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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Lena Z. Vasílièva Mar Ene 19, 2016 12:52 pm

Siempre se termina regresando al lugar,
donde se amó la vida

Volver a Escocia la habría abrumado por no ser, que el mundo se le había venido abajo semanas atrás cuando le notificaron la muerte de su padre. A partir de que una noche se le notificase tal desgarradora noticia, los días habían pasado sin ton ni son, hasta llegar al día en que sus pies pisaron por primera vez desde su partida, en la más tierna edad de su infancia; su tierra natal. Allí, de nuevo en la tierra indómita, bella y salvaje en la que había nacido, fue que sintió el dolor agonizante en su pecho. Y ese dolor no mejoró, sino por el contrario, cuando entró en lo que era el castillo de Escocia aquel profundo dolor emporó hasta dejarla sin aliento y descompuesta en la soledad del salón principal. Ahora lo que debería de haber sido un dulce reencuentro; estar con su familia y conocerlos a todos bajo aquel imponente lugar que por generaciones había sido la herencia familiar, solo era un llanto ahogado contra el suelo que una vez pisó su progenitor en vida. El reencuentro no había sido lo que tantas veces había soñado, y aunque desde que le habían notificado su muerte hasta su llegada de nuevo a Escocia habían sucedido días por en medio, nada se podía comparar el dolor que había sentido aquellos días al dolor actual. A veces había imaginado que todo era una broma macabra, una especie de sueño y que cuando llegase a Escocia todo eso pasaría y podría reunirse con su padre en un fuerte abrazo. No obstante, al llegar solo había atestiguado con sus propios ojos que todo había sido real,  incluso en un ataque de histeria por la perdida, le rogó a Rhaegar que le enseñase la sepultura de su padre y oculta bajo un velo para que nadie pudiese verla antes de la presentación formal en la que en unos días se vería expuesta, visitó la tumba de su padre en la que permaneció toda la mañana y parte de la tarde.

Aquella visión del nombre de su padre grabada en la losa, fue la última prueba que necesitó para caer de nuevo en aquel dolor. Era todo tan real que la soledad cuando la dejaron sola en sus aposentos le pareció tan viva y sonora, como los primeros sonidos cuotidianos que empezaron a establecerse en el patio del castillo tras su llegada. Desazonada, se limpió las lágrimas y miró a través de sus ventanales hacia el exterior, observando con curiosidad como los guardias patrullaban y hacían guardia, mientras otros en algún otro lugar en el castillo, se entrenaban en el manejo de armas. Con la muerte de su padre, toda su familia había desaparecido y ahora toda la responsabilidad parecía caer sobre sus hombros; sobre los hombres de una bastarda. Lo había hablado con Rhaegar y aunque no muy segura de lo que iba a pasar en los próximos días, al final él la había convencido de que lo que haría era lo mejor; lo que su padre hubiese querido y deseado de todo corazón. Ingenuamente, ella le habría creído, ¿Cómo no hacerlo, cuando él era el más leal y el único hombre de confianza en aquellas tierras que aunque natales, ahora mismo parecían extranjeras para ella? Le creía a pies puntillas y allí estaba planeando tomar el lugar que su familia había abandonado en nombre de su padre.

El día pasó lento, demasiado lenta para la joven princesa que se debatía en cuales debían de ser sus pasos mientras conocía el castillo y se paseaba por todos aquellos pasillos casi laberinticos del lugar. El día pasó a la tarde y la tarde a la primera noche que volvería a pasar en tierras Escocesas. Su consejero después de comer la dejó sola acudiendo a una cita muy importante en la que por el momento ella no debía de hacer acto de presencia, así que aprovechando ese momento a solas bajó a los jardines hasta llegar a las cuadras reales. Entrando en silencio tras verificar no había ningún guardia, una idea se le pasó con fuerza en la mente y ensillando, no sin cierto esfuerzo, uno de los primeros caballos blancos de las cuadras, se montó y salió del lugar en su lomo completamente enfocada en el segundo sitio que aquel día vería de nuevo. Solo que esta vez sería un lugar en el que guardaba buenos recuerdos; volvería a la cabaña donde se crío aquellos primeros años antes de huir abruptamente de Escocia. Volvería al lugar donde el recuerdo de su madre seguiría impreso en su memoria y donde esperaba encontrar cierta paz. Paz; que actualmente no encontraba en el oscuro castillo de su padre, solitario y frío.

Agarrando las riendas del caballo y agradeciendo las clases de equitación que sus tutores le habían dado tras que Rhaegar la encontrase en las heladas tierras de Rusia, hizo que el caballo volteara y saliera por la portezuela para seguidamente clavar las espuelas lo suficientemente fuerte en sus flancos para que echase a correr en dirección contraria al castillo. El caballo al principio se resistió, quizás extrañando la ligereza del jinete, pero su fuerza de voluntad de ir a aquel lugar ahora que no había nadie vigilándola le dio fuerzas. El aire fresco de la noche chocó contra su cuerpo y la capa que la ocultaba de los ojos ajenos la descubrió al irse hacia atrás. Sin poder hacer nada por eso, guio a su montura más adentro de los bosques donde estaba segura no encontraría a nadie y haciendo memoria, galopó hacia aquella villa que una vez había sido su hogar. A cada paso que daban en aquella oscuridad, más se acercaron a su destino y tras una hora de camino o quizás un poco menos, la joven, ralentizo el galope del caballo hasta ir al trote y volviéndose a ponerse la capa de forma que le cubriese la cabeza, atravesó la entrada de la villa donde al parecer por los ruidos lejanos y las luces, se encontraban en medio de una celebración. Enseguida encaminó el caballo por las afueras de esas calles más transitadas y dio un rodeo en un intento de esconderse de la concentración de gente que festejaban a esas horas de la noche ante el fuego y el hidromiel.

Siempre su madre le había hablado de las fiestas de Escocia y de aquel licor ardiente que era el hidromiel. Decía que era afrutado e intenso, una mezcla de diferentes licores que se unían en el paladar hasta embotar la mente. El único licor que había probado era el vodka que había usado por años como bebida casual en un intento de calentarse en medio el paraje helado de las tundras rusas, por lo que siempre que su madre le hablaba de Escocia, había sentido deseos de probar aquella bebida, aquel manjar de dioses que algunos consideraban como tal. Paseándose cerca de la fiesta pero escondida entre los árboles en la lejanía, vio el ambiente de festividad y sonrío dejando que por unos segundos aquella felicidad se acobijase en su ser. Acarició el cuello y las crines del caballo mientras su mirada se perdía entre los asistentes, observándolos. Algunos bailaban alrededor del fuego y otros tantos se encontraban reunidos. Curiosamente fue después de observar aquellos hombres, que unos ojos parecieron encontrarse con los suyos y aguantando aquella mirada unos segundos, terminó por fruncir el ceño preguntándose si habrían podido verla y de nuevo, espoleó al caballo alejándose de la fiesta, perdiéndose de nuevo entre los árboles y el bosque.

Enseguida dejaron la fiesta atrás, dejó también atrás aquella sensación de sentirse descubierta e hizo que el caballo entrase en la parte más alejada de la villa que estaba desierta, casi incluso, pareciera una zona abandonada. Miró unos segundos alrededor buscando si había alguien allí con ellos y al ver que tanto ella como el caballo parecían ser los únicos seres entre aquellas casas en ruinas y calles abandonadas, bajó de su lomo y lo guio por las riendas hasta una de las casas más lejanas. Los ruidos de la fiesta apenas llegaban a esa zona y en medio aquel lugar frío, la encontró. Apenas se mantenía en pie, pero aún podía imaginársela intacta como en sus recuerdos de niña. Su casa; al final, había regresado a su hogar.


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Mensaje por Invitado Miér Ene 20, 2016 9:24 am

Soñaba. El libro que había caído en sus manos era solo uno de los muchos que poseía su creador y que guardaba celosamente. Nunca antes lo había llevado a esa parte de su morada y eso significaba que confiaba en él. A pesar de que el recorrido hacia el lugar había sido largo y tedioso solo podía pensar en lo que se encontraba tras la gran puerta de nogal al final del pasillo más oscuro. —En otra ocasión podrás acceder a los secretos que guardo allí— dijo su creador pero Tom estaba impaciente. La puerta oscura se veía lejana y cuando empezaron a caminar por el camino contrario, hacia la biblioteca, supo que aún no estaba listo. —Tendré toda la eternidad para leer…— dijo Tom sin un tono muy alentador. Su creador lo observó con un gesto de reprobación y murmuró algo. ¿Qué dijo? El sueño cambió entonces hasta el momento en el que lo vio por última vez. El cuerpo había sido mutilado pero nada podía hacer porque él era el siguiente en encontrar el mismo destino. Sus huesos habían sido quebrados y el dolor punzante le atravesaba la espina. Cerró los ojos esperando a que llegara su segunda muerte pero no fue así. La voz de Ezequiel se perdió en la lejanía y el ‘knock-knock’ de una puerta.

El sonido del otro lado de la puerta lo despertó. Cada día sucedía lo mismo cuando comenzaba a anochecer. —Pasa— dijo sin terminar de abrir los ojos y enseguida percibió la sombra de Lucy. Ella, callada y escondida en las sombras, lo observaba fijamente con sus enormes orbes color esmeralda. Tom se acercó a ella y apartó, con mucha delicadeza, los cabellos negros que cubrían parte del cuello de la chica. Como un amante acercó sus labios al área despejada y sus colmillos penetraron la piel pálida de aquella ghoul. El sabor de su sangre siempre lo satisfacía y luego de beber lo suficiente envió a la chica a que descansara. La noche para él apenas comenzaba y además tenía un compromiso al que asistir. Desde que había tomado el puesto de barón no rechazaba ninguna invitación a las fiestas locales a menos que éstas fueran durante el día. En cada reunión social tenía la oportunidad de conocer a más gente y tener más contactos. Para Tom se trataba de asistir a un buffet en el que se presentaban nuevos platillos para desechar a aquellos de los que el sabor ya no le resultaba atractivo. Mujeres. En las ciudades podía encontrar una variedad pero pocas eran vírgenes. A las afueras, en las campiñas, era todo lo contrario y aunque corría más riesgo de ser descubierto solo se fijaba en aquellas que realmente fueran una joya para su colección. Lucy había llegado a sus manos de esa forma. La chica, en otros días hija de una familia acaudalada, provenía de Austria y hasta la fecha era su preferida de entre las tres chicas que tenía en casa. Quizá fuera el momento de encontrar una nueva predilecta y por ello Tom asistió a la fiesta de la campiña que organizó un amigo de la región.

El lugar estaba lleno como nunca a pesar de que no muchos vivían cerca. Entre las mujeres que vio no encontró a ninguna nueva y las que ya había probado le resultaban latosas a esas alturas. Empezaba a pensar que regresaría decepcionado al final de la noche. Entonces se distrajo con un grupo de amigos que discutían acerca de cuestiones políticas pero a él poco le importaba. Su vida de ‘noble’ tenía fecha de caducidad ya que él nunca se quedaba más de cinco años en el mismo lugar para que la gente no comenzara a sospechar de su eterna juventud. Sus respuestas, cuando le preguntaban su opinión, siempre eran desviadas hacia otro tema y en esa oportunidad su conversación la desvió hacia una recién llegada que nunca había visto por ese lugar. Se trataba de una mujer rubia, bastante joven, que intentaba pasar inadvertida en un lugar donde todos se conocían. —¿Alguien la conoce?— preguntó intentando indagar en la rubia pero los más jóvenes no sabían nada de ella. Una vieja la miró con una expresión de asombró así que Tom supuso que podría sacarle algo de información más adelante. Sin embargo, justo cuando creyó que había encontrado una buena distracción para el resto de la noche, la chica desapareció.

Tom tuvo que escabullirse para que no notaran su ausencia y buscó en los alrededores a la joven sin tener mucho éxito. La chica no se encontraba cerca así que volvió a la fiesta y se dirigió a la anciana que antes también observó a la chica. Luego de diez minutos de charla pudo sacarle algo de información. Lo único importante que le dijo fue que la rubia era la viva imagen de una chica que hace mucho tiempo había vivido cerca. La anciana le dijo: “fue como ver a un fantasma”. Él no dijo más y prometió regresar después para seguir con la conversación. Salió por segunda vez de la fiesta y fue a buscar su caballo para cabalgar hasta el lugar que la anciana había mencionado. No creía tener mucha suerte en su búsqueda pero de todas formas la fiesta estaba aburrida y no tenía nada mejor que hacer.

El lugar señalado se encontraba en ruinas. Ni siquiera los fantasmas habitaban ese lugar. Entrada la noche solo se veían las sombras de antiguas edificaciones. La maleza había hecho un buen trabajo al derrumbar varios muros. Solo el sonido de las pisadas del caballo podían escucharse hasta que casi llegando al final de las ruinas todo cambió. Tom desmontó y dejó el caballo cerca de un árbol para caminar hacia donde sentía una presencia humana. El delicioso aroma de su sangre lo atraía como un cazador a la presa. Sin duda se sorprendió un poco en encontrar allí a la joven rubia que había visto en la fiesta. ¿Qué hacía en ese lugar desolado? Conservó su distancia para no asustar a la chica. —Es un poco tarde para caminar sola en un lugar como este, ¿se encuentra perdida?— dijo dirigiéndose a la mujer. La tentación de beber recorrió su garganta pero se suponía que tenía que actuar de forma civilizada como ejercicio de autocontrol. Por suerte no estaba sediento a muerte gracias a Lucy aunque eso no garantizaba que cambiara de opinión a último momento.


Última edición por Tom E. Stanford el Jue Ene 21, 2016 10:18 am, editado 1 vez
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Mensaje por Lena Z. Vasílièva Miér Ene 20, 2016 12:09 pm

El ver de nuevo lo que antes había sido su hogar, la llenó de emoción. Actualmente, al paso del tiempo gran parte de su estructura había cedido bajo los elementos como era natural, pero eso, no le quitaba ni un poco del lustre que ella aún recordaba de aquel lugar y de su vida en él. Mirando atrás unos segundos para cerciorarse que el caballo seguía donde lo había dejado, regresó la vista a las ruinas y paseó su mano por aquellas paredes que una vez, por el lapso de cuatro años, habían creado el único hogar seguro que había tenido y al que podía llamar como tal. Las paredes a su caricia se encontraban agrietadas y más de una de ellas, a punto de derrumbarse. Parecía ayer cuando recordaba dar vueltas a la casa, corriendo y riendo acompañada de otros niños, con los que acostumbraba a jugar a encontrarse y sino, a corretear por los campos verdes de los alrededores, disfrutando de una tierna niñez acompañada de constantes aventuras. En aquel pedazo de tierra, ella había nacido, dado sus primeros pasos y hablado por primera vez. Solo allí se había sentido segura en las fuertes tormentas que asolaron la región en demasiadas ocasiones pasadas, sobretodo, en temporada de frio. Ese había sido su refugio y ahora, años después cuando la niña ya no era tan niña, sino una jovencita convirtiéndose en mujer, volvía a serlo. Su refugio, un lugar donde no importaba la oscuridad de la noche para que ella se encontrase tranquila y en paz.

Siguió rodeando la estructura aún en pie de su hogar y sonrío al regresar a encontrarse frente donde antes había estado la puerta, seguramente una de las primeras sonrisas en semanas completamente verdadera. ¿Y ahora, que sería de ella? Se preguntó borrando enseguida de su faz, la sonrisa. Su madre, ya era un recuerdo lejano que permanecía con ella en cada una de sus enseñanzas, y su padre, su padre ya solo permanecería a través de lo que los demás le contaran sobre él. Al final, cuestión de suerte o de destino, lo cierto era que todos terminaban marchitándose como el hogar de su infancia, apenas ya irreconocible, casi convertido en polvo. Y mientras todos desaparecían, ella florecía. ¿No era cruel entonces, el destino? Cuando los hijos crecían y necesitaban más de los consejos de sus mayores, estos desaparecían dejando a los jóvenes con sus propios demonios. Nacer, crecer y llegados a su tiempo; morir. Su madre jamás le había escondido la verdad de la vida y siendo una niña terminó aprendiéndolo de a fuerza, cuando el frío helado de Rusia se la llevó lejos de ella para siempre.

Su mano abandonó la estructura que acariciaba y dando unos pasos atrás, se quedó en completo silencio observando todo aquel desgarrador paisaje en el que se había convertido la antes zona más poblada de aquella zona. Era tristeza lo que sentía, pero a la vez, felicidad de encontrarse allí. Sacudió la cabeza desquitándose los pensamientos de que quizás fuera la última vez que pudiera estar frente lo que quedaba de su casa y acurrucándose en la capa que protegía a su cuerpo del frío aire que corría entre los agrietadas ruinas, cuando una ligera brisa llegó a ella haciendo que su cuerpo se estremeciera bajo aquel contacto gélido de la noche, el ruido de las pisadas de un caballo llegó a sus oídos. Paró todo movimiento e incluso su respiración, y poniendo atención como le había enseñado su madre en los ruidos de lo que la rodeaba, antes incluso de que la voz masculina la sorprendiese, ella ya había sabido de su presencia. ¿Cómo sino, iba a pasearse un caballo por aquella zona abandonada? Ni los rebaños se detendrían en aquel campo lleno de muertos recuerdos. Aún así, sabiendo que ya no se encontraba sola en aquel paraje desolado por la mano de la naturaleza, cuando la voz rompió el silencio a su espalda, un escalofrío la recorrió y su corazón apresurado latió en su pecho, bombeando con fuerza.

No me encuentro perdida, señor. Es más, por primera vez en mucho tiempo, me siento como en casa—Murmuró contestando al desconocido pasados unos segundos, tras los que volteándose lentamente, se encontró con los mismos ojos, que en su camino hacia allí, se había encontrado. O más bien, los ojos que la habían descubierto. Al primer instante fue sorpresa y luego curiosidad, lo que la embargó. El rostro masculino se veía envuelto en las sombras y penumbras de aquel oscuro lugar, otorgándole un halo que denotaba misterio y al que Lena, se sintió irremediablemente atraída. Siempre le habían gustado los misterios, aún más, desentrañarlos. Y aquella dulce voz y a la vez, varonil con que se había acercado a ella, bien parecía ser el culpable de que en su pecho el corazón hubiese tartamudeado al descubrirle allí con ella, tan cerca de su figura. — Y usted, ¿se ha perdido, o iba en busca de algo también en este lugar?— Posó su mirada sobre el rostro del joven, preguntándose porque estaba ante ella y que deseaba de aquel lugar y sonrió deteniendo al momento sus pensamientos. Aquel joven quizás solo estaba allí como ella, y por lo que podía ver no tenía sentido temer de aquel joven. No parecía más peligroso que ella misma, y además, tras tantos días simulando ser quien no era, o quien debía de ser, ser ella misma resultaba revelador. Aún podía sonreír, si se lo proponía y aquellos orbes ensombrecidos, sin desearlo, lo habían logrado.
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Mensaje por Invitado Jue Ene 21, 2016 8:24 pm

El tiempo era indomable para los mortales. Ciudades se erguían en cuestión de décadas y otros lugares simplemente desaparecían y se perdían en los recuerdos. Él todavía recordaba cómo fue aquel lugar que en el presente solo dibujaba sombras deformes a la luz de la luna. Las ruinas de lo que en otro tiempo fueron viviendas reposaban como tumbas silenciosas. Muchos de los residentes emigraron en busca de mejores tierras y otros se quedaron a morir en el anonimato. No hubo velorios para los viejos que se sentaron a esperar el retorno de los jóvenes. Las historias que ellos escucharon de sus antepasados murieron también o fueron guardadas por las paredes de piedra que se negaban a ser cálidas para los visitantes. Esa clase de lugares, en cierta forma, le agradaban y al mismo tiempo le disgustaban. Tom disfrutaba del silencio sepulcral de los lugares abandonados pero también recordaba que la morada de su creador había quedado en las mismas condiciones muchos años atrás. Incluso los inmortales sufrían el paso del tiempo. La carne no envejecía, eso era cierto, pero la memoria si pesaba y guardaba recuerdos que no podrían encontrar refugio en todas las mentes de los locos de un psiquiátrico. Quién sabe si fueron sueño o realidad los gritos que se colaron a las sábanas en las que un inmortal despertó por vez primera.

La mirada de Tom atravesó el paisaje desolado pero también melancólico que yacía a sus pies. Tantas vidas y muertes guardadas en unos simples pasos. La vida de los hombres de clase baja no se guardaba en ningún registro. Él sabía que nadie recordaría, como él lo hacía, al marinero con un solo ojo que había muerto ahogado al día siguiente de compartir una botella de ron; o a la vieja adivina de Venecia que había presagiado su muerte en un callejón; o a la prostituta que le dio la mejor mamada de su vida. Sonrió. Quizás alguna persona guardara un recuerdo vivo de aquel lugar. ¿Esa chica? La rubia, la que apareció y desapareció en una fiesta como si fuera un fantasma. La verdad no era otra cosa que una mortal con un exquisito aroma. El recuerdo era difuso pero allí estaba: dos noches antes de morir había cenado puerco y el solo olor había abierto su apetito. Ahora le pasaba algo similar aunque obviamente a la chica no la estiraría ni le pondría una manzana en la boca. Tragó saliva. ¿Por qué no? Eva había incitado a la tentación por culpa de una manzana. Así podría encontrar un nuevo credo en el que rezara “Danos la sangre de cada día y déjanos caer en la dulce tentación”. Lastimosamente, Tom no era católico.

—Un fantasma, como dijo la vieja, un fantasma en vida— respondió con una sonrisa y apoyó su cuerpo en una pared que había resistido valientemente a las inclemencias del clima y del tiempo. Desde allí observó a la joven de porte elegante y supo que no estaba viendo a una simple campesina. Esa mujer lucía como una dama y se comportaba de igual forma a pesar de su aparente simplicidad. Su apetito tuvo que quedarse en la boca del estómago hasta saber más de ella. Si hubiera sido una campesina no tendría que dar lugar a ninguna charla. —Lo que busco no podría encontrarlo en este lugar así que solo puedo decir que pasaba por aquí por casualidad. Iba regresando a casa ya que la fiesta del otro lado del bosque no ha conseguido atraer mi atención por más tiempo— respondió a la pregunta con absoluta tranquilidad. Llevó una mano hacia la chaqueta para buscar el reloj de bolsillo y se fijó en la hora. —Es demasiado temprano para ir a dormir. Si esta es su casa no creo que encuentre una habitación por esta noche y quedarse a la intemperie puede ser peligroso. Además…su caballo morirá de frío. ¿Tiene un lugar a donde ir?— preguntó sin darle demasiada importancia. Mientras se movió aproximándose un poco más a la rubia de forma que pudiera verlo fuera de las sombras en las que se había conservado oculto hasta entonces.

Olvidaba preguntar si ella había vivido allí, qué recuerdos la motivaron a regresar, por qué había decidido ir a esa hora. Muchas más cosas podría dictar un curioso pero al ser un desconocido no jugaría a tomar el papel del interrogador. Quizá, si llegaba a conocerla mejor, escarbaría en los recuerdos de la rubia para conocer su oscuro pasado. Incluso los santos tienen un historial lleno de manchas. Tom volvió la mirada alrededor y fingió un bostezo —También podría acompañarla de regreso hacia la fiesta de la que se acaba de escabullir. Allí me conocen como Tom Stanford pero creo que usted no ha dejado un nombre para que pudieran recordarla. Alguien, si mal no recuerdo, empalideció al ver su rostro pero dígame, si tiene la buena voluntad de confesarlo, ¿cuál es el nombre de ese rostro?— concluyó alejándose de ella unos pasos hacia un lugar de las ruinas donde había quedado el marco de una chimenea. La arquitectura en decadencia realmente lo fascinaba.
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Mensaje por Lena Z. Vasílièva Vie Ene 22, 2016 8:34 am

Aquella noche era una noche más bien oscura. La capa que portaba y tapaba parte de su vestido, por el momento parecía ser suficiente para ahuyentar el frío de esas horas, no obstante, no lo sería para siempre, y Lena era consciente de ello. Como mucho podría estar un par de horas máximo paseándose entre sus fantasmas del pasado antes de tener que acudir a ciencia cierta de nuevo al castillo, donde estaba segura le esperaba una buena charla por su comportamiento. Intentaría alargar el momento de su regreso, pero la verdad era que tarde o temprano debería abandonar ese lugar otra vez. Solo quedaban cenizas, muros caídos unos contra otros y el rastro extinto de todo lo que aquellas calles vieron una vez, años atrás cuando todo era un paraíso colmado de felicidad. Casi parecía estar de vuelta a Rusia y estuviese de nuevo en uno de los tantos pueblos abandonados en la periferia de esas agrestes cumbres helados, por eso al oír la voz masculina, a pesar del temor inicial ahora veía aquella presencia como un regalo. Ya no eran únicamente fantasmas los que le hacían compañía, ni tampoco su caballo que parecía encontrarse a gusto en aquel campo en que lo había dejado a unos metros de donde se encontraban sus figuras.

Cuando el joven dio un paso hacia adelante, separándose de las sombras que lo habían semi ocultado en su penumbra, Lena desde tan cerca, pudo ver los rasgos masculinos del joven a cierta ciencia. Tenía una mandíbula fuerte que conjuntaba perfectamente con los ángulos de su cara. Era guapo, no podía pasar desapercibido por las féminas escocesas, de eso se encontraba completamente segura. Hasta ella en un primer instante, quedó sin aliento al verlo emerger de las sombras hacia ella. Una vez pasado aquel primer impacto de verlo, recayó en su piel y acostumbrada a vivir en Rusia, el color pálido no le resultó extraño, sino todo lo contrario. A decir verdad, se podía decir que ella tenía un tono más blanco que la piel ajena, lo que provocaba que el mínimo sonrojo de sus mejillas se viera de un color más intenso de lo normal. Se mordió el labio y desviando la mirada por la figura del joven, suspiró. Debía tener unos años más que ella y su cuerpo bien formado parecía provenir de todo un caballero, pensó tragando saliva subiendo su mirada de nuevo a los ojos masculinos. Sus ojos color ámbar la atravesaron y resistiéndose a bajar su mirada ante aquella inusual fuerza, se mantuvo regia como Rhaegar y sus tutores le habían enseñado. Una princesa… una futura reina, no podía bajar la mirada como cualquier sirvienta. Sus ojos debían estar siempre a la par que aquellos que la contemplaban. Había tardado lo indecible para aprender a aguantar las miradas, a mantenerse firme cuando su instinto después de estar toda su vida sirviendo, era la de amedrentarse. Sin embargo, al final aprendió la lección y esta podía decirse era la lección mejor aprendida de todas.

Si, tengo un lugar al que acudir y también es demasiado temprano para regresar a aquel lugar. —Le dijo esbozando una suave sonrisa sin revelar nada más que lo justo a lo anteriormente cuestionado sobre su hogar actual. La mirada que compartieron apenas duró unos segundos que para la joven parecieron eternos y finalmente, apartando sus orbes celestes de aquellos ambarinos siguió al joven hasta que este se detuvo frente lo que anteriormente, años atrás, había conformado el salón de su hogar. Ahora solo era un recuerdo de lo que una vez llegó a ser, pero allí estaba en pie todavía, frente al paso de los años el marco de la chimenea. En otras circunstancias seguramente no se habría fijado en ese detalle, a pesar de que la luna hoy lucía alta y bella sobre sus cabezas en aquel lugar desolado lo que más existía eran las sombras de aquellas calles abandonadas de la mano del hombre. Las sombras aquella noche no ocultaban la mayor parte de las ruinas, pero si, los más nimios detalles como aquel. — Aún puedo acordarme de la forma en que hincaba las rodillas frente aquella chimenea, los días de extremo frío no solía moverme de allí.—dijo acercándose hacia él unos pasos, con la mirada también en el rastro de aquel recuerdo suyo.  — El fuego jamás fue suficiente para caldear estas cuatro paredes, pero era lo suficientemente fuerte para hacernos conservar el calor de nuestros cuerpos. — Musitó como si pudiera imaginarse a sí misma frente aquel lugar reconstruido y de nuevo, disfrutando del calor del fuego sin ningún impedimento.  

¿Mi nombre?— Repitió con un deje sonriente y desviando la mirada la dejó perdida en algún punto entre la espalda del joven y la oscura lejanía. De lejos, se oía el rumor de la fiesta, de las gentes celebrando. Apenas era un zumbido que llegaba a oídos de Lena, más era suficiente para perturbar aquella paz. Regresó la mirada a Tom y sonrío, enigmática con la oscura capa aún puesta sobre sus hombros.— Mucho me temo que hay secretos que a veces es mejor que permanezcan detrás un velo, ocultos por el momento. No puedo deciros mi nombre, pero podéis llamarme Lena, si os satisface. Solían llamarme antaño de ese modo mis seres queridos. — le contestó dejando que un halo de misterio la protegiera, aunque no siempre solía funcionar. Muchas veces era el mismo misterio que llamaba a los demás a descubrirlos, a interesarse por ellos y por más veces que su madre le dijese que a veces era mejor esconder la verdad a medias, algo en el semblante del joven recortado por la luz de la luna, le hacía ver lo equivocada que estaba con él si pensaba aquello. ¿Podría haber despertado a un curioso lobo de su letargo? Fuera como fuere, ya había pronunciado las palabras y sin saber cómo presentarse, por el momento así se quedaría. No podía decirle al primer extraño con que se topase quien era en realidad, y mucho menos, lo que en apenas unas horas o días, sucedería y en quién se convertíria. Lena era el diminutivo con el que su madre solía llamarla y así se había quedado, ahora el nombre de Helena solo parecía un sueño, una realidad pasada de otro tiempo.

Quizás regresar a la fiesta de la que acaba de salir, no me parezca buena idea. Desearía ser un fantasma y a pesar de que ante usted ya no lo soy, no sería de mi agrado regresar a ese lugar. Pero quizás si podáis hacer algo por mi… —Comentó al escuchar en la lejanía como la música irrumpía con más fuerza que antes en ese oasis de muerte y ruinas en el que se encontraban. La festividad debía estar en pleno apogeo y el turno de los valses debía estar a punto de llegar. Las voces se habían incrementado y pronto, la primera pieza se oyó, haciendo que Lena sonriera al reconocerla. En el día de su presentación formal habría un baile, más el deseo de compartir un primer vals en aquel lugar, era demasiado fuerte en su interior. No tendría un vals íntimo, uno solitario, sino que esa noche empezaría aquel teatro en el que la habían convencido a actuar por el bien de su familia; en nombre de su difunto padre el rey. Lena aquella noche tendría la atención de todos y cada uno puesto en ella y no podría volver a ser Lena a partir de ese instante. Quizás nunca pudiese volver a serlo, por ello debía aprovechar estas horas libres, este anonimato… mientras pudiese. — Os sonará extraño, seguramente os riais de mi merced y no os negaré esa dicha, estoy segura que mis deseos no deberían tener cabida en un lugar frio como este, tampoco en mis pensamientos, pues soy consciente de que somos unos completos desconocidos. Más la verdad es que desearía antes de irme, bailar frente a estas ruinas lejos de las miradas del gentío que hoy se reunen a escasas calles. Por lo mismo, me encuentro en la necesidad de pedirle que de poder ser, satisfacierais el deseo a esta desconocida, mi señor. — Y esperando que él se pronunciase, esperó a que aquel par de orbes decidieran como proceder con una invitación en forma de dulce e inocente sonrisa.
Lena Z. Vasílièva
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