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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Félice Moulin Dom Oct 26, 2014 10:43 pm

¡Qué frío hacía! No nevaba; con suerte comenzaba a oscurecer, pero algo le calaba los huesos a la niña de las rosas. Era el último lunes de Octubre, una velada de verano. Bajo aquel gélido ambiente y en aquella oscuridad, pasaba por la calle descalza, con la cabeza descubierta y la mirada derrotada; apenas había vendido a mitad de precio un par de flores en el mercado. Verdad es que, al salir de su casa, esperanzas de un día más provechoso le habían acompañado, pero, ¡de qué le sirvieron! A la muchacha le vinieron tan grandes esas ilusiones que las perdió al cruzar corriendo la calle para librarse de dos carruajes que venían a toda velocidad. Una de las esperanzas no hubo medio de encontrarla, y la otra se la robó un mozalbete, que dijo que la haría servir de cuna el día que tuviese hijos.

Y así la huérfana andaba descalza con los desnudos piececitos completamente amoratados por el frío que le llegaba no desde afuera, sino desde dentro. Ni el corroído vestido ni el delantal que lo cubría hacían una gran labor protegiéndola, y menos con la moral baja. En todo el santo día nadie le había comprado nada, ni le había dado un mísero centavo; volvíase a buscar refugio hambrienta y medio helada, ¡y parecía tan abatida, siendo tan joven! Unas cuantas lágrimas insonoras cayeron a un lado de su largo cabello castaño, cuyas opacas hebras le cubrían el cuello; nada allí para presumir.

En un ángulo que formaban dos rincones —uno más sobresaliente que el otro— tomó asiento en el suelo y se acurrucó hecha un ovillo. Encogía los piececitos todo lo posible, pero la piel de gallina la iba invadiendo, y, por otra parte, no se atrevía a volver a su vecindario, pues no había vendido ni una sola flor, ni recogido un triste franco para ofrecer a cambio de protección. Le pegarían para expulsarla, además de que en esas casuchas el hielo calaba también; únicamente los cobijaba el tejado, y el viento entraba por todas partes, pese a la paja y los trapos con que habían procurado tapar las rendijas. Tenía las manitas casi ateridas de frío. ¡Ay, una fogata la aliviaría, seguramente! ¡Si se atreviese a luchar contra la creciente jaqueca que sentía para buscar con qué hacer fuego! Pero le faltaban las fuerzas; se había desgastado su valor. Extrañaba a mamá y a papá. El sentimiento más doloroso era aquel infecundo y ella lo estaba experimentando.

Aun quieta en la posición que había adoptado en la plaza, sus piernas se sintieron flojas. Sin reflexionar mucho al respecto levantó la cabeza y se dio cuenta de que estaba debajo de un hermosísimo árbol de hojas turgentes. Era aún más erguido y más bonito que los que —según recordaba— se exhibieron en la última Nochebuena, a través de verjas elegantes, en casas de ricos señores que buscaban demostrar cuánto lujo poseían a sus vecinos y también a curiosos transeúntes. Centenares de velas ardían en las ramas verdes, y de estas tintineaban pintadas campanas, semejantes a las que guarecían las catedrales. La mozuela levantó los dos brazos escuálidos, y entonces una bella ilusión colmó sus ojos: En conjunto, las luces de París se remontaron a lo alto. Félice se dio cuenta de que se trataba de las rutilantes estrellas del cielo; una de ellas se desprendió y trazó en el firmamento una larga estela de fuego, haciendo vibrar su joven mirada.

Alguien se está muriendo —pensó la niña, pues su padre, la última persona que la había estrechado, le dijo una vez: «Cuando un astro se desvanece, un alma se levanta hacia el Señor.»

Frotó sus párpados con las manos sucias; en una especie de delirio se iluminó el espacio inmediato, y apareció el pálido hombre que le dio la vida, que a pesar de su demacrado aspecto lucía una sonrisa radiante, dulce y afectuosa.

¡Padre! —exclamó la pequeña— ¡Llévame, contigo! Sé que te irás también cuando se terminen de morir las rosas, del mismo modo que se fueron el tulipán, el clavel y mamá.

Se apresuró en sobarse las manos con las energías que le quedaban, afanosa de no perder a su progenitor; y las luces centellaron con un fulgor aún más potente que el del pleno día. Nunca Valéric Moulin había sido tan alto y tan guapo. El hombre tomó a la niña en brazos y, cubiertos los dos en un coloro resplandor, henchidos de alegría, emprendieron el viaje hacia los sueños, sin que la huérfana sintiera ya frío, hambre ni miedo. Félice dormía sobre la hierba en un peligroso sueño que si se prolongaba podía ser para siempre; estaba de visita en el jardín de Dios, y corría el riesgo de que le gustara demasiado.
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Mensaje por Sokolović Rosenthal Lun Nov 10, 2014 5:58 pm

Efímero y frágil que es el existir humano.


El invierno se ha anunciado, la frialdad de la aurora arrasa hasta los más recónditos lugares guardados, Paris era ilustrado por los horrores del carmín, matanzas, muerte, cadáveres que eran esparcidos como adornos de la llama del fulgor que se extinguía de la dichosa ciudad de la luz. Todo comenzaba a ser idealizado de que la muerte ya era el paso de la vida resurgida, lo que se creía malo se teñía de un bienestar, aclaman ser poderosos de manera irracional, anhelan las faltas para sosegar una belleza que jamás poseerán. Y todo se desnudaba ante los orbes del Conde, caminaba por las calles, observando cómo era la humanidad; ¡Nadie sabía, de su paradero! ¡Nadie sabía, que solía caminar por las noches a mirar lo que muerto estaría! Como en ese instante, ¿Quién podría reconocer bajo el tono elegante y el ingenio del juego, la grave  meditación que hace de ese sendero un plan mañoso para uno nuevo placer?  Así era, así parecía un galante nocturno que solo con un as gira al mundo para regir.

¡Muerte, decadencia, miserias! Todo a su paso vislumbra, las pisadas parecían ecos, ocultado el templo del esplendor de la luna en esa capa negra que se arrastraba conforme avanzaba, desterrando el fuego de sus cabellos, siendo decorado de dos trenzas con lo demás caído, cual llamas alocadas meneándose al compás del intranquilo viento. ¡Alocado, desventurado!  Aterrorizando la pobreza en esas frágiles y livianas callejuelas… ¿Por qué justo sobre la penuria quería pasar? Por el apoderarse de las debilidades reinadas en el paraje, transformar la mierda en una gema preciosa. Detallando que la salud es una constante guerra, hambre, padecimientos excesivos y enfermedades que embellecían los pensamientos de este monstruo por el afán de arrancar testimonios para manipular.


¿Qué se haría si a dos muertos se aproxima el Conde?  De una es la certeza del dominio y la otra la amenaza total de un querer, porque tras la salida de los callejones, ahí se hallaba la plaza, siendo desalojada poco a poco, mercaderes que perdían la esperanza de ganar tan solo una moneda más, ¿Tan espléndida era la clase baja? ¡Shh..h! Pausadamente, decaído el sonar de un apetitoso corazón, no muy lejano, demasiado cerca su vibrar se percibe, está desfalleciendo, ya su bombardeo se fuerza y está llorando un sentir humano, es atraído, su fuerza es un imán, es conducido a esa maravilla, tan solo necesitaba adueñarse de esos  decesos latidos. «Voy a ti, mi bella seducción, sigue desfalleciendo, sigue cantando tristes penas, no te detengas, estoy a punto de llegar, cautívame y déjame ser el que disfrute de tu agonía » Pensaba mientras continuaba la caminata a su encuentro, pero una gema más valiosa le han ofrecido, púes es la constelación quien se la ha brindado bajo un capricho. 

«¿Quién es,  aquella querida y tan deseada mujer que me llama con su moribunda alma?» Preguntándose, terminando la línea del camino, posando los ojos con firmeza en una finura delicada, débil templo que temblaba por la frialdad del suelo, del aire frívolo que empujaba con gritos la helada noche, enfocándose en esos pies desnudos, una enfermiza piel que su belleza guardaba en la palidez y en los moretones envidiosos por resaltar. 

La asechaba, era un verdadero peligro deleitar tal magnitud de hermosura, sensual, provocativa relucía sentada, encorvándose por la desesperación del frió, ¿Cómo describir la perfección de su presencia? A la corta distancia captaba el aroma de lágrimas, las hojas turgentes se penetraron en su fragancia, tan demacrada que hicieron que el Conde se inclinara y con la capa al abrirla la toma entre sus brazos y le alza, besando sus labios, sintiendo la muerte en vida entre sus manos.

¡Cuidado! ¡El Conde le ha tomado como la gema que adornara el poder mediante una extravagancia! Desviando la mirada hacia un lado y después al otro, sin tomar sus pertenecías, decido a llevársela, pasearla en el sendero anterior que no dejo de apreciar su rostro, ya que su interior quedo fascinado en esperar de entretenerse con ella. Mientras la noche con su digesto les interpretaban una melodía por tal encuentro que estaba en la espera de ser llamado por el timbre de su voz. 
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Mensaje por Félice Moulin Jue Dic 18, 2014 2:52 pm

No era exactamente un sueño; parecía ser real. Sólo quería estar allí, en ese sitio, aún entrando a un estado de sueño similar a la muerte, porque temía algo. La vendedora de flores, aunque ninguna memoria quedaría, anduvo por las calles y sobre el puente. Se oían los pasos de un par de pies. Oyó un montón de perros a la distancia que aullaban; toda la ciudad parecía estar llena de alaridos caninos que bramaban al unísono sin razón.

Luego, sus ojos intentaron abrirse, sin lograr distinguir si se trataba de un sueño o de la realidad. Distinguieron vagamente una sombra alargada con ojos carmesí, parecidos a la puerta de sol. Era borrosa la vista; las sombras y las luces se alargaban por igual. Pero lo más insólito fue sentir un frío sobre la boca, algo muy dulce y a la vez sumamente amargo la invadió de inmediato. Entonces le pareció a la niña que se hundía en aguas rojas profundas, y oía un canto igual al que se dice que oyen quienes se están ahogando, y fue que todo pareció apartarse de ella: su alma pareció abandonar su cuerpo y flotar en el aire. Tuvo el presentimiento de estar padeciendo agonía, como si se estuviese abriendo la tierra, y regresó. Descubrió la sensación de estar suspendida en el aire, por lo que oprimió con todas sus fuerzas (que eran casi nulas a esas alturas) lo que fuera que estuviera cerca de ella. Sintió que se aferraba a algo, aunque su conciencia dormida no pudo identificarlo.

P-Papá… voy a casa. Voy a… —y en un abrir y cerrar de ojos, la boca de la huérfana volvió a cerrarse con una gélida exhalación. Curioso fue, que a pesar de su debilidad, no soltara las manos del pecho al que, sin querer, se había amarrado. Es más; recostó su cabeza en ese mármol y sonrió con profunda pena.

«Ya voy, ya voy.» Quiso gritar, pero fue tarde. Ganó la debilidad.

Se apagaron todas las luces de esos ojos después del esfuerzo inútil y arriesgado de abrirlos cuando el entendimiento estaba en coma. No sintió miedo. No intentó gritar para que la dejaran salir de la prisión de su cuerpo paralizado. Su único sentimiento real era la necesidad y quizá soledad. Esa soledad profunda de haber mirado a la muerte a los ojos y haberle hablado, cuando por dentro su anatomía entera se abrazaba a la sensación de hielo en sus labios  y el espíritu se le iba desgarrando a medio camino entre su cara de desfallecida y los pasos que se escuchaban en el empedrado. Mientras una desconocida oscuridad la invadía, Felice se llenaba de paz. Sí, de paz, de la tranquilidad de desaparecer. Como si la falta de luz tuviera el poder de matar todo temor que habitaba en ella, como el más botarate de los insectos. Pero, al mismo tiempo que el miedo se iba, crecía una imperiosa necesidad.

¿Y para qué referirse a la necesidad? Quizás tan solo para decir que acompañaba a la huérfana tanto junto a su cuerpo, tanto junto al olor de su pelo reseco, tanto junto a sus manos heladas. Porque en algún punto los ojos que sintió sobre su figura, tan profundos, se contrapusieron a su grito de tristeza ahogada. En algún punto su aullido se encaminó a esa mirada con paso firme y con un beso audaz la consumió. Allí sus ojos se transformaron en una mezcla insana de necesidad y soledad, y juntos desbordaron sus párpados e inundaron sus mejillas, sus labios, su cuello, su busto, sus manos y tobillos.

En ese momento, en la penumbra de sus sentimientos, Felice no significaba más que necesidad. Una mortal necesidad.

Y de repente… calor. Sintió un ambiente tibio. Nada de esto lo recordaría si llegaba a recuperar la conciencia, qué pena.
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Mensaje por Sokolović Rosenthal Sáb Ene 10, 2015 5:43 pm

Una vida en constante agonía, fragilidad de las heridas

Aúllan los perros, los gemidos de la humanidad en decadencia, todo se tornaba melancólico, como voces de siameses torturadas con pesadez, ese era un aura lamentosa, plegarias sonoras para una deidad que pudiera escucharles, ¡Salvarles de esta escoria! Había llegado al curso de la vida suya, un tempestuoso mar podía captar en esa apagada llama viviente, esos ojos codiciaban esa belleza natural, así le apasionaba esa fantasía debilitada, que de este arte hizo un ídolo, este hombre buscaba lo que se encuentra entre sus brazos, la negra capa cubría lo que está arrebatando de la miseria de ese lugar. Le miraban esos ojos carmesís, anhelando que el cielo se quemara, se incendiara todo a su alrededor púes quería ser una semejanza a esa iris que poco se pierde.

¡La muerte le está esperando! Esa gema preciosa sufre, ¡Hoy no es tiempo de entregársela, se la arrebata a la muerte esta noche! ¿Por cuantas noches podrá quitársela? No le importaba, le apasionan esas heridas, las manchas pintarrajeadas en esa pálida piel, le confesaban su enfermedad, desfallecía lentamente, su decaído corazón consume una fortaleza por seguir latiendo, por tratar de mantenerle con vida muy a pesar de que este yendo en plenos sueños con su ya difunta familia. Así es como concluía el Conde, interpretaba esas palabras perdidas en el viento, esos amorosos pensamientos, vanos pero para ella alegre. —No irás a casa, no en esta noche, ni en otra, no mientras tu corazón siga latiendo. Me has mostrado la fortaleza de una distinta belleza, duerme que al abrir los ojos envuelta en calor renacerás.— Susurradas palabras, en lo que sigue caminando hacia las calles venideras, ¿qué otra cosa es verdad sino pobreza, lo que le está cayendo? El Conde se hunde de honra y riqueza, un tirano que de la fortuna se hizo poderoso, ahora ni una venganza describía lo que está sintiendo al ver a esa pequeña moribunda.  Ya que el beso le sedujo la mente, su templo se aferra con cierta guerra a su blandes.

Siendo inmensamente callado el encuentro, alzando la mano derecha a rozar su mejilla, el dedo de la mismísima muerte le esta acariciando, le marca el encanto de su belleza, una marchita rosa es lo deleita en ella, hay demasiado camino pero se posa en una banquilla y ahí se queda admirando el dormir de una mujer, su fragancia engendra memorias tristes, sus carnosos y sin color matizado sus labios reposan en plena sequedad. —  Si miraras el cielo estrellado ahora mismo, dime, ¿Sería el final eterno? ¿Quién eres? Aún te miro y sigo deseando llevarte, adorarte y hacer que vivas con la vileza de otro mundo. —  ¿Quizás era prevención, pero, ¿Por qué se molesta haciendo tal acción? ¿Por qué no simplemente tomarla y llevarla? Era como el ciclo que un día atesoro y le hablaba a la nada del paraje, sabe que esta delirando la joven que es por ello que reluce su ansia ante ella—   No temo a perder lo que poseo, ni desea tener lo que no gozo, por ello es que disfruto de tu presencia, que es como una promesa que se mira como a espinas; compartir el transcurso de tu congoja es un mero placer que se merece amar con intensidad. Es el primer capricho que nunca imagine tener. Imagínate, una sublime escaramuza entre tu muerte y mi poder.

Y así miró los muros de la nueva conquista, ¿Por cuánto tiempo se encontrara en lucha por su vida? No es valentía, mas encontró donde poner las pupilas para proteger, como en su vida pasada hacia y que ahora comenzara a atraer. 
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Mensaje por Félice Moulin Dom Ene 18, 2015 11:42 pm

La llaman. No sabe quién, pero la llaman. No es su nombre el que invocan ni tampoco se hace uso de algún improperio para espantarla; es su esencia la directamente clamada. Aun sin voluntad en esa banquilla, hay algo que quiere oír, a pesar de que la sangre casi ha abandonado los contornos de sus orejas. Tenía que moverse; la mirada le pesaba, así que hizo el ademán de mover sus falanges. Primero una y luego la otra. Costaba, pero sería más dificultoso si se frenaba. Así fue que su mano fría buscó ciega en el aire hasta posarse en un brazo frío.  

De pronto la oscuridad se iluminó y sintió la necesidad de pestañear. De alguna extraña manera, fue como una visión: un impacto de lleno. Era la perfecta, blanca y solitaria desnudez de un rostro que apenas debía caber en el mundo. Y más allá, una cierta belleza sobrenatural. Quería seguir esa luz fantasmal, se sentía en su dominio, entregada a su voluntad.

Mis ojos… duelen. —cerró y abrió sus ventanas con fuerza repetidamente, buscando alivio. El dolor no se fue, pero logró enfocar esa imagen de fuego recorriéndole la espalda al témpano de hielo.

Dio un respiro interrumpido con tos al darse cuenta de que no estaba sola. El ambiente tenía unos tintes descoloridos como su piel, que le comunicaban un no se qué de aire íntimo y melancólico. Todo el calor de su cuerpo se concentró en su pecho. La noche y las bajas temperaturas podían aletear en vano contra ella, no conseguirían infiltrar en la muchacha una sola distracción. Estaba pasmada.

Tragó y habló con un tono apenas audible. La debilidad no se iba y la fiebre tampoco.

Usted debe ser lo que llaman un ángel, ¿no es así? Sí, eso es. Un serafín del paraíso. —había oído historias sobre su celestial hermosura. ¡Y ella que había jurado que eran exageraciones para presumir! Se sonrió con pocas fuerzas al comprobar lo errada que estaba— ¿Vino a llevarme? Qué alegría. Y yo que temía que el cielo estuviera reservado solamente para quienes podían comprarlo. Gracias a Dios. Oh, pero no le diga a mamá que me vio. Me regañará por no haber usado una capa. No lo entendería.

Una brisa helada los sacudió, haciendo temblar a la niña, mas no al que —ella desconocía— era inmortal. Víctima del delirio y de su propia inocencia, ella buscó guarecerse en el desconocido. Ni siquiera atinó a fijarse en las ropas o en el aroma de quien le rodea; no entendía su posición, ni mucho menos la de él. Fue en esa maniobra que rozó, sin querer, la piel del individuo. Sólo ahí se sintió desfallecer en dulce espera de su reacción y, no obstante, un singular pudor la impulsó a mostrar miedo. Al verlo a los ojos sospechaba que ningún sentimiento abrigaba secretos para él. Lo envolvía de pies a cabeza un aura de claridad, y ella que estaba llena de dudas.

Qué curioso… usted está más frío que yo, pero no tiembla. Está intacto. —además de precioso. Y ella que se sabía estar tan fea que hacía semanas que no permitía que su faz fuera en la búsqueda reflejo alguno— Acaba de hacer que me de cuenta de lo egoísta que soy: aquí mismo hay montones de rosas marchitándose, pero está acompañando sólo a esta. Y ahí está el problema, porque no haría nada para que dejara de ser así.

Lanzó un estruendoso estornudo que le lastimó la garganta. No debía hablar demasiado o el dolor seguiría aumentando. Se sujetó el cuello con una mano sin fuerzas. Es que sin haberlo planeado, se había sometido al deseo ajeno callada y con el corazón aún palpitante. Eran las consecuencias de el arrullo de un vampiro.
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Mensaje por Sokolović Rosenthal Lun Mar 09, 2015 8:02 pm

Un espejismo y la apariencia de un cuerpo
(Sin alma en el cuerpo moría en juego rojo,
espuma por la boca, húmedos sonidos
y una calavera presa entre los aires
el tema punzante resistiendo a la palabra
y expresado como silencio, como vacío en el texto
hinchazones, crepúsculos sobre miradas
mientras se desvanece una caricia en una embriaguez de honor.


Se dejan caer las manecillas de reloj, tic-tac, tic-tac, el tiempo sigue avanzando aunque los pasos se hayan detenido ante la acción de posarse en la banquilla; bajo el manto nocturno sin estrellas fugases, frente a la penumbra encarceladora como lo eran esos brazos que deleitaban a un ángel demacrado…

Parecía que miraba detrás de ese delirio su tortura, castigada por la cruda realidad, malestar, se está muriendo y es un goce admirarla en su pleno sufrimiento. El Conde solo queda maravillado por la nueva conquista engendrada, era ya su mayor prioridad obtener su escaramuza, combatir tiempo a tiempo la existencia de esa gema, luchar por el rubí que le diera fulgor en lo que dejan de cantar sus latidos. ¿Por qué tal necrofilia? Si ya se figuraba a un cadáver, estaba conmovido por sus heridas, estaba amando su agonía que esa falanges le despertó el deseo de besarla. Pero algo le detuvo, fueron sus palabras la causa por la que se contuvo, estaba a punto de rozar la carnosidad en un gesto de lamida, ansioso, hambriento le embellece la mirada, no es bestia lo que se admira, es un horror que no se debería de apreciar.

—No entreabras tus parpados, deja que sigan reposando con calma, ciérralos y solo escucha mis demandas. —El réquiem de su voz se allegaba a cualquier ente para hipnotizarlo; recio, tentador con un deje de placer le dicta, elevando la mano a una de esas pálidas mejillas y le acaricia con la yema de los dedos su tersa piel.

¡No te aferres a la réplica, no te esfuerces porque más están atrayendo al Conde, y esto es comprometedor, una vez que te lleve a su morada, de ahí ya no saldrás viva! ¿Qué sigue esperando? ¿Por qué un sigue deseando probar sus labios? …Le había alzado un poco, el retumbo de su tos le aclaro la gravedad en la que se exponía si la mantenía aún entre sus brazos, y lo peor, que su templo añoraba percibir.

—Soy lo contrario de lo que llamas ángel, he venido a velarte en este descenso, proteger lo que será asignado como mío…—deslizo la mano por su pecho, sobando con delicadeza, refiriéndose a su órgano sangriento, ese corazón ya era de su propiedad mas solo falta demandárselo para que así sea. —No nombres a Dios dadas tus condiciones, mírate, solo escucha como desfalleces, ¿Cielo? No hay cielo para ti, ni mucho menos para mí, lo que te espera es un féretro imaginando ser una nube la que te mantiene en sopor….—Palabras duras, realidad ofrecida, sin rodeos, le suelta un poco y se desprende la oscura capa, tirando de ella con una mano y le envuelve como a una criatura siendo amamantada sobre el seno materno.

Tal gesto caballeroso era de suma atención, el temblor de esa osamenta adquirió, y sentir el menor toque de ella, le alteraba su propio templo, culpando la temperatura, el calor emanado , el estornudo y el frágil peso ya era un control forzoso…—Si es egoísta yo lo soy más por quererla sepultar entre mis brazos, me hace ver como el villano, dime, ¿soy el rey de la voracidad? No debería preocuparse por los demás, solo hágalo por usted, la única rosa presente eres tú, es la más rojiza natural que todos desean obtener. —confeso la manera en la que le impresionaba, teniendo el mayor cuidado para cubrirle de la helada, porque todos florecen al mismo tiempo bajo ese encuentro, la noche huele como ese templo…—¿Y cómo se llama esta bella y disecada flor? —cuestiono, capturando sus pupilas, penetrándole con la mirada, fascinado completamente ...—Mientras pueda tenerte, mientras pueda sostenerte entre mis brazos, tanto tiempo como estés a mi lado, no te dejare, quédate conmigo, ven, te enseñare que no existe un cielo o infierno que lo único que se asemeja a eso, es el permanecer a mi lado, te lo estoy pidiendo pero si te rehúsas te obligare.— le sentencio, levantándose de la bánquilla y a ella le lleva como dueña de esos brazos, era su diosa; el culto hacia el óbito, hacia ella, hacía lo que se avecina al llevarla a su palacio.
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La noche de las rosas marchitas {Bertok Rosenthal} Empty Re: La noche de las rosas marchitas {Bertok Rosenthal}

Mensaje por Félice Moulin Sáb Mar 21, 2015 2:07 pm

No puedo hacer más que obedecer esa orden, que lejos de recibirla como tal fue como un consuelo, similar a lo que sentían las crías mamíferas cuando su madre les acercaba el hocico. Tempanitos de hielos la impulsaban a despertar, pero ella solamente podía retorcerse. A ver si encontraba el glaciar, fuente de esa escarcha, o el final de su corto andar. ¡Y pensar que no había edén al cual volver! Qué tragedia si era cierto; entonces ¿dónde habían ido mamá y papá? ¿cómo los volvería a ver? Su sueño había sido robado.

Hizo sonar la nariz como si fuera a sollozar con la noticia, pero no lo logró. Hasta para llorar se necesitaban fuerzas. Pero gracias al cielo la fiebre ayudaba a olvidar, a pensar en lo que había perdido y en que pronto caería ella. Así que solamente susurró en tono lastimero:

Oh… qué triste. Quería saber si papá había hallado al fin su paz. —qué sueño sentía, pero no era de los que te hacía pesar la cabeza al punto del dolor. Se sentía bien, terriblemente frío y cálido a la vez. Así se sentía la presencia de Bertok Rosenthal cerca de ella— Pero es que se está tan quieto, ¿cómo no va a ser… el cielo? Está bien. Mamá decía que tenía que dejar de contradecir tanto. Haré caso, me portaré bien.

La mano sobre su corazón llegó más profundo de lo que alcanzaría el filo de un cuchillo. No conocía la palabra “féretro” pero asumió que era alguno bueno por la pasión con la que hablaba el caballero. Porque sí, debía ser todo un señor. Nadie en el mercado hablaba así, parafraseaba con esa elegancia. Ella mucho menos. Sonrió por su amabilidad y no reparó en la frialdad de sus palabras. Después de todo, la crudeza de la vida había sido parte de ella desde antes de nacer. No se sentiría amenazada por ella ahora que caminaba en sentido contrario.

Qué duro es con usted. Si no vino ni un cachorro a lamerme la cara y llegó un p-príncipe en cambio… ¿Q-qué pasa ahora? Ya no puedo abrir los ojos, ¿qué ve? Hace calor. Ay, qué suave. —era que Bertok la abrigaba, aunque nada podía separarla de la temperatura infrahumana de quien, ella ignoraba, era un vampiro. Y no era la única cosa que desconocía— Nombre, ¿el mío? era… Fa… ¿Fantine? N-No, ese no es… pero algo así. —la fiebre ya comenzaba a hacer estragos en su razón— Félice. Sí, así me llamaban. ¿Usted es alguien? ¡Un príncipe, sí! Pero no me ha dicho su nombre. —si no pertenecía ni al cielo ni al infierno, ¿Era algo en medio?

Comenzó a toser horriblemente. Así hasta que a la onceava vez se detuvo, debilitada por los movimientos forzados.

¿Podían el dolor, la enfermedad, la dificultad, apartar a una niña de sus sueños? Si caía, ¿qué debía hacer? ¿Cómo podía volver a reconstruir su vida y sus sueños? ¿Qué hacer? Incluso Félice, la intrépida, la que era capaz de avergonzar los esfuerzos de vendedores de sus padres, había caído ante el mal. Estaba terriblemente enferma y ni siquiera lo sabía, aun con las energías por el suelo y los contornos de sus ojos irritados.

Y de repente sintió cómo era alzada, pero el delirio suscitado por su alta temperatura corporal le hizo creer que no terminaba de ir hacia abajo, como si se hubiera tropezado y todavía no alcanzase el freno natural del impacto contra el suelo

Me caigo, me caigo. ¡Un agujero, ayuda! —comenzó a mover su cabecita lado a lado, pavorosa, hasta que clavó la nublada vista en el cielo— No me deje caer… cielo infernal.

Y entonces a su conciencia malograda se la llevó un desmayo. Todo se apagó. La noche, la luz, su cielo infernal.
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Mensaje por Sokolović Rosenthal Miér Abr 01, 2015 6:57 pm

Ahora más que nada quiere tocar sus manos…
Ahora con su delirio, que interprete ese sentir.
Fue entonces que al conocerle, en el terror encontró el mejor escenario, palpando por primera vez el paradigma de un amor enfermizo. Creando un monstruo de mil pasiones, salvaguardando su preciada riqueza en brazos,  viendo como miraba al cielo y soñaba, ¿Por qué siempre tienen que acudir al paraíso cuando están desfalleciendo? Aun cuando está cambiando todo, no puede cambiar sus recuerdos, no puede destruir el credo inculcado por su linaje, más si dejar que vuelen la quimera de sus palabras.

—Y ¿Por qué ha de obtener la paz, si estando vivo nadie se la obsequio? —cuestiono a su sublime rosa, adornándolo con la oscuridad de su capa, refugiándola a un calor emanado de custodia, refutando ese latir sonoro con la momentánea tranquilidad de un halago. Llamando la agonía en la contemplación y la enfermedad al agotamiento— Félice, se mi bella durmiente y mientras describo lo que estoy viendo, descansa, escucha lo que Bertok Rosenthal te dirá en lo que llegan a la mansión…—Y tras el levantamiento, fue la primera congoja a la lucha de su existencia—  Félice, escúchame…— Si no fuera por su corazón debilitado, la hubiese dado por muerta. Aunque sin palabra alguna, no podía decir con exactitud lo que capto al posible óbito.


Y en esa circunstancia no podía hacer nada más que continuar el recorrido, invitándole a que siguiera ensoñando sobre ese cielo adorador, la frialdad le estaba afectando y por ello es que emprendió vuelo yendo entre el aire, ascendiendo a la pureza del mundo. Aquello que se creyó inalcanzable y que justo ahora el Conde con su gema se abrazaban en lo alto.


La cautivacion hacia ella produjo la vela por su templo, fundiéndose la melodía orgánica en  la naturaleza,  siendo minutos de viaje que no se hizo esperar la llegada del Conde, quien descendió de la bóveda celeste,  pisando la tierra perteneciente.
—Se bienvenida …—murmuro, tomándose la delicadeza de acomodar sus cabellos, avanzando al interior  donde el mayordomo le esperaba… —Meine  Senore, bienvenido…—Con  respeto entonado al referirse al Conde reverenciando, acudiendo a su presencia—  Günter decirle a la servidumbre que preparen el baño y consigan vestimenta adecuada para una damisela, además de que dispongan algo de comida para una enferma…Y tú, consigue a un médico, quiero que le atiendan lo antes posible—Dejo en claro la orden, dirigiéndose a las escaleras que daban para los alcobas, subiendo una tras otra en lo que su mandato fuese cumplido.


Sin más, ahí estaba la puerta de su aposento, tomando la perilla que giro y  brindo cierto empuje sin ser notado, adentrándose al recinto, amando el glamour del arte empleado en las paredes, alumbrando con las velas sobrepuestas en los candelabros, embelleciendo los detallados en cuanto murales fascinantes junto el piso tapizado y la refinada madera luciente, todo repleto de una belleza superable sin ser deteriorada. 


—Aquí es donde yace mi templo y ahora el tuyo —Miro a su frágil gema, posándola con sumo cuidado sobre la sedosa cama…—Ya no pasaras hambre, ni frío, tu único deber es aferrare a la vida y complacerme sobre todo —¿Podría ser que le esté escuchando? Y cómo debía saberse, el Conde comenzó a despojar la capa de ese templo…—Me preguntaste que era lo que veía, retomare esa incógnita en lo que despiertas …—Suave se mueven sus manos en las prendas desgastadas de esa jovencilla, examinando su finura con precisión al apreciar su delgadez y lo nívea que podía traslucir su piel…— Veía deshojarse una rosa de un rosado pálido,  atrayendo desacuerdos que dejaban heridas en ella, era doloroso el frío que percibía, un paisaje débil ante la fortaleza de su vigor, me preguntaba, ¿Por qué es que la estoy viendo solo a ella? Era como si una mariposa cayera al suelo, necesitaba ayuda para poder volar y yo se la brinde, aunque era la única que con su dolor atrajera a un Conde, el cual idolatra la necrofilia, la fragilidad y el decaimiento. Un señor que se encuentra en constantes luchas, púes sus cabellos rojizos muestran el desafío que representa.

Mientras él se dedicaba a desnudarla, iba obteniendo lo que una vez deseo con obsesión, un demacrado templo bendecido por moretones y entallado por los huesos, justo era la perfección de la belleza que aclama ese inmortal.
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