El pasado regresa cuando menos lo esperas || Privado

por **Elizabeth of York** Miér Ago 12, 2015 12:36 am

La mañana fresca con el trinar de las pequeñas avecillas que van despertando a la dueña de aquella mansión; el ruido de las doncellas que abruptamente ingresan riéndose y revoloteando a los pies de la cama de su dueña que descansa como si fuera un pequeño ángel, dormita levemente oyendo a cada una de sus pequeñas doncellas susurrar la palabra “despiértala, no, hazlo tú” pequeñas discusiones hasta que unos dedos suaves tocan aquellos cabellos rojizos obligándola a abrir sus ojos y riéndose en compañía de aquellas mujeres que saltan emocionadas.

–Pero que les ocurre, por qué tanto alboroto en la casa– pregunta la joven York saliendo de su cama con aquel camisón blanco que, a contra luz, se puede apreciar su silueta jovial. Camina por los pasillos bajando rápidamente, prácticamente es empujada por sus sirvientas. Ellas ríen y una de ellas lleva en sus manos aquella bata que cubría generalmente aquel camisón que llevaba la joven dama. A empujones y risillas bajan por las escaleras llevándola hasta le estudio –No creen que es muy pronto para esto– antes de ingresar a aquel lugar que solo la atañe cuando hay negocios importantes que cerrar o cuando tiene que pagar las cuentas del Orfanato, y ahora estaba frente a aquellas enormes puertas siendo arreglada, sus doncellas estaban cepillando el cabello y atándolo nuevamente en una trenza que terminaba sobre su hombro; aquellas puertas se abrieron de par en par y la joven ingresó, sin darse cuenta de que no estaba precisamente bien “arreglada”.

Sus ojos no podían creer lo que veían, un joven alto parado frente a ella, unos cabellos negros alborotados y un rostro cansado –Pero que es esto…– queda con la boca abierta al seguir la mirada del joven que desciende al verla, ahí se percata que no lleva su bata para cubrir sus “decencia” o lo que ahora quedaba de ella. Corre a esconderse tras uno de los altos sillones frunciendo el ceño por aquella vergüenza –Señor le recomiendo que salga de la casa y espere por una hora prudencial para tratar negocios conmigo como vio no estoy en condiciones de negociar ahora; pero, si a lo que ha venido es a presentar alguna invitación de cortejo sepa desde que ya que ella es rechaza, no necesito saber sus motivaciones ni nada, ahora diga su nombre y retírese por favor–

Las últimas palabras hacen temblar a York, su labio inferior tiembla pero no es de miedo ni nervios, si no de rabia por lo que le habían hecho sus doncellas, en su mente solo se preguntaba ¿cómo pudieron hacerlo? ¿Por qué? Por un tipo que no conoces…o quizás sí.

por **Rónán Rothesay** Dom Sep 20, 2015 4:27 pm

Diciembre 2, 1800. Paris

Octavie, el fiel mayordomo de lady of York, el único varon residente en la propiedad del orfanato, un hombre entrado ya en años abrió la puerta. Al otro lado había un desconocido que raramente le parecía familiar, uno de los caballeros de aspecto más extraordinario con que Octavie se había tropezado en la vida; alto, apuesto, de complexión fuerte, una presencia imponente. —Buen día, señor— dijo plácidamente Octavie. Esperaba que le tendieran una tarjeta o al menos anunciara su propósito de la estadía, en cambio le entregó el sombrero. Asombrado, Octavie soltó el pomo de la puerta cogiendo torpemente lo ofrecido mientras el hombre pasó junto a él y se dirigió al vestíbulo. —Señor— dijo Octavie, enfadado —no tiene autorización de la señora de la casa para entrar— El hombre se volvió y le lanzó a Octavie una mirada que, con gran vergüenza para el mayordomo, hizo que tuviera ganas de hacerse un ovillo y ponerse a gimotear —¿No es esta la residencia de Lady of York?— Cuestiono el hombre de cabello negro y barra con mirada imponente —Sí que lo es, señor— respondió anonadado —¿Entonces, sea tan amable de informarme desde cuándo el dicho lugar tiene que informar su presencia a mi prima?— El hombre sostenía los dos guantes en la mano derecha y golpeaba tranquilamente con ellos la palma de la izquierda como si jugueteara con una fusta de montar. Octavie no comprendía nada por varios minutos hasta que con horror, cayó en la cuenta. El hombre que tenía ante sí era el marqués de Tremaine, heredero del duque de Fairford y esposo de la marquesa, la prima fallecida de su señora. El orfanato pertenecía a la joven York pero la residencia social de la joven heredera pertenecía a su primo político —Le ruego que me perdone, señor. Solicitare a las doncellas que informen a My Lady de su estadía— exclamo Octavie nervioso antes de esfumarse por la puerta del estado agrego —No teníamos noticias de su llegada. Haré que le preparen sus habitaciones de inmediato— y dicho esto salió dando ordenes a las jóvenes de la servidumbre que pasaba.

Las damas de la joven rubia la empujan, Elizabeth continua siendo como un ángel de dios a los ojos del marqués, un ángel al que no ha visto en los últimos siete años. La mirada de él se posa en las curvilíneas curvas femeninas que se aprecian bajo la tela transparente del camisón, la niña que había conocido ya no era una niña. Los masculinos labios se curvan ante la vergüenza y la infantil huida hace que mueva la cabeza en negación —Déjate de eso Lizzy— llamándola con aquel apelativo carioso va detrás de ella y tomándola de los hombros hace que se incorpore. Mirándola a los ojos acaricia su mejilla antes de estrecharla contra su cuerpo aplastando los generosos pechos cálidos de la joven contra su piel provocando incomodidad en el cuerpo masculino. La punta de la nariz recorre desde la oreja de la joven hasta la comisura de los labios absorbiendo su aroma antes de besarla como saludo —Tranquila pequeña emperatriz, no te comeré— la suelta como si su indecorosa acción no hubiera sucedido —He venido una temporada por negocios pero no para tratarlos contigo pequeña— suspira y contiene la carcajada —Así que continuas evitando le matrimonio y al parecer ... al alcohol también— se aleja de ella recorriendo con la vista sin localizar alguna bebida al cólica.

por **Elizabeth of York** Lun Oct 12, 2015 10:36 pm

Su cuerpo se sintió apresado y sofocado, sentir la cercanía de un hombre y más que este le tomara de aquella forma había logrado que los miles de colores se le fueran el rostro y más que nada que su alma saliera de aquel delgado cuerpo. Atónita se sentía, completamente fuera de lugar; su cuerpo estaba ahí frente a aquel desconocido que la tomaba como si fuera una vieja amiga, una muñeca de la cual va y viene para tomarse esas confianzas, no podía creer la joven York que ello esté ocurriéndole y lo peor aún en su casa, y para colmos de males en paños menores. Su fresca y ataviada mañana estaba arruinada por completo, no solo por aquel beso si no por el hecho de que un caballero, un hombre ajeno a ella la ha visto en sus camisola de dormir y más aún, se encontraba humillada por haber sido preparada como para encantar a aquel joven, como si fuera ella la que estuviera tras un matrimonio muy conveniente, pero no. Y eso fue lo que le hizo caer en cuenta aquel visitante inesperado.

Sus ojos se abren de par en par pestañeando rápidamente como si aquello fuera un sueño, pero no, era su realidad, una que jamás esperó tener nuevamente; sus labios se despegaron dejando una gran O sobre ellos para al segundo dar paso a una sonrisa. Aquellos pies delicados ahora corrían contra aquella caballero que se mostró a él como el familiar perdido, aunque en la mente de la última flor blanca de los York, quedaba la reprimenda con un castigo. Hace años que no lo veía y ahora ambos han crecido, el en todo un hombre digno de seguir con las tradiciones de las casas reales y ella, alejada por conveniencia de ese mundo (para mantener su vida a salvo). Lo abrazó con fuerza tomándose del cuello de él, sus piernas le rodearon prácticamente, había perdido el decoro pero él no era un extraño, no era un pretendiente, en un amigo un familiar que no veía desde hace tanto tiempo que perdió la cuenta. –No puedo creer esto, eres tu…Rónán– ambas mejillas son tomadas por las temblorosas manos de la joven riéndose –Que haces aquí, te hacía en América o en Londres, jamás imaginé verte de nuevo primo, que alegría– se aferra a él con fuerza y con una dicha que no le cabía en el pecho…

Toma nota de su presencia y se sonroja mirando a otro lado, le da un poco de espacio a su recién llegado pariente sin dejar de sonreír –Algunas costumbres no las he dejado y veo que tú tampoco, anda dime, que noticies me tienes. Por cierto ¿nadie sabe que sigo viva, verdad? – susurra bajo mientras lo invita a que tome asiento –Tú tampoco has dejado tus costumbres de licor, y apuesto señor galán, que a más de una conquisto, dime quien es la nueva Sra Tremaine. De mi lado puedo decirte que no hay señor York ni nada, y menos un emperador, déjate de decirme emperatriz que un día te lo creeré y te mandaré a cortar la cabeza– ríe cubriéndose los labios con el dorso de la mano, alto que la etiqueta le pedía hacer

Camina como hacia la puerta intentando cubrirse, pero incluso el sol de la mañana ha decidido jugarle una mala pasada al evidenciar lo que tras ese fino camisón lleva, su piel, se sonroja tosiendo un poco avergonzada buscando con sus manos cubrir lo imposible –Tenemos que Hablar mi querido Rónán, pero antes déjame ponerme más decente y apropiada para recibirte. Siéntete como en casa primo– Camina sin voltear un segundo a verle, muerta de la vergüenza .

por **Rónán Rothesay** Mar Mar 22, 2016 8:18 pm

Había algo en la residencia Francesa de su prima que desconcertaba a lord Tremaine. Era sorprendentemente elegante. Estaba casi seguro de que se encontraría con un interior parecido al que solía ver en las casas de sus vecinos de la parte baja de la Quinta Avenida: grandioso, dorado, con el único objeto de recordar los últimos días de Versalles. Aquí había unas cuantas sillas de esa época, pero todavía conservaban sus asientos tapizados en terciopelo, lo que les daba un aspecto cómodo en lugar de lujoso. El hecho desentonaba en que la joven lo miraba como si acabara de presenciar una orgia hasta que cae en la cuenta de algo. Admitir que necesitaba una ducha urgente, cambiarse de ropa y los años q habían pasado no los había cambiado lo suficiente. Pese a los hechos ella parecía no reconocerlo, o era demasiada la sorpresa. No para nada ahora era ella quien corría a su encuentro.

Recordaba la fascinada concentración con que ella lo escuchaba, sus tiernas preguntas, su ardiente interés por todo lo que concernía a él. –Pues créelo pequeña emperatriz. –Admite abrazándola –Me hacías en los lugares adecuados, he estado en América pero hace dos años que he regresado a Londres y ahora he venido en busca de ti –siente una paz que ignoraba volver a sentir. Nada había cambiado entre ellos. Al soltarla tuerce ligeramente la boca. –No pequeña nadie lo sabe. Al sacarte te prometí que nadie sabría de ti. Que no esté presente no quiere decir que no cuide tu delicado y real cuello pequeña emperatriz. –

Solo un tipo de matrimonio ha llevado el sello de aprobación de la alta sociedad. Los matrimonios felices eran considerados vulgares, ya que la dicha conyugal raramente duraba más que un pudin bien cocido. Los matrimonios desdichados eran, por supuesto, más vulgares si cabe, a la par que el artefacto especial de la señora Jeffries, con el que azotaba cuarenta traseros al mismo tiempo; algo de lo que era mejor no hablar, porque la mitad de la flor y nata de la sociedad los había experimentado de primera mano. No, la única clase de matrimonio que sobrevivía a las vicisitudes de la vida era un matrimonio civilizado. Y la mayoría reconocía que lord y lady Tremaine tenían el matrimonio más civilizado de todos y eso era cuando aun había una mujer con el puesto de lady Tremaine. De eso hacía dos años.

La amarga sonrisa cambia –No hay Lady Tremaine pequeña, desde hace dos años –es todo lo que expone. El sol se vuelve su compase dejando ver las delicadas pero apetitosas curvas del cuerpo de la princesa blanca, la pequeña York ya no es pequeña y él siente como se le seca la boca al imaginar sentir la suave y pálida piel desnuda. –De hecho, antes de que escapes –va detrás de ella tomándola del hombro –Se que le rehúyes al matrimonio Lizzy pero tienes que entender que no puedes seguir siendo una joven soltera, llevar los negocios y hacerte cargo del orfanato por mucho tiempo. –Expone mirando la perfecta O que crean los labios carnosos de la joven –Oh si, se muchas de las cosas que has estado haciendo. Puede que tu no me recuerdes a la primera y no necesites de un hombre pero la sociedad está cambiando e Inglaterra este lejos y no sepan de ti, pero llegara un momento en que incluso yo no pueda protegerte, ni de cerca ni de lejos y para ello necesitas un esposo –suelta delicadamente a la joven permitiendo que se retire a cubrir adecuadamente su inocencia mientras él simplemente se deja caer en un sofá evitando cualquier pensamiento.

por **Elizabeth of York** Sáb Jun 11, 2016 10:02 pm

Vergüenza que se ve reflejada en un enorme y descomunal sonrojo en su rostro al oír las palabras de su primo acerca de aquel detalle al que la princesa blanca y última de los York tanto rehuía. Saber que su primo conocía a fondo todos los detalles de ese “malestar” solo la ponía más nerviosa a Lady Of York tanto que su pensamiento comenzó a desvariar en muchos sentidos. Retirándose encontró el mejor alivio para su cuerpo que temblaba ante la cercanía de un hombre; si, era su primo pero no dejaba de ser un hombre aunque antes solía hasta dormir juntos en la misma cama, ¿podría ser todo como antes? Ella esperaba que sí.

Rumbo a su habitación, sus pensamientos se desbordaron nuevamente imaginándose casada con algún noble o burgués siendo la esposa trofeo de aquellos hombres, quedándose desplazada de su mayor pasión y amor, el orfanato, para estar encerrada en casa marchitándose mientras su esposo gozaba de las propiedades y apellido que poseía llevándola a la bancarrota, deshonra e infidelidad. Todo eso de la mano de su mayor temor sobre todo su inexperiencia y su ilusión de amor ¿le estarían permitido? A como lo mostraba su primo no, y eso hacía a su corazón latir hasta dolerle.

Las doncellas, tan prestas a ayudar a su ama, corrieron a alistar todo para arreglar a la joven York; el agua perfumada con rosas, el vestido en todo pastel a juego con los zapatos; todo esto acompañado por su cabello trenzado delicadamente. Mientras se arreglaba la joven York, las doncellas aprovecharon para conversar con su señora sobre temas como solo a damas podía concernir.

–Mi lady, no cree que su primo estaba muy guapo, es todo un hombre mi señora, haría a cualquier jovencita enamorada y con las enaguas bien caídas– manifestaba la de mayor edad –Y bien abajo– reía la joven que cepillaba el cabello de la joven.

Lady of York solo mostró su sonrojo ante las palabras expresadas –Bueno, mi primo siempre ha tenido mujeres a su alrededor no me sorprendería que unas semanas haya una Lady Tremanie, aunque me dolería ya que no podría pasar como ante pasaba con él, no podría pedirle que duerma conmigo en las noches, o decirle que tome un baño conmigo, quizás su esposa solo le permita verme en la mañana y en compañía de ella, sería muy aburrido– el cepillo cae al suelo con el asombro de las damas que rápidamente rieron con una broma de la inocencia de la joven.

Al estar lista bajó directo al estudio donde su primo la esperaba, alisó su falda ingresando con una sonrisa cálida en el rostro; más lo que vio fue la figura de aquel hombre adormitado al que ahora se acercaba en silencio, los dedos de su mano derecha se acercaron con precaución al rostro tocando el mentón donde una barba incipiente amenazaba en dejarse notar, sonríe al sentir las cosquillas en su mano –Tienen razón, te has vuelto muy guapo, seguro que muchas parisinas caerán a tus pies y pronto conseguirás esposa.– sus dedos suben hasta los cabellos de él dejando que sus uñas delicadamente lo acaricien y pienen aquellos rebeldes cabellos –Que mal que no seamos más niños, seguro tu esposa te prohibirá estar cerca de mí– un beso en la frente del caballero es lo que deja –A todos se les hace fácil esa parte del llamado matrimonio primo, ¿por qué a mi no? ¿Por qué le tengo tanto temor? ¿Será por mi virginidad?– una mueca en su rostro mientras se aleja unos centímetros quedándose en silencio, observando el rostro masculino con una sonrisa de complacencia y dicha

El dedo índice de su diestra se posa sobre los labios ajenos riéndose por lo bajo –Quizás deba pedirte a ti que me consigas un buen esposo que cumpla con mis expectativas, después de todo eres el que mejor me conoce– ríe comenzando a mover sus dedos por el rostro de él para molestarlo, tal como lo hacían de niños .

por **Rónán Rothesay** Lun Jul 25, 2016 1:48 pm

Dejándole atrapado entre incertidumbre y aquellos sentimientos que siempre afloraron pero dieron reprimidos con severidad, la joven se dispone a legarse para portar una apariencia mas decorosa, Lord Tremaine pese a todo sigue siendo un hombre. Observa que se aleja y por un momento la idea de descansar y tomar un agradable baño crusa por su mente. Con leves toc toc y una pregunta que pide ingresar Octavie, el fiel mayordomo de lady of York, trayendo consigo el vino que ha deseado desde que piso el pórtico de aquella majestuosa casona —Gracias Octavie— dice con voz cansada tomando la copa que le ofrece el hombre de edad avanzada Octavie. — Solo tardaremos una hora en airear la habitación y volver a colocar el mobiliario, señor.— Estuvo a punto de decirle al mayordomo que no se molestara, que dejara que el aposento siguiese desnudo y vacío. Pero eso habría sido demasiado revelador. Así que se limitó a asentir. —Excelente.— se recargo en uno de los elegantes sillones y cerro los parpados. El mayordomo se dispuso a permitir intimidad, no sin antes recordar que estaba ahí para servirle también.

Las delicadas caricias y dedos que tocaban al hombre lo hicieron despertar pero manteniendo la pose que acababa de acatar hasta que las delicadas palabras de su emperatriz habían logrado despertar otra parte de su anatomía con aquel delicada e ingenua confecion ”¿Será por mi virginidad?”. Si tan solo la joven york comprendiera lo que hacia. [/i] —Junto a tu opinión, mi menor interés es tomar una esposa en este momento Lizzy— Expresa él aun con los ojos cerrados tomano la mano que le toca los labios y la gemela aferra su cadera. [/i] —No deberías andar tocando a los hombres de esa forma Lizzy, se prestaría a muy malas interpretaciones—El se encogió de hombros. Se había quitado la chaqueta de calle y la corbata. La mirada de ella se demoró un segundo de más en la dorada piel de la base del cuello. Su camisa de fina batista lo envolvía amorosamente, acariciando los anchos hombros y los largos brazos. [/i] —Admitiré que no te has casado porque yo no lo e permitido. Mis exigencias en cuento a las expectativas son estratosféricas, no ofrecería a la mas pura y blanca flor de los York por un vulgar y ruin trueque ente lobos solo con el propósito de mantener los favores de la familia real— la aferra aun mas abrazándola, quedando en posiciones invertidas, ella recostada en el amplio sillón y el sobre ella, aprisionándola entre el mueble y el varonil cuerpo. [/i] —Que sea tu primo no me quita en ningún momento que sea hombre emperatriz. No tientes tanto tu suerte, ya no eres pequeña Lizzy, te has convertido en una mujer hermosa que fácilmente despertaría las mas bajas paciones de un hombre— se incorpora, dejándola libre alejándose de la joven al ir por su chaqueta y disponer a ponercela.

Se obligó a apartarse y cruzó la biblioteca; bajo sus pies, la alfombra era demasiado mullida, como un terreno pantanoso. Fue directamente hasta el lado opuesto para demostrarle que temía hacer algo indecoroso y temía por ella. Pero sí que se lo tenía. Tenía poder sobre ella, un poder mucho mayor que el que le conferían las simples leyes. Sus ojos eran de un verde muy oscuro, como la malaquita de los Urales. Aspiró su sutil perfume a sándalo y cítricos, aquel aroma que una vez había equiparado a la felicidad.

por **Elizabeth of York** Jue Ago 11, 2016 11:58 pm

Un pequeño grito que terminó ahogado en una sonrisa, para Lady of York aquel comportamiento tan liberal se debía a la presencia de su querido primo, aquel con el que compartió más secretos que ningún otro, el único con el que ha vivido luego de su fatídica vida. Él sabía más de ella que ella mismo y por eso quizás la confianza de quedarse de aquella manera tan íntima, una que ningún otro hombre alcanzó ni alcanzaría. Su sonrisa se hizo evidente así como sus delicadas y pequeñas manos que acariciaban el rostro y cabello de su primo, que estaba sobre ella, trató de acomodarse en aquel sillón para que él se sienta más cómodo, incluso hasta atreverse a abrazarlo y pegarlo a su pecho. Tanta inocencia o quizás ingenuidad.

Soltó una risa cuando pellizcó la nuca de él –Pero tu no eres un hombre, bueno no eres cualquier hombre, es Rónán Rothesay mi primo amado y favorito, o quizás deba llamarte por tu título de marqués– ríe pero esa sonrisa se transforma en un sonrojo al saber que pronto tendrá que casarse y ese terror le hace sentir escalofríos hasta comenzar a temblar –Si también son por tus exigencias entonces, entonces debes conseguirme un hombre que sea bueno, que no me quiera por mi apellido ni por mi dinero o posición, un hombre que no piense solo en cosas pervertidas, un hombre que me trate bien y como una doncella, incluso que acepte quitarme la virginidad de una manera dulce y sin dolor– incluso con las palabras de su primo ella no sentía remordimiento en mencionar aquellas palabras tan íntimas, quizás porque él era un miembro querido de su familia y una persona al que veía con grado íntimo.

Trató de sentarse, pero le era imposible con el peso de su primo, así que sus manos comenzaron a buscarle los costados haciéndole cosquillas para así poder al menos sentarse, aunque ambos terminaron en el suelo riendose –Siempre me he preguntado algo ¿cuáles son las más bajas pasiones de un hombre? Siempre pensé que era su deseo de apoderarse del apellido que llevo y lo que ello conlleva, como decirlo, ah, si su ambición. Yo siempre pensé que esas eran las más bajas pasiones de los hombres ¿Hay otras? ¿Cuáles son? No me digas que son aquellas que mis doncellas hablan– el sonrojo en su rostro solo es la muestra de su completa inexperiencia e inocencia.

Que ahora peca en el peor de los momentos y en la presencia de un lobo, aunque tenga rostro familiar.

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