llamas tu amigo, cuando solo he sido hostil, actuando como si fuera tu adversario y tu presencia solo me causara incomodidad? Porque eso es lo que he hecho. Eso hago con todo el mundo. Me muestro cruel e indiferente con quien solo desea ayudarme, desechando cualquiera de sus intenciones. ¡Pero es que nadie puede hacer algo por mí! Ni siquiera tú, Kelsey. Estoy eternamente maldito. ¿Acaso no notas mi vergüenza? Tan solo mírame. Ve en lo que me he convertido. Ya no soy ni la sombra del hombre que conociste. Por Dios santo, ¡hasta corrí a todos mis empleados! —Admitió dejando en vista su mentira y un intento de sonrisa se dibujó en sus labios. Se reía de sí mismo, al darse cuenta hasta dónde había llegado en su afán de querer padecer cada momento, completamente solo, como si pensara que ese era su único deber en el mundo—. ¿Y sabes por qué? Porque me molestaba su presencia, porque solo quería llegar a casa y beber hasta desfallecer. Porque no quería ser interrumpido si algún día por fin reunía el suficiente valor para… —hizo una abrupta pausa sintiendo cómo las palabras se atoraban en su garganta, ahogándolo—. Pero soy tan cobarde que ni siquiera soy capaz de decirlo.

No había que ser demasiado inteligente para darse cuenta de lo que Tristan hablaba. Era obvio que la idea de acabar con su vida, aunque estuviera contenida, seguía latente.
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Mensaje por Julia Rondizzoni Lun Jul 06, 2015 11:36 am

Kelsey escuchó cada palabra que Tristán decía, envuelto en tanta  aflicción y tristeza. Sonrió recordando al pequeño de cabellos oscuros y ojos azules brillantes por las lágrimas y el miedo. Tan parecido en verdad a éste otro Tristán, que al igual que el niño, había alejado a todos de su lado. Aún a sus sirvientes y su querida nana. Fue en esa soledad, que una niña de rubios cabellos y mirada curiosa, se acercara a contemplarlo, sin molestarle, sin hablarle, solo haciéndole compañía, en silencio y respetando aquel dolor.  Para luego lograr romper aquellas barreras y llegar a abrazarle,  permitiendo  que desahogara sus temores, su tristeza, hasta que fue capaz de ver en ella un refugio que lo apartaba del dolor. Con Kelsey,  él podía llorar, reír, o solo pasar las horas en silencio. Por eso  ella lo amaba, porque le conocía en su totalidad, porque estaba segura que nadie podía conocerlo así. Aquello era una bendición, pero a la vez, una maldición, porque por esa misma cercanía, jamás la pudo ver con otros ojos que no fueran los de la amistad, los de casi una hermana. No como ella que lo hacía con amor, con un amor que jamás podría dar a otro.

No le fue difícil, sacar la conclusión de que  aquel compromiso, que con tanto ahínco habían impulsado tanto  los padres de Tristán como los suyos, había sido aceptado por él, solo por intentar devolverle el cariño que ella siempre le había prodigado, pero el amor no se puede forzar y ella prefirió dejarle partir, convenciendo a sus padres de que prefería estudiar, que sus sueños eran ser Directora de un Colegio para Señoritas, crear una  institución para niñas que no podrían tener un futuro mejor, sin un lugar así, sin su esfuerzo y sacrificio. Todos esos sueños y proyectos,  habían sido creados solo para intentar  olvidar aquel amor que se negaba a morir.

Lo contempló, con la misma arrobación de cuando era esa niña de rubios cabellos, y le sonrió, a pesar de saber que él había deseado morir y tal vez aún lo deseaba.  Pero ella no lo dejaría seguir hundiéndose, buscando su destrucción. Jamás dejaría que se hiciera daño, volvería a su lado, como cuando eran pequeños, estaría junto a él, en silencio, con la comprensión que siempre le había prodigado. Allí estaría, a su lado, hasta que fuera él quien le permitiera acercarse más. Pero le costaba horrores no correr a sus brazos, hundir su cabeza en aquel pecho y decirle que jamás, volvería a estar solo. Que la perdonara por no haberle escrito, por intentar sacarlo de su corazón, de su mente, de su vida.

Juntó sus manos y las posó en su pecho, - no negaré que un poco eres responsable de éstas cicatrices, pero jamás las dejaré de valorar… pues… con ellas me mostraste que podía ser fuerte, que mi vida necesitaba buscar otro faro, que no podía dejarme morir porque tu eligieras tu carrera… o el amor de otra… a mi amor – bajó su mirada, pues estaba turbada, jamás había pensado que tendría la oportunidad o las fuerzas para decírselo, pero en verdad se dio cuenta que había sido bueno, logrando así dejar atrás muchos años de sentimientos ocultos. Volvió a levantar la mirada, sus ojos brillaron, su sonrisa también, -  claro que siempre seré tu amiga, ¿cómo puedes pensar que podría dejar de quererte?, aunque no me ames de la forma que alguna vez soñé, sé que me quieres… a tu manera… con tus manías… tu forma tan particular de demostrarlo… - sus orbes se clavaron en esos otros tan  obscuros  y que  le provocaban que el corazón diera un vuelco de solo posar su mirada en ellos. Lo contempló con cariño y comprensión – no volverás a estar solo, no te dejé cuando eras solo un niño, cuando tu madre enfermó… no lo haré ahora – se abrazó a si misma, mostrando una postura  de autodefensa, levantando una ceja, como cuando una idea o manía se le metía en la cabeza – y desde ya te digo que me encargaré de que esto vuelva a verse decente -  su mirada recorrió la habitación, especulando cuán importante sería el trabajo que le esperaba. De pronto volvió su mirada a Tristán, aun con esa expresión de seguridad, de cabezotas que él bien conocía – ¡ah! Y ni se te ocurra intentar hacerme cambiar de opinión… bien sabes que te sería más fácil mover toda la arena de las playas de Cornualles a la mitad del desierto del Sahara… que hacerme cambiar de parecer – suspiró, para luego volver a sonreírle, - vamos, deja que me quede a tu lado, como cuando niños – le suplicó.
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Mensaje por Tristan Rêveur Dom Ago 30, 2015 11:40 pm

Suspiró. Quizá resignado, pero es probable que también agradecido por el hecho de que esa mujer que tenía enfrente, que había estado a su lado en momentos sumamente difíciles, fuera tan obstinada, lo suficiente como para no darse por vencida con él. Por supuesto que necesitaba la ayuda de alguien; podía decir lo contrario, las veces que le vinieran en gana, pero era así. La vida daba tantas vueltas. Era curioso que fuera precisamente Kelsey quien nuevamente llegara a su vida en el momento preciso.  

Kelsey… —pronunció con la intención de refutar la decisión que ella ya había tomado, pero luego de mirarla, de distinguir en sus ojos la inconfundible ilusión que le provocaba poder ser útil a un hombre tan perdido como él, se sintió incapaz de hacerlo—. Está bien. No voy a contradecirte. Supongo que es lo que menos te mereces de mi parte. Después de todo lo que has hecho por mí, ¿con qué cara podría negarte algo? Siempre has sido tan paciente y comprensiva conmigo… —reflexionó, y en ese instante llegaron a su mente pequeños fragmentos de recuerdos de todas las veces en las que Kelsey permanecido estado a su lado, no importando lo indiferente o grosero que él se hubiera portado con ella—. Pero necesito saber qué es exactamente lo que estás sugiriendo. ¿A qué te refieres con eso de que te encargarás de que esto vuelva a verse decente? ¿Estás diciendo que… vas a limpiarlo tú misma? —Alzó las cejas, sorprendido, cuando el semblante tranquilo de la muchacha le confirmó sus sospechas—. No puedes hacer eso —elevó la voz, un poco escandalizado—. Eso es trabajo propio de la servidumbre. No puedo permitir que te rebajes a tanto. No, de ninguna manera.

La idea lograba incluso indignarlo. No lograba imaginarse a Kelsey, una dama en toda la extensión de la palabra, con un plumero en mano, sacudiendo el polvo, o acuclillada sobre sus rodillas para fregar el piso hasta sacarle brillo. No, era inconcebible. Ella lo tenía todo para vivir como una reina, y que terminara haciendo de criada, su criada, era una grosería. Tristan se dio media vuelta y, mientras volvía hasta la ventana por la que había estado espiando tan solo unos minutos antes, consideró la propuesta, desmenuzando minuciosamente la situación. Fue así que en silencio se dio cuenta de que ella tenía razón, no podía permanecer entre la suciedad por más tiempo. Ella había logrado que sintiera vergüenza de sí mismo, de su situación e incluso de todo lo que le rodeaba. ¿Cómo había podido terminar de semejante modo? ¿En qué momento se había convertido en un verdadero despojo humano? Un suspiro se le escapó.

Lo cierto es que no me apetece tener a nadie ajeno dentro de esta casa… —murmuró, reflexionando, más para sí mismo que para ella, aunque estuvo seguro de que Kelsey lo había escuchado. Hubo una larga pausa, algunos minutos silenciosos, pero luego, continuó—. Si tan decidida estás a llevarlo a cabo, puedo hacerte una propuesta, que desde luego puedes rechazar, si no te complace —giró su cuerpo en dirección a Kelsey. Quería mirarla a los ojos cuando le hiciera la propuesta, para que ésta pudiera percatarse de la seriedad con la que se estaba tomando el asunto—. Si tú estás dispuesta a ayudarme, yo también puedo hacerlo… compensándote monetariamente por tu esfuerzo. Espero que la idea no te haga sentir ofendida. Desde luego que no pretendo convertirte en una sirvienta, pero si tanto es tu deseo de ayudarme, podrías… no sé… convertirte en mi ama de llaves. Tú podrías encargarte de contratar a otros empleados, siempre y cuando estén bajo tu mando y permanezcan lo más alejados que sea posible de mí. No tengo humor para estar soportando las miradas curiosas o los entrometidos comentarios acerca de mi apariencia.

Por primera en mucho tiempo, mientras la observaba, Tristan coincidió con lo que alguna vez sus padres habían dicho: de haberse casado con ella, Kelsey habría sido una excelente esposa. Era joven, hermosa, y más importante aún, la lealtad que le profesaba era francamente apabullante, casi intimidante. Lo hacía sentir como un miserable por haber rechazado la idea de llevarla al altar.
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Mensaje por Julia Rondizzoni Lun Sep 28, 2015 11:21 am

Una sonrisa floreció en su rostro, asintió con suavidad, cuando él le pidió ser su ama de llaves, para Kelsey no era un pedido absurdo, muy por el contrario, creía que era parte de su deber, como amiga, como la mujer que siempre lo amaría. Hacerlo era su prioridad, jamás dejaría de hacer lo posible para que Tristán pudiera salir de su abatimiento,  su depresión, su apatía.  Si debía ser sincera, dicha resolución, era movida por la egoísta necesidad de estar cerca de él, al fin de cuentas Tristán seguía siendo el amor de su vida, aunque ella intentara olvidarle, arrancarlo de su corazón, esa noche pudo comprender  que  aquello sería  una tarea imposible de realizar, - tal vez solo debo aceptar que jamás dejaré de amarte y que si debo ser solo tu ama de llaves, tu amiga y confidente… pues estaré dispuesta a todo, con tal de que  seas  feliz, aunque mas no fuera  una mínima parte de la felicidad que poseías  antes de la tragedia que no te atreves a contarme – caviló mientras le miraba a los ojos, mostrándole todo el amor que le tenía.

Cuando fue consciente de lo abierta que era al expresar sus sentimientos hacia él, se sonrojó,  su mirada huyo de la ajena, dándole la espalda contemplando  el salón. Frucnió el entrecejo cuando se dio cuenta que  sería un mucho trabajo, para un grupo de personas,  y totalmente  imposible si intentaba hacerlo sola. Suspiró al comprender que tendría un trabajo agotador, pero pronto volvió a mostrarse positiva, alegre,  el  pequeño torbellino de siempre, ese  que no dejaría que los problemas la turbaran.

Giró nuevamente y con las manos unidas  en la espalda, sacando pecho y levantando la barbilla, lo enfrentó, - pues bien, entonces como primera medida, deberé poner algunos anuncios en los periódicos, para elegir a la servidumbre – llevó su mano derecha a la barbilla,  - pero deberías mostrarme toda la casa primero… es que necesito saber de cuantas habitaciones contamos, cuantos salones, biblioteca y despacho… -  enmudeció por un instante al ver el rostro aterrado de Tristán, no pudo contener la risa, - descuida, no tendrás que ver a nadie, solo te encerrarás en tu estudio mientras arreglo las otras habitaciones, te prometo que no te molestaran… serán como fantasmas, jamás sabrás  de su presencia, solo deberás comunicarte conmigo -  sonrió inclinando suavemente su cabeza y extendiendo su mano para que él la tomara, - es un trato… ¿verdad? – Tristán, podría negarle el contacto con su mano, pero era preciso que comenzara a abrirse ante las demás personas, y de seguro sería más fácil con quien siempre había estado a su lado – vamos, muéstrame tu casa, debo comenzar mi trabajo lo antes posible – volvió a sonreírle, para ella ese hombre, con cicatrices en el rostro, con su carácter osco y gruñón, era el ser más hermoso de la tierra y  haría lo indecible para que volviera a ser feliz.
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Mensaje por Tristan Rêveur Dom Ene 31, 2016 9:06 pm

¿Había hecho lo correcto ofreciéndole la tarea a Kelsey? Por un segundo, dudó. Pero su vacilación no se debía a que no estuviera seguro de las capacidades de la joven, porque la conocía, lo suficiente para saber que iba a hacerlo demasiado bien. Todo se debía a su inseguridad, ya que apenas empezaba a ser consciente de lo que iba a implicar: más gente en la casa, yendo de aquí a allá, y él, como era, seguramente esquivándoles, intentando no toparse con ninguno de ellos la mayor cantidad de veces que fueran posibles, pero fracasando en más de una ocasión. No quería que lo miraran, esa era la única verdad. No quería tener que lidiar con el asombro o el rechazo de nadie. No, eso era lo que menos necesitaba en aquellos momentos en que tan vulnerable se sentía. Era un alivio que Kelsey pareciera tan indiferente ante sus cicatrices.

Por supuesto… —susurró, apenado, cuando ella le sugirió un recorrido por la residencia. Estaba haciendo las cosas al revés. En realidad, mostrarle primero la casa habría sido lo ideal. De ese modo ella podía estar enteramente consciente del trabajo, de su dificultad, y decidir finalmente si aceptaba o no el reto de revivir la casa.

Acompáñame —le pidió, colocándose a su lado. Comenzó a andar, muy despacio, para que ella pudiera seguir el ritmo de sus pasos sin la menor dificultad—. Es una casa grande, desde luego, y también muy vieja. Es una reliquia familiar que mis abuelos decidieron poner en mis manos —hizo una pausa en la que se mostró pensativo—. Si pudieran verla en estas circunstancias, seguramente se mostrarían profundamente arrepentidos de ello —comentó, exteriorizando parte de sus repentinas cavilaciones—. Tengo que reconocer que los anteriores empleados hacían todo para conservarla. Fui yo el causante de que quedara en semejantes condiciones.

Cruzaron la sala y pronto estuvieron al pie de una elegante e imponente escalera de un color blanco excesivamente pulcro. Era de mármol, con un barandal metálico color café y figuras de espirales.

En el primer piso hay dos salones, el despacho, la biblioteca, el comedor —indicó, mirándola sobre su hombro, mientras subía el primer escalón—. En la parte de arriba, cinco habitaciones en total —prosiguió, mientras seguía subiendo—, todas desocupadas, a excepción de la mía, que es la del fondo —con la mano señaló la gruesa puerta al final del pasillo—. Tú podrás quedarte, si así lo prefieres, y elegir la que más te guste —la miró, dándose cuenta de que no habían tenido tiempo de hablar sobre ese pequeño detalle. No sabía si ella prefería ser una empleada de entrada por salida, o si por el contrario, prefería instalarse en la residencia.

Si decidieras quedarte, si me permites la sugerencia, yo te recomendaría esta… —introdujo una pequeña llave dorada, la giró, y la cerradura se abrió. La habitación era amplia y elegante. No era uno de esos sencillos cuartos que comúnmente son destinados a la servidumbre, se trataba de un dormitorio de lujo que podía ocupar un invitado de honor.
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Mensaje por Julia Rondizzoni Dom Feb 14, 2016 5:57 pm

En silencio, recorrió la mansión precedida del anfitrión, su mirada se dirigía hacia cada dirección que Tristán le indicaba. Pero nuevamente volvía su mirada a la espalda de aquel hombre, - cuan importante fuiste para mi, tantas ilusiones, tantos sueños, tantos momentos de alegría... cuanto deseo devolverte aunque mas no fuera una ínfima parte de esa felicidad - no pudo ocultar un leve suspiro, pero mantuvo una sonrisa en sus labios, aunque la tristeza la había invadido por un instante.

De pronto se detuvo un segundo, viéndolo alejarse, mientras le hablaba de lo deteriorada que estaba la mansión, y lo imprudente que había sido al dejarse venser por la tristeza y el desánimo, - no te preocupes, pronto estará en orden y tus abuelos se sentirán orgullosos de ti... todos tenemos momentos en que la apatía nos vence, pero la verdadera victoria, es salir adelante, hacer frente a ese desánimo y luchar, a pesar que las fuerzas no nos alcancen, lucha, hasta donde pueda dar el aliento...  tu lo has hecho, y de ahora en mas, lo seguirás haciendo, aunque dese ahora, ya no en soledad... me tendrás aquí... para ti, mientras así lo quieras - dijo cohibida un poco por sus palabras, pues no estaba diciendo mas que aquello que sentía, ella permanecería a su lado, porque lo amaba, aunque intentara negar, aunque se lo negara una y otra vez, ella sería feliz viéndole sonreír, - ¿que pasará el día en que Tristán se enamore, y nuevamente sea de otra y no de ti? -  un nudo en la garganta le impidió tragar saliva - ¿podrás aceptar las ordenes de la dueña de casa, cuando solo seas una empleada mas, porque ella no te considerará su amiga, como tu no lo harás con ella? - Kelsey palideció, no había pensado en esa posibilidad y en verdad sería una situación que debería afrontar tarde o temprano.

Aquella palidez seguía en su rostro, cuando él le indicó que un cuarto cercano a la recamara principal, sería el indicado para ella, - claro, si así lo quería -, intentó hablar pero no pudo, solo sonrió y asintió con un suave movimiento de cabeza. Hasta ese momento, había vivido en una de las habitaciones de servicio del Palacio Royal, no era mal lugar, al contrario, era la mas importante dentro del servicio, pero en nada podría compararse con aquella habitación, - es... es hermosa... tal vez demasiado- se excusó, - pero la aceptaré, solo porque tu lo deseas, ademas, estaré cerca de ti, por si necesitas algo... - se ruborizó y no pudo mantener su mirada en la de Tristán, - digo, es que estaremos sin servicio hasta que contratemos a las doncellas, los valet y pues, si me necesitas, solo tendrás que gritar y allí estaré - sonrió imaginándose como grataría a voz en cuello si la necesitaba.

Le siguió contemplando, como una niña, como aquella pequeña que se enamorara de su amigo. Fue su estomago el que gruño, informando que ya era hora de preparar la cena. Pensó en que debería volver al Palacio, que necesitaba preparar su carta de renuncia, empacar sus cosas, y así poder volver, para no alejarse de su lado, por lo menos por un tiempo, hasta que la dicha de su amigo, la relegara nuevamente, cuando el amor tocara el corazón del ilusionista, ella no dudaba que pasaría, como no podía dudar del amor que sentía por el, a pesar de los años, de las tristezas, las ausencias y el olvido.
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Mensaje por Tristan Rêveur Mar Mayo 24, 2016 1:30 am

Tratándose de ti, nada será demasiado nunca, Kelsey. No te preocupes por eso —refutó con tono amable cuando la vio dudar. Tristan miró con profundo interés a su amiga y casi inmediatamente su bonito rostro se cubrió de un rubor que delataba su vergüenza. Era la típica joven a la que le incomodaba ocasionar molestias, ya desde temprana edad había pintado para llegar a ser una persona cortés, demasiado considerada, quizá hasta un poco sufrida pero, por fortuna, terminó aceptando. Aun así, Tristan se sintió con el deber de hacerle más de una aclaración.

No estoy haciéndote un favor, si es lo que piensas. Es lo que te mereces. Hiciste muchas cosas por mí en el pasado, y hoy vuelves a mí con la misma intención. ¿Acaso no ves que estoy en deuda contigo? ¿Qué otra puedo hacer para agradecerte? Te conozco, sé que dirás que todo esto es innecesario pero, por favor, permíteme hacerlo —avanzó un paso, se inclinó un poco sobre ella y le tomó las manos con gentileza. Era la primera vez en mucho, mucho tiempo que por decisión propia propiciaba contacto físico con una persona. Normalmente aquello hacía que le palpitara el corazón y que en su apatía terminara experimentando rechazo, que en realidad era miedo. No ocurrió así con ella. Empezaba a sentirse tranquilo en su compañía, tan cálida y reconfortante.

Supongo que en el fondo también busco compensarte por lo que padeciste por mí —confesó, mientras intentaba asimilar lo que él le estaba diciendo. Jamás había ignorado la situación, pero de manera casi egoísta, pocas habían sido las veces en las que se había detenido a pensar en ello—. Te hice sufrir. Si no puedo borrar el pasado, al menos dame la posibilidad de hacer tu presente un poco más confortable.

Con esas palabras, Tristan hizo bastante evidente que pretendía pagarle una buena suma por sus servicios, o ayuda, como él prefería verlo. No es que pensara que el dinero lo era todo en la vida, capaz de enmendar sus errores, pero bastaba ver lo sencilla que vestía Kelsey para darse cuenta de que, muy probablemente, en lo económico no le iba del todo bien. Ojalá hubiera podido hacer algo más por ella. Quizá con el tiempo... Tiempo. Tristan alzó la vista y vio que el reloj marcaba las siete menos diez.

Creo que ya te he retrasado demasiado. Seguramente tienes cosas por hacer —se disculpó y soltó sus manos—. Sólo me gustaría decir que lamento mucho haber sido apático. Al final ha sido algo muy grato reencontrarme contigo. Lo necesitaba.
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